El Comité 1973 número 36. Migraciones y movilidades humanas en la contemporaneidad

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el comité 1973

Revista de difusión, crítica y creación literaria

Año 6 / número 36

MIGRACIONES Y MOVILIDADES HUMANAS EN LA CONTEMPORANEIDAD

SEXTO ANIVERSARIO


EL COMITÉ 1973, Núm. 36. Migraciones y movilidades humanas en la contemporaneidad Revista de difusión, crítica y creación literaria. Correo electrónico: elcomite1973@gmail.com http://issuu.com/revistaelcomite1973 https://www.facebook.com/revistaelcomite1973 https://twitter.com/ElComite1973

El Comité 1973 Director Meneses Monroy Editora Asmara Gay Coordinadores invitados del presente número Eduardo Torre Cantalapiedra Dulce María Mariscal Nava Jefa de redacción Patricia Oliver Diseño gráfico Jovany Cruz Flores

Consejo editorial

Agustín Cadena Guadalupe Flores Liera Claudia Hernández de Valle Arizpe Daniel Olivares Viniegra Juan Antonio Rosado Zacarías Eduardo Torre Cantalapiedra E. J. Valdés

Portada y contraportada Jovany Cruz Publicación Bimestral Noviembre - Diciembre Año 6 | Número 36 | 2018

Comité colaborador de este número

Mónica Fernández Ry Guadalupe Flores Liera Asmara Gay Ángel Luna Eric Oliver Luna González Dulce María Mariscal Nava Tania Meredith Maldonado Flores Meneses Monroy Arturo Núñez Alday Consejera en artes visuales Adriana Azucena Rodríguez Torres Elsa Madrigal Juan Antonio Rosado Z. Eduardo Torre Cantalapiedra José Francisco Valenzuela Barreras Erasmo W. Neumann

Publicación incluida en el catálogo de revistas electrónicas de arte y cultura del conaculta http://sic.conaculta.gob.mx/ficha.php?table=revista_elec&table_id=136 La revista El Comité 1973, es una publicación realizada por el grupo literario El Comité. Todos los derechos reservados.


ÍNDICE

Dossier Literatura y migración en la “era de la xenofobia”..........................................................4 Eduardo Torre Cantalapiedra Relato El monólogo de Henry................................................................................................... 7 Guadalupe Flores Liera Uno sin filtro................................................................................................................. 14 Arturo Núñez Alday Crónica De viaje a casa.............................................................................................................. 16 Eric Oliver Luna González

Ensayo Me reconozco en tu mirada............................................................................................ 20 Mónica Fernández Ry Los migrantes ante los grandes problemas de México...................................................... 23 Eduardo Torre Cantalapiedra Las fragilidades de la sociedad norteamericana representadas en Zootopia.....................28 José Francisco Valenzuela Barreras Minificción En el lomo de una bestia................................................................................................ 32 Tania Meredith Maldonado Flores Poesía Haikús hallados en una servilletas de McDonald’s........................................................... 33 Erasmo W. Neumann Migrar.......................................................................................................................... 34 Ángel Luna Entrevista De migración y minificción. Entrevista a Agustín Cadena............................................... 35 Adriana Azucena Rodríguez Torres Reseña Reseña de Vida y época de Michael K. de J. M. Coetzee................................................. 39 Ángel Luna Portafolio Eduardo Torre Cantalapiedra y Dulce María Mariscal Nava.............................41 Poesía El rostro de la ciudad..................................................................................................... 57 Asmara Gay Ensayo Alicia y la lógica del espejo............................................................................................. 58 Juan Antonio Rosado Z. Poesía Acerca de Meneses Monroy............................................................................................ 63 Meneses Monroy


LITERATURA Y MIGRACIÓN EN LA

“ERA DE LA XENOFOBIA” Eduardo Torre Cantalapiedra

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n las últimas décadas, acompañando al incremento de las migraciones humanas forzadas por la violencia y las situaciones de escasez de oportunidades en los países de origen, se ha registrado una tendencia, a escala mundial, de rechazo hacia los migrantes en los países de destino. Esta “era de xenofobia” se ha caracterizado por el auge del miedo, la oposición a la llegada de migrantes extranjeros y por mayores cotas de vulneración de sus derechos humanos. Los países de la Unión Europea, por ejemplo, están inmersos en una permanente crisis de refugiados, en la que varios de ellos han mostrado su frontal rechazo a acogerlos y otros más se muestran reticentes a hacerlo. La administración del presidente estadounidense, Donald Trump, ha puesto en marcha una política de “tolerancia cero” a la inmigración en situación irregular que, entre otras cosas, implicó la separación de miles de familias migrantes que llegaron al territorio estadounidense en busca de una mejor calidad de vida. 4


El rechazo a los migrantes no sólo se vive en Europa y Estados Unidos, sino en muchos otros países y regiones del mundo cuyas políticas antiinmigrantes son noticia de primera plana en la prensa internacional. México, como país de origen, tránsito, destino y retorno (voluntario o forzado) para migrantes y para personas solicitantes de asilo y refugio, ha vivido estas tendencias con especial intensidad. Por un lado, millones de emigrantes mexicanos y sus descendientes han sufrido décadas de exclusión en territorio estadounidense; por el otro, México se ha convertido en un país de abusos y agresiones hacia los migrantes en tránsito por su territorio, especialmente para los cientos de miles de personas procedentes de Centroamérica. Pese a esto, migrantes de todo el mundo se han establecido en México en busca de una mejor calidad de vida; entre ellos, cientos de “transmigrantes” haitianos solicitantes de asilo que, si bien encontraron cobijo temporal o permanentemente en ciudades fronterizas del norte del país, han tenido que sobrellevar expresiones de racismo y xenofobia.

En este contexto, la literatura permite generar espacios para la reflexión sobre estos fenómenos migratorios, al escribir textos que denuncien los agravios cometidos y permitan la toma de conciencia por parte de los lectores acerca de los problemas que enfrentan los migrantes. Asimismo, la literatura puede constituir un instrumento para la catarsis, tanto individual como colectiva. Es por ello por lo que, entre las múltiples conexiones que hay en torno a la literatura y las migraciones, quisiera detenerme brevemente en dos de ellas. En primer lugar, existe un amplio conjunto de novelas, tanto de ficción como de testimonio, que permiten repensar los procesos migratorios contemporáneos mediante la exposición de historias de migrantes y sus familias. En estos relatos se pone de manifiesto las numerosas vicisitudes por las que pasan los migrantes superándose las visiones estereotipadas de la migración. Lucky Boy de Shanthi Sekaran, Detained and Deported de Margaret Reagan, Illegal de Terry Sterling o La fila india de Antonio Ortuño, son ejemplos

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de ello. En segundo lugar, me gustaría destacar la poesía escrita por migrantes. Una poesía a la que con frecuencia le hace falta técnica literaria pero que permite a sus autores compartir sus vivencias, la belleza de sus culturas y, lo más importante, donde afloran los sentimientos y las emociones producto de sus experiencias migratorias. Un buen ejemplo es Antes de pasar la frontera, una selección de poemas escritos por migrantes centroamericanos en la Casa del Migrante de Coahuila. Vivimos un momento histórico de particular intolerancia a las migraciones y repudio a los migrantes —en unos países más que en otros—, por lo que pensamos que es especialmente propicio abrir un espacio sin muros ni fronteras y dar cabida a las diversas formas de interconexión entre literatura y migración. Recordemos que además de su función estética, las obras literarias cumplen, a veces, funciones sociales, y, en ese sentido, son producto de las circunstancias de su tiempo y nos permiten reflexionar sobre la época a la que se ciñe cada una de ellas. En este número 36 de la revista El Comité 1973 “Migraciones y movilidades humanas en la contemporaneidad”, un conjunto de textos —relatos, ensayos, poemas, una crónica, una entrevista, y una reseña— y fotografías, nos invitan a mirar y a escuchar al otro —al migrante— de una manera diferente. Resulta fundamental superar las visiones racistas y xenófobas basadas en el miedo y el odio y recibir a los migrantes con una mirada optimista e integradora. Asimismo, debemos prestar atención a lo que los migrantes tienen que decir, y no olvidar que sus puntos de vista son con frecuencia ignorados en los debates sobre la gestión del fenómeno migratorio y en otras discusiones que les conciernen. La relación entre literatura y migración se muestra resplandeciente en este dossier. Muchos de los autores de los textos enriquecen sus producciones con base en sus propias experiencias migratorias. Sus colaboraciones ofrecen nuevas miradas y originales reflexiones de un fenómeno migratorio que ha sido mil y una veces manipulado por las élites gobernantes. Las experiencias de los migrantes, y de quienes los ven partir y llegar, plasmadas en los diferentes textos, constituyen un testimonio de gran valor sobre nuestra época. En suma, una literatura comprometida con la migración, pero, sobre todo, con los migrantes.

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EL

MONÓLOGO DE HENRY Guadalupe Flores Liera

L

a llamada llegó al atardecer, cuando se preparaba para salir a su trabajo nocturno. El número en la pantalla era desconocido, respondió con cautela a la voz que pronunció su nombre desde el otro lado: “Soy yo”. Sorprendido, escuchó que lo llamaban desde la oficina de la viceministra de Trabajo y Seguridad Social. En verdad no creyó que lo fueran a llamar nunca, pero convencido de que nada perdía con intentarlo se armó de valor e insistió hasta que consiguió una cita. A la viceministra le habían cancelado una cita importante y le preguntaban si podía acudir al día siguiente para un encuentro con ella. Se disculpaban por la forma apresurada, pero dudaban de que pudiera abrirse un hueco en su agenda en las próximas semanas, de manera que, si no tenía inconveniente, la viceministra tendría mucho gusto en recibirlo a las diez y media de la mañana. Atónito, sospechando si no sería una broma, respondió de inmediato afirmativamente. Le pidieron llegar media hora antes para cubrir el protocolo de seguridad portando una identificación. Conocía bien la ubicación del edificio, los requisitos para ingresar, los diferentes controles, el elevador, los pasillos; había pasado semanas acudiendo con la esperanza de ser recibido para hablar con la ministra sobre los problemas de la comunidad de inmigrantes africanos. 7


La idea de entrevistarse con la titular misma había surgido a raíz de una entrevista que le oyó en una estación radiofónica en la que expuso sus ideas para desarrollar un programa de voluntariado; en esa ocasión ella había explicado su proyecto de organizar a la sociedad para enfrentar los nuevos retos relacionados con los cambios climáticos y, entre todas las demás cosas, a Henry le llamó la atención la idea de incorporar a los grupos vulnerables con el fin de reforzar la cohesión de los países miembros de la Comunidad Europea. ¿No eran él y sus compañeros una comunidad de seres vulnerables que podían aportar mucho a la sociedad en la que ahora se hallaban enquistados, a la deriva como las embarcaciones en que habían llegado y sin grandes esperanzas de alcanzar por fin tierra firme? Porque el hecho de estar allí no signi-

ficaba nada, continuaban como habitantes del limbo, con o sin papeles, pero sin derechos, sin entidad, sin perspectivas de futuro y, sobre todo, atrapados en un país al que habían arribado casi por accidente, porque estaba en el camino del destino al que aún esperaban poder llegar. Lo más difícil no había sido convencer a sus paisanos de la necesidad de establecer ese diálogo —es verdad que lo habían escuchado con algo de sorna, “una forma sofisticada de explotación”, le dijeron, pero no habían hecho mayores intentos de disuadirlo; lo habían dejado actuar convencidos de la inutilidad del intento—. Sólo que concertar una cita con la ministra no era fácil, pese a que nadie le ganaba a la hora de conseguir lo que se proponía; cuando no estaba de viaje, estaba en el Parlamento, cuando no estaba dando una entrevista estaba en una junta,

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cuando no estaba reunida con su equipo estaba dialogando con unos sindicalistas. “¿Por qué mejor no pides una cita con la viceministra?”, le sugirió el guardia de la entrada, tal vez compadecido de verlo merodear con su folder bajo el brazo un día sí y otro también en busca de una audiencia. “Déjame y lo comento con su secretario, ella pasa más tiempo aquí...”. Pocos días después, el uniformado le pidió todos sus datos personales, un escrito con la temática resumida, un teléfono de contacto; parecía increíble pero el secretario lo llamó para charlar con él, quería que le expusiera el asunto a tratar y al final dio la impresión de estar verdaderamente interesado; le aseguró que haría todo lo posible porque la viceministra lo recibiera, los problemas de los inmigrantes no sólo son competencia de nuestro ministerio, le dijo, sino que están entre nuestras responsabilidades, lo llamarían a la primera oportunidad, no hacía falta que él se comunicara o fuera a preguntar, tendría noticias cuando menos lo esperara. En efecto, así fue. Por supuesto, su nombre no era Henry, pero ni siquiera sus compatriotas lo llamaban ya por el suyo, y ahora él mismo se presentaba en todas partes con este otro que había terminado por parecerle tan propio como su nueva identidad “de refugiado”, aunque aún sin la categoría de tal. Mientras avanzaba por el pasillo pensó con temor en si, en caso de que la viceministra le preguntara, debía responder cómo se ganaba la vida y a qué actividades se dedicaba para sobrevivir mientras esperaba a ver resuelta su situación “irregular”. A finales de mayo se había votado una ley que preveía sanciones más estrictas a quienes contrataran inmigrantes ilegales y la viceministra había votado a favor. Al mismo tiempo, a través de la titular del ministerio, el gobierno había asegurado que muy pronto se reanudaría el examen de solicitudes de asilo, ya que reconocían que la demora obraba en detrimento del problema laboral. Henry llevaba meses aguardando esta noticia, pero no era la primera vez que del dicho al hecho mediaban meses de zozobra. Tenía el papelito rosa, indicativo de que había sometido sus papeles a examen, por esta razón teóricamente no podía ser expulsado en caso de caer en una redada, pero qué pasaría si llegaba de improviso algún inspector a alguno de los lugares donde trabajaba, no sólo metía en un gran problema al contratista sino que él podía ser expulsado por contravenir las leyes del país que le daba hospedaje. La viceministra le tendió la mano con una gran sonrisa y le indicó una silla del otro lado de la gran mesa donde realizaba sus encuentros de

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trabajo. A su lado estaba sentado un joven con un micrófono, a poca distancia alguien más lo observaba a través de la lente de una cámara. La entrevista sería transmitida en la televisión, le dijeron. Sintió temor, su conocimiento del idioma era deficiente y si bien estaba allí como representante de su comunidad, para hablar de sus problemas, no había considerado que su presencia pudiera interesar a los medios. Bien pensado, la transmisión en la tele podía ayudar a que la gente conociera mejor a los inmigrantes y, acaso, a que comenzaran a verlos como iguales. La idea le devolvió la confianza. Apenas tomaba asiento, la viceministra le comentó que muy pronto comenzaría la revisión de solicitudes de asilo, Henry asintió con la cabeza y esperó a que le preguntara “Dígame a qué ha venido” o algo por el estilo que le diera

pie a desglosar la situación de inseguridad de él y sus compatriotas sometidos a las dificultades de la falta de una verdadera política migratoria. A continuación, le expondría su propuesta de ser tomados en cuenta en el programa de voluntariado que había mencionado la ministra, ellos tenían experiencia en desastres naturales, en guerras y en desplazamientos masivos; organizados, tomados en consideración, podían ser útiles a la sociedad mientras su situación se resolvía... La viceministra abrió un folder sobre la mesa y mencionó mirando a la cámara que muy pronto se iba a subir a la Red la convocatoria para desarrollar el mapa migratorio del país, de forma tal que una vez elaborado brindaría la oportunidad de conocer con exactitud el número de inmigrantes en el país, los lugares en que habitaban preferentemente, así como los

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oficios que desempeñaban, acto seguido, tras una pequeña pausa, añadió su desacuerdo respecto a los diputados que, en la última reunión sobre el tema en el Parlamento, habían presionado para que se permitiera la contratación de inmigrantes temporalmente durante las épocas de cosecha. Mirando fijamente a la cámara y adoptando un tono todavía más severo, dijo: “Protegemos a los inmigrantes integrados que se encuentran en nuestra casa, tienen documentos en regla, pagan contribuciones fiscales, seguridad social, y somos estrictos con los indocumentados que viven en situación irregular y que, en la ilegalidad que se crea alrededor de ellos, sirven de pasto a la explotación y el trabajo clandestino”. Henry asintió con la cabeza y continuó a la espera, mientras la viceministra se volvía a mirarlo y pronunciaba, como si quisiera ponerlo al tanto: “Estamos a favor de la iniciativa de Roma que propone expedir permisos temporales que permitan el traslado de inmigrantes del norte de África a Francia y consideramos que deben someterse a revisión los acuerdos de Dublín II”. De nuevo Henry no supo qué contestar, porque no distinguía en la voz de la viceministra el tono interrogativo, así que permaneció callado, esperando el momento de hablar, mientras pensaba en que el acuerdo de Dublín que se

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había firmado en el 2008 era condenatorio para la mayoría de los inmigrantes, ya que determina que un ciudadano de un tercer país que ingresa en la Comunidad Europea pidiendo asilo no puede trasladarse a un país distinto hasta que no se examine su situación, y con alivio escuchó que la viceministra acotaba, siempre mirando a la cámara, que la titular del ministerio insistía en que el acuerdo debía someterse a revisión, porque lo justo era que cada país atendiera por su cuenta el tema de los refugiados y el de los inmigrantes económicos. “No podemos seguir haciéndonos cargo de los migrantes que produce Europa”, la escuchó decir enfáticamente clavando en él la mirada, “porque además la mayoría de ellos utiliza a nuestro país como lugar de paso. Proponemos un frente común de los países del sur”. Henry se enderezó en su silla considerando que el terreno para dialogar había sido preparado con ese largo preámbulo y que la última frase de la viceministra le serviría de apoyo para comenzar a desarrollar sus ideas. Al escucharla había pensado con claridad en que su propuesta tenía muchos elementos de beneficio mutuo, el trabajo voluntario si bien no era remunerado les daría categoría de ciudadanos, tendrían seguridad social, las garantías que proporciona el derecho laboral, contribuirían al desarrollo de la economía local, de la iniciativa empresarial y, además, tal y como había dicho la ministra en aquella entrevista, contribuiría a la integración de los grupos más vulnerables en el mercado laboral y —pensó con satisfacción como si ya lo estuviera pronunciando— cuando su solicitud de asilo fuera examinada, ya sea que se que-

daran allí o se marcharan a donde inicialmente habían pedido ir o, mejor todavía, cuando pudieran regresar a su país estarían preparados para enfrentar el futuro después de haber ayudado en otros lugares, ¿qué mejor manera, se dijo, de modificar la imagen errónea que se tiene del migrante? Esto, sin que se viera perjudicado su derecho a ganarse la vida honradamente como hasta ahora. Pero en lugar de recibir la primera pregunta de la viceministra, ésta revisó sus papeles y tachó algunas líneas, a continuación levantó hacia él la mirada, le sonrió, se arregló un mechón de pelo y volvió a fijar los ojos en la cámara, al tiempo en que retomaba su discurso: “Lo que estamos tratando de hacer es proteger a los inmigrantes trabajadores que corren el peligro de ser marginados y la primera medida es incrementar las sanciones a los contratistas que ocupen trabajadores ilegales, así como acelerar los procedimientos de deportación a los inmigrantes que no cumplan con los requisitos necesarios para recibir nuestra protección, porque el nuestro es un país hospitalario, que respeta a los seres humanos y a sus derechos, pero también existen las leyes y éstas están para ser aplicadas. Porque debe quedar claro que los inmigrantes ilegales son competencia de la Policía y no del Ministerio del Interior; se contemplará, por supuesto, la dimensión humana del problema, porque el asunto es vacilante y los acontecimientos en el presente se modifican continuamente y hay que ser dúctiles. ¿Qué va a pasar, por ejemplo, con los inmigrantes que ya viven en nuestro país atrapados y desean marcharse?...”

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Henry comenzó a sentirse incómodo, le costaba trabajo seguir a la viceministra, porque al escucharla más y más preguntas se agolpaban en su cerebro y no veía la forma de interrumpirla para formulárselas: “¿Los inmigrantes” —quería preguntarle— “somos o no miembros de la sociedad?, ¿podemos o no trabajar por nuestra propia cuenta, qué sé yo, vendiendo algo o ejerciendo los oficios que aprendimos o estamos dispuestos a aprender? Y si no podemos laborar por la razón que sea, ¿podemos mendigar?, porque existen leyes contra la mendicidad y no sabemos si somos objeto de esas leyes o también nos excluyen. ¿Podemos dormir en la calle, en un banco, o contravenimos al hacerlo las leyes contra el vagabundaje, porque nos acosan y nos corren de todas partes”. Lo que más lo molestaba —reflexionó mientras inútilmente se esforzaba por recuperar el hilo de su atención— era la insistencia en separar a los migrantes políticos de los económicos, “¿la guerra no comparte esos dos asuntos? —hubiera querido preguntar—, y un tsunami como el que devastó Indonesia no es un motivo igualmente poderoso como para empujar a alguien a irse?, ¿quién tenía más derecho a solicitar asilo, un perseguido por sus ideas o un perseguido por el hambre?”. Miró a la viceministra, quien de nuevo desgranaba frases mirando a la cámara mientras pensaba en que todo lo que él estaba pasando, todo aquello en lo que dejaba su juventud, sus sueños, su fuerza, pesaba en la balanza lo mismo que un simple pedazo de pan. Había sido llevado por las mafias a ese país del sur de Europa, donde todo está por hacer y en donde, paradójicamente, “no hay trabajo para gente como él”. ¿Pero es que él podía ser visto como una competencia para alguien?, ¿es que sus manos y su empuje no valían lo mismo que las de cualquier otro trabajador?... Sin darse cuenta, Henry se levantó de un salto en el momento en que la viceministra, de pie ante él, le extendía sonriente la mano y acompañándolo a la puerta le decía que había tenido mucho gusto en haberlo escuchado. Mientras abandonaba el edificio Henry pensó que la mesa de madera que se había interpuesto entre la viceministra y él era más insalvable que la mar tempestuosa que había tenido que atravesar para llegar a ese continente.

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Uno sin filtro Arturo Núñez Alday

Quisiera decirte que te quedes, porque ya estoy viejo y enfermo; lo más seguro es que no te vuelva a ver si te vas. Pero ¿qué derecho tengo de cortarte las alas con el trabajo que te ha dado hacerlas crecer? Nadie puede detener a un río cuando llega la crecida, ni a una ventolera cuando se enoja el aire y corre como si lo persiguiera el diablo. Tú agarra camino y vete sin voltear, porque si lo haces te atrapará el llanto de tu madre y el ladrido del Negro; no sé cuál de los dos te extrañará más. Aguanta la respiración cuando te vayas, Víctor Manuel, porque te conozco y sé que ya sabes de los olores de muchas hembras que te ayudaron a hacerte hombre. Si respiras hondo a lo mejor no te deja ir el aroma que se te haya pegado más fuerte en la nariz, y en una de esas te quedes a seguir metiéndolo en los pulmones hasta que te dome ese olor, así

como domaba tu padre a los potros en el corral hasta dejarlos mansitos, con poca voluntad. ¡Qué diera yo porque te quedaras a sembrar las arenas temporaleras del lomerío!, pero si acaso te darán para almorzar pobremente; y tú comes y cenas que da miedo, no tienes llenadera. El hambre más grande la llevas retratada en los ojos, avispados y mirando siempre hacia lo lejos, como si se preguntaran qué hay detrás de los cerros, y de los otros que son apenas unas líneas azules que separan la tierra del cielo. Yo ya estoy viejo, Manuelito, pero de joven tenía la misma hambre que tú. De igual modo me fui un tiempo, pero no pude despegar de mi nariz el olor de una mujer que también se quedó con el mío metido hasta los huesos. Al poco tiempo regresé y me puse a sembrar aquí mi semilla, la sembré en la tierra que entonces era noble

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y daba buena milpa, y luego en el cuerpo de tu abuela, que tenía harta humedad para darme los muchos hijos que tuve. Eran otros tiempos, muchacho, nos conformábamos con menos. No teníamos las tentaciones que hoy les meten en la cabeza la televisión y las computadoras esas de las que no se despegan ustedes. Haces bien en irte porque aquí ya no hay mucho, la tierra no da como antes y menos si eres pobre. Además, a los pocos que tienen algo nomás les están echando el ojo los malvados para quitárselo. A lo mejor tienen razón esos que dicen que ahora que termine el siglo también se va a acabar el mundo, que el juicio final ya está cerca. Faltan unos añitos, pero ya no llegaré, se me está acabando la fuerza y también el ánimo. Pero no me hagas caso, tú eres potrillo, dale carrera pa delante y acuérdate de no voltear. Aquí tu padre, que está fuerte, se encargará de hacer crecer los limoneros que plantamos y te cuidará el cuaco que te compró cuando eras más chamaco. Si no te vuelvo a ver, Víctor Manuel, te pido nomás no olvidar que aquí está enterrado tu ombligo. Si te vas a ver el mundo es para que con el tiempo vuelvas y traigas al mundo para acá. Aunque quieras, no podrás arrancarte la piel con que te envolvimos cuando naciste, un día la traerás para que le pegue el mismo sol que le dio color y el mismo aire que la perfumó. Si no me encuentras respirando como hacen los vivos, de cualquier modo me hallarás holgazaneando como hacen los muertos. Y no importa, ya la vida me da más dolor del que me dará mi nueva mujer, la muerte. No llores, Manuelito, sólo prométeme que irás a verme y te fumarás conmigo unos cigarros de los que ya no me dejan fumar tu madre, tus tías y esos doctores de bata blanca; que sean sin filtro como me gustan, de esos dulcecitos que te dejan los labios querendones y con ganas de mujer. Dicen que a causa de ellos me salió esta bola que crece y crece bajo mi oreja derecha, al final de la quijada. Quién sabe si sea cierto y qué le hace, tengo buena edad para morir si así está escrito. No te amilanes, muchacho. Ven, dame un abrazo y vete sin cuidado. No sé si de algo sirva la bendición de un viejo como yo, que de santo sólo tuve la mirada, como decía tu abuela. De todos modos te la daré y que Dios te acompañe. Sí, Manuelito, adiós, adiós. Vete, que la vida se hace tarde. Recuerda no voltear hasta que el camión ya vaya lejos. Y cuando vuelvas, acuérdate de ir a fumarte un cigarrito conmigo, dulce, sin filtro. Adiós… muchacho.

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De

viaje

a casa Eric Oliver Luna González

A

quella tarde salí con algo de temor; en la terminal de autobuses reparé un poco y me di cuenta de que nadie que yo conociere había hecho algo como lo que estaba a punto de hacer. Pero posiblemente esto era algo que ya había empezado desde hacía un año, con la primera vez que llegué a esa casa. Salí de mi anonadamiento y pasé a una de las tantas tiendas de conveniencia dentro de la terminal. No pasaban de las cuatro de la tarde y mi autobús salía hasta las cinco y media. Había mucho que pensar, mejor dicho: recordar. No hacía más de un año que había conocido a Ramón y a Fray Tomás; en aquella tarde que llegué a Tenosique, como parte de un trabajo de investigación para una osc, había salido de Palenque, en Chiapas, y me había enterado de que unas vagonetas de transporte público me podían dejar cerca de la casa. Había hablado con Ramón por teléfono, desde la ciudad de México, con la propuesta de realizarle una entrevista sobre la casa. Pero para ese entonces no me imaginaba el impacto que ésta causaría en mi vida. 16


Subí al autobús: partimos con retraso de casi media hora. Desde la Ciudad de México a Tenosique, en Tabasco, son aproximadamente de diez a doce horas de trayecto, parece mucho pero era la opción económica frente al viaje en avión. Me tomó casi medio año poder acomodar mi calendario de actividades y, sobre todo, la parte del dinero que debería gastar. Cada uno de los avatares que pude contemplar traté de sortearlos; después de todo, ya me había propuesto servir como voluntario en la casa y sabía que debía cargar con mis gastos. En el camino, casi a media noche (estaba previsto llegar a nuestro destino entre las seis y siete de la mañana), nos detuvimos en un paradero cerca de La Venta, en Veracruz. Si bien nos habíamos detenido antes, en Córdoba, sólo fueron unos diez minutos. Se sentía el cambio de clima: la humedad me incomodó de pronto, más porque llevaba puestas mis gafas y éstas se opacaron por el vaho. Aproveché para pasar al sanitario y comprar un refresco. La noche allá era totalmente oscura; no hay estrellas y la luna no se observa por ninguna parte. Traté de imaginarme a esas personas que posiblemente se estarían trasladando a pie, en tren o que, inclusive, estarían viajando en el mismo autobús que yo: migrantes, les llaman. Ellos, como yo, estarían también buscando llegar a una casa: ya fuera en los desiertos del norte o en las selvas del sur; estaba seguro de que muchos buscaban casa. Continuaba la noche. Apenas eran las dos de la madrugada y no había dormido desde que partimos de la ciudad. Como nadie había ocupado el asiento junto a mí, improviso una suerte

de posición fetal para tratar de cerrar mis ojos y descansar. Ramón me había explicado que en la casa habría una litera para mí y, de ser necesarias, una cobija o sábana. El calor es una constante en Tenosique, situación que corroboré en días posteriores. ¿Tendré que compartir cama?, ¿cuántos estaremos en el mismo dormitorio? ― fueron las preguntas que invadieron mi mente, antes de soñar algo que no recuerdo. Casi a las cinco de la mañana llegamos a la terminal de Villahermosa. La reconocí porque antes había allí estado en un par de ocasiones. Me di cuenta de que llegaríamos más tarde a Tenosique. Aún faltaba pasar por Villa Chontalpa y Palenque. Entonces, escuché al chofer explicándole a una señora que llegaríamos a Tenosique aproximadamente entre las nueve y diez de la mañana. Hubo algunos accidentes que no sabía (o no quiso) explicar y eso atrasó nuestro viaje. Estaba nervioso. Había viajado antes a otras partes del país, pero estaba casi seguro de que era la primera vez que viajaba tan lejos, con mis propios recursos y propósitos. Me avergoncé un poco de mí mismo: ¡cómo podría acobardarme! Sin embargo, no podía quitarme de la mente las noticias de secuestros de autobuses y desapariciones en esta ruta hacia el sur. Lo mismo es al norte. Me dio la impresión de que debí de haber descansado más, pues mis nervios seguramente eran causados por mi falta de sueño. Casi a las nueve y treinta: al fin habíamos llegado a Tenosique. ¡Ya estoy aquí! ―me grité al interior de mi pecho―. Cuando bajamos, me di cuenta de que la terminal de Tenosique era muy pequeña. Al salir, ya con mi mochila y sombrero, di un vistazo a las calles y compré unos pláta-

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nos con una señora que tiene su puesto, como muchos otros, afuera de la estación. Todo me parecía tan precario, y la luz del sol a tope no me ayudaba a mejorar la imagen. De pronto, escuché las risas de unas adolescentes que, al parecer, trabajaban en la (única) juguería que vi. Esto renovó mis ánimos. Ramón me había pedido avisarle en cuanto llegase a la terminal para que, si yo lo deseaba, fuesen por mí. “Cuestiones de seguridad, Eric. Todo es tranquilo por aquí, pero no está demás…”, me comentó unos días antes. No me sentí en la necesidad de avisar con una llamada, así que me limité a mandar un mensaje: “ya estoy aquí, tardé un poco de más. Daré una vuelta. No tardo, llego a la casa”. Y me encaminé a conocer el río Usumacinta. En mi camino, recordé nuevamente el pri-

mer día que estuve por esos lugares y las ganas que tenía de andar cerca del río. El sendero era arenoso, con muchas plantas y árboles. Cuando llegué a una orilla, justo después de pasar una planta de la compañía de luz, me topé con un chico que estaba con otros, mayores que él, posiblemente trabajadores de una obra pública (se notaba la construcción de un puente vial pequeño). Estaban pescando. Me quedé un rato platicando con ellos. El tiempo pasó muy rápido y cuando miré el reloj noté que eran más de las diez y no podría ir a comer algo (había visto un puesto de tacos de pollo rostizado) antes de dirigirme a la casa. Regresé sobre mis pasos no sin antes desearles suerte con la pesca a los hombres que acababa de conocer. Vi un “pochis”, que es como el vehículo emblemático por estos lugares: son una

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especie de moto-taxi con cabina de microbús. O así me gusta describirlos. “Pochimoviles”, les dicen. Mientras caminaba me sentía inquieto, pensaba: ¿cómo me recibirán?, y lo más importante: ¿qué voy a hacer? Caminaba justo detrás del Auditorio de usos múltiples de Tenosique. Es un paso de no más doscientos metros con suelo de arenilla, barro y piedrecillas negras. Lo primero que vi fue la patrulla de la Policía Federal al lado de un gran árbol. Personas sentadas aquí y allá. Adelante hay un espacio que se ocupa como campo de futbol. También estaba la cabina móvil de la Cruz Roja. Había mucho movimiento. Algunos me observaban con curiosidad, otros me saludaban. Los menos, no me veían. O eso me pareció. —Buenas tardes, soy Eric, ya había hablado con Ramón —dije para anunciarme al llegar al zaguán de la casa. Un joven que, después supe, se llama Alejandro y es de origen Hondureño, sonrió y mostró cierto desconcierto. —¿Ramón? —se preguntó y me preguntó a mí con un ceño de duda—. Nadie me dijo que llegabas a la casa. —Vengo como voluntario —contesté. Entonces se le abrieron los ojos y la sonrisa. Abrió el zaguán y me dijo: —¡Pasa, pasa! En eso, Ramón salió junto con algunos migrantes. Él cargando a una niña que había nacido ahí, pocos días atrás. El color ébano de la piel junto a esos ojos grandes y negros de la niña hipnotizaban a cualquiera. Al notarme, Ramón, con su acento español, me dijo: —¡Eric!, pasa, bienvenido. ¿Cómo estás?, ¿qué tal el viaje? Llegaste después del desayuno, pero si quieres vemos si hay algo. ¡Pasa, pasa! Esta es tu casa. No supe qué decir, sonreí y la duda se despejó de mi corazón. Más que sociólogo o etnógrafo, me sentí como un niño que era abrigado por los brazos de su madre. Entendí, en el transcurso de los días, lo que es la casa a la que había llegado. Aún hoy, cuando recuerdo esto y a las personas que conocí, mis sentimientos salen a flote. “¡Bueno, llegué!” —me repetí muchas veces en mi cabeza. Supe que estaba en casa, no sólo en una casa de migrantes, sino que por fin había regresado al hogar-refugio para personas migrantes: la 72. Y el mundo se volvió tan grande y pequeño para mí, pero supe que hay una casa en donde siempre puedo llegar a ayudar como me ayudaron a mí.

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en tu

Me reconozco

mirada Mónica Fernández Ry

D

esde que ingresé a este empleo, las otras personas que trabajan conmigo en este centro me dijeron que no me creyera todas las historias de las personas que acuden; “a veces no dicen la verdad”, me comentaron con vehemencia. Siempre me ha parecido tan impersonal: un simple escritorio, una computadora, unos lápices y bolígrafos; “no coloquen nada de ustedes aquí porque llegan sus compañeras y compañeros del siguiente turno. Además, no tendrán asignado solamente un lugar”, nos repiten. Tocan la puerta con timidez, le indico que pase a la persona que se encuentra en el pasillo. La mujer, de unos treinta años, me mira sorprendida mientras entra a la oficina. La invito a sentarse. Tal vez mi apariencia le llama la atención, mis rasgos físicos tan distintos a los suyos, no lo sé, son elucubraciones mías nada más. Al observar su reacción, lo primero que hago es preguntarle: —¿Le pasa algo? —Me siento rara de estar aquí —confiesa un poco apenada. Me presento; me dirijo a ella con tranquilidad como aprendimos en la capacitación: “Sigan el protocolo, éste les guiará y facilitará el trabajo”,

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me recuerda una voz en mi cabeza, se trata de la recomendación de la jefa cuando me entrevistó. Me sorprende que aunque estoy algo tensa, hablo con voz pausada y serena. Mientras le pregunto alguna información, de pronto me dice con firmeza: —Ya quiero seguir mi camino —entonces se levanta y se encamina a la salida. —¡Espere, tiene que quedarse aquí al menos hasta mañana, es peligroso que se vaya! —Yo soy fuerte, yo puedo con todo. No necesito de su protección. —Lo sé, pero aun así, si se fuera, me ocasionaría problemas ¿Eso quiere? —No me importa, yo no la conozco.

Eso es cierto, pienso mientras la miro, intento leerla, descifrarla, de pronto me detengo, “la vas a hacer sentir incómoda”, reflexiono y finjo escribir algo en la hoja de recolección de datos. Hasta qué punto te creas y te construyen, te transformas invariablemente y sin cesar a cada momento. Nos vemos y las otras personas nos proporcionan un reflejo, una visión alterada que también es suya ¿En qué momento convergieron nuestras historias? ¿Para qué? Yo no soy migrante, pero desciendo por línea paterna de un refugiado político, proveniente de Europa, no de una América Latina colonizada, saqueada y empobrecida que lucha por desarrollarse en un mundo aplastante y global.

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La veo a los ojos, me devuelve la mirada. Advierto cierta curiosidad sobre mi persona. —Por favor ¿me pudiera hablar un poco acerca de usted? —le pregunto. Asiente y empieza a contarme sobre su vida: la existencia que dejó atrás, familia, amistades, una forma de estar para aventurarse a otra, imprecisa, desconcertante e impredecible. ¿Yo lo haría? ¿Dejaría el sitio que habito? ¿El lugar que conozco y al que estoy acostumbrada? Sería muy difícil para mí, tengo horarios, calles por las que transito, vecinas y vecinos de los que conozco sus historias... Menciona que se llama Hilda. Relata las razones por las que no quiere regresar a su país de origen: refiere el miedo que siente de retornar a una vida sin esperanza de la que decidió alejarse, sus deseos y esperanzas, la relación con su novio asesinado o su tristeza de verle morir, sus vivencias en un entorno violento y sin contención. Sólo otra historia, no te involucres, me digo a mí misma ¿En qué momento nos deshumanizamos? ¿Cuándo las demás personas se convierten en relatos y situaciones que no puedes cambiar? ¿En qué medida sus problemas se vuelven tuyos? Cuando se retira, convencida de recibir algún tipo de apoyo, al fin le pregunto la razón de mirarme de esa manera tan inusual para mí. —Es que me reconozco en tu mirada —afirma esbozando una tenue sonrisa. Su respuesta me sorprende. Yo solamente había pensado en apariencias, rasgos físicos, en las diferencias entre nosotras, en distintas nacionalidades y situaciones, en esos aspectos superficiales con los que me relaciono día a día con las demás personas. Hilda había visto a otro ser humano, a una mujer como ella. Me quedo callada, no le digo nada más. Ella sale y entonces nuevamente espero que toquen para poder repetir: —Pase, por favor...

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Los migrantes ante los grandes problemas de México, retratados en La fila India de Antonio Ortuño Eduardo Torre Cantalapiedra

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on frecuencia políticos, periodistas y ciudadanos nos referimos a la migración como un problema por resolver. Sin embargo, no lo es. Cuando hablamos de los problemas de la migración en realidad estamos hablando de la necesidad de políticas públicas de gestión de los flujos migratorios y de los diversos problemas sociales ajenos al fenómeno migratorio pero que afectan de manera destacada a los migrantes. En este sentido, la novela La fila india (Océano, 2013), de Antonio Ortuño, refleja fielmente que los migrantes centroamericanos que transitan por el territorio mexicano no son un problema, sino que son víctimas de algunos de los mayores problemas de México: la corrupción, la delincuencia, la violencia, la impunidad, el racismo y la xenofobia, entre otros. La protagonista de La Fila India, Irma, es una trabajadora social, quien, acompañada de su hija, se desplaza con premura a su nuevo destino: la ciudad de Santa Rita, para atender a los familiares de los cuarenta migrantes centroamericanos fallecidos en un ataque incendiario perpetrado en un albergue dependiente de la Comisión Nacional de Migración (Conami) y a los pocos “afortunados” que sobrevivieron a éste. Sin embargo, el de-

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legado de la Conami de Santa Rita se muestra más preocupado por enmascarar esta clase de sucesos que por ponerles fin. Para ocultar y tergiversar la realidad cuenta con Vidal, subalterno que redacta con gran destreza los comunicados de prensa oficiales. Las investigaciones policiales para encontrar a los responsables del incendio no arrojan ningún resultado. Santa Rita es un infierno para los migrantes centroamericanos, quienes padecen la violencia engendrada por la delincuencia organizada que controla el tráfico de personas en la zona. Además, algunos de los grupos delincuenciales actúan en connivencia con funcionarios gubernamentales, lo que agrava la situación de vulnerabilidad que experimentan los migrantes en tránsito por este territorio. En este contexto de corrupción e impunidad, la única ayuda con la que cuenta Yein, una migrante salvadoreña superviviente del ataque al albergue, es la de Irma. Esta última, en contraposición con su rol institucional en la Conami, trata de lograr que se haga justicia con los migrantes apoyando la investigación periodística de Joel Luna, quien no cree la versión oficial y está empeñado en esclarecer lo sucedido en el albergue. Asimismo, Irma, cada vez más comprometida, intentará proteger a Yein ante los ataques que se sucederán contra quienes se salvaron del primer ataque al albergue. No obstante, la novela incorpora otros aspectos que exceden los trágicos acontecimientos que ocurrieron contra de los migrantes. A lo largo de la novela, Ortuño nos abre la puerta a los pensamientos del padre de la hija de Irma, personaje a quien el autor no pone nombre,

apellido o apodo por el que se le conozca. Un sujeto cuya relación fugaz con Irma ni siquiera merece el apelativo de expareja. Las reflexiones del susodicho corren en paralelo a la trama principal, la complementan de alguna manera, pero se “alejan” de la misma para desarrollar una serie de ideas y una trama secundaria que, considero, son un excelente punto de partida para reflexionar sobre las múltiples aristas del discurso racista y el racismo en México, en particular, respecto a los migrantes centroamericanos. En uno de los capítulos del libro, titulado “Biempensantes”, este personaje masculino, quien también es profesor de preparatoria, rememora algunas de las conversaciones que tuvo con un colega, el profesor de Filosofía. Entre ambos construyen una perorata llena de contradicciones en la que es sencillo vislumbrar las principales ideas y estrategias del discurso racista y xenófobo en contra de los migrantes centroamericanos. La primera estrategia fundamental en la construcción de este discurso es que a partir de las diferencias que los sujetos racistas observan entre las razas, comienzan a hablar de un Nosotros y un Ellos. En el siguiente párrafo de la novela de Ortuño se observa esta práctica: No somos gringos, pues. Pero tampoco somos como ellos, como los centroamericanos. Que levanten la mano quienes se consideran dignos de ser confundidos con hondureños. Algún entusiasta, solidario, lo hace. Son pocos. No, no es verdad que los sintamos. La mayoría, de plano, reniega. No, la verdad, no es racial. También hay cuestiones culturales, de educación, no es

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lo mismo. Unos sacan las cintas métricas. Otros arguyen a don Alfonso Reyes. En casa, porque en público no conviene, otros dicen que hay más negros en la selección de Honduras que en treinta estados de México. Total, somos distintos. Mírame. Dime si parezco. Dime si parezco.

imagen positiva de Nosotros mexicanos, típicamente mostrándolos a Ellos como una amenaza. Los siguientes pensamientos del profesor preparatoriano son ejemplo de su puesta en práctica:

Esta división entre Nosotros (mexicanos) y los Otros (centroamericanos) se sustenta a través de “diferencias raciales”, esto es, variaciones en los rasgos físicos a las que se les otorgará una significación social. Aunque inclusive la genética ha descalificado el concepto de “raza”, desafortunadamente sí perdura como concepto social. Así, se alude al color de piel de los jugadores de la selección de fútbol hondureña y a la apariencia física para afirmar que “somos distintos”. Pero también se apoya en la consideración de distinciones culturales, educativas o de otra índole. Con base en la polarización descrita, una segunda estrategia fundamental es la generación/reproducción de una imagen negativa de los migrantes centroamericanos, frente a una

¿Crees que todos son modosos y honestos, pobrecitos? Ni madres. Son criminales, les has visto los pinches pellejos tatuados. Se tatúan hasta el culo. Los he visto con la cara manchada entera. No quieres a uno de esos pendejos a menos de quince kilómetros de tu casa, de tu mujer, tu hija.

En estas líneas, por un lado, se niega una imagen que podría considerarse como relativamente positiva de los migrantes procedentes de Centroamérica: “modosos y honestos, pobrecitos”, y que incita a la empatía y a la compasión con los mismos. Por otro lado, se afirma una imagen negativa de los migrantes centroamericanos, al señalarlos como criminales y al aludir a sus tatuajes, ya que estos son considerados como un símbolo de pertenencia a la delincuencia orga-

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nizada. En aquellas líneas, para terminar de delinear la figura del migrante como criminal, se indica implícitamente que son un peligro para las mujeres y por ello hay que alejarlas lo más posible de ellos. Por supuesto que esta construcción mental del migrante como amenaza incita al miedo y al rechazo a los migrantes. Se les teme, se les aísla y se les ataca porque en el fondo “nosotros” no entendemos las diferencias de “ellos”. En definitiva, estas estrategias del discurso racista conducen a mantenerlos relegados como grupo humano por considerarlos inferiores con base en “diferencias raciales”. En última instancia, este tipo de discurso es un factor generador de más abusos y agresiones en contra de tales migrantes. En otros capítulos de La Fila India —de títulos “Biempensante”, “Biempensamientos”, “Tan biempensante”, “Tan pero tan biempensante”, “Todavía Biempensante” y “Siempre tan biempensante”— se desarrolla una impactante trama secundaria que tiene como protagonista al padre de la hija de Irma —el profesor de preparatoria nos sigue revelando a través de sus pensamientos su racismo—. Al vivir éste cerca de la parada de un ferrocarril que utilizan los migrantes centroamericanos, es frecuente que muchos de ellos llamen a su puerta para pedir ayuda u ofrecer servicios a cambio de unas monedas que les permitan seguir su camino hacia Estados Unidos. Sus reflexiones al respecto acaban por definirle como una persona racista que incurre en toda clase de prejuicios en contra de los migrantes. Como se puede apreciar, este personaje utiliza metáforas que deshumanizan a los migrantes, relegándoles a la posición de animales: Mientras doy clases tocan, supongo porque no los veo, pero presiento que lo hacen y temo que el silencio los aliente a colarse a mi casa. […] Piden agua, comida, monedas, ropa, zapatos, como si hubiera obligación de proporcionarles lo que ellos mismos no pudieron obtener. A veces los acompañan jaurías de niños sucios, de ojos vacíos, pero generalmente son hombres solos o parejas o grupos de mujeres, prietos todos, garras en vez de manos y con ellas, costrosas en cada dedo y cada tendón, tocan mi puerta [las negritas son nuestras].

En otra escena, una joven hondureña llama a la puerta del profesor de preparatoria para ofrecerse a limpiar la casa sin saber lo que le espera. Éste, quien usualmente evita tener contacto con los migrantes que llaman a su puerta por el enorme desprecio que siente hacia ellos, “sin querer que-

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riendo” la contrata para que limpie, y después la viola y secuestra para que sea su sirvienta y pueda seguir manteniendo “encuentros carnales” con ella. Como podemos advertir, estos hechos que nos cuenta Ortuño dialogan con el contexto social del actual México, en el que sujetos racistas y machistas, como el que representa este personaje de la novela, son capaces de atentar contra la integridad física y la libertad sexual de las mujeres migrantes por considerarlas inferiores tanto en un sentido étnico/racial como genérico, y, con todo, tal vez además puedan quedar impunes los delitos que han cometido. Desgraciadamente, la ficción escrita por Ortuño se asemeja demasiado a la realidad que viven los migrantes centroamericanos en tránsito por México. Los abusos y las agresiones en su contra que se han producido por más de dos décadas son en buena medida producto de los grandes problemas que aquejan al país

(y en este ensayo apenas he descrito algunos de ellos), por lo que, pienso, cualquier política pública para gestionar los flujos migratorios en tránsito por México debería tener en cuenta que los migrantes no son el problema, sino que el problema, o problemas, mejor dicho, relacionados con los migrantes, son los que recorren como una peste el país: la lluvia de violaciones, asesinatos, abusos, explotación sexual, laboral, entre otros, que no solamente padecen los migrantes, sino muchos mexicanos a los que ni la delincuencia ni los representantes de la autoridad respetan sus derechos humanos.

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Las fragilidades de la sociedad norteamericana representadas en

Zootopia

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José Francisco Valenzuela Barreras

ootopia es una cinta animada que trata de un mundo fantástico donde animales antropomorfos, dotados de empleo, vestimenta y tecnología, viven en una gran metrópolis. En ese contexto, Judy Hopps, una conejita de un pueblo granjero, decide emigrar a la gran ciudad (Zootopia) en busca de cumplir su sueño de pertenecer a la policía. Una vez en la ciudad, Judy se enfrenta a un caso de gran peso mediático (la misteriosa desaparición de varios ciudadanos), el cual se verá obligada a resolver en compañía de un astuto y estafador zorro llamado Nick. 28


A primera vista, la película maneja como mensaje principal el tema recurrente en historias infantiles de cumplir los sueños y lograr los propósitos con perseverancia y determinación. Pasando el primer acto, aparece la línea central, resumida grosso modo como una oda a las minorías, traducida al cine infantil. En la película, la gran ciudad es vista en un inicio a partir de dos perspectivas. Por un lado, los padres de la protagonista ven a la gran metrópolis como un lugar peligroso donde intentar cumplir los sueños puede resultar en un doloroso fracaso. Sin embargo, la joven Judy la ve como el lugar donde puede hacer realidad todos los sueños que en su pueblo le dicen que son imposibles. Sostiene una visión de la ciudad, Zootopia, con características sociales como la armonía, igualdad, respeto, y prosperidad. Así, Judy cree que en Zootopia uno puede ser lo que quiera. De esta manera, la protagonista proyecta una especie de traducción fílmica del sueño americano. Este concepto habla, en términos generales, del ideal de la tierra norteamericana donde los inmigrantes piensan que un sueño es posible. Las características de este sueño son tales como la igualdad de oportunidades y la convicción de que en Estados Unidos cualquier individuo tiene más posibilidades de prosperidad que en su lugar de origen. Según el ideal, las oportunidades de escalar socialmente son mayores, ya que la competencia con los demás es justa y el camino, aunque difícil, promete una luz al final del túnel (Lantzy, 2012). La analogía es muy clara: Zootopia como Estados Unidos y Judy Hopps como el migrante promedio. En ficción y realidad, este

mundo idealizado representa un mejor lugar en comparación con el de origen del soñador. Dentro de la diégesis de la película, en el mundo antiguo los animales eran salvajes y primitivos, y los depredadores cazaban ferozmente a las presas. Era un mundo en el cual no existía civilización ni una estructura social que velara por las necesidades de todos por igual, y mucho menos había armonía. Estos antecedentes históricos siembran prejuicios retrógrados en la sociedad actual. De esta forma, existen prejuicios casi para cualquier especie animal: depredador o presa. A Judy, por ser coneja, se le asigna el adjetivo despectivo de “tierna”, de manera que se convierte en descortesía si alguien fuera de su especie la llama así; esto representa un estigma. Sólo entre conejos pueden llamarse tiernos, de forma casi análoga a como funcionan ciertos términos en algunos sectores de minorías, por ejemplo, la de la comunidad afroamericana en los Estados Unidos, quienes, para designarse utilizan la palabra nigga. El tema de los prejuicios raciales, basados en un trasfondo histórico, no es para nada una referencia sutil. En 2015, el entonces presidente de los Estados Unidos, Obama, dijo: “El legado de la esclavitud, Jim Crow y la discriminación en casi todas las instituciones de nuestras vidas proyectan una larga sombra. Eso sigue siendo parte de nuestro adn” (2015). En el filme, este tipo de situaciones se ven explícitamente representadas en una escena en donde Nick, el zorro, intenta comprar una paleta en un negocio propiedad de un elefante, quien le niega el servicio y lo corre de su esta-

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blecimiento, sin mayor argumento que el de ser un zorro. Dicha escena es una referencia a una escena en la película Giant (1956) cuya trama representa a la sociedad texana en la primera mitad del siglo xx y en donde un restaurantero corre de su establecimiento a una familia mexicana sin mayor argumento que la premisa racial. En Estados Unidos, principalmente los políticos y sectores conservadores de la sociedad, basados en prejuicios xenófobos y racistas, han culpado a los inmigrantes latinoamericanos y las personas afroamericanas por los brotes de violencia en las grandes ciudades. Los inmigrantes ilegales también han sido señalados culpables por situaciones como la epidemia de influenza, la drogadicción, e incluso de que al usar servicios públicos, como hospitales y escuelas, han causado el déficit económico de California (McDonell, 2011). En la película, Judy y Nick descubren que todos los ciudadanos desaparecidos pertenecen a una especie depredadora (la minoría). El caso llega a dar un giro cuando se dan cuenta de que estos depredadores han sido capturados, porque de pronto han comenzado a actuar de forma irracional, agresiva y salvaje. Los cuestionamientos de la prensa, las autoridades

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y la sociedad llegan inmediatamente dirigidos en una misma dirección: ¿Están retomando su naturaleza original? La sociedad entra en un caos sostenido por el miedo y el rechazo hacia especies minoritarias (los depredadores), culpándolos de desestabilizar el orden social. Al final se descubre que la vicealcaldesa Bellwether (una oveja) estaba manipulando la situación y drogando a los depredadores para que reaccionaran salvajemente. Su plan era que el miedo irracional y el racismo alojado en la sociedad hacia los depredadores creara, precisamente, un caos social que le sirviera a ella para obtener poder político. Este caso ficticio nos recuerda a casos similares en Estados Unidos, en donde personajes políticos se han aprovechado de este tipo de prejuicios y miedos irracionales en la sociedad norteamericana. El caso más famoso es el de Donald Trump, quien llegó a la presidencia de su país en gran parte gracias a sus argumentos xenófobos y discriminatorios. Él mismo ha culpado a los latinoamericanos de la inseguridad y las olas de violencia en las grandes ciudades. Otros personajes como John McCain y Joe Ar-

paio también han incurrido en medidas racistas, las cuales los han colocado y mantenido en sus respectivos puestos políticos. La película es en general una clara y precisa analogía cinematográfica sobre la sociedad norteamericana. Situaciones complejas como el sueño americano, la segregación, la xenofobia, el racismo, la discriminación e incluso estrategias políticas logran representarse en una trama simple e infantil. Nick Wilde personifica al sujeto estigmatizado en la sociedad estadounidense y Judy Hopps, al migrante con el sueño americano, y su visión de la ciudad conforme avanza la película simboliza también el proceso del sueño. Zootopia no requiere gran reflexión, pero ese es probablemente el mensaje más poderoso y grave, la facilidad con la que se puede relacionar con el mundo real. Al final, tal vez sea un análisis no sólo de la sociedad norteamericana, sino de muchas de las sociedades del llamado primer mundo.

Referencias: Lantzy, L. (2012). La influencia del sueño americano en la inmigración latina. (Tesis, Bowling Green State University). Disponible en: https://etd.ohiolink.edu/rws_etd/document/get/bgsu1332186360/inline McDonnell, T. (2011, junio). Got A Problem? Blame It On Illegal Immigrants. Mother Jones. Disponible en: http://www.motherjones.com/mojo/2011/06/got-problem-blame-it-illegal-immigrants Notimex y AP (2015). Racismo y discriminación siguen en el adn de Estados Unidos: Obama. Excélsior. Disponible en: http://www.excelsior.com.mx/global/2015/06/23/1030735#view 31


En el lomo de una bestia

Tania Meredith Maldonado Flores

Etéreo caminante, de lo inconstante pasajero, mojado allá y acá olvidado… viajo kilómetros, a veces mientras tanto, me imagino que estoy soñando, que sueñan mis deseos con que en otro lugar del mundo soy festivo, mi nombre ahí tiene sentido y mi memoria tiene rostro, hijos, casa, papeles y apellido. El 56 de los días en el transitar las horas de esta tierra, un caminante, que igual viaja, me miró, sonrió y fue palabra: aquí la brevedad, dijo, es suspiro. Respira entonces, prosiguió, respira la estrellada luna en el cielo fértil, inhala aun en este hiriente suelo, errantes todos... Pensé entonces en cuestionarme dónde estoy, aquí es y soy, un espacio del espacio sobre el espacio en el espacio de este frío hierro, espacio de ruidos, sonidos, crujidos, rechinar de acero contra acero, quebrar de huesos, comer de llanto, reír de hambre, gritar de sangre. Recordé luego que sumando son ya 73 los días desde que salí de uno que se hace llamar mi país, esos días he dormido nueve, he comido 26 y he llorado mil setecientas cincuenta y dos horas. Aún con todo y eso, mi voz se pone a cantar a veces, cuando digo, Mi nombre es Fredy y mi apellido Castillo.

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s o d a l l a h s a ú t k e i l Ha servil s a ’ n d u l a n en o cD M de Erasmo W. Neumann

I Nos llevó el hambre a buscar el futuro lejos de casa.

II os, Solos estam ive el sol clus pues aquí in lengua. habla otra

III Nacidos aquí, por m iseria forzados,

estamos acá.

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Migrar Ángel Luna

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igrar comienza al amanecer, con las primeras leyes, las parentales; migrar es cruzar la frontera de la cocina, la del patio, la de la sala, y también la prohibida, la de la recámara, la de los padres, por la noche, en oscuridad, sin hacer ruido… cuando las terroríficas pesadillas ofrecen refugio, cuando permiten el acceso a aquel misterioso país. Migrar es cruzar la puerta de la escuela que, entre sus normativas y sus muros, persigue ajustarnos a un orden, cuando a las 7 o a las 8 junto con el sol que para todos sale, nos prohíbe el paso. Migrar es cruzar el barrio, es llegar al otro barrio, es entrar al mundo del amigo, a su cuarto, a sus días, a lo ajeno, asombrándonos. Migrar es querer entrar en el otro que a veces recibe sin restricción y que otras veces, por pasado o por prejuicio, niega el acceso, cual garita, cual visa caduca. Migrar no está en la esencia de nuestra historia, sino inyectada en nuestra sangre. Es nuestra naturaleza la que comenzó al cruzar la barrera del vientre materno, solo que las reglas y los derechos no son para todos; están los de libre tránsito, los amados, y están los restringidos, los sufrientes por chocar siempre con barreras, con un mundo lleno de muros que no siempre dejan claro el por qué restringen, aunque casi siempre se entiende que es por ser diferente.

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De migración y

minificción A

Adriana Azucena Rodríguez Torres

gustín Cadena es un escritor que lleva mucho tiempo entre México y Europa. Recientemente estuvo en el país para presentar sus libros más recientes: El príncipe de los tejados y Trampas. Micronovela policiaca. En 2015 publicó Dibujos a lápiz, un libro de minificciones. En esta ocasión, tuvo la generosidad de concederme esta entrevista.

visitante significa que uno está ahí dos o tres años y yo ya llevo quince; e inmigrante significa que uno ya se fue a vivir ahí. Tal vez en realidad soy migrante, pero yo me sigo percibiendo como visitante: mis amigos también son visitantes. Creo que los migrantes forman otro tipo de comunidades y se relacionan de otra manera. También es una situación clasista: si uno es pobre, le llaman migrante.

¿Cómo te conviertes en un escritor “migrante”? Yo creo que siempre fui migrante. Nací en mi pueblo, Ixmiquilpan, y cuando terminé la secundaria me fui a la capital del estado para estudiar la prepa y luego me vine a la capital del país a estudiar la licenciatura en Letras Inglesas. Pero no me siento migrante, porque ahora, en donde vivo, mi estatus legal es de profesor visitante, entonces esa calidad me aleja un poco de la idea de migrante y quizás es errónea, pero

¿Tu literatura es mexicana o del exilio? Yo escribo de lo que veo. Cuando yo me vine a vivir a la ciudad de México, publiqué un libro de cuentos. Los lectores dijeron que era muy chilango. Ahora que vivo lejos, y como he vivido en varios lugares en poco tiempo y todos han dejado una marca en mí, he terminado por construir un espacio físico que no tiene un referente real, sino una mezcla de ciudades, culturas, paisajes. No tienen nombre, pero sí los tengo en la mente.

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¿La distancia ha modificado tu escritura, por ejemplo, tu llegada a la escritura para niños y adolescentes? Esos cambios han tenido más que ver con la edad, creo. ¿Cuáles serían las ventajas y desventajas de escribir en un país tan distante? A mí siempre me ha gustado irme. Creo que sólo podría hablar de ventajas: uno percibe el mundo literario con más objetividad, con más humildad. Porque cuando uno está aquí y comienza a tener algunos lectores, se empieza a sentir importante o cree que sus amigos son importantes. Y ya cuando te vas te das cuenta de que desde lejos todos nos vemos chiquitos. Y creo que ese sentirse en su lugar de una manera objetiva es un buen estímulo para trabajar mejor. ¿Cómo llegaste a la minificción como vehículo de expresión? La verdad no me acuerdo, no recuerdo cuál fue mi primera minificción. Pero yo creo que no escribo minificciones, porque mis amigos minificcionistas me dicen que no debe tener más de cinco renglones, y las cosas que yo llamo minificciones son de una página o página y media. ¿Quiénes fueron tus maestros? Yo lo que leo de minificciones es lo que leo en el Facebook que escriben mis amigos, pero no he sido un lector sistemático de minificciones. Por eso mi libro se llama Dibujos a lápiz, porque no incluyen, digamos, color, precisión, muchos personajes. Es lo que sería, para un artista visual, un dibujo a lápiz. ¿Cómo ves a la comunidad de escritores de minificción? Hay una cosa que la hace diferente de todas las demás comunidades de subgéneros literarios. Yo no he visto —a lo mejor sí hay, no estoy tan cercano a ella, como no estoy muy cercano a los otros— que tengan mafias y conflictos de poder, como sí tienen todos los otros

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subgéneros. Creo que es porque los minificcionistas son más humildes, como escriben cosas chiquitas, nadie piensa que esas cosas van a ser escritas con letras de oro en mármol. Eso hace que no se tomen tan en serio a ellos mismos, y es muy saludable. No he oído que se tengan envidias, que hablen mal unos de otros, que se arrebaten los programas de gobierno o cosas así, como sí lo puedes ver en la infantil, en la fantástica, femenina, gay. Se siguen unos a otros, se admiran unos a otros.

cuatro trazos hay poder ahí, eso me gusta mucho. Pero de esos hay muy pocos. ¿Cuál sería la característica más representativa del género? ¿Los títulos, la intertextualidad, el lenguaje? El lenguaje: están los microficcionistas que tienen un dominio del lenguaje. Cuando llega a haber poder expresivo es porque sí conocen el lenguaje y eso les da ese sentido de cómo hacer explotar el sentido de una palabra; de modo que dicen mucho con pocas palabras y eso sólo se logra si uno es muy consciente del lenguaje. En cuanto a la intertextualidad, creo que no está presente en todas las minificciones y los títulos, pues hay minificciones que ni siquiera tienen título.

Microrrelato, minicuento, minificción, cuento mínimo… ¿tienes alguna expresión que te parezca la más adecuada? Yo me acostumbré a llamarlo minificción, porque creo que fue el primer nombre que oí.

¿Cuál es la extensión que te hace sentir más cómodo al hablar de minificción? Creo que en menos de una página ya no me siento cómodo. Es posible que sea una limitación mía, pero yo necesito oportuni-

¿Cuál sería para ti la mayor aportación del género? A mí me gusta que, en los casos más logrados, son como las runas vikingas, que con

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dad de poner más cosas para estar satisfecho. Algunas minificciones que he leído me parecen demasiado desnudas y no alcanzan a expresarme algo. La sorpresa no me dice nada: no sé por qué yo necesitaría finales inesperados; no le agradezco a nadie que me sorprenda.

A mí no me gusta la literatura que tiene fines didácticos y menos la literatura infantil didáctica: me parece un abuso, es como tomar ventaja sobre los niños que no pueden defenderse ideológicamente e inyectarles ideas. No busco ningún fin didáctico. Sobre el héroe, tengo una idea como la de Joseph Campbell: el héroe, al final de cuentas, es todo aquel que ha tenido que pasar por un proceso de muerte de un yo anterior para que nazca uno nuevo. Creo que pasamos muchas veces por esas cosas incluso de adultos, pero más de niños; sin embargo, no lo hago tan conscientemente. No sé si mis personajes sean héroes: son “sobrevivientes”. Sí hay un heroísmo en la supervivencia. La infancia es especialmente vulnerable. Yo viví la mía así y últimamente tengo mucha relación con niños y adolescentes: siempre están bajo alguna forma de amenaza, incluso en Europa, donde hay otra forma de amenaza, quizá psicológica, pero igual que aquí. Entonces, algunos niños reaccionan con mucha energía ante eso y golpean también: algunos de esos son mis personajes.

¿Consideras que hay temas adecuados para la minificción? Es decir, tu estilo, recursos, temáticas, etcétera, ¿cambian de un género a otro? Los temas pueden ser los mismos para todo. Más que eso: es la idea que nace desde el principio; si quieres decir algo más complejo, necesitas más personajes. Cuando elijo escribir algo que sea minificción, y no un cuento o una novela, es cuando sólo tengo una imagen. La diferencia entre minificción y novela sería como una instantánea y una película. Entonces, cuando tengo una imagen y no me pide que la desarrolle narrativamente, será una minificción y ahí es donde sí me gusta que me sorprenda el minificcionista: no con el final, sino con el brillo o la intensidad de la luz que capta en esa instantánea.

Para concluir, ¿crees que el escritor se refleje en lo que escribe? Y, en ese sentido, ¿cómo se realiza esa identificación? Cada texto refleja un Agustín que fue muy real en un momento, pero es diferente a otro, que escribió otra minificción.

En tus Dibujos a lápiz, y en general en varios de tus libros, el personaje infantil no es el estereotipo del niño y adolescente (inteligente, bueno, valiente), sino alguien que está bajo amenaza, ¿te preocupa alertarlo o es un recurso para que emerja como héroe?

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Reseña de Vida y época de Michael K de J. M. Coetzee Ángel Luna

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uando la literatura sobre migración se esconde entre tantas categorías literarias, obras como la de Coetzee se convierten en oro para el explorador. Llamado Michael K, por momentos Michael, otras veces Michaels, y al final K, pero siempre la misma persona cambiando… J. M. Coetzee (novelista sudafricano, Nobel de literatura) nos entrega en Vida y época de Michael K (2003) la radiografía de una época, pero sobre todo, muestra sus fracturas, la del doliente y el atrapado en una Sudáfrica que encierra y que lastima. Al inicio del texto, es inevitable conectarse con un protagonista, con un Michael entregado, aun en su adultez y soledad, a la vocación del cuidado de su madre; mujer moribunda que desea pasar los últimos días de su vida en la tierra donde nació, el lejano lugar en el que conoció al mundo por primera vez. El deseo de la madre no es poca cosa, implica convertir en mudanza la vieja bicicleta de Michael, volviéndose el acto casi tan caricaturesco como desesperado: la sentencia de muerte, la anunciada muerte y la cuenta contra reloj comienza. La novela poco a poco nos introduce, nos lleva a acompañar a Michael y a su madre en un esquivar el peligro y la muerte, la muerte lejos de su tierra pero, a la vez, dentro de ella la paradoja de la migración interna. Todo el viaje, su migración, se convierte en una supervivencia, en un esquivar balas, engañar al hambre, sobrevivir asaltos, huir de encierros para no perecer; una migración del deseo, una migración de vida que en cada hojeada amenaza con transformarse en una migración de muerte. Inevitablemente llega. Pero es posible que tras la muerte de su madre, algo de Michael también haya abandonado su identidad y a ese mundo para llevarle a una nueva definición del individuo que en algún momento fue, el tenue jardinero, para reposar en la casa de sus ancestros, heredando y personificando el deseo de su madre. Aunque será arrancado de ahí. Sin 39


voluntad será arrojado a un campamento donde volverá el quejoso y el diferente (y esto no solo por su distintivo labio cuarteado). Es el único que ve encierro y cárcel, donde los demás se jactan de seguridad, de hospedaje y de alimento; metáfora de un hombre en un mundo que no fue moldeado a su medida; la herida frente a la otredad que segrega al que es distinto. Michael se vuelve el que se escapa, el migrante perpetuo, el viajero que no acepta fronteras, que vuelve a zafarse para retomar el duelo con sus ancestros, volviendo a la vieja casa, a la tierra que le da de comer, que quiere darle una nueva vocación, que le aleja de lo humano que es para él, siempre tan despreciable. Otra tarea imposible. Michael, casi moribundo, enfermo y con hambre, es arrancado de la tierra para ser devuelto a la humanidad, pero devuelto a una humanidad que le habla de una caridad que él no entiende, y que, por lo tanto, también desprecia. Es ahí cuando el autor entrega la voz de la narración a un médico, a otro insatisfecho, pero, en su caso, harto de un mundo burocrático, asqueado de una guerra, atormentado por la desgracia humana, un ser que admira la falta de adapta-

ción del ahora Michaels, admirándola aún en contra de su vocación sanadora; un médico que hace todo para que ese sujeto enigmatico viva, pero ¿cómo lograr que viva en un mundo que no es el de él? Algo tarde, después de tanto navegar en su sentir, el médico lo acepta. Coetzee nos despide de un Michael enfermo, nos dibuja a un indigente usado para la diversión de algunos en la playa, moribundo; un sujeto que se apropia de un mundo, a veces encerrándose en sus propios límites, en sus propias fronteras, pero arrojado a otras que no comprende, y que desprecia. El autor nos despide de alguien que en sus últimos días añora volver a la tierra y sujetar una presencia, ¿a Robert?, ¿al médico?, ¿a una mujer?, ¿a la madre?, no lo sabemos; de lo único que hay noticia es de su ilusión por una compañía con quien sembrar y con quien estar, y así, solo estar, mostrándonos que las moralejas, los caminos de una existencia, son dictados paso a paso en el camino, cuando migrar se vuelve un acto de rebeldia contra el destino que eligio el lugar y el tiempo de existencia.

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Portafolio Eduardo Torre Cantalapiedra y Dulce María Mariscal Nava

Espacios y fronteras de la movilidad humana Durante décadas, la ciudad de Tijuana se ha caracterizado tanto por su condición de ciudad fronteriza como por su intensa dinámica migratoria —se trata de una metrópoli de origen, tránsito y destino de migrantes nacionales e internacionales—, por lo que en ella, las huellas que deja la migración pueden ser captadas a través de la lente de una cámara. Esta colección de fotografías ilustra los espacios y fronteras por los que transitan miles de migrantes al año. Muros que cada día son más altos debido a esa enfermiza obsesión por controlar la movilidad humana y migrantes invisibles en inhóspitos lugares de tránsito quedan en esta serie retratados. Se incluyen imágenes que recogen algunos aspectos culturales de la migración presentes en el paisaje urbano.

Eduardo Torre Cantalapiedra es ensayista, fotógrafo aficionado y miembro del grupo literario “El Comité”. Realizó un doctorado en Estudios de Población por el Colegio de México y una licenciatura en Comunicación Audiovisual por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores y es especialista en Migración Internacional y Políticas Migratorias. Algunas de sus fotografías han sido publicadas por diversos medios de comunicación españoles (Público, RTVE, 20minutos, entre otros). Dulce María Mariscal Nava es Maestra en Estudios de Migración Internacional por El Colegio de la Frontera Norte y es Licenciada en Psicopedagogía por la Universidad Autónoma de Baja California. Ha participado en diferentes proyectos académicos de migración en México y Estados Unidos. Su artículo más reciente fue publicado en la revista Ser Migrante de la Organización Internacional para las Migraciones de las Naciones Unidas.

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Las olas chocan contra el muro fronterizo MĂŠxico-Estados Unidos. Playas de Tijuana, 2018. 43


Una mariposa monarca dibujada sobre el muro fronterizo MĂŠxico-Estados Unidos. Playas de Tijuana, 2018. 44


Camino al sueĂąo americano. Tijuana, 2018. 45


Estatuilla de Juan Castillo Morales —Juan Soldado— Santo patrón de los inmigrantes indocumentados mexicanos. Tijuana, 2018. 46


Capilla de Juan Soldado con agradecimientos de sus devotos. Tijuana, 2018. 47


El peligro acecha a los inmigrantes en su camino. Tijuana, 2018. 48


Las vĂ­as prohibidas de la migraciĂłn. Tijuana, 2018. 49


Paso peatonal Garita el Chapararral. Tijuana, 2018. 50


Paso vehicular Garita de San Ysidro, la mรกs transitada del mundo. Tijuana, 2018. 51


ManifestaciĂłn en contra de la separaciĂłn de familias. Los Ă ngeles, 2018. 52


Food has no walls. Cartel publicitario telefรณnica Gastro Park. Tijuana, 2018. 53


Arte urbano inspirado en la icĂłnica seĂąal de familias migrates cruzando. Tijuana, 2018. 54


Participantes de la caravana de migrante centroamericana frente al muro fronterizo, Playas de Tijuana, 2018. 55


Una mirada a su destino, Playas de Tijuana, 2018. 56


El rostro de la ciudad Asmara Gay

Hay manos acariciando el rostro desnudo de la ciudad No la aborrecen como tantos de nosotros Que vemos en su sombra huellas de lo que dejamos atrรกs Miran el rostro por la ventana y por sus labios pasa un instante de locura

reflejado en la luna

La noche quema se yergue sabe a uvas y lame los muslos de las claras voces tras la neblina Entonces ocurre: y la vida de nuevo

la calle sola

(Las manos contemplan el cuello como si fuera pan) y en la penumbra una breve rama se corta Silencio: Un hombre acaricia el rostro desnudo de la ciudad. 57


Alicia

y la lógica del espejo

Juan Antonio Rosado Z.

L

a materia prima de cualquier obra literaria no sólo es el lenguaje, al que un artista le otorga la forma adecuada para pretender su supervivencia a lo largo del tiempo, sino también la misma realidad que le rodea. De allí surge la motivación, el impulso creativo acompañado casi siempre por una o varias intenciones. No importa qué tan fantástica o imaginativa sea una narración: habrá siempre elementos reales que, mediante la función lúdica, el autor seleccione y combine de modo pertinente a fin de producir los efectos y mensajes deseados. El matemático, fotógrafo, escritor y diácono anglicano Charles Lutwidge Dodgson (1832-1898) acaso lo sabía y él mismo se reinventa con el pseudónimo de Lewis Carroll, pero asimismo —en sus obras más conocidas— reinventa la realidad que le rodea al presentarnos una aparente antilógica, o más bien, la lógica que, al mirarse en el espejo, se mira al revés. Lo mismo había hecho con su propio nombre: a través del inglés contemplado en el espejo de la lengua latina, el profesor Dodgson latinizó el apellido de su madre (Lutwidge) como Ludovicus, y su nombre Charles (Carlos) como Carolus; de ahí surge Ludovicus Carolus. Era muy común en la Edad Media que los intelectuales latinizaran sus nombres y apellidos, puesto que el latín fue durante varios siglos la lengua culta, en la que se escribían los grandes tratados filosóficos y teológicos, pero el autor inglés, después de 58


imponerse el Ludovicus Carolus, volvió a su lengua materna y lo transformó en Lewis Carroll: todo un procedimiento especular aplicado a la lengua. El futuro escritor empieza a utilizar este pseudónimo en 1856. Lo hará también al incorporar a la literatura inglesa un sinnúmero de juegos de palabras, neologismos, “disparates”, paradojas lógicas, combinaciones fónicas, parodias y demás recursos que denotan una inmensa imaginación y capacidad lingüística. El profesor Dodgson fue una persona enigmática por su profunda timidez. Se ordenó clérigo, pero casi indiferente hacia dicho cargo, muy rara vez predicó; en cambio, su afición por los niños —en especial por las niñas— se volvió notoria. Se ha hablado de su incapacidad para relacionarse de modo sano con el mundo adulto, en parte por su terrible experiencia como alumno en la escuela pública Rugby —él mismo se refiere a dicha experiencia traumática—, lo que quizá lo imposibilitó para adaptarse de forma saludable al mundo adulto y preferir así el mundo infantil, con su inocencia, imaginación y seguridad. En 1856, Carroll había entablado relaciones con el deán de la Christ Church Henry Liddell, padre de varios niños, entre los que se encuentran las tres hermanas Liddell, con quienes el profesor de matemáticas y aficionado a la literatura empezó a convivir, y a quienes a menudo llevaba de paseo. Entre los elementos de la realidad de los que emerge la motivación para concebir el célebre personaje Alicia, el más significativo fue un viaje de ida y vuelta por el Támesis. El 4 de julio de 1862, el tímido y tartamudo profesor Dodgson navega por este río en compañía de su colega Robinson Duckworth y de las hermanas Liddell (Lorina, Alice y Edith). Para matar el tiempo, y ante la insistencia de las niñas de que se les contara un cuento, Carroll empezó a narrar las aventuras de una niña llamada Alicia en un mundo subterráneo. Es evidente que la niña de la historia tomó su nombre de una de las hermanas, la más entusiasmada por el relato, ya que a su regreso le pidió al señor Dodgson que escribiera tales aventuras. El profesor cumplió el capricho de la niña y meses después le obsequió el manuscrito titulado Las aventuras de Alicia bajo tierra (Alice's Adventures Underground), ilustrado con sus propios dibujos. Mucho tiempo después, el escritor afirmaría que en aquel 4 de julio no encontraba una ruta novedosa para iniciar un cuento de hadas y por ello hizo caer a su heroína por un agujero de conejo. Lo que ocurrió luego fue

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producto de la imaginación desbordada y de sus propios antecedentes como autor de tratados de lógica y matemáticas. En 1865, ya con modificaciones, se publicaría aquel manuscrito, pero con el título de Alicia en el país de las maravillas (Alice's Adventures in Wonderland), ahora ilustrado con los famosos dibujos de John Tenniel. El éxito fue tan inmediato como inesperado por su autor, y ello lo motivó a publicar, en 1872, la segunda parte: A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (Through the Looking-Glass, and what Alice found there). En la segunda parte, ya no hay agujero de conejo ni sombrerero ni oruga con narguile ni la sonrisa del gato de Cheshire. Un elemento común en ambas narraciones —como bien subraya Martin Gardner— es el juego: si en la primera parte aparecen las cartas, en la secuela, lo que organiza los sucesos es un juego de ajedrez, y cada capítulo es como una jugada, aunque a menudo se transgreden las reglas del juego. El autor, de hecho, fue inventor de juegos: desde variaciones del croquet y juegos de mesa hasta lo que él llamó doublets, que consistía en cam-

biar una palabra por otra alterando una letra por turno en el menor tiempo posible. En A través del espejo, el aspecto lúdico va más allá de las imágenes de seres zoomorfos, de las flores que hablan y del asombro de Alicia, pues el intelecto y la racionalidad, la lógica y la argumentación son puestos constantemente en jaque por los seres que rebaten a Alicia, contrargumentan o la contradicen. La acumulación de situaciones “absurdas”, a las que más bien habría que interpretar como surgidas de una lógica “al revés”, nos lleva a los lectores de lo racional a lo onírico y a lo fantástico. Si hay una lógica, ¿por qué no podría invertirse? Es justo lo que ocurre cuando nos vemos en el espejo: allí estamos, pero invertidos, al revés. Tal vez el espejo sea uno de los símbolos más desconcertantes que haya concebido ese animal simbólico llamado ser humano. Lector: ¿te has puesto a pensar en que jamás podrás verte tal como eres? Tendrías que desdoblarte y contemplarte desde afuera. ¿Qué ocurre si te ves en un espejo, o si observas tu reflejo en las aguas de un 60


arroyo límpido? Tan sólo te ves invertido, al revés, y nunca tal y como eres. De tan cotidiana que resulta la actividad de contemplarse en el espejo, acaso lo anterior te haya pasado desapercibido, pero con seguridad no a Lewis Carroll. Hace rato comentaba que cada capítulo de A través del espejo es como una inmensa jugada. Alicia empieza como peón y se traslada en tren hacia la cuarta fila. Se trata de su primer movimiento. El tren se descarrila y la niña se agarra de la barba de una cabra sentada a su lado. Después conoce a un mosquito. La entrada en un bosque la hace olvidar que se llama Alicia, aunque más tarde recobra su identidad. A continuación, ya en la cuarta casilla, conoce a Tweedledum y Tweedledee (Tarará y Tararí). Prosiguen sus aventuras y la poesía. Por cierto, hay una secuencia que ofrece mucho material para reflexionar. Me refiero a la parte en que se alude al castigo sin crimen (un crimen que aún no se comete). Sostiene la reina que el mensajero del rey “Ahora está en prisión, cumpliendo su condena, y el juicio no empieza hasta el próximo miércoles, y por supuesto, el crimen se cometerá hasta el final”. No sin razón, se ha afirmado que esta secuencia es una anticipación de Franz Kafka (sobre todo el Kafka de El proceso) y de la llamada literatura de lo “absurdo”, que a menudo refleja el mundo burocratizado de la modernidad y el complejo entramado de jerarquías que reflejan un entorno al revés, en el que no se sabe por qué ni cómo ocurren las cosas. En la misma parte, la reina se venda un dedo que aún no se ha picado, pero que se picará con un broche. Antes de que eso ocurra, ella incluso grita de dolor, pero cuando

ocurre en “realidad”, ya no tiene por qué gritar, puesto que ya lo hizo. ¿Para qué hacerlo de nuevo? Críticos como Jaime de Ojeda han resaltado en este libro la crítica contra las convenciones victorianas de la Inglaterra de aquella época, aspecto que también puede apreciarse en las asociaciones entre las figuras de animales y ciertos rasgos del ser humano en la sociedad convencional. Por supuesto, Carroll tuvo intenciones humorísticas al representar tanto la secuencia del castigo sin crimen como esas figuras zoomórficas, pero detrás del buen humor se aprecia la crítica social y a menudo la intención satírica. Tal vez una de las aventuras más célebres de Alicia en este libro sea su encuentro con Humpty-Dumpty (Zanco Panco, o persona torpe y pequeña en la jerga de inicios del siglo xix), basado en una vieja canción infantil retomada por Carroll, y cuyo origen es la siguiente adivinanza “¿Qué tiene joroba en la espalda y piernas zancas?”. Respuesta: el huevo. Humpty-Dumpty le explica a Alicia el poema sin sentido titulado “Jabberwocky”, que contiene muchas palabras inventadas por Carroll. Afirma el citado Gardner que en este episodio hay un elemento que sólo comprendemos si tomamos en cuenta el contexto de la era victoriana. Zanco Panco saluda de mano a Alicia, pero sólo extiende un dedo. En la era victoriana, cuando alguien saludaba a una persona de condición social inferior, era costumbre extender sólo dos dedos. Humpty extiende sólo uno, lo que acentúa su petulancia. Otro capítulo muy comentado es el de “El león y el unicornio”, ya que nos lleva a los símbolos del escudo de Gran Bretaña: uno representa

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a Inglaterra; el otro, a Escocia, reinos que en la antigüedad no estuvieron en buenos términos. El león y el unicornio pelean por la corona del reino. La protagonista conoce a Hatta, otro mensajero, cuyo nombre parodia al Hatter (el sombrerero de Alicia en el país de las maravillas). Aparece el pastel del espejo, que se reparte primero y se corta después. Luego Alicia llega a la séptima casilla. Falta ya poco para que se convierta en reina, pero el caballero rojo la captura. No por mucho tiempo, pues llega el caballero blanco, la salva y la acompaña hasta la última casilla. Alicia se despide del caballero. Un aspecto en que podría profundizarse es la autoironía y ciertas referencias auténticas. El caballero blanco no es sino una caricatura del propio Lewis Carroll, mientras que la escena en que se despide de Alicia para que ella se convierta en reina alude al momento en que la madre (real) de Alice Liddell ya no le permite a Carroll ver a sus hijas, tal vez —especula Morton Cohen— porque Carroll sugirió que algún día le gustaría casarse con Alicia, pero lo anterior no ha sido comprobado. Alicia se da cuenta de que tenía una corona de oro en la cabeza. En realidad es ya una reina. ¿De verdad? Vendrá la discusión con la reina roja. Y después el despertar... ¿Fue todo un sueño? Esta ambigüedad me recuerda al célebre texto del filósofo chino Chuang-Tzú. Lo cito: “Hace mucho, Tzú soñó que era una mariposa y estaba feliz de serlo, satisfecho, contento con sus propósitos. No sabía nada de Tzú, pero más

tarde despertó y se encontró con que en realidad era Tzú, y no la mariposa. Una incógnita no lo dejó: ¿Tzú soñó que era mariposa o la mariposa sueña que es Tzú?”. ¿Quién es sueño de quién? ¿Es todo en la vida un sueño soñado por alguien, o somos nosotros quienes soñamos lo que nos rodea? Tal es quizá uno de los planteamientos filosóficos más importantes de A través del espejo. Lo cierto es que los dos ingredientes que han transformado el mundo son nuestra capacidad de razonar y la imaginación (esa otra capacidad de representarnos o volver a presentar las cosas de manera distinta). Lo anterior ocurre en el libro que tienes frente a los ojos, cuando Alicia observa el espejo y decide: “Juguemos a que hay manera de atravesarlo de algún modo, Kitty. Juguemos a que el espejo se ablanda como una gasa y que podemos cruzarlo. Pero, ¿qué pasa? ¡Parece que se está empañando con una especie de niebla! Sería muy sencillo pasar a través de él”. Alicia cruza entonces el umbral, atraviesa el espejo y allí se inician sus nuevas aventuras. El estilo de Carroll es llano, directo, sencillo. No anda con rodeos ni padece de glotonería verbal. Se trata de un autor de pocos trazos, pero cada uno es relevante: nada sobra ni falta, pues nos ofrece un mundo de imágenes e intrigas sin tantas palabras, a un ritmo veloz en que resalta la imaginación optimista y llena de vitalidad, más que de complacencia formal; de ahí la frescura perenne de estas clásicas narraciones.

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Acerca de

Meneses Monroy I Ego The world it′s not The way I see it, It′s the way I am. Estoy cansado de quemar el tiempo sin deseo, atareado en labores, entre días sucesivos. No pretendo ser visto como víctima... —Crearse el papel de idiota en su propio guion: ¡qué cosa tan vulgar!— ...pero ¿seré capaz de alzar la voz, de negar a Ego la rutina, de entonar mi propia melodía? ¿Seré capaz de ser la oveja negra? ¡Bah!, ¿qué carajos haces con las 24 horas del día? ¿Jugar a escribir versos? ¿Lloriquear?

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Ir al psicólogo es una estupidez, pienso, mientras me refiere su temor al fracaso, su deseo por superar ciertas etapas penosas de su vida. —Dos años después— Ahí estaba yo, en terapia, tragando mis prejuicios. ¡Hipócrita! ¿Vas a omitir tu visita al psiquiatra? What is that noise? Am I the only one Hearing that noise? Sí, fui a la playa, wey, tenía toda la intención… “De escribir” —me interrumpió— y ambos soltamos la carcajada.


II Paternidad

III Soy

¿Algo que decir de mi hijo? Que no ha nacido, que es incorpóreo aún y tal vez para siempre, pero ahí está, ya pensado, ya escrito.

¿Ves esa estrella fugaz? No. No soy esa estrella, ni mucho menos su brillo generoso, ni soy la estela que va dejando, ni el espacio que abarca, ni la distancia que recorre. Ya vas viendo, no soy lo que pudieras creer que te quisiera hacer creer que soy, ni lo que desearías que fuera. Soy lo que soy.

IV Roma Yo recorrí Roma, estuve en el Coliseo y sentí la grandeza derruida. Del mejor gladiador, no queda salvo el desteñido eco de un rumor soñado, y de sus humos, nada.

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V Movimento finale Ĉina radio internacia Parolas en Pekino… Aprender esperanto… ¡Vaya forma de perder el tiempo! Pienso. —Unos años después— Saluton! Mi estas Meneses, kaj vi? -¡Necio! ¿Seguirás gastando tus horas en cosas inútiles? ¡Vuelve al psiquiatra! What is that noise? Am I the only one Hearing that noise? Ya es tarde… Lo diré sin ambages: ¡Vámonos al carajo!

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el comité 1973

Revista de difusión, crítica y creación literaria


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