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Oro en la lejanía o los naufragios que acercan orillas

Presentación de Micaela Paredes, el 26 de octubre de 2022, en el café junto a la librería Acentto, Viña del Mar.

ción, con el pulso que da y recibe, abierto a lo de más allá, receptivo a nuevas cercanías. Oro en la lejanía nos recuerda lo incesante de la dinámica –a veces áspera, a veces delicada–entre movimiento y quietud, adentro y afuera, entre el cuerpo como motor de acción, y como receptáculo, catador de intuiciones interiores. Me parece que ese es el quid que decanta en reflexión, por ejemplo, en el poema “Desde el muelle ‘La Esmeralda’”:

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El fluir eterno, el devenir o la fijeza de lo igual a sí mismo. ¿Es más hermoso ver las cosas en el camino o cuando crecen imprevistas hacia adentro en un lugar que elegiste habitar?

Entrar en este libro de Alicia Genovese es dejarse inundar por las aguas de lo aparentemente ajeno pero en el fondo íntimamente compartido, con lo humano y lo natural, en sus mareas adversas y sus reflejos más sutiles. Es reconocerse orilla provisoria y cambiante, que al entrar en contacto con el mundo lo afecta y se deja afectar por él, en esa alquimia que ofrece la palabra vuelta ojo, tacto y oído. Los varios viajes que estos poemas nos invitan a emprender confluyen y decantan, una vez que hemos llegado al final de sus páginas, en un solo movimiento, ya no vector hacia alguna parte, sino espacio habitable con la respira-

Hay en estos poemas una tensión orgánica entre, por una parte, la intimidad que se experimenta en las relaciones sostenidas con lo que está unido a un lugar concreto –lugar que puede ser también una historia, memoria, anhelo, temor, a un ser, humano o no humano–y por otra parte la intemperie vertiginosa, que descentra y empuja a otras fronteras, físicas y anímicas.

La voz o las voces que confluyen y dialogan a lo largo de las secciones del libro las escucho y las siento como un gran pero tenue coro que canta, padece y celebra la condición de extranjería en sus diferentes dimensiones.

De entrada, está la extranjería concreta, legal y hostil de la primera parte, “Migraciones”, donde las diferentes voces que dan cauce a sus historias de desarraigo y naufragio son, a fin de cuentas, manifestaciones de una misma y compartida extranjería: la de ser mujer. Así lo leo en el poema “Expatriada”, en que la voz singular de esa yo que tratada con hostilidad en la frontera del Norte pasa a ser todas las mujeres, a ser la mujer:

Aquí soy la mujer demorada durante horas por el imperio, peligrosa en su contrariedad.

A esta extranjería territorial, corporal, política, se suma la que nos hace aguzar los sentidos en la sección titulada “El oído interior”, y que nos conecta con las aguas internas, contemplativas, sensibles a los intercambios con el afuera inmediato y natural. Cito parte del poema “La vida previa”:

¿Qué se sabe del corazón de los jacarandás antes del estallido en ese azul, que se nombra violeta que se nombra celeste, seda incuestionable si la dejás brillar desde tus ojos?

Finalmente, en la sección llamada “Demoras”, percibo una tercera forma posible de extranjería que se convierte en abrazo de distancias y diferencias. Aquí la voz se proyecta hacia el pasado, hacia las posibilidades futuras, y hacia las manifestaciones vitales que nos emparentan a nosotros humanos con animales y plantas, y nos hacen cuestionar las fronteras de lo que llamamos “yo”:

Sabés del movimiento, conociste la migración de grullas en el norte, sus cuellos largos, extendidos sus gargantas chillonas. La potencia arrebatadora de las partidas dentro de esa visión fugaz. Conociste en las pendientes de montaña la pérdida de firmeza, caíste de pronto en la nieve del sur, en lo azaroso que también hace reír.

Entre esos ires y venires de las tres partes señaladas, los “intervalos” se me aparecen a la vez como pausas y puentes, conectores de los varios espacios, tiempos y experiencias vitales que palpitan en los poemas. Aquí el ojo se aleja de la escena y la palabra se desdobla, pensándose a sí misma, midiendo y palpando sus alcances, como comunicación, como canto, como herramienta. Oro en la lejanía conecta lo ínfimo y lo cósmico, acerca lo aparentemente “otro”; religa la experiencia personal con la de todo lo viviente, invitándonos a reconocernos en la superficie y en la profundidad, en la humedad del contacto y en los confines de lo que espera aún por ser descubierto y recreado en la palabra, como en el poema “Religare”, con el que termino:

Se trata de eso, religar, hacer que la tierra sea tierra, vuelva a serlo con nosotros atados a ella, atados a los lazos que devuelven confianza, a la palabra de la protección.