Revista Uruguay Natural

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Por Javier Santomé

Corría el año 1987. Con la pasión por el dibujo, la arquitectura y apenas 17 años de edad, mi padre me dice una tarde de domingo… “mañana te espera Hugo Barletta en su oficina del Hospital Maciel”…” ¡andá bien vestido!”. Hugo era un amigo entrañable de mi padre y compartían el hobby de la caza menor, acudiendo varias veces por año en temporada de pluma. Precisaría un libro para describir el respeto, la amistad, el compañerismo y el cariño que Hugo y mi viejo se tenían mutuamente. De profesión Arquitecto, sus estudios y especialidad era la Arquitectura e Instalaciones Hospitalarias. La sociedad tiene hoy su legado, el nuevo Hospital Maciel, todas las obras de remodelación y ampliación del viejo Hospital, salas, quirófanos, consultorios y equipamiento, y varias obras similares en el Hospital de Clínicas. Aquel lunes cambiaría mi vida para siempre. Me dio mi primer trabajo “en serio”, y con él una proyección de futuro, de la que no dudo hoy en mi vida profesional Hugo tuvo una grandísima incidencia. Y si hoy dedico estas líneas en la Revista, es porque algunos de sus consejos y educación laboral, me pusieron en este lugar de la vida. Estuvimos cinco años juntos. Hermosos años donde compartimos la responsabilidad del trabajo, donde me educó en las formas y estilos de una responsabilidad como la de ser su mano derecha, frente a obras de gran dimensión e ilustres profesionales de la Industria

de la Construcción. Un día, aquella pasión de la caza menor que mi padre, Héctor Santomé Dupont, y mi nuevo Jefe Hugo Barletta Ferreira compartían desde hacía años, llegó hasta mí con una invitación. Algo que hasta ese entonces ellos compartían con sus dos hijos mayores, o sea mi hermano Héctor y Pablo Berletta y el Abuelo Alliaume,

Allí nos esperaba un campamento al que nada faltaba, y el auto con tráiler desbordaba de elementos para un buen confort. Aquella fría madrugada, en que pasamos a buscar a Hugo por su casa, comenzó un cuento, algo que ya era tradicional en ese grupo de amigos. Recuerdo que mi padre le dijo con esa picardía que compartían… “Hugo…por favor hacelo cortito…”, “si Héctor, como siempre” respondió Hugo. El terrorífico cuento comenzó en la calle Blvar. Artigas y terminó 3 horas después en Ombúes de Lavalle. Sangriento, escalofriante, perfectamente inventado a cada minuto, pero hilado y detallado, trataba de un tenebroso asesino llamado el Conde Duque de Manito, de cuyo Castillo, situado precisamente en esa localidad a la que íbamos, emanaba por las noches sangre de sus paredes, mudas testigos del horror de sus crímenes que escondía entre ellas y que Hugo narraba con detalle de detective. Pero mientras pasaban las horas, el terror lo hacía más atractivo y atrapante, al tiempo que no entendía porque cada tanto mi padre al volante esbozaba cierta sonrisa. Por ratos Hugo hacía siHugo Barletta y Héctor Santomé lencios de 4 o 5 minutos, tan tenebrosos como el cuento mismo. En ese silencio que todos respetaban, él retomaba ese libresuegro de Hugo. Qué sencilla hacía Hugo la división to inventado, más puro y mágico que entre el Jefe y el amigo, y qué res- cualquier música que pudiera acomponsabilidad la mía de no traspasar pañar a un viaje en la madrugada. esa tentadora barrera que confunde a El volumen de la voz de Hugo fue disminuyendo increíblemente, protanta gente. El lugar predilecto era Ombúes de La- gresivamente durante las 3 horas, al valle, en la Estancia de “Don Manito”. punto que tenía que esforzarme por


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