Revista digital Ávalon – Año II nº 13

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Grandes crímenes sin resolver

Carta con la efigie de una víctima de asesinato. Naipes de este tipo se están repartiendo entre las prisiones de Florida por si algún recluso puede aportar pistas sobre el caso

TRES PREMISAS Como se ha comentado, cuando se pregunte a cualquier investigador sobre si es posible cometer un crimen perfecto, éste responderá que no. Su respuesta se basa en el principio de Lockard, según el cual, el criminal siempre deja algo de él en la escena del crimen, ya sea una huella dactilar, una pisada, gotas de sangre o algún pelo o fibra. Así, partiendo de esas pistas una buena investigación llevaría a la detención de un sospechoso. Pero no todo es tan fácil, porque antes hay que poseer una lista de sospechosos entre los que indagar y con los que cotejar las pruebas recogidas. Por esta razón se suele decir que para intentar cometer el cri-

men perfecto hay que respetar dos premisas básicas. Una, matar a alguien desconocido. Y dos, que no haya ningún tipo de móvil en el crimen. Por supuesto, hay que controlar otros aspectos como procurar no dejar huellas, que nadie nos vea, no comentar jamás con nadie lo ocurrido, continuar con nuestra vida cotidiana sin alterarla, no interesarnos demasiado por las noticias sobre el hecho… Y cumplir todo esto, no es nada sencillo. Quizá la clave resida en la sencillez. En una sencillez tan estremecedora como la que impregnó la muerte de Julia Wallace el 20 de enero de 1931. Ese día, su marido, William Herbert Wallace, había salido para reunirse con un desconocido, que le había llamado el día antes por teléfono al club de aje-

drez del que era socio. Cuando acudió a la cita descubrió que la calle indicada no existía, por lo que decidió regresar a su casa. Y allí, en presencia de sus vecinos, se encontró con su mujer asesinada. La Policía sospechó desde el primer instante del marido, pero ninguna prueba consiguió incriminarle directamente, por lo que fue absuelto. Aún a día de hoy este caso se estudia en las academias de criminología por su sencillez y la aparente falta de motivos en el asesinato. Y es que como Sherlock Holmes solía comentar al doctor Watson, “el más vulgar de los crímenes es, con frecuencia, el más misterioso, porque no ofrece rasgos especiales de los que puedan extraerse deducciones”.

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