El Comité 1973 número 12. Cien años después de 1914: La gran guerra

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Mi desvarío es tal que no me importa esta tarde si caigo o me levanto. Regreso de mirar las mismas cosas, de tropezarme con los mismos rostros, de añorar otra vez con tantas ganas que un viento se levante tumultuoso y me arranque esta fronda que no deja que el sol me abrace un rato la garganta. Ubérrima resulta la humedad bajo mi lengua quieta, que ya raíces hondas se han echado y empiezan a brotar yedras espesas en tallos apretados que se enredan alrededor del tronco silencioso que me sostiene apenas. No hay nadie que me diga una palabra nueva, nadie que no me mire con sus cuencas negras como dos pozos, para arrojar en ellas esta piedra y no oírla caer porque no hay fondo en los sendos abismos de esa pena, sino acaso un espejo que se quiebra y descubre a la araña diligente que ha laborado en medio de la sombra pacienzuda y certera. Se han posado mil años esta tarde justo en el entrecejo y ese pájaro oscuro que chillaba, al beber de mi seso revoloteó un momento enloquecido antes de derrumbarse como un leño listo para la hoguera. Nada me habita el corazón esta noche de invierno. Inmóvil entre sábanas, la oscuridad o la lluvia golpean la ventana. Al viento lo mantengo con la mirada a raya. Escucho solamente la gota diligente. Es el día que pasa, es el día que viene. 8


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