Revista CAV No. 59

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20 cabeza y el corazón para producir de manera óptima. Esa alineación posiblemente no tenga que ver con el azar o la casualidad ¿Siente Oscar Tenreiro que a sus 72 años está en su “momento decisivo”? Yo he sido una persona, y lo he dicho en muchas oportunidades: de desarrollo lento. No fui un tipo brillante a los veinte años, he buscado mucho a base de prueba y error. En ese sentido, me identifico bastante con algunos arquitectos contemporáneos conmigo, no los voy a mencionar, no tanto del mundo venezolano pero sí del mundo internacional. Cada trabajo define para ellos una oportunidad de expresión propia de ese momento. Soy una persona que desde los treinta años tengo una visión de la arquitectura precisa que se fue desarrollando y se fue amplificando. Siempre fue un encuentro con el tema, una producción de respuestas y un esfuerzo por lograr que esto fuera expresado en el edificio terminado. Esto hace de cada trabajo algo especial, un avance en una dirección de búsqueda. Creo que hoy en día (podría decir cualquiera que un poco tarde en la vida), tengo un impulso muy fuerte para construir una arquitectura. Esa ha sido una de las razones por las que no quiero que mi actividad de escribir se transforme para mí en algo fundamental. Más bien, quiero que sea lo que ha sido: un esfuerzo de comunicación. No sé si lo podré hacer, pero yo desearía poder construir más porque siento que he logrado madurar un lenguaje. No me ha sido fácil, he caminado por distintos mundos. Tuve una época en que me dejé influenciar mucho y me sumergí en una visión del momento. Con el tiempo he ido depurando, viendo las cosas desde un ángulo más reflexivo, más maduro. En un contexto como el nuestro, donde ha habido tanta resistencia para aceptar la arquitectura como un hecho cultural, producto de unas políticas claramente desenfocadas ¿se pueden lograr realmente proyectos que tengan nivel y cierta vocación para ser construidos? Ya rozamos este tema en otra de las preguntas y vale la pena ampliar lo que te sugerí. Vivimos en un Petroestado. Eso quiere decir un Estado dueño de la riqueza y un sector privado débil, a ratos mendicante. Y nuestra democracia ha sido y lo es hoy más que nunca, una caricatura. Ese contexto marca lo que se ha hecho y se ha querido hacer aquí en las últimas tres décadas. Y la arquitectura nace marcada por el contexto, lo sabemos. Los pocos casos de obras de cierta importancia construidas por el Estado, controladas por el arquitecto, cualquiera sea su valor final, se iniciaron en tiempos menos deteriorados que los actuales, en las décadas de los sesenta, setenta o primeros ochenta. De allí en adelante la situación es lamentable: obras semi-terminadas, incompletas, mal equipadas, mal manejadas, o, lo peor, abandonadas. Los intentos de hacer planes de vivienda con presencia de arquitectos, fueron escaseando desde los sesenta, con contadas excepciones, hasta interrumpirse y quedar en manos de funcionarios y proyectos-tipo. Se hizo cargo un populismo político que le quitó autoridad al arquitecto e implantó una visión “de Estado” mediocre e incompetente.

Agrega a eso que entre nosotros aún no se acepta que el arquitecto tenga la Dirección Técnica de su obra. La tradición ha sido entregársela a otros profesionales, generalmente ingenieros. La consecuencia es que el proyecto se modifica, se altera, se irrespeta a voluntad del funcionario. Esto que describo se ha empeorado significativamente en el ámbito de la acción pública en los últimos trece años de “gobierno revolucionario” y si se quisiera refutar esto, citando algunas excepciones, ellas han sido producto de manejos de una mafia arquitectónica favorecida del Alto Poder y por eso no merecen ser nombradas. Se creó en esos casos un nicho protegido de la presión que he descrito, pero de origen ilegítimo. Y debo decir que en una situación como la nuestra los “nichos”, espacios para actuar de modo más independiente, son la solución para ir hacia un cambio. Eso sí, nichos legítimos, no de clientelismo sino impulsados por niveles de Poder democrático. Como los de las alcaldías o gobernaciones de oposición, que han entendido lo que significa la modernización y el papel de la arquitectura. Eso ha permitido ciertos logros, modestos y limitados. Allí se le ha dado autoridad al arquitecto, se lo ha apoyado. La mala noticia es que eso ha ocurrido en muy pocos casos: Chacao, Baruta y Miranda; lo que prueba que no es “la oposición democrática” la que tiene conciencia, sino personas concretas. Porque el populismo es una enfermedad grave, y en Venezuela endémica, tomará tiempo curarse. Concluyo diciéndote que mientras ese impulso de modernización democrática, renovadora, no se haya establecido, será muy difícil que la arquitectura venezolana evolucione con vigor, que madure, que pueda expresarse. Ese impulso de cambio deberá venir desde la política, que tendrá que ser democrática. Es necesario entenderlo y afirmarlo. ¿Podríamos conversar sobre cuál ha sido tu experiencia profesional durante los últimos años? He estado el grueso de mi vida profesional buscando construir arquitectura institucional pública. Nunca se me dio la opción privada de modo sostenido. Fue esporádica. Hubo un tiempo a mediados de los ochenta en el que construí una serie de casas privadas que me abrieron un campo de experimentación. También tuve proyectos que los vaivenes económicos hicieron naufragar. En esa época tuve encargos públicos de interés, de los que se construyó la Plaza Bicentenario, una experiencia muy incompleta sujeta a toda clase de interferencias. También se construyó parcialmente el Teatro del Oeste, que estuvo abandonado veinte años y hace poco rehabilitaron de modo mezquino, sin mi presencia. Poco después hice proyectos públicos que no se construyeron (La plaza Candelaria, el Liceo Oviedo y Baños), encargados por la Alcaldía de Caracas. El Liceo es un proyecto que valoro mucho, un espacio educacional importante en un medio urbano denso como San Agustín del Sur. Y en esos mismos años logré construir unos proyectos muy modestos, realizados a medias con la Alcaldía de Puerto Ordaz: La Concha Acústica, la Biblioteca Pública de Vista al Sol y el


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