Migraciones, mayo - junio 2013, año III, número 0

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prados ajenos que hay que dejar casi intactos si es que se pisan, recepciones lujosas y alcoba de casa ajena. El migrante se inmortaliza a cada paso, la tierra lo parirá como dándole otra vida, lo hace pero no lo inventa.

La historia mexicana está fundamentada con el hacer, sin su desplazamiento tal vez la nube foránea que es el migrante antiguo no se hubiera trazado la nación que ahora tenemos. Sin el mito de Aztlán quizá no seríamos como en la actualidad somos. La diversidad de razas que hoy nos componen, cada una, nos soporta y nos purifica del desconocimiento, por eso es imperativo plantearnos primero a nosotros mismos la identidad del migrante no importando su origen ¿Qué busca, qué quiere de nosotros que somos los migrantes ya establecidos? ¿Cuál es la justicia que él se merece? ¿El olvido? La muerte de cualquier migrante significa la decadencia de su país. El migrante que muere, muere con la posibilidad de la poesía.

Puebla es un puente, siempre lo ha sido y ver gente ir y venir está en la naturaleza del puente; algunos no volvieron por voluntad propia mientras que otros jamás pudieron volver a pisar ese puente. La ciudad fue planeada para albergar españoles que hicieran de la Nueva España un recinto que negara la indispensabilidad de la mano nativa, la ciudad poblana debía ser entonces la consolidación de la conquista. Puebla es el prado que anduvieron Hernán Cortés y doña Marina, fue la alcoba de Iturbide, la recepción de Zaragoza, el puente de Maximiliano y Carlota, la casa de Catarina de San Juan, o sea Mirra, mejor conocida como La China Poblana, una de nuestras muy ilustres migrantes.

David Corona Río Arriba Puebla El sueño de Io Balam Itzcoatl Celedón Nieto

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