Revista Aldeano 02

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Mi vida

como

neozelandés Por Alvaro Hernández

M

i suegro suele decir que el día que se retire, empacará sus maletas y comprará un boleto de ida (sin regreso) a Nueva Zelanda. En casa nunca le hemos preguntado sus razones, aunque la ubicación de ese extraño país nos intriga. ¿Por qué Nueva Zelanda y no Canadá? ¿Por qué Oceanía y no Europa, la cuna de la civilización? La respuesta la encontré el primer día del año, mientras navegaba en la red. La noticia, consignada en un portal de noticias, daba fe de la forma en que se vivió el Año Nuevo en la ciudad de Christchurch, Nueva Zelanda, un poblado con apenas 386 mil habitantes. Dicha ciudad, la madrugada del 4 de septiembre de 2010, fue azotada por un terremoto de 7.1 grados de magnitud. Aunque el fenómeno sísmico fue mucho mayor que el que se registró en Haití, las pérdidas humanas fueron ínfimas. La ciudad, en cambio, quedó destruida. Cuatro meses después, en vísperas del Año Nuevo, los pobladores de Christchurch fueron sorprendidos nuevamente. Esta vez, nada menos que por siete movimientos telúricos, de poca magnitud, pero que revivieron de forma inmediata los trágicos hechos del mes de septiembre. Tras el susto inicial, todo apuntaba a la cancelación de las fiestas, pero en un acto inexplicable, hacia la medianoche, la plaza principal comenzó a llenarse de gente. Para las doce estaba repleta, y tras los campanazos que señalaban el inicio del nuevo año, los miles de neozelandeses congregados al pie de la catedral recibieron el 2011 entre fuegos artificiales y vítores de alegría. Sin duda, en términos de optimismo y ánimo celebratorio, la población de Christchurch, Nueva Zelanda no es un caso aislado. Basta con mirar lo que sucedió en México ­—país que acostumbra celebrarlo todo— en los estertores del año. Durante la última semana del 2010 los abrazos y los buenos deseos predominaron por encima del pesimismo

cotidiano. Fue notorio, a nivel personal, cómo la crisis y la inseguridad ­—materia obligada en todas nuestras conversaciones— cedieron espacio a temas más agradables. En el ámbito público, el primero de enero los principales diarios reportaron saldo blanco. Incluso el cártel de “La Familia”, uno de los más sanguinarios del país, circuló en las primeras horas del 2011 un comunicado donde ofrecía una tregua unilateral de un mes, como gesto de buena voluntad hacia los habitantes de esta región. Uno sabe, por experiencia, que en momentos así es mejor estar preparado para la resaca. Consultar la sección de noticias del buscador Google es suficiente para confirmar las causas del pesimismo crónico nacional. A poco más de un mes, el conteo anual de ejecutados por el crimen organizado ya supera el millar; en la ciudad de Monterrey se han registrado ya los primeros narcobloqueos del 2011; y Acapulco se estrena con 15 decapitados. En el ámbito político, los destapes anticipados y las acusaciones entre los partidos han retomado su nivel habitual. Mientras tanto, los poblanos arrancamos el año con el regalo de Reyes de nuestro gobernador: un aumento al pasaje del 20 por ciento. Sólo por curiosidad tecleo la palabra Nueva Zelanda en el mismo buscador de noticias. La nota principal es que este país ha quedado rankeado como el segundo en la lista de los mejores lugares para vivir elaborada por la reconocida revista norteamericana International Living. No me animo a investigar la posición de México en dicha lista. Antes bien, empiezo a considerar seriamente la posibilidad de emigrar algún día a un país, donde el festejo sea una consecuencia y no un simple acto reflejo, donde ser optimista no constituya una meta, sino la forma natural de afrontar la incertidumbre de los días venideros. Puede que para entonces, si mi suegro ha cumplido su promesa, exista alguien ahí que ya nos esté esperando.


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