El Triángulo de Bermúdez y otros cuentos

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la Guardia Nacional y la Policía Regional; parecía un carnaval aquel despliegue de colores donde repartían folletos, bolsitas plásticas y lentes desechables. Hacían hincapié en cuidar los ojos, proteger la vista de los rayos que podían quemar las pupilas. El tránsito fue normal desde el inicio, cuando atravesamos el puente sobre el río Limón aquello era un alboroto, personas de todas partes del país y del extranjero con sus atuendos: sombreros, blusas, túnicas, sandalias; cámaras especiales, telescopios adaptados, instrumentos de medición y un sin fin de artilugios mostraban los viajeros. Al entrar al territorio nos dieron la bienvenida: antushi jia wopu´müin. A un lado del camino hacia la izquierda, buscando el golfo, atravesamos la tierra arenosa. Cada grupo se acomodó para la ocasión cerca de los dispersos matorrales. Había que esperar al “Perro del Cielo”, como me dijo mi amiga Wong siguiendo la tradición oriental, a propósito del Taoísmo. Fue una de las más hermosas tardes para recordar en la vida. El clima cambió, comenzó a llegar una brisa fría. Los animales realengos empezaron a recogerse. En el salar, rodeado de infinidad de turistas, compartí el espectáculo de la humanidad, seres de todas las edades, lenguas y credos, vinculados por el eclipse. Lo más importante no era el sol opacándose por la luna, estar en el cono de umbra, el día convirtiéndose en noche, nada de eso. Fue aquella sensación de paz y libertad –como si leyéramos un libro- que experimentamos tal vez guiados por el espíritu de los renacentistas. Lo demás quedó en las fotografías. 182


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