N°5 Revista Río Negro

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teléfono. Julieta no logró definir con claridad el tono de la voz, aunque los peritajes mentales que realizó arrojaron que correspondía a una melodía masculina adulta, de tono extranjero y sensible, puesto que ese saludo estaba tropezado por un llanto interminable. Julieta estaba sobrecogida. La decisión de matar al móvil se alejaba de sus manos. La chica estaba paralizada entre la frontera de lo absurdo, la fantasía y la realidad. Se quedó pensando en esa corta conversación. Se suponía que los saludos servían para convocar a la cordialidad. En esta situación Julieta no lograba desanudar los nudos de la trampa atónita en que se encontraba. Me voy a pellizcar para despertar del sueño, pensó. El dolor sólo confirmó la realidad en la que se encontraba. A pocos metros se divisaba el buzón que Rosana le había indicado para sepultar para siempre el móvil. Miró hacia los lados para corroborar que en su alrededor nadie se estuviera riendo de una loca parada sin hacer nada. Emprendió de nuevo el rumbo hacia el buzón, decidida esta vez, a sepultar a ese maldito celular. En eso estaba cuando sintió la vibración en el bolsillo derecho y luego, como una corriente en todo su cuerpo, que la palideció como fantasma. La aguda melodía de sus campanazos retumbó en el estómago que se estrujaba con cada sinfonía. Quería estar segura que no se estaba volviendo demente y metió su mano izquierda en el bolsillo izquierdo y la derecha en el derecho. Montó cada móvil en sus manos y los exhibió para cerciorarse de quién llamaba. La eventual víctima gritaba majaderamente. - Hola, ¿quién habla?- contestó Julieta- ¿me puedes decir tu nombre?- inquirió exaltada. - Hola- contestaron desde el otro lado del teléfono, sin agregar más palabras a la conversación. Julieta trató de revisar las llamadas recibidas, pero el celular no entregó mayores datos, pues al no contar con su batería poco y nada servía en la búsqueda de respuestas. Sus botones no funcionaban, su pantalla estaba muerta y por dentro sus conexiones estaban tan cortadas como la relación entre su antigua dueña y el aparato Julieta estaba decidida a matarlo. Contra todo lo que pasara daría vengativa sepultura en la fosa común a ese inservible aparato. Caminó más rápido hacia el buzón, quedaban pocos metros. El mensaje Deposite Aquí lucía como el epitafio de una fosa común para una decena de celulares inservibles. Ahí estaban todos amontonados como cuerpos inútiles, viejos y jubilados. No tenían derecho a quejarse, menos a una sepultura justa. Cuando se enfrentó de frente le pareció escuchar los quejidos y lamentos de cada uno de ellos. Julieta metió su mano al bolsillo derecho y sacó el cuerpo inerte que por última vez insistió en sus llamadas. Esta vez la chica no iba a contestar, sin embargo, la curiosidad de saber quién avisaba, la obligó a intentarlo por última vez. Al otro lado de la línea se escuchó una voz masculina adulta, extranjera y sensible.

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