Francisco Rivas - 1212 Las Navas

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Calatrava la llegada de Sancho el Fuerte. La idea podía ser arriesgada si el ejército de Al-Nasir decidía cruzar las montañas, pues podría fácilmente derrotar a los aragoneses y después a los castellanos, pero los musulmanes estaban a varios días de marcha y, cuanto más tiempo pasaba, más evidente se hacía que Al-Nasir aguardaría a los cristianos al otro lado de Sierra Morena. Así pues, la cruzada se dividiría, y se volvería a encontrar frente a Salvatierra, el último escollo antes de llegar a Andalucía, cuando los navarros se hubieran unido. Pero aún tendrían que sufrir una última división, una deserción que muchos podían intuir pero pocos asumir. El día 3 de julio se presentó una delegación de los ultramontanos ante los reyes. Las noticias que traían eran previsibles, pero no por ello dejaban de ser demoledoras: habían decidido desertar. Casi todos ellos. Uno de los nobles habló por todos. Parecía haber recibido una buena educación y estar dotado para la dialéctica, por lo que le habían convertido en portavoz. Su postura, sus gestos y su entonación buscaban ser conciliadores, algo que inevitablemente parecía forzado en el clima de tensión existente. En efecto, tras la desilusión de los francos al ver que no podían asaltar a los defensores de Calatrava, la violencia contenida había estallado y los encontronazos con los españoles se habían intensificado. Había habido duelos e incluso algún muerto, allí donde hombres de mayor autoridad habían llegado tarde para imponer cordura. Nada de ello tenía sentido. —Mis señores —decía el noble franco, hablando a los reyes—, como sabéis, nuestras tropas no están acostumbradas a estas condiciones. El clima aquí es terriblemente seco y caluroso, y nuestros hombres lo sufren. Están faltos de moral, cansados. No pueden pelear en un ambiente tan sumamente duro para ellos. —¿Acaso —respondió Pedro— no han combatido los francos en Tierra Santa? Muy bravamente, según tengo entendido. No es menor el calor allí que aquí, por lo que he escuchado de boca de quienes allí han estado. Además, somos una cruzada. Somos guerreros de Cristo. Si Él nos pide que combatamos bajo el ardiente sol del desierto, lo haremos. Si nos pide que combatamos en desfiladeros cubiertos de nieve y hielo, lo haremos. Si nos pide que descendamos al infierno y allí libremos la batalla, lo haremos. —No os falta razón, mi señor —dijo el franco, conciliador—. Es cierto que, por sí solo, el calor es más una molestia que un obstáculo insalvable, pese a que para muchos de los nuestros, especialmente los bretones, sea durísimo de soportar... pero vos sabéis bien que hemos tenido problemas con las provisiones, que en algún momento han escaseado. No quisiera ni mucho menos insinuar que ha


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