Revista de viajes Magellan Nº41

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Campos de piña en Moorea

Primitivo Garate ante las montañas de Moorea

pudimos distinguir perfectamente las dos bahías que había mencionado Mario, y que entran como estrechos brazos de mar separadas por la impresionante cima encrestada del monte Rotui. Dice una leyenda que su forma actual de debe a tres guerreros que rodearon la montaña con una cuerda y la arrastraron unos metros por el mar antes de ser convertidos en piedra por el dios Tane. Sea como sea, las altas montañas de Moorea son uno de los símbolos más famosos de la isla, y su belleza, especialmente a la puesta de sol, es la razón por la que muchos consideran esta isla como una de las mejores de la Polinesia Francesa. Eso mismo opina Primitivo Garate, un roncalés de 74 años que visitó Tahití por primera vez en 1977 de viaje de novios con su primera mujer. Años después se divorció y tras estar viviendo en Estados Unidos unos años decidió regresar a las islas

que tanto le habían gustado. Aquí se casó con una nativa y ha vivido desde 1991 en el paraíso. Me lo presentó un amigo común Patxi Uriz, que siempre decía que Primitivo, Primi para los amigos, era un privilegiado por vivir ahí. −Bueno, tanto no, quizás −me contó Primi mientras me llevaba en su coche para conocer algunos de los rincones de Moorea−. Pero aquí la vida sí que es más fácil. Hay inconvenientes, claro. El calor es uno de ellos. Y

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