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Eres el Bosque

Desde Dentro

Eres el Bosque

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Alex Hernández

Allá adentro, en mi frente el árbol habla. Acércate, ¿lo oyes? Octavio Paz, Árbol adentro

I. Observar y explicar

La primera vez que escuché acerca de árboles comunicándose entre sí fue durante una visita al puente suspendido de Capilano, que se encuentra en un paraje boscoso en las afueras de Vancouver. Ya ibamos de salida cuando escuché una conversación entre un par de jóvenes. Ella le explicaba a él de cierta teoría que postulaba la comunicación entre árboles, ya fuera intercambiando sustancias químicas, o bien manipulando mensajeros móviles, o aún más, mediante la transmisión de señales eléctricas de bajísima frecuencia. Fue el azar lo que me permitió escuchar esa conversación. Lo cierto es que volteé a ver el mismo bosque en el que estaba inmerso apenas hace unos minutos: todo pareció llenarse de una vida nueva, no porque hubiese cambiado el bosque, sino mi forma de apreciarlo. Tal y como si yo hubiera estado en Flatland y adquiriera repentinamente la intuición de una nueva dimensión espacial.

Puente suspendido de Capilano Al regreso de la excursión, mientras esperábamos en el Lonsdale Quay Market al botecito que nos llevaría de nuevo al centro de la ciudad, curioseaba en un pequeño puesto de periódicos y me encontré con el libro “The Hidden Life of Trees”, de Peter Wohllenben, un experimentado guardabosques alemán que pasó por un proceso de conversión: de tener una perspectiva meramente utilitaria de los bosques como productores de madera, a ser su activo defensor a partir del conocimiento que fue adquiriendo de las intricadas complejidades y sutilezas de las relaciones entre los árboles y su entorno. Al final del libro se incluye un breve texto de Suzanne Simard, una científica forestal proveniente de una familia de leñadores de la Columbia Británica, quien al buscar la razón por la cual las plantaciones monocultivo de especies de coníferas resultaban menos productivas que los bosques antiguos, descubrió la red micelial, que

en términos llanos vendría a ser la intricada malla de múltiples nodos formada por las terminales de los hongos habitantes de las raíces de los árboles, y utilizada por éstos y otras plantas para intercambiar carbón y nutrientes. En escalas de tiempo muy distintas de las nuestras, los habitantes de los bosques intercambian información que resulta en la construcción de comportamientos sociales que podemos llamar, sin reservas, patrones culturales. Dado que las observaciones del guardabosque se corresponden con los experimentos de la científica, me parece que el concepto es extrapolable y podemos inferir que en las selvas, en las praderas y aún en las regiones desérticas con presencia de flora, existen versiones de estas asociaciones. Es revelador que el monocultivo resulte ser una forma degradada, menos resistente a las adversidades e incluso menos productiva en términos de explotación forestal, comparado con el llamado “bosque viejo”. Existen varias razones para esto, pero destacan la acumulación de carbón y la transferencia de información de los árboles más longevos a los ejemplares más jóvenes, y el intercambio de información interespecies que, por definición, no existe en los monocultivos. En esta perspectiva, resulta admirable el sistema de producción agrícola mesoamericano, la milpa, en el que conviven el maíz, el frijol, la calabaza, el chile y otras plantas y hierbas comestibles, en tanto que evita las limitaciones del monocultivo. Es posible que el verdadero futuro del desarrollo tecnológico de los cultivos sustentables requiera del estudio serio de la interacción comunitaria de distintas especies como alternativa a los monocultivos de genética alterada y agroquímica intensiva. Todo sea dicho, resulta problemático en términos de impacto el método de la quema de bosque o selva que suele asociarse a la preparación previa de la milpa. Múltiples estudios de especies animales refieren comportamientos culturales que van de los “lenguajes” o los sistemas simbólico-sonoros de comunicación, a los hábitos alimenticios, los rituales de apareamiento o la transmisión de conocimiento. Dan cuenta de ello varios de los textos del entomólogo holandés Frans de Waal, entre ellos el que nos cuestiona: “¿Tenemos la suficiente inteligencia para entender la inteligencia de los animales?”. El descubrimiento de mecanismos sociales y culturales en grupos de animales o plantas no solo supone la capacidad de almacenar, transmitir y utilizar información fuera de los límites del organismo biológico como una estrategia generalizada de supervivencia. Plantea también una cuestión necesariamente más profunda: que de forma implícita, el desarrollo de rasgos culturales implica la posibilidad de formas de consciencia, ya sea de individuos o de colectivos, que apenas empezamos a vislumbrar. Frecuentemente se compara a la intrincada red micelial del bosque con una red neuronal. Se le ha dado el nombre de wood wide web. ¿Cabe pensar en la posibilidad de una consciencia de los bosques –o para el caso, de las selvas, los pastizales, las praderas…- que han creado una red tan compleja y especializada que permite una forma de consciencia única para cada microecosistema? Tengo la impresión de que el hecho de que hoy día nos podamos plantear estas preguntas es consecuencia directa de una visión que desarrolló originalmente Alexander von Humboldt. Respondiendo a su afán vital de conocimiento y de ampliación de horizontes, desde muy joven intentó colocarse en alguna expedición científica,

hasta que logró embarcarse junto con Aimé Bonpland en un viaje a América. Este viaje estimuló su insaciable curiosidad al darle la posibilidad de inagotables oportunidades de observación: posiciones estelares y mediciones en campo de variables físicas como el magnetismo, la temperatura, la altitud, longitud y latitud, velocidades del viento y comportamiento de corrientes marítimas; recolección de ejemplares botánicos, zoológicos y minerales; incluso la observación directa de formas de hacer política, de relaciones sociales, de historia, de lenguajes y costumbres de los habitantes del continente americano. Gracias precisamente a esa curiosidad que todo lo abarcaba, fue capaz de concebir que este en el que vivimos es un mundo interconectado, en donde las distintas partes establecen una compleja red de relaciones entre sí. A mayor mérito, esta visión sintetizadora del mundo ocurrió en un punto de la historia de las ciencias en el que la especialización de conocimientos se acentuaba. El reflejo de esta concepción del mundo se muestra de manera patente en su Naturgemälde, un extraordinario diagrama incluido en su “Ensayo sobre la biografía de las plantas”. Ahí apreciamos que sobre el perfil del volcán Chimborazo se encuentran anotados los nombres de las especies de plantas que observó y recolectó durante su ascenso, mientras que en los márgenes muestra sus observaciones que dan constancia de aspectos tan diversos como la refracción lumínica, la variación de la gravedad, la presión atmosférica, la temperatura de ebullición…

Naturgemälde de Alexander Humboldt Esta visión del mundo también le permitió comprender algunos fenómenos de cambios en microclimas provocados por la intervención humana. Un ejemplo de esto es la disminución del nivel de agua en el lago Valencia, en lo que hoy es Venezuela. Contra la creencia popular de que existía un arroyo subterráneo que absorbía el agua del lago, Humboldt midió, observó y llegó a la conclusión que el lago se estaba secando por el aumento en la evaporación de las aguas afluentes de las montañas debido a la tala de la selva. En ese sentido, planteó la hipótesis del cambio climático local como un efecto de la actividad humana y por ello puede considerarse como un precursor del ecologismo. Visto así, el viaje de cinco años de Humboldt y Bonpland por América vendría a ser tan relevante para la comprensión del mundo como lo resultaría después el viaje de Darwin en el Beagle. Podemos afirmar que Humboldt planteó la interacción dinámica e integral de los componentes de un ecosistema para entender su funcionamiento y su eventual deterioro (los procesos de interacción y cambio en una zona geográfica), mientras que Darwin encontró la evidencia y explicación de la variabilidad de las especies y el éxito de determinadas variaciones para adaptarse al resto del sistema (los procesos de interacción y cambio a lo largo del tiempo).

No debemos dejar de notar que tanto los planteamientos de Humboldt como los de Darwin son el resultado de un conjunto sistemático y amplio de observaciones en campo, que permitieron dar con una explicación en términos de una teoría, es decir, son frutos directos del método científico. Los descubrimientos de Susanne Simard necesariamente son descendientes de esa tradición de pensamiento científico. II. Intuir y sentir El pensamiento ligado al método científico -esto es, la abundante observación objetiva de variables para establecer la relación entre las partes- no fue el único tipo de pensamiento que recibió inspiración de las ideas de Humboldt. Notoriamente, Edgar Allan Poe dedicó “Eureka”, su excéntrico texto que se lee simultáneamente como ensayo filosófico y como poema en prosa, al propio Humboldt. Casi al mismo tiempo que Humboldt redactaba el primer volumen de su “Kosmos”, Poe proponía una teoría del todo cosmológico. En su párrafo final plantea explícitamente la existencia de dos tipos de consciencia en todas las criaturas, la consciencia de sí y la de ser parte del todo: “El [Ser Divino] siente ahora su vida a través de una infinitud de placeres imperfectos, los placeres parciales, mezclados de dolor, de esas cosas inconcebiblemente numerosas que llamas sus criaturas pero que en realidad, no son sino infinitas individualizaciones de El mismo. Todas esas criaturas –todas: las que llamas animadas, así como aquellas a las que niegas vida por la sola razón de que no las contemplas en acción-, todas estas criaturas son también inteligencias más o menos conscientes, conscientes primero de su propia identidad; conscientes, en segundo lugar, en débiles e indeterminadas vislumbres, de una identidad con el Ser Divino del cual hablamos, una identidad con Dios”. Dejando de lado la cuestión teológica, resultan impresionantes dos intuiciones de Poe: la atribución de consciencia a seres distintos de los humanos y la preservación de la consciencia como una forma de trascender la muerte. Bajo esta línea revisaré algunas fuentes que exploran ya sea a través de mitos o sumergiéndose en el inconsciente colectivo, la consciencia del mundo vegetal y su influencia en los humanos, y aventuraré algunas especulaciones. Admito que éstas son meras hipótesis, y me curo en salud haciendo mía la afirmación de Michel de Montaigne en el sentido de que “quien reparase en mi ignorancia no hará descubrimiento mayor, pues ni yo mismo respondo por mis aserciones ni estoy tampoco satisfecho con mis discursos”. De nuevo, debo atribuir el origen de estas reflexiones a la casualidad. En alguna noche de vagabundeo cibernético me encontré con una exposición del Camden Arts Center, cuya existencia desconocía hasta ese momento. A causa de la pandemia omnipresente -y subyacente en todas nuestras actuales conversaciones - dicho centro se encontraba cerrado al público, pero animaba a la visita virtual de la exposición “The Botanical Mind”, cosa que hice animado por el sugestivo título. Las sucesivas salas virtuales recorren diversos aspectos que sugieren una exploración por lo que podría llamarse la consciencia vegetal. La primera sala, “El Árbol Cósmico” muestra al árbol como un ente simbólico, presente en multitud de culturas que recurren a él para representar un elemento comunicante entre lo

terrestre, hundiendo sus raíces en lo oculto de la tierra mientras forma un soporte, y sus ramas que se expanden, en términos mitológicos, hacia el espacio infinito. En la siguiente sala virtual se indaga en las llamadas “Geometrías Sagradas” , fundamentalmente observaciones de las geometrías vegetales derivadas de la llamada proporción áurea, que como es sabido, deriva a su vez de la serie de Fibonacci y corresponde con algunos patrones de forma y de crecimiento de infinidad de plantas y animales. En la sala de las “Cosmologías Indígenas” las geometrías sagradas observadas en plantas selváticas se convierten en patrones dibujados en los cuerpos de las naciones que las habitan, como un reflejo de un tejido que intersecta el bosque con el cuerpo de la persona, y así le permite una conexión con el cosmos. En la sala llamada “Botánica Astrológica” se propone -a partir de los códices y estudios medievales de Hildegarde von Bingen, Athanasius Kircher y del desconocido autor del llamado Manuscrito Voynich- al reino vegetal como el enlace entre el mundo interior y el mundo exterior, lo de arriba y lo de abajo. Los mundos interiores y exteriores interactúan ya sea vía la alquimia vegetal que permite o bien recuperar la salud cuando las sustancias botánicas son un elíxir benéfico, o perderla cuando devienen en veneno. Pero también se observa la interacción interiorexterior vía las sustancias enteógenas que proporcionan experiencias chamánicas. Por otra parte, el mundo de arriba se conecta con el de abajo a través de un árbol místico que refleja las propiedades atribuidas a los cuerpos celestes: a algunos de estos se les atribuyen cualidades racionales y a otros creativas. Metáfora de esta dinámica es el diálogo de Senior y Adolfo. Senior es un ser racional amparado por Venus y Marte, armado de un hacha y dispuesto a talar un árbol para convertirlo en objetos tecnologizados. Adolfo, por su parte, es un ser bajo el influjo de la Luna, Saturno y Júpiter, que aboga por el árbol poniendo de relieve sus propiedades de ser vivo. Inevitablemente vemos esta historia como una fábula del momento en el que nos encontramos como humanidad: un desarrollo tecnológico que desafía los límites de lo humano, enfrentada a la necesidad de responder a la amenaza a la sobrevivencia de los seres vivos. Lo que nos lleva a la siguiente sala, “Así como es dentro, así es afuera”, en donde básicamente se revisan los efectos de las sustancias psicoactivas de las plantas. Para llegar finalmente a la sala dedicada a la “Ontología vegetal”, en donde se reflexiona sobre el hecho casi obvio de que las plantas no poseen un sistema nervioso central, pero en cambio un tipo de permanente crecimiento, un conocimiento almacenado sin necesidad de pensamiento, y un insaciable e inmanente persistir. Relativo al “hecho casi obvio” de la falta de sistema nervioso central de las plantas, abro un paréntesis. En su libro “Fragmentarium”, Mircea Eliade comenta brevemente sobre los experimentos de Jagadish Shandra Bose y las implicaciones epistemológicas de su enfoque de estudio, en agudo contraste con el de occidente. Primer hecho que llama la atención: los ingeniosos instrumentos de medición desarrollados por Bose que permiten conocer los efectos de una serie de factores en el desarrollo y el comportamiento de las plantas. Los instrumentos miden el crecimiento extraordinariamente lento de las plantas y también las corrientes eléctricas que circulan en ellas. Necesariamente la detección de corrientes eléctricas nos remite a los sistemas nerviosos de

los animales. En contraste con la ciencia de occidente, que reduce la unidad de la vida a procesos físico-químicos, Bose plantea, de acuerdo con Eliade, la unidad de la vida demostrando vida nerviosa en las plantas antes que vida vegetativa en los animales; capricho y libertad en el mundo mineral antes que una conducta mineral en las plantas. No bien leo esto y vienen a mi mente los experimentos sonoros de Ariel Guzik que atestigüe en el año 2011 en el Charco del Ingenio, consistentes en la conexión de un sensible laúd a las señales eléctricas provenientes de plantas cactáceas. En efecto, probablemente las plantas no cuenten con un cerebro que actúe como sistema nervioso central, pero las redes eléctricas que las recorren permiten suponer la existencia de un sistema nervioso descentralizado.

Laúd Plasmaht en el conservatorio de plantas del Charco del Ingenio Aunque no necesariamente coherente, el discurso de The Botanical Mind se inscribe en lo que podría llamarse “inconsciente colectivo”, que se manifiesta en la mitología de distintas civilizaciones. En ese sentido, la intuición del árbol como un elemento sagrado, que vendría a significar consciente de si y de ser parte del Ser Divino, como hemos visto que propone Poe, viene de los orígenes de las civilizaciones. Por ejemplo, en los capítulos IX a XI de “La rama dorada”, el extenso estudio de mitos, magia y religión que preparó J.G. Frazer -texto surgido como una explicación del mito de los reyes sacerdotes guardianes de los bosques de Diana en Nemi que serán asesinados por sus sucesores - hay un recuento extenso de diversos mitos que dan cuenta del carácter sagrado de los árboles, tanto en tiempos remotos como persistentes al menos a mediados del siglo XX. Si bien Frazer recopila ejemplos provenientes de pueblos europeos, americanos y asiáticos que muestran la reverencia por los árboles y el bosque, lo cierto es que se apresura a señalar que desde su perspectiva, “para el salvaje, el mundo en general está animado y las plantas y los árboles no son excepción de la regla” pero que una vez que “se llega a considerar al árbol, no tanto como el cuerpo del espíritu arbóreo, sino simplemente su morada…se ha hecho un avance importante en el pensamiento religioso; el animismo va caminando hacia el politeísmo”. Más allá de la seria crítica que hace Wittgenstein de la presentación de ejemplos mitológicos por Frazer (”La presentación que hace Frazer de las concepciones mágicas y religiosas del hombre es insatisfactoria: hace aparecer estas concepciones como errores.”), lo cierto es que su recopilación muestra una y otra vez que distintas civilizaciones otorgan a los árboles y a los bosques la posesión de un “espíritu” que tiene poder de influencia en la vida de los humanos, que puede sufrir y que reacciona frente a amenazas, todas ellas cualidades que podemos calificar como actos de consciencia. Tal vez por esta razón, existían castigos para aquellos que atentaran contra el árbol. Un ejemplo descrito por Frazer que resulta particularmente feroz es éste de las antiguas leyes germánicas: “para el que se atrevía a descortezar un árbol vivo: Cortaban el ombligo del culpable y lo clavaban a la parte del árbol que había sido

mondada obligándole después a dar vueltas al tronco”. Bajo esta perspectiva, ¿podemos imaginar el castigo espiritual que espera a quienes arrasan con un bosque?

La rama dorada, de J.M.W. Turner Por otra parte, en el Capítulo 5 del tomo I de “Esferas”, la magna obra filosófica de Peter Sloterdijk, (“El acompañante originario. Réquiem por un órgano desechado” y su correspondiente excurso “La plantación negra. Notas sobre árboles de vida y máquinas de animación”), se describe al órgano que nos acompaña durante la gestación, esto es, a la placenta, como un gemelo oculto, secreto y en última y obvia instancia ausente. La hipótesis que arriesga Sloterdijk es que la ausencia de la placenta requiere un suplemento: “Al parecer, el sujeto en devenir sólo puede desarrollarse íntegramente como él mismo cuando es posible la referencia a una vida paralela, íntimamente ligada, de la que fluyan hacia él signos nutricios, protectores, proféticos, que le permitan un desarrollo en compenetración y libertad”. Y aunque refiere a las “Vidas paralelas” de Plutarco como un ingenioso mecanismo de explicación de esta hipótesis, pasa de largo. Con sensatez, omite también la obviedad de la búsqueda romántica del ser complementario, para más bien exponer de nuevo mitos populares: “Bajo innumerables variantes aparece en representaciones populares la idea de que ha de haber para cada individuo un doble espiritual o una vida paralela mágica, vegetativa”. Desde una perspectiva psicológica y religiosa (de nuevo pido recordar la etimología de la palabra, para desasociarla de sus interpretaciones más ordinarias: re-ligar o volver a unir) hay pues dos postulados: que en la etapa de gestación sentimos una compañía que nos abandona al nacer, y que en términos religiosos es posible restaurar la noción de pertenencia al establecer una relación con un árbol de la vida, que nos conecta con los demás y con el cosmos. ¿Cómo se logra la conexión entre persona y mundo vegetal? Regresemos de nuevo a las mitologías, esa inagotable fuente de testimonios sobre el inconsciente colectivo. En el capítulo XXI de “El ardor” Roberto Calasso nos recuerda de los múltiples episodios en que los cantares brahmánicos y el Rig-Veda narran sobre el Soma (el zumo), la sustancia que producía ebriedad. De acuerdo con esto, Soma y Agni, una planta y el fuego, son los únicos dioses que viajan entre el cielo y la tierra (¿tal como lo hace el árbol mítico?). Lo que es más, nos encontramos en un mundo compuesto de soma y de fuego, una atroz metáfora del mundo que obliga a comer para sobrevivir. En ese mundo es necesario Agni como purificador en el sacrificio, y Soma como vínculo. Observa Calasso que no sabemos que era el soma, pero si sabemos de su efecto: una sensación de omnipotencia o soberanía. Convergentemente nos dice el canto 4.1 de los “Yogasutras” de Patanjali: “Los poderes surgen a raíz del nacimiento, las plantas medicinales (osadi), la recitación, el ascetismo y la contemplación”. Es una observación trivial que nuestra relación

con las plantas es multidimensional. Son alimento, proporcionan cobijo, son fuente de belleza. Pero también son la fuente primaria de farmacopea, en donde de nuevo en las principales tradiciones hay constancia de textos que exploran las propiedades curativas de las plantas: la “Theriaka y Alexipharmaka” de Nicandro o el ya mencionado misterioso “Códice Voynich” en la tradición occidental; el “Códice De la Cruz-Badiano” como temprano testimonio de la herencia mesoamericana; o el “Canon de herbolaria del Soberano de la Agricultura” en la tradición china. Y también, claro, afectan la mente de distintas formas. Ya sea como fermentado o como destilado, el alcohol que nos causa la embriaguez proviene de las plantas; la uva, el trigo y la cebada, el arroz, el agave… También es cierto que las plantas actúan como filtros amorosos, cosa que pudiera parecer redundante dado el efecto psico-activo del enamoramiento. Pero no sólo eso. En “This is your mind on plants” Michael Pollan hace una exploración desde una perspectiva personal, histórica y social del efecto de las plantas en nuestras mentes, proponiendo tres grandes categorías por el tipo de efecto que causan. Para las plantas que tienen un efecto supresor de sensaciones sobre la mente, la planta que elige es la amapola y la sustancia el opio. Como ejemplo de plantas que causan una sensación de concentración y alerta, presenta al café y la sustancia es, claro, la cafeína. Y finalmente, como sustancia que modifica la percepción, habla de la mezcalina. La experiencia que narra en su libro deriva de la ingesta del San Pedro, una planta bastante más común que el peyote, pero que también contiene mezcalina. Curiosamente, lo que narra Pollan de su experiencia no es precisamente una alteración de la realidad, sino una sublimación de la realidad. Cada objeto percibido por los sentidos parece revelar cualidades de una riqueza insospechada. Por momentos, según reporta el mismo Pollan, incluso agobiante.

Echinopsis pachanoi o planta de San Pedro

Voy a concentrar mi atención en la tercera categoría de plantas de las que habla Pollan, aquellas que modifican la consciencia. Además del ya mencionado peyote, encontramos en esta categoría a la marihuana, los hongos alucinógenos, el floripondio y la ayahuasca. Es notable que muchas de estas plantas se encuentran proscritas en gran parte del mundo, si bien hay importantes movimientos que apuntan a la regulación de su uso, más que a su prohibición. Más allá de la explicación que refiere Pollan del prohibicionismo como instrumento de control político usado contra los oponentes de Nixon, es evidente que el potencial poder de las plantas sobre nuestras mentes causa curiosidad pero también temor. Iniciaré con la experiencia del uso de la ayahuasca que reportó mi gran amigo Pedro Flores en el número 19 de esta RLV (https://issuu.com/relv/docs/rlv_19_final). Después de releer el texto me surgieron algunas dudas y generosamente accedió a una conversación telefónica que ahora refiero:

AH. ¿Crees que las visiones o alucinaciones provocadas por la ayahuasca tienen un mismo patrón para todas las personas y en todas las ocasiones? PF. Personalmente, en casi todas las experiencias se repite un patrón en donde primero veo figuras geométricas, luego hago un viaje vívido al pasado, y después percibo un contacto cercano con la naturaleza. Pero no todo el mundo lo vive igual. Por ejemplo, quien no tiene contacto previo con figuras geométricas o fractales, no las ve.

AH. ¿Son similares o distintas las experiencias con otras plantas psiquedélicas? PF. No necesariamente son iguales. Con la “pastorcita” (damiana) se tiene una experiencia más potente, más intensa, pero más corta en duración.

AH. ¿Alguna experiencia te ha resultado amenazante o aterrorizante? PF. No en lo personal. He caminado por una selva o bosque lleno de ojos de animales. He entrado en las fauces de una serpiente gigantesca. Me he convertido en un ser muy pequeño, he visto briznas de hierba gigantes, y no se diga de los árboles. Esas experiencias me han hecho sentir parte del todo, más que amenazado. He visto en las ceremonias a algunas personas que si son presa de angustia, aunque se trata más bien por darse cuenta de acciones que han cometido que han afectado a otros. Por ejemplo, una mujer que se quejaba de no ser comprendida, le resultó sumamente perturbador encontrar en su experiencia a ella misma como la causa del conflicto con las personas en su vida.

AH. ¿Por qué crees que existen estas sustancias en las plantas? PF. Buena pregunta. No se entiende su necesidad evolutiva, o a primera vista no parece evidente.

AH. En cuanto a los sonidos, ¿ocurre una mayor o mejor percepción? PF. Todos los sonidos se escuchan como si tuvieras un aparato de alta fidelidad.

También ocurre que puedes ver los sonidos (sinestesia).

AH. Las experiencias que has narrado han sido en grupo. ¿Crees conveniente que pueda ser una experiencia vivida en solitario? PF. Si bien he conocido de curas aplicadas a personas específicas, en donde el ayahuasquero proporciona cierta ración de ayahuasca y otras plantas para procurar la cura de un mal específico, no es lo común. En general es recomendable vivir la experiencia en grupo. Primero que nada, porque hay protección para evitar un accidente. Segundo, porque aunque la experiencia es individual, el ambiente de rito ayuda.

Aldous Huxley en su libro “Las puertas de la percepción” describe detalladamente, casi científicamente su experiencia del uso de la mezcalina. El propio Pollan lo cita, y en general coinciden en cuanto a la percepción de un potenciador de la percepción de las sensaciones. Bernardo Esquinca, en su cuento “Golden Teachers”, refiere las experiencias de una pareja al ingerir diversas variedades de hongos. Dennis McKenna nos cuenta en “The Brotherhood of the Screaming Abyss” sus experiencias y las de su hermano Terence, en la exploración de la influencia de los hongos y la ayahuasca, entre otras sustancias, en la mente. Y naturalmente da cuenta de muchas de sus experiencias. Paul Stamets tiene un documental en Netflix (“Fantastic Fungi”) en donde entre otras cosas narra algunas de sus experiencias con el uso de hongos. Todos ellos tienen en común la descripción de un mundo vivo, una sensación de suspensión del tiempo, una sensación de comunión. Y además, reflejan a cada persona. Para ponerlo claro: el mundo botánico parece tener una o varias consciencias, y las mismas plantas mediante su influjo nos conectan a esa consciencia. La intuición de Poe parece confirmarse de una manera inesperada, y pareciera que si existe una vida si no eterna, perdurable, se encuentra en esa consciencia. Y como si fuera una especie de cielo e infierno, esa vida eterna reflejará lo vivido y lo actuado por cada persona.

III. Especulaciones

Como proponen los modelos de redes neurales, una red con un número suficientemente grande de nodos y con mecanismos de retroalimentación, en los hechos demuestra un comportamiento de aprendizaje adaptivo. Cabe suponer que con el tiempo suficiente, y los bosques han tenido miles de millones de años, ese aprendizaje se convierte en consciencia. Además de las redes micelares, la simple observación nos propone otras redes de carácter complejo. Las bacterias y demás vida microscópica, por una parte, mientras que los insectos de vida subterránea por la otra, se encargarían de crear axones de conexión entre los

múltiples nodos de las raíces de las plantas. Por otra parte, a plena vista es factible considerar a las flores como nodos aéreos conectados por la multitud de seres polinizantes que las frecuentan. Así, el número y variedad de redes relacionadas con las plantas y los árboles vendría a constituir un conjunto de consciencias. Evidentemente, de consciencias menguadas si vemos la disminución de superficies de bosques y selvas que han desaparecido ya sea por explotación, o en años más recientes, por fuegos fuera de control. Dicha disminución de superficie esta inversamente correlacionada con el aumento de la población humana. El llamado a combatir el cambio climático mediante la disminución de emisiones de carbono es loable y necesario, ya que está directamente relacionado con el aumento de la temperatura en nuestro mundo. De frenarse, se espera que haga evitable una catástrofe planetaria, si es que no hemos traspasado ya cierto umbral fatal. También es necesaria la cruzada un poco más reciente en pro de la preservación de la diversidad de especies. Pero en última instancia, el cuestionamiento de fondo va al papel de la humanidad en la tierra. El modelo de desarrollo económico actual sobre el que incluso eminentes economistas premios Nobel siguen planteando sus suposiciones, parece considerar un planeta inagotable. Esto no es así. Hay múltiples testimonios del progresivo y acelerado agotamiento del mundo. Al ruido omnipresente de la industria, los aviones, el escándalo de las fiestas y el sonido zumbante de los grandes buques, responde Rachel Carson con la descripción de una “Primavera silenciosa”, una primavera sin canto de pájaros debido a la disminución sustancial de la población de aves. Muy diferente, por cierto, del silencio que crea el denso bosque de sugis de la isla de Yakashima, en Japón, según reporta Hanya Yanagihara en un artículo del NY Times, y que probablemente se relacione con la concentración, en ciertas partes del bosque, de varios ejemplares milenarios que hacen sentir no sólo su consciencia, sino –aventuremos el término- su sabiduría. ¿Se ha rebasado el punto límite de equilibrio? No sabemos, pero inevitablemente ha de alcanzarse o en todo caso de retomarse. La pregunta es si podrá hacerse sin padecimiento de ajustes violentos en forma de catástrofes ambientales. Y humanas. Mientras tanto, haciendo eco de la propuesta de mi querido Paco en este mismo número, me tiro en la hierba y veo danzar al mezquite que preside el jardín: mi par, mi doble y mi punto de equilibrio. Me habla. Le gusta este viento de otoño. Quiere seguir en este mundo.

haciéndole Al Cuento

Propósito. La semilla de una historia

Anónimo – Recopilado por Paco Olvera

Podría haber pasado desapercibido, como una frase vacía de las épocas decembrinas, como un cartel más que no tenía mucho que decir o que mostrar, nada digno de llamar la atención.

En principio no se percibe, pero si se mira con atención, este cartel es testimonio del claro propósito de un individuo que quedó en el anonimato.

Sin distraernos juzgando la ortografía, podemos apreciar la claridad de metas, misma que no nos priva del ejercicio de echar a volar la imaginación: no sabemos si sólo enunció un deseo desesperado o fue el preludio en el logro de un objetivo.

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