3 minute read

YO NOMÁS DECÍA

Leer “El estandarte”

Alexandro Hernández

Advertisement

Partamos de la constatación de que la narración, especialmente la escrita, crea un efecto generador de imágenes en nuestra mente, y una estructura de acontecimientos. En casos raros y afortunados, la narración se eleva por encima de las imágenes y la historia para convertirse en la esencia misma de la vida. Cuando digo “la esencia misma de la vida” no quisiera que se entienda como una fórmula retórica. Más bien, los personajes se nos aparecen reales, cercanos, casi familiares. Los lugares adquieren dimensiones sensoriales. La literatura más cierta y verdadera no necesita para ello valerse de descripciones exhaustivas. El estandarte, la novela de Alexander Lernet-Holenia, es uno de esos casos. Puede decirse aún más: este libro es una hazaña, pues crea esa ilusión a partir de un objeto: el estandarte del título. La narración parte del juramento de lealtad y obediencia de los oficiales y soldados del ejército austro-húngaro al emperador, leit motiv de la novela, que inicia con una nostálgica reunión de oficiales austro-húngaros sobrevivientes a la guerra y la presencia espectral aunque casi corpórea de los militares en las guerras bajo el peso del juramento. En el otro extremo, al final del libro, entre las llamas que destruyen los emblemas del imperio se dibujan las generaciones de ese mismo ejército en retirada. El grueso de la novela es la narración del alférez Herbert Menis que se inscribe en un lapso de tiempo de cerca de una semana y una geografía que abarca la sección del Danubio entre Belgrado y Viena. Ese espacio y ese tiempo son la franja de frontera del imperio perdido, pero también de un sentir del mundo clausurado. Menis conoce a la bellísima Resa Lang, dama de compañía de la archiduquesa, en una función de ópera, y gracias a su atrevimiento consigue simultáneamente la atención de Resa al presentarse en el palco imperial, y su traslado de regimiento a causa de su indisciplina. A partir de ese momento se mueven en paralelo dos fuerzas poderosas: el afán de Menis por encontrarse de nuevo y consumar su deseo con Resa en el Konak, la residencia imperial en Belgrado, y el dramático desmoronamiento del ejército imperial.

Como en un extraño sueño, el imperio de siglos se desvanece. El libro refleja la destrucción de una manera casi geométrica. En el primer hemisferio, a pesar de encontrarnos en lo que serán los últimos días de la guerra, aún se viven las manifestaciones de mayor esplendor, como es la representación de las Bodas de Fígaro en el teatro de la Ópera. Todo el tono del libre es brillante, y no pocos episodios despiertan sonrisas. Hay una sensación de felicidad como si la belleza y el deseo estuviesen justo al alcance de la mano. En contraste, en

la segunda mitad el tono es sombrío, las desgracias se suceden una tras otra como si estuviéramos en la propia guerra. Incluso hay un tránsito por una especie de purgatorio que no puede desembocar en otra cosa que en el irremediable derrumbe total que se consuma cuando el emperador abandona el palacio de Schönbrunn. El punto de inflexión, que aparece como un rayo que parte por su centro el tiempo, el mundo y el libro, ocurre cuando el regimiento al que pertenece Menis debe regresar a Belgrado y está a punto de cruzar el Danubio. Mientras eso ocurre, recorre la formación el capitán retirado Hackenberg. De manera impertinente observa que si el porta estandarte actual, Heister, muere, será Menis quien deba convertirse en depositario del mismo. Como se sabe, banderas y estandartes son objetos sagrados que sólo bajo circunstancias de desastre y aniquilación total han de cederse, por lo que comprensiblemente Heister se indigna. En esta situación Hackenberg reta a un duelo de preguntas a Heister, duelo que de manera indirecta conducirá eventualmente a la muerte de éste y la posterior transferencia del estandarte a Menis. Nada en el texto lo dice, pero queda la extraña sensación de que Hackenberg es un emisario del destino y que la suerte está echada. El mundo y el tiempo se dividen en un antes y un después de su aparición en medio regimiento. Como en un espejo, el orden y el boato de todos los símbolos que viven en la primera mitad del libro se muestran en la mitad como muerte, destrucción y caos. El mundo sigue, pero es otro, diferente, irremediablemente perdido. Es una novela perfecta.

This article is from: