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El Teatro de Títeres

El Teatro de Títeres

Es bien sabido que dentro de la diversidad de manifestaciones de la dramaturgia infantil, el teatro de títeres es uno de los más cultivados en los actuales momentos. Inclusive esta

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modalidad es una de las que más ha evolucionado positivamente.

Muestra de ello es que existen en este tipo de teatro diversas manifestaciones de representación como son: plano, de varillas, de vara, de guante, de dedo, de barra, marotes, de boca, bunraku, marionetas de hilo, sombras, teatro negro, con retablo, sin retablo, de mesa, de pistolete, etc. Más las infinitas combinaciones entre ellas y las variaciones de tamaño.

Según Cerda, G. y Cerda, H. (1994, p. 1), el teatro es el medio audiovisual más efectivo y poderoso, aun más que la televisión, no sólo porque traslada a los espectadores a un mundo maravilloso, el de la infancia de los pueblos, sino porque permite el intercambio, la comunicación de viva voz entre el títere y el público. A lo que Rivera, L. (2009, p. 10) añade que el teatro de títeres es el teatro llevado a su mayor grado de simbolización. Aquí lo objetivo se halla representado por el objeto.

Castro, C. (1972, p. 552), sobre este particular, sostiene que en este teatro el niño vibra, porque se incorpora a los muñecos, vive el mito y la fantasía que estos realizan, está cerca de su psicología y de sus intereses. El títere es el único humor que entiende el pequeño. Él se incorpora absolutamente al guiñol. Ha de triunfar el protagonista siempre, y ha de sucumbir el malo. Son los títeres –dice Ángeles Gasset– la moraleja plástica y accionada, la que puede llegar al niño con grandes posibilidades de fijación, la que está dentro de esa mezcla de lo real y de lo imaginativo, el cual es el mundo donde está inmerso el ser infantil.

Para Rodríguez, I. y López, V. (1990, p. 177) mediante este arte se favorece la educación estética de los niños, pues se relacionan con las palabras artísticas que se emplean en los textos y con la representación que hace el títere guiado por el educador, la decoración, los muñecos, el vestuario y la música. Además, el uso del títere es un poderoso

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medio para desarrollar el lenguaje del (la) niño (a) debido a que propicia la activa participación en el desarrollo de los diálogos.

Se precisa que dentro de las características que debe poseer esta modalidad dramática, al decir de Javier Villafañe, citado por Disla, R. (2006, p. 11), se encuentran la acción y las pocas palabras. En ese tenor, para Disla, R. (2006, p. 12) un teatro de síntesis [títeres] nos acerca a la claridad y al misterio. Para hallar lo esencial de un carácter, de una historia, de un movimiento, hay que aclarar: reducir las acciones complejas a unos gestos simples y limpios, que nos conducen a la intensidad, logramos un público atento, metido en la atmósfera, flotando en la poesía, sujetado por las metáforas que son los títeres, preguntándose qué vendrá luego. Y eso es el misterio.

En ese sentido, Eduardo Di Mauro, citado por Disla, R. (2006, p. 186), expresa que el teatro de títeres es un teatro de síntesis. Esto abarca el carácter de los personajes, el tema de la representación y las acciones y movimientos de los muñecos. El carácter del títere es único: un envidioso, un avaro, un mentiroso, un ladrón.

Claro, el ladrón puede ser mentiroso, pero debe mantenerse el carácter predominante sin realzar o llevar a un plano de importancia el segundo. El tema, como en el cuento, debe ser uno solo. Y los movimientos son precisos y van directamente a su objetivo. Es diferente del teatro de actores donde, con frecuencia, antes de llegar a un objetivo, el actor realiza acciones secundarias. En el teatro de muñecos, las acciones secundarias se eliminan.

Al referirse al carácter sintético de este teatro, Rivera, L. (2009, p. 15) sostiene que el mismo mantiene todas las relaciones intrínsecas al teatro general, pero lleva esa sintetización al extremo, ocasionando una serie de coordenadas simbólicas al máximo entre los elementos del encuadre dramático.

El titiritero debe llevar a cabo un juego de sintetizaciones extremas de elementos clave del marco teatral, siendo la más obvia la referida al personaje ya que no se trata aquí, ni siquiera del cuerpo propio del actor, sino de un objeto que representa (simboliza) al personaje. O sea, que lo simboliza a él mismo.

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Un teatro de títeres debe estructurar con el objeto una serie ininterrumpida de acciones, cada una significante (y por lo tanto, asombrosa) en sí, construyendo modos expresivos ajustados a éste, donde no hay palabras de más o de menos, cada una de ellas con efecto expresivo propio, y a la vez coherente con la totalidad del mensaje. Este virtual lenguaje titiritero condiciona, a su vez, la percepción del intérprete y ocasiona impulsos y reacciones espontáneas acordes con la forma que asume la acción.

El teatro de títeres es, según Di Mauro, citado por Disla, R. (2006, p. 186) un teatro de contrastes. En la tradición del teatro de títeres, el maniqueísmo –el juego de la bondad y la maldad– es imprescindible. No porque el mundo sea tan simple, sino porque mantiene la ley de la síntesis y la sencillez de la historia. La violencia es grotesca, cómica y festiva en el teatro de muñecos. Lo que otros géneros no pueden exhibir, porque la violencia en ellos es grosera, insidiosa y deformadora de la mente infantil.

La historia en títeres nunca debe complicarse. El diálogo es preciso, cortante, sintético. La palabrería hueca aquí no vale. A veces es preferible callar. Tres palabras dirán mucho más que un discurso, si hay que pronunciar alguno. Las palabras son parte del carácter y de la acción; la palabra nunca debe interrumpir la acción: los diálogos deben nacer del conflicto. La acción nunca debe detenerse, y menos para que el muñeco se ponga a hablar trivialidades.

Según Artiles, F. (1998, p. 131) el títere es una generalización, una abstracción representada por una figura, una metáfora y una alegoría, por tanto el mundo que genera a su alrededor tendrá características metafóricas y alegóricas y, como nos dice Acuña, J. (1998, p. 139) como toda metáfora, el títere recurre a la imaginación del público para completarse significativamente, y de esa manera provoca el goce estético de ir penetrando en el contenido de la obra de arte.

Ahora bien, con respecto al títere, Acuña, J. (1998, p. 119) señala tres aspectos principales que posee éste. El primero es el aspecto estructural: el títere siempre se presenta como un objeto material construido con determinados materiales y diversas formas. Es en esta forma que el títere se considera como una estructura material.

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El segundo es el aspecto funcional. Aquí la condición básica del títere es la acción y el movimiento. El títere es una estructura material concebida para funcionar de una determinada manera, y el titiritero lo usa para fines específicos en la representación. En este sentido, el títere es siempre un instrumento. El tercero es el aspecto dramático. El títere es un instrumento para ejecutar acciones dramáticas. El títere ha sido concebido para ser un determinado personaje, es siempre el personaje.

Con respecto a los personajes, Cerda, G. y Cerda, H. (1994, p. 1), sostienen que estos están dotados de una vida extraña que les infunde el que los maneja; los muñecos se apropian del alma y la mente del titiritero y éste prácticamente se transforma en el momento de actuar en el personaje escogido.

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