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AL VALLE DE LAS CALACAS

Bienvenido al Paraíso

Paco Olvera

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Hoy no pude más. Me rebasó, me venció, tengo que hablar de esto antes de seguir el día, o de hacer cualquier otra cosa. Se trata de la banda sonora de mi vida, la que escucho y la nostalgia me avasalla, me llena, me inunda los ojos de lágrimas y al mismo tiempo me hace sonreír y recordar. Si no de toda mi existencia, si de una parte sustancial de mis recuerdos. Se ha vuelto integral a ellos, y no puedo evitar sentir una emoción enorme que me cierra la garganta y me hace latir el corazón con fuerza, como diría mi querido y fallecido amigo Daniel Ravinovich de “Les Luthiers”, “me copa”.

La ventana abierta, la cortina moviéndose con la brisa y el frutero en la mesa, en una sencillísima y maravillosa escena, que se llena con el sonido de una hermosa melodía ejecutada primero por un piano, y una voz de mujer que dice “Di Vita Salvatore, si, lo sono la madre”. Así comienza “Cinema Paradiso”, con el magnífico guion de Guiseppe Tornatore, pero cuando la habitación se llena de la maravillosa música compuesta de Ennio Morricone, se vuelve mágica, perdurable, íntima, como si fuera mi propia vida. Cada una de las partes culminantes de la película va acompañada de la maravillosa música de Morricone, haciendo que se sienta como si fuera indivisible. No puedo evitar pensar en mi mamá, cuando nos llamaba al teléfono fijo del departamento y no nos encontraba, tal vez la luz entraba a la casa por las ventanas de la sala, mientras ella hacía un garabato en su libreta de direcciones, calmando así su ansia de no saber dónde estábamos. No era una agenda o un libro especial para ese propósito, era un cuaderno de taquimecanografía donde estaban todos los teléfonos que le resultaban importantes: los de nuestros familiares, el de la zapatería, así como todos aquellos donde trataba de hallar a mi papá, incluido el cine “Del Villar”, el cine “Olimpia”, el bar del “Club de Leones”, el billar “Olímpico” y la cantina “La Puerta del Sol” y otros sitios icónicos del Tulancingo de aquellos años. Uno de los primeros escritos que compartí en forma pública, fue en la “Revista Letrónica de Ventoquipa”, y se llamó “Hollywood está en Tulancingo” (ver RLV número 4), y en él, hablo de como mi vida estaba marcada por el cine, además de mencionar específicamente a “Cinema Paradiso”. También es de destacar que, en el primer número de la RLV dedicado al cine, que fue el número 7, en la portada está Alfredo enseñando a Totó, cómo funciona el proyector. Fue una película que compré en todos los formatos que pude: videocasete VHS, Laser Disk, DVD y ahora en Blu-ray. También fue una de las primeras pistas musicales que compré en un disco compacto (que ahora escucho mientras escribo). Recuerdo con mucha emoción la primera vez que la vi. Estaba por casarme con Conchita, y le dejé en una despedida de soltera que le había organizado mi futura suegra, en su departamento que está en la calzada

México- Coyoacán, donde también se ubica la Cineteca Nacional. Buscaba pasar el tiempo mientras esperaba a que terminara la fiesta, así que, busqué alguna película que ver y estaba en cartelera la muestra cinematográfica de ese año, anunciada como la ganadora del Oscar a la mejor película extranjera (ahora etiquetada como de no habla inglesa). Entré tarde, no sabía cuánto había transcurrido desde el inicio. Se veía a un hombre canoso acostándose, con una mirada que indicaba que estaba evocando algo. Al cambio de escena, apareció lo que recordaba o soñaba: un haz de luz del proyector de cine salir por un mascarón con aspecto de un león rugiendo. Me transportó a los domingos de matiné, a las visitas a la “semana de las grandes de Hollywood”, donde veíamos por enésima vez “El Gran Escape”, “Los Siete Magníficos” o “El día del Chacal”. Casi cada escena me traía una evocación a mi infancia y juventud tulancinguense: “Pepe el loco” caminando todo mugroso y riéndose de todo en la calle, cuando tiramos a Fernando “la Amenaza” a la fuente frente al cine “Del Villar” por delatarnos con don Cecilio el boletero, quién acto seguido, nos echó a todos por andar corriendo durante la función. Las filas de los grandes estrenos y después la entrada a ver las películas de “adultos”, donde corrías el riesgo de encontrar a algún tío o a tu papá. Las primeras chicas que te gustaban, cuando aceptaban ir al cine, y al menos en mi caso, de cómo es que no me atrevía a tomarlas de la mano o darles un beso (eso pasó después). La imagen cuando Totó se queda prendado de Elena, que nos hace recordar a alguien a quién tal vez ni siquiera nos pudimos acercar, porque su gran belleza nos hacía tartamudear, o nos producía un gran temor a ser rechazados, o simplemente, nos hacía sentir que no podíamos tener tanta fortuna.

La totalidad que eran las películas en el pueblo: tema de plática, fuente de aprendizaje, motivo de encuentro, referencia temporal, todo, lo eran todo. Los violines que me producen nostalgia y mis propias evocaciones, la delicadeza de cambio en los motivos que dejan claro el amor a la mujer, le destrucción del fuego, el amor al cine, y mucha, muchísima nostalgia. La música me hace pensar y soñar, por ejemplo, en la parte llamada “Proyección para dos”, cuando el Totó adulto, ya director de cine, comienza a ver la película enlatada que Alfredo le deja por herencia, que no es otra cosa que los recortes de película donde se veían todos los besos censurados por el padre Adelfio. Constituye el cumplimiento de la promesa de Alfredo de guardarle todos los trozos de película, además de la travesura al compartir la diversión de ver al padrecito sonar la campana para hacer la censura de lo que denomina “cine pornográfico”, de lo cual sólo ellos dos eran testigos. Además, es una maravillosa plastificación de como el cine, es un guardián estupendo de la nostalgia y de los regalos que te da, haciéndote vivir de nueva cuenta momentos maravillosos. Y qué decir del padre Adelfio, aún que un poco caricaturizado, es un compendio de características de varios padrecitos de mi pueblo: era muy buena gente como el padre Vicentito, regañón como el padre Sagaón, bueno para los negocios como el padre Josué. El padre Adelfio además me hace generar una cadena de recuerdos y relaciones que para mí, pasó por mucho tiempo inadvertida, hasta que mi profesor de crítica cinematográfica, el maestro Ayala Blanco, nos puso a analizar algunas escenas de la primera película de Fellini, “Il Viteloni”, que es traducida como “Los Inútiles”, que según nos explicó el maestro, no fue proyectada en México en su tiempo, pues mostraba una relación veladamente homosexual con uno de sus protagonistas. Yo la pude ver hasta que la encontré en uno de los saldos de un Sanborns, en los DVD de 50 pesos. En esta película se relata la vida de unos de esos “mantenidos” que nunca trabajaron y nunca dejaron el hogar de sus papás, que no conforme con eso, además se metían siempre en líos de dinero, en negocios fallidos, embarazaban a la chamaca y “no tenían ni en que caerse muertos” (como decía la abuela). Además de ser el vivo retrato de varios personajes de Tulancingo, que se iban replicando de

generación en generación, resulta que al ver la película completa me di cuenta de que, Alberto Trieste, que es uno de “Los Inútiles”, ¡es quién personifica también al padre Adelfio”! Y dentro de la trama, cuando se ven varias películas, acompañadas por una melodía llamada “Del Sex Appeal americano al primer Fellini”, ¡se puede ver justamente una de las escenas de “Il Viteloni” en la pantalla del Paradiso! Diré, para rematar el recuerdo, que, por supuesto estoy de acuerdo con la descripción de Joan Manuel Serrat, en “La Aristocracia del Barrio”, son “lo mejor de cada casa, tomando el sol en la plaza”.

Cuando se interpreta el tema llamado “Madurez”, puedo evocar cuando Totó entra a la habitación donde su mamá tiene guardados sus recuerdos de juventud, y que en mis recuerdos personales, es el cuarto de la TV, que también fue mi habitación por un tiempo, lleno de retratos de la familia, que parecía intocable por el tiempo, hasta que el abandono de la casa, luego que mi mamá se fue a la casa de descanso para no regresar, se deterioró y destruyó como si la construcción misma hubiese muerto con ella. Pero la unión más fuerte por mucho tiempo estuvo en mi subconsciente y no la había querido o no había podido determinarla. Alfredo y Totó, somos mi papá y yo. Mi papá me dio mi primera y muy práctica lección de cine, el día que le pregunté, “papá, ¿y cómo sabes si una película es buena?”, a lo que él me respondió con mucha naturalidad: “pues vas, y la ves”. Él me presentó los primeros musicales de Gene Kelly, o las películas de acción de guerra, o siempre que se refería a Louis Armstrong decía “el mejor embajador de Estados Unidos”, o a Cecil B. De Mille le decía el “creador de sueños”. El parecido físico de Alfredo a mi padre es en su edad madura, cuando encaneció y comenzó a caminar con más parsimonia, pues en su juventud utilizaba el bigote al estilo de Clark Gable, ¡como el papá de Totó! También utilizaba pañoletas anudadas en el cuello, que nos enseñó se llamaban “gazné”, como Marcello Matroianni y otros grandes de la pantalla de aquel entonces. Al igual que en la trama del “Cinema Paradiso”, mi papá fue siempre mi fuente de sabiduría, me explicaba cosas, y muchos aprendizajes venían del cine. Por ejemplo, decía que nuestro abrigo de cuando éramos niños, era al estilo “Ladrones de Bicicletas”, y se refería a mi hermano Víctor como Vittorio de Sica. o a mi tío Luis a veces le decía Luchino Visconti, cuya película “La tierra tiembla” también es exhibida en el Paradiso. Mi papá no perdió la vista como Alfredo, pero los pólipos en la garganta deterioraron su modulada voz hasta hacerla una carraspera gutural, lo cual le quitó una cierta parte de su persona. Como Alfredo, siempre veía cosas que nosotros no, aún a través de sus lentes obscuros a la usanza de aquella época (y que conserva mi hija Anita). Nunca intentamos hacer películas como Totó, o como Spielberg, pues entre otras cosas la cámara Súper 8 de mi papá, siempre tuvo roto el resorte que activaba el mecanismo de la cuerda (está nueva, aún la conservo), pero con la grabadora que la tía Estrella le trajo de Japón a Nacho, hicimos nuestros cuentos como guiones para radio novelas, incluyendo los efectos sonoros: de pasos caminando, latigazos con un mecate agitado en el aire, y el reloj de pared, cuyo sonido lográbamos al tañer con una barra metálica el trofeo de campeón de “Tiro al pichón” de mi papá. Mi acercamiento a un proyector de películas fue gracias a que don Samuel, el papá de nuestro gran Amigo Arturo “EL Campeón”, era el que pasaba las películas en la primaria, en el salón de actos (ver “Homenaje a los niños héroes”, también en la RLV número 4), además que alguna vez nos asomamos al cuarto de proyección del Cine del Villar, porque el mayor de los hermanos hijos del dueño, era compañero de mi hermano Nacho y un día fuimos invitados a el palco privado con vidrios polarizados a través de donde ellos podían ver las películas. Lo que

puedo decir de esa experiencia, además de la emoción de ver el proyector funcionando, es que yo preferí siempre estar dentro del cine, por más cómodo, privado o elegante que fuera el palco (lo cierto es que, tampoco recibimos otra invitación).

Por muchos años regresé muy seguido a mi pueblo, primero a ver a mis padres, y cuando papá falleció, a ver a mi mamá. Pero ahora que ella se ha ido, sólo he regresado al funeral de mi primo Fito. Me falta la fuerza para ir a verlo todo. La escena cuando la madre le dice a Totó “descansa, fue un largo viaje”, y él le replica, “no te preocupes, es menos de 1 hora de avión”, el reclamo de la señora es lapidario: “no debías decirme eso después de 30 años”. Este diálogo hace eco, en la contabilidad que mi mamá hacía cada vez que la visitaba, algo así como: “pues ya eran 47 días sin que vinieras”, “una llamadita cada semana no te quita mucho tiempo, ¿o si?”. Esos reclamos y consejos ásperos, me recuerdan que, al igual que Alfredo le dijo a Totó, “no vuelvas a esta tierra maldita”, a mi algo parecido me dijo la maestra Mazzoti (por cierto, de origen italiano), “si quiere hacer algo de su vida Olvera, váyase de aquí, aquí nunca va a hacer nada interesante”. Extraño lo que fue, no lo que es. A ese lugar que quiero y añoro, sólo puedo llegar cuando veo y escucho “Cinema Paradiso”, o cuando veo las escasas fotos de nuestro álbum familiar. Creo que, para mí, el impacto de la muerte de Ennio Morricone aumentó por efectos indirectos de la cuarentena. En estos días de mayor encierro, tenía ganas de ver una película, y aunque la oferta teórica de la televisión satelital y el streaming de Nexflix o Amazon son enormes y debía estar inundado con opciones, esto no me resultó de esa manera. Luego de cambiar canales y ver la programación, miré al mueble donde están nuestros ya casi anacrónicos discos DVD, e instintivamente tomé Cinema Paradiso. La volví a ver, la lloré y la disfruté, incluida la música. Recordé ese día que un antiguo compañero de trabajo me platicó que, su mamá que es una gran aficionada al cine fue a Sicilia y visitó Corleone, tierra natal de Vito Corleone, “El Padrino”, y que además había visitado el pueblo donde transcurre la trama de esta adorada película. Me nació la idea de entender cómo se compararía Giancaldo con Tulancingo, así que comencé a buscar en Internet. Encontré un artículo serio y bien documentado que se llama “La Sicilia de Cinema Paradiso”, dónde Endil Larsson explica algo que para mí era inesperado: Giancaldo no existe, fue creado por Giuseppe Tornatore con base a los recuerdos de Bagheria, su pueblo natal en Sicilia, pero en realidad está “construido” con diversas locaciones de varios pueblos y villas sicilianas, como Palazzo Adriano para muchos exteriores, incluida la casa donde Alfredo proyecta la película en su fachada antes del incendio. También en ese artículo aprendí que el director Giuseppe, era apodado cariñosamente como “Pipo”, lo que vendría a ser un “Pepe” en México, y que revela con claridad la vocación autobiográfica de la película, a través de Salvatore, “Totó” Di Vita. Más aún, entre las notas que Google me recomienda cada mañana, vi una que anunciaba que, para celebrar que los cines en Italia reabrirían sus puertas luego de la pandemia, se reestrenaría “Cinema Paradiso” a 30 años de su lanzamiento. Me pareció romántico y apropiado. Sólo por eso, invité a Conchita y a Anita y la vi por segunda vez en menos de dos semanas. Y unos cuantos días después, llega esta triste noticia. No puedo evitar pensar que el Tulancingo de mis recuerdos, es sólo eso, recuerdos, igual que Giancaldo debe ser reconstruido con fotos y locaciones, con imágenes vagas que cambian un poco cada día, pero con emociones claras e inmutables, tal y como se sintieron en mi pecho desde la primera vez.

Me imagino, una versión esplendorosa y difuminada del Cine Del Villar, con su fuente de sodas donde servían nieves y helados con galletas y una cereza encima, antes de ser transformada en una sucursal del Banco Serfín (que irónicamente tampoco existe ya). Estará limpio y radiante, don Cecilio el boletero pidiendo las entradas recién compradas en la taquilla. En sus butacas estarán sentados mezclados Clark Gable, María Félix, Dolores del Río, Tony Curtis, Elizabeth Taylor, Anthony Queen, mi papá Nacho, mi suegro don Luis (también gran amante del cine, que llevó a Conchita a ver una versión censurada de la “Novicia Rebelde” en Alemania), mi mamá Gloria, mi suegra Angelina, mi abuelita Vicky, Pedro Infante, Jorge Negrete, mi tío Elpidio, Steve McQueen, mi tío Luis, Fernando Soto “Mantequilla”, mi tía Estrella, todos en gran jolgorio esperando a que les cuente la película de mi vida, y al frente, aparecerá el señor Morricone, para iniciar a dirigir una orquesta, que arrancará con las notas de piano que le he sustraído para ser mi propia banda sonora. Bienvenido al Paraíso señor Morricone, y gracias por este maravilloso puente para llegar al pasado.

Paco. Julio, 2020

PD No sé si lo cursi me está llegando con 56 años de vida, o 100 días de encierro por la cuarentena, pero lo que me queda claro es que es algo que me urge compartir con mis amigos Un abrazo a todos.

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