Revista Exceso edicion nº 68 septiembre 1994

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los pinitos de su tormentosa biografía: el 17 de agosto de 1947 nació en ese hospital la niña Blanca Alida Ibáñez Piña, midió 52 centímetros, pesó 3,700 kilos. Como no podía imaginar en ese instante que Piñerúa le aguaría la fiesta, sintió, de veras, un fresquito: tenía derecho a curul. La suya era una carrera meteórica, sin lugar a dudas, y a todo evento —valga parafrasear a los Lusinchi Ibáñez— aun prometía mejor porvenir. En una nación de suplicantes de reivindicación, la mítica Lila Morillo del país político —"sé lo que es compartir un plato de spaghettis entre varios hermanitos", "sé muy bien lo que es sufrir"—, la tarabilla de figura mandona y sonrisa pareja encarnaba, antes de caer en desgracia y terminar como exiliada en Costa Rica, el relamido sueño de la Cenicienta, hasta ahora patrimonio exclusivo de las fábulas de Charles Perrault o, vía emulación, de Delia Fiallo; por añadidura, también representaba la ruptura del tabú de la clan-

nea. Se toma por otra conspicua mentirilla blanca —o de Blanca— su feliz matrimonio con Roberto Behrens en octubre de 1982 que, de manera fulminante, termina en febrero del año siguiente, después que uno de los invitados al sarao, el que pica la torta, Jaime Lusinchi, llora amargamente el costoso disimulo. Como tan sainete, la repentina gira presidencial para renegociar la deuda externa venezolana justamente después que Blanca Ibáñez había partido al Norte para pasear un disgustazo y Jaime Lusinchi, más ansioso que Presidente, vuela a por la reconciliación, o cuando en España él se niega a alojarse en el palacio el Pardo "porque allí vivió Franco" y se fueron a dormir juntos al Ritz, según comidilla de la prensa madrileña. De embuste igualmente la droga que apareció en la peluquería The Face de la hermana de su otrora entrañable Hilda Oráa —verbigracia, el vestido con el cual la narradora de noticias recibió antes el Meri-

en día que el impasse fue un mal entendido. Falsos también los disip sin uniforme y portando carnés de periodista que se infiltraron en la rueda de prensa que diera Gladys Castillo ex de Lusinchi en el Congreso — "los envió ella o en su defecto un pegajoso lugarteniente suyo", fue la vox populi—, falsas por imposibles sus declaraciones de patrimonio adquirido con el sueldo devengado de 12.500 bolívares, falso el "cubrido" que espetó. Cabe considerar que sobre las leyendas se tejen historias extremistas que pintan como ángel o como demonio a quien sólo es un vivo de este mundo. Sin embargo, con respecto a su actuación coinciden detractores y adoradores por igual cuando reconocen que manejó mucho poder y no precisamente tras el trono. "Ayudó a unos, fue muy humana, pero también jodió a otros, cómo no", confía textual un colega —abogado— de su entorno que pide de rodillas el anonimato.

Blanca parte al Norte y Jaime, más ansioso destinidad amatoria, el costoso triunfo de la otra cuando, por fin, cruzara aros el 11 de septiembre de 1991 con su añejo relacionado, el codiciado jefe. Sorteado airosamente el escollo ancestral y bien publicitada su cepa vernácula —aunque, dicho sea de paso, nunca quedaría claro por qué su cédula es de apenas seis dígitos, 644.102, siendo, por ejemplo, 20 años menor que su esposo que ostenta una similar— jamás se libraría por completo del aura teatral de gruesas costuras, fantástica, que la perfilaría y que construiría como arma de defensa personal. Vale recordar cuando juró —en vano— que no tenía nada que ver con Jaime Lusinchi: "Pero me sentiría orgullosa de tener algo con ese hombre maravilloso con quien me vinculan". O cuando dijo: "Barragana es la que duerme con un hombre, convive con él, se baña y todo; en mi caso tendrían que probarlo". O cuando envió comunicados negando que José Roso Ibáñez Piña, su hermano mayor, fuera prójimo suyo, iniciando una guerra personal subterrá44

EXCESO SEPTIEMBRE 1994

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¿maenoaai ¿Amor? ¿Cumplimiento dei deber? Cualquiera juraba

diano de Oro se lo prestó Blanca Ibáñez— locutora a quien, según todo parece indicar, la segunda señora Lusinchi castigaría enceguecida de celos y apartaría de forma brutal de su lado, persecuciones de la Disip y amenazas de secuestro incluidas —Lorena García Ibáñez, vale decirlo, cree que su madre es incapaz de algo así y asegura hoy

"Llegaba a clases, un par de veces en helicóptero por las prisas inherentes a su investidura, escoltada siempre, eso sí, y se sentaba en primera fila, muy atenta, muy participativa, y aunque no compartía mucho con los demás era solidaria con todos... bueno, salvo con Silvia, una ex amiga suya a quien fregó porque su espo-


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