Lee+ 137 Literatura y generación X

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La balada Johnny Ringo de B

eck negó que Loser fuera el himno de los jóvenes de esa época. “Tengo amigos que se volvieron millonarios con el internet”, argumentó el músico angelino en una entrevista. Más que el éxito meteórico de los supuestos losers de la Generación X, me atraen los perdedores de la generación anterior. Te pido un poco de empatía, querido lector. Imagina que eres un chico de Duluth, Minnesota. Tu nombre es Johnny Atkins, pero lo cambias por Johnny Ringo, en honor al pistolero de Arizona. Llegas en un Greyhound al Sunset Strip en 1989. Tus únicas pertenencias son tu bajo eléctrico y tu amplificador. De día trabajas en una pizzería y por las noches te pintas la cara como si fueras actriz de telenovela mexicana. También retacas tu melena de laca, porque ésa es la moda. Cambias tus pantalones desteñidos por mallas de licra, tu playera de algodón por una camiseta de red sintética y tus botas vaqueras por unas de terciopelo que te llegan hasta las rodillas. Desde un teléfono en Hollywood & Vine les llamas todos los martes a tus viejos en la granja y les aseguras que no te has afiliado a ningún culto satánico y que mantienes tu nariz limpia (al menos por el momento). —Sigue así, Johnny —te dice tu madre. Respondes a un anuncio publicado en la revista Music Connection, donde una banda llamada Underdog busca un bajista parecido a Robert Plant, pero con la voz de Bruce Dickinson. Estás un poco nervioso, interpretas Train kept a rollin’ y, a pesar de desafinar bien feo, resultas elegido entre los otros doce muertos de hambre que acuden a la audición, más que nada porque eres bien parecido y el sixpack en tu abdomen. Desgraciadamente, ninguno de estos atributos paga la renta y tu casero te hecha con todo y bajo. La musa llamada hambre te visita en la banca del parque donde duermes y esa noche, inspirado, escribes la letra de Banana Split sobre una grasosa caja de pizza. “Baby, prueba mi banana split / Sabe tan rica que te hará llorar de felicidad / Mi dulce banana split, ¡yeah!”. Banana Split es tu sesudísimo comentario social acerca de la Guerra en el Golfo Pérsico y la Caída del Muro de Berlín; tu Imagine, tu The Times They Are A-Changin’. El tema cobra vida en los ensayos de la banda y es interpretado por primera vez la noche que Underdog le abre a Motley Crüe en el Whisky a Go, donde llama la atención del ejecutivo de Geffen Records: Tom Zutaut. A Zutaut le encantó Banana Split y te presenta un contrato discográfico, el cual tú y tus amigos firman ahí mismo. Ni siquiera te molestas en leer la letra chiquita. Underdog graba el álbum Banana Split y éste se convierte en un éxito. En el video musical una rubia en bikini aparece comiendo un banana split mientras tú cantas. Lo transmiten todo el día en Mtv y Underdog emprende una gira nacional que arranca llenando estadios. La cocaína fluye como si el camión de tu banda hubiese sido acondicionado para Tony Montana. En el hotel Waldorf Astoria, de Nueva York, participas de una orgía con un actor de Hollywood, tres modelos europeas, un moreno transexual y dos enanas. —Me encantó tu trabajo en Full Metal Jacket —le dices al protagonista de Platoon.

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—No salí en esa —repone Charlie Sheen, muy serio. El transexual y las dos enanas estallan en carcajadas. Las modelos no entienden el chiste porque no hablan inglés. Rockeas toda la noche y apenas duermes de día, pero tienes 19 años y tu cuerpo tolera esos excesos. Llega el año de 1992 y notas algo raro. Cada vez hay menos gente en tus conciertos. Menos jóvenes, sobre todo. El Jannus, en St. Petersburg, se encontraba lleno a la mitad. Lo mismo ocurre en el Massey Hall de Toronto. ¿Por qué hay tantas camisas de franela por doquier? Underdog está perdiendo dinero. Carl Bauer, manager de la banda, decide cancelar el resto de la gira. —¿Qué está pasando? —le dices. —Es la recesión —responde Bauer, nervioso. —¿Cuál recesión? Una nota escrita por Alonzo, tu dealer, te espera en tu residencia en Brentwood. En dicha nota se te informa que debes 91,000 dólares en cocaína. Lo peor es que la mayoría de esa droga fue esnifada por un tal Mike Sabo, primo de un vecino tuyo de Duluth que sueña con ser actor, vive en tu casa, se come tu comida y se la pasa diciéndote que eres el mejor compositor desde Brian Wilson. No puedes saldar tu deuda con lo que tienes en tu cuenta bancaria, pero no hay por qué entrar en pánico, Johnny. Solo hay que llamarle a tu agente y ver por qué se ha retrasado el pago de tus regalías. —De hecho —te dice—, ya se te depositó. Sí, recuerdas un depósito de doce mil dólares que no sabes de dónde salió, pero eso no pueden ser tus regalías semestrales, ¿o sí? Sientes un vacío en la boca del estómago, tu ritmo cardiaco se acelera, tus piernas se te hacen de agua. —¿Qué está pasando? —exclamas, aterrado. Ahí es cuando escuchas por primera vez la palabra “Nirvana”, el fenómeno musical causante de todas tus desgracias. Terminas de hablar con tu agente y recibes otra llamada. Alonzo, de nuevo. Amenaza con romperte los dedos con los que tocas tu guitarra si no pagas antes del 31. —Toco el bajo —gruñes, antes de colgar. Sales de tu casa. Mike Sabo te pregunta a dónde vas. —Mike, ¿has escuchado a una banda llamada Nirvana? —Es mi favorita… después de Underdog, claro está. Subes a tu Mustang del 66’ y conduces hasta la Tower Records en West Hollywood. Adquieres el cedé con la portada del bebé nadando desnudo en la piscina. No parece la gran cosa. El chico del otro lado de la caja registradora te reconoce: —¡Eres el Banana Split Man! El resto de los empleados de la Tower Records te miran con una mueca burlesca. En tu mansión te espera otra llamada de Alonzo. Contestas el teléfono. —Te romperemos los dedos y después… —Sí —lo interrumpes—, lo que tú digas. Oye, ¿conoces una banda llamada Nirvana?


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