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El Quiote y el Xoconostle

La Vitrina De Los Monitos De Azúcar

El Quiote y el Xoconostle

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Paco Olvera Este artículo fue creado como parte del curso de escritura humorística impartido por Cecilia Sotres, integrante del grupo de Cabaret “Las Reinas Chulas”

Primera copla. “El sauce y la palma se mecen con calma, alma de mi alma, que linda eres tú”. Supongo que mi mente proclive a los juegos de palabras, me podrían haber llevado a intentar la formación una pareja botánica casi tan exitosa que, primero hecha verso, y luego canción, fue llevada a la fama por Luis Pérez Meza y la “Banda del Recodo”, en azarosa ruta desde los versos originales de un poeta en Murcia España, hasta nuestra costa norte del Océano Pacífico, pero no tengo tan buena cepa poética1 .

Siguiendo con mis juegos mentales que en ocasiones toman la forma de sencillas e inocuas trampas en forma de memorias un poco borrosas e inciertas, esta vez, se materializaron en el recuerdo de una lección de mi libro de español de primero de secundaria, en el cual se presentaba un sencillo verso llamado “El Té y la Salvia”, de Tomás Iriarte, en el cual el autor, hace una bonita rima para recordarnos que nadie “es profeta en su tierra”, en un diálogo sostenido entre las dos plantas viajeras, que cruzando destinos entre China y Europa, una se sabe más apreciada en un lado por su aroma y sabor, la otra por sus poderes curativos.

La verdad, lo que podemos decir de este par vegetales, es que tienen en primera instancia sendos nombres que resultan curiosos a menos que hayas vivido en zonas aledañas o que formen parte de la huasteca, donde son íconos de su agricultura, sus costumbres, su cultura y la gastronomía de esta zona, que se extiende ocupando parte de los estados de Hidalgo, Veracruz, San Luis Potosí y de refilón Querétaro. Yo como muchos otros que allí vivimos nuestra infancia, nos topamos con esos nombres como parte de una normalidad que, en otras partes de nuestro país y del mundo, resultan una extravagancia. Recuerdos distantes.

Yo recuerdo de niño, que mi abuela un par de veces llegó a la casa llevando lo que ella clasificaba como un manjar: flores de maguey. ¿Flores de maguey?, recuerdo que pensamos mi hermano Nacho y yo, ¡si esas chingaderas lo único que tienen son púas, y pa’ lo que sirven es pa’ dar pulque y pa’ sacar mixiotes! Como es frecuente a edades tempranas, nuestra ignorancia era basta, y expresada con candidez, cosa que luego de unos minutos de pasar por ignorantes, nos permitía la sagrada oportunidad de aprender. Resulta que no sólo dan flores, sino que, además, la vida de las mismas es de alguna forma trágica, como muchas otras historias en torno al agave pulquero: estas florecen sólo una vez en toda la vida de un maguey, ¡lo cual lleva unos quince años! Una vez que esto acontece, todo el maguey comienza un decaimiento que lo llevará a su muerte en otro espacio similar de años. Estas raras flores, crecen en la punta del “Quiote”, que es un poste que crece en el centro del maguey, alcanzando alturas hasta de diez metros. De hecho, la forma correcta de llamar estas flores es “hualumbos”, que son apodados por quienes las cultivan como “patas de gallina”. “Hay que desflemar el quiote pa’ quitarle lo amrgo, y de los ‘hualumbos’, dejar las puras yemas (pétalos), si no se agrian y no quedan las quesadillas”, eran las instrucciones que repetía mi abuelita cuando las preparaba, sin esperar en realidad una réplica de nosotros, pero si buscando perpetrar el conocimiento, mientras nos ponía a separar las dichosas yemas o “dedos de gallina”. La verdad es que de niño no me gustaron tanto, no les hallaba gran diferencia con sus homólogos gastronómicos, como son las quesadillas de flor de calabaza, pero ciertamente no eran desagradables. Vale la pena aclarar, que el “quiote” y sus flores, son la única parte comestible del maguey en forma directa, pues en forma indirecta, el aguamiel se puede beber, luego que se fermenta, también se bebe en forma de pulque, y la cutícula de sus pencas envuelven al guiso de carne de borrego, picante y achiote que integran el “mixiote”, sin dejar a un lado que las pencas sin cutícula, ya destinadas a secarse y morir, se usan como cubierta para sellar la cocción de la carne del borrego en el horno de la barbacoa.

Buscando sustento en el campo. Cuando éramos niños, mi tío Beto y mi tío Gustavo, hermanos y agrónomos por formación y por vocación, nos invitaba a acompañarlos a diversas ocupaciones en el campo. En ocasiones fuimos a ayudarlos a levantar censos de la población para documentar algún préstamo para construir un pozo, o bien a saltar en las cañas ya desprovistas de mazorcas, apisonándolas en un silo, para así formar forraje que serviría en el futuro para el escaso ganado de estas

empobrecidas localidades. Durante estas aventuras, aprendimos a disfrutar de manjares poco comunes en nuestra pequeña pero ya urbana comunidad en Tulancingo, por ejemplo, a sacarle el jugo a los “garambullos” para quitar la sed (conocidos desde los tiempos de los otomíes, nos decían mis tíos), a reunir “quintoniles” para hacer una sopa, o comer mazorcas hervidas a la lumbre de la leña, sin más condimento que un poco de sal de grano, como parte de una “elotada”, donde eran invitados los miembros de la comunidad, que luego de prestar sus servicios para levantar la cosecha, éramos convidados con generosidad de la ganancia, que si bien era escasa, siempre tenía espacio para el agradecimiento.

Pero de todos estos alimentos, las que resultaban un verdadero manjar, eran las tunas. Casi todas ellas eran verdes, jugosas y de dulce sabor, que luego de superar la sensación de su gran cantidad de semillas en el paladar, aprendías a ignorar e incluso a disfrutar esta nueva textura alimenticia. Pero de entre la gran cantidad de tunas verdes, podrían encontrarse variantes, de entre ellas, una que en el campo le llamaban “tuna tapona”, que era de color rojo, y tenía más semillas aún, característica de la que procedía su denominación (o mejor dicho, su apodo), pues se dice que por esta gran cantidad de semillas, tiene un efecto astringente, generando un estreñimiento inesperado a quién la consumía sin saberlo, pero, por esto mismo, era utilizado como tratamiento contra la diarrea en la medicina tradicional de la región. Conseguir las tunas no era una labor necesariamente sencilla, por lo menos para nosotros citadinos o, mejor dicho, pueblerinos urbanos que íbamos al campo de vez en vez. Las que podrían haber estado más bajas y al alcance de la mano, ya habían sido “cultivadas” por alguien más, las que estaban en las partes altas del nopal, generalmente estaban maduras y dulces, pero las espinas impedían tomarlas con la mano, por lo cual había que intentar hacerlo por otros medios, el más directo, pero ineficaz, erar tirar piedras, para tratar de derribarlas, lo cual resultaba muy dependiente de la puntería, además que, en aquellas escasas ocasiones en que se acertaba, el fruto terminaba muy magullado y difícil de consumir. Los locales casi siempre tenían una vara de gran longitud, que estaba rematada por una horqueta, que permitía bajar los frutos con elegancia y sin maltratarlos, digamos que sus espinas protegen a las tunas de muchos depredadores, entre ellos, los chamacos canijos que iban a tomarlas sin permiso de los dueños. Una vez que lográbamos tener las tunas al alcance, debíamos ser cuidadosos para limpiarlas, cosas que igualmente requería de pericia, como la que demostraban los rancheros que las cultivaban: con la punta del machete, le quitaban las espinas, cortaban los extremos, y con un corte longitudinal, con la profundidad precisa, dejaba la gruesa cáscara lista para ser retirada en una sola maniobra, dejando la parte carnosa de la tuna, como un pequeño “barrilito” de pulpa y semillas, listo para comerse.

Al paso de los años, aprendimos a bajar tunas, y con el cuchillo de “pata de corzo” de mi papá, a quitar la cáscara de este dulce manjar. Esta habilidad no hacía muy feliz a mis progenitores: a mi madre por el riesgo que representaba cortarnos la mano, y a mi padre, por utilizar la hermosa hoja de acero toledano de su “navaja campera” en estas rudas tareas. Fue en una de esas ocasiones que bajamos lo que pensábamos eran unas “tunas taponas”, que al quitarles la cáscara resultaron ser más “carnosas”, y al probarlas, ¡que sorpresa!, eran muy, pero muy amargas, tanto que escupimos el bocado. Cuando mi tío Beto dio cuenta de ello, nos dijo: “¡no sean bobos, no las desperdicien!, son ‘xoconostles’, hay que guardarlos para hacer una buena salsa”. Así fue como descubrimos esta singular variedad de tunas, que son producidos por cierto tipo de nopal, que es indistinguible de los otros para los ojos no entrenados como los nuestros. La salsa resultante es de buen sabor, bajo el mismo principio del tomatillo verde, esa mezcla de ácido con picante, genera un sabor muy singular y disfrutable, pero con el “xoconostle”, tiene un toque de dulzura que lo hace diferente. Alex me cuenta que en San Miguel se prepara una rica sopa de “xoconostle” con queso, frijoles y chiles. La nobleza de las plantas semidesérticas Al paso del tiempo, y como parte de algunas lecturas que hice para preparar esta meditación, aprendo que, además de su importancia para los ecosistemas de por mi tierra, los “xoconostles” aportan importantes cantidades de fibra, minerales, vitamina C y antioxidantes3. Las espinas que las protegen las hacen más resistentes a los depredadores, y su cáscara conserva el agua y la dulzura de este fruto, que lo hace más apto para sobrevivir en climas extremos, característica que comparten con el “garambullo”, que crecen en otro tipo de cactácea semidesértica. La Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo reporte que el “xoconostle” contiene pectina, un polisacárido que se ha demostrado tiene efetos antitumorales, antimicrobianos y prebióticos4. También es muy apreciado en la dieta de los que padecen diabetes por sus propiedades hipoglucemiantes, mi compadre Chalo me contó que el desayuna licuados de toronja con “xoconostle”. Por esa razón es que Estados Unidos es el principal importador de los “xoconostles” mexicanos.

Por su lado los magueyes, y en este caso los “quiotes” y los “hualumbos”, crecen con pocos cuidados directos, situación que los hace de alguna forma silvestres, y disponibles para la alimentación de los peones, campesinos y otros pobladores con escasos recursos (o así era). Es uno de los ritos gastronómicos más antiguos y endémicos de las regiones aledañas a la huasteca, se preparan en quesadillas (como las de mi

abuelita), capeados o rellenos de queso, entre otras formas2. Su consumo menos famoso que otros manjares prehispánicos, pero considero que comparte con el huitlacoche, los tamales, los chinicuiles y los gusanos de maguey, manjares que deben haber sido disfrutados por reyes y sacerdotes de linajes otomíes y aztecas. Cómo ya se mencionó, del maguey por su puesto, además del “quiote”, es preponderante la extracción de los “mixiotes”, y sus pencas para barbacoa, que resultan pilares de la gastronomía de estas regiones (en sus regiones endémicas, se llama “mixiote” a la piel seca de las pencas del maguey, ya lista para preparar el guiso que hereda su nombre, pero en otras partes del país se usa el término para referirse al guiso con que se rellenan las “bolsitas”, que a veces, por falta insumos, se llega a preparar con papel encerado e incluso bolsas de nylon, que para los que somos oriundos de esas zonas, es algo barbárico). Raíces históricas Si bien es claro de esta plática escrita, se trata de flora endémica y propia de la región desde tiempos prehispánicos, para confirmarlo, basta recurrir a la etimología náhuatl de los nombres. En el caso del “quiote”, este nombre viene del náhuatl “quiotl”, tallo o brote, también escrito “jiote”6. Aprovechando el viaje, las manchas blancas en la piel de los niños, que también son llamados “jiotes”, tienen su origen etimológico también en el náhuatl, pero en la palabra “xiotl”, que quiere decir “enfermedad de la piel”. Por su parte “xoconostle”, también por supuesto proviene del náhuatl: “Xococ” que significa agrio y “Nochtl” que es el nombre que se la daba a la tuna. Se menciona en la bibliografía de Wikipedia, una leyenda que habla del origen de las tunas. Según los mitos mexicas, el primer nopal nació del corazón de Copil, el hijo de Malinalxóchitl, quien, al tratar de vengarse de su tío Huitzilopochtli por dejar sola a su madre, fue mandado a matar por este. Según cuenta la leyenda, Huitzilopochtili mandó sacarle el corazón a Copil, y que luego fuera enterrado en unos peñascos. Al día siguiente apareció el primer nopal: con espinas de valiente guerrero y flores de un hijo que defiende a su madre.5

Me parece interesante comentar que, en otra entrada de Wikipedia, referente a “Malinalxóchitl”, se hace una referencia que relaciona a “Copil” con la leyenda fundacional de México – Tenochtitlán. Conforme a la Crónica Mexicáyotl, en Malinalco [Malinalxóchitl] se unió al rey Chimalcuauhtli con quien procreó a Copilli, que luego comandaría a varios pueblos en contra de los aztecas, quien tras ser vencido fue sacrificado y su corazón extraído. Según el mito, del corazón de Copil, hijo de Malinalxóchitl, nació el nopal donde los aztecas vieron al águila devorar una serpiente sobre el lago de que fue la señal

En muchas versiones coloreadas del Escudo Nacional Mexicano, así como en sus versiones en códices, el nopal donde está posada el águila que devora a la serpiente, luce unas tunas que son de color rojizo, “quién quita”, igual y eran “xoconostles”. Integración a la cultura reciente (o no tanto) Debo incluir, como parte de mis recuerdos, como para nosotros el uso de ambos vegetales se incluía en la vida diaria, por su puesto en forma de desmadre: apodos y albures. Un apodo genérico de la región era el de “Xoconostle”, para referirse a alguien medio “baboso”, por herencia del linaje del nopal, y que, en ocasiones, además era “cerrado, amargo y espinoso”, como las ya descritas frutas. Por otro lado, en el ámbito del albur, no es difícil relacionar al altísimo “quiote”, con un símbolo de estructura fálica, por lo que una forma de designar a quienes, sin importar su género, se les achacaba el gusto por el aparato sexual masculino, se les llamaba “adoradores del quiote”, o simplemente se decía que les “gustaba el quiote crudo”. Claramente nadie que no hubiese crecido en las regiones de donde son endémicas estas especies, hubiera podido entender dichas picardías. Lo que no sé, es si estos decires han soportado el paso del tiempo, pues en muchos casos, estos decires se vuelven anacrónicos, pero en otros, por defensa de lo originario (o “vintage”, como ahora se usa mucho decir), estas expresiones cobran fuerza. Eso habrá que averiguarlo.

Un ecosistema resistente Las espinas de nopales y “xoconostles”, así como las púas de las pencas de los magueyes que igual hacen inexpugnable para muchas especies al “quiote” y sus flores, estas variedades de la flora, tienen capacidad de subsistir en climas agrestes, con marcada escasez de agua y altamente expuestas a temperaturas extremas, motivo por el cuál, las han hecho motivo de estudio, para quienes viendo los efectos del cambio climático, buscan especies que sean resilientes a cambios fuertes y puedan ser fuente de alimento y nutrientes para una humanidad que, a través de muchos de sus miembros, se comporta como si nunca nada les fuera a resultar escaso, o como si las consecuencias de sus actos no pudieran tener consecuencias (tan sólo tomemos la pandemia del coronavirus como un ejemplo). Esta pareja de sencillos habitantes de ecosistemas agrestes, como por ejemplo el “Valle del Mezquital”, contribuyen con sencillez y modestia, a buscar soluciones de un mundo que, aun siendo nuestro hogar, en ocasiones es maltratado y olvidado, lo cual, en ocasiones, notamos hasta que el daño es irreparable.

Coda: Enseñanzas en las caricaturas. Durante toda mi infancia, las caricaturas y sus doblajes siempre fueron una fuente de cultura y sabiduría para mí y muchos de mi generación. Aprendí historia de Norteamérica en las “Looney Tunes”, muchas palabras cultas, melodías, geografía y de varios otros temas. En este caso en particular, cuando recordaba nuestras peripecias al bajar las tunas, me recordé que la canción “Busca lo más vital”, que Tin Tán cantó dándole voz al oso “Baloo”, en la versión de “El Libro de la Selva” que hicieron los estudios Disney, viene clara y muy bien explicada la técnica (misma que por cierto difiere de su versión en inglés)

Bibliografía 1“El Misterio de ‘El Sauce Y La Palma’: de Murcia A Sinaloa, pasando por Michoacán” Edgar Amador Círculo de Poesía. Revista Electrónica de Literatura. https://circulodepoesia.com/2011/05/el-misterio-deel-sauce-y-la-palma-de-murcia-a-sinaloa-pasando-pormichoacan/

2“El quiote y sus flores, las delicias del maguey” Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera – SEGOB Fecha de Publicación: 30 de enero de 2018 https://www.gob.mx/siap/articulos/el-quiote-y-susflores-las-delicias-del-maguey?idiom=es

3“Xoconostle, una tuna maravillosa” Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural – SEGOB Fecha de publicación: 21 de agosto de 2016 https://www.gob.mx/agricultura/es/articulos/xoconos tle-una-tuna-maravillosa

Cuando tomas un fruto Con espinas por fuera (¡Ay!) Y te pinchas la mano Te pinchas en vano Tomar espinas con la mano es malo En vez de la mano, se usa siempre un palo8

4“¿Qué es el xoconostle?” El Universal en línea Fecha de Publicación: 24 de junio de 2006

https://www.eluniversal.com.mx/menu/que-es-elxoconostle-como-se-prepara-y-beneficios-la-salud

5“Opuntia ficus-indica” (Nopal) Wikipedia https://es.wikipedia.org/wiki/Opuntia_ficus-indica

6“Quiote” Wikipedia https://es.wikipedia.org/wiki/Quiote 7“Malinalxóchitl” Wikipedia https://es.wikipedia.org/wiki/Malinalxochitl

8“Busca lo más Vital”

Letra: AD Santos Canción de la banda sonora de la película de dibujos animados “El Libro de la Selva” Estudios Disney, 1967

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