El Comité 1973 número 28. Censura

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censura

Año 5. Núm. 28. 2017. abril - mayo

el comité 1973

Revi st a d e di f usi ón, crí t i ca y creaci ón l i t e r ar i a


el Comité 1973 Director Meneses Monroy

EL COMITÉ 1973. Núm. 28. Censura Revista de difusión, crítica y creación literaria. Correo electrónico: elcomite1973@gmail.com http://issuu.com/revistaelcomite1973 https://www.facebook.com/revistaelcomite1973 https://twitter.com/ElComite1973

Editora Asmara Gay

censura

Año 6. Núm. 28. 2017. abril - junio

el comité

Cuidado de Portafolio Almendra Vergara Imagen y Diseño Gráfico Israel Campos Nava

Consejo editorial Agustín Cadena Guadalupe Flores Liera Israel J. González S. Daniel Olivares Viniegra Patricia Oliver

Comité colaborador de este número Jesús Benítez Guadalupe Flores Liera Asmara Gay Hans Giébe Diana López Meneses Monroy Juan Antonio Rosado Zacarías

Revista de difusión, crítica y creación literaria

Portada y contraportada Israel Campos

Publicación Bimestral Año 5. Núm. 28. 2017. abril - mayo

Publicación incluida en el catálogo de revistas electrónicas de arte y cultura del CONACULTA http://sic.conaculta.gob.mx/ficha.php?table=revista_elec&table_id=136


indice

Dossier CONTRA LA CENSURA Asmara Gay

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LA GRAN CARTA / CARTA DEL MARQUÉS DE SADE

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Relato DÍPTICO DE LA PUREZA

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Poesía ZEN/SURA

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Ensayo CENSURA LITERARIA

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Traducción

Asmara Gay (presentación y traducción de la carta)

Juan Antonio Rosado Zacarías

Diana López

Hans Giébe

PORTAFOLIO Jesús Benítez

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Entrevista ÇEMIL TURÁN, entrevista con

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Guadalupe Flores Liera

Poema LOS PÁJAROS ROMPEN EL CIELO Meneses Monroy

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CONTRA LA CENSURA

Asmara Gay

La censura ha acompañado a las sociedades humanas desde sus albores: qué decir, qué hacer y sus exclusiones han sido parte de los pueblos desde los primeros registros humanos, pues es inherente a las leyes, orales o escritas, que de ellos emanaban. Cuando estas normas son transgredidas aparece rápidamente la censura para hacer hincapié en que deben obedecerse, pues al seguirlas se acata a la autoridad que vigila su cumplimiento. “Censura” proviene del vocablo latino censor, que se usaba para designar a aquella persona que estaba a cargo del censo de las ciudades, que velaba por las buenas costumbres de sus ciudadanos y que castigaba, con sanciones determinadas según la falta, a quienes no las practicaban. Y aunque no se empleaba este término para nombrarla antes de la llegada de los romanos, su ejercicio se llevaba a cabo de muy diversas maneras y en ocasiones con resultados muy desfavorables tanto para quienes eran sometidos a ella como para la sociedad en general, que vivía bajo su gracia.

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Si bien nace con la idea de fomentar un ideal de pueblo que hay en la mente de las autoridades al favorecer las “buenas costumbres”, la censura es un arma de doble filo, porque con ella se acalla, se discrimina y se castiga aquello que es diferente al pensamiento de quienes sustentan algún poder, pues la censura se ejerce desde muy diversos ámbitos, no sólo el político, sino el familiar, el cultural, el laboral, el social, el religioso. Son muchos los ejemplos, en diferentes tierras y épocas, donde la censura ha sido determinante en la historia del hombre: En Egipto, por ejemplo, muchos gobernantes borraron a sus antecesores con el fin de que se olvidara lo que ellos habían hecho. Ese es el caso de Akenaton, quien hizo reformas religiosas y culturales importantes y prohibió el culto a los diversos dioses favoreciendo el culto a Atón, el dios solar, pero sus sucesores devolvieron las costumbres religiosas como estaban antes de su reinado y borraron las huellas de este faraón, a punta de cincel y martillo, en los bajorrelieves de los templos y al hacerlo influyeron en la concepción religiosa de esa época y de las posteriores. Desde la Edad Media y hasta muy entrado el siglo XX, una forma de censura que aplicaba la iglesia católica entre sus feligreses era el analfabetismo, con el fin de que no la cuestionaran acerca de los dogmas que enseñaba e incluso durante mucho tiempo los cultos fueron pronunciados en latín para que no se entendiera lo que se decía. La ignorancia, se sabe de siempre, es básica para el control sobre los demás y para la permanencia del statu quo. En cuanto a las artes y las “buenas costumbres” que siempre vigila la sociedad y la autoridad en turno, son muchas las obras de arte, visuales y literarias, que han sido censuradas, ya sea que se les haya alterado alguna de sus partes, prohibido su representación, exposición o publicación o, simplemente, destruido. La Iglesia católica, el régimen de Stalin y el de Hitler fueron los grandes maestros en este rubro; pero no han

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sido los últimos. Uno de los más recientes casos de censura que ha llamado la atención, no sólo de las personas relacionadas con el arte, sino de todo el mundo, es el que protagonizó Facebook, en 2011, al eliminar el perfil del profesor francés Fréderic Durand Baisas, tras publicar un documental sobre El origen del mundo (1866), obra del pintor francés Gustave Coubert ―a quien, por cierto, le debemos mucho del desarrollo del arte moderno por sus reflexiones e innovaciones sobre el realismo en el arte―. Ante esto, el profesor Durand entabló una demanda contra Facebook, la que ya ha ganado en dos instancias. Al parecer, los censores que vigilan las “buenas costumbres” de Facebook consideraron que la obra de Coubert no era arte, sino pornografía, y por ello eliminaron el perfil del profesor, no obstante que muchas veces tales censores permitan que la pornografía verdadera se pasee por la red, como a muchos nos ha tocado observar. Lo ocurrido entre Facebook y el profesor Durand nos mete de lleno al verdadero problema de la censura: los censores; quiénes son los que vigilan y castigan y cuáles son las “buenas costumbres” que hay que custodiar. Más allá de la ceguera de los censores de esta red social que no reconocieron el cuadro de Coubert porque ―no le vamos a pedir peras al olmo― no saben de arte, el problema principal de la censura es que a lo largo de su historia se convierte en un pretexto para ejercer el poder sobre los demás y para instaurar posiciones y perspectivas particulares sobre el mundo en el que se habita, al cobijo de una doble moral que ejerce, a su modo, cada sociedad. Las buenas costumbres no son los valores ―estas cualidades son bienes para el hombre y su entorno y, por tanto, estimables―, sino hábitos que cambian con el tiempo cuyo principal motor es una ideología regida por alguna fuerza política, social, cultural o económica. En ese sentido, los sujetos las crean para dominar a otras


personas o por algún interés personal. No es gratuito que lo más censurado en el mundo sea el sexo, ataques contra los estados y la religión (sin dejar fuera el porcentaje que corresponde al arte); detrás de cada censura hay un dogma que el censor busca instaurar o hacer prevalecer. De tal forma, la censura se ha perpetuado por los prejuicios, la ignorancia y los medios de comunicación, que suelen estar al servicio de estos intereses con una aceptación acrítica porque de ello acaso depende su “modus vivendi”. Pero la censura dentro del pensamiento artístico no tiene cabida porque el arte busca explorar todos los aspectos humanos, sin importar su procedencia. Bajo tal idea, el arte (los artistas) no tiene, o no debería tener, prejuicios ni estar sujeto a ideologías que no le permiten su propio crecimiento. Por ello, quisimos dedicar este número a la censura, o más bien, a lo que el hombre ha censurado a lo largo de los siglos. Sirva pues esta edición como un ejercicio de la libertad de expresión, de imaginación y de reflexión que algunos artistas hacemos en torno a la censura.

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EL CENSURADO

SADE M

A

R

Q

U

É

S

D

E

Asmara Gay

Mi manera de pensar, dices, no puede ser aprobada. ¡Pues, qué me importa! ¡Bastante loco es quien adopta una manera de pensar como la de los demás! Mi manera de pensar es el fruto de mis reflexiones; está implicada en mi existencia, en mi organización. No soy dueño de cambiarla; y aunque pudiera no lo haría. Esa manera de pensar que censuras es el único consuelo de mi vida; alivia mis penas en prisión, constituye todos mis placeres en el mundo y la quiero más que a mi vida. No es en absoluto mi manera de pensar la que ha hecho mi desgracia; es la de los otros. Marqués de Sade, carta a su esposa Renée, noviembre de 1783.

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Donatien Alphonse François de Sade (17401814), mejor conocido por su título de Marqués de Sade, fue un escritor francés al que, todavía hoy, mucha gente, lo haya leído o no, considera loco e inmoral. Pero si se lee con detenimiento su obra y se reflexiona acerca de su vida, se podrá observar que Sade, contrario a lo que se piensa, era un gran moralista, cuyo error principal fue poseer una enorme sensibilidad e inocencia que lo llevaron a creer que en la vida se podía hablar, escribir y actuar de manera sincera sin que ello se percibiera como un atentado a las “buenas costumbres”. Entre las “buenas costumbres” y la censura a las que tuvo que someterse se hallan: contraer matrimonio con alguien a quien no amaba, Renée-Pelagie Cordier de Launay, cuando el joven Sade amaba a una señorita de la región de Lacoste y comentarle a su padre que deseaba casarse por amor; establecer relaciones extramatrimoniales con prostitutas, mujeres de la Corte y actrices, lo que hacían casi todos los miembros de la nobleza francesa, y hablar de ello y describirlo en sus obras literarias (por cierto, el inspector de la policía Louis Marais le informaba al rey Luis XV con detalle la vida sexual de la nobleza y con estos informes el rey y Madame de Pompadour se divertían); aprender de su tío paterno, el abad Aldonce de Sade, afamado escritor y libertino, y del abad Amblet, el amor por la literatura, por la crítica y por el libertinaje, para luego saber que a pesar de que esto era parte de las costumbres de su sociedad y de su época debía callarlo y no protagonizar escándalos, como el de Arcueil y el de Marsella; escribir, ya en la cárcel, obras en las que denunciaba la doble moral de su sociedad con el fin de que al leerlas la sociedad se criticara a sí misma, aunque en realidad ocurrió todo lo contrario, fue señalado por ser impúdico

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y desenfrenado, a pesar de que sus obras circularon de manera anónima y clandestina; perder decenas de manuscritos, no sólo por el traslado al que fue sometido de cárcel en cárcel hasta llegar al manicomio de Charenton, sino por la destrucción de estos a causa de que eran escritos por un libertino e inmoral (hay que añadir a esto que incluso su hijo Armand, cuando Sade muere quemó todos sus manuscritos inéditos que había escrito en esta última etapa de encierro, 21 manuscritos, y no cumple su última voluntad, un mínimo honor que habría que concederle a cualquier muerto). Su paso por la tierra fue, a pesar suyo, una contradicción con el mundo en que vivía, aunque en su interior no hubiera tal contradicción. Su obra y su vida fueron retomadas por los escritores románticos y por los artistas de vanguardia, sobre todo del surrealismo, para quienes Sade era “el espíritu más libre que haya existido jamás” (Guillaume Apollinaire). Hemos querido traducir “La gran carta”, como le llamaba el mismo Sade ―carta enviada a su esposa el 20 de febrero de 1781 desde la cárcel de Vicennes― porque en ella expone con claridad su pensamiento y la censura a la que se ve sometido y, oh, paradoja, sin saber al menos el porqué del castigo que con tanta severidad se le imputa.


LA GRAN CARTA

Carta del Marqués de Sade a su esposa Renée-Pélagie

Traducción de Asmara Gay

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No soy culpable más que de un libertinaje simple y puro, tal como es practicado por todos los hombres, de acuerdo al temperamento o inclinación que cada quien pudo haber recibido de la naturaleza. Cada uno tiene sus defectos, que no pueden compararse: mis verdugos no ganarían nada al confrontarlos. Sí, soy libertino, lo admito; concebí todo aquello que puede concebirse en esta clase de cosas, pero desde luego no he hecho todo lo que he pensado y de seguro no lo haré jamás. Soy un libertino, pero no soy un criminal ni un asesino, y puesto que se me obliga a poner mi apología al lado de mi justificación, he de decir que es posible que aquellos que me condenan tan injustamente no estén en condiciones de compensar sus infamias con buenas acciones tan evidentes como aquellas que yo puedo oponer a mis errores. Soy un libertino, pero tres familias que habitan en tu vecindario han vivido cinco años de mis limosnas y las he librado de caer en la indigencia. Soy un libertino, pero he rescatado a un desertor de la muerte, abandonado por todo su regimiento y por su coronel. Soy un libertino, pero en presencia de toda tu familia, en Évry, yo, a riesgo de mi vida, salvé a un niño que iba a ser atropellado por las ruedas de una carreta tirada por dos caballos, precipitándome yo mismo sobre ella. Soy un libertino, pero jamás he puesto en peligro la salud de mi esposa. Nunca he sucumbido a las otras ramas del libertinaje, a menudo tan fatales para la fortuna de los niños: ¿los he arruinado por los juegos o por otros gastos que hayan podido privarlos un solo día de su herencia? ¿He administrado mal mis bienes mientras estos estuvieron a mi disposición? Yo, en una palabra, ¿mostré en mi juventud un corazón capaz de la negrura que le suponen el día de hoy? ¿No he amado siempre todo lo que se debe de amar y todo lo que debía ser querido para mí? ¿No he amado a mi padre? (lamentablemente, le lloro aún todos los días), ¿me he portado mal con mi madre?, ¿y no sucedió que cuando vine para recibir su último aliento y mostrar la última huella de mi apego hacia ella, tu madre me arrastró a esta horrible prisión donde he estado esperando desde hace cuatro años? En una palabra: que se me examine desde mi más tierna infancia. Cerca de ti hay dos personas con las que conviví en aquella época, Amblet y la señora de Saint-Germain. El paso de mi infancia a mi juventud la pudo haber observado el marqués de Poyanne, bajo cuyos ojos transité hasta el día en que me casé, para que de esa manera veas, consultes y te informes si yo alguna vez di pruebas de la ferocidad de la que se me acusa y si he hecho acciones malvadas que anunciaran los crímenes que se me atribuyen: esto debe ser suficiente; tú lo sabes, el crimen tiene sus grados.

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¿Cómo, entonces, puede suponerse que de una infancia y juventud tan inocentes, pasé de repente al tan cercano colmo del horror meditado? No, tú no lo debes creer. Tú, que me tiranizas tan cruelmente hoy, no lo creas: la venganza ha seducido tu espíritu, te has entregado a la ceguera, pero tu corazón lo sabe, si él juzga, sabrá que soy inocente. Te hubiera encantado contemplar que un día lo admitiera, pero la confesión no redimirá mis tormentos y no tendré menos sufrimiento… En una palabra, quiero ser limpio, y lo seré, en cualquier época en que logre salir de aquí. Si soy un asesino, he recibido poco castigo, pero si no lo soy, he recibido un castigo muy alto y tengo derecho a saber por qué. Esta carta es muy larga, ¿no es así? Pero yo me la debía y me la había prometido en esta revolución de mis cuatro años de sufrimiento. Éstos ya se han ido. Aquí está. La carta está escrita como un artículo de la muerte, con el fin de que si ella me sorprende sin que pueda tener el consuelo de abrazarte una vez más, te entregue los sentimientos expresados en ésta, como los últimos que recibirás de un corazón celoso que llevará al menos tu estima a la tumba. Perdona su desorden; no es una carta buscada ni es espiritual: debes verla como un producto de la naturaleza y de la verdad. Eliminé algunos nombres que había puesto al principio, para que la carta hable por sí misma, y te suplico insistentemente que ella sea respondida. No te pido que me respondas en detalle, dime tan sólo que has recibido mi gran carta: así la nombraré; sí, así es como la llamaré. Y cuando te hablo de los sentimientos que ella contiene, has de volver a leerla, ¿me entiendes, querida amiga? Volverás a leerla y verás que el que te ama hasta la muerte ha querido firmarla con su sangre.

20 de febrero de 1781

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DÍPTICO

DE LA PUREZA Juan Antonio Rosado Zacarías

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I.

HIGIÉNICA ENTREGA

In memoriam J. G. P.

En medio de la oscuridad, los fanales de un automóvil iluminaron, por un segundo, el esbelto cuerpo femenino, de largos cabellos castaños. El coche cambió bruscamente de dirección y desapareció, absorbido por una calle aledaña. Bastó aquel segundo de luz para que me dirigiera al encuentro de la mujer. Su minifalda rosa y escote pronunciado no variaban lo sombrío de la mirada ni suavizaban la dureza de los labios. Ella me vio de reojo, quizá con sospecha por lo repentino de mi aparición. Después, se alejó un poco y, sonriendo, me preguntó: —¿Qué, vas a ir? Pregunté el precio y no dudé en detener un taxi, en cuyo interior la abracé y le acaricié el muslo, cubierto por una malla negra. Mi mano lenta se aproximaba a su sexo cuando de repente me susurró al oído: —¡Ey!, no te precipites; ya vamos a llegar. El Hotel Cantabria, que con el tiempo se convertiría en el punto de nuestras reuniones, era uno de esos lugares de paso que solía frecuentar en mi adolescencia. En nada había cambiado con los años: el mismo olor a humedad, las mismas paredes carcomidas, el mismo corredor con piso de madera despintada. El encargado nos dio las llaves de la habitación. Al entrar, lo que más me agradó fueron las dimensiones del espejo, que al reproducir nuestra imagen reproduciría el placer. La muchacha dijo llamarse Laura, pero no le creí. Se puso de espaldas y fue desnudándose con cierta rapidez. Cuando terminó, le acaricié la piel con suavidad, una piel tersa, uniforme. Recorrí piernas y muslos hasta llegar a la raya de la nalga, donde me detuve para tomar el camino de en medio y descender hacia el vello púbico. Por un momento las anchas caderas y el grueso de las nalgas me convencieron de hacerle el amor por atrás, pero cuando se quitó el sostén y se dio la media vuelta para mostrar los senos bien formados, decidí que ella estaría arriba de mí. Hicimos el amor pausadamente, sin prisa. Sus pechos brotaban como fuentes de agua cálida que bañaban mi rostro, mis labios. En la unión sentí un desprendimiento que desintegró mi mente y absorbió mi cuerpo hasta fulminarlo en la continuidad de un absoluto olvido, como hacía ya mucho no lo experimentaba. Cuando empezamos a vestirnos sentí cómo la mirada felina me escrutaba con curiosidad. Al concluir, me preguntó: —¿A qué te dedicas? —Trabajo en una oficina. En apariencia, ese día fue como cualquier otro para la joven, pero yo continué frecuentándola, semana tras semana; luego, cada tres días. Al cabo de varios meses me confesó su verdadero nombre y aseguró que a sus dieciocho años tenía una hija de cuatro. Supuse que la habrían violado. —No —rio Clara—. Fue allá, en Tijuana. Él tenía veinte y yo catorce. Pensé que era un juego. Mis papás consiguieron una partera para que abortara, pero me escapé con una amiga; me vine para México... Y tú, ¿eres casado? —Divorciado. Sólo nos unía el sexo. Cuando nos hartamos empezamos a buscar a otras personas.

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—Es lo más común. También te pasará conmigo. ¿No se te antojan otras chicas? —Tú eres la mejor. Clara y yo nos llegamos a ver hasta tres o cuatro veces por semana. Mientras se maquillaba frente al espejo y se untaba aceite para niños a lo largo de muslos y piernas —lo que le otorgaba un aroma dulce y cálido, si bien envuelto por una artificialidad que en ese entonces no me afligía— me platicaba de sus otros clientes y del padre de la pequeña, quien hacía meses había tratado de convencerla de que volviera a Tijuana. Me hablaba de su niña, de cómo tenía que pagarle a una señora para que la cuidara. Empezaba a percibirla tan clara, tan nítida como un manantial a mitad del bosque. Su rostro se me aparecía en sueños, afable, desmesurado bajo la ilimitada complacencia de la luna. Su olor se había transportado a mi piel y me cubría; cada mañana lo comprobaba y era como comprobar mi propia existencia, mi humana realidad en el mundo, mi paulatino alejamiento de una soledad que amenazaba con volverme inerte ante el paso del tiempo. Pero creo que empezamos a ser amigos cuando me confesó su verdadera edad: dieciséis años. —Y mi niña tiene dos... —¿Por qué me mentiste? —¡Los dieciocho son la mayoría de edad! —¿Y tu credencial? —Clara sonrió y dudó en contestar: —Me la saca mi amiga con un médico que conoce. —¡Pues pareces de dieciocho hasta en la foto! —Después de un embarazo y de tanto ir y venir, ¿qué querías? Ven, ven para acá. ¿Te gusta cómo huelo? Mira cómo me maquillo. ¿No quieres? —Me ofreció unas pastillas—. Son chochos. —Una vez casi me muero por eso: doce horas inconsciente y una semana sin contacto con la realidad. No abuses... Aunque, después de todo, ¿qué nos queda? A mí, ganar dinero para coger contigo. A ti, drogarte y ganar dinero cogiendo. —Ya llevamos un año de conocernos. ¡Ven a Tijuana conmigo! Allá tengo una prima. Necesito ayuda para mantener a mi hija. —Una vez dijiste que nunca dejarías de trabajar. —Te lo dije para que no te fueras con otra. Clara me rodeó con los brazos, introdujo su lengua en mi boca, la hizo vibrar sobre mi paladar y mi lengua. El beso profundo alteró mi respiración. Perdido en el éxtasis, a su merced, me puso la mano en la verga y empezó a apretarla con lentitud. Aflojaba y apretaba. Mi mano recorría sus muslos, con ansiedad, como si quisiera hallar bajo las faldas —en la humedad lechosa de sus genitales— el motivo de una nueva revelación que me apartara de la entrega que nos hacíamos cada dos días. Mi erección y el anhelo de estrechar ese cuerpo ardiente a mi lado, llegaron al paroxismo. Le abrí la blusa y con la punta de la lengua leí con lentitud el mensaje cifrado de sus dorados pezones. Entonces la cabrona se detuvo y se levantó con brusquedad. Ante mi insistencia para que continuara, exclamó: —¡Dejaría de trabajar por ti!... ¿Por qué no me invitas a un bar? Anda, vamos.

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—Primero... —Primero vamos al bar, ándale, vamos —me rogó como una niña. No pude negarme. Esa noche brindamos y bailamos bajo las luces intermitentes. A veces el volumen de la música nos hacía gritar. Clara machacaba los chochos con un cuchillo y echaba el polvito blanco en sus bebidas, luego me daba a probar. A nuestro lado, una pareja empezó a discutir y el hombre, furioso, terminó quebrando vasos y platos. Me amenazó con un tenedor sólo porque lo miraba. —¡No le tengas miedo a este pendejo! —me gritó su compañera. Tres meseros lo calmaron y uno de ellos les suplicó que se retiraran. Clara y yo seguimos bebiendo. —¿Los conoces? —pregunté. —Invítame a tu casa —sugirió, tambaleándose de borracha y sin atender a mi pregunta. —Mejor’amos al hotel —yo estaba peor. Pagué la cuenta y en la calle no fue difícil hallar un taxi. Pronto nos encontramos en el Cantabria. La muchacha se desnudó y se lanzó a la cama con las piernas abiertas. Boca arriba, balbuceó algo sobre los chochos, sobre su hija, sobre su situación económica. Se quedó profundamente dormida. Me pareció ver un fragmento de cuerpo arrastrado por la corriente del placer de los demás, incluyendo el mío, sin voluntad, sin pensamiento. En mi obstinación, me abandoné a su cuerpo, pero me costó mucho trabajo cogérmela: estaba tan seca como un desierto. La inspiración cesó del todo cuando se me rompió el condón adentro: “Carajo; si tiene sida, ya me chingué”. Con seguridad palidecí. Recordé que en su credencial decía “negativo”, pero la duda aún me trastorna. Era la segunda vez que me ocurría. Miré el reloj en el instante en que despertó: las cinco de la mañana. Lo primero que hizo fue gritarme que su exnovio la había amenazado con llevarse a la niña y que él ya conocía dónde vivía. Casi me exigió dinero para cambiarse de departamento. Fuimos al cajero automático y le ofrecí lo necesario para una renta. Además, le di mi chamarra. —Te veo el jueves a la hora de siempre —le dije. —Pero falta mucho, cariño. —Tengo que esperar un cheque; son seis días. —Te voy a extrañar. —Yo también. El jueves llegué como de costumbre. Pasó una hora. Nunca se presentó. Ya estaba por irme cuando vi a una de sus amigas. —Lo que supe de Clara —dijo—, es que... No sé si te contó de su exnovio que la embarazó hace dos años... —asentí con la cabeza— ¿Sí? Pos el cabrón le pegó muy duro y se llevó a la niña... —me imaginé lo peor, pero contuve mis nervios. —¿Y dónde está Clara? —le pregunté, preocupado. —No sé. Dijo que lo iba a matar. La pobre tenía moretones por todas partes. Hasta un ojo se le cerró a la pobrecita. Pero tú sigue viniendo. Igual y un día la ves. Y si no, ¿por qué no vamos tú y yo? Tal vez ya ni

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venga, la pobre... Ante esas palabras, supuse que hay cosas perfectamente sustituibles y que los cuerpos son una de ellas. Podía sustituir a Clara por otra, más impersonal, más oscura, con la que ya no me involucraría y a la que utilizaría para escapar del tedio. La higiénica impersonalidad, el higiénico anonimato... Las putas no tienen rostro, por lo tanto son puras. Son como Dios: se dan a todos por igual. Sentí que la vieja sensación de lo inconcluso se posesionaba de mí para desequilibrarme y así le propuse a la amiga de Clara: —Está bien, vamos. En la habitación, se quitó las fajas que la hacían parecer delgada. Extrañé la claridad del otro cuerpo. —¿Cómo te llamas? —me preguntó. —Alberto —mentí—, ¿y tú? —Laura.

II.

EL NOMBRE EN EL ESPEJO

Para Armando Pereira

Frente al baño que guarda perfumes y hedores de todos los tiempos, la voz entrecortada se mezcla con el incesante rechinido del catre. Sudor atrapado entre cuatro paredes deterioradas por la humedad y el tufo del tabaco. El ansia de seguir y no poder. Trémulo, tratar de navegar sobre ese vello púbico vestido de rojo y negro, sobre ese triángulo que devora la carne con su boca peluda. Mover el culo como una máquina. Grotesco estremecimiento ante unos ojos desorbitados por la velocidad del placer. Los testículos embadurnados de sangre. Los muslos salpicados de sangre. ¿Y luego? Ha terminado. Qué bueno. La juventud de la noche no detiene el tiempo del espectáculo de sangre, leche y semen atrapado en el extremo de un condón de látex que resiste la sequedad del ánimo y la humedad carmesí de esta madre puta que lacta y abre las piernas para alimentar a su hijo, de esta puta adolescente, violada y amenazada por el patrón mientras fregaba el piso de su taquería, en el barrio de la Merced. Eran las seis de la mañana en punto. Siempre puntual por costumbre o por tedio. Todavía no se recogía la basura de las calles. Le abrieron la puerta a la de los ojillos inocentes durante la ebriedad de un 15 de septiembre que aún continuaba. Ella percibió la mirada escrutadora y las palabras de aceptación del patrón. Deberá cumplir todas las órdenes. Siempre trató, aunque con esfuerzos pueda apenas escribir su nombre, y su nombre sea el que escuchó que alguien dijo en alguna tarde remota durante su infancia. Y su nombre, Estela, ya no puede contenerse en los labios, ni siquiera en los latidos de un corazón torpe, y sale disparado entre lágrimas de esperma atrapado en la punta de un condón transparente que ha resistido los embates de una imaginación que desearía representarse o por lo menos columbrar lo perdurable del placer solitario. No es posible seguir pensando. Ya es hora de salir de esta casa de putas disfrazada de hotel. Debe trabajar. La renta de cada mes no deja dormir a la dueña gorda y roñosa, que con voz de gallina increpa, reclama, grita sin motivos aparentes. Bajo la marquesina que Estela eligió hace un mes como protectora de la lluvia, llega el recuerdo del primer novio, de aquel que no se resistió, del seductor que le arrebató la virginidad, perforó el pellejo inútil de dolor en una noche cercana a los rosales del Parque de la Juventud, bajo las ramas escandalosas de una higuera cuyas hojas masturbaban al viento. Vino entonces la conciencia moral acompañada de una vana ilusión. Su ingenuidad de quince años, su carita tersa que empezaba a sonreír, sus ojos brillosos,

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su soñar con ese hombre a quien jamás volvería a ver, reptaron bajo la puerta pintarrajeada y ascendieron alegremente por la colcha hasta cubrir el moreno cuerpo embadurnado con la sangre del recuerdo, el recuerdo de tener que amamantar al hijo precario, al unigénito nacido del regazo de la diosa Violencia, a esa prueba de su fatal candidez de niña tonta ante la superioridad de su jefe. Nunca pudo sentirse inocente de nada, pero esta vez ha terminado pronto. ¿Y luego? La llaman el excusado, la minifalda, el escote. Se levanta con esfuerzos. El hombre ya pagó. Ahora ella debe aparentar higiene, aunque el lavado no oculte la sangre. Un vistazo al espejo roto, donde el exceso de pintura cubre la palidez de los pómulos y las mejillas. La redondez del semblante se atenúa con la negra cabellera. Los delgados labios se engrosan con el color negro del lápiz labial. Una cana más a la basura. Al ajetreo no le interesa la próxima vejez. Piensa en el novio y en el padre debido a ese temor o incapacidad de pensar en sí misma. El padre yace absorto con una nueva empleada —joven, como su fantasía le ha dictado desde la separación de su mujer—. El hombre levanta la falda lentamente mientras ella trapea de rodillas. Baja su calzón para contemplar la raya divisoria y dividir el cuerpo del deseo hasta casi partirlo en dos. Un leve grito ante el trapeador y la cubeta. El inicio de un jadeo animal. Dura sequedad vencida. Ahora Estela se pierde en los brazos del cliente oculto en el abismo de su propio futuro, de su propia incertidumbre. ¿Tendrá miedo este ajeno caballero de sus actos después del orgasmo solitario y anhelado? No más preguntas. Hay que ponerse la ropa, lucir los gordos muslos y el principio de los senos; ungirse el cuerpo con un aceite que envolverá la atmósfera con un olor dulzón; seguir trabajando. Disfrazarse de mujer sonriente y olvidar al Hijo y al Padre y al Espíritu del Novio que le mostró el dolor del amor. Vestirse. Despachar al consumidor, alejarlo de su pública presencia, coartarle sus cuestionamientos, disipar su curiosidad. El tiempo corre de prisa para una vagina ambulante y ambiciosa. La rapidez, el fluido artificial, la sonrisa pintada siempre han sido preferentes ante el espejo, bajo la marquesina protectora, sobre la calle transitada. Se hace tarde. Estela pierde clientes, aunque ¿quién la volvería a aceptar con todo este torrente de secreciones? No importa, mientras paguen primero. Pague antes y decepciónese después. Haga lo que pueda. La voluntad tiene límites. Imagínese a su esposa o a su actriz favorita. Sueñe con su hermana inteligente o con su madre santa que lacta para vivir del futuro trabajo de su hijo... Sólo le falta orinar a caudales y demostrar sus lágrimas saladas; sólo le falta cagarse en este catre y aprender que en muchos casos los catres sirven para cagarse, para concebirlos como el mundo bajo el cuerpo del recuerdo, sin futuro cierto, sin pasado nítido, repleto de azar y de silencio. ¿Y su madre? La trillada historia de abandonos y golpes, inconciencia que se paga más allá del presente. A menudo resulta necesario pedorrearse en su recuerdo. Ahora debe contenerse: arriba está un caballero moviendo el culo como marioneta. Ha terminado. El foco que cuelga del techo ha dejado de zigzaguear, pero el hombre no paga. Pague, por favor. Ya se va. Otra vez...

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Un intento de huida a los trece años. La constancia en el trabajo casero. El detergente y las manos de niña, maltratadas, abiertas. Una voz de mujer que la llama para amenazarla. Hoy tienes que traer tanta cantidad. Hoy tienes que traer más que ayer. La visión de lo ajeno sin percatarse de que sólo está obligada a entender que hay una virgen que la protege desde el cielo del amor auténtico. Siempre lo mismo. Una cana más. Las piernas con várices cubiertas por medias negras. Un nuevo surco sobre la mano. La corriente fluye en la incomprensión del pasado y las consecuencias durante el jadeo de una nueva masa sudorosa que no cesa de menearse, quejarse y acaso abstraerse de estos ríos de leche y sangre. Siempre la viscosidad que huele a furia. ¿Cuándo terminará su fluir? ¿Cuándo acabará esta masa negra? No puede. El hombre no puede. Ya basta. Si no puede, que se quite el condón y se jale la verga, pero ya basta. Ha sido demasiado. No hay tiempo para darle otra oportunidad al cansancio. Las cosas deben hacerse por impulso. El esperma brilla por su ausencia. Ya se va. Otra vez... Mil veces más relatará esta historia, a pesar de que nunca sepa quién es su interlocutor silencioso. Nuevamente la minifalda y el pensamiento de ser una con las sábanas, pero también un recuerdo desagradable. Ahí, en su mente, la imagen del cuchillo que la hirió durante su primera experiencia en este cuarto de cortinas roídas y catre que rechina hasta más ya no poder. Un viejo y oxidado catre, demasiado alto para ser un catre. Ser una con las sábanas... Abstraídas en la telaraña del techo mientras el padre, el novio, los golpes de la madre emergen de la punta de su clítoris exhausto, las sábanas reciben la sangre de su brazo ante el beodo con el cuchillo. Un grito. Un golpe. El encargado del hotel funge como testigo. Dos policías se llevan a ese borracho impertinente que insistía en una felación gratuita. Departamento Uno de averiguaciones previas. Agencia Investigadora del Ministerio Público. Tercer turno. Declara la lesionada y querellante... Nada grave. Lesiones que por su naturaleza no ponen en peligro la vida y tardan en sanar menos de quince días. Una simple venda y a seguir trabajando por un bebé que pronto pagará lo mucho que se le ha ofrecido. Hoy tienes que traer tanta cantidad; mañana, otra. Si no, un cincho, un golpe, una cachetada, una patada, una amenaza. La vieja minifalda tendrá que agotarse y el escote que oculta la leche taciturna ya no tendrá sentido. Entonces la jubilación será grata y sus ojillos relucirán sin ojeras ni sombras. Pero esta vez el semen fluye y el condón se retira embadurnado de púrpura. Afortunadamente, la leche no ha sido vista. Hoy no se ha quitado el sostén porque ya no es posible seguir ahuyentando al semen, al etéreo rostro sin rostro del dinero. Si no ha pagado, que lo haga de una vez por todas. Siempre hay un cuchillo en su bolso. La diosa Violencia también la protege bajo la marquesina, al lado de una nueva sidosa —le llaman la leoparda— que añora día con día los buenos tiempos, frente a un puesto de periódicos que exhibe pornografía barata, penes colosales, coños excitados, senos de silicón.

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Otra masa sudorosa, tan impersonal como todas, dirige su deseo con el ¿cuánto? en los dientes y el bulto entre las piernas. Una vez más la súplica de pagar al final, pero con la tenaz terquedad de ver y tocar esos senos escondidos, al parecer prominentes. La súplica sólo resonó dos veces. Retirar el sostén y oler la decepción lechosa, los pezones negros, turgentes, estropeados... Siempre es difícil en épocas de lactancia. No hay tiempo para descansar. El niño. La criada que lo cuida... ¿Cuándo acabará esta masa? Quizá cuando la conciencia de Estela haya despertado sobre la breve compañía del novio, las represiones de la madre alcoholizada y los abusos sexuales del padre. Pero el hombre tarda. La ha cambiado de posición cuatro veces. Por atrás, como una esfinge con el pecho sobre la cama y las nalgas paradas. Por arriba. Por abajo. De lado. Dura sequedad burlada por el fluido artificial de aquel envase de plástico sobre la mesita de madera. Si no se viene, que se vaya. Es difícil abstraerse de los tres colores: leche, sangre y semen. El enojo en el semblante colorado y la violenta negativa de pagar. ¿Dinero? ¿Cuál dinero, mi amor? ¡Si no ha pasado nada! Eres mala, mala. Me recuerdas a una muñeca de hule sin vagina vibradora. Eres mala. Un absoluto cinismo. Nunca antes nadie se había rehusado, a pesar de los persistentes fluidos de este cuerpo sin cuerpo. ¿Cómo proteger su trabajo? ¿Qué importa el bebé de la puta envuelta en un caos de líquidos, en una eterna menstruación que desde hace varias semanas la desconcierta porque no la puede explicar? El bolso guarda su seguridad y el impulso avanza sobre el escaso valor de este hombre que se levanta y no paga, no paga porque no quiere. Pero la voluntad tiene límites. Si hay poder, se ejerce la voluntad. En el bolso negro reposa el poder. El largo cuchillo debe erguirse en posición erecta y... eyacular sangre. Él se ponía su pantalón gris de espaldas a Estela. Una ráfaga, una herida rápida y seca en medio de la nuca. Dos heridas en la zona lumbar, en lo que el cuerpo medio titubeante, medio crispado dejaba caer el pantalón. ¡Qué sorpresa para ambos! En el centro de la nuca y un poco más abajo, mientras él repetía y se repetía “eres mala”, “eres mala”, sólo tres golpes y un quejido sordo bastaron. Los borbotones de sangre salieron por la boca, la espesura roja emergió con lentitud por los oídos. Las heridas —tan abiertas como la que Estela usa en el diario ajetreo— y la caída brusca de la masa corporal fueron también sorpresivas para ella. Nunca se lo hubiera imaginado. El rostro del dinero es el placer de un futuro estelar, es la vida del intruso de dos meses. Pero la efigie caída de la muerte se convirtió, de un momento a otro, en un rostro amenazador que ponía en peligro su libertad y sus recuerdos. “¿Qué hacer?”, pregunta el nerviosismo. Antes que nada, hurgar en los bolsillos del pantalón sin dueño y no hallar sino una simple y tonta cajetilla de cigarros, un calendario con la foto de una sonriente rubia desnuda con curvas pronunciadas y senos pequeños, y unos cuantos pesos para el transporte de dos días. La masa sudorosa quiso engañarla. ¿Qué conciencia se puede tener cuando han tratado de robarle su propia conciencia, cuando han tratado de que

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el tiempo detenido de su vida rompa su invariabilidad? Hay que pagar una suma ridícula a la nana y otra mayor a la propietaria del departamento... Pero antes, acomodar el cuerpo bajo el catre. No: primero cerrarle los ojos. Vestirse. Lavarse las manos. Acomodar el cadáver. Salir sin entregar la llave (el nuevo encargado sólo conoce su nombre falso: Estela). ¿Y luego? Correr con otro nombre en medio de la noche hacia una nueva marquesina, hacia otro puesto de pornografía barata, hacia otro cuarto de cortinas roídas, baño oxidado y puertas pintarrajeadas. Apresurarse en medio del ruido callejero. ¿Qué carajos haría una madre soltera en la cárcel, con toda esa secreción incomprensible, con todo ese fluir de su pasado? La única certeza sobre su realidad es la memoria que actualiza las sensaciones, que llena el pozo vacío de su presente y le da coherencia a su vida. Todo ha concluido por esta noche. No puede renunciar a su cotidianidad. Debe descansar para contarse de nuevo esta historia, aunque nunca sepa el nombre del rostro en el espejo.

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ZEN/SURA

Diana López

Grande es el que está por encima de todos, el Inmortal, el Inmisericorde, el que cumple sus promesas y calla para siempre al que se extravía. Aléjate de aquí, hijo del hombre, que los ojos de Dios se han posado sobre ti con rabia, ¡oh, gran pecador!, ¡oh, hijo de Israel!, qué grandes son tus faltas y qué gran ignorancia rodea tu mente acerca de las cosas divinas. Sobre tu cabeza caerá la furia de Dios y hemos de quemarte vivo, reducirte a polvo y echarte al mar.

Grande es el que está por encima de todos, el Inmortal, el Inmisericorde, el que cumple sus promesas y calla para siempre al que se extravía. Aléjate de aquí, desconocido del pueblo de Moisés, pues jamás podrás comprender los designios del Altísimo ni la senda recta ni el gran río de vida que corre por el camino de nuestra ciencia. Tu orgullo será ultrajado por el mismo Dios. ¿No sabes que Dios conoce todo lo que sucede en los cielos y en la tierra?

Grande es el que está por encima de todos, el Inmortal, el Inmisericorde, el que cumple sus promesas y calla para siempre al que se extravía. Aléjate de aquí, corrupto poblador de la tierra, porque Dios castigará el imperio de

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los hombres, hará que se hunda la tierra y cuanto existe en ella, pues el Señor, el Sublime, el Grande, no concibe otro sendero más que el suyo, y llegará el momento en que cada nación habrá de seguirlo y empezará a alabarlo con sus ritos sagrados; porque Dios es la Verdad misma y detesta al que tropieza. Grande es el que está por encima de todos, el Inmortal, el Inmisericorde, el que cumple sus promesas y calla para siempre al que se extravía. Feliz el que aprende a renunciar a la vida. Feliz el que evita toda palabra deshonesta. Feliz el que esconde eternamente su verdadero sentir. Feliz el que sabe contener la lengua de los otros. Feliz el que se abstiene de todo lo que está en contra de Dios.

Grande es el que está por encima de todos, el Inmortal, el Inmisericorde, el que cumple sus promesas y calla para siempre al que se extravía. Me guardaré de todo lo que sea obsceno. Me guardaré de pronunciar palabras llenas de mentiras. Me guardaré de mis propios pensamientos que atacan la virtud divina. Me guardaré de mis apetitos carnales que descienden del ángel del mal. Me guardaré de ser yo y seré lo que el espíritu divino desea que sea.

Grande es el que está por encima de todos, el Inmortal, el Inmisericorde, el que cumple sus promesas y calla para siempre al que se extravía. Y todo arderá para que el hombre finalmente muera en la luz y gloria del Señor.

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Censura literaria por Hans Giébe

por Hans Giébe

Filtrar lo que el público verá es el cometido de la censura, restringir la información, evitar que se disperse con el fuego una idea amenazante que puede trastornar las reglas convencionales de una sociedad. La palabra “censura” proviene del latín censor, que era el oficio de un par de romanos cuyo deber consistía en supervisar el comportamiento del público y la moral, de allí que su labor consistía en censurar la forma de actuar. A razones de una moral enclenque, de una ideología medrosa o de incomodidades políticas, el censor o, mejor dicho, el censurador, mutila el mensaje original del creador antes de exhibir sus ideas al público. En la historia de las publicaciones, en específico las que son en formato de libro, la censura ha sido una constante.

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La pretensión de aplicar la censura en medios y redes sociales en la red internet, en lo absoluto es nueva. La censura que el clero ha hecho de las ideas que amenazan su hegemonía han quedado manifiestas en pasajes memorables como el juicio a Galileo Galilei y la condena a muerte en la hoguera de Giordano Bruno, por el simple hecho de manifestar una idea que contenía mucho más de verdad que aquellas que promulgaba la iglesia. La tierra no era el centro del universo. El Index librorum prohibitorum et expurgatorum, en español “Índice de libros prohibidos”, también llamado Index expurgatorius, era una lista que la iglesia publicó, instituida por el Papa Pío V (15661572). Contenía diversas categorías de los libros prohibidos se hallan enumerados en las 16 reglas que, a partir de 1640 se fueron publicando hasta 1966. Pueden sintetizarse en cuatro grupos esos libros prohibidos: El primero es de obras contrarias a la fe católica. El segundo grupo abarca las obras que tratan sobre nigromancia y astrología, los que fomentan la superstición y los “falsos” valores morales; en este apartado se hallan también los libros que tratan cosas lascivas y de amores que dañan directamente las costumbres cristianas. El tercer grupo contempla todas las obras publicadas a manera anónima, sin el nombre del impresor y sin señalar el lugar y la fecha de la edición, y, por supuesto, que contengan doctrinas dañinas para la fe. Finalmente, el cuarto grupo comprende a las obras completas o fragmentos de ellas, que atentan contra la buena reputación del prójimo, sean eclesiásticos o civiles. Se han incluido en esta lista autores literarios como Giovanni Boccaccio, Rabelais y La Fontaine, pensadores como Descartes o Montesquieu, científicos como Conrad Gessner o Copérnico.

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La manipulación de la información es otra forma de censura. El libro Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift, fue censurado en muchos países debido a los temas de corrupción política, los sentimientos anti-guerra y las injusticias de la colonización. Lo mismo se puede decir de 1984 de George Orwell, y Animal Farm (o con el mal traducido título “Rebelión en la granja”), que fueron censurados por ser novelas pro-comunistas y reveladoras de la corrupción humana. La censura se aplica ávidamente en los regímenes totalitarios con la intención de que los tiranos conserven el poder, en los informes militares, en los genocidios que minorizan o se ignoran, hasta en los mapas vía satelital, donde regiones completas aparecen en gris. Jamás se olvidará la quema de libros durante el régimen Nazi en la Bebelplatz en Berlín el 10 de mayo de 1933, día en que se hizo un atentado deliberado contra las ideas y un monumento a la brutalidad y al cinismo de la ignorancia. Una censura tiene la intención de hacer efectivas sus restricciones contra el librepensamiento y los librepensadores. En Cuba, la novela de Reinaldo Arenas, Otra vez el mar, tuvo que ser publicada fuera de su país en 1982 pues es una dura crítica al gobierno de Castro. Pero ¿qué implica la censura? Sin duda, el acto de censurar es un acto intrínseco de miedo, de temor a que una idea cambie la opinión general y perturbe en parte la raquítica paz conseguida o que perturbe la moralina endeble de las sociedades. También es un temor por ver qué tan lejos se puede ir con las ideas. Quizá un punto a favor de la censura sea que es necesaria contra los peores instintos bestiarios del hombre, como la pornografía infantil y el racismo, prácticas limítrofes del extremo li-


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bertinaje. Sin embargo, a veces hasta lo más vil debería publicarse sin restricciones, pues esa vileza es parte del conglomerado humano y si una persona está envenenada de bestialidad sería preciso advertirle a todos los demás con una denuncia pública y difundirla. Censurar es una muestra del miedo al mensaje. Sin embargo, para no lesionar la libertad de expresión, mejor debieran mesurarse por el propio autor los contenidos del mensaje, pero no caer en la censura radical y mojigata por el miedo extremo, el que se representa con la quema de libros en vía pública o con la jugosa recompensa por la cabeza del autor. Es verdaderamente irónico que una obra nacida del nazismo como lo es Mein Kampf (“Mi lucha”) escrita por Adolf Hitler y lanzada el 18 de julio de 1925 en Alemania pudiera padecer censura después de ser glorificada por millones de alemanes pro nazis. Hasta hace un año era ilegal publicarla, pero sí se permitía poseer una copia o tomarla prestada de una biblioteca, aunque las versiones para bibliotecas se hallan editadas y comentadas. Una vez convertida la obra en propiedad del dominio público ha vuelto a publicarse y ha podido comercializarse fuera de Baviera después de más de 90 años de prohibición. Otros libros han sido censurados, como el caso del Origen de la especies de Charles Darwin, transcurridos 200 años

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desde el nacimiento del autor se pretende publicar una nueva biografía en la que se expondrían algunos fragmentos censurados en relación a la religión. No sólo Darwin ha sido víctima de la censura, sino tratados científicos completos y ensayos filosóficos han sido condenados, quemados y puestos bajo arresto los autores de esos libros incluyendo en algunos casos hasta los editores. También, de forma irrisoria, se han prohibido cuentos aparentemente ingenuos como Caperucita Roja (por llevar en la canasta de viandas para la abuela una botella de vino), Tintín en el Congo, del historietista Hergé y ¿Dónde está Wally? de Martin Handford (por aparecer en un dibujo de la playa una mujer bañista diminuta, con sus diminutos pechos, casi imperceptibles en topless). La censura moral es la más recalcitrante, pues ataca la obscenidad y la pornografía. También los temas de racismo son de los más censurados. Como en el caso de La regenta, de Leopoldo Alas Clarín; Sex, Madonna, Tres con tango de Justin Richardson y Peter Parnell. En el arte, como en literatura, hay infinidad de autores que padecieron la censura de su obra. Entre algunos libros: El Diario de Ana Frank; Las mil y una noches (Anónimo); Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll; El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde; El Ingenioso Hidalgo don


Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes; La Odisea de Homero; El amante de lady Chatterlay de D. H. Lawrence; Ulysses de James Joyce; Justine del Marqués de Sade y Trópico de Cáncer de Henry Miller, entre muchas obras más. En México se puede mencionar la novela corta Aura de Carlos Fuentes a la que en 2001 el Secretario del Trabajo, Carlos Abascal, armó una gran polémica porque la hija de este funcionario leyó en la secundaria (para monjas) por sugerencia de la profesora de español (a quien corrieron), porque Abascal juzgó inapropiada esa novela para su hija. Finalmente, Carlos Fuentes agradeció por esa publicidad a su obra a través del acto de censura, pues se leyó más y se distribuyó mejor después de ese episodio.

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Jesús Benítez (1987, Pachuca, Hgo. México)

Artista visual egresado del Instituto de Artes de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, en 2011. Su trabajo ha sido mostrado en exposiciones como la colectiva en el museo El Cuartel del Arte, del CECULTAH, la muestra internacional ENTRE-LINGUAS, (Brasil-México), entre otras. En 2013, Benítez es aceptado en el seminario Repensar la Crítica, impartido por el Dr. Daniel Montero en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) de la Universidad Autónoma de México (UNAM), por un lapso de dos semestres, el ritmo de revisión de textos teóricos e históricos, así como el intercambio generado en el seminario, servirían para terminar de sentar las bases teóricas de su obra, igualmente recibe el primer lugar en la convocatoria para el diseño del anillo Institucional de la UAEH, a la par realiza el relieve monumental El Médico contra la Muerte, para el Colegio Médico de Pachuca, Hidalgo. En 2015, le es encargada una comisión para la ciudad de Panamá, una escultura en bronce situada en el andador cultural de la ciudad. Actualmente sus proyectos son desarrollados en dibujo, a partir de un razonamiento hacía la práctica del mismo, sus peculiaridades, los materiales, así como la noción de forma-contenido.

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Sร SIFO, 2016. Tinta sobre papel de algodรณn, 80 x 120 cm.

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LA NATURALEZA ABORRECE EL VACĂ?O, 2013. Imprimatura desprendida y temple sobre madera, 170 x 80 cm.


EL HUEVO O LA ESCUPIDA, pieza 16, 2015. Acuarela grafito y saliva del retratado, 50 x 70 cm.


Detalle cuaderno de notas, apuntes sobre la serie el HUEVO O LA ESCUPIDA, 2014. Recorte, tinta y cinta sobre papel.


LA NATURALEZA ABORRECE EL VACĂ?O, 2013. Imprimatura desprendida y temple sobre madera, 170 x 80 cm.


Pieza 3, de la serie QUIERO SER, 2009-2014. Talla en madera, 13 x 24 x 8 cm.


QUIERO SER, cuatro variaciones, 2010. Grafito, acuarela sobre papel, 112 x 75 cm.


SIN Tร TULO, 2015. Impresiรณn sobre papel 80 x 55 cm.


IMPRESIร N SOL NACIENTE, 2013. Impresiรณn sobre papel de algodรณn, 65 x 55 cm.


I FOUND YOUR HEART, 2015. Impresiรณn sobre papel, 100 x 80 cm.


ÇEMIL TURÁN: “Todos mis libros nacen y están dedicados a la lucha del pueblo kurdo”. Entrevista con Guadalupe Flores Liera

El periodista y escritor kurdo Çemil Turán Bazidi nació en 1952 en Serhat, en el Kurdistán turco, en las proximidades del monte Ararat. Realizó estudios superiores en Ankara y en Estambul (Constantinopla). Vivió en Turquía las juntas militares de 1971 y 1980. Durante sus años universitarios se incorporó al Movimiento de Liberación del Kurdistán y participó en las luchas independentistas, por lo cual sufrió persecución, encarcelamiento y torturas. En 1984 consiguió escapar de Turquía. Llegó a Grecia, donde solicitó y le fue otorgado asilo político, poco después obtuvo la ciudadanía. En Grecia trabaja como periodista, colabora en innumerables publicaciones impresas y electrónicas. Es el primer escritor kurdo que escribe directamente en griego. El galanto ensangrentado, Los ojos del lobo, La noche que miraba de día, Allí Dios estaba durmiendo, Me llamo Azad han sido abrazadas por los lectores por el talento de Turán para relatar. Narrar novelísticamente los relatos que escuchó en su infancia de boca de sus abuelos o vivió en carne propia es su contribución personal a la conservación de la memoria de su pueblo, enfrentado a la violencia cotidiana y a la represión. Con la oportunidad de la reedición en Atenas de su estremecedora novela autobiográfica Los hijos del Ararat y de su antología Poetas kurdos contemporáneos (ambos editados por Librería Española Nikolópoulos) el autor contestó a las siguientes preguntas:

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En nuestros días, ¿la literatura puede contribuir en algo a la lucha independentista de un pueblo? En cierto grado, sí. Tal vez porque logra que una lucha sea más ampliamente conocida, encomia la libertad. Tal vez porque puede convertirse en bálsamo para las heridas de los luchadores. La literatura se toma su tiempo y penetra con más profundidad en el instante. La muerte no es una cifra, como en el periodismo; cada bomba que cae no es sólo una trayectoria fantasmagórica que se dibuja en las pantallas televisivas. La literatura penetra en las ruinas, lee la historia de cada piedra, el aleteo espantado de los pájaros; se alía a la naturaleza, va en busca de las dichas y de los sueños humanos. Crea pero también destruye mitos. Por ejemplo, cuando estaba trabajando en la antología de poetas kurdos y hablaba con mis amigos sobre ello vi la sorpresa en sus ojos y algunos me preguntaron si existían poetas kurdos. No podían concebir que estos hombres además de un arma pudieran sostener una pluma. Tenían en la mente a un pueblo-máquina de hacer la guerra y no a seres humanos con sentimientos, que aman, cantan, escriben... En todo caso, en lo que a mí se refiere, todos mis libros nacen y están dedicados a la lucha del pueblo kurdo: Hasta la victoria, como decía el revolucionario Fidel Castro. Efectivamente, no podría hacer arte por el arte.

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¿Qué ventajas tiene la mitificación de los acontecimientos respecto del periodismo responsable? La mitificación se entrevera con el “embellecimiento” de los acontecimientos y en ocasiones puedes sentir culpa de esto. Pero saca su fuerza de la necesidad de los tiempos. Por otro lado, la necesidad de un pueblo le puede imprimir aún mayor fuerza. Le voy a dar un ejemplo: Durante la gran rebelión del Ararat, las mujeres kurdas, que habían tomado el monte al lado de sus hombres y de sus hijos, al ver que perdían la lucha y que iban a caer en manos de los turcos, se despeñaron una tras otra en el abismo cantando y bailando. Cuando llegué a Grecia me enteré de que lo mismo habían hecho las mujeres de Souli, en el Epiro, durante la guerra de independencia. Yo digo que es verdad, quiero que sea verdad. La mitificación lleva aquí la ventaja respecto del periodismo responsable, el cual está obligado a constatar exacta e imparcialmente los acontecimientos. La pregunta es si existe este tipo de periodismo. Desde el momento en que la noticia es consignada por seres humanos, lo que quiere decir punto de vista, posición vital, ideas, concepciones, es difícil e incluso imposible hablar de objetividad. Esto no quiere decir que el periodista no realice su trabajo res-


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ponsablemente, pero no puede arrancar de raíz sus ideas. Simplemente trata en la medida de lo posible de no “robar en la balanza”.

El precio que pagan los pueblos por conseguir su liberación es mayor cuanto más se relaciona con zonas de importancia geopolítica y con riqueza natural, cosas que ambicionan y buscan administrar los poderosos en turno.

En Turquía difícilmente se puede expresar en su lengua materna oprimida, el kurdo. Ahora que se encuentra en un país libre, ¿por qué eligió expresarse en idioma ajeno?

¿Qué le hace pensar que se le hará justicia a su pueblo, ya que ustedes los caracterizan ambas cosas?

Después de treinta y dos años en Grecia no siento que el griego, que es verdaderamente maravilloso, me sea un idioma ajeno. Comencé a escribir en griego porque al conocer a la sociedad griega, la sensibilidad de los griegos respecto a los pueblos y los hombres perseguidos, quería dar yo también mi mensaje acerca de lo que ocurre en el Kurdistán. Quería hablar, comunicarme con mis conciudadanos. Con los seres humanos que poseen el abrazo más cálido. Ni siquiera me pasaba por la mente que mis libros pudieran circular en Turquía, algo que ocurrió hasta hace muy poco tiempo. Por otra parte, ya se ha establecido en Grecia, donde he pasado ya la mayor parte de mi vida, la relación necesaria entre un escritor y las casas editoriales. Imagino que algo semejante sentirá Thodorís Kallifatidis, quien vive en Suecia, o Vasilis Alexakis, quien escribe en francés.

Verdaderamente, se trata de una táctica que dura siglos: el más fuerte subyuga al débil. Y el más fuerte se ocupa del débil cuando tiene algo que ganar. Ésta es la razón de las revoluciones, ésta es la razón de las rebeliones. Y cuando las cosas maduran y los pueblos se empecinan en ocasiones la revolución se ve coronada por el éxito. Los kurdos, desde el momento en que su patria fue dividida entre cuatro potencias (Turquía, Irak, Irán, Siria) se han rebelado muchas veces pagando un tributo muy alto de sangre. Parecía maldición que hubieran nacido en esos territorios tan ricos. El oro negro era una pesadilla. Sin embargo, he aquí que algo empieza a brillar en el horizonte. En el norte de Irak se ha creado ya un foco de independencia del Kurdistán. En medio de las ruinas y del aire asfixiante a causa de los químicos con que nos “regó” Sadam

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Hussein, brota una hermosísima joven república. Los obstáculos que encuentra a su paso son enormes, los intereses inmensos y difíciles de combatir, pero los kurdos están decididos. “Hasta que no hayamos echado raíces firmes, no guardamos nuestras armas en el baúl”, me dijo un peshmergá cuando visité Erbil. Sólo que lo que me parece determinante es que los kurdos de los cuatro puntos se entiendan entre ellos y que cada parte respete la forma en que las demás conciben la libertad. Es decir, pienso que estamos a un paso de la autodeterminación de cada una de las partes pero que tenemos un largo camino hasta lograr la unificación de todas. Hace falta tiempo y una estrategia común. Tenemos que superar las desavenencias entre nosotros de forma que no venga alguien a decir “si se odian entre ellos / no merecen la libertad”, tal y como dice el himno nacional griego.

¿Qué mensaje recibirá el pueblo kurdo si el Problema de Chipre se “resuelve” de manera que satisfaga a Turquía, el país invasor? Cada alejamiento de los invasores es una cuenta de esperanza más en la sarta sagrada de los kurdos. Si lo que se está buscando es una manera de solucionar el Problema de Chipre de manera que satisfaga a Turquía entonces los negociadores se esfuerzan en

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vano. El Problema de Chipre se resolverá sólo cuando todos los habitantes de la isla vean satisfechas sus demandas. Ellos saben y encontrarán soluciones entre ellos. Lo que hace falta, según mi opinión, es una política responsable y negociaciones limpias y firmes, que hagan uso de todos los argumentos democráticos y europeos. Chipre es también una isla rica y tiene que explotar esa riqueza correctamente... México ha establecido un acuerdo comercial con Turquía y en el marco de la amistad mexicano-turca se ha llegado incluso a erigir una estatua de Kemal Atatuk en una avenida principal. ¿Desea hacer algún comentario? Turquía mantiene relaciones comerciales y diplomáticas con muchos estados, se ha extendido por todo el planeta. Es un país poderoso. Pero, por otro lado, quienes se relacionan con ella en el plano económico cuentan con muchas otras formas de honrarla, pero no con Kemal, quien no es en absoluto símbolo de la paz y de la democracia. Todos los genocidios de los pueblos ─griegos, pónticos, kurdos, armenios─ que vivieron en territorio que reivindicaban o poseían los turcos llevan la rúbrica de Ataturk. Si, por alguna razón, México quiso erigir la estatua en cuestión, sería hermoso que el pueblo mexicano pidiera que se erigiera una análoga de


Emiliano Zapata en alguna plaza de Ankara...

evitar el amordazamiento de un diario.

¿Qué tiene mayor fuerza, una canción tradicional o un arma?

Al tocar el tronco de un árbol éste se estremeció de dolor.

Es una pregunta difícil para un hombre que pertenece a un pueblo que canta y lucha con la misma fuerza. Sin embargo, diré que una canción tradicional tiene mayor fuerza. En especial las canciones tradicionales de los kurdos tienen todo lo que no le dieron las armas ─la patria libre, el reconocimiento de sus derechos, una vida tranquila, el amor despejado─. Alrededor de trescientos años y siempre conforme a los primeros testimonios escritos han resistido las canciones kurdas ya vueltas tradicionales, y esto a pesar de las persecuciones, a pesar de la prohibición de la lengua kurda. De boca en boca, de generación en generación. ¿Qué arma aguantaría tantos años, siendo útil, estando en uso, y no como una antigüedad que se cuelga?

Al extender la mano a la rama el tronco del árbol estalló en llanto.

Muchas gracias.

Opresión

Los dos poemas a continuación pertenecen a la antología Poetas kurdos contemporáneos (Atenas, edit. Librería Española Nikolópoulos), selección, presentación y traducción al griego de Çemil Turán. [Traducción del griego de ambos poemas de Guadalupe Flores Liera]:

La opresión otorga lengua al mudo regala pies a la roca enseña a los infantes desde la cuna cómo sostener los rifles en hombros.

Şêrko Bêkes (1940-2013). Uno de los más reconocidos poetas kurdos contemporáneos, hijo del gran poeta y líder de la revolución de Irak (1930) Fayak Bêkes. Al concluir sus estudios en Bagdad se integró al movimiento de los peshmergá, fue encarcelado y torturado, pero no traicionó jamás. Después de la caída de Sadam Hussein fue ministro de cultura y luchó por la independencia de los medios masivos de comunicación. Renunció al no conseguir 46

Al abrazar el tronco la tierra bajo mis plantas se estremeció y las rocas gimieron. Entonces me incliné y tomé un puñado de tierra y todo el Kurdistán gimió. Letif Helmet (n. 1947). Forma parte de la vanguardia de la poesía kurda. Su estilo ha sido hondamente influido por los grandes poetas árabes Adonis y Muhammad al-Maghut. Ha publicado veinte poemarios.


Meneses Monroy

Los pájaros rompen el cielo Los pájaros rompen el cielo tan suavemente desde mi ventana, qué dicha sería ser pájaro, qué cosa más extrañamente común ser un hombre que desea ser pájaro.

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