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El perdurable legado de Quino Bernardo Marcellin

El perdurable legado de Quino

Bernardo Marcellin

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El 30 de septiembre de 2020 falleció a los ochenta y ocho años en Mendoza, Argentina, el caricaturista Joaquín Salvador Lavado Tejón, mejor conocido como Quino, el padre de Mafalda, esa niña que, a través de su inocencia infantil cuestiona las contradicciones del mundo de los adultos.

Quino poseía la extraordinaria capacidad de invitar a la reflexión por medio de la risa. Escuchando las noticias en la radio, Mafalda trata de entender lo que ocurre en la “zoociedad” moderna en la que le tocó vivir, levantando interrogantes brutales que convierten a sus padres en consumidores frecuentes de “Nervocalm”, como el día en que le preguntó a su mamá si un tratante de blancas es una persona que siempre juega al ajedrez con las piezas de ese color.

En gran medida, la comicidad de Quino provenía de esa visión a la vez aguda e infantil, del hecho de cuestionarse sobre lo que damos por sentado por originarse en la costumbre. Así, en muchas ocasiones, al oír alguna estupidez o algún comentario mal intencionado, hemos seguramente pensado como Felipe que “lo malo de tener las orejas siempre puestas es que uno se expone a escuchar cosas como esa”.

El ámbito histórico de Mafalda es el de la Guerra Fría, de la Revolución de Mao, del conflicto en Vietnam. Le desespera que lo que se aprende en la escuela no le sirve para entender las turbulencias que aquejan al mundo. Quiere saber lo que sucede con Lyndon Johnson y Fidel Castro, pero a partir de lo que le enseñaron en clase, lo único que le queda claro es que a Johnson no lo mima su mamá y que Castro no asea su moño. En muchos casos los adultos nos encontramos en una situación semejante, incapaces de entender las verdaderas motivaciones de los líderes políticos.

Lentamente, aunque no carece de los bienes esenciales, Mafalda va descubriendo los sinsabores de la clase media, como cuando, aterrada, le pregunta a su mamá, quien se encuentra malhumorada mientras limpia la casa, si la capacidad para triunfar o fracasar en la vida es hereditaria, o bien cuando escucha a su amiga Susanita narrar cómo sus padres controlan el dinero como si fueran futbolistas con dominio del balón y logran ir esquivando los gastos mensuales hasta que se atraviesa el día 28 y envía el sueldo a tiro de esquina. Asimismo escucha a su papá dar “quejido teológicos”, ¡Ay, Dios!, cada vez que se acerca la fecha del próximo pago del crédito automotriz que contrató.

La amistad no evita las discrepancias de Mafalda con varios de sus amigos, como en el caso del enfoque materialista de Manolito o de la visión frívola de la existencia de Susanita. Es en estos dos casos donde quizá la crítica a la clase media y a la

sociedad en general se vuelve más ácida. Para Manolito, influido por su padre el tendero, sólo existen el dinero y el trabajo. No existe la posibilidad de cerrar el almacén aunque sea unos días para irse de vacaciones. La única vez que se le ocurrió proponérselo a su progenitor, hubo que llamar de urgencia al médico para atender a don Manolo al borde de la apoplejía. Al ver a sus amigos descansar y jugar, los compara con la cigarra de la fábula mientras él representa a la hormiga, quien tendrá de comer cuando llegue el invierno; esto antes de mandar al cuerno a todos los fabulistas.

Susanita representa el otro lado de la moneda en lo que se refiere al trabajo. Se cree una persona acaudalada, quien merece los privilegios con los que cuenta, y desprecia a las clases populares. Sueña en casarse con un hombre rico y en que llevará una activa vida social. Organizará banquetes de beneficencia, donde servirán una cena suculenta, para reunir fondos y comprar las porquerías que comen los pobres.

Pese a tratarse de una tira cómica, los personajes muestran claros perfiles psicológicos y diferentes puntos de vista ante la existencia, desde los que buscan resolver sus conflictos internos, como Felipe y Miguelito, los que aceptan los valores de la sociedad, como Manolito y Susanita, o los que cuestionan la realidad, como la propia Mafalda y Libertad.

A las actitudes puramente infantiles de Mafalda, como su odio por la sopa o como cuando lleva a pasear al parque a su tortuga Burocracia con correa, como si se tratara de un perro, se contrapone en ocasiones una clara conciencia de la gravedad relativa de las situaciones, alcanzando una madurez que supera muchas veces a la de los adultos. Su padre se quejaba un día amargamente de las hormigas que dañaban sus plantas, afirmando que no hay peor calamidad que las hormigas. Ante ello, Mafalda, sin decirle nada, se le acercó con su radio para que escuchara brevemente noticias sobre guerras, hambrunas e inundaciones. Tras la lección recibida, el progenitor cambió de opinión y, a partir de ese momento, las hormigas ya sólo le parecieron antipáticas.

La clarividencia de Mafalda es en ocasiones cruel. Una mañana, al mirar el aspecto desaliñado de su padre, le pregunta a su mamá: “¿Cuándo conociste a mi papá sentiste que te devoraban las llamas de la pasión o solamente que algo se te tostaba?”

Se podría escribir todo un tratado sobre el análisis de la sociedad y de la vida cotidiana que se encuentra en las páginas de los libros de Mafalda. Dentro de esa perspectiva esencialmente pesimista y hasta cínica, existe un llamado a no dejarse vencer por las injusticias o, más simplemente, por la mediocridad de la existencia. Este anticonformismo no estaba exento de peligros y Quino así lo comprendió. Aunque ya había dejado atrás las tiras de Mafalda cuando el golpe de Estado militar de 1976 llevó a Videla al poder, comprendió que lo mejor era alejarse y se fue a vivir fuera de Argentina hasta el restablecimiento de la democracia. De igual forma, en la España de Franco se entendieron los llamados a la reflexión y los cuestionamientos inmersos en los dibujos de Quino: Mafalda fue considerada no apta para niños.

Quino nos deja así una obra llena de sentido del humor y de inteligencia. Nos muestra las limitantes del ser humano y de la sociedad y, sobre todo, nos invita a ser como Mafalda: a escudriñar nuestro entorno, a sorprendernos por lo que allí sucede, a ser como niños preguntones, pero no sólo para adquirir un saber pasivo, sino para soñar con un mundo mejor y para comprometernos a actuar para alcanzarlo. Y a nunca dejar de reír mientras lo intentamos.