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De pinta a Ventoquipa

De PInta a Ventoq uipa

El Incentivo de la Amistad – Escribiendo con naturalidad.

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Alex Hernández, Pedro Flores, Gonzalo Duchén, Juan Carlos Pérez, Fernando del Río y Paco Olvera. Derivadas: Paco Olvera

Recuerdo que, en alguna ocasión, leí que incentivo venía del latín y significaba aguijón. Es claro. Se trata de transportar un fenómeno material a un proceso mental o espiritual. Cuando el aguijón de una abeja o de algún otro insecto penetra nuestra piel, la reacción no se hace esperar, es inmediata: dolor, irritación, sorpresa. Luego de recibir este estímulo, la respuesta es inmediata, y por decir poco, siempre se produce un cambio, un recuerdo y una lección de que hacer o que evitar. Como en el caso de muchos otros términos, el significado y entendimiento que tenemos de una palabra, se aleja muchas veces del que tenía originalmente, y por lo mismo, dejamos de utilizarlo en forma adecuada o simplemente cambiamos su sentido por completo, abandonando o incluso traicionando la idea que originalmente se quería comunicar, al “trasladarlo” de un reino a otro, en este caso de lo concreto a lo abstracto. Los estímulos tienen orígenes y medios diferentes para originarse y transmitirse. El que sigue es tan sólo un maravilloso ejemplo de cómo actúa el incentivo de la amistad, para desatar una escritura colectiva como reacción en cadena. La primera parte describe la generación colaborativa del contenido y luego vienen unas derivadas que generé a partir de esa tormenta de ideas y ocurrencias.

Incentivo: primer disparo de la reacción en cadena. Yo publicó en el grupo de conversación virtual de la RLV, una foto desde la azotea de la casa, desde muy cerca de la copa de un árbol de jacaranda, que hace parecer que se trata de “un mar de jacarandas”, que florean al inicio de la primavera, muy especialmente cerca de las fechas de la Semana Santa (ver RLV número 3, El Cambio Climático, “todas las sus flores (de la jacaranda) caen entre el viernes de crucifixión y el domingo de resurrección “). Alex responde más tarde con

una foto de unas flores moradas muy lindas, e indica “también por acá están florando”, haciendo una referencia a San Miguel de Allende, donde están su casa durante este encierro pandémico. Le respondo elogiando el colorido, a lo que Alex responde enviando otra foto de las mismas flores, y nos cuenta de “la enredadera que ya cubrió una pared, y se llena de flores, especialmente en esta época”. Cuando miro la foto con detenimiento, veo que hay un insecto cerca de las flores, y le pregunto a Alex, “¿es una avispa lo que se ve allí?”, y él responde, que “creo que les dicen jicotillos, que son más grandes que las avispas. Cuando vuelan parecen diablillos, pero son inofensivos. De cerca se ven como hormigas grandes”. Yo sigo la conversación diciendo que, si “serán jicotillos, como la canción infantil de Doña Blanca”.

En ese momento, Gonzalo se suma a la conversación, y envía una imagen del insecto y aclara que “en Cuernavaca le llaman huachichiles, y son medias cabroncillas sus picaduras; una vez Pedro pisó uno (estaba descalzo) en Cuernavaca y le dolió un chingo”. Alex aclara con prontitud que “el nombre de jicotillo me lo dio el jardinero; reconozco que no es precisamente Linneo, y de repente me dice nombres de plantas que a veces sospecho se inventa para salir del paso. Y viendo el Internet, veo que los jicotillos son diferentes; no sabía de las picaduras”. Yo vuelvo a entrar al flujo de la conversación: “puede ser por la región, en Cozumel me picó la mano uno muy parecido y le llamaban tábano, pero en Hidalgo a unos, un poco más grandes, como abejorros les dicen simplemente Jicotes, de hecho, hay una canción de Cri Cri, que se llama El jicote aguamielero”. Alex comienza a hacer una elucubración, “bajo cierta luz, parecen hadas; pero más bien parecen diablillos, porque les cuelgan las patas al volar; ¿o será que las hadas y diablillos vienen a ser lo mismo?”. Para alimentar la discusión, yo agregué, “Yo creo que sí, ¡depende de que humor anden!”. Alex remata el tema por el momento, “un jicote aguamielero en pos de doña Blanca, Me late como plan de vida”.

Pedro busca una nueva vía a la conversación, “En Sinaloa les dicen bitache o bitachi; es la avispa roja; no da miel, pero pica muy cabrón; hacen un nido de lodo en los rincones”. Yo comparto la liga del sito oficial de Cri Cri, de la canción del “Jicote Aguamielero” (https://youtu.be/SFz3gBrurWc), y agrego el comentario, “la canción del Jicote Aguamielero de Cri Cri narra como el jicote es despreciado por la reina de las abejas, pero se va sin rubores en la frente, porque últimamente, a la sombra de las pencas es el rey". Alex proclama “¡a huevo!”, celebrando la salvaguarda del honor del humilde insecto. Gonzalo volvió a invitar a Pedro a la memoria del piquete que sufrió en el pie, sin éxito, y yo hice la acotación de que alguna vez en mi juventud, fui rechazado de plano como el “Jicote aguamielero”, y por eso me había ido “rezumbando a mi maguey”.

Juan Carlos se integró al diálogo, puntualizando que “Doña Blanca” es una ronda infantil, recordando una parte de la letra, “quién es ese jicotillo que anda en pos de Doña Blanca, romperemos un pilar...”. Le doy la bienvenida a JC, y le indico en una premonición, “buenos días don JC, ¡pos ya hay para una buena disertación en la Letronica!”. Pedro enriquece el tema, en la parte cultural y de regionalismos, “En Sinaloa se usa el verbo abitachar, alertar: poner en alerta a alguien para que pueda actuar con rapidez y astucia: poner atención sobre cualquier asunto o sobre los signos de la vida para tomar las decisiones apropiadas: Si no se abitacha lo arremanga el carro”. “Cuando alguien anda abitachado es que anda bien trucha, muy acelerado, alerta”, concluye Peter. Fernando se integra, y manda una caricatura que tiene el título de “¿quién ordenó una manzana?”, que ejemplifica la diversidad de pensamientos que puede desatar un solo tema, donde se ven a varios personajes relacionados a esta fruta, coma Adán, Eva, la serpiente, Guillermo Tell, La Bruja, Blanca Nieves y hasta Bill Gates, que tal vez querría esa Apple para incorporarla a su imperio de Microsoft. Alex da un epílogo a la disertación, enviando una foto de una jacaranda al fondo de su jardín e invita, “Nos habremos de tomar un mezcal a la sombra de esta jacaranda”, que Gonzalo remata con una sentencia “Seguro, y espero no esté lejano el día”.

Primera derivada (o first spinn off). La reacción en cadena.

Cuando a comencé a describir la escritura colectiva como reacción en cadena, junto a mí, tenía a lado un libro que encontré “mal acomodado” en la biblioteca: “Nuestro amigo el átomo. Una aventura en La Tierra del Mañana”. Lo había buscado sin éxito, pues cuando escribí “No estoy soñando” (homenaje a Flavio), recordaba cuales eran los primeros libros que leí: “El Principito”, luego “Juan Salvador gaviota”, y luego este magnífico ejemplar de la divulgación científica que hacían los estudios Disney en mi infancia (el cuarto y mucho más largo, fue “Buceando en el Polo Norte” de Ramón Bravo, que me lo envío autografiado cuando gané un concurso de la pregunta más original en el programa de televisión “Univercinco”). En aquel entonces, yo no sabía que “La Tierra del Mañana” se refiere a una de las secciones de sus parques de diversiones, “Tomorrowland”, y que en torno a la idea de “la tierra del progreso y los avances científicos, han creado una película homónima, que por cierto me encanta, y cuya trama inicia en la época en que este libro fue publicado por primera vez. Una de sus ilustraciones que más recuerdo (y que luego vi recreada en otros libros), es la de la explicación de la reacción en cadena, con una serie de ratoneras con pelotas de pingpong: una vez que una golpea una ratonera, está se dispara y lanza las pelotas que tenía retenidas, que a su vez salen disparadas, a activar otras ratoneras e ilustra en forma sencilla y clara la liberación de la energía atómica.

Segunda derivada (second spinn off). Los tábanos y los héroes juveniles.

Cuando hablábamos de los nombres probables del “jicotillo” o del insecto “aparecido” en la foto de Alex, yo mencioné que, en una ocasión durante unas vacaciones, tuve una picadura de un insecto que en realidad nunca vi al momento del piquete, pero lo que si fue visible fue el efecto: me generó una inflamación y un ardor que fueron una molestia dos o tres días. Cuando uno de los meseros vio la inflamación, me dijo con mucha seguridad, “eso que le picó fue un tábano, cuando muerden, ¡duele mucho!”. En principio la historia debía terminar allí, pero el nombre “tábano”, lo había escuchado antes, pero en un ámbito totalmente diferente. Cuando estaba en la prepa, tendría yo 16 años recién cumplidos, mi primo Claudio se fue a estudiar Ciencias Políticas, primero a Bulgaria en Sofía, y después a la Universidad de Pueblo “Patricio Lumumba” en Moscú. Todos sabíamos o intuíamos, del fuerte sesgo político hacia el comunismo que eso representaba. En las ocasiones que viajó, nos trajo diversos obsequios, desde algunos libros con hermosas fotos de paisajes soviéticos, hasta algunos platos de cerámica, incluido uno con el dibujo de Mischa, el oso que fue mascota de los boicoteados juegos Olímpicos de 1980. A mí en particular, me dejaba fascinado con sus relatos de las aventuras en la escuela y en el internado dónde se hospedaba, recuerdo en particular cuando contaba de unos árabes que a todo mundo le birlaban su comida, hasta que él, a propósito, dejó a la mano una lata de chiles, sin antes dejar saber a todos que eran un dulce muy rico y muy codiciado en México: relataba lo divertido que fue verlos meterse de cuerpo a la fuente que había en el patio tratando de quitarse lo “enchilado” luego de haber intentado degustar del sabroso manjar. También recuerdo, que luego del primer viaje todo mundo preguntábamos cosas, para saber si eran mito o realidad las leyendas urbanas de lo que acontecía al otro lado del bloque: como era la seguridad, si había o no comida, si los ciudadanos tenían libertades. Pero de todas las preguntas, la mejor fue la del tío Delfino, esposo de la tía María, cuñado de mi abuela, que a la postre tendría unos 80 años, que preguntó directo y sin ambages: “oye mijo, ¿y cómo están las muchachas por allá?”, a lo que Claudio respondió entre risas, “no tío, pues como dice usted, ¡están chichas las chamacas!, altotas, güeras y bien dadas”. En aquel entonces, yo era muy inquisitivo en contra del socialismo y los soviéticos, recuerdo que tenía acaloradas discusiones con mi amigo Enrique, alias “El Chacas”, él a favor del bloque comunista y yo a favor de la OTAN. En forma respetuosa, pero inquisitiva, yo había hecho saber a mi primo por qué los soviéticos no me agradaban (honestamente, en mucho era una cuestión de gusto que otra cosa, cuando menos a esa edad, además de que era lo que yo escuchaba de mi papá y sus amigos, cuando lo acompañaba al café). Esa posición de “chamaco intelectualoide de pueblo”, fue notada por mi primo, que lejos de confrontarme directamente en cuanto a mis incipientes posiciones políticas, alimentaba la discusión, y planteaba puntos muy interesantes, nunca en forma burda, siempre con ingenio e inteligencia. Un día que llegó de visita a la casa en Tulancingo, llevó un obsequio para mí, una copia de

un libro llamado “Así se templó el acero”, de Nikolái Ostrovsky. Es un libro, que el mismo prefacio advierte que tiene una fuerte componente autobiográfica, donde el héroe, Pavka Korchaguin, joven revolucionario que participa en el naciente movimiento del socialismo soviético, recibe una fuerte herida en la cabeza, que lo impulsa a escribir sus memorias antes de quedar ciego. Narra en forma poética y emocionante la importancia de la juventud en la transformación del anticuado imperio ruso en la pujante y naciente unión soviética. Pavka tenía dentro de la trama de la novela, a su vez intentaba emular al personaje central de la novela “El Tábano”, que le resultaba ejemplar por su carácter revolucionario. Terminé el libro, me pareció interesante, pero no lo suficiente como para entregarme a la lucha del socialismo. La historia sigue, porque mi profesora más admirada en la preparatoria, la maestra Teresa Mazzotti que nos enseñaba química, le gustaba hacer exámenes de opción múltiple, y luego de varios exámenes (y varios dieces de calificación), me di cuenta, que generalmente las respuestas formaban un acróstico en inglés o en italiano. Orgulloso de mi descubrimiento, le fui a decir, “maestra, en su último examen, las respuestas correctas formaban la frase, A Good book is a good friend”. La maestra sonrió complacida, y me dijo, “se ve que le gusta la lectura, y que no es un estudiante del montón, ¿si le gusta leer?, ¿qué está leyendo ahora?”, lo cual me dijo con curiosidad, pero con un cierto dejo de reto, a ver si deveras era cierto que era yo un lector. Respondí muy ufano, “el último libro que leí se llama Así se templó el acero”, y sin darme tiempo de nada más, me dijo, “excelente, ¿y qué le parece Pavka, le cae bien?”, sorprendido, pero no tanto, porque me quedaba claro que probablemente era la única de mis maestras y maestros que tenía una gran cultura y preparación, le respondí con mi dejo de vanidad adolescente, “claro, es un tipo muy valiente, lo que no sé es porqué quiere ser como El Tábano”. Ella sonrió nuevamente, pero esta vez con un aire triunfante, “¡muy bien!, pues ahora debe leer El Tábano, para que entienda la emoción de Pavka, y del mismo Kolya Ostrovsky, ¡yo se lo voy a prestar!”. También me explicó que Kolya era un sobrenombre cariñoso de los Nikolái, como Paco a Francisco, cosa que recordé haber leído en el prefacio del libro, pero me encantó que ella lo tuviera tan presente. La conversación finalizó allí. Nunca le pedí que me prestara su libro, y lo único que sabía de “El Tábano”, es que era un revolucionario que se auto nombraba de esa forma, por la tenacidad del insecto del mismo nombre y que, si bien no mataba, a como chingaba al prójimo, y por eso fue por lo que, cuando me dijeron que era un piquete de tábano, yo pensé en forma triunfante, “claro, como el héroe de Pavka” (y de Nikolái Ostrovsky). Para mí, la maestra Mazzotti era mi heroína y mi ejemplo.

Tercera Derivada (Third spin off). Los moscardones, vosotras las familiares.

Hasta ahora que meditaba respecto a las avispas, jicotillos, bitaches y otros insectos de picada irritante, no había hecho por buscar cómo era un tábano, por un lado, y por el otro, jamás había hecho por averiguar nada de la novela “El Tábano”, y así cerrar ese ciclo abierto desde mi juventud. Confieso que pensé, ¿y qué tal que los tábanos son ni más ni menos que los jicotillos?, ¡eso sí sería un cierre sensacional! Pero no fue así, el camino que me deparó la investigación en turno fue aún más inesperado y sorprendente, al menos para mí. A ver qué opinan los lectores.

Primera ramificación de esta Tercera Derivada (o

Derivada 3.1). Cuando busqué que era un tábano, la ilustración era como de una “mosca panteonera”, o como dicho en forma más literaria, un moscón o moscardón. Su apariencia no es parecida a la avispa o jicotillo, pero me resulto interesante que, se menciona que su piquete es muy fuerte, y tiene la capacidad de penetrar la piel de cabras y del ganado vacuno, pues la hembra vive de hemoglobina de mamíferos (o como dijera mi abuelita, literalmente de “chupar la sangre”), y el macho, tiene un aguijón menos fuerte y vive de succionar azúcar de las frutas. Me pareció llamativo el hecho de que el macho sólo vive hasta copular con la hembra, para luego morir y, por lo tanto, son las hembras las que tienen ese agudo piquete, siendo que, en todo caso, el apodo de aquel héroe hubiera sido más apropiado para una heroína: “La Tábano”. También me llamó la atención, que son los tábanos los insectos que se asocian a una de las 7 plagas que abatieron Egipto para liberar a los hebreos de la esclavitud, lo cual es un dato por demás curioso y pertinente, cuando está uno en plena Semana Santa viendo la película de “Los Diez Mandamientos”, encerrado en casa por una moderna plaga que en este momento azota a la humanidad entera.

Segunda ramificación de la Tercera Derivada (o

Derivada 3.2). Al fin emprendí una investigación respecto de la novela “El Tábano”: resultado, sorpresivo. La trama de la novela gira en torno a Arturo, un revolucionario que enfrenta a la invasión austriaca a la Italia del siglo XIX. El protagonista ama al monseñor Montanelli al que considera “casi un santo”, pero cuando descubre que en realidad es su padre biológico, pasa de ser un convencido católico, a un recalcitrante ateo, y triunfa en él su amor a la patria, destruyendo al invasor y al monseñor, que representa la corrupción de la iglesia. En el proceso se describe como es rechazado por todos por albergar estos sentimientos de odio a la aparente santidad de quién es su padre, y por esto es convertido en un adefesio repudiado por todos, con burlas (en lo espiritual) y con golpes (en lo físico), pero que no para de luchar, cómo un tábano, que es el mote que él se autoimpone. Está se convirtió en una novela de culto en la Rusia prerrevolucionaria, influenciando en otros muchos, a Nikolái Ostrovky, y ha permanecido en este pináculo hasta nuestros días. Pero muy interesante me pareció descubrir, que esta novela fue escrita por una señora inglesa muy inteligente, llamada Ethel Lilian Voynich. En efecto, una dama inglesa, que describe a un héroe italiano, que se vuelve una novela de culto en Rusia y en su derivada Unión Soviética. ¿Cómo se pudo desatar esta aparentemente inexplicable combinación? Los padres de Ethel fueron dos grandes intelectuales. Su madre fue la afamada pedagoga y feminista Mary Everest, sobrina de Lord Everest, cartógrafo encargado los mapas topográficos de la India y Nepal, que le valió que después el conocido como pico XV, recibiera el nombre de “Monte Everest”. Y el padre de Ethel, fue ni más ni menos que George Boole, también padre de la “Lógica booleana”, fundamento insoslayable de las actuales

tecnologías computacionales. Cuando Ethel queda huérfana, luego de vivir infelizmente por un tiempo con su tío, recibe una herencia que le permite estudiar música y ruso, al tiempo que se siente atraída por la política revolucionaria. Se va a trabajar como institutriz a Rusia, donde comienza a incrementar su apoyo a diversas causas políticas, además de conocer y casarse con Wilfred M. Voynich, comerciante de libros antiguos que “descubre” el “Manuscrito Voynich”, un polémico pergamino que compendia ilustraciones, de plantas, astronomía, y bilogía entre otros temas, que está escrito en un leguaje que no se ha podido decodificar hasta la fecha. En ese periodo es que escribe “El Tábano”, que se vuelve popular en todo el mundo, pero especialmente en Rusia. Y tratándose de un héroe italiano, es conocido por muchos pensadores de aquel país, como me imagino fue el papá de mi maestra Teresa Mazzotti, que siempre impulsó a sus alumnos a hacer más y ser más, que seguramente le sorprendió que uno de sus alumnos, de la prepa local de aquel pueblo al que llegó a trabajar como química para una fábrica de queso, tuviera curiosidad de saber, quién era “El Tábano”, que me imagino que ella misma habría leído en su juventud. La mismísima maestra que, cuando hubo una imposición de autoridades universitarias en Hidalgo, impulso e inspiró a los que éramos “mataditos” y buenos a la escuela, a hacer una oposición pacífica en la escuela, que fue rota por los granaderos de Pachuca, acabando con nuestros ideales “revolucionarios”, frágiles y cándidos, así como la visita del director de la prepa a las casas de algunos de nosotros, haciéndonos ver “que era mejor no seguir a esos maestros revoltosos”, por su puesto frente a la mirada y preocupación de nuestros padres, a quienes éramos incapaces de causarles el dolor de la decepción (al menos yo así me sentí). Y así cuando la maestra Mazzotti me preguntó, “Olvera, ¿es cierto que usted fue a ver al director y le dijo que usted se alejaba del movimiento porque los maestros éramos todos unos grillos?”, arrancó de mí, lágrimas de rabia e impotencia, causadas por mi propia cobardía y le dije, “¡no es cierto maestra, yo jamás diría eso de alguien como usted!, el director fue a buscarnos a mi casa, y allí está mi papá como testigo, ¡si quiere vamos y le digo en su cara que es un mentiroso!”. La maestra sonrió con ternura y dijo, “yo lo sabía, sólo quería escucharlo de usted, mi querido Kolya, sólo permítame darle un último consejo: si quiere hacer algo de su vida Olvera, váyase de aquí, aquí nunca va a hacer nada interesante” (RLV 21, “Bienvenido al Paraíso”). Esta última recomendación que, por supuesto fue cumplida, me ha arrancado lágrimas en varias ocasiones, sobre todo cuando justamente la escucho, muy parecida, de Alfredo a Toto en “Cinema Paradiso”, “non tornare, non pensare più a noi, non tornare, non scrivere”, dialogo del también italiano Guiseppe Tornatore.

Epílogo.

Todo comenzó con un aguijonazo de jicotillo, pero más bien fue el de la amistad y mi intrincada mente recursiva, que es inspirada por mis maravillosos amigos, que espero hayan tenido la paciencia de llegar hasta este punto.

Segundo Epílogo.

Cuando iba en cuarto o quinto año en la primaria, mi hermana Lilia llevó a casa un disco EP (Extended Play) de 45 revoluciones con 4 canciones, y le dijo a mi papá que eran muy buenas. Mi papá, con un dejo de complacencia y paciencia, aceptó escuchar. Gran

sorpresa. Le pareció fantástico, y no era para menos, se trataba de “Cantares”, “La Saeta”, “Llanto y Coplas” y “Las Moscas”. A mí, todas me fueron gustando más y más conforme las escuchaba más veces. Esta última, Las Moscas”, me llamaba la atención, pues esos violines atacando rápidamente, me evocaban el vuelo de un insecto, pero la letra me resultaba extraña, pero al crecer y ganar entendimiento, me resultó fantástica en su totalidad, y no puede apartarla de este intrincado recorrido, de amistad, recuerdos, insectos y nostalgia.

Vosotras las familiares

Inevitables, golosas

Vosotras, moscas vulgares

Me evocáis todas las cosas …

Tercer Epílogo.

Cuando muy cansado me fui a dormir la noche del “Domingo de Resurrección”, luego venir luchando para terminar este texto desde el Jueves Santo (que esta vez fue también día de mi cumpleaños) para terminarlo, en cuanto pegué la sien a la almohada, recordé también que en la RLV 3, dedicada al Bicentenario de la Independencia, cuando escribí de los “Niños Héroes”, ya había rememorado antes a un héroe de guerra italiano, “El tamborcillo Sardo”, parte de “Corazón. Diario de un niño”, de Edmundo de Amicis. Ahora si ya me detengo, por el momento.

Cuarto Epílogo.

Una semana después del tercer epílogo estaba revisando el nuevamente el RLV 3, y llegué inadvertidamente al artículo “La Batalla de Camarón o ya se chingó la Francia”, y encontré un dato que había olvidado: durante la intervención francesa, en Tulancingo el Doctor Luis Ponce, director del hospital, publicó un periódico que hacía resistencia pasiva a los invasores, y ese periódico resulta que se llamó, ni más ni menos que, ¡“El Tábano”! Esto fue por allá de 1865, año en que la autora de la novela homónima ¡tenía la edad de 1 año! Esto hace que “El Tábano” tulancinguence, sea absolutamente previo al “El Tábano” europeo. Y con esto un ciclo estrafalario, iniciando en 1865 en mi pueblo natal, seguido de la novela de gran éxito en Rusia en 1897, que llegó a mis oídos en 1980 por el libro de “Así se templó el acero” y mi maestra de química, y que fue sacado del polvo y las tinieblas de mis recuerdos casi perdidos, por el aguijón de un jicotillo, con el incentivo de la amistad en pleno 2021. Ahora si ya, les prometo que este escrito está cerrado.