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También a mí me gusta mucho Bradbury. Me encanta la manera en que usa la ciencia ficción para hablar de lo cotidiano, lo bueno y lo malo. Por ejemplo, de cómo estamos acabando con el mundo. Cuando leí sus Crónicas marcianas (Booket) pensé que iba a toparme con historias tipo Los Supersónicos (¿alguien se acuerda de esa caricatura?) pero no; o bueno, no nada más trata de eso. Si no lo han leído y se animan a echarle un ojo, acuérdense de mí cuando lleguen a “Vendrán lluvias suaves”, uno de los cuentos más poéticos y, al mismo tiempo, uno de los más terroríficos y melancólicos que yo haya leído. De verdad.
RAQUEL CASTRO
Debo confesarlo: de niña yo tenía una fascinación absoluta por el fin del mundo. Mi familia, mi abuela en especial, asistía a una iglesia protestante donde se le daba mucha importancia al apocalipsis. A mí esas historias de muerte y destrucción me aterraban, pero creo que lo más impresionante de todo era que nos hacían mucho énfasis en que podía suceder en cualquier momento. Así, cuando llegaba a casa y no veía a mi abuela en la cocina, mi estómago se convertía en pelota de ping-pong y yo pensaba ¡Zaz! ¡Fue el Rapto y me quedé! Ah, porque uno de los elementos más impresionantes del apocalipsis era la parte en que los Justos, es decir, los buenos, iban a desaparecer sin decir ni agua va y que los malosillos se quedarían a presenciar la debacle. Y, a saber por qué, yo estaba segura de que me iba a quedar entre los malosillos, qué caray. Y, bueno, yo hacía las tareas el día que había que entregarlas: ¿Qué tal que se acaba el mundo antes?, pensaba, ¿y yo ni disfruté mis últimos momentos de diversión por estar haciendo planas o maquetas o lo que fuera? También me esperaba al último momento para lavar los trastes, arreglar mi juguetero y, en ge-
neral, para todas las actividades que me daban flojera o que me disgustaban. Con el paso del tiempo dejé de tener miedo de ese fin del mundo, pero algo me quedó. A lo mejor por eso soy tan entusiasta de los libros con zombis o historias que ocurren en un futuro no muy lejano pero sí muy dado a la desgracia. Entre ésas, una que disfruté muchísimo es el cuento “Las últimas horas de los últimos días”, de Bernardo Fernández, Bef. En esta narración, una pareja de adolescentes se mueve por una Ciudad de México en ruinas, como salida de una película de Mad Max o de Conan el Bárbaro, o de las historias de La Gran Guerra de los Champiñones en Hora de aventura. Me encanta que está todo decadente, pero que puedes reconocer los escenarios y la idiosincrasia mexicana, en lugar de que parezcan calca de personajes gringos. Y aquí tengo una buena noticia: este cuento, buenísimo, y otros también excelentes de Bef, acaban de ser reunidos en un libro nuevecito, Escenarios para el fin del mundo (Oceano). Esperen en él ciencia ficción, cultura pop y un humor ácido, con guiños a autores como Ray Bradbury, que es uno de los favoritos de Bef, según sé.
LOS+VENDIDOS GANDHI CIUDADES DE PAPEL John Green NUBE DE TINTA
LA HEREDERA Kiera Cass ROCA EDITORIAL
DONDE HABITAN LOS ÁNGELES Claudia Celis Aguirre SM
Yo supongo que el tema del fin de la civilización, o de la humanidad, es algo que nos obsesiona desde que empezó a haber civilización (o humanidad). Por algo las culturas antiguas tienen, casi todas, historias de diluvios o destrucción total. Seguro todos ustedes han escuchado alguna vez (o muchas, si tuvieron una infancia parecida a la mía) sobre la destrucción de Sodoma y Gomorra, un mito judeocristiano muy intenso, que ha sido, desde entonces, inspiración para muchas narraciones. Mi versión favorita es “La mujer de Lot”, un cuento de Verónica Murguía que aparece en su colección El ángel de Nicolás (ERA), donde se explora la tristeza, la impotencia y la deses´ peración de quien sabe que su universo está a punto de desaparecer. Por cierto, el resto de los cuentos de este libro también se ubican en “la antigüedad”, pero, como Bradbury, el escenario es un pretexto para hablar de cosas que nos preocupan aquí y ahora. Y ¿qué pasa cuando el mundo que se acaba no es el de afuera, sino el de adentro? Eso más o menos es lo que pasa en El año terrible, de Tamar Cohen (SM Ediciones). En este libro, que acaba de ganar el Premio de literatura juvenil Gran Angular, no hay zombis, ni meteoritos amenazando al planeta; no hay un dios vengativo ni vampiros. Pero de todos modos hay una hecatombe, sólo que a otro nivel; la protagonista, una adolescente, de pronto ve desmoronada su cotidianidad por la culpa de una enfermedad: la depresión. Ya no soy niña, pero sigo teniendo una fascinación por el fin del mundo, aunque ahora prefiero que sea mediante libros como los que les platiqué y no de mis neurosis. Y eso sí, ya no tengo pretexto para no hacer la tarea o no lavar los trastes (y hoy tengo muchísimos. ¿No podría venir una horda de zombis, si no a terminar con el mundo, a ayudarme con mi quehacer?). +
JÓVENES
LA ISLA DE LOS PERDIDOS Melissa de la Cruz PLANETA JUNIOR
THE MAZE RUNNER. CORRER O MORIR James Dashner VYR