a los imbéciles que dejan esperando a los demás, a las estúpidas secretarias que comen chicle y se pintan las uñas en la recepción de los hoteles. Luego de esa descarga, todavía con la ropa húmeda opto por olvidarse del asunto y entregarse a lo que estaba allí, esperándolo, su novela: Crimen y Castigo. Ese pequeño e insignificante escollo no le iba a amargar la vida. Total, yo no quería ser Office Boy –se dijo y abrió el libro que estaba en la mesita de noche-. Mañana hablo con Clemencia.
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