The Red Bulletin Mayo de 2014 - MX

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La correa de seguridad que es utilizada por los highliners va alrededor de un punto del cuerpo, por lo general, en el tobillo o en la cintura.

dependen de una línea que se comporta como una cuerda para saltar a la que un niño retacado de azúcar sacude. “En vez de controlar la línea y caminarla, te dejas llevar por el paseo”, dice Hayden Nickell, un slackliner profesional de 22 años, de Nederland, Colorado. “Tienes que caminar en unos intervalos extraños. Cuando la cuerda va hacia arriba, hay momentos en que puedes dar ocho pasos. En la parte opuesta, estás fuera de control y estás a merced de la línea y del viento”. El slacklining, relegado a parques y playas como el hobby más hippie de los hippies, ahora empieza a ramificarse en disciplinas profesionales: tricklining, donde los artistas combinan gimnasia y 74

coreografías; urbanlining, que cambia los desfiladeros naturales por los cañones entre edificios; y yogalining, que agrega asanas a aquellos que se balancean sobre la línea. Pero la encarnación más espectacular es el highlining, donde una slackline es fijada muchos metros sobre el suelo en ubicaciones sorprendentes, sean naturales o hechas por el hombre: el Parque Nacional de Yosemite, Hell Roaring Canyon, en Utah, o Las Vegas Strip, donde el récord mundial de highlining fue impuesto, lo que puso en la mira este arriesgado deporte. Protegidos ante una caída solo por una correa alrededor de sus pies o cintura, los slackliners responden a los cambios dinámicos de balance debajo de sus pies.

“Es como surfear”, dice Nickell. “Esperas las condiciones correctas. Esperas a que el viento deje de soplar y entonces tienes una ventana de entre 15 y 20 minutos para salir y hacerlo. Entonces otra racha de viento viene y te retrasa por un minuto”. El viento le da a la highline un sonido ominoso, una espeluznante vibración grave que se escucha al reverberar la cincha entre los anclajes. Cuando un caminante mira hacia adelante en una slackline, el cerebro solo registra cierta cantidad de altura (unos 30 m) a través de sus 45º de visión periférica. Subir más (100, 120, 150 m) no provoca una diferencia perceptible. Pero es entonces que los changos parlantes de tu cerebro empiezan a actuar. THE RED BULLETIN


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