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POR ISAURA ZERMEÑO

MÉXICO negro MÉXICO NEGRO Y QUERIDO Paco Ignacio Taibo II PLAZA Y JANÉS

HIELO NEGRO Bernardo Fernández, Bef GRIJALBO

DISPAROS EN LA OSCURIDAD Fabrizio Mejía Madrid SUMA DE LETRAS

Tipografía diseñada para las Olimpiadas de México 1968.

MÉXICO NEGRO Francisco Martín Moreno JOAQUÍN MORTIZ

En muchos sentidos México es un país de color negro. En los tiempos que corren es difícil separar esa tonalidad que se asocia con las malas noticias, los nubarrones en el horizonte y los moños de luto. La literatura refleja mejor que cualquier otra disciplina los colores que predominan en un país. No sólo se trata del color favorito que utilizan los mariachis o los sacerdotes, es el color de uno de los recursos que definieron el curso del siglo XX y que al agotarse supondrá una radical transformación para toda la humanidad.

Aunque se dice que la ciudad de México es un sitio más seguro, barrios emblemáticos como Tepito o la colonia Doctores siguen siendo en estos relatos los centros neurálgicos del hampa y del crimen, a pesar de las evidencias policiacas que revelan que hasta los delincuentes han cambiado las vecindades llenas de vericuetos por zonas más exclusivas de la ciudad. México negro y querido es el libro ideal para no olvidar que todas las ciudades poseen facetas oscuras, de manufactura negra, donde al amparo de la noche florecen entretenidos relatos policiacos.

Es el caso del petróleo, esa materia natural que descansa en las profundidades de la tierra y del océano. El equilibrio de todo el país depende de él y al mismo tiempo ha sido su condena. No en balde Ramón López Velarde, en el más famoso de los poemas nacionales, se refirió a los hidrocarburos como “el venero del diablo”.

Hablando de modernos dealers y narcos, Bernardo Fernández, Bef, nos cuenta en Hielo negro de una poderosa droga de diseño que supone una revolución total en el mundo de los estupefacientes. Para enfrentar a Lizzy Zubiaga, la líder del Cártel de Constanzza, que además sabe de arte y le gusta la creación, la comandante Andrea Mijangos, mujer corpulenta, se enfrenta a una organización nebulosa que no duda en exterminar a quienes se les atraviesa en el camino. Hielo negro es una historia veloz, que avanza con mucho vértigo y aderezada con el siempre poderoso combustible de la venganza, ese deseo que nubla la vista por completo, hasta ennegrecer los ojos y dejarnos ciegos.

Francisco Martín Moreno narra esa historia de tonalidades oscuras en México negro: la de un recurso que ha significado mucho para la historia nacional, sobre todo para las grandes potencias que durante muchos años, prácticamente desde el Porfiriato, se apoderaron de él, lo que significó riqueza y crecimiento para unos cuantos. La Revolución Mexicana ocurre bajo el patrocinio de Estados Unidos e Inglaterra, quienes apuestan al mejor postor, es decir, al revolucionario que les garantice la libre depredación del suelo mexicano. A pesar de la expropiación llevada a cabo por Cárdenas, catapultándolo como uno de los presidentes más célebres y famosos sólo después de Benito Juárez, hoy en día esa inmensa riqueza continúa siendo un jugoso botín para manos nacionales y extranjeras. México negro es un libro extenso, contada a partir de la óptica de personajes de ficción que interactúan con otros que, en muchos casos, hubiera sido preferible que sólo nacieran de la mente de un novelista perverso. México negro y querido consta de doce relatos policiacos que suceden en la ciudad de México. Se trata de historias narradas por Paco Ignacio Taibo II, Óscar de la Borbolla, Bef y F. G. Haghenbeck, entro otros, que se aventuran por las calles de una ciudad a veces traicionera, donde los mismo puede ocurrir una balacera que el estallamiento de los Judas de cartón en semana santa. En los textos aparecen personajes recurrentes: desde los policías judiciales corruptos y mezquinos que lo mismo pueden cometer fechorías que organizarlas, ladronzuelos de poca monta y uno que otro aspirante a sicario o dealer, hasta las nuevas generaciones de narcotraficantes, menos proclives al gusto kitsch y más cercanos las exposiciones del MOMA, y que han cambiado las sábanas de seda por unas de algodón de cuatro mil hilos.

Gustavo Díaz Ordaz descansa en el Panteón de los villanos de México, junto a personajes como Santa Anna, Iturbide y Daniel López, “El Satánico”. En Disparos en la oscuridad, Fabrizio Mejía Madrid investigó durante varios años a un personaje que encarna, como nadie, el espíritu negro, algo así como el lado oscuro de la fuerza. Aunque Díaz Ordaz siempre se dijo poblano, en realidad nació en Oaxaca, pero hizo todo lo posible por pertenecer a la clase política de Puebla, siendo su padrino el truculento Maximino Ávila Camacho, otro ilustre habitante del panteón de los villanos mexicanos. La narración incorpora los recuerdos juveniles de Díaz Ordaz y su formación política desempeñando cargos menores y participando activamente en sus primeros actos represores. Al final de su mandato, y tras asumir todas las culpas habidas y por haber después de la matanza del 2 de octubre, Díaz Ordaz se convirtió en un hombre con delirios de persecución; estaba seguro que los médicos, o los obreros, o los ferrocarrileros (a todos ellos combatió activamente) atentarían en contra de su vida. La locura de su esposa y su posterior muerte, sumado a la pérdida de la visión que fue agudizándose, parecen ser, a la manera cristiana, un castigo divino. Si un libro como Lo negro del negro Durazo deja en claro que en toda historia de familia siempre hay alguien a quien le dicen “el negro”, y que los personajes de carne y hueso pueden ser los más oscuros y nefastos en la vida de una nación, que México esté pintado de negro no debería de sorprender a nadie. +


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