Revista Exceso edición nº 144 agosto 2001

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Con la misma terquedad de un sabueso que ha dado con la esencia del hombre que persigue, esta reportera venezolana anduvo pegada a los talones de Vladhniro Montesinos durante meses, casi se diría que sin comer ni dormir ni acordarse de su vida familiar. A pesar de las negativas del gobierno y sus más conspicuos representantes, el tiempo le dio lo único que quería: la razón

Milagros Socorro

U

n poquito. Sólo falta completar una tarea por aquí, amarrar un cabo suelto por allá, y en algunos días ya todo habrá terminado. Eso es lo que Patricia Poleo viene diciéndole a su hija de seis años y al paciente marido que la acompañó en su tenaz cacería del pillo peruano Vladimiro Montesinos —que concluyó en junio con su captura en Caracas—, contestando llamadas telefónicas en clave para burlar a los espías, escoltándola por los oscuros parajes donde era citada por los informantes, calentando la cena que compartían a medianoche, mirando para otro lado cuando ella descargaba en él las tensiones propias de quien se la tiene jurada a un delincuente que goza de muy altas protecciones. Pero los días pasan y nada parece indicar que la célebre reportera tenga la intención de hacer un paréntesis en su ajetreada agenda para hacer de mamá de una niña de seis años y de mujer agradecida del marido que aún hoy salta a contestar un celular con frases sacadas de una trama policial. Después de la devolución de Montesinos al Perú, donde no se cansan de ingresar tomos a su prontuario, Patricia Poleo ha debido multiplicarse para atender a los reporteros de muchas televisoras, periódicos y revistas internacionales que la solicitan para que aporte detalles de esta 38

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complicada historia y para que muestre la cara de quien fuera su más empecinada cazadora. Por lo demás, el rostro que aparece en las pantallas y páginas impresas del mundo es el de una muchacha aplomada, no precisamente eufórica con el desenlace de la saga —muestra fehaciente de que siempre estuvo asistida por la razón, incluso cuando altos funcionarios del gobierno venezolano se burlaban públicamente de los reportes que sin tregua publicaba en El Nuevo País, periódico cuya propiedad comparte con su padre—, escaso en registros gestuales y muy bien maquillado porque, para apechar con la súbita y desbordada popularidad que el caso le ha acarreado, se ha hecho acompañar de un estilista que aprovecha las pausas de los fotógrafos para retocar su cabello y garantizar que el lila de sus labios reproduzca, sin cuartearse, el de sus párpados. Y para cuando la avalancha comience a ceder, tendrá ante sí la misión de terminar el manuscrito del libro que le ha encargado Editorial Planeta, y sostener reuniones con el cineasta venezolano Thaelman Urgelles, quien ya le pidió una primera cita para exponerle su proyecto cinematográfico, cuyo desarrollo deberá contar con la cercana asesoría de Patricia Poleo, la periodista que siempre sostuvo que Vladimiro

Montesinos se encontraba en esta tierra de gracia y que no le faltaban por aquí padrinos encumbrados.

P atricia es la segunda hija de Rafael Poleo, legendario periodista y editor, hasta hace poco vinculado a los más elevados círculos del poder político en Ve-


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