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Semblanza

Periódico

Francisco Mercado De la Rosa Un hombre con todo y con nada

Por Eduardo Salazar Jiménez

Una mañana de un domingo que no recuerdo, salí de la iglesia San Antonio, me dirigí a saludar a unos amigos que estaban en tertulia alrededor de la “banca de los inconformes”, exactamente donde la funciona la oficina del “Tribunal Superior de los Zapatos Rotos”, en plena plaza central. Entre ellos estaban Gabriel Cuentas Figueroa, Orlando Roa, Elías Martínez y otros. Tenían una conversación sobre hechos y personajes de Sabanalarga, dignos de ser guardados en la historia. Las diferentes intervenciones eran matizadas con risas y alegría. Coloqué oído atento, cuando Elías Martínez manifestó: “El hombre más rico, sencillo, alegre y feliz que he conocido en Sabanalarga es el señor Francisco Mercado de la Rosa. Nunca lo he visto de mal humor, aún con dolor de muela”. Me llamó la atención lo manifestado por Elías Martínez, porque por lo regular, los hombres ricos no son sencillos, ni alegres, ni felices, porque casi todo el tiempo de sus vidas están amargados, cuidando sus riquezas y pretendiendo armar el mundo de acuerdo a sus intereses. Motivado por la curiosidad de conocer a este hombre de singulares cualidades, un día cualquiera comencé su búsqueda, la cual se hizo infructuosa los primeros 30 días, porque nadie lo conocía y no quería que los tertuliantes conocieran mi propósito. No tengo pruebas, pero afirmo. En el escenario de la vida existen circunstancias que manifiestan que los hombres vernáculos tienen coordenadas comunes, que hacen que éstos se autodistingan recíprocamente a grandes distancias y se conozcan de cerca, ya sea, frente al éxito o a la adversidad –elementos vitales de la existencia humana-, es decir, se autodescubran como pares. Lo anterior me permitió encontrarme con uno de ellos, que precisamente estaba a medio palo. De inmediato le pregunté, que si conocía al señor Francisco Mercado De La Rosa. El me soltó una carcajada y me dijo: “Amigo ujté si está jodío, no conoce a Chico Ron. No sabe ujté de lo que se ha pecdío”. Acto seguido me dijo donde vivía: Calle 14 entre carreras 19 y 20, barrio Santander. Le di las gracias y partí en busca de este singular personaje. Una vez llegué a la casa de Chico, lo encontré sentado en una silla rimax, debajo de un palo de mango, de inmediato lo saludé con mucha satisfacción: ¡Señor Francisco Mercado De la Rosa! Se reincorporó, no salía del sobresalto, le parecía que la voz que pronunció su nombre, venía de ultratumbas. Se levantó, me entregó su mano temblorosa, sonreído, pero con un brillo en sus ojos –señal de lagrimas asomadas, por recuerdos lejanos-. Me respondió: A sus órdenes. Le comenté el motivo de mi visita, enseguida le pregunté: -Por qué se había puesto así. – Me dijo: “Amigo, hace más de 60 años que no escucho mi nombre de pila y parece que escuchara al padre Gómez, el día que me bautizó”. Sin preámbulos y con memoria fina me dio todas las respuestas requeridas: Nació Chico Ron en Sabanalarga en la calle 16 con carrera 18, en una casa que está al lado de Joselito Niño. Hijo de Pedro Mercado y Julia De la Rosa, ambos liberales. Es el segundo de 7 hermanos. Se casó con Mariana Cabarcas en la iglesia San Antonio, con quien procreó 7 hijos: 4 varones y 3 hembras. De éstos, 2 son pedagogos, uno trabaja en el municipio de Morales (Bolívar) y otro en Las Caras (Atlántico).

cioné el arte y lo ejercí con habilidad. Mis patrones fueron Pedro Barraza y Agustín García. De esa época es esta anécdota: “Petronita Marriaga vendía peto, puerta a puerta y nos daba crédito. Agustín García le debía un poco de plata, y cuando oyó el grito de Petronita, corrió y se escondió en el baño y me dijo: -Chico yo estoy en Barranquilla-, yo acepté, pero reaccioné enseguida, porque debía más que Agustín y cuando Petronita pegó el grito en la puerta yo corrí para el baño. Agustín me dijo: -¿Chico que haces aquí?-, yo le dije: “Cállate marica, que yo también estoy en Barranquilla”. Son muchas anécdotas en mi vida: Un día amanecí tomando tragos con Guillermo Márquez Mercado y Libardo Barraza, pero quedamos sin trago. Me dirigí a la tienda de Flórez, carrera 19 con calle 16 esquina. Le dije que me fiara una botella de ron. Flórez me dijo: -“Chico es muy temprano para fiar ron”, yo le dije: “No te preocupes, me la das ahora y la apuntas a la tarde”. Chico, con satisfacción manifiesta: “Soy un hombre bendecido por Dios, que me ha regalado muchos amigos, entre ellos: Arturo Berdugo (el negro), Carmen Ávila (La chachi), Guillermo Márquez Mercado, Libardo Barraza, Gil Arias, pero en especial gocé de la amistad del Dr. Hernán Berdugo, quien no me dejó pasar hambre, él me nombró en el mercado viejo, de celador por más de 20 años. “Un día amanecí tomando, me cogió el sueño y abrí el mercado tarde. El negro Berdugo era el alcalde, molesto por mi acción, expidió la resolución de mi despido, pero yo me enteré y no iba a dejar botar. Madrugué, mandé a preparar unas arepas especiales y se las llevé a la Chachi (esposa del negro). Cuando el negro salió para la alcaldía, yo llegué de nuevo donde la Chacho, quien al verme se sonrió y no me dijo nada. Yo entendí el mensaje. El alcalde me mandó a llamar, yo fui, me pegó mi vaciada, pero no me botó. Cuando bajaba las escaleras de la alcaldía, Guillo Márquez me preguntó: “¿Chico, como fe fue?”, le dije: “¡Qué va!, no aguantó una arepa é huevo”. Son muchas anécdotas, pero… Chico Ron y el Dr. Hernán Berdugo gozaban de una amistad entrañable, tanto es así, que cuando en una tertulia se habla del Dr. Hernán, aparece Chico en escena y viceversa. Por casualidades de la vida, cuenta Chico: “Cuando el doctor Hernán enfermó, el día que se lo llevaron para una clínica de Barranquilla, yo estaba en la esquina del doctor Liborito, y él al verme, me saludó con sus ojos fijos y su mano en el aire, con las puntas de los dedos hacia abajo. Observé que iba mal y dije dentro de mí: El jefe va moribundo,…se jodió esta vaina. Y así fue: Hernán murió y se jodió Sabanalarga. Le agradezco a Dios, porque me dio la oportunidad, de ser el único sabanalarguero, de quien él se despidió en esta tierra antes de morir”.

Su abuelo paterno, desde niño lo llamó Chico y de ahí perdió su nombre Francisco. Contó que se tomó su primer trago de ron a los 17 años por casualidad: Julio Berdugo, -mayordomo del doctor Hernán Berdugo-, visitaba al lado de su casa a una hermana de Joselito Niño y le daba a

cuidar unas botellas de ron, mientras hacía la visita, con derecho a tomarse unos tragos: “Ahí aprendí a tomar ron sin profesor y como seguí la carrera sin parar, me gané el nuevo apellido Ron”. “Aprendí la talabartería, siendo un muchacho, como auxiliar de Lucas Gómez, mas tarde perfec-

Chico, hoy con 84 años a cuestas, es un ser humano excepcional, con nada material en sus manos, pero con todo en su alma; tiene una inmensa riqueza espiritual, con un hogar feliz al lado de sus hijos y un puñado de amigos que lo aprecian. Además goza de dos nombres, uno de pila bautismal y otro popular, que necesariamente habrá que colocarlos en la lápida, el día que su crepúsculo se nuble, para que viva en la eterna memoria de Sabanalarga, y además porque Chico es un vernáculo que merece trascender el más allá.


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