Incandescente

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“El amor es como el fuego, que si no se comunica se apaga� Giovanni Papini.

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Sinopsis

Quema, arde, mas el dolor es la inestable paz, sus gritos se apagaron con la noche, la luz fue un frío espejismo. Las llamas la arrastran y el poder es vetado para poder resignarse ante la dura existencia. Las lágrimas fueron, mas ahora ya no tienen cavidad. El fuego arrasa caprichoso, con su fuerza destructora. Se envuelve en su manto mientras la noche cae, la oscuridad se cernió, como un depredador acecha a su presa, lenta pero firmemente. Se dejó envolver, ya que más daba. Permitió que la atrapara pero sin dirigirla, poseerla, nunca se dejó llevar más que aquella vez, y lo pagó con creces, nunca más, nunca más el fuego se abrirá. La noche, glamour, ardiente criatura nocturna, la lujuria y la pasión, en sus entrañas crecen. Aunque el tiempo no perdona, y nunca se detiene… Cuando otro elemento aparece, las afinidades cambian, creándose otros enlaces que pueden cambiar completamente la situación desatándose un verdadero huracán.

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CAPITULO 1

Oía el repiqueteo de mis tacones contra el suelo mientras avanzaba por una sórdida calle de Manhattan en una noche cerrada. En la acera aun se podían apreciar restos de la pequeña llovizna que había caído. Tuve que desviar el próximo paso para evitar meter mi asombrosa sandalia de quince centímetros de tacón en un turbio charco. Seguí con paso ligero mientras los coches pasaban a mi lado con cargantes canciones a toda pastilla. Enseguida vi una larga fila de gente emperifollada con todo tipo de atuendos esperando para entrar en mi pub habitual, The Moment. Inspiré arrastrando el aire por mis fosas nasales, sonreí al notar aquella energía nocturna, la lujuria, la desinhibición. No pude evitar que una amplia sonrisa mostrara todos mis dientes, me encantaba la noche, aquello era lo que alimentaba mi atormentada alma. Seguí con paso decidido hacia el corpulento portero de piel morena que tantas veces había abierto el cordón de terciopelo para mí. Sentí las miradas de los jóvenes que aguardaban en la cola, siempre resultaban del mismo repertorio: deseo, envidia, admiración… era lo que producía mi esencia, mas lo que realmente debían sentir era miedo. El portero me sonrió mientras me permitía el paso. -Parece que la noche promete. -Sí, hoy ha entrado bastante gente.-Su respuesta aumentó la excitación fomentando el éxtasis de mi esencia. Una ola de calor fue lo primero que recibí al entrar, la sensual música me pedía a gritos dejarme llevar y fundirme junto con esos cuerpos bamboleantes en el centro de la pista, pero no podía, sacudí aquellas peligrosas ideas de mi cabeza, sino quería que se formara una hecatombe debía seguir mi rutina. Me senté en mi lugar habitual de la barra, me percaté que el camarero que solía atenderme no estaba, en cambio había otro notablemente más joven. El local de moda no podía permitirse un hombre maduro de camarero, suspiré acostumbrada a la las idioteces implícitas en el contrato social y pedí un whisky al demasiado sonriente camarero. Me tocaría bajarle los humos, me sabía al dedillo el comportamiento social, e imaginaba lo que podría acontecerse. Me llevé el vaso a los labios y cuando el elixir divino mojó mi paladar sentí que mi decadente vacío era un poco más llevable, aquella sensación duró apenas un mísero segundo. De repente una sensación helada me embriagó paralizando mis actos, mi corazón dio un vuelco y la energía me golpeó dejándome sin aliento. Disimuladamente dejé la copa sobre la barra y eché un vistazo al lugar. Un grupo de universitarios a las tres, gente sudorosa en el centro de la pista, alguna que otra criatura sobrenatural que no despertó mi interés y… bingo. Unos ojos azules, al fondo del establecimiento estaban fijos en mí, fríos como el hielo, esperaba que no de la punta de un iceberg, gracias a Titanic todos sabemos lo traicioneros que pueden resultar. Fruncí el ceño, “¿qué tipo de criatura eres tú?”, ladeé la cabeza confundida, era un chico joven, quizá de mi edad, pelo negro azabache que contrastaba con su pálida piel de mármol, poseía unos rasgos verdaderamente atractivos, estaba entretenido con la compañía de dos bellezas rubias que parecían necesitar su piel tanto como agua un resacoso en el 4


desierto, “qué demonios, ¿eran gemelas?, un punto para el joven inquietante”. Una descarada sonrisa se formó en sus labios dejando traslucir unos impecables dientes. “¿Alguna ascendencia feérica?” Eran curiosas las combinaciones de energía que puede llegar a desatar cada especie, cada mezcla es distinta, incluso la persona más mundana, con un mínimo de ascendencia sobrenatural pude llegar a poseer una esencia deliciosamente perturbadora. En la mayoría de los casos ninguno era consciente de que albergaba raíces sobrenaturales, tenían funciones únicamente humanas, solo se percibía algo distinto en su esencia. Me sostuvo la mirada, la energía se me clavaba como cientos de afiladas dagas en el pecho. Finalmente fui yo la que desvió la mirada perdiendo aquel pequeño asalto. -Arrogante. –Murmuré mientras volvía mi atención a mi apetecible vaso. Incluso a esa distancia pude notar el regocijo de mi contrincante. Una nueva energía me embriagó, solo que esta poseía unos ápices que me eran enormemente familiares, sonreí hacia mis adentros mientras un joven de aspecto aparentemente normal se sentaba a mi lado. -Hola, ¿estás sola? –El joven con aroma a largos lustros y exquisitez me sonrió mostrando unos sensuales y afilados dientes. -Ahora ya no. –Sonreí de la forma más coqueta que pude, después de tantos años me salía como un acto reflejo. Siempre se seguía el mismo ritual con escasas variaciones, corta conversación banal, salimos fuera a un lugar íntimo y uno de los dos acaba primero… -Soy Edward. -Shira. -¿No eres demasiado joven como para estar un domingo a estas horas de fiesta? -“¿y tú no eres demasiado viejo como para seguir vivo?”. -Soy lo suficientemente adulta como para saber lo que hago. –Le susurré en un deleitante intento. Me gustaba ir rápido, necesitaba esa pequeña chispa incandescente. Aquello no haría más que aportarle más placer a su juego, las niñatas malcriadas solían ser sus predilecciones, pero estaba equivocado, aquel era mi juego. -Eso está bien. –Se acercó más a mí embriagándome con su sensual aroma. –Me gustan las que saben lo que se hacen. –Casi pude notar un gruñido hambriento de su parte. Puse una mano sobre su pierna y la subí hacia la parte superior de su muslo, al notar mi tacto sus pupilas se dilataron, “gracias esencia”. -Pues es tu noche de suerte. –Me acerqué a su oído con desesperante lentitud, mis labios rozaron su oreja. “Pobre infeliz” -Vamos fuera. –Asentí y me levanté, al salir al exterior el portero me hizo un reconocido gesto de cabeza, estaba habituado a mis rutinas, aquello no era un adiós. Lo guie hasta un oscuro callejón cercano al bar lleno de porquería. Estaba perdido. Lo empujé contra la pared y besé su cuello, que ironía, me encantaban los cuellos. No pudo evitar el gemido que salió de su cuerpo, mi esencia bullía disfrutando de cada segundo. -Te has metido en la boca del lobo. –Susurró entre gemidos. Mis labios se posicionaron sobre los suyos, en el fondo me daba algo de lastima, ni siquiera se daba cuenta que el cazador se había convertido en el cazado, creía que llevaba las riendas, pero su sentencia se firmó en el momento que se sentó a mi lado, en cuanto mi esencia puso su influencia sobre él. -Yo soy el lobo. –Mi voz sonó con un ápice macabro que pasó por alto. Probó mi esencia de mi boca, propiciándole un intensó éxtasis, nuestras lenguas se saboreaban, no pudo resistirlo más y descendió a mi cuello, me empujó contra la pared cambiando los papeles, sus manos sujetaban con posesividad animal mis caderas, mis manos agarraban su oscuro cabello con fuerza. Sus besos se situaron sobre un punto.

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-Ha sido fácil. –Susurró tocando el espejismo de la victoria, -noté sus puntiagudos colmillos salir de sus fundas,- sonreí con malicia, y justo en el momento que debería sentir dolor, el momento en el que presionaba sus armas letales en mi cuello, nada, no sentí absolutamente nada. Miré hacia el suelo, visualicé despectivamente lo que antes era Edward, un montón de cenizas. -Sí, ha sido fácil, aunque debo admitir que me he quedado a medias. –Me despedí mientras volvía a The Moment. El portero me volvió a permitir el paso, ya no quedaba nada de la antigua cola de gente. Entré y me reencontré con mi vaso, no corría peligro de que me hubieran echado estupefacientes en la bebida, nada me afectaba, más que un pequeño cosquilleo por el alcohol. El joven de los ojos azules estaba ocupado con las rubias, volví a notar su energía, era condenadamente intensa, seguí bebiendo sumida en mis pensamientos hasta que el preludio de un estúpido cerca me sacó de mis deprimentes cavilaciones. -¿Cómo es posible que la chica más guapa de la discoteca esté sola? –El camarero se acercó mientras secaba un vaso con un paño. -Que original. –Murmuré. -¿Qué? -Prefiero estar sola.-“como tu neurona”. -No parecía que le dijeras eso al chico de antes, es más, parecía todo lo contrario. -¿No has oído que nunca debes fiarte de las apariencias? –Mi sonrisa crispada pareció alertarle, mi esencia se canalizó en mi mirada, su rostro empalideció y retrocedió hacia atrás, su cuerpo seguía un instinto primitivo de supervivencia, pero su diminuto cerebro no conectaba los cables. Su espalda chocó contra los estantes de botellas de licor haciendo que estas cayeran sobre el asustado camarero, un gran estruendo llamó la atención de todo el bar. Le pegué el último trago a mi whisky y dejé un billete sobre la barra mientras el resto de camareros iban a socorrer a su compañero sepultado bajo cristales y desorbitadas cantidades de licor desaprovechado. Debía irme pronto, como la estudiante modélica que era tenía que madrugar para asistir al primer día de mi decimo…- había perdido la cuenta- último curso.

CAPITULO 2 La extravagante melodía de la radio me alertó de que ya eran las siete de la mañana y debía ponerme en marcha. Me había quedado tumbada en la cama con el vestido de anoche y los zapatos de tacón puestos observando el techo y divagando. Después de pasar la centena de años, un par de horas son un mero suspiro de tiempo. Me levanté, fui al baño y llené la bañera, me miré al espejo, el mismo aspecto de siempre, ni siquiera mi cabello cambiaba de forma, simplemente creía a su antojo, era de color castaño con reflejos caoba, siguiendo el patrón de mis intensamente rojizos ojos, por supuesto era un rasgo que llamaba la atención, aunque simplemente dependía de cuanto deseaba que el receptor de mi mirada acabara criando malvas, sino no había problema. Me quité el vestido, era morado, llegaba por encima de las rodillas y poseía un suculento escote, receptor de todas las miradas. Con un suspiro me sumergí en el agua y cerré los ojos, esta vez el paso del tiempo fue un suspiro demasiado corto. -Mierda, mierda… -Estacioné mi coche como pude en el aparcamiento del Steven´s High School, y salí como alma que lleva el diablo hacia el auditorio principal, ya no quedaba ningún rezagado por las instalaciones exteriores, volví a maldecir 6


mentalmente. Mi instituto poseía una larga tradición de elitistas pupilos, me recoloqué como pude la corbata del uniforme. El uniforme constaba de una falda roja y amarilla, camisa blanca con una polera roja y la corbata también con los colores representativos del instituto, rojo y amarillo. El auditorio estaba en el edificio principal, así que no me costó llegar. Abrí las grandes puertas produciendo un fuerte estruendo que interrumpió el “interesante” discurso del director Ben. Éste gruñó ante la interrupción y yo esbocé una tímida sonrisa de disculpa. Me adentré en la sala mientras el director retomaba el hilo del discurso. Todos los alumnos se me habían quedado mirando tras la interrupción. -Genial. - Murmuré. A eso se le llamaba entrar a lo grande, mis calificaciones eran perfectas, después de tantos años absorbiendo la sabiduría de la experiencia apenas necesitaba mover un dedo para obtener excelentes calificaciones. Un brazo sobresalió entre los demás haciéndome señas para que me acercara. Su impecable manicura francesa la delató, era Mimi, la chica más frívola de todo el instituto, acompañada del resto de arpías superficiales, de las cuales yo, personalmente formaba parte. Su estilo de vida era el más cómodo para mí, diversión y banalidad, algo que me distrajera de mi agonizante existencia poco productiva -Shira, aquí, te hemos guardado un sitio. -Susurró Mimi, aunque lo bastante alto como para que el resto de alumnos se enterara y el director Ben volviera a perder el hilo del asunto. Yo sonreí agradecida mientras me acercaba y me sentaba a su lado, justo en el centro del grupo de chicas-arpías. Mimi era una chica de estatura media tirando a baja. Tenía una bonita melena rubia que le caía sobre los hombros y unos ojos pardos verdosos. Su rostro no era particularmente cautivador, pero sí poseía cierta gracia. Con una recta nariz en el centro de su ovalada cara, partiéndola en dos mitades totalmente simétricas de bronceada piel. Sus ojos eran de un color miel, ávidos y caprichosos con lo que veían. Pero demasiado juntos, aquello le restaba encanto junto con su boca torcida. Pero a la vez le daba ese toque de singularidad que a mí tanto me gustaría tener. En cuanto a su cuerpo, Mimi tenía un bonito cuerpo escultural del que sin duda alguna, sabía sacarle partido. Supongo que era lo más parecido que tenía a una amiga. En verdad no me desagradaba. -¿Qué tal el verano?-Su voz siempre me había parecido curiosa, era como el gemido de un gato al ser aplastado por un elefante, si, demasiado gráfico. -Como siempre, ninguna novedad. –Me encogí de hombros, sabía que me lo preguntaba porque quería fardar del suyo, no le iba a quitar la ilusión. -¿El tuyo? –Sus ojos brillaron por un segundo emocionados. -Fuimos con la familia a los Hamptons, conocí a un joven inglés que, créeme, estaba para… -Ella siguió con su monólogo personal mientras me frotaba la sien intentando centrarme en la conversación, pero obviamente no lo conseguía. Hasta que algo captó mi atención. –Ha venido un nuevo alumno al instituto, “Adonis” se queda corto, será mi polvo de inauguración del último curso. -¿Chico nuevo, eh? –Sonreí mientras mi vello se erizaba sin razón. -Es aquel de allá. –Mimi señaló hacia el fondo del auditorio sin importarle un mínimo el director y su desmotivante discurso de bienvenida. Me giré hacia atrás y aquella energía volvió a golpearme dejándome nuevamente sin respiración,- “mierda”, últimamente no paraba de maldecir, Mimi se estaba convirtiendo en una mala influencia.- El chico de anoche estaba repantingado sobre una de aquellas horteras butacas rojas de los años ochenta, su mueca de desinterés se transformó en una arrogante sonrisa en cuanto nuestras miradas conectaron. Me giré rápidamente hacia el director Ben como si el azul de sus ojos me hubiera quemado. -¿A que está para comérselo? –Mimi seguía con su monólogo sin percatarse de mi

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repentina palidez. Asentí sin haber escuchado su pregunta, pero debía dar muestras de vida para que ella siguiera con el rollo. Intenté escuchar al director, pero entre Mimi y su parloteo, por no mencionar al inquietante individuo que me estaba clavando los ojos en la nuca, y la monotonía de la voz del señor Ben me resultaba sumamente difícil, después de tantos años me lo sabía de memoria, “por ello esperamos que tanto vuestro rendimiento escolar, como vuestro comportamiento, reflejen las bases fundamentales en las que está basado éste instituto; respeto… ” Lo podrían ir cambiando cada cierto tiempo. -Así que fiesta el sábado. –Oí que decía Mónica, la chica morena que estaba a mi derecha, me impresionaban los cambios del rumbo de las conversaciones. -Aja, en mi casa. –Informaba Mimi.- ¿Este año te van a dejar salir, Shira? -Imposible, ya sabes cómo son mis padres. –Me pasé el dedo por el cuello como si fuera un cuchillo e intenté poner la mueca más apenada que pude. -Inténtalo. -Lo haré, pero ya sabes… -Sí. –Mimi suspiró abatida como si acabaran de quitarle la vida, su melodrama me divertía. Mi única familia vivía en Seattle, pero eso Mimi ni nadie tenían por qué saberlo. No podía acudir a sus fiestas ni aunque quisiera, yo me describiría como una bomba atómica de la que hay que alejarse, y cuando la noche, el alcohol, y jóvenes embriagados se sumaban a la ecuación el resultado podría resultar sumamente catastrófico. Ciertamente en lo más profundo de su ser sospechaba que Mimi se alegraba de que no fuera, el resto de chicas le obsequiaban con sumisión, pero yo no, y aquello podía poner en riesgo sus candidatos como presas en cada noche. Siguieron hablando de polvos y más polvos hasta que el director nos dejó ir con nuestros horarios asignados. Este año solo coincidía con Mimi en química y matemáticas, ella hizo un mohín dispuesta a ir a reclamar a secretaría, pero por mucha influencia que su apellido tuviera en el instituto no creía que fueran a ceder a sus caprichos. Al ser el primer día nos dejaban irnos antes, encontraba que era una estupidez acudir simplemente para recoger el horario, me despedí de Mimi y el resto en el aparcamiento y me metí en mi Volvo negro, me hubiera encantado comprarme una moto, pero no debía llamar demasiado la atención. Me dejé caer en el asiento del conductor y suspiré abatida, otros nueve meses allí encerrada entre esas viejas paredes maquilladas con una falsa elegancia y aires de supremacía, no es que fingiera demasiado allí dentro, pero tampoco dejaba ver al infinito poso de amargura que era realmente mi interior. Encendí el reproductor y en yuxtaposición a mi apático estado de ánimo It´s my live de Bon Jovi acabó con el silencio. Un pitido me hizo dar un respingo, miré por la ventanilla irritada y vi al chico de ojos azules con esa estúpida sonrisa que comenzaba a asociarle solo a él. Entonces me di cuenta que al dejar mal aparcado mi coche le impedía la salida al suyo, me golpeé la frente mentalmente, ¿de todos los coches del aparcamiento debía obstruirle salida al suyo? Igualmente no debería osar si quiera romper mi momento de tranquilidad. Le hice una seña con la mano para que esperara, puse el motor en marcha y saqué el coche si siquiera mirarle. “Hogar, dulce hogar” Hágase notar mi ácido sarcasmo, aparqué mi coche en la gravilla de mi modesta casa de madera, estilo rústico pero con un toque de fragilidad con aquellas grandes ventanas que me permitían disfrutar de las vistas del frondoso bosque que me rodeaba, aunque no era acorde con mi esencia, había decidido hace unos cuantos lustros vivir alejada de la gente, a las afueras de la ciudad, rodeada de la maravillosa y bella naturaleza. Entré en casa y dejé las llaves en la mesilla de al lado de la puerta, miré mi amplio recibidor-salón-cocina, y suspiré sin emoción, encendí el tocadiscos mientras me servía

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una copa de vino tinto, me tumbé en el gran sillón marrón y me quedé mirando el techo mientras comenzaba a dejarse ver con timidez las primeras notas de Bach, Cello suit.1. El vacío me pesaba tanto, la agonía me quemaba a cada segundo, los recuerdos anclaban mi mente en un horrible pasado que me dirigió a un insípido futuro. La felicidad no entraba ni dentro de los posibles sueños para mí, no debería haber supuesto que aquella utopía duraría aun sin saber que era feliz, ahora en cambio daría lo que fuera por volver a aquellos tiempos de niñez –pasé el dedo acariciando la suave superficie de la copa ya vacía- apenas recordaba esa sensación de paz, de aquello hace ya más de ciento noventa años, pero por fin la espera acabaría, volvería a sentirme en paz, en tan solo unos meses todo acabaría. Me levanté con parsimonia y dejé la copa en el fregadero de la cocina, miré el conjunto de cuchillo que más bien adornaban la cocina, cogí el mediano firmemente y lo acerqué a mi muñeca izquierda, qué fácil sería si esto funcionase, al entrar en contacto la hoja del cuchillo con mi piel se fundió, y al igual que el vampiro de anoche, al apretar con más fuerza, acabó reducido a cenizas. -Que pensamientos más deprimentes. –Harta de pensar me fui fuera de esas cuatro paredes que juzgaban cada uno de mis actos. Me arrastré entre los árboles mientras la preciada brisa despejaba mi miente y durante un tiempo disipaba mis atormentadores pensamientos, fui hasta mi lugar predilecto, donde podía ser yo misma, formar parte de la naturaleza. Un precioso lago apareció ante mí mientras apartaba las bajas ramas de un fornido pino. Sus aguas cristalinas dejaban ver el fondo de la parte menos honda. Tenía la forma de aquellas famosas piscinas de riñón que aparecen en las mansiones de las revistas de decoración. Era tan perfecto que albergaba sospechas de que el antiguo habitante de mi casa pudiera haberlo retocado un poco, prefería pensar que no, que la naturaleza lo había construido para mí, solo para mí. Me quité la ropa prenda por prenda mientras me acercaba a la tentadora orilla y me zambullí en el agua de un salto, destrozando la impecable superficie del lago, que se removió en pequeñas ondas. Solté un gemido de placer mientras mis músculos se relajaban ante el contacto con el agua helada. De repente mi cuerpo se tensó al percatarme del sonido de unas pisadas demasiado fuertes como para pertenecer a algún tipo de animal que podía habitar por estos parajes.

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Me acababa de mudar a ésta ruidosa ciudad y ya sentía la necesidad de huir de todo aquello. Por eso estaba vagando por un bosque de las afueras, no sabía a dónde iba, pero mis piernas no dejaban de moverse decididas. Me sentía guiado por aquella punzante energía que no paraba de atraerme hacia aquella chica de ojos escarlata. Había sido mi primer día de instituto de toda mi existencia y debía reconocer que pese a mis continuas negativas hacia la desconcertante idea que se le ocurrió a mi padre de meterme en ese condenado lugar, podría acabar siendo divertido. Las animadoras eran numerosas, esa tal Mimi no estaba nada mal y la chica que no paraba de atraerme me producía cierta curiosidad. Como una macabra broma del destino, una sonrisa se formó en mi rostro al ver a la fuente de esa intensidad en el centro de un utópico lago. A juzgar por las prendas de ropa en la orilla debía estar desnuda. Su cara reflejaba una paz envidiable que nunca

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antes había visto en su rostro plagado de amargura. Mis pisadas se clavaron en las hojas secas mientras apartaba la última rama que me impedía la visión del sol. La chica pareció notar mi presencia, se giró de golpe reemplazando su agradable expresión por una amenazante. Me miró a los ojos sorprendida de mi presencia. Estuvimos retándonos, sosteniéndonos la mirada mutuamente lo que pareció una eternidad. Intenté descifrar su rostro pero no atisbé ningún indicio de rubor, lo cual sería normal en estos casos, más bien parecía confundida. Un pájaro se paró en una rama próxima despertándome de mi ensimismamiento. -¿Te importaría darte la vuelta? -Me preguntó mientras trazaba círculos con el dedo índice mostrándome cómo se hacía. -¿Por qué, tienes algo que ocultar? –Ella rodó los ojos y seguidamente se encogió de hombros para levantarse y salir del agua como Dios la trajo al mundo. Sinceramente no me esperaba que saliera, no pude evitar atragantarme con mi propia saliva. Maldije en mi fuero interno, era una grosería no apartar la mirada, y no la aparté. La chica acabó de vestirse y se fue. Yo simplemente me quedé ahí parado como un descerebrado incapaz de articular palabra. Sonreí hacia mis adentros, me incliné en el suelo cogiendo una flor de la cual fui arrancando los pétalos uno a uno, no sabía qué tipo de criatura era, pero como buen cazador que aprendí a ser, ninguna presa se me escapaba.

CAPÍTULO 3

Era lunes, pero aún así decidí ir a The Moment por la noche. Al ser entre semana no había cola, dentro la cosa era parecida y las pocas personas que había eran en su mayoría adultos divorciados en busca de esposa y viceversa. Me cogí un Vodka en la barra y me senté en la esquina de la última vez, en el mismo sillón. Me quedé ahí sentado mientras iban llegando algunas personas más. Me di cuenta de que alguien me miraba, era una chica aparentemente más mayor que yo. Llevaba el pelo rizado, una fina capa de sudor recubría toda su piel a causa del esfuerzo de darlo todo en la pista de baile. Me sonreía abiertamente, a reacción de ello se le marcaron unos hoyuelos a cada lado de la cara. Le devolví la sonrisa, con lo que ella se acercó casi precipitadamente. Me dijo que se llamaba Summer con los nervios a flor de piel. Le invité a que se sentara a mi lado y me ofrecí a traerle algo de beber. Aceptó agradecida y algo mas relajada, mi presencia siempre intimidaba. Cuando llegué a la barra sentí una presencia a escasos metros de mí. Me giré sin apenas disimulación y me volví a encontrar con aquellos ojos escarlata. La chica del lago me miraba con una extraña curiosidad. Llevaba un vestido negro sin tirantes no muy largo, que dejaba al descubierto su tentadora piel bronceada. Su pelo largo caía onduladamente sobre sus hombros descendiendo por la espalda, era de un color castaño con reflejos caoba. Noté que alguien me llamaba, volví de nuevo la cabeza y me encontré con que la camarera había reparado en mí y me preguntaba qué quería. Volví hacia mi sitio donde Summer me esperaba impaciente. Le tendí la bebida y tragó vorazmente, en unos minutos se le había borrado cualquier rastro de timidez y bizqueaba acercándose más y más a mí. “Genial, ahora tendré que llevarla a casa” murmuré para

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mí mismo. Se abalanzó sobre mí y empezó a rodearme el cuello con sus acalorados brazos mientras degustaba mi piel. Yo mantenía la mirada al frente, hacia la barra, donde la chica de los ojos escarlata hablaba sin mucho entusiasmo con un chico algo más mayor, que yo ya había reconocido. Mi padre me enseñó hace tiempo, cuando solo era un niño a diferenciar entre los seres. Había sido preciso conmigo, gracias a ello sabía con claridad qué era que, menos aquella desesperante chica. El vampiro se acercaba a ella, ésta le dejaba, cada cosa que ella decía, o cada gesto que realizaba parecía hipnotizar a cualquiera, claro que conmigo no surtía ese efecto. Summer deslizaba sus labios hacia los míos cerrándome la visión. Yo la aparté cuidadosamente y volvió a descender por mi cuello. La chica de la barra se levantaba y se iba con el vampiro al exterior, yo ya sabía lo que venía a continuación. Aunque la noche anterior hizo lo mismo y volvió con vida. Seguramente alguien los interrumpió y el vampiro se largó. Tuvo suerte, pero dudaba que hoy volviera a tenerla. Algo me asaltó en mi interior, si ella moría jamás descubriría el porqué de esa fuerza que me embriagaba cuando estaba cerca, sacudí la cabeza y centré mi atención en Summer, que parecía algo exhausta. Intenté concentrarme pero era imposible. Se sentó en mi regazo y comenzó a morderme el labio inferior mientras yo la sujetaba por la cintura. Sabía que no podría aguantar más y que en unos minutos sería demasiado tarde para la chica escarlata. Levanté a Summer de mi regazo y la dejé descansar sobre el sillón con cautela, ésta se quedó dormida al instante. Salí corriendo del pub, el aire frío del exterior me sacudió con fuerza. Busqué el callejón más cercano, vi uno a apenas unos metros, me acerqué, pero en ese mismo instante la chica salía de él. Yo amenicé el paso, pasé a su lado saboreando su aroma a pino y calor. Giré sobre mis pies para mirarla y comprobé que ella se encontraba en la misma postura que yo. Sonreí hacia mis adentros y ella pareció ofuscarse. Se dio media vuelta y volvió al local con paso ligero. Esperé a que se fuera y entré en el callejón. Estaba sorprendentemente extrañado, aquello no podía ser, simplemente no era posible, no podía haber salido ilesa de un callejón a solas con un vampiro, no me cabía en la cabeza cómo había podido sobrevivir, no una, sino dos veces, entonces tenía razón y se trataba de una criatura sobrenatural. Me adentré en el callejón y comprobé que estaba vacío. Parecía totalmente normal a diferencia de un montoncito de cenizas al lado de la pared. En el único lugar que no estaba ocupado por desperdicios del pub.

El segundo día de instituto comenzó igual que el primero, una tal Mimi y sus secuaces no hacían mas que cruzarse en mí camino indisimuladamente. En la clase de español, idioma que se me daba bastante bien, Mimi se me plantó delante de mi mesa dejando entrever su demasiado generoso escote. Llevaba un lápiz en la boca y no paraba de desgarrarlo con la lengua. La profesora aún no había venido y yo era el único que estaba sentado en su sitio. Los demás estaban divididos en distintos grupos. -Te quería informar de que este sábado doy una fiesta en mi casa. -Su voz era un intento de parecer sensual, pero en cambio a mí me repelía, sonaba demasiado aguda. Aunque con su minifalda y sus amplios escotes, al resto de los chicos no parecía desagradarles su voz. -Y me preguntaba si vendrías, como eres nuevo, a lo mejor querrías que nos conociéramos un poco más, bueno, quien dice un poco… -Lo tendré en cuenta. -Mi tono era intencionadamente aterciopelado. Mimi esbozó una sonrisa coqueta.

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-Eso no me sirve, necesito un sí rotundo. –Hizo un mohín encantadoramente falso, era una chica caprichosa, bastante atractiva, pero prefería dejarle las cosas claras desde un principio para ahorrarnos una escena posterior, a mí no iba a darme órdenes. -No busco algo que te sirva. –Mi voz sonó algo más marcada, Mimi abrió los ojos desconcertada, no debía estar acostumbrada a que le dieran negativas, cerró los puños con fuerza y se fue agitando su rubia melena. -Eso ya lo veremos. –Oí que gritaba mientras se alejaba, ni siquiera le presté atención. Justo en ese momento llegó la señora Carlota, nuestra profesora de español. Pero el día cambió a un rumbo distinto. A última hora me tocaba química, entré y me senté al fondo, en el último par de asientos libres, aquella extraña energía me avisó de que la chica escarlata estaba entre esas mismas cuatro paredes, por lo visto ella también se había dado cuenta, su espalda se tensó como una cuerda de violín, pero no se giró, en cambio Mimi, a su lado, me dedicó una mirada que preferí no descifrar. El profesor Elliot nos había hecho un test de química para clasificar nuestro conocimiento de la materia, dependiendo de nuestras calificaciones nos asignaría nuestro compañero de curso. -Voy a leer los nombres de cada alumno y seguidamente el de su compañero. –Se aclaró la garganta y comenzó con los nombres.- Mimi Gase con Carlota Finskel. –Mimi resopló y le hizo una seña a la tal carlota para que se sentase junto a ella, sentí lastima por Carlota, parecía un corderillo a punto de ser sacrificado por una tribu de indígenas. La chica escarlata, se levantó para cederle el sitio al corderillo, había oído que se llamaba Shira, en los vestuarios masculinos uno aprende muchas cosas sobre anatomía femenina, aunque me pareció extraño que ninguno hubiera estado nunca con ella, la habían calificado como “intocable”, aso añadía más morbo a mi juego. -Finalmente, pero no menos importante.-le guiñó un ojos a Shira. -Shira Harper, este año por fin vas a tener compañero, con Christian Wyland. –Shira se quedó pálida y me dirigió una mirada de desdén. Se acercó a mi lado y se sentó en el lugar contiguo, placenteramente cerca cabía destacar. -Hola compañera. -Hola mirón. -¿Es que no tienes ducha en casa que vas a bañarte al lago? –Su rostro se sumió en la más profunda tristeza. -Yo… mi familia no tiene mucho dinero…estoy becada. –Mis ojos se abrieron por la impresión. -Perd… -Entonces recordé que tenía un Volvo. –Perdón, debe ser difícil para ti no saber mentir. –Una sonrisa amenazante se formó en su rostro.

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-Perdona tú, por no saber captar las indirectas. -Eso no era una indirecta. -Claro que sí, las estrategias de disuasión cuentan. Estaba formando un momento incómodo para que no volvieras a dirigirme la palabra. -Eso funcionaría si yo tuviera vergüenza. –Rebatí acercándome a ella. De cerca podía apreciar más su aroma peculiarmente embriagante y las arrugas que se le formaban entre las cejas al fruncir el ceño, sus ojos chispeaban de vez en cuando dándoles un toque peligroso. -Ni vergüenza ni sentido del decoro, vas ampliando la lista. –Sonrió con suficiencia mientras se giraba hacia la pizarra dando por zanjada nuestra dinámica conversación. -Sabes, en una noche podrías llenar mucho esa lista. -No lo dudo. –Me pasé una mano por los labios meditando. –Puedes dejar de observarme, es muy violento. -¿Por qué? -Porque eres raro y me incomodas. –Reí sin poderlo evitar, era la primera vez que me llamaban raro. Ella se removió incómoda en el asiento. El profesor nos dio una ficha con el experimento que debíamos hacer.-Yo hago la parte teórica y tú la práctica.-Asentí y comencé a mezclar los elementos, aquello me resultaba tediosamente fácil, así que decidí echar un ojo a mi compañera. Parecía cómoda en el trabajo, o eso creía, ya que su expresión apenas variaba. -Yo que tú me concentraría en mi experimento. –Me aconsejó sin apartar la mirada de su cuaderno. “Tú eres mi experimento”. Volví mi atención a mi probeta y acabé de mezclarlos. -Terminé. –Ella acabó de anotar cosas en la libreta, me fijé en su caligrafía, era fina y estirada, demasiado elegante para una adolescente. *

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Habíamos acabado el experimente sumamente rápido, así que para matar el rato comencé a garabatear en mi cuaderno, tener a Christian tan cerca era sumamente incómodo, y necesitaba desviar la atención de su persona.

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-En tu lista podríamos añadir “sin talento para el arte”. –Su suave voz acarició mis oídos, aquello me irritó. -¿Podrías respetar mi espacio vital? -¿Por qué? ¿Te intimido? –Se acercó más a mí, noté su fresco aliento sobre mi piel, proporcionándome un suculento y refrescante instante de placer. Sentí cómo mi energía revoloteaba en mi interior e intentaba salir, apenas unos centímetros separaban nuestros cuerpos. Miré sus apetecibles labios arrastrada por mi condición, aparté la mirada bruscamente intentando prestar atención al profesor, pero éste solo daba vueltas por las mesas prestando ayuda en los experimentos. Era tan agotador mantener mi energía dentro de mí que cuando Christian aparecía el esfuerzo debía incrementarse, aquello me dejaba demasiado débil, pero como mi fuerza de voluntad quebrara, no habría nadie capaz de detenerlo. Apoyé mi cabeza sobre mi mano mientras me masajeaba la sien. -¿Vas a ir a la fiesta de Mimi el sábado? –Me preguntó. -No. –Respondí aun con la cabeza sobre mi mano. -¿Por qué? -¿Qué te importa? –Me giré hacia él y ahí estaban, esos ojos azules tan impactantes, la intensidad que desprendían era arrolladora, sentía como si las olas de ese mar embravecido me llevaran hacia la profundidad. Pero ahí en la superficie el color era más claro, incluso… -¿Quieres algo para la baba? –Sacudí la cabeza intentando recuperarme, “¿qué demonios te pasa Shira?”. –Que no digo que me importe que me babees. -Vete al infierno. –Su rostro se tensó durante un momento. -No sabía que podías sonrojarte. –Me señaló exageradamente absorto, me dieron ganas de tirarme del pelo. –Te pones condenadamente apetecible cuando te enfadas. -No deberías verme enfadada, te lo aseguro. –Mi tono se volvió sombrío cambiando la atmósfera de la situación. Él simplemente frunció el ceño analizándome, la tensión me crispaba, ambos nos mirábamos fijamente dejando atrás las inocentes pullas. -Tú también eres rara. –Me encogí de hombros rompiendo nuestras miradas, aquella afirmación se quedaba corta, me reí de mi propio chiste de vida. El timbre sonó y me faltó tiempo para levantarme y volar fuera de su atmósfera.

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CAPÍTULO 4

Esa noche decidí ponerme un vestido morado cenizo que guardaba en el fondo de mi armario. Era ceñido y se ajustaba como una segunda piel, era lo bueno de no cambiar de talla durante los años. Me encantaba llevar vestidos, ya que me recordaban a mi época y a las otras épocas vividas, que sinceramente, me gustaban más estéticamente que ésta; con sus delicados vestidos y los finos modales. Me acordé mis zapatos color mora con un vertiginoso tacón de aguja, (debía reconocer que me encantaban los altos tacones) y unas tiras de seda que zigzagueaban suavemente hasta justo encima de mi tobillo. Cerré la puerta de mi Volvo tras haberlo aparcado en el parking de siempre, a un par de manzanas de The Moment. Llegué a la entrada, hoy tampoco había mucha gente, “mejor“. Saludé al portero con un gesto de cabeza y me interné entre las luces y la música. Me gustaba The Moment porque era uno de los pubs más tranquilos y con la música más de mi agrado. Me senté en mi taburete y esperé. El camarero; uno distinto al de la vez anterior, me atendió y me trajo mi whisky. Lo estaba meciendo suavemente con la mano cuando alguien se me sentó al lado. Aquel olor a noche y glamour me dio las pistas suficientes. Últimamente estaba todo plagado de vampiros, aunque tenía que admitir que me encantaban sus vestimentas, anticuadas pero elegantes. Solo nosotros notábamos que eran de otra época. -Buenas noches.-Me saludó cortésmente. -Buenas noches. -Le indiqué con un gesto de copa. -¿Esperas a alguien? -Ahora ya no. -Susurré sin el suficiente entusiasmo como para que pareciera que estaba ligando. Él me observaba desde la distancia con un brillo de curiosidad en la mirada. -Me gusta tu vestido. -Me susurró acercándose con una suave inclinación en su taburete. -Gracias. -Reí hacia mis adentros con ironía, su traje y mi vestido eran de la misma época. -No quiero meterme donde no me llaman, ¿pero tú no tienes que ir al instituto?-¿Qué les daba últimamente a los vampiros con mi horario escolar? -Aja. -¿Y mañana no deberías ir? -Aja. -¿Por qué estas aquí entre semana si mañana tienes que ir al instituto? No me interpretes mal, que no digo que me parezca mal, pero si es un poco extraño. -Supongo que soy un poco rara. -Una sonrisa se dibujó en la comisura de mis labios al recordar esa misma mañana, cómo Christian me había llamado así. -Mejor. -Su voz era tan suave que una persona normal apenas habría podido escucharla. -Por cierto, yo soy Blade. -Shira. -Bonito nombre. -Gracias. -Con esta música casi no se oye. -”mentira”. -¿Quieres que vayamos a algún sitio más tranquilo? -Claro, conozco uno perfecto. -Asentí. Salimos del pub y nos internamos en el frío de la noche, claro que ninguno de los dos le dio importancia al estado meteorológico. Entramos en el callejón de siempre. Seguí los 15


mismos pasos. Alguna que otra breve conversación, me arrincona contra la pared y me besa. Unió sus labios con los míos mientras nuestras lenguas se mezclaban. Él profirió un gemido de placer en cuanto mi esencia pasó a través de mi boca a la suya y lo llenó. Seguidamente fue bajando hacia mi cuello, sus besos se volvieron más intensos y se centraron en un punto. Yo cerré los ojos, sabía lo que le esperaba. Y cuando debería haber oído sus colmillos desprenderse de sus fundas, él volvió a subir hasta mi rostro besándome en la boca de nuevo. Yo me aparté extrañada. -¿Por qué no lo has hecho? -Pregunté alterada. Él sonrió y se detuvo contemplando mis ojos. -Con que sabías lo que era. -No es difícil; con ese aroma, las espléndidas vestimentas y la inequívoca costumbre de “salir fuera a un lugar solitario”. -Eso último lo remarqué con un tono sobrentendido que le hizo entonar una risa. Aunque la mayoría de los adolescentes de hoy utilizaban esa muletilla para satisfacer sus deseos sexuales. -Es simplemente que tú eres distinta. Tus besos me renuevan, por no hablar del placer. Hacía tiempo que no notaba una sensación tan intensa. - Entonces me fijé en sus oscuros ojos. Todos los vampiros tenían los ojos de un mismo color, un negro profundo que te sumergían en dos pozos sin fondo. Pero ahora, los ojos de Blade poseían un brillo extraño que antes no estaba, tenía razón, mi esencia les devolvía secuencias humanas. Solo que ningún vampiro antes había tenido la suficiente fuerza de voluntad como para comprobarlo. Se acercó a mí con la sonrisa aún impresa en el rostro. Levantó la palma de su mano y acarició mi ardiente mejilla. -Esto no puede ser. -Me aparté bruscamente, encajando lo recientemente ocurrido. -Tú deberías haberme mordido, esto no es natural.- Blade irrumpió con una sonora carcajada. -¿Me hablas de lo que es natural? -Dijo con un tono tranquilo. -Estoy muerto. -Se volvió a acercar a mí, me acarició dulcemente el rostro con sus pálidas manos. Era más alto que yo, más o menos unos diez centímetros. Su pelo era castaño oscuro, y como el resto de los vampiros, sus facciones encajaban perfectamente pareciendo súbitamente atractivo. Aunque el rostro de Blade no era como ningún otro, él tenía un aire mas joven, y no estaba segura de si era porque le había besado, pero también humano. Acercó sus labios a los míos y volvió a besarme, yo me dejé llevar. Me llevó hasta su coche, era un porche negro elegante y seductor. Sabía que a los vampiros les encantaban los lujos, pero sobre todo elegantes, que no resultaran extravagantes. Me abrió la puerta del copiloto, en cuanto me hube sentado la cerró con sumo cuidado y dio la vuelta por la parte delantera para sentarse en el asiento del conductor. -¿Quieres ir a mi casa o a la tuya? -Preguntó mientras una irresistible sonrisa teñía su rostro. -Mm, a la tuya. -Pues allá vamos.

CAPÍTULO 5 Aparcamos en un lujoso barrio a las afueras de Manhattan. Una enorme casa se cernía ante nosotros.

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-Sé bienvenida a mi humilde morada. -Rió mientras extendía los brazos. Me cogió de la mano y me ayudó a subir los escalones. Era una enorme casa de piedra gris, aunque con un estilo renovado, como si la hubieran reformado. Tenía unas cuantas escaleras de piedra que ascendían hasta la brillante puerta de acero inoxidable negro. Me fijé en que casi no tenía ventanas, seguramente para que no entrara el sol. Sacó del bolsillo un llavero con un par de llaves, encajó una en la puerta y con un chasquido, ésta se abrió. Una suave brisa con el aroma de Blade me golpeó antes de entrar. Por dentro era de un estilo moderno con cantidad de muebles de cristal blanco. Era impecable. Tenía un salón muy espacioso donde guardaba un piano de cola negro. Tenía un gusto sofisticado y elegante, como sus atuendos. Subimos escaleras arriba, donde desembocamos en un pasillo con una gran cantidad de puertas a los lados. Blade me dirigió hasta una, que abrió y me mostró. Deduje que era su habitación, por la intimidad que en ella habitaba. En el centro yacía una enorme cama con un encabezado de algún tipo de metal y sedosas sábanas. A un lado estaba un sillón de terciopelo negro y al otro un desdeñoso armario de madera que desencajaba un poco con la elegante decoración del resto de la casa. Blade pareció descubrir la dirección de mi atención y prorrumpió: -Ése es el único mueble que aún conservo de mi primera casa, en la que habitaba cuando todavía era humano. -De repente una oleada de compasión me embriagó por dentro. Blade se sentó en el borde de la cama y yo lo acompañé. Se giró para mirarme, y mientras me quitaba el pelo de los ojos susurró: -Me da igual lo que seas, solo sé que me haces sentir humano, y con eso ya tengo bastante. -La emoción ocupó todo mi interior desapareciendo el resto de sentimientos, como mi lado racional. Me acerqué a él y le besé apasionadamente. Él siguió mi beso, gimiendo de placer, seguramente ahora mismo se sentía mas humano que nunca, aunque menos de lo que se iba a sentir a continuación. Y empecé a desabrocharle los botones de su camisa después de haberle lanzado la chaqueta de seda hacia el sillón. Él comenzó a bajarme cuidadosamente los tirantes de mi vestido. Notaba el tacto de su pelo entre mis ansiosos dedos, hacía tiempo que no estaba así con nadie, demasiado tiempo. Sentí como sus manos recorrían mi espalda bajando la cremallera del vestido, mientras nos fundíamos el uno con el otro. El vello se me erizó ante el suave tacto de su piel, comenzó a besarme por el cuello, solté un suspiro mientras sus expertas manos acariciaban mis pechos, mordí su oreja pidiendo acción, Blade gimió ante la sorpresa y me hizo lo mismo en el pecho, esta vez fui yo la que gimió. Me levanté unas horas más tarde, buscaba a tientas mis prendas de vestir que estaban desparramadas por el suelo de la habitación de Blade. No me importaba hacer ruido, sabía que él no dormía. Noté como algo se revolvía entre las sábanas, profería un gruñido y se levantaba de la cama. Blade se acercó al armario y se vistió con lo primero que encontró, aun así tenía un aspecto delicioso. Acabé de enfundarme mi vestido cuando noté cómo sus manos subían la cremallera por mi espalda pillándome por sorpresa, produciéndome un agradable cosquilleo. Poco a poco me fui acostumbrando a la oscuridad y pude ver con claridad. Blade me cogió del brazo y tiró de mí con cuidado quedando cara a cara. -Shira, dime que no saldrás huyendo por esa puerta, dime que volveremos a vernos. -Su tono era suplicante, al igual que sus ojos. Me fijé en ellos con detenimiento, ahora eran de un color avellana, del mismo color que su recién brillante pelo. -Sabes que esto no esta bien. -Susurré sin convicción mientras desviaba la mirada. -Da igual lo que seas, esta noche has hecho latir mi corazón, y si eso no está bien, la pregunta es ¿qué está bien? -Su voz era irresistiblemente suplicante. Suspiré ante la decisión que iba a tomar.

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-Esta bien, pero no te acostumbres. -Una perfecta fila de resplandecientes dientes apareció por la comisura de sus labios. -Gracias. -Susurró. Salí de casa de Blade. Él había insistido en llevarme en coche hasta donde estaba aparcado el mío, pero yo se lo negué. Dentro de poco amanecería y le podría pillar el sol por una tontería. Además, me apetecía estar sola, y pasear me ayudaba a despejarme. Después de veinte minutos caminando, me di cuenta de que no quería estar a solas con mis pensamientos, y para colmo no llevaba ni mitad del recorrido. Diferentes ideas y pensamientos se amontonaban en mi mente. Sobre todo represalias por lo que había dejado que ocurriera, aunque lo cierto era que no había pasado nada malo, un poco de diversión de vez en cuando no esta mal, y después de tanto tiempo mejor. Necesitaba un respiro, algo diferente. Los pensamientos seguían machacando mi mente cuando un agudo pitido los disipó. Me di la vuelta y me encontré de frente con un coche que me pitaba y giraba a mi lado con un arriesgado derrape, suerte que no había nadie mas en la calle a esas horas. Yo no me paré y seguí andando por la acera con paso ligero. Seguramente sería un borracho que quería divertirse un poco. -Eh, Shira, espera. -Esa voz me produjo una serie de reacciones internas que me dispararon el nivel de azúcar. Me giré y me encontré cara a cara con Christian. Estaba con la respiración a mil por hora, llevaba el pelo adorablemente despeinado, parecía haber corrido una maratón. -¿Qué pasa?- Aquella situación me extrañaba verdaderamente. -¿Estas bien? -Me preguntó con un semblante tan preocupado que pensé que el mundo se venía a bajo. -Si… si, ¿por qué? -Él pareció mas tranquilo, ahora cambió su rostro al de severidad absoluta. Aquello me desconcertaba en cantidad. -¿Cómo? Creí que te habían matado. Te vi irte con un vampiro, pero esta vez no volviste. Volvía a casa y te encuentro deambulando por Manhattan a las tantas de la madrugada, ¿en qué demonios estabas pensando? -Estaba tan extasiado que creí que iba a derrumbarse justo en frente. -¿Estabas preocupado por mí? -Aquello acabó por desconcertarme por completo, aunque la idea me agradó, sacudí la cabeza intentando disiparla. Ante mi pregunta, él pareció quedarse completamente en blanco, estaba recapacitando y entendiendo que no tenía razón alguna por haberse preocupado de tal modo por mí. Casi ni nos conocíamos. Aquello me halagó de tal forma que me cabreó, pero no estaba enfadada con él, sino conmigo misma. -No tenías derecho. -Le dije secamente mientras giraba sobre mis pies y volvía a emprender el camino sobre la acera. Él se quedó ahí, seguramente digiriendo y recapitulando la situación. Noté como aligeraba el paso hasta quedar a mi altura. -Lo sé, tienes razón, no tengo ningún derecho a preocuparme por ti. -Su tono seguía siendo serio y mordaz. -Pero como compañero de laboratorio, te pido que subas al coche y que dejes que te lleve. -Su tono sonó abatido. -No. -Aunque por dentro deseaba que me llevaran, y aún más él, no quería pasar ni un minuto más a solas con mis deprimentes pensamientos. -Por favor. -Su tono era suplicante. Entonces cometí el fallo de mirarle a los ojos. Me derretí con su mirada, no podía con aquello. Sentí el implacable impulso de tirarme a sus brazos y dejar que lo que tuviera que pasar se diese de una vez. -No vamos en la misma dirección. -Argumenté como último recurso, aunque sabía por el reciente brillo de sus ojos que la batalla estaba perdida. Y todas las demás lo estarían si seguía mirándome con aquellos ojos tan intensos. -No importa, te llevaré donde sea. - Me acompañó hasta el mal aparcado coche. Era

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distinto al que solía llevar al instituto, éste era un Chevrolet negro. Me sorprendió encarecidamente que me abriera la puerta del copiloto, la cerró y le observé mientras daba la vuelta por la parte delantera del coche para entrar en el asiento del conductor. Me fijé en su paso, sinuoso, felino. Me ensimismé con él. El ruido de la puerta al cerrar tras Christian me sacó de golpe de mi sueño haciéndome coger una enorme bocanada de aire. Pero eso no sirvió más que para empeorarlo, ya que todo el aire del coche estaba teñido con su fragancia a frescor y lavanda. Sacudí violentamente la cabeza para sacarlo de ella. Puso el coche en marcha. -¿Dónde está tu casa? -Eso no te incumbe, iba al parking que esta a dos manzanas de The Moment. -Me arrepentí del tono demasiado brusco que utilicé. Vi como se le emblanquecían los nudillos ante la tensión con la que sus manos agarraban el volante. -¿Y cómo es que te has ido sin coche? -Preguntó apretando la mandíbula de tal forma que pude ver cómo se le marcaba el mentón. -Me llevó… alguien. -¡¿Fuiste en coche con un vampiro?! -Perdió los nervios y me miró directamente a los ojos, incrédulo. -¿Cómo sabes de la existencia de los vampiros?- Pregunté subiendo el tono a causa del enfado. -Yo se muchas cosas. -Su tono se había amenizado un poco, pero lo volvió a subir. -¿En qué estabas pensando?-Fijó su mirada en un punto de la carretera, aún no había arrancado el coche. -Déjame pensar, mm… ¿pues que quizás no necesito rendirle cuentas a nadie? ya que soy libre de hacer lo que me plazca y nadie tiene derecho a pedirme explicaciones ¡NADIE! -Mis nervios habían salido como un volcán en erupción. Christian me miraba con una expresión indescifrable en su pálido rostro. -Si te vas a poner a pedirme explicaciones y a comportarte como un maldito paranoico será mejor que me baje. -Mi tono volvía a ser serio. Abrí la puerta con mi mano derecha, estaba saliendo cuando noté una sensación helada en el brazo, un elevado sentimiento de placer junto con una mezcla de sensaciones intangibles afloraban en mi interior como un torbellino poniendo patas arriba todo mi ser. Después de unos segundos inmóviles reponiéndonos ante el contacto, susurró: -No, no te vayas, no me volveré a meter en tu vida. -Ya estas en ella. -Murmuré en un tono tan bajo que dudé que me hubiera oído, pero aun así, me arrepentí de habérselo dicho.

CAPÍTULO 6 Arrancó el coche y nos dirigimos al aparcamiento donde estaba estacionado mi Volvo. En unas horas tendría que ir al instituto, pero no me importaba, no necesitaba dormir. -¿Cómo es que tú también conoces la existencia de vampiros? -Me preguntó intentando mantener una conversación después de un interminable tiempo de silencio. -No quieras saberlo. -Y con esa respuesta di a entender que no le iba a hablar del tema. ¿Y por qué te has cambiado de instituto en el último año? - Este es al primer instituto que voy, he estado viajando desde que puedo recordar. Mi padre me ha pagado las mejores enseñanzas, incluso cuando me fui yo solo por todo el mundo, seguía pagando a profesores particulares para que me dieran clase. Él siempre dice que sin conocimiento no eres nadie. 19


-Creo que tiene razón. -Lo cierto es que después de viajar por todo el mundo, mi padre me pidió que viniera a Manhattan, donde él trabaja, y me obligó a ir a un instituto, dice que para que me socializara un poco, que tengo que relacionarme con más gente de mi edad. -Pues en el pub parecía que te iba bastante bien. –Reí. -Bueno, aunque he de admitir, que no me ofrecían conversaciones tan interesantes como tú. -Su sonrisa me hizo poner los ojos en blanco, dejando escapar un resoplido, lo que me dio el aspecto de una niña pequeña. Aquello le hizo reír aún más. -Oye, ¿qué has hecho para enojar tanto a Mimi? -Mi intento de cambiar de tema pareció demasiado desesperado, pero aun así, Christian no hizo ningún comentario al respecto. -Simplemente le di a entender que las cosas no serían como ella quisiese. –Reí de su inocencia. -No cantes victoria, sé como son las chicas como Mimi, no te dejará en paz eternamente, simplemente te dejará enfriar. Pero luego, volverá a la carga, no se le escapa ninguno. -¿Debería temerle? -Probablemente. – A Christian se le escapó una risa, y a consecuencia, a mi otra. En ese momento descubrí que me encantaba oírle y verle reír, se me estaba yendo de las manos, no debíamos coger confianza o se desataría un huracán, mi cuerpo nunca había estado tan tenso ante la necesidad de probar esa energía que emanaba de él, debía resistirme. El camino se me hizo demasiado corto, Christian apagó el motor en cuanto llegamos al aparcamiento, ya solo quedaba mi coche, mi solitario coche. Me dispuse a salir del vehículo cuando oí el suave sonido de mi nombre salir de sus labios. -Shira. -¿Si? -Ten cuidado, ¿vale? -Su tono era serio, por lo que solté un gruñido. Pero se me hacía imposible enfadarme con él, después de todo, solo intentaba ser amable, él no tenía la culpa de lo que yo era. Le dediqué una sincera sonrisa, que al verla, no pudo contenerse de devolverla. Se me helaba la sangre al verle sonreír, era una imagen única, la criatura más perfecta que jamás habían visto mis ojos, “¡SHIRA!”. Salí de su coche y me metí en el mío, él seguía esperando en el suyo a que yo me fuera, señalizando que todo iba bien. Llegué a mi casa, me metí en la bañera, y disfruté de la música mientras la tibia agua rozaba mi piel, produciéndome una agradable sensación. Me vestí con lo primero que pillé, un suéter verde y unos tejanos. Me calcé mis botas y salí hacia el instituto. Las clases en general fueron bien, estaba deseando que llegara la última hora; química. Aunque no lo quería reconocer tenía bastante que ver con quien era mi compañero de laboratorio. Creí llegar la primera, pero Christian ya estaba en su sitio. Estaba entretenido jugueteando con un anillo destellante de plata entre los dedos. Me senté a su lado y saqué mi cuaderno de anotaciones, junto con un boli de tinta negra. -Hola. -Me saludó sin levantar la mirada. -Hola. -Le saludé sin tampoco mirarle. Formé una barrera con mi pelo, pudiendo echar alguna que otra furtiva mirada sin que él se enterara. Pero la idea fue un fracaso desde el primer momento. Tenía la cabeza apoyada sobre una mano con el codo en la mesa. Giré un poco la cabeza para poder mirarle, pero él ya me estaba mirando. Giré bruscamente la cabeza en dirección contraria, hacia la impecable ventana. Intenté concentrarme ahí, en el paisaje que se abría ante mis ojos, pero mi mente estaba en dirección contraria. Me erguí en el asiento, con la cabeza completamente posicionada hacia la pizarra, pero no era una buena idea, ya que el profesor Elliot aún no había llegado. Noté su mirada helada 20


clavada en mis entrañas, así que me giré bruscamente perdiendo los nervios. Me congelé en un instante, Christian estaba atractivamente sonriendo, con sus ojos fijos en mí. -¿Se puede saber qué miras? -Pude vocalizar mientras me volvía la sangre a la cabeza. -A ti. -Pues no lo hagas. -Gruñí mientras volvía la cabeza hacia la pizarra. -¿Por qué?, ¿te molesta? -Pude notar la mofa en su voz. -Pues mira, si. -Mi genio consiguió salvarme en el último momento, me encaré a él sin perder la compostura. Nos quedamos mirándonos fijamente unos instantes antes de que sonara el timbre, que señalizaba el inicio de la clase. El profesor Elliot y el resto de alumnos fueron llegando. Mi mirada ahora estaba fija en el profesor, aunque sabía que no por mucho tiempo, lo que él explicaba yo ya me lo sabía de memoria, y no me lo explicaba a mí, si no al resto de la clase. Decidí empezar a mezclar el compuesto, pero recordé que en la mesa solo había un vaso de mezclas, uno para Christian y para mí. Christian seguía jugueteando con su brillante anillo plateado sin prestar atención. -Esta vez yo hago la práctica y tú la teoría. –El asintió, aunque tuvo que abrir su bocaza nuevamente. -¿Es que siempre vas a estar dando órdenes? -¿Es que siempre vas a estar tocando las pelotas? –Christian ahogó un grito fingiendo que se horrorizaba ante mi comentario. -Así no habla una dama.-Me reprendió sin apenas poder evitar reírse. -De dama tengo poco. –Le susurré acercándome a él. La alarma de peligro me sonó demasiado tarde, él aceptó el reto algo sorprendido y se acercó más a mí aprovechando mi posición. -Me encantaría verlo. –Me susurró en la oreja, sus labios rozaron mi lóbulo haciendo que mi mano se anclara a la mesa para contenerme. -Siento decirte que no serás tú el afortunado.-Mi voz tembló un ápice, maldecí internamente esperando que él no lo notara, pero para mí desgracia no fue así. -No pareces muy segura. –Su nariz bajó por mi cuello ocasionando un placentero cosquilleo que estaba a punto de desatarme. -Joder chicos, deberías guardar este tipo de situaciones para el cuarto de conserje, a partir de tercera hora se queda vacío. –La reconocible voz de Mimi me salvó la vida, rápidamente me erguí en mi asiento y comencé a hacer el experimento. Ella se había acercado hasta posicionarse enfrente de nuestras mesas. -Christian me estaba comentando algo privado para que estos chismosos no se enterasen. –Mimi levantó una ceja mirándome con atención, también Christian me observaba confundido.

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-¿Qué cosa? –Antes de responder a Mimi le dirigí una sonrisa malévola a Christian que le hizo abrir los ojos como platos, solo faltaba que me pidiera clemencia. -Me estaba preguntando si tenía alguna oportunidad contigo después de lo borde que fue la última vez, pero le dije que si se hacía perdonar… que tú tienes un gran corazón. – Mimi le dirigió una mirada llena de interés a Christian, este lanzó una mirada envenenada, yo simplemente me encogí de hombros mientras seguía mezclando los compuestos. -Bueno, he de reconocer que te pasaste con ese rollo de tío duro, pero en fin, los chicos se suelen alterar cuando hablan conmigo, y eres nuevo, con lo que no sabías cómo se hacen aquí las cosas. –Hizo un gesto de desdén con la mano. –Así que vente este sábado a mi fiesta, estas nuevamente invitado.-Dicho esto se dio media vuelta y volvió a su sitio con aquel paso seguro. -Esta me la pagarás. –Su amenaza me divirtió. -Mira como tiemblo. –Le hice una mueca sin prestarle mucho interés. –Ya he terminado. -Así que sum-41… no está nada mal. –Me quedé pálida al ver cómo fisgoneaba en los garabatos que había hecho en el cuaderno, me lancé a arrebatarle mi libreta de sus zarpas (suaves zarpas), pero él la sujetó con fuerza sin dejarme quitársela. -Dámela. -No.- Comenzamos a forcejear, yo poseía una fuerza inhuman, pero no quería fardar demasiado, -me quito mentalmente el polvo del hombro- así que con un triunfal giro de muñeca le arrebato la libreta, pero mi victoria duró poco, la libreta salió despedida llevándose por delante mi vaso de mezclas, el experimento perfectamente terminado acabo manchando el perfectamente limpio suelo. Ambos miramos al profesor Elliot con unas caras repentinamente amigables. Elliot nos obligó air al despacho de la directora. -Eres tan irritante. –Le escupí mientras andábamos por el pasillo. -Y tú eres tan sexy cuando te enfadas. –Me giré a encararlo, pero no fue una buena idea, él me cogió por la cintura y me empujó contra la pared, saboreó mi aroma mientras yo hacía grandes esfuerzos por reponerme de la situación, rozó su nariz con la mía lentamente, deleitándose. –Te dije que me las pagarías. –Sacudí la cabeza e intenté empujarle, pero cogió mis muñecas y las soldó a la pared, le dediqué una mirada impregnada de odio, pero mi esencia no parecía afectare, más bien todo lo contrario, se acercó más por muy imposible que pareciese, se inclinó hacia mí hasta que nuestros labios se rozaron, sentí aquel intenso cosquilleo, la energía a nuestro alrededor se aglomeraba mientras mi esencia gritaba desesperada por zambullirme en él de una vez. Finalmente sus labios ‘presionaron los míos, una increíble sensación de placer embriagó todo mi cuerpo, desde la mielina de mi cabello hasta los dedos de los pies, una apacible pero estimulante sensación entró por mi boca, gemí sin poder evitarlo, él gruñó de una forma animal que me puso los pelos de punta, profundizamos en el beso, nuestras 22


lenguas se encontraron en una lucha por la dominación que acabó en una sincronía casi perfecta, nuestras caderas chocaron con violencia, agarró mi cintura elevándome, enrollé mis piernas entorno a su cadera, sentir su roce me volvió loca, ya no quedaba apenas un poco de coherencia en mí, se separó unos instantes para respirar, ocasión que la pequeña parte de raciocinio que me quedaba actuara, le pegué un violento empujó que lo pilló desprevenida, la ira creció en mí martirizándome por haberme dejado llevar, sabía lo que podría ocurrir, y aun así había actuado como una estúpida adolescente hormonada. -No vuelvas a tocarme, jamás. –Siseé. Con toda la ira que creía en mí apreté mi puño y lo incrusté en su adorable cara, no me volví a ver cómo estaba, simplemente eché a correr lejos de él y de lo que él me producía.

CAPÍTULO 7 Llegué a casa agotada, no físicamente, sino psíquicamente. Los sentimientos que Christian despertaba en mí me producían una energía tan potente que, al no expulsarla acercándome a él me desgarraba por dentro, aquello me mataba. Decidí ir al parque para despejarme, normalmente iría al lago, pero aquel lugar me recordaba a él, y eso no ayuda a apaciguar mi mente. Además, me apetecía ir cambiando de vez en cuando. Fui andando, aunque el parque se encontraba en el centro de Manhattan, a dos horas a pie. No me importaba, no me apetecía coger el coche. Llegué al parque sin una sola gota de cansancio. Me sumí en su profundidad dejando atrás la gente que hacía footing, a las parejitas que disfrutaban de un momento romántico, a los niños jugando… Me deslicé entre unos arbustos para llegar al sendero predilecto, era un atajo. Contemplé la naturaleza que me rodeaba mientras andaba, me encantaba inspirar aquella energía que la naturaleza irradiaba, pero que la gente nunca reparaba en ella. Cogí aire profundamente dejando que se adueñara de todo mí ser. Aquella no era una energía como la que me desgarraba por dentro, sino una pacífica, relajante, me ayudaba a pensar. Seguí absorbiendo la energía de aquel lugar, notaba su cosquilleo recorriéndome, me envolvía produciéndome un agradable estado de relax y paz interior. Mis pasos recorrieron el tramo final de una curva, ante mí se abrió un lago, no tan bonito como el del bosque, pero igual de tranquilo, se situaba en una parte interna del parque, con lo que la gente no solía rondar por allí. Mi corazón se paró de golpe obligándome a salir de mi trance. Vi el causante de aquello, una sombra se encontraba recostada en la orilla del lago. Pude reconocerlo al instante, no me lo creía. Decidí seguir adelante, con un poco de suerte no repararía en mí y ambos podríamos disfrutar del paisaje, aunque no era eso lo que una gran parte de mí quería. Pero ni siquiera me dio tiempo de llevar a cabo mi plan. Christian pareció sentir mi presencia, con lo que giró su cabeza y me encontró ahí, observándole detenidamente junto a un arbusto. Noté cómo me sonrojaba avergonzada, nunca he podido controlar mis impulsos, aunque nunca me había hecho mucha falta controlarlos, pero en este preciso momento echaba en falta algo de autocontrol. Clavé la vista en el sendero y proseguí mi camino. Estaba pasando por la parte del sendero más cercano a él cuando oí su voz: -Ahora estamos en paz, ¿no? -Ante el repentino comentario no pude evitar girarme hacia él, de lo cual me arrepentí instantáneamente. -¿Qué? -Pese a todo, había aprendido a controlar lo suficiente mis estados de humor, con lo que mi voz sonó como siempre, firme, desafiante. -Ahora ya estamos en paz, con lo del lago, ambos tenemos reputación de mirones. -Se

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encogió de hombros mientras esbozaba una divertida sonrisa que hizo retorcerse mi propio corazón. -Yo no te estaba espiando. – Había recuperado toda mi cordura, bueno, dentro de lo que cabe. -Además, que yo sepa, tú no estas desnudo. -Mi sonrisa apareció victoriosa. Él encaró una ceja. -Eso se puede arreglar. -Una de sus arrebatadoras media sonrisa se dibujó en su rostro arrancándome todo rastro de cordura. Sacudí la cabeza controlando mis impulsos. Sus afilados y perfectos dientes destellaron ante el último rayo de luz del interminable día. -Ah, ¿si?, me gustaría verlo. -Dejé que el tono retador de mi voz surgiera por encima del resto. Él seguía recostado en el césped, justo a la orilla. -Mm, lo sé. –Me guiñó un ojo mientras a mí se me acumulaba la sangre en las mejillas, parecían dos manzanas, me toqué una disimuladamente. Cogió su camisa por el borde y me miró retador. “No será capaz”, comenzó a subir su camiseta lentamente, mi vista se desvió a la porción de piel pálida que comenzó a dejar a la vista, un abdomen bien definido que comenzó a subir mi incandescente temperatura, se la subió del todo y se la quitó, tragué saliva ante la imagen de sus brazos musculados y su espalda desnuda, tenía un gran tatuaje que la cubría casi por completo, me quedé ensimismada imaginándome cómo sería tocar aquel dragón chino. Podría jurar que mis ojos se salieron de sus órbitas cuando su mano se posicionó sobre el cierre de su pantalón, desabrochó el botó a la vez que erguía una ceja, como siguiera con lo que se proponía la que acabaría perjudicada sería yo, “eso tenlo claro”. -¡No! ¡Espera!-Extendí las manos como si así pudiera taparme la vista. -¿Es que quieres hacerlo tú?-Su invitación acompañada de esa aterciopelada voz me produjo un escalofrío. -Preferiría que me atropellara una manada de ñus. –Sentencié cruzando los brazos. -Habrías quedado más convincente si no estuvieras a punto de desfallecerte. –Se levantó y con un dedo desencajó la parte inferior de mi labio. –Como te lo sigas mordiendo así te sangrará. –“Genial, con lo digna que había quedado”. -¿Es que acaso el puñetazo de esta mañana no te ha servido de aviso? –Le amenacé mientras me apartaba como si me quemara. Se acarició el pómulo con una fría sonrisa, apenas quedaba rastro del golpe, aquello hirió mi orgullo, por muy retorcido que pareciese. -Debo decir que me ha producido sentimientos contradictorios. –No pude evitar reírme. Pero una parte de mí se sintió mal, yo había seguido con el beso y le pegué pagando mi ira con él, me había enfadado conmigo misma. Suspiré intentando coger fuerza del aire, como si eso fuera posible. -¿Te di muy fuerte?- Mi voz sonó lo más conciliadora que era capaz. -Tranquila no es la primera vez que intentan noquearme.

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-No me sorprende. –Murmuré. Él rodó los ojos y se puso la camiseta, seguidamente se sentó en la orilla del lago sobre la verde hierba. Él no me veía, estaba con la vista perdida en el horizonte, más allá del lago. Decidí sentarme a su lado, me sentía mal por haber pagado mi ira con él, no podía dejar de pensar en aquel beso y toda aquella atracción que me unía a él, debía saber el porqué de esa sobrenatural atracción. Estuvimos admirando la espléndida puesta de sol en silencio. Notaba cosquilleos en los dedos de las manos a causa de la energía que me rodeaba, la paz me embriagó, y junto al aroma de Christian, era perfecto. Podía olerlo aunque estuviéramos a una cierta distancia prudencial. El sol se había ido, solo quedábamos él y yo, la oscuridad de la noche que anunciaba su llegada. -¿Cómo es que todas las noches sales? -Fue la primera pregunta que se me ocurrió, y por lo tanto la mas estúpida. Él me miro con aire desconcertante, me parecía a uno de esos vampiros que intentó ligar conmigo. -No veo por qué no. -Cogió una piedra aplanada con la mano y la lanzó despreocupado. -¿Y tú? -Supongo que por lo mismo. -¿Cuándo duermes? -Digamos que no necesito muchas horas de sueño. -Él seguía con la mirada perdida en algún punto del firmamento. -¿Y comer? porque en el instituto nunca te he visto comer. -Me enfadó que se fijara en mis detalles, aquello era inquietante, pero a la vez halagador. Ambos parecíamos hacernos un test sobre qué tipo de ser éramos. -No suelo tener mucho apetito. -Él profirió un gruñido imperceptible para alguien con una audición normal. No pareció satisfacerle mi respuesta. -Se está haciendo de noche, será mejor que volvamos. -Susurró volviendo en sí. -Yo me voy a quedar un rato más. –Él asintió pero no se movió. –No era una invitación abierta. -Lo sé, pero si mañana sales degollada en un periódico yo habría sido el último en verte con vida, no voy a dejarte aquí sola en la hora punta en la que toda la descerebración de Manhattan salen a celebrar que están vivos. -Soy capaz de defenderme perfectamente sola. -Lo he comprobado. -¿Entonces? -¿Tanto te costaría ignorar mi presencia? –Me golpeé mentalmente, se suponía que iba a intentar descubrir más información acerca de nuestra extraña atracción, pero me resultaba tan natural meterme con él… -Sí. -¿Si?-Encaró una ceja provocativamente. 25


-Tu olor corporal es demasiado intenso. –“Si, a lavanda y frescor divino”. Le enseñé el dedo corazón a mi conciencia. Un silencio cómodo nos envolvió. -Sabes, creía que a una chica tan… -le lancé una mirada amenazante- estirada como tú jamás podría gustarle un grupo rock-punk. –Bufé indignada. -¿Qué demonios te pasa? A no ser que esté sordo, cuando escuchas buena música se te queda grabada, y que conste –remarqué apuntándolo con mi dedo índice-que no soy una estirada. -Sí, pieces no está nada mal. -¡¿Qué no está nada mal?! Enserio ha dicho eso, no me lo puedo creer-hablé como una demente conmigo misma- debería ser ilegal que cada persona no tenga pieces en su reproductor. Es indispensable, como Radioactive o Zombie, todas las canciones de Freddie Mercury, los Red Hot, Muse, Blink-182… -No me di cuenta que me había estado revolcando por el suelo indignada hasta que noté una hoja en la boca. Christian reía con una carcajada angelical, “¿es que no podía ser menos perfecto?”. Alargó una mano hacia mí y me tensé al instante. -Tranquila. –susurró. Acarició suavemente mi cabello quitando una hoja que se me había quedado enganchada. Me sobrecogió aquel gesto que tan natural le había salido. Me incorporé y me quedé sentada mirando las oscuras aguas ahora iluminadas por la rojiza luz del atardecer que poco a poco se iba extinguiendo. -Gracias. -Susurré. Se miró la mano algo confuso, por primera vez lo vi sin aquella seguridad que lo rodeaba. -¿Alguna vez has tenido novia?-Frunció el ceño como si fuera lo más extraño del mundo. -No. -¿Novio?-Esta vez sonrió. -No. -¿Citas?-Negó con la cabeza, ¿enamorado? -No, ¿tú?-Asentí tensando mi cuerpo, no quería recordar. -Nada importante, hace mucho, ni siquiera se le puede considerar “enamoramiento” propiamente dicho.

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-¿Eres de esas personas que no creen en el amor? -No, no creo que sea para mí. –Me daba cuenta parcialmente que estaba intimando demasiado con él, pero contarle las cosas me salía de una forma tan natural, hacía mucho tiempo que no me sinceraba así con nadie. -¿Por qué? -No me lo merezco. –Se quedó en silencio meditando mi respuesta. -Hay algunos que pueden resultar horribles, amores que matan, que hacen sufrir, quizá las malas personas tienen uno de esos amores con los que cargar toda su vida, amores amargos que solo traen desdicha. -Entonces ¿tú si crees? -Yo… soy una excepción, o eso creía.-Aquello último lo dijo más para él, pero mi sobrehumano oído pudo captarlo. -¿Por qué crees que tú te salvas de la regla? –Se me escapó un deje amargo que le hizo esbozar una triste sonrisa, me miró directamente, de sus ojos se escapó un brillo reflejando la luna. -Como en la naturaleza hay algunos materiales que son frágiles y se rompen, el interior de cada persona es distinto, algunos se alejan tanto progresivamente de los que forman la media que se vuelven muy distintos, llegando a ser de un material duro pero frágil. -Como el diamante. –Él asintió. -Por ello cuando algo los golpea y se rompen no pueden arreglarse. -Eres demasiado joven como para haberte roto. Además, tú mismo has dicho que nunca te habías enamorado. -Eso sería imposible si naces roto, con los pedazos afilados como cuchillas. Además no creo en ese tipo de amor, no tiene porqué golpearte un encaprichamiento. –Reflexioné sus palabras durante unos minutos. Extendí una mano hacia él a modo de presentación, Christian ladeó la cabeza algo confuso pero estrechó su mano con la mía. -Hola, soy Shira, bienvenido al club de los juguetes rotos, soy un puzle al que le falta una pieza. -Encantado, yo soy… -Se rascó la barbilla pensativo.

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-Una pistola de fogueo.-No pude evitar reírme ante la metáfora. -Eso no es un juguete. –Chasqueé la lengua fastidiada.-Un muñeco sin pierna. -Que macabro. –Se encogió de hombros. -¿Por qué un muñeco? -Porque soy adorable, y porque no se me ocurren más juguetes… -¿Es que no tenías juguetes de niño? –Dejé de reír al ver su mirada perdida. –Imposible, ¿qué hacías todo el día? -Nunca he sido muy niño. –Una bombilla se encendió en mi cabeza. -Pues bien, eso va a cambiar, para entrar en el club debes hacer un rito de iniciación. – Me miró con los ojos entrecerrados. -¿Qué tipo de iniciación?-Preguntó con cautela. -Una serie de pruebas que tendrás que superar. Como la primera… ¡tendrás que atraparme! –Eché a correr tanto como mis piernas me permitieron, reí sin poder evitarlo mientras oía los gritos de Christian a mi espalda. -¡Eso es trampa! -¡No hay reglas! Es mi juego. –Me paré en seco al toparme con un hombre de aspecto amenazante. Tenía el pelo largo y canoso, lleno de greñas, su vestuario hacía juego con ellas: un chaleco deshilado, unas botas sin suela y unos pantalones agujereados como un queso gruyer, todo un cliché. El hombre sonreía amenazador. Sacó una navaja del arruinado chaleco. -¿Pero qué tenemos aquí? -Rió mientras se acercaba a mí. Seguí mi camino como si nada, escuché a Christian llamarme a mi espalda, a lo mejor esto era lo que necesitaba, conocer un poco más la amenaza que suponía estar cerca de mí. Sin pensarlo siquiera pase al lado del atracador-perturbado mental, cuando éste fue a agarrarme sin caber en su gozo calló al suelo al entrar en contacto con mi piel, su rostro de contrajo de dolor mientras un agudo gemido brotaba de su pecho. En apenas unos segundos Christian me alcanzó, agarró mi brazo y me giró quedando cara a cara. -¿Estás bien? -Yo sí, ese no. –Señale al bulto de harapos que se retorcía en el suelo. -Podría haberte hecho daño. -No, no podía.

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-Aun así, no… ¡joder Shira!, ¿sabes el susto que me has dado? –Se pasó la mano por el pelo en un gesto que se me antojó como adorable. -No puedes preocuparte por mí, no tiene sentido alguno. -Me da igual, soy tu amigo. –Me sorprendió su afirmación, y a juzgar por su semblante a él también. -¿Desde cuándo? -Desde que me has dejado entrar en tu cutre club. -No es cutre. –Me defendí cruzándome de brazos.-Que quede claro que yo soy Batman. -¿Qué? –Parecía descolocado. -Si vas a formar parte de mi club debes saber cuál es tu rango, yo soy Batman y tú eres Robbin. –Negó con la cabeza, pero con una sonrisa en la cara, ya no tenía rastro de la pasada agitación. Aquello me hizo ver con claridad, la realidad me arrolló, se me vino encima como un jarro de agua fría, no podíamos ser amigos, y él corría peligro cerca de mí, él no tenía la culpa del monstruo que yo era. Suspiré sin poder evitar que mi mirada cayera sobre el suelo. Me acompañó hasta el aparcamiento donde él guardaba su coche. -¿Dónde está el tuyo? -En el garaje de mi casa. -Sabía que querría acompañarme, pero por hoy, ya me había acercado demasiado a él. -Pues entonces dime dónde está tu casa. -Su tono era paciente, aunque ambos sabíamos que se avecinaba una disputa. Por nada del mundo quería que se enterara de dónde vivo, podría ser devastador, un escalofrío recorrió mi espina dorsal al imaginármelo. Suspiré cansada, cada vez era más agotador resistirme. No sabría siquiera si podría llegar a casa. -No quiero que sepas donde vivo. -Pues al menos ve en taxi. Yo te lo pago. –Añadió al comprobar que no tenía bolsillos donde guardar un monedero. Yo negué con la cabeza, mi energía estaba en reservas, como no me fuera pronto, no me podría tener en pie. Él pareció darse cuenta de mi repentino estado de agotamiento. -¿Te encuentras bien? -Su tono era ansioso, “genial” murmuré. -Puede que estés en estado de shock después del suceso con… -No, estoy bien, ¿vale? -Tenía que ser rápida. -Está bien, cogeré un taxi. -Sabía actuar bastante bien. -Vaya, ¿tan poca fe tienes en mí? -Oye, no sé qué estoy haciendo aquí dándote explicaciones a ti -Me dí media vuelta, y con paso ligero, me perdí entre los coches. Salí a la acera, a estas horas casi no había gente. No podía entender, después de que viera lo que le hice al infeliz del parque, que siguiera preocupándose por mí. Llevaba cinco minutos andando cuando noté que alguien me seguía. Me giré bruscamente, y ahí, sobre la carretera distinguí el coche de Christian. Bufé llena de ira.

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Él acercó el coche hasta quedar a mi lado. Bajó la ventanilla. -Shira, por favor, sube al coche. -Mi energía de reservas se estaba agotando, y lo de realizar esfuerzo físico no ayudaba mucho. De repente todo mí alrededor comenzó a dar vueltas, tuve que sujetarme al coche de Christian para no caerme sobre la mugrienta acera. -Esto si que no. -Oí la voz de Christian, una puerta abriéndose. Recuperé la visión y me incorporé al tiempo que Christian me sujetaba, abría la puerta del copiloto y me ayudaba a meterme en su interior, me abrochó el cinturón de seguridad. No tenía fuerzas como para oponerme. Lo máximo que conseguí, fue un gruñido, que hizo que Christian murmurara algo intangible mientras ponía el coche en marcha. -Como no me digas dónde vives te llevo a mi casa, lo que tú decidas. Si quieres denúnciame por secuestro. -En las afueras, cerca del lago donde me encontraste. -Al recordar el día del lago no pude evitar sonrojarme. -Deberías comer algo. -Su tono era severo, parecía enfadado. -Esto es increíble, no me cabe en la cabeza. -Seguía murmurando entre dientes, sabía que eran reprimendas, ni siquiera intenté entenderlas, mi cabeza se iba situando poco a poco. Miraba por la ventanilla del coche mientras éste se desplazaba silenciosamente entre las oscuras calles de Manhattan. Veía los edificios pasar, junto con la gente siguiendo su vida. -No necesito comer. -Iba recobrando fuerzas a duras penas. -¿Vives sola? -¿Acaso importa? -Sabía que si le decía que sí, se preocuparía más de lo que ya estaba. Tenía que ganar tiempo. -O sea, que sí. -Siempre acababa pillándome. -Si. -Mi tono sonaba abatido. No debía de estar acostumbrado a que una chica le diera largas, aunque no parecía importarle. No lo entendía, si él quisiera podría estar con cualquier chica, pero en cambio se preocupaba por mí. Lo único que le podría atraer era mi físico, pero en cuanto a mi personalidad, estaba diseñada para espantar a cualquiera que se acercara, pero con él no surtía efecto. Parecía que le gustaran los retos imposibles. -¿Y tus padres? -Le titubeó un poco la voz. -Murieron hace tiempo. -Mi tono era normal, no quería que se sintiera culpable por sacar el tema. -Lo siento. -Susurró. -No importa. -Me encogí de hombros. -¿No tienes a nadie? -Tengo familia en Seattle. -Pareció quedarse mas tranquilo. Estábamos llegando a mi casa, el bosque se abría ante nosotros y las casas habían desaparecido. -Nos la hemos pasado, ya hemos salido de la ciudad. -Declaró temiéndose lo peor. -No, es en la siguiente a la izquierda. -Señalé con máxima tranquilidad. Giró el coche con acentuada experiencia en la entrada de un camino sin asfaltar. Siguió el camino hasta que éste dio a una gran casa con una fachada de piedra blanca. Ahí estaba, con su estilo rústico, su porche de columnas de piedra, sobre un suelo de parqué. Sus grandes ventanales, inspiraba paz y tranquilidad. -Es aquí. -Es peligroso que vivas sola en el bosque. -Proferí una risa sarcástica. -No deberías preocuparte de mí. -Ya sabes, es lo que tiene el instinto de protección. -Pues contrólalo. Adiós.

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-Hasta mañana.-Salí del coche y me metí en casa. Escuché el sonido del coche al derrapar sobre el camino sin asfaltar y alejarse hacia la carretera. Esa noche fui a The Moment como todas las noches. Cuando entré, vi a Christian en su esquina de siempre. Yo me senté en mi taburete, en la barra. Pedí lo de siempre. Volví a notar una presencia en el sitio de al lado. Me giré, Blade estaba mirándome sonriente. Yo le devolví la sonrisa. -¿Quieres dar una vuelta? -Me preguntó con una traviesa sonrisa. -Claro, pero esta noche vamos a mi casa. -Él se acercó y me besó a forma de respuesta. Me dejé llevar, dejando mi energía fluir de mí ser al suyo, produciéndole un prolongado subidón. Se irguió y dejó caer la cabeza hacia atrás abriendo los ojos como platos. Emitió un aullido de placer y volvió la cabeza hacia mí. Sus ojos refulgían chispeantes, ya no estaban muertos. Pero algo me sacó de mi encantamiento, Christian me miraba fijamente. Sus músculos estaban tensados, y sus ojos más letales de lo normal. -Voy a dejar el coche, no te preocupes, vuelvo volando. -Esbocé una risita ante el comentario. Los vampiros poseían la capacidad de obtener enormes alas de murciélago, que les permitía volar mezclándose entre las sombras. Salió por la puerta, cuando noté a alguien sentándose en el sitio recientemente ocupado por Blade. -¿Sabes lo qué es verdad? -La voz de Christian sonaba crispada. -Si. -Mi respuesta tenía un tono retador. -Ya se que crees que no tengo derecho a meterme en tu vida, pero… -Tienes razón. -Él pareció desconcertado. Se quedó más tranquilo, pero a la vez incrédulo. -No creo que tengas derecho a meterte en mi vida. -Mi respuesta volvió a devolverle a su estado inicial de crispación. Yo hice caso omiso y le dí un sorbo a mi whisky. -No entiendo por qué le tienes tan poco aprecio a tu vida. -Algo en mí se rompió. Le miré a los ojos, en ellos vi algo que antes no estaba, ¿humanidad, desolación, impotencia? Suspiré abatida. -Confía en mí, no tienes de qué preocuparte. -Él pareció más tranquilo. Christian volvió a su rincón. Al parecer sí confiaba en mí. Blade entró por la puerta y me cogió de la mano. Ya está todo listo. Salimos a la fría calle, se podía oler la llegada del invierno, aunque a mí, no me afectaba el clima. Íbamos hacia el aparcamiento donde estaba mi coche, cuando al pasar delante de un oscuro callejón, Blade paró en seco y tensó todos sus músculos. Yo tardé algo mas en percibirlo, no estaba tan familiarizada con ese mundo como él, pero aunque yo no quisiera admitirlo, también formaba parte de él, del mundo sobrenatural. Era un olor ácido, no se podía describir. Blade se metió en el callejón haciéndome señas para que me quedara donde estaba, pero no pensaba obedecer sus indicaciones. Le seguí con paso seguro. La piel me ardía. Blade se paró en seco, casi choqué contra su espalda. Asomé mi cabeza sobre su hombro. Sobre la húmeda acera, entre los desechos de algún vagabundo, yacía un cuerpo sin vida. -Es un Browliing. -Anunció Blade inclinándose sobre el cuerpo. Un Browliing es una criatura que se encarga de reciclar la energía, por así decirlo, como los descomponedores. Cuanto mas pálidos sean sus rasgos, más energía acumula en su interior, mas tarde devuelven la energía al medio completamente renovada. Éste tenía el pelo oscuro, al igual que sus ojos. El nombre era debido al parecido entre el recorrido de las bolas de las boleras con el del circuito de la energía, yo también me preguntaba quién asociaba ese tipo de nombres. -¿Qué tiene ahí? -Pregunté mientras me inclinaba al lado de Blade, señalando tres pequeñas marcas en forma de triángulo que tenía en el cuello. -Le han absorbido la energía con un almacenador de energía. Sé donde venden esos

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aparatos. -Respondió con una sonrisa de autosuficiencia. Yo era un ser imparcial, nunca me metía en éstos asuntos, pero era mi deber mantener el equilibrio entre el mundo de la magia y el humano, y el asesinato de un Browliing era algo muy serio, quien estuviera detrás de aquello planeaba algo muy grande. Llegamos a mi casa en mi coche, lo aparqué en la entrada y abrí la puerta mientras Blade seguía contemplando cada detalle. Nunca antes había llevado a nadie a casa, pero tampoco me importaba que Blade entrara, ni siquiera lo consideraba mi hogar. Él pareció notar la escasez de sentimiento. -¿No tienes nada personal? -después de una breve pausa siguió. -Nada que refleje tu… personalidad. -Eso último lo añadió para sus adentros. Yo me encogí de hombros a modo de respuesta mientras avanzábamos por el amplio salón al que daba la entrada. Le fui guiando hasta las escaleras que daban pie al piso de arriba, donde se encontraba mi dormitorio. Le empujé contra la pared haciendo quedar su espalda contra ésta. Desde su pecho se abrió paso un gemido de placer, mientras que la excitación se iba palpando en el ambiente. Sus manos buscaron mi cadera, mis dedos su sedosa cabellera. Noté como mi suave vestido se escurría por mi piel hasta caer al suelo. Mis manos desabotonaban a toda prisa su inmaculada camisa. Lo tumbé sobre la cama con la mente totalmente despejada, solamente invadida por el deseo, que se apoderó de mi ser cobrando vida propia. A Blade pareció gustarle que tomara la iniciativa, lo decía todo su excitada sonrisa. Se dejaba hacer, yo llevaba el mando. Nos sumergimos en el placer y dejé de pensar, me dejé llevar… Quedaban unas horas para el amanecer y Blade no parecía tener en mente levantarse. Yo observaba el techo de mi habitación tumbada en mi cama, mientras él estaba acurrucado a mi lado escondido entre las sábanas. Oía su respiración, -un efecto secundario de lo que había ocurrido esa noche- era lenta, demasiado lenta. Aquello no podía ser, un vampiro no podía dormir, iba contra natura. Le di un suave toquecito con la mano. Él profirió un gruñido. Esperé paciente a que digiriera lo que le estaba ocurriendo. Al poco se incorporó de golpe sobre la cama, saliendo las sábanas desperdigadas. Me miró conmocionado, sus ojos, abiertos como platos, ahora completamente dorados, destellaban intensamente. -Esto es demasiado. -Rompí el silencio con mi severo tono de voz. Atisbé un rayo de desesperación en su rostro. -No, no lo es. Es maravilloso, he dormido por primera vez en siglos… -Parecía que casi ni lo creyera. -¿No te das cuenta de que estamos entrando en un terreno desconocido?, no sabemos lo que te podría ocurrir. -No importa, al que le ocurriría algo es a mí, ¿no? -Esperó hasta que yo asintiera, bajó el tono de voz hasta casi un susurro -Podrías incluso transformarme del todo… -Los ojos se le iluminaron de emoción. -Incluso podría volver a ver el sol. -Decidí acabar con su ensimismamiento, yo no era tan optimista como él. -No te hagas demasiadas ilusiones, esto te podría matar. -Lo se, pero es a mí al que mataría, y yo quiero arriesgarme. -Suspiré abatida, tenía razón, en cualquier caso saldría él dañado, yo no tenía que correr ningún riesgo, y si él prefería arriesgarse… -De acuerdo, pero no creo que lleguemos a comprobarlo si no te vas ya. -Él me miró algo confuso. -El sol, ¿no te acuerdas? -Ah, si. -Pareció volver al mundo real. Se vistió y salió como una bala, eso si, como una bala elegante y con mucha clase. Pese haber zanjado la discusión me quedé algo preocupada por las posibles maneras que podría tomar parte la lucha entre la humanidad

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y el vampiro que Blade llevaba dentro. Los días fueron pasando, la rutina se adueñó de mí ser. Por las mañanas acudía a clase, por las tardes solía leer en mi lago o alguna cosa por el estilo, y por las noche iba a The Moment, donde Blade me esperaba. Aquello era algo que me preocupaba, Blade cada vez parecía mas humano, incluso una vez despertó en mi cama lleno de quemaduras. Yo me negué a seguir con eso, pero él me aseguró que no había sentido ni un ápice de dolor, y junto a sus súplicas logró volverme a convencer. Otro tema que solía rondar mi cabeza era Christian; cada vez conseguía acercarse más y más a mí. Yo no podía resistirme a seguirle el hilo de las conversaciones, a devolverle la sonrisa, a que mi respiración aumentara el ritmo cada vez que entraba en mi campo de visión, a que mi corazón aleteara como loco con solo un simple roce de su piel … Por otra parte, me había dado cuenta que desde que Christian entró en mi vida, se me hace mas fácil levantarme por las mañanas, no es tan matador ir al instituto, sobre todo la clase de química, e ir a The Moment ya no es solo beber y matar a vampiros. Antes de salir por la puerta con Blade, echo una mirada por la esquina donde él siempre se sienta. Pero me di cuenta que los viernes no aparece por The Moment. Algo que aunque no quise reconocer me decepcionó. Le iba dando vueltas a todo esto mientras aparcaba mi coche en el aparcamiento del instituto. Llegué unos minutos tarde a mi primera clase del día; literatura. Todos estaban ya sentados cuando irrumpí en la clase. La señora Macfall me envió una mirada, que traducida sería algo así como “que no vuelva a pasar”. Christian no pudo retener una in disimulada sonrisa que me hizo colorar. Me senté en mi mesa, a la esquina más alejada de la clase. Mientras él estaba a un par de mesas de distancia. El tema de hoy era un breve texto de “Niebla de Unamuno”. Una de las que se sentaba en primera fila se presentó voluntaria para leerlo, como de costumbre. -A ver, ¿quién sabe plasmar el tema del texto? -Preguntó la señora Macfall, paseando su pequeño y relleno cuerpecito por las primeras mesas. Se iba a dar por vencida al presenciar un largo rato de silencio, cuando alcé la voz con total naturalidad. -Quiere reflejar una disputa entre dos ideas. -Así es, ¿alguien quiere mostrarlas? -Volvió a preguntar con algo más de esperanza. Hubo otro extendido silencio, estaba cogiendo aire para dar la respuesta, cuando alguien se me adelantó. -Entre la insignificancia del ser humano ante su creador, y la de un dios ante los humanos, ya que sin alguien que le venere, no tiene significado su vida. -Respondió Christian con una sonrisa de autosuficiencia que esbozó en el momento preciso en el que giraba su cabeza para encontrarse con mi mirada recelosa. El resto de clases pasó con normalidad, deseando que llegara la clase de química. Cuando llegué al aula de química, como siempre él ya estaba sentado en su asiento. *** Estaba sentado en mi asiento de química, cuando noté su aroma embriagar la habitación. Shira avanzó con su paso ligero, pero sinuoso hasta llegar al asiento contiguo al mío. Como siempre, su máscara de rudeza e indiferencia tapaba sus sentimientos. Estuvimos en silencio durante lo que se me hicieron como eternos minutos. Por fin el timbre de inicio de clase se dignó a sonar, y los alumnos junto con el profesor entraron en clase. Empezamos a realizar un compuesto, que ésta vez yo había elegido. Ya no le sorprendía mí elevado conocimiento de química, era más o menos del mismo nivel que el suyo. -Los viernes no vas a The Moment. -Comentó rompiendo el espeso silencio. Yo me

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encogí de hombros. -¿Por qué?, ¿es que debería ir? -No… yo solo…, no importa. -Alargó el brazo y cogió una probeta que vertió sobre nuestro trabajo. Sonreí hacia mis adentros sin poderlo evitar al darme cuenta de que ella también reparaba en mí. -Es que, los viernes tengo otros compromisos. -Lo dejé caer para retomar el hilo de la conversación. A ella pareció molestarle mi velo de misterio, ya que esbozó una leve frunción de labios, produciéndome una gran diversión. -¿Se puede saber cuál es ese compromiso? -Al instante pareció arrepentirse de su in disimulado interés hacia mí, pero como siempre, las emociones se adueñaban de ella, dejándose llevar por sus impulsos, con lo que la pregunta salió antes de que ella lo pudiera preveer. -No. -No sabía por qué, pero me encantaba irritarla con mis respuestas, le daba un aspecto algo cómico. Por primera vez, salí de aquella burbuja ajena al resto, en la que ambos nos encontrábamos, y paseé mi mirada por el resto de la clase. No me había dado cuenta hasta ahora de que éramos el blanco de la mayoría de las miradas. Un elevado número de gallitos descerebrados me lanzaban iracundas miradas, acompañadas de cuchicheos. Pude llegar a oír uno de los de dos filas más adelante: -Mira el nuevo, iluso, tiene unos aires de superioridad que se le bajaran de un golpe… Y la cosa seguía, reí hacia mis adentros y dejé de prestarles atención ¿Acaso creían que alguno de ellos merecía a Shira? La sola pregunta ya me hizo retorcerme de repugnancia, aquellos simples… No me podía imaginar a Shira con ninguno de ellos, ¿que se creían?, ¿que estaban compitiendo?, ¿que tenían alguna posibilidad? El mero hecho de que lo pensaran hizo que un turbio sentimiento recorriera todo mi ser, pero me contuve, aquello no era propio de mí. Decidí volver a concentrarme en el experimento. *** Había hablado con Blade, le dije que necesitaba mi propio espacio, que además era peligroso que pasáramos tanto tiempo juntos. Él lo comprendió, aunque no le gustaba la idea. Estaba empezando a preocuparme, parecía que no solo quería estar conmigo por lo que le hacía sentir, sino por mí. En el caso de una chica normal y corriente, que un chico sintiera eso por ella sería genial, pero en el mío era todo lo contrario, y siendo aún peor, ya que Blade era mi único amigo (amigo-especial), con privilegios podría definirse. Y no quería perderlo. Por ello hoy no había quedado con él en The Moment, pero no había caído en la cuenta de que era viernes, y Christian no estaría. Estaba tumbada en mi cama pensando qué hacer cuando cogí mi cartera para sacar mi móvil, vi el cuaderno de química y lo cogí para cerciorarme de que Christian había apuntado los resultados finales que debía apuntar, “simplemente quieres mirar su impecable caligrafía, ¿cómo es posible que te excite el tipo de letra?” Puse los ojos en blanco mientras había la libreta, y me quedé extrañada al ver un pequeño mensaje en una esquina de la hoja de hoy. Irish lucky, hoy a las 22:30. Sin duda era la letra de Christian, inconscientemente miré el reloj, eran las diez, mi corazón latió con fuerza, debía seguir mi parte razonable, pero la curiosidad ante tanto misterio que lo envolvía me hacía querer descubrir un poco sobre él. Suspiré conocedora de mi debilidad de esclava de mis impulsos primarios.

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Salí del coche en una calle poco transitada, no me extrañaba, digamos que no llevaban lo de la limpieza de las fachadas muy en serio. Me dirigía al pub que había en la esquina de esa calle, cuando una hipnótica melodía me arrancó del corazón latidos desenfrenados. Una corazonada me decía lo que yo había estado esperando toda la noche. Reconocí la canción al instante. Era pieces, de sum-41, mi canción favorita. A medida que me acercaba al bar con acentuada rapidez podía distinguir más y más deliciosos matices de aquella voz tan perfectamente inhumana. “No puede ser”, me repetía hacia mis adentros, aunque sin ningún resultado de moderación por mi parte. Era una voz suave, melodiosa, hipnótica, atractiva, magnética… Todos aquellos adjetivos se podían discernir en aquella voz. Apoyé mi mano en el picaporte, respiré profundamente y empujé la puerta con mi cuerpo, abriéndome paso hasta aquella voz, echando a bajo todas las fronteras que me separaban de él. No daba crédito a lo que veía. Me quedé pasmada como un poste en la entrada. Nada mas entrar, mis ojos se posaron en él. Christian brillaba sobre un desarmado escenario, las luces azules celestiales lo iluminaban, aportándole el aspecto de un ángel caído. Detrás de él, tres chicos más, un bajista; que estaba a su derecha, un guitarrista, aunque Christian también tocaba la guitarra; a su izquierda, y el batería; detrás de él interpretaban las notas. Nada mas entrar, pareció que notara mi presencia, sus ojos se clavaron en mí dejándome sin aliento. Tuve que apoyarme en la pegajosa pared para evitar caerme. Estaba cantando el estribillo, mirándome a los ojos, parecía que solo me lo cantara a mí, que solo estuviéramos nosotros dos en la sala, pero eso no era así. Subido sobre ese escenario, cantando aquella canción… era perfecto. Y eso era lo que les parecía al resto de clientes del bar. Aunque por lo general, eran todas chicas salidas que no paraban de gritar, chillar, berrear y dedicarle improperios y alguna que otra prenda de vestir que solo se deberían enseñar en la intimidad de las sábanas. Aquello me hizo despertar de mi ensoñación. El resto eran un par de hombres sentados en la barra mirando sin interés. Una morena, de cuerpo de infarto se subió al escenario agarrando a Christian de la chaqueta. Éste, que hasta entonces me seguía mirando (provocando la furia de mas de una fanática), se apartó de sus brazos con cuidado, mientras los gorilas de seguridad subían detrás de ella y se la llevaban en volandas. No cabía decir que todas las chicas, sin excepción alguna, llevaban unos modelitos provocativos. Su voz se me clavaba descubriendo mi alma, haciéndome sentir como si me deslizara por una pendiente sin frenos, aquello marcaba un antes y un después. Era demasiado abrumador para mí, me sentí indefensa, vulnerable, lo que me irritó, mi esencia se revolvió salvaje en mi interior. La temperatura de la sala empezó a subir, provocando la repentina escasez de ropa en el público. Christian seguía mirándome, ello me relajó, aunque su expresión era de preocupación. La canción acabó y él, ignorando la demanda de otra canción por el público bajó del escenario. Iba directo hacia mí, estaba justamente en frente, veía el camino. Pero una aglomeración de chicas en ropa interior se metió en medio. Lo agarraban, sobaban… No podía seguir mirando aquello. La ira se adueñaba de mí ser, mi esencia gorgoteaba en mi interior. La temperatura siguió subiendo, ocasionando que algunos de los hombres de la barra, que se cansaban de observar la escena, pidieran al camarero que subiera el aire acondicionado. Las botellas de la barra empezaron a estallar, obligando a la gente de alrededor tirarse al suelo para protegerse. Pero las chicas seguían con lo suyo. Una pelirroja que, mientras Christian intentaba abrirse camino, se le tiró al cuello como una sanguijuela chupasangre, y le dedicó un lametón. Christian se la sacó de encima como pudo, los gorilas de seguridad intentaban hacer su trabajo, pero les era imposible con tanta histérica de por medio. Todas parecían hipnotizadas por su voz. Noté como mi esencia brotaba de mí ser furiosa, no eran celos de su contacto, era envidia de su normalidad, me encantaría poder besar a Christian sir correr el riesgo de que todo se desmoronara, de que vidas inocentes

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corrieran peligro, la ira lo consumía todo a su paso, la frustración explotó. El cansancio y la abrumación se adueñaron de mí. Mis piernas cedieron y caí al mugriento suelo. Mi vista se fue nublando hasta que todo estuvo negro. Recuerdo perezosamente gritos de terror y más voces histéricas, unos brazos que me rodeaban y me elevaban, el suelo desapareciendo tras de mí.

CAPÍTULO 8 La cabeza me daba vueltas, me sentía completamente aturdida. Abrí los ojos, pero la cosa no mejoró. Todo estaba oscuro a mí alrededor. No sabía donde estaba, pero sí pude determinar que me hallaba tumbada en lo que parecía un sillón, que por el tacto deduje que era de cuero. Algo se movió en la estancia, una forma felina, como un depredador que acecha a su presa. Me levanté de un salto y me puse en guardia. No me ayudó mi estado de desorientación, no se como conseguí tenerme en pie. Una pringosa capa de sudor recubría mi piel, provocando que el pelo se me pegara a la nuca. -Tranquila, soy yo. -La voz aterciopelada de Christian surgió de la nada. Encendió la luz con un suave “clic” y el mundo se iluminó ante mí. Me encontraba en el centro de un salón decorado siguiendo el patrón de un modernismo frívolo y elegante. Entre la intimidante televisión de plasma y los enormes ventanales que daban a las transitadas, pero ahora iluminadas y vacías calles de Manhattan, se hallaba el sillón de cuero donde había despertado. Era de cuero, pero no lo parecía. Lo había dejado irreconocible. Estaba sucio a causa de mi pringosa piel y repleto de quemaduras. Se me sobrecogió el corazón, además, parecía que valía una pasta. -Lo… lo siento. -Me disculpé señalando el destrozado sillón. No podía articular palabra, seguía desorientada, sentía como el cansancio se adueñaba de mí ser. Mis rodillas comenzaron a temblar, cedieron, vi la moqueta que se acercaba a mí a una velocidad vertiginosa. En el último momento, noté sus brazos que me rodeaban y me sostenían en el aire. -No te disculpes. -Me susurró mientras me ayudaba a sentarme en el sillón. -Estoy bien, no hace falta que… -Chsss ¿Eres siempre tan testaruda, o solo conmigo? -Sonrió. Esbocé un mohín a modo de respuesta. Un pinchazo atravesó mi cabeza y levanté la mano para sujetarla como reflejo. Christian debió notar mi mueca de dolor, porque la suya tomó un ápice de preocupación. -¿Estas bien? -Preguntó mientras se sentaba a mi lado. -Si, solo estoy un poco mareada, pero ya se me ha pasado. -Intenté sonar convincente, pero la hospitalidad de Christian no conocía límites. Giré mi cabeza y le miré. Sus ojos parecían ser de un azul más intenso esa noche. Me daban ganas de sumergirme en ellos. Empecé a notar como mi corazón aumentaba el ritmo, la energía de alrededor luchaba por entrar dentro de mí. Necesitaba largarme de ahí, y como suponía que Christian no me iba a dejar ir en mi estado, necesitaba distraerme, estar sola, y si nada de eso funcionaba … no quería ni imaginar lo que podría pasar esa noche. -Necesito una ducha para despejarme, será mejor que no abuse más de tu tiempo y que me vaya ya a casa. - Hice ademán de levantarme, pero Christian tomó mi muñeca impidiéndome la huída. En ese mismo instante me hubiera encantado deshacerme de mi

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mano. Pero su contacto no hizo sino que empeorar la situación, estaba empezando a descontrolarme. Cerré los ojos, inspiré hondo y conté hasta diez. Cuando acabé, su mano seguía sobre mi muñeca. -No te vayas. -Su voz era tan intensa que noté como mi corazón se derretía. -Por favor. Ya había acabado el cupo de fuerza de voluntad de todo el año, así que, ya estaba todo perdido. Mi suspiro de derrota le dio bandera blanca. -Ahora mismo te preparo el baño. -Su voz sonaba tan divertida que no me quedó mas remedio que quedarme ahí sentada mirando como se alejaba y renunciar al plan de huída. Entró en lo que debía ser el cuarto de baño y me quedé sola en el amplio salón. Estaba contemplando las abrumadoras quemaduras del sillón cuando noté que alguien me observaba. Me giré y al instante supe que me arrepentiría de ello toda mi vida. Christian estaba apoyado en el marco de la puerta, condenadamente atractivo con su sonrisa de medio lado que tanto me hacía sentir. -Ya está listo. Te he dejado algo de mi ropa, ya que no tengo ropa de mujer. -¿Es que nunca las traes a tu guarida? -Nunca. -Su pícara sonrisa lo delató. Entré en el impecable cuarto de baño. Tenía una enorme ducha-bañera, al lado de ésta había una encimera con una de sus camisetas negras doblada. La cogí, olía a él. Debajo estaban unos pantalones anchos de deporte, eran cortos, pero a mí me llegarían por debajo de la rodilla, debían ser de baloncesto. Me metí en la ducha, todos sus jabones estaban perfectamente alineados. Usé un champú de frutas exóticas para el pelo y uno de limón para mi pringoso cuerpo. Dejé que el agua cayera sobre mi piel, era una sensación extremadamente relajante. Noté cómo la energía me poseía, ya no había vuelta atrás. Después de todo si que necesitaba una ducha. Salí de ésta y me envolví con una de sus toallas. Me cepillé el pelo, con un cepillo que Christian había dejado cuidadosamente sobre el lavabo. Después tiré la cabeza hacia bajo y atrás para dejar mi pelo con volumen. Me puse su camiseta, que me llegaba un palmo por encima de las rodillas. Me encantaba su olor. Deseché la idea de ponerme sus pantalones. Me miré al espejo por primera vez en siglos. Siempre el mismo aspecto, aunque esta noche no me desagradaba. *** Estaba en mi cuarto, tumbado sobre mi cama. Shira estaba en la habitación de al lado, en el baño. El agua dejó de correr hace un rato, con lo que estará a punto de salir. Oí unos sinuosos pasos, miré hacia la puerta, volví a mirar a la puerta. Ahí, apoyada en el marco de la puerta estaba ella. Llevaba puesta mi camiseta, parecía un camisón, le dejaba un hombro al descubierto. Se pusiera lo que se pusiera, siempre estaría tremendamente sexy. Pero esta vez, la cosa no paraba allí. No podía articular palabra. Su pelo, mojado, caía onduladamente sobre sus hombros. Sus piernas, interminables… Tenía un aspecto deseoso. No me podía creer que esa fuera la camiseta que me había puesto tantas veces. En ella quedaba tan bien… *** La ducha no había ayudado en lo que a Christian se refería. La energía ya había empezado a cambiarme, como la idea de desechar los pantalones. Sentía como la energía me embriagaba, entraba en mí, y lo peor de todo, yo la dejaba entrar. Christian estaba tumbado sobre su cama, había visto la puerta abierta y me había quedado apoyada en el marco, como él había hecho hace un rato. En cuanto me vio se recostó apoyado sobre un 37


brazo. Sus ojos se abrieron como platos y pude oír como un suspiro salía de su boca. Por una vez era yo la que controlaba la situación. Estaba en mi juego. Pero lo que él no sabía era que la situación nos controlaba a los dos. Se levantó de la cama recuperando la loción del tiempo. Carraspeó. -Será mejor que te deje la cama libre, supongo que estarás muerta de sueño. -Se me había olvidado por completo que debían de ser las tres de la mañana si mi orientación seguía funcionando. -¿Y tú dónde vas a dormir? -En el sillón. -¿Qué? no puedo permitir que duermas ahí, lo he dejado inutilizable. -Yo también sabía ser intransigente. -¿Tanto quieres dormir conmigo? -Ya te dije que yo no necesitaba muchas horas de sueño. -¿Y que planeas hacer? -¿Tú no estas cansado? -Digamos que yo tampoco necesito muchas horas de sueño. -Me gustaría preguntarle qué hacía hoy cantando en ese bar, pero no quería que a raíz de eso indagara en qué diablos le hice al bar. Aunque supongo que pudo pensar que fue un incendio provocado por algún escape o algún problema con los circuitos eléctricos. -Podrías enseñarme la casa. -Sugerí lo más rápido que pude. A modo de respuesta se encogió de hombros y salió al comedor. Yo lo seguía, no me había dado cuenta hasta ahora que llevaba puesto el pijama. Y lo cierto era que le quedaba espectacularmente bien. Llevaba unos pantalones grises largos y una camiseta de manga corta negra que se ajustaba a la medida perfecta marcando sus definidos músculos. Estaba mirando su perfecta espalda cuando se dio la vuelta para mostrarme la única habitación que quedaba por ver a parte de la cocina, que no hacía falta mostrar, ya que se veía a simple vista, hacía esquina en el salón. Abrió la puerta y me quedé asombrada al ver tantas culturas acogidas en una habitación. Pedacitos de un montón de partes del mundo eran las protagonistas de esta habitación. Me quedé ahí, en la puerta, con la boca abierta sin creerme todo eso. Christian me observaba divertido. -Vaya, sí que has viajado. -Articulé extremadamente sorprendida. -Bueno, quería conservar algo de cada lugar. -Observé detenidamente cada objeto mientras él me explicaba cuál era su origen. Porque no eran objetos de recuerdo como los que se venden en todas las tiendas, sino que cada uno tenía su propia historia. -¿Y tu padre? -No vivimos juntos. -¿Por qué? -Nunca llevé bien la convivencia con otras personas. -Vaya muñeco, eres una caja de rarezas. -¿Eso es lo que te llamó más la atención de mí, puzle?

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-En realidad fue tu capacidad para recibir golpes. -Pegas como una chica. -Una chica que te podría patear el culo.-Llegamos hasta una piedra de un color púrpura que me dejó especialmente anonadada. Pareció ver mi asombro, así que se colocó a mi lado y la cogió. -Esta piedra la encontré en una cueva submarina de España. Me llamó la atención de entre todas las demás. -Es preciosa. -No supe si lo había dicho, ya que estaba tan absorta observándola que apenas conseguí un susurro. Pero Christian me miró, y no se muy bien qué fue lo que hice, pero me miraba de una forma muy extraña. Tan intensa que dí un paso atrás. Me sorprendió mi capacidad para escapar del peligro, supongo que tantos años huyendo de él había conseguido tomarlo como una forma de vida. Pero él dio un paso hacia mí, dejándome entre la espada y la pared. Su mirada estaba tan llena de algo que no podía descifrar, era tan apasionante. Mi respiración era tan fuerte que creía que se me iba a abrir un agujero en el pecho. Dejó la piedra sin desviar su mirada de mí en una estantería a su izquierda que le vino de perlas en ese instante y se acercó más a mí. Sentía su respiración, su pecho contra el mío. Su mano, confiada, se acercó a mi rostro. Sentí una descarga de placer como nunca antes había sentido. Demasiado tiempo sin sentir nada. Su mano bajó por mi cuello. Mis ojos se cerraron de placer, pero los volví a abrir para saborear cada momento desde todos los sentidos. Bajó su mano hasta mi cadera, noté que era el momento, iba a suceder lo que los dos sabíamos que iba a pasar desde el instante en que nos conocimos. Se acercó más a mí, por muy imposible que pareciera. Nuestros labios se rozaron, me zambullí en sus ojos. Las olas me arrastraron, pero de una manera relajante, sensual, peligrosa. Acaricié su sedoso pelo mientras nuestras esencias se fundían, mi energía brotaba, pero no lo abrasaba, sino que le daba vida. Por primera vez en siglos tuve sensación de frío. Quería más, y él también. Noté su esencia que recorría mi ser, se adueñaba de él. Me inundaba apagando mi abrasador fuego, dejando una profunda sensación de frescor, que por primera vez en mucho tiempo me hacía sentir humana. *** Solo necesité que de su boca saliera una palabra y no pude frenar. “Es preciosa” me dijo, preciosa pensé yo, tú si que eres preciosa, que sabes ver y observar todo lo que te rodea, captas la belleza de la vida, pero no ves la tuya. Quise demostrársela, necesité demostrárselo. Los impulsos se adueñaron de mí como nunca antes había ocurrido, pero con ella era distinto, nunca sabía a qué atenerme, era un mundo a parte. La arrinconé como a una presa, pero en realidad era ella la que me tenía preso de sus encantos. Le acaricié el rostro, esa preciosa cara, no puedo decir el tiempo que hacía que quería acariciarla, ni puedo describir la sensación que me invadió. Sus ojos, tan reales, impresionantes, me hipnotizaban, me hacían suyo. Me incliné hacia sus labios y fue algo increíble, nunca antes había experimentado algo así. Un fuego que me derritió por dentro, tan intenso que me dio calor, descongeló mi corazón, intacto desde siempre. Ahora a merced de esa hermosa criatura. Necesitaba más, más calor, más fuego. Nuestro beso se volvió mas intenso, nuestras caricias más seguras. La conduje hasta mi habitación. Ella me empujó sobre la cama. Me impresionó su rostro, era una Shira distinta, una Shira deseosa, que asimila los sentimientos. Con su pecho subiendo y 39


bajando apasionadamente, a punto de estallar. Una mirada de pantera, junto con una pícara sonrisa, a los pies de mi cama, era una diosa. *** Me sentía como nunca antes, era extraño. La energía entraba en mí, no me resistía, me poseía, era agradable, excitante. Una magia se adueñaba de mí. Lo miré deseosa. De su garganta se deslizó un gruñido felino que me erizó el bello de la nuca. Los dos sonreíamos, era feliz por primera vez en mucho tiempo, éramos felices, una felicidad intensa y efímera, como eran las felicidades más abrasantes, lo notaba. Salté sobre él, los dos reíamos, jugábamos, crecíamos. Mis manos se deslizaron bajo su camiseta, acaricié su vientre, se la quité, él se dejó hacer. Nuestras bocas se encontraban, era tan intenso que creía que me moriría. Pero lo fue más. Nos miramos a los ojos, sin barreras, era hermoso. Se posicionó sobre mí, sus ojos destellaron, aparté un mechón de su frente, fue una pregunta silenciosa, le besé respondiendo. Lo notaba, notaba sus caricias por todo mi cuerpo, nos dejamos ver. Lo sentí dentro de mí, fue único, especial. Y lo volví a sentir dentro de mí, y otra vez, y otra vez más… Mordí su hombro sin poder evitar el placer que me pedía gritar, él gimió, lamió mi cuello, mis pechos, arqueé mi espalada acercándome al clímax, nos miramos en el momento, vi la explosión reflejada en sus azules pupilas, no resistí y grité victoriosa. Noté como nuestras esencias se fundían la una con la otra en un éxtasis celestial, para finalmente volver a ser dos. Aquella noche dormí, no porque yo quisiera, simplemente me dormí entre sus brazos y fue la mejor noche de mi vida.

CAPITULO

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Me desperté relajada, extrañamente a gusto. Entonces vi a que se debía. Estaba entre sus brazos, la noche anterior me vino como un flash. No podía ser. Ahora ya no me poseía ninguna magia. Me levanté veloz, cogí mi ropa del baño y salí por patas. Llamé a un taxi y llegué a casa. Estaba al borde de un ataque de ansiedad. Había sucumbido a la tentación. Esto era una maldición, ser como era, que inevitablemente me dejara llevar por la energía que me rodeaba, la que penetraba en mí. Sin pensar en lo que debía hacer, cómo iba a tener mi vida, si nunca era yo la dueña de mi cuerpo, no podía vivir así. Solo quería borrarlo todo, la noche anterior, a él, todo. Fue perfecto y eso es lo que me hace más daño. No puedo engancharme, no es bueno para mí ni para él que sienta cosas. Luego es inevitable que pase alguna catástrofe. Salí del taxi y corrí, solo podía correr, borrarlo todo. Mis piernas iban solas, no tenía que pensar en nada. Deseaba poder tener una goma que borrara todo lo que yo quisiera. Pero la goma es material, con lo que solo borraría las cosas materiales. En cambio las no materiales perduran, inmortales. Seguía corriendo, no podía parar, no quería parar. No sé cuanto tiempo estuve corriendo, solo sé que en algún momento dejé de hacerlo y

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caí al suelo. Me quedé ahí, sobre la húmeda tierra, entre un ejército de árboles que me protegían. Pero me sentía vulnerable, más que nunca. Tenía una sensación extraña, me dolía el pecho, era demasiado cansado reprimir lo que sentía, y más aún después de aquella noche, intentaba olvidarlo, pero me dolía. Me doblé sobre mi misma, cerré los ojos y lo dejé salir, lo que llevaba acumulando durante tanto tiempo. Un grito de dolor desgarró mi pecho, un anillo de fuego se formó a mí alrededor arrasando con la primera línea de árboles. Abrí los ojos, estaba en mi cama. No llevaba la pringosa ropa de ayer, alguien la había cambiado por uno de mis camisones de antaño. Me sentía agarrotada, estaba en trance. No tenía fuerzas para permanecer consciente. Me dejé caer por un oscuro precipicio sin fin. No sé cuanto tiempo estuve volviendo a la realidad y marchándome otra vez a un mundo menos doloroso. Quizá horas, días… Me recosté sobre mi cama. -Te encontré tirada en el bosque. Venía a verte, espero que no te importe. -Blade estaba sentado en un sillón al lado de mi cama. Negué con la cabeza. No sé que aspecto debía tener, pero supongo que horrible, ya que Blade parecía profundamente preocupado. -¿Quieres hablar de ello? -Yo volví a negar con la cabeza. -De acuerdo. ¿Necesitas algo? -No. -Mi voz sonó diferente, abatida, sin fuerzas. Estuve durmiendo varios días más. Blade iba y venía. Se preocupaba por mí, algo que yo no me merecía. Pero no tenía fuerzas ni ganas para decírselo. Algo hizo que me despertara una de esas veces en las que no sabía muy bien en qué mundo estaba. Alguien estaba llamando a la puerta. Y aparte de algún excursionista perdido solo dos personas sabían que vivía aquí, y Blade no tenía por costumbre llamar, sino que entraba por la ventana. Una sensación de agonía recorrió mi cuerpo. Blade no estaba, tendría que enfrentarme a él yo sola. O bien podría hacerme la loca y fingir que no estaba en casa. Volvió a llamar a la puerta. Me levanté de la cama, no se muy bien para qué, empecé a dar vueltas por mi cuarto. Sabía que Christian no se iba a dar por vencido, seguramente se preocuparía, pensaría que me he caído por las escaleras, o que me he resbalado en la ducha … Fuera lo que fuera, seguiría llamando a la puerta, intentaría entrar, no sabía que hacer. Pensé en esconderme en el armario, pero me quedé reflexionando qué narices estaba haciendo. Esta era mi casa, y él era un chico con el que no tenía ningún compromiso. Podía decirle que fue un error y que no me interesaba, por muy doloroso que fuera. No, no podía, si ni siquiera podía mantenerme consciente un día entero, a quien quería engañar, debía actuar como una cobarde y esconderme. Mi salvación entró por la ventana, había empezado a oscurecer y Blade podía salir. Me vio dar vueltas como una lunática por mi cuarto, temblando, a punto de un ataque de ansiedad o algo por el estilo. No sé cómo no huyó. -Hay un chico llamando a tu puerta. -Necesito ayuda. -Era la frase más larga que decía en días. Parecía dispuesto a colaborar. Me fijé en que su naturaleza vampírica había vuelto. Demasiado tiempo sin probar mi esencia. -¿Puedo esconderme en tu casa? -Mi voz sonaba suplicante. Se podía ver hasta que punto me aterraba Christian. -Claro. Pero, ¿cómo vamos a salir sin que nos…? Pretendes que te lleve volando, ¿me equivoco? - Mi mirada suplicante le confirmó su temor. -De acuerdo. -Se aproximó a mí, me cogió en sus brazos. En ese momento oí como la puerta principal se abría, Christian debía estar preocupado. Me sentía fatal, aunque peor no me podía sentir, así que Blade se lanzó por la ventana, en el último momento

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desplegó sus impresionantes alas de murciélago, más que alas se asemejaban a dos sombras, podrían estar hechas por una oscura niebla, eran enormes. Nos elevamos, planeamos, volamos. Me encantó la sensación del frío viento contra mi cara, la sensación de estar colgando. Observé a Blade, su rostro, tan atractivamente peligroso, recortado contra la luz de la luna, él también era distinto. -¿Qué miras? -Preguntó divertido. -Nada. -Seguí mirándole y él sonrió. Llegamos a su casa, entramos por la ventana a su cuarto. Me traía buenos recuerdos, pero esa era otra Shira, ahora no me podía permitir cometer más errores, no sé como se lo iba a decir a Blade. Me tendió sobre la cama con sumo cuidado, acarició mi mejilla con una ternura que desconocía. Le había cambiado, cambios que perdurarían para siempre, o puede que su comportamiento se debiera a otra cosa, una cosa que me complicaría la vida más de lo que ya era. El temor de que Blade se hubiera enamorado de mí en este momento parecía más próximo. Tenía un mal presentimiento. -Blade… -¿Si? -No estarás sintiendo nada por mí, ¿verdad? -El silencio que hubo a continuación contestó a mi pregunta de una manera tan rotunda que la presión en mi pecho aumentó. -Pero no importa, me ceñiré a nuestro trato implícito, placer sin compromisos. -¿Cómo? ¿No ves que eso ya es imposible? -Cerré los ojos e inspiré profundamente masajeándome la sien. -No puede ser lo mismo porque tú te harás daño, y yo no quiero, a mi también me importas, no de esa forma pero lo suficiente como para cortar esto antes de que vaya a más. -Intenté levantarme de la cama, no me gustaba esa sensación de vulnerabilidad, no me gustaba parecer débil. -No, por favor. -Se puso delante, impidiéndome la salida. -Te ruego que antes de que te vayas me escuches. -Me quedé ahí, dejando que se explicara, no tenía nada que perder. -Si, me he enamorado de ti, pero eso no cambia nada, sé que tú nunca te enamorarás de mí. No te pido eso, y si te quedas te prometo que solo te pediré que seamos amigos. Porque te respeto. Y antes que no estar contigo prefiero tu compañía, tu amistad. Por favor, tómalo como un favor. En ese momento no me sentía capaz de alejarme de él también, no quería hacerle daño, pero si mi compañía le reconfortaba, aunque solo fuera una mínima parte, podría quedarme. -¿Amigos? -Si. -Extendió la mano y yo se la estreché.

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Siempre había entendido a lo que mujeres se refería, aunque ya sabía que con Shira sería distinto. No puedo dejar de pensar en esa noche, fue un regalo divino, mágica, perfecta. Pero el no poder ni ver a Shira me estaba torturando, nunca le solía coger cariño a la gente, pero con Shira todo me salía tan natural que me asustaba. No me la podía sacar de la cabeza. Ella hacía que me volviera demasiado protector, yo nunca había sido así, pero me daba la impresión de que no le daba mucha importancia a su vida, y eso es algo que hacía que enloqueciera. Hacía dos semanas que no venía al instituto, hace una semana fui a ver si estaba bien, pero no había nadie en casa. Aunque un intenso olor a vampiro me dijo que había estado acompañada. Pensándolo bien, a lo mejor me estaba haciendo un favor, tengo que centrarme en mi trabajo. Últimamente

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he estado algo descentrado y mi padre comienza a sospechar algo. Nunca debí dejar que me pasara esto. Pero aún así, irremediablemente mi corazón aletea como nunca cuando entro en el laboratorio de química con la esperanza de encontrármela allí, sentada, ojeando su libreta de fórmulas, impregnada de esa letra suya tan elegante y perfecta. O no paro de recordar todos sus gestos, su olor, el tacto de su pelo, salvaje, mientras revoloteaba y me producía un agradable cosquilleo por mi piel. Lo que me divertía verla con esa mueca de enfado. Su lado sexy, del que soy su prisionero. Pero no, se acabó, esa chica solo me ha dado problemas.

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Mi recuperación era lenta, pero el dolor del pecho y la agonía se iban transformando en una sensación de sequedad, que me hacía alejarme aún más de este mundo, una amargura se estaba extendiendo cada vez más por mi ser. Poco a poco iba ocupándolo todo, dándole al entorno una forma más difuminada, quitándole importancia a lo que me rodeaba. Me pasaba el día intentando distraerme, pero todo me parecía aburridamente mundano. Así que intenté cultivar mi mente. Iba a la biblioteca; leía, me llevaba libros, me había acostumbrado a aparecer en un Starbucks de la zona oeste de la ciudad, a la que nunca iba. Renové mi armario con ropa de todos los tipos. Escuchaba música todo el día, me encantaba dejar todos los ruidos urbanos atrás. Blade me ayudaba mucho, me acompañaba en cuanto anochecía, íbamos al cine o al parque. Hacía que me entretuviera. Nos dimos cuenta de que le rejuvenecía con solo mi presencia. Aunque de una manera mucho más lenta que cuando había contacto físico. Me encantaba oírle tocar el piano. Era delicado, sensual, pero seguro. Estábamos tumbados en el sillón negro que compró cuando empezamos a pasar mucho tiempo el uno con el otro, junto con la enorme televisión de plasma. Estábamos viendo una de esas películas antiguas de terror en blanco y negro, de las de nuestra época. Me encantaba poder hablar de ello con él, de los tiempos pasados, historias. En realidad sus historias, ya que a mí no me gustaba hablar de mi pasado. -Voy a buscar trabajo.-Lo solté sin más, pero me pareció una fantástica idea para sentirme realizada. -Ya se que no te va a gustar lo que voy a decir, es más a mi tampoco me gusta, pero creo que deberías volver al instituto. No puedes huir de los problemas constantemente. -Su voz era tierna, sabía que lo decía por mi bien. La propuesta me produjo un revuelo en el estómago, mi cara me delató, como siempre. Pero Blade tenía razón, no podía huir de los problemas, además, Christian ya se habría olvidado de mí, así sería mucho más fácil. Inspiré profundamente segura de lo que iba a decir: -Creo que tienes razón, voy a volver al instituto. -No me podía creer lo que estaba diciendo, pero sabía que era lo correcto. Me fijé en que los ojos de Blade se volvieron un ápice más oscuro, le apenaba que tuviera que volver a mi casa, no pasaríamos tanto tiempo juntos. Estas últimas semanas en su compañía habrían sido geniales si no fuera por el hecho de que estaba intentando volver a reprimir todo lo que había dejado salir. Sabía que Blade lo estaba pasando fatal al sentir como su cuerpo volvía a estar otra vez muerto, no quería imaginarme cómo se sentía, además, él era mi amigo y me ha ayudado enormemente estas semanas, creo que deberíamos recompensarnos por ello. Blade ya sabía lo que yo sentía, le tenía mucho aprecio, era una de las personas más importantes para mí, no solo como un simple amigo, él de cierta forma era mi compañero, me hacía sentir cosas, no tan fuertes como con Christian, pero cosas

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bonitas al fin y al cabo, así que si decidíamos disfrutar de vez en cuando, no había nada malo en ello. -¿En qué estas pensando? -Me dijo dulcemente con una sonrisa tan tierna que decidí cumplir su deseo y también el mío. -En esto. -Me incliné sobre él y dejé que disfrutara de mi aroma mientras mis labios buscaban los suyos. Había olvidado lo bien que me sentía al besar a Blade. Era tan tierno y dulce, pero a la vez tan peligroso que hacía que durante esos momentos me olvidara de todo lo demás. Él siguió mi beso feliz de mi regreso, aun no me había recuperado, pero eso era un comienzo.

CAPÍTULO

10

Hoy era el día que volvía al instituto, decidí inspirar y espirar profundamente contando hasta diez para intentar relajarme mientras subía las escaleras del instituto. Como de costumbre llegaba tarde. A primera hora me tocaba ciencias, todo despejado, ni rastro de Christian. Se armó algo de revuelo a mi llegada, mis compañeros me preguntaron que tal estaba, por qué no había asistido a clase, yo les comenté que había sido una gripe que se resistía a irse. La siguiente clase era hora de estudios. Me senté al fondo, pude elegir sitio, era la primera en llegar. A medida que pasaba el tiempo e iba llegando la gente, la clase se estaba llenando. Mi corazón dio un doloroso vuelco cuando el rostro de Christian se asomó por la puerta de clase. Su mirada helada se posó en mí mientras se adentraba en la clase. Ni siquiera hubo un mínimo cambio cuando me vio. Se sentó en su asiento y no me volvió a mirar en toda la clase. Por fin llegaba la última hora, el verdadero reto. Cuando entré en el laboratorio, extrañamente Christian aún no había llegado. Me senté en mi sitio y esperé a que comenzara la clase mientras el resto iba llegando. Finalmente Christian entró en el último momento y se sentó en su sitio, a mi lado. No recordaba la intensidad del olor de su aroma hasta que me abofeteó embriagándome, recordándome aquella noche. Comencé a perder el control, pero intenté estabilizarme, lo que me provocó un gran mareo. Para colmo Mimi decidió acercarse hasta nosotros, bamboleándose “sensualmente”, provocando una situación bastante más violenta por mi parte. -Vaya Shira, ¿dónde has estado estas semanas? -Su voz me provocó un escalofrío haciéndome cerrar los ojos por un efímero momento imperceptible. -He estado enferma. -Intenté sonar convincente, aunque creía que más por Christian; que notaba como observaba la escena por el rabillo del ojo. -Vaya, nunca antes te habías puesto enferma. -Sus ojos desinteresados en el tema se posaron sobre Christian, su verdadero objetivo desde el principio. Ella empezó a lanzarle lascivas miradas y humedecerse los labios con su bífida lengua. Christian parecía ajeno a la imagen, así que Mimi decidió colocarse justo delante de él, obviando por completo mi presencia. -Sabes, este fin de semana es mi decimoctavo cumpleaños. -Se inclinó hacia delante dejando ver algo más de lo que uno debería presenciar de una persona vestida. -Y me gustaría que vinieras como mi regalo de cumpleaños. -Si puedo iré, estoy seguro que será interesante.-Mi mente comenzó a bullir al escuchar de nuevo su voz. -¿No hace un poco de calor aquí? -Aprovechó la situación para bajarse algo más la

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camiseta, por muy imposible que pareciera dar de sí. Todo empezó a girar vertiginosamente, me agarré a la mesa de laboratorio para no caerme. -Uy, Shira, ¿te encuentras bien? -Su falso tono de preocupación fue lo último que oí antes de salir por patas de la clase, dándome con todas las mesas que giraban a mí alrededor. Salí al pasillo y fue un desahogo. Todo estaba vacío y se podía respirar sin ningún problema. Apoyé la espalda en la pared y me dejé caer sobre el agradecidamente frío suelo. No se cuanto tiempo estuve allí sentada agarrándome las rodillas y apoyando la cabeza sobre ellas. Oí la puerta de mi clase y unos pasos que se acercaron. Por el dulce olor a lavanda supe que se trataba de la persona menos indicada para estar ahí. Se acercó y se sentó junto a mí. Yo no encontré el valor suficiente como para levantar la cabeza. -El profesor Elliot me ha mandado a que me asegurara de que estas bien. -Su voz sonó notablemente moderada. -Estoy bien. -Mi voz fue solo un susurro sin ganas de desatarse, pero sabía que él lo había oído. Noté como suspiraba mientras se levantaba y entraba en clase. No podía pensar que esto sería tan duro, notaba mi corazón, vacío, por mi culpa. Pero yo sabía que lo mejor era esto, para los dos. Nunca pensé que el vacío pesara tanto. Poco a poco, había soportado diez minutos a una escasa distancia, incluso habíamos intercambiado palabras. Notifiqué al profesor Elliot que mi enfermedad aún no estaba erradicada, él me permitió irme antes de hora. No estaba en mis mejores condiciones como para enfrentarme a Christian. Salí al aparcamiento, agradecí encarecidamente poder sentarme en mi coche y respirar profundamente. La noche prometía, el olor a noche rondaba por cada rincón, embriagándome. Se notaba que era una noche especial, era el cumpleaños de Blade, no me quiso decir cuantos años cumplía, pero sí que quería celebrarlo conmigo. Abrí el armario en busca de algo especial para esta noche. Lo encontré, al fondo de mi armario, el vestido perfecto para la ocasión, nunca me lo ponía porque era demasiado perfecto, y las noches normales no eran para él. Era un vestido de seda negro, lo compré en una boutique a finales de siglo, su fina tela se adaptaba a mi cuerpo como una segunda piel, tenía un tono especial, con cada movimiento de su maravillosa tela refulgía con un brillo mágico. Sabía que a Blade le encantaría. Había comprado cosméticos y cremas de todo tipo para la ocasión, quería que Blade pasara la mejor noche de su vida, por lo tanto yo debía estar a la altura. Llené la bañera de agua mezclada con una fragancia exótica oriental. Olía a orquídeas y narcisos, dándole un toque de frescor. Me metí en la bañera mientras el agua iba absorbiendo la sequedad de mi piel. Estuve bastante tiempo ahí, mezclándome con las fragancias que fui utilizando para enjabonar mi piel. Me envolví en mi albornoz, después cepillé mi recién cuidado cabello, había quedado más fino y brillante con el carísimo champú que me había comprado. Lo sequé y me hice un recogido como los que se solían llevar en la época de Blade. Entré en mi cuarto y vi mi vestido extendido sobre la cama, dándole un toque glamuroso a todo el cuarto. Antes de ponérmelo me unté el cuerpo con otros exageradamente caros aceites orientales. Noté la agradable sensación de la seda rozando mi hidratada y fina piel. Me miré al espejo y el resultado fue el esperado, recordé la noche en que lo estrené, fue para un importante baile de sociedad, gasté mis ahorros en ese vestido, aunque no resultó como me esperé. Por ello quería que esta noche fuera perfecta. Me calcé unos elegantes zapatos de tacón del mismo tono que el vestido. Decidí ir al baño a estrenar mis cosméticos, no quería nada recargado, así que me pasé la raya de ojos, pinta labios rojo, rímel y un poco de sombra para remarcar mis facciones. Oí un coche que aparcaba en la graba de en frente de mi casa. Estaba muy contenta ante las expectativas de la noche. Cogí mi chaqué y el bolso de noche a juego con el

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vestido, aunque sabía que no iba a tener frío. Los pendientes eran negros, finos y largos, se veían perfectamente con el recogido. Salí casi corriendo a la entrada, al salir al exterior me dí cuenta de que algo no iba bien. El coche que estaba aparcado no era el de Blade, sino uno completamente distinto que no había visto nunca. La puerta del coche se había abierto y de él bajaba alguien que no era Blade. Me quedé paralizada, no podía reaccionar al comprobar que la silueta pertenecía a Christian. Tenía el rostro desencajado y avanzaba hacia mí cuidadosamente. Se paró a escasos metros, estaba alterado. -Ha pasado algo. -Al ver que yo no iba a decir palabra siguió hablando. -Se trata de Blade. -La mención de Blade activó una alarma en mi interior que me hizo despertar. -¿Qué pasa con Blade? -Mi voz sonó asustada, pero a la vez amenazante. -Lo he encontrado en un callejón, es el único que se ha salvado, lo he llevado a su casa,… creí que querrías saberlo. -Si,… gracias. -Está herido, nada grave, un rasguño. -Su voz era un murmullo, su mirada estaba clavada en el suelo, no sabía por qué, pero no podía mirarme a la cara. -Te puedo llevar si quieres. -Gracias. -Fuimos hasta su coche, esta vez no esperé a que me cerrara la puerta. Lo veía extraño, sus ojos eran más fríos que nunca, al igual que su comportamiento. Aún así lo veía algo alicaído. No sabía si era por la impresión que le había dado esta noche encontrar a un vampiro medio muerto o por otra cosa, aunque la frialdad de su mirada me decía que no le daban mucha impresión ese tipo de cosas. Llevábamos un rato en el coche cuando decidí romper el silencio. -Parece que va a llover esta noche. -Fue lo más estúpido que podía decir, con lo cual fue lo que dije. Estaba preocupada por Blade, pero sabía que él estaba bien, era un vampiro, no podía pasarle nada grave. Lo que más me preocupa ahora era mi relación con Christian, tenía que alejarme de él, pero era condenadamente doloroso ver aquello, sentir su silencio. No podía estar así, necesitaba verlo sonreír, reír, como cuando lo conocí. Pero eso era imposible, yo lo había estropeado todo dejándome llevar aquella noche, tuve que cortar por lo sano. Lo que no entendía era por qué él se comportaba así, era el típico hombre que podía tener a quien le diera la gana, estaba cien por cien segura de que yo no le podía haber importado tanto, no como él a mi. -No lo intentes. -Su voz sonó seca, fría… -¿El qué? -Intentar entablar conversación. -¿Prefieres seguir así? -Su silencio me hizo saber que no, pero que estaba dolido. Aquel golpe fue tan doloroso que me dieron nauseas. Me temblaban las manos, intenté esconderlas, pero su vista de depredador era infalible. -¿Qué te pasa? -Su tono parecía algo amenazante. El temblor de mis manos era tan violento que no podía ocultarlo. Reprimir mi esencia podía resultar tan agotador que incluso tenía efectos secundarios. -Nada, no me pasa nada. -Suspiró ante mis evasivas sabiendo que era una cabezota de mucho cuidado. Disminuyó la velocidad del coche hasta parar. -¿Qué haces? -Empecé a ponerme aún más nerviosa, las manos me temblaban a una velocidad vertiginosa. “Mierda”. Empezó a subir la temperatura del coche, la situación era cada vez peor, tenía que escapar de aquello, sino Christian podía resultar herido. -¿Qué te pasa? -La voz de Christian sonaba ansiosa. No pude aguantar más, así que abrí la puerta del coche y salí por patas. Llevaba tacones de aguja, con lo que la huída no pudo ser muy rápida. Al poco oí unos pasos que se acercaban apresuradamente. Christian se colocó delante de mí impidiéndome huir. Al menos había conseguido salir

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del coche, al aire libre, la fresca brisa podría amenizar un poco mi inoportuno ataque de pánico. Pero como no, aquello no funcionó. -Déjame pasar. -Para colmo sonó como un sollozo. Intenté empujarlo a un lado para poder pasar, pero fue un error entrar en contacto con él. Eso no hizo sino que aumentar el dolor e inimaginablemente el temblor. Tenía los ojos tan llenos de lágrimas que ni siquiera podía ver. Christian no se apartó de delante y choqué contra él, intenté dar marcha atrás, pero él me agarró por las muñecas. -Aparta del medio. -Intenté golpearle con mis puños, pero temblaban tanto que parecía que intentaba espantar moscas imaginarias. Él me agarró aún más fuerte las muñecas atrayéndome hacia él. Yo me dí por vencida y apoyé mi cabeza sobre su pecho intentando dejar de sollozar, no quería que él me viera así, por ello me tapé la cara con su pecho. Él soltó mis muñecas y me aguantó por la cadera, sentí su cabeza sobre mi recogido. Inspiré su aroma profundamente, era tan relajante. Me aparté lentamente y me enjuagué las lágrimas con el dorso de las manos, tenía la cabeza baja, con la mirada en la desgastada acera. -Mírame. -Sonó más como una súplica que como cualquier otra cosa. Yo negué con la cabeza incapaz de articular palabra. -Mírame. -Volvió a repetir con esa voz tan dolorosamente desgarradora que otra nueva tanda de lágrimas afloró de mis ojos. Me cogió de la barbilla con una suavidad enternecedora y subí la mirada hasta dejarla caer sobre sus ahora turbios ojos. –Si no quieres saber nada más de mí dímelo y te dejaré en paz. -Era una cobarde, no podía decir nada, me sumergí en sus ojos, su máscara de frialdad pareció resquebrajarse por un segundo. -No te vayas. -Me sorprendí a mi misma soltando esas palabras, ¿cómo podía tener tan escasa fuerza de voluntad? Me abofeteé la cara mentalmente. Acercó su mano a mi mejilla y secó mis lágrimas con su manga. -¿Por qué? -Porque… ¿no ves que solo tú me pones nerviosa? -No sabía que decir, la situación era abrumadora para mí. -Entonces, ¿por qué te fuiste? -La mención de aquello me hizo volver a la realidad, pero no podía controlarme llegados a este punto. Me aparté de él y le dí la espalda. -Corres peligro cerca de mí. -Fue muy duro sincerarme de aquel tema con él. -Tengo que ir a ver a Blade, puedo ir sola desde aquí. -Intenté rodearle e irme, pero algo me detuvo. -Shira, sé que eres especial, que no eres normal, que a tú alrededor ocurren cosas… extrañas, pero no vas a hacerme daño. -Tú no me conoces, te estoy salvando la vida alejándome de ti, lo que pasó la otra noche fue muy desconsiderado por mi parte, te puse en peligro y tuve que cortar por lo sano… -Me fijé en el rostro de Christian, para mi sorpresa se estaba riendo, aquello me repateó de tal manera que las manos comenzaron a temblar más violentamente que antes. Le pegué un empujón y salí calle arriba. -Shira, ¡Espera! -Oí como corría en mi busca pero yo decidí que esta vez no me atraparía tan fácilmente. Ya solo quedaban veinte metros hasta la casa de Blade, tenía las llaves que me dio de su casa en el pequeño bolsito que desgraciadamente me había dejado en el coche de Christian, “maldición”. Seguí corriendo, oía los pasos cada vez más cercanos, llegué hasta las escaleras de Blade, las subí de un salto y reduje la puerta a cenizas con solo tocarla, no me daba cuenta de lo que hacía, era como si estuviera en un sueño, en el que solo importaba alejarme de Christian y llegar hasta Blade. Subí las escaleras medio cayéndome por culpa del mareo que sentía. Abrí la puerta de su cuarto y me quedé ahí bloqueada ante lo que podría pasar a continuación. -Vaya, pareces muy preocupada, ¿Christian no te dijo que no fue nada? solo un

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pequeño rasguño. -Se quedó observándome sonriendo, parecía cautivado por algo, pero no sabía qué. Blade estaba tumbado en su cama con un pequeño vendaje en el costado, se le habría regenerado la piel enseguida, pero a lo mejor prefería no verse la cicatriz hasta su completa curación.- Estas… -No parecía poder articular palabra, en ese momento irrumpió Christian en la habitación. Yo me coloqué al lado de Blade en la cama, me senté a su lado con rapidez. Tenía tanta rabia que quise demostrarle que no le necesitaba para nada, así que me acerqué más a Blade. Éste seguía mirándome sin prestar atención al recién llegado, parecía que estuviera hipnotizado. -Estas arrebatadora, yo… -Sus ojos desprendían tanta luz que creía que verdaderamente estaba en un sueño. -¿No es el ser más hermoso que has visto nunca? -Por primera vez apartó la mirada de mí y se fijó en Christian. Yo no quería mirarle, así que decidí seguir con la vista fija en Blade. -Si. -La respuesta de Christian me pilló desprevenida, fue tan débil el tono de su voz que parecía que estuviera afectado de verdad. -Gracias por traerla, Christian, y por ayudarme esta noche. –Christian asintió, se dio la vuelta y se marchó. -Tenía una noche genial preparada, pero aún tenemos tiempo para la mitad. -Blade intentó levantarse con una mueca, pero yo lo retuve con una mano. -No puedes salir en este estado, lo podemos posponer para otro día, no pasa nada. -Le acaricié el costado tiernamente, donde tenía la herida. Probablemente si tuviera cien por cien su condición de vampiro la herida ya habría cicatrizado. -Pero no puedes desperdiciar tu vestido y lo radiante que estas esta noche quedándote en casa. ¿Por qué no vas con Christian? parece un buen tío. -Al ver mi repentina rigidez decidió seguir con el tema. -Se que hay algo entre vosotros dos, no quiero entrometerme… -No lo haces, eso solo fue un error. -Desvié la mirada, se notaba que el argumento me incomodaba, así que me alejé e intenté cambiar de tema. -¿Cómo te hirieron? -Fue todo muy rápido, como se suele decir. Estábamos un grupo de vampiros en un callejón, les estaba preguntando si sabían algo del Browliing que habíamos encontrado muerto. También había uno con nosotros en el callejón, me estaban explicando que se habían detectado muchas muertes de browliings en los últimos meses, algo muy peligroso, cuando una sombra cayó del cielo. Parecía un hombre de estatura media, pero se movía como un felino, su agilidad no era humana, llevaba una katana y en dos segundos había reducido a todos a cenizas, me llevé un corte en el costado y me había dado un golpe por detrás en la cabeza dejándome inconsciente, hace siglos que nadie me dejaba inconsciente-se tocó la parte de la cabeza donde había recibido el golpe-. Cuando me desperté, vi que el Browliing estaba muerto y alguien se había llevado su energía, tenía las mismas marcas que el primero que vimos. No entiendo por qué me dejó con vida. -Si alguien ha estado robando energía, significa que planea algo muy gordo. -Le hubiera preguntado como es que Christian le había traído a casa, pero no quería mencionar de nuevo el tema. -Cuando desperté vi a Christian, me dijo que si necesitaba ayuda, me reconoció porque me había visto hablar contigo en The Moment, con lo que suponía que era amigo tuyo y le dije que si podía avisarte. -Claro que el tema volvió a surgir. -Shira, ¿me podrías hacer un favor? -Claro, lo que tú quieras. -No desperdicies esta noche, ya celebraremos mi cumpleaños otro día, ahora sal a divertirte. -Haré lo que pueda, por cierto, ya no tienes puerta.

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CAPÍTULO

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Salí a regañadientes de su casa, no sabía a dónde ir, no tenía coche y mi casa estaba demasiado lejos como para ir con esos vertiginosos tacones de aguja. Decidí andar por la calle, necesitaba relajarme, así que opté por ir al parque, pero la suerte no estaba de mi parte. Christian había salido del coche y estaba con la espalda apoyada en una farola mientras me observaba detenidamente. -Te has dejado el bolso. -Lo sé. -Tengo allí el coche. -Hizo un gesto con la mano señalando el coche que estaba aproximadamente a diez metros. Sin decir palabra me dirigí al coche y esperé pacientemente a que él abriera. Con un clic del mando a distancia se abrió el seguro de las puertas, abrí la del copiloto, cogí mi bolso y el chaqué. -Gracias. -dije secamente mientras me iba. -¿Es que siempre vas a huir? -No huyo, evito una situación incómoda. -Son sinónimos. -Pero no lo mismo. -Tengo que llevarte a casa, órdenes de Blade. -Blade me ha dicho que aproveche la noche, y es lo que voy a hacer. -Vale, ¿a dónde vamos? -Tú no se, pero yo en esa dirección. -Señalé con el dedo hacia el norte. -Y ¿cómo piensas volver a casa? -”mierda”, siempre acababa pillándome. -En taxi. -¿Con qué dinero? -¡¿me has mirado el bolso?! -Era cierto que no llevaba nada, digamos que mis fondos se habían reducido considerablemente con mis últimas compras de cosméticos para esa noche. -No, pero tú misma acabas de delatarte. -”joder” -Pues mira, me iré andando. -¿Con esos tacones? -La conversación empezaba a irritarme demasiado, sabía que él lo hacía adrede y se estaba muriendo de la risa. Mientras la discusión transcurría no habíamos dejado de andar, el parque estaba a tan sólo a unas manzanas. -Qué quieres que te diga, tengo unos pies fuertes. -Pareció divertirle mi respuesta. ¿Vas a seguirme toda la noche? -Si no me dejas otro remedio. -Bramé de una forma tan cómica que no pudo evitar que se le escapara una risilla. Nos adentramos en el parque, me dejé caer en el lugar donde estuvimos la última vez. El lago estaba iluminado por la luz de la luna, la cual se reflejaba en sus aguas.

*

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Me senté a su lado. El paisaje era tan bello que no pude evitar ensimismarme con él. Shira tenía la vista perdida en el horizonte, lo hubiera dado todo por saber en qué estaba pensando en ese mismo momento. Me fijé en su rostro, la luz de la luna recortaba su perfil en contraste con la oscuridad de la penumbra del bosque nocturno. Algunos mechones rebeldes se habían escapado de su precioso recogido cayendo de

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forma rizada en distintas direcciones dándole un aire despreocupado que la hacía sencillamente perfecta. No podía dejar de mirarla, hasta que me dí cuenta de que se había ruborizado. -Se puede saber ¿qué estas mirando? -Parecía irritada, lo que me divirtió encarecidamente, le daba el aspecto de una niña pequeña. No quería que supiera lo que estaba pensando, antes tendría que tirar una barrera abajo, era cierto que quería dejarle espacio y que no era asunto mío, pero si era la razón por la que no podía acercarse a mí, necesitaba saberlo. -Shira. -Mi tono repentinamente serio y profundo la pilló desprevenida. -¿Si? -¿Qué eres? -Ante la directa pregunta se quedó completamente en blanco, pero extrañamente tranquila. La falda de su vestido se ondeaba con el viento mientras meditaba la respuesta.

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Si hubieran podido, las manos me habrían temblado como nunca, pero el paisaje me inspiraba una paz imperturbable, en el fondo sabía que era lo mejor, que llegaría este momento. Tenía que decírselo, eso estaba claro, era la única manera que tenía de que se alejara de mí, ya que por lo visto yo no tenía la suficiente fuerza de voluntad. Era demasiado doloroso y profundo para mí como para decirlo con palabras, así que decidí darlo todo, era por su bien, y por el mío. *

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Shira puso su mano encima de la mía y una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo, pero no como las que sentía cuando ella me tocaba en otras ocasiones, sino completamente distinta, tampoco era desagradable, me sentía conectado a ella de alguna forma, entonces ocurrió. Una imagen se abrió paso en mi mente. Había una joven, llevaba ropa de antaño, parecía… era Shira, físicamente eran iguales, solo que la joven de la imagen tenía una luz en los ojos que la hacía parecer más joven y feliz. Estaba riendo, parecía muy contenta, sentía su alegría, su amor. Estaba hablando con un chico, parecía tan solo un par de años mayor que ella, ella se sentía atraída por él, no solo eso, sino como ya había sentido antes se trataba de amor. Estaban en lo que parecía una habitación de madera, a juzgar por la ventana estaban en una segunda planta. Yo también me sentía feliz, sentía lo mismo que ella. La alegría aumentó cuando el joven se arrodilló en el suelo y le cogió la mano. Le pidió matrimonio, pero la cara de la joven Shira se ensombreció, de repente me sentí abrumado. -Antes de que acepte, tienes que saber una cosa de mí. Hace unas semanas mi cuerpo comenzó a cambiar, me parece justo que lo sepas antes de tomar alguna decisión. -La voz de la joven Shira estaba cargada de vida. -No me importa, te quiero y siempre te querré. -Eso pareció animarla a que siguiera. -Como te iba diciendo, mi cuerpo cambió bruscamente, me han estado pasando cosas muy extrañas, no sé en qué me he convertido, pero ahora puedo hacer esto. -Shira chasqueó los dedos y de ellos salió una pequeña pero intensa llama de fuego. Ahora mismo no sentía como Christian, sino como la joven Shira. Un revoltijo de sentimientos se agruparon en mi ser esperando la respuesta del joven amor de ésta. El joven retrocedió asustado. -Tú… -La señaló con el dedo severamente. -¡Eres un monstruo!-Aquellas palabras

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resonaron en mi cabeza mientras sentía como un enorme agujero se comía todo mi ser dejando un horrible vacío, era como si cayera por un precipicio y chocara contra el suelo. Era tal el sufrimiento que deseé morir, era tal el dolor que se desmayó. Al despertar vi como la casa se había reducido a cenizas, las palabras comenzaron a sonar de nuevo “eres un monstruo”, y cientos de imágenes de libros mitológicos aparecieron en mi cabeza mientras una voz profunda leía algunas frases sueltas, como: -“Existe un dios para cada elemento”, “fuego, tierra, agua, aire, luz, oscuridad”, “el fuego es el elemento más pasional, siempre se deja llevar por sus sentimientos, no puede evitarlo”, “son seres divinos” -Eran todo frases de libros antiguos, pero la conclusión fue fácil de sacar, todo encajaba, Shira era un elemento, o también llamado diosa del elemento. Las voces fueron debilitándose hasta que solo oía la mía propia. Abrí los ojos, volvía a estar en el lago, Shira ya no me tocaba la mano, ya no me miraba a mí. Notaba la tensión en cada uno de sus músculos. -Toda mi familia murió en aquel incendio,… por mi culpa. -Vi como las lágrimas resbalaban de sus ojos. Al ver todo aquel dolor que aquel joven le había causado, una rabia tan letal me invadió que me dieron ganas de matar a ese estúpido. Ella para nada era un monstruo, era una diosa. Yo ya había oído hablar de los elementos, por supuesto que había oído hablar de ellos. Ella no, no podía serlo,… entonces caí en la cuenta, claro, claro que podía serlo, creo que siempre lo supe, pero nunca había querido creerlo. Sabía que ella era especial, sabía que no era humana, pero un elemento… por supuesto que lo sabía, todo encajaba, pero ojala no encajara. Era lo peor que me podía decir, no por ella, sino por mí. Era mejor que no estuviéramos cerca, ella había hecho todo lo que había podido, ahora me tocaba a mí, yo ya había metido la pata, demasiado hondo, por cierto. Debía hacer lo correcto, por ella, por mí. Lo que hice a continuación me dolió tanto que cada vez que cierro los ojos recuerdo su mirada, sus lágrimas. Ella seguía esperando una respuesta, sus lágrimas se habían abierto a mí, como un abanico de cientos de colores. Yo me levanté y como un cobarde me fui, la dejé allí, sola, con su precioso vestido. En realidad era lo más noble que podía hacer.

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*

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Yo ya sabía lo que venía a continuación, la agonía, la presión en el pecho, el dolor… y después nada, todo se quedó en un abrumador vacío. Me tumbé en el césped y dejé que pasara el tiempo. No se lo habría podido decir en un lugar mejor, el dolor fue insoportable, pero la paz que absorbía del paisaje era un gran soporte.

CAPÍTULO

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Me pasé una semana entera en casa, lo único que hacía era quedarme tumbada en la cama, de vez en cuando veía la tele. Blade me hacía compañía todas las noches, ya que por el día le era imposible. Como ya no me quedaba dinero decidí ponerme a trabajar, claro que podía pedir dinero a mi familia de Seattle, como había hecho hasta hoy, pero quería empezar a ganarlo por mí misma. Tenía pensado pedir un puesto de trabajo en el 51


Starbucks que había empezado a frecuentar en mi última “crisis”. Si el encargado era un hombre no habría mucha complicación en conseguirlo, la cosa cambiaba si era una mujer. Llegué al Starbucks en mi coche, necesitaba el puesto de trabajo, era el último depósito de gasolina que podía permitirme. “Perfecto”, pregunté a un joven dependiente de detrás de la barra, me dijo que el encargado me vería en un momento. Todos llevaban un uniforme sencillo de gorra y delantal verdes con una camiseta blanca. El encargado no era una excepción. Era un hombre joven de unos treinta, algo atractivo, aspecto risueño. Me dijo que justo necesitaban a un dependiente, así que mañana empezaría mi periodo de prueba. Fui al instituto por la mañana, esta nueva “crisis” era distinta, esta vez no sentía ningún tipo de dolor, nada me importaba, solo había vacío en mi ser. Estaba empezando a parecer una tragedia griega, o peor, una telenovela-basura. Christian ya no me hablaba, ni me miraba, simplemente era como si no existiera para él, “mejor“. Solo me trataba en casos estrictos en clase de química. Llegaba pronto al trabajo, así que decidí pasarme por casa de Blade para ver cómo estaba. La puerta, de un tono más claro y de una forma más rústica que el resto de las puertas de la misma calle delataba que había sido renovada hace poco. Abrí con mi llave, era de día, con lo que era imposible que estuviera interrumpiendo nada que no fuera dormir. Como imaginaba todo estaba desierto, subí a su cuarto, la oscuridad era completa. Entré y cerré la puerta tras de mí. De repente una mano en mi cintura me sobresaltó, aunque enseguida reconocí el tacto. -No deberías tentarme a estas horas, estoy hambriento. -Su susurro en mi oreja me produjo un agradecido escalofrío, después de todo decidí disfrutar de lo que la vida me ofrecía, era muy sensual, su voz aterciopelada ronroneando… Respondí con una risilla completamente juguetona. Él hizo de depredador y yo de la inocente presa. Me empujó sobre la cama, yo daba susurrados gemidos que le daban más placer al juego. Se lanzó sobre mí impidiéndome ningún tipo de movimiento, me encantaba esa atmósfera. Gruñó como un lobo hambriento mientras olisqueaba mi cuello produciéndome un placentero cosquilleo con su nariz. Él sabía que no me podía hacer ningún daño físico, aún así siempre había sido encarecidamente tierno, hoy veía su lado salvaje, quería sentirlo como el depredador que en realidad era. Posó sus labios contra mi cuello y presionó, era un placer distinto, ilimitado, fuerte, pasional… Gemí, ahora me tocaba a mí, cerré mis piernas entorno a su cadera, las presioné y giramos, ahora yo quedaba encima, me quité la camiseta y la lancé lejos, no podía ver, solo sentía y oía, sabía que él estaba disfrutando, al igual que yo lo habría hecho si pudiera sentir algo más que meras sensaciones superficiales, no podía sentir nada, todo me daba igual, así que de perdidos al río. Rasgué su camiseta con un leve movimiento de muñeca, él gimió. Me cogió por las muñecas y volvió a apoderarse de la situación. Se deshizo de mis pantalones en un abrir y cerrar de ojos, me lamió el pecho, buscaba mi sangre, oía como me fluía rápidamente por las venas bajo mi fina capa de piel, le volvía loco. Me dejé hacer mientras nos involucrábamos más y más el uno con el otro en aquella cacería perpetua. Al final llegué al trabajo algo tarde, el encargado no pareció percatarse, una dependienta llamada Sally me mostró la “maquinaria” que tendría que utilizar a partir de ahora hasta saber cuando. Parecía una chica simpática, era joven, de más o menos mi edad cuando yo la tuve realmente. Yo asentía educadamente, lo había captado todo. Los primeros días mis cometidos serían limpiar las máquinas de zumos, las cafeteras y en segundo plano, si no podía evitarse, atender a los clientes, el encargado aún no se fiaba de mí, pero con mis casi doscientos años de experiencia de la vida, vio que lo cogía rápido y pronto ascendí en el estamento social del Starbucks. Después de unas

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semanas atendía a la mayor parte de la clientela, hacía horas extra y el resto de trabajadores podían tomarse más descansos laborales. En unos meses el encargado ya confiaba más en mí que en la mayoría, ahora me dejaba las llaves para que acabara de limpiar yo sola y cerrara la cafetería. Una noche estaba acabando de recogerlo todo, ya había cerrado, era tarde, las diez y media más o menos. Alguien entró en la tienda, yo estaba de espaldas, no sabía quién era. -Lo siento, hemos cerrado. -Me giré y comprobé que se trataba de Blade, ahora era tan humano que ni siquiera había reconocido sus ahora ya no tan silenciosos pasos, ni su reciente mundano aroma. Él sonrió. Se reía descaradamente siempre que me veía con el uniforme, yo me hacía la dolida, pero a quien pretendo engañar, lo de actuar no es lo mío, no engaño a nadie. -Sé donde compraron el almacenamiento de energía que el atacante utilizó para quitarles la energía a los browliings. En lo que parece una taberna de mala muerte por fuera, pero que en realidad es una especie de ultramarinos para seres no tan “normales”, un punto de encuentro donde se reúnen a pasar el rato. -Esta bien, dime dónde está y cuando cierre iré para allí. -¿Cómo? ¿Te crees que vas a ir tú sola? el mérito es mío. -Lo de ser más humano tiene sus desventajas, eres débil y vulnerable, ya casi no eres vampiro. -Ya, menos en lo de beber sangre y quemarme con el sol. -Su semblante se ensombreció. No podía imaginarme lo terrible que sería ahora para él matar a personas y beberse su sangre. Antes no tenía humanidad, pero ahora sí, con todo lo que ello conllevaba. -Shira… -Si. -Me… me repugna, ya no sabe bien, es horrible… -Sus ojos se volvieron dos sombras mientras su cara formaba una mueca de repulsión. -Tendremos que alejarnos una temporada. -No, si seguimos adelante podría dejar de ser lo que soy, podría recuperar mi alma. -¿Es que no te has dado cuenta? -Mi tono sonaba incrédulo. -Ya tienes alma, ¿que vampiro se sentiría mal al cazar?; que resulta ser lo más divertido para ellos. -El nombrarlos como “ellos” y no como vosotros pareció conmover profundamente a Blade. -Quiero seguir adelante, quiero comprobar hasta dónde puedo llegar, podría volver a ver el sol… por favor, Shira, es lo que más deseo en este mundo desde hace décadas, desde que me convirtieron. -En el estado de alusión total en el que estaba no me importaba para nada, sabía que no estaba bien, pero ¿quién sabe lo que esta bien?, lo que parece malo para mí, es bueno para él, el bien y el mal se ven difuminados en la vida real, ya solo se guía por el instinto animal. Me encogí de hombros abatida, ¿por qué no? esa pregunta era la más acertada, ya que por mucho que sintiera que no debía, no se me ocurría ninguna razón de peso para no hacerlo. Si, es cierto que Blade podría morir, pero acaso no querría yo lo mismo si pudiera acabar con esta condición, la muerte podría resultar un consuelo, y si además los últimos segundos los viviera como la humana que fui, sería algo perfecto, de ensueño, claro que querría, claro que me tiraría de cabeza, sería… “Pero ya faltaba poco“, aquel pensamiento me revigorizaba. -De acuerdo, pero tendrás que intentar buscar otra forma de alimentarte, lo de chupasangres ya está pasado de moda. Ahora os describen como unos seres románticos y desmesuradamente atractivos que van rondando a jovencitas para enamorarse de ellas. -Mi respuesta, aunque de todo menos graciosa “cielos, ¿por qué nunca puedo tener aunque sea un momento de ironía? parezco un puñetero molusco”, pareció ser

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interpretado por Blade como un billete a la salvación, tenía demasiada confianza en que no podía salir mal.

CAPÍTULO

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Blade me guió hasta el “tugurio”, desde fuera parecía el “servicio” donde iría la gente del tugurio. Cuando entramos la cosa no mejoró mucho, era sorprendente que tan solo estuviera a unas manzanas del acomodado Starbucks. En el primer piso gobernaba un “amplio” espacio ocupado por las mesas y sillas donde seres de todo menos normales berreaban y bebían “¿cervezas?”, no sabría decir con seguridad. Al fondo estaba la mugrienta barra con un hombre de estatura baja detrás, sirviendo las bebidas. Al lado de la barra estaba un pequeño marco de puerta con una cortina roja que Blade me señaló, ahí era donde se guardaban las mercancías no “normales”. Se podía distinguir un piso superior donde la juerga no aminoraba, por el ruido de las bolas al chocar entre sí, deduje que había una mesa de billar. “No sabía que les gustaran las mismas distracciones que a los humanos”. Lo cierto era que nunca había querido acercarme a este mundo, pero si veía alguna anomalía tenía que informarme de la situación, y las muertes de broowliings era una anomalía bastante importante. Nos acercamos a la barra, noté como el resto de ocupantes nos miraban indisimuladamente. -¿Puedo ayudarles en algo? -El camarero utilizó un tono amable. Con el aspecto humano de Blade y mi inexistente fama social debían de pensar que éramos humanos extraviados, aunque no podría llegar a entender qué clase de humanos entrarían en este local voluntariamente. -Si, quería saber si últimamente ha tenido clientes que le compren almacenamientos de energía. -La voz de Blade sonó segura, pero no creo que durara mucho, el barullo de los borrachos cesó al oír el motivo de nuestra visita. -¿Perdón? -El camarero parecía consternado, empezaba a ponerse nervioso y a transpirar. -Sé que vende almacenamientos, no nos haga perder más el tiempo y díganos quién se los compra. -No puedo dar información de mis clientes. -El camarero estaba desconcertado, su voz era apenas un susurro tartamudeado. -Últimamente han estado muriendo broowliings a los cuales se les ha robado su energía, no nos iremos de aquí hasta que no nos dé lo que le pedimos. -La chica se puede quedar, -después de una escandalosa carcajada prosiguió con su poética advertencia. -pero tú, si no te vas tendremos que enseñarte a ver dónde no eres bienvenido. -Uno de los escandalosos del fondo se había levantado (impresionantemente, realmente no creía que fuera capaz de hacerlo debido a su abundante cantidad de alcohol en vena) y apuntaba a Blade con su dedo amenazador. -Patético. -Susurré mientras me apoyaba en la barra, por el rabillo del ojo veía como el camarero padecía un ataque de nervios, su cuerpecillo no paraba de temblar violentamente. -¿Decías algo?, eh guapa.-Otra vez aquella repugnante risa exageradamente escandalosa -que, ¿quieres pasar un buen rato? Yo te enseñaré a divertirte. -Veía cómo cada milésima parte del cuerpo de Blade se tensaba vorazmente. Yo seguía de espaldas a aquellos indeseables. No me importaba lo que decían, pero sabía que tenía que hacer algo o la nueva humanidad de Blade cometería alguna estupidez. Empecé a canalizar la 54


energía que me rodeaba. -¡Callaos insensatos! -El camarero estaba aterrorizado, al parecer tenía algo más claro con quien estaban tratando, debió ver algo en mis ojos, solían delatarme. -Divertirme m… ¿por qué no lo habías dicho antes? -Cerré los ojos, noté como la energía entraba en mí y no luché para reprimirla. Al abrir los ojos el panorama cambió, todos los presentes cambiaron de parecer, ahora estaban perplejos e inmóviles por lo presenciado, el pavor refulgía en sus ojos. Podían sentir mi esencia emergiendo. Lancé una amarga carcajada, ya no controlaba mi ser, así que simplemente me dejé llevar, se estaba muy a gusto. Dejé caer mi puño sobre la barra, el estruendo hizo que algunos presentes comenzaran a removerse incómodos en sus asientos. -Vamos a pasar un buen rato, ¿quién quiere empezar?, ¿nadie?, vamos, que no os voy a comer. - De mi pecho salió una fuerte carcajada que me dejó impresionada, notaba como mi esencia victoriosa se expandía por mi cuerpo. -¿por qué no tú? -Señalé al enorme hombre que había intentado intimidarnos con sus aires burlescos. -¿Ya no tienes ganas? -Él no, pero yo si. -Uno de los hombres a mi espalda se levantó, ni siquiera me giré para mirarlo, al momento un aúllo de dolor emergió de su pecho, luego nada… se había reducido a cenizas. -¿Alguien más? -Todos bajaron la mirada, nadie se atrevía a enfrentarse a mi persona. -Por favor, si lo desea le puedo mostrar donde guardo los almacenamientos de energía. -Un tímido murmullo se abrió paso a duras penas del pecho del camarero, el cual tenía la cabeza inclinada como si encontrara algo interesante en alguna de las mugrientas maderas que formaban el suelo. Mi nuevo ser tomó la delantera y se acercó al camarero con un paso firme y seguro. El camarero nos dirigió hacia la roja cortina que Blade me había señalado en un principio. La puerta daba a un sinuoso pasillo de paredes de piedra que parecían haber pasado mil y una batallas. Llegamos a una sala que seguía el mismo criterio decorativo que las paredes del pasillo. En la sala se hallaban una gran variedad de elementos que no sabría acertar ni de lejos para qué servían. Nos llevó hasta una esquina, donde había un mugriento expositor, desde el cual se veían unos pequeños dispositivos, como los mundanos almacenadores de archivos que se usan para transferir datos de un ordenador a otro. -Estos son los únicos tipos de dispositivos energéticos que tengo. -¿Ha tenido mucha demanda últimamente? - Blade le preguntaba expertamente mientras yo observaba distraída todos los extraños aparatos que me rodeaban. -No, no es muy común la compra de estos dispositivos, no se suelen usar. -Ya veía a donde queríamos llegar, pero no quería delatar a su comprador tan directamente. ¿Temor? -Entonces… ¿hace tiempo que nadie le compra ninguno? -Bueno… no, últimamente he tenido un comprador… -Veía que la conversación no avanzaba, así que mi ser liberado tomó las riendas de la conversación, al parecer se exasperaba con facilidad... -¿Quién es ese misterioso comprador? - Es, es… no se quien es… venía con una capucha, no le vi la cara, pero… el tipo de monedas que me entregó para pagar eran peculiares, monedas mágicas antiguas, que ahora se podrían usar como colección, una reliquia. Las monedas que se usaban en antaño en el mercado mágico, para la compra y venta de artilugios relacionados con la magia.- Mi atenuada mirada le dio pie para seguir. - Y solo conozco a una persona que posea ese tipo de riquezas… - Edward Petemberg. -Blade acabó la frase. El suave asentimiento del camarero nos acabó de confirmar el nombre.

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-No fue Edward, sino alguno de sus siervos. - Lo peor de todo era que yo ya conocía bien ese nombre, seguía resonando en mi cabeza mientras viejos recuerdos asaltaban mi mente. - Shira, ¿estas bien? - Blade me despertó de mis ensoñaciones. -Si, si. -Empecé a tomar la recompostura, la Shira salvaje volvía a un recoveco de mi alma, fue entonces cuando me percaté de que había usado mi “poder” delante de Blade, lo observé detenidamente, él me sostuvo la mirada, seguía a mi lado, no parecía tener miedo.

CAPÍTULO

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- ¿A que no sabes quién da una fiesta en su lujosa mansión?-Blade parecía de un gran humor esa tarde. - Mm… veamos, yo no soy, así que…. ¿la reina de Inglaterra? - Si, muy graciosa, ja… ¡Edward Petemberg! y como persona perteneciente a la gran élite estamental de Manhattan estoy invitado, pudiendo optar por ir acompañado de quien yo elija. - ¿Y quién será esa afortunada persona? - Estaba demasiado ocupada quitando los restos de chocolate de una mesa del Starbucks con una bayeta, como para prestarle verdadero entusiasmo a la conversación. - Así le quitas toda la gracia -Blade fingió ofenderse e hizo un mohín. Yo resoplé para quitarme un mechón de pelo rebelde de mi cara que no conseguía sujetar con la coleta. - ¿Y ya te ha visto el resto de la alta sociedad con tu renovada humanidad? -Esbocé una mueca de fastidio mientras intentaba acabar con una grumosa mancha que se me resistía. El local ya estaba vacío y me había quedado encargada para recogerlo todo y cerrar cuando acabara. -No me he dejado ver mucho últimamente, pero… aquí viene lo mejor… es un baile temático, un baile de máscaras antiguo del siglo dieciocho, además van a ir humanos, así que no habrá ninguna sorpresa desagradable, ningún peligro. -Yo no estaba de acuerdo con lo del peligro, y la sorpresa desagradable estaba por ver, no le había dicho a Blade que conocía a Edward, porque si se lo decía tendría que mencionarle de qué lo conocía, y aunque Blade no había hecho ningún comentario acerca de lo que había pasado en aquel tugurio, no quería tentar a la suerte. La verdad era que me encantaría asistir a uno de esos bailes, hacía años que no acudía a ninguno, además, como guardaba todos mis vestidos, sabía que tenía uno perfecto para la ocasión, nunca está de más visitar viejos amigos, aunque ello te traiga trémulos recuerdos. Yo nací a principios del siglo XIX, pero el estilo de vida del siglo XVIII seguía presente. Acabé de limpiar y recoger el café y me fui con Blade a The Moment, hacía tiempo que no pasaba y me apetecía relajarme un poco mientras me tomaba un Bourbon. Primero pasamos por mi casa a cambiarme, aunque tardamos más de la cuenta porque a Blade no le parecía bien eso de que me volviera a vestir, desnudarme perfecto, era un gran colaborador, pero a la hora de abrocharme el vestido, hubo un problema técnico con la cremallera, digamos que tuve que cambiar de opción y llevar el primer vestido al sastre. Legamos a The Moment un poco acalorados y con el pelo revuelto, parecía una colegiada que reía despreocupadamente con él, notaba como iba cambiando mi

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persona, iba ¿madurando? jajá, no sabría decirlo con certeza. Nos sentamos en la barra, charlábamos tan apasionadamente que no me di cuenta de cómo me observaba una gran parte del local, más bien, como me observaba la parte mágica del local. Me miraban de reojo, no lascivamente, sino con recelo, a una distancia prudencial. Noté una helada presencia a mi derecha. Instintivamente me giré, Christian me observaba con el semblante inexpresivo, incluso podría decirse que con un ápice feroz, me hizo una seña con su cabeza. Me giré hacia Blade y le encargué que le pidiera un Bourbon al camarero. El asintió y no hizo más preguntas, me trataba como a la libre persona que era, si eso ya se lo explicaría cuando volviera, me vio irme con Christian hacia fuera sin la menor consternación en su rostro, la experiencia de los años le había enseñado a ser respetuoso con la voluntad de cada persona. Salí con Christian a una cierta distancia prudencial, era como si no quisiera que nos vieran juntos, aquello más que entristecerme o dolerme me cabreó. Yo le seguía porque sabía que se trataba de algo serio, sino no me hubiera dicho nada, como hasta ahora. Giró hacia el famoso callejón donde se solían encontrar inexplicablemente una gran cantidad de cenizas cada noche. Al parecer no éramos los únicos con la intención de usarlo, aunque con otros fines; una pareja se estaba pegando el lote entre los desperdicios y restos de comida del local. Con un firme “fuera” ordenado por Christian, los jóvenes se esfumaron, no era yo la única que notaba el semblante de Christian algo más serio que de costumbre, al parecer aterraba a las masas, no me sorprendía en absoluto. Entró en el callejón y se paró al fondo, justo de frente hacia mí. Yo le seguí algo inquieta, pero firme. -¿Se puede saber que has hecho? -Su tono era controlado, como si intentara moderarse para no explotar en un millón de pedazos. - Mm… ¿hoy? -Mis aires insolentes no parecieron ayudar en absoluto, comenzaba a estar intrigada. Después de una fuerte espiración para controlarse continuó. - En el tugurio, en el cual no sé por qué tuviste que entrar. - ¿Y a ti qué coño te importa? - Mi austero lenguaje fue fruto de su estúpida pregunta, yo podía entrar donde me diera la gana, después de descubrir qué era, ¿aun seguía con lo mismo? ¿Es que no veía que no corría ningún tipo de peligro? es más, ¿es que no veía que esa era mi obligación? Se masajeó con los dedos las sienes mientras murmuraba algo intangible. - Todo el mundo mágico se ha enterado de lo ocurrido, por todas partes se comenta, todo el mundo habla sobre la chica que quemó a un troll en el tugurio, todo el mundo habla de la mitológica dama de fuego que ha aparecido después de doscientos años de inactividad. -Así que aquel ser repugnante era un troll, vaya, quién lo habría dicho. -¿Y qué tiene de malo? -Lo cierto era que estaba a punto de vomitar a causa del impacto de esa información, era un puro manojo de nervios, pero no quería que él me viera así, debía controlarme. -¿¡Qué qué tiene de malo!? -Christian acabó con su moderación y se lanzó a por mí, me empotró contra la pared mientras me cogía por las muñecas y las apretaba contra la sucia y fría piedra del callejón. Su cara se acercó a la mía, hasta entonces cubierta por las sombras de la noche, ahora podía verla con la claridad de la luz de la luna, su cara esbozaba una mueca de… no sabría como definirlo, letal, daba verdadero pavor. - ¿no te das cuenta? ahora todo el mundo sabe qué eres - El definirme como “que” y no como “quien” me provocó un pinchazo en el pecho que me hizo revolverme, pero él me mantenía bien sujeta. -¿Qué hacías en el tugurio? ¿Por qué te has metido en eso ahora, en ese mundo? -Por si no lo sabes yo soy de ese mundo - poco a poco fui recuperando mi territorio, la energía del ambiente revoloteaba a mi alrededor. -Yo soy una de esas “cosas“, como lo

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“que” soy, mi deber es velar por el equilibrio de ambos mundos, y si eso implica entrar en un apestoso tugurio y calcinar a un repugnante troll, el cual osó desafiarme, pues lo hago. -Le fui escupiendo palabra por palabra, estaba realmente cabreada, dejé salir la energía, mis ojos destellaban amenazantes, ahora era yo la que me acercaba a él. Ambos estábamos en tensión, él me seguía agarrando de las muñecas y nuestras miradas destellaban al unísono, nuestras respiraciones alteradas parecían huir al galope en la misma dirección y sentido. Mis ojos estaban llameando, él fue el primero en reaccionar, me soltó las muñecas y se alejó un par de pasos. Esperaba que hubiera comprendido con quien estaba tratando, no dejé mi amenazante postura, si quería pelea yo no tenía ningún problema en tostarlo un poco, que cogiera algo de color. -¿Es que ha pasado algo que ponga en peligro el equilibrio? -Si así fuera tampoco te lo diría, tú no perteneces a mi mundo. -Mi voz agria delataba mi sentimiento de frustración. -Puedo pertenecer indirectamente, ya te dije que mi educación fue exhaustiva. -No podrías hacer nada para arreglarlo. -Pero tengo muchos contactos en ambos mundos, te podría informar de cualquier anormalidad, sé que tú no estas metida en ello, sino hace tiempo que habría sabido de tu existencia… -Decidí obviar el último tema, aun así no sabía por qué tenía insistencia con ayudarme. -Para relaciones públicas ya tengo a Blade. -Mi tono de suficiencia pareció molestarle, aun así sonrió, sabía que lo tenía ganado, aunque yo no sabía por qué. -He visto a Blade, está mmm... … algo envejecido, no creo que fuera conveniente que él librara ese papel, ya no lo reconocerían y si lo reconociesen aun sería peor, además en el mundo humano no tiene contactos. -”Mierda” tenía razón, Blade no se encontraba en condiciones, si quería protegerle tendría que actuar un poco a sus espaldas, y Christian era el único que podría ayudarme. Suspiré, pero no abatida, sino retadora. -Esta bien, han aparecido dos broowliings muertos a los que se les han robado la energía. -Si, algo había oído, es un asunto bastante serio.-No sabía por qué Christian estaba tan metido en ese mundo, sí sabía de casos de humanos amantes de la magia que se acercaban a ese mundo para observar y servir, pero Christian no parecía uno de esos fanáticos que se obsesionaban con ello. - Pero aun así no entiendo por qué fuiste al tugurio. -El cuerpo del broowliing tenía una marca de un almacenamiento de energía, con el que le sustrajeron la energía. -Entiendo, y fuisteis al tugurio para saber quién le había comprado ese dispositivo. -Exacto. -¿Y bien? -¿Conoces a Edward Petemberg? -¿El famoso magnate? -Si. -Vaya, esto se pone cada vez más interesante, ¿no pensaras asaltar su casa en plan suicida verdad? -No soy tan estúpida - no sabía muy bien por qué lo decía él, siempre me subestimaba, si porque él también sabía que Edward tenía un gran poder o por su exagerado proteccionismo, aunque bien pensado lo último no podía ser, él me había dejado clara su posición hacia mí cuando me dejó en el parque. Supongo que verdaderamente tenía grandes contactos en ambos mundos. -no asaltaré su casa, simplemente le haré una visita de cortesía.

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Odiaba cuando ponía ese tono suficiente de no necesito ayuda, me se valer por mí misma, hasta ahora no lo había hecho muy bien, no sé que le había dado ahora por acatar su deber procedente de su condición mágica, hasta ahora se había desentendido completamente. Verla en su recién adquirida naturaleza me producía un gozo desmesurado, aquella Shira salvaje, la misma que estaba a los pies de mi cama con el pelo húmedo, dejando ver aquellas piernas interminables, sus ojos llameantes de los cuales tan solo unos pocos segundos antes había sentido su calor, ardientes … Necesitaba centrarme, era la única persona que conseguía desestabilizarme. No podía dejar que visitara a Edward, sería arriesgarme demasiado, podría descubrir mi verdad, algo oscuro y aterrador que perturbaría su alma… pero cómo. Si le decía que no fuera iría solo para llevarme la contraria, era de lo más testaruda. Tendría que llevarla por un falso camino, no me gustaba mentirle, pero era preferible a que descubriera mi verdadero yo. Pero intentar que tomara falsas pistas ya era difícil con ella, conque con Blade sería casi imposible, ese vampiro tenía muchos contactos. - Tendrás que deshacerte de tu juguetito. -Me preguntaba si Shira le había dicho que era un elemento, seguro que no reaccionaría como yo, estar con ella se le presentaría como un honor. Que sea el único que no haya salido huyendo cuando Shira se lo contó les habrá unido más. - ¿Perdón? -Notaba como llameaban sus ojos, eran tan apasionantes, podrían incendiar a cualquiera. - Tu… mm... … “vampiro”, o lo que queda de él. Bueno ya casi has acabado con él, que más te da acelerar el proceso. -Mis sospechas no eran falsamente infundadas, verdaderamente él le importaba. No veía como podía ser, pero a la vez me reconfortaba que tuviera a alguien. Shira expandió los brazos y pude notar como la energía que fluía a nuestro alrededor se agrupaba entorno a ella. - No he acabado con él, tú no sabes nada, así que te agradecería que te guardaras tu pobre opinión. -Me repateaba que le importara tanto, además, ambos sabíamos que a Blade no le iba a quedar mucho si se seguían viendo, su presencia le devolvía la humanidad, y no creo que su cuerpo humano aguantara el peso de tantos años acumulados bajo la vida de vampiro. - Sabes qué debes hacer para frenarlo. - He dicho que te guardes tu opinión. -Su voz era un susurro, pero un susurro cargado de ira que podía explotar en cualquier momento, notaba como se iba caldeando el ambiente. - Muy bien, no lo mates, pero no puede meterse en la investigación, sería un lastre. -Su expresión pasó a estar atónita. - ¿Quién coño te crees que eres? Tú eres el que no tendría que ayudarme. Parece que no quieras que tenga a nadie a mí alrededor, no vaya a ser que los calcine a todos ¿no? Su tono sonaba cada vez más amenazante, con un ápice ¿dolido?, sus manos comenzaban a desprender chispas, fogonadas intermitentes. - Pues no te preocupes, a este peligro no le queda mucho, así que ¿por qué no te alejas y me dejas en paz hasta entonces? -Definitivamente sus manos desprendieron dos llamas de fuego, como si fueran sus terminaciones nerviosas. No entendía qué quería decir con lo de que no le quedaba mucho, no quería pensar lo peor, pero viniendo de Shira… - No me refería a eso, pero ¿qué querías decir con lo de que no le queda mucho al peligro? - Cerró los puños y golpeó la pared que tenía a su espalda con un movimiento

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hacia detrás. Seguidamente aparecieron dos marcas negras en la pared donde habían colisionado sus puños. Las llamas habían desaparecido y su ira también, su tono sonó abatido: - Nada. Tengo que irme, Blade me esta esperando. - Se dio media vuelta y se disponía a irse cuando la cogí por el brazo para detenerla, estaba sumamente preocupado por sus palabras. - No cometas ninguna locura. -Sabía que no le gustaba que le dictaminara, pero no podía evitarlo. Con un ágil gesto del brazo se libró de mi agarre y se fue, dejándome completamente solo y desquiciado. *

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Entré en The Moment, Blade estaba en la barra, justo como antes de irme, solo que con medio vaso de vodka y uno de Bourbon en el asiento desocupado de su derecha. -¿Esta ocupado? -Le pregunté intentando recuperarme de la intensa conversación con Christian. -La verdad es que si, he venido acompañado por un hermosa dama que ha salido un momento. -Acabo de venir de fuera y no había nadie, mucho me temo que lo ha dejado aquí plantado señor mío. -Por Dios santo, que desdicha me acecha en estos atormentadores momentos, ¿cómo evitar que ocupe mi corazón? - A mí se me ocurren varias ideas, la primera es beberme su copa. -Añadí con un tono insinuador, sensual, me senté a su lado y le dí un gran trago a mi Bourbon. -¿Y la segunda? -Una pícara sonrisa tiñó su rostro con un aire peligroso. -Se la cuento después de acabarme el vaso.

CAPÍTULO

15

Estábamos en mi casa, en pocas horas amanecería, Blade dormía plácidamente a mi lado, yo no lo conseguía, no paraba de atormentarme la conversación con Christian, lo espeluznante que había sido, su impertinencia y cómo yo había perdido todo tipo de control y había evocado fuego en su presencia. La verdad era que me había sentido liberada, natural - me dí la vuelta en la cama para quedar de costado con la mirada fija en la pared - mi esencia sobrehumana estaba impregnando todo mi ser a una velocidad desmesurada. Unas semanas antes esto me habría parecido inconcebible, pero notaba como estaba cambiando. Por una parte mejor que sea ahora, en el final, que no en un principio, a saber lo que habría hecho, el peligro que podría haber causado a segundas personas. Pero por otra parte, a lo mejor si hubiera empezado a sentir esto antes podría haber sido todo mejor, me habría sentido a gusto, segura … -Un suave gruñido de Blade me despertó de mis ensoñaciones, ya era hora de que se levantara o le pillaría el sol . -Blade. -Gr… ¿si? -Christian me pidió que le dejara ayudarnos, tiene muchos contactos en ambos mundos.

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-¿Y qué le dijiste? -La verdad era que no se muy bien cómo acabó el asunto. Blade se incorporó en la cama, se apoyó sobre un codo, yo me dí la vuelta para observarle con precaución. -Que si, que nos informe de lo que se entere, pero no pienso hablarle de nuestros ataques. -¿Ataques?-Encaró una ceja. - Si, bueno, de cuando nos acercamos a sospechosos, como nuestra asistencia al baile de Edward, solo nos faltaba que un humano quisiera venir con nosotros. -En realidad era porque algo me decía que Christian intentaría impedir que me arriesgara, supongo que para que no resulte gente herida cuando pierda los papeles, como me pasó con él en el callejón. Blade se iba despejando poco a poco, me dí cuenta de que ahora tenía un aire mucho más adulto, seguía con aspecto de joven atractivo, pero algo más “madurito“. Se frotó las sienes mientras reflexionaba, era uno de sus nuevos caracteres, estaba cambiando, como yo. Tenía su pelo color bronce despeinado, dándole un aspecto angelical. - Shira, yo no me quiero meter entre vosotros, lo sabes, así que si hay algún problema, sabes que puedes contármelo, entiendo nuestra relación, sé que eres libre, al igual que si yo quisiera también podría estar con otras, solo que no quiero estar con otras, pero si tú quieres lo respeto, tenemos una relación no comprometida. -Sabía que en algún momento pasaría algo así, inspiré aire e intenté ordenar mis ideas antes de contestar. - Entre Christian y yo no hay nada, si, en su momento nos sentimos atraídos, pero a él no le gusta lo que soy, y me lo dejó bien claro… -Oh, Shira, lo siento. -Se acercó a mí tiernamente y me abrazó, posó su boca en el hueco de mi cuello y me acarició suavemente la cabeza. Yo apoyé las palmas de mis manos en su pecho y me dejé envolver por su aroma, lo inspiré profundamente y lo guardé en los recovecos de mi alma para no olvidarlo jamás, por si algún día necesitaba recordarlo detalladamente, un momento perfecto. -Sabes lo que soy, ¿verdad? -Si. Ya había acabado el instituto, así que por las mañanas me iba al lago, leía e incluso me había comprado instrumentos de pintura para aprender arte, llevaba el caballete al lago e intentaba plasmarlo en el lienzo en blanco, pero en vez de los robustos y altos abetos de alrededor acababa pintando raquíticos arbustos que nada tenían que ver. Llevaba por lo menos una decena de lienzos, todos ellos desechados. Quedaba una semana para el baile, aunque no quería admitirlo estaba entusiasmada por asistir, ver a Edward era un inconveniente, pero el baile temático me recordaba viejos aires, me hacía volver a otra época totalmente distinta. Estaba en casa, estaba leyendo un libro que Blade me prestó, me lo llevaba recomendando mucho tiempo, era uno de sus favoritos, sino me lo leía Blade reventaba. Estaba en el porche trasero, tumbada en una tumbona, el porche daba al exuberante bosque, alguien llamó a la puerta, sería Blade, estaba nublado, ahora podía salir de día pero solo cuando no brillaba el sol, los días con poca luz, los días nublados, él estaba entusiasmado. -Se había dado cuenta fortuitamente un día que se quedó dormido en su casa, se levantó pensando que era de noche (cuando se despertaba, después de tantos años sin dormir, se encontraba desorientado y espeso), al haber una fuerte tormenta, la lluvia apenas permitía ver nada a tres palmos de la nariz, se acercó a la ventana que tenía en casa, en el piso de abajo y vio a una gran aglomeración de gente pasando por la calle con llamativos paraguas de una gran variedad de colores. Se quedó extrañado de que hubiera tanta gente a esas horas, miró el reloj y… ¡sorpresa! las nueve de la mañana. -Seguí leyendo mientras le grité que pasara, que estaba abierto.

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Oí unos firmes pasos que se acercaban hacia mí, yo estaba tumbada de espaldas a la puerta, seguro que ahora me tapaba los ojos o alguna de sus “graciosidades”. -No deberías tener la puerta abierta, podría entrar cualquier indeseable. -Dí un respingo en la hamaca, el libro cayó estrepitosamente al suelo debido al repentino movimiento. No era la voz de Blade, aunque esa voz también la conocía perfectamente. -Si, tienes razón, puede entrar cualquier indeseable, aunque aquí siempre entra el mismo. - Una de sus medias sonrisas asomó entre las comisuras de sus labios. Genial, además le servía de espectáculo. Recogió el libro del suelo con un grácil movimiento y me lo entregó, no sin antes echar un rápido vistazo al título. - Memorias de Idhún, es el libro que más me gustó de Laura Gallego. -Que bien. -Estaba siendo más violenta de lo normal, pero era debido a que no tenía ni puñetera idea de qué estaba haciendo Christian en mi casa, ¿pretendía jugar conmigo? no entendía nada, él mismo lo aclaró al dejarme tirada como una colilla en el parque cuando le revelé mi secreto más recóndito. Pareció notar mi confusión, así que se apresuró a explicarse, no vaya a ser que hubieran “malos entendidos”. -He venido para saber como iba la investigación. -Eso aun me confundía más, si venía para jugar conmigo se podía entender que tuviera un alma retorcida y miserable, pero ¿por qué tenía tanto interés en mi investigación? Decidí ser directa, total, yo no podía perder nada, ya lo hice en el parque. -¿Te puedo hacer una pregunta? -Si. -Noté un atisbo de inquietud en su tono. -¿Por qué te interesas por “mi” investigación? -Estoy metido en el mundo de la magia, me intriga y apasiona, todo lo que tenga que ver con la magia, y si alguien está alterando el equilibrio quisiera saberlo. -No, no le creía, él no daba el perfil del típico loco amante del mundo secreto. -Después de que yo te confesara todo lo que te confesé, ¿te atreves a venir a mi casa y mentirme en la cara?, oye si no querías contestar no contestes, pero no me mientas. Si no me vas a aportar nada será mejor que te vayas. -Me levanté y le señalé la puerta. -Espera, vale, yo… bueno, -pareció cambiar el semblante a uno herméticamente serio, inspiró profundamente y se tomó un tiempo para contestar - mi madre era una ninfa, yo no llegué a conocerla, pero mi padre me dijo que la asesinaron, la asesinó un hombre de negro, como una sombra, con una katana. Como el que asesinó a los broownliings. - Me quedé un momento en silencio recapitulando la información. Christian esperaba paciente. -Lo siento… por lo de tu madre. -Christian se encogió de hombros. -Respecto a la investigación no se nada nuevo, nos quedamos estancados en Edward. -He descubierto que al ser un hombre de negocios esta siempre viajando, es difícil contactar con él, pero sé por fuentes de confianza que la semana que viene estará en su mansión de la ciudad. -Lo cierto era que yo pretendía tener una reunión con él este viernes. -Vale pues gracias. -Nos quedamos los dos en silencio, admitía a Christian en la investigación, pero me incomodaba que cada vez que tuviéramos que hablar viniera a mi casa, ya que ya no podíamos vernos en el instituto, no es que no quisiera que viniera, era más que nada todo lo contrario, y por ello tenía que poner tierra de por medio. -Yo… trabajo. - ¿Qué? –Preguntó extrañado. Carraspeé anteponiéndome a mi rápida idea. -Que trabajo en el Starbucks que está a dos manzanas del parque, ¿sabes cual te digo? La verdad es que por una vez parecí sorprenderle, incluso creo que le hizo gracia. -Si, se cual es, he pasado un par de veces por allí. -Lo digo para que no tengas que salir de la ciudad y venir a mi casa cada vez que

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tengas que hablar conmigo. Trabajo todas las tardes de lunes a sábado, de cinco a nueve y media, lo que luego tengo que limpiarlo y cerrarlo, con lo que salgo sobre las diez y media. -Lo tendré en cuenta. Y respecto a Edward, ¿cómo piensas “interrogarle”? - Bueno, digamos que tengo un “as” escondido en la manga. - Mi respuesta no pareció gustarle, pero no quiso tentar a la suerte. -Se dio la vuelta para irse cuando algo llamó su atención, se acercó a un montón de lienzos que descansaban en una esquina, justo al lado de la puerta corredera que daba al porche trasero donde estábamos. Se acercó a ellos, se inclinó y cogió uno. Yo me acerqué con las mejillas ardiendo. - Vaya, ¿es… un nuevo movimiento artístico? -Notaba el sarcasmo en su voz. - Bueno, es una mirada distorsionada de la realidad. -Me interpuse entre él y el cuadro arrebatándoselo de las manos. Y tanto que era distorsionado, los pobres abetos pintados parecían sufrir achaques. Vi por el rabillo del ojo como Christian hacía verdaderos esfuerzos por no reírse. Yo dejé el lienzo con el resto en la esquina y me quedé de espaldas a ellos. -Estoy intentando expandir mis cualidades, lo único es que aún no he encontrado con qué. -Yo podría intentar enseñarte a tocar la guitarra, para ver si tienes cualidades. - No lo intentes. -Mi tono grave cambió el sentido de la conversación. -¿Por qué? no creo que seas tan mala. -No me refiero a eso, sino a lo de intentar llevarte bien conmigo, no te preocupes, cuento contigo en la investigación, no hace falta que seamos amigos, no es lo que quieres. -Vi como se le crispaba el rostro y sus ojos se hundían en su hielo de glaciar. - No lo hacía por eso. -Entonces no lo entiendo. -No espero que lo hagas. -Se dio media vuelta y desapareció por la puerta. Lo de tocar la guitarra me dio una idea, así que antes de ir a trabajar al Starbucks aquella tarde, me pasé por casa de Blade y le pedí que me enseñara a tocar el piano, él me había contado que siempre le había atraído ese instrumento, pero que cuando era humano no tenía ni tiempo para aprender ni suficiente dinero, así que convertirse en vampiro le fue bien para algo. Su casa, al contar con tan solo dos ventanas en el piso de abajo y siendo que ese día estaba nublado, estaba prácticamente a oscuras, como era lógico, Blade no tenía corriente eléctrica, no utilizaba ni luz ni calefacción, solo televisión. Me senté en la elegante banqueta y acaricié las suaves teclas de mármol de aquel magnífico instrumento. Blade se sentó a mi lado y me enseñó a tocar la escala musical, primero la tocó él - me encantaba verle tocar el piano, notaba como disfrutaba, lo hacía magistralmente, incluso cerraba los ojos en ciertos momentos de las melodías luego probé yo más torpemente, mi escala sonaba irregular, pero me dijo que poco a poco le iría pillando el tranquillo. Llegué puntual a trabajar, serví una gran cantidad de café mocca, chocolates, algún que otro zumo, un par de muffins, lo de siempre. Cuando llegó la hora de cerrar se fue todo el mundo y me quedé como única responsable. Ya estaba acabando, solo me quedaban dos mesas por limpiar, estaba repasando la penúltima mesa con la bayeta cuando sonó la puerta, alguien entró, me parecía extraño, hoy no había quedado con Blade. Me giré y me encontré con Christian, al verme con la bayeta en la mano, la gorra verde y el delantal no pudo sino que soltar una risilla que me aceleró el curso de la sangre por mis venas. Me fijé en que llevaba una funda de lo que podría ser una guitarra en la mano. -Christian… -Quiero enseñarte a tocar la guitarra, ¿vale? -Vale. Pero primero tengo que acabar de limpiar esto. -Se sentó, satisfecho de su poder de convicción. Y yo seguí limpiando. Oí un atisbo de risa a mis espaldas.

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-Muy bien, ¿quieres probar tú? -Extendí la bayeta a modo de amenaza. - Me encantaría, pero no quiero dejarte en ridículo ante mi maestría sacando brillo. -Tranquilo, no lo harás. - Se levantó con una gran sonrisa en la cara, disfrutaba desquiciándome. Cogió la húmeda bayeta la remojó lentamente en el cubo de agua, ahora con un tono marrón de suciedad tras haber limpiado casi todas las mesas, y comenzó a restregarla por la mesa. Me acerqué a comprobar su trabajo. -Ahí te has dejado una mancha. -Señalé con el dedo una de las esquinas de la mesa. -Porque aún no he acabado. -Vaya, pues sí que te tomas tu tiempo. -Me gusta hacer las cosas bien. -Pues debes de sentirte bastante frustrado ante tu incapacidad. -Esbozó una sonrisa irresistible mientras terminaba de fregar la mesa. Se levantó mientras exageraba el gesto de quitarse el sudor de la frente. -Listo. -Me acerqué para comprobar la mesa detenidamente, hice una mueca de disgusto. -¿Qué? -Pues que me sorprende encarecidamente que sepas tocar una guitarra. -Ambos sonreímos. -Y me lo dice la nueva Picasso. -Ambos éramos unos incomprendidos. -Fingí un tono desolado que no hizo sino que consolidar la cómica situación. Dí un paso hacia detrás y agarré un puñado de pepitas de chocolate del carrito de las especias. Me acerqué a la mesa que Christian había acabado de limpiar. -¿Ves desde allí si la máquina de café tiene una lucecita roja encendida? -Christian se dio la vuelta para comprobarlo, momento que aproveché para realizar mi crimen. -No veo ninguna luz. -Se dio la vuelta y… ¡zas! - ¿pero qué? -Jaja, te dije que te habías dejado una mancha. -Toda la esquina de la mesa estaba bañada de pepitas de chocolate, yo no podía dejar de reír y a Christian le costaba no hacerlo. -¿Enserio? muy bien, tú lo has querido. -Se acercó al carrito de las especias, cogió un puñado de pepitas y las esparció por una de mis mesas impecables. Ahogué un grito de terror mientras me aproximaba a detenerlo. -Creo que “tú” te has dejado una mancha. No podía aguantarme la risa. Me acerqué a él ágilmente y le agarré el puño donde sostenía el resto de las pepitas de chocolate deteniendo su intención criminal. Lo sostenía en alto, estábamos a tan solo un par de palmos de distancia, notaba su respiración, su fragancia me envolvía, mi corazón aleteaba desbocado. Christian abrió su puño y las pepitas de chocolate me bañaron a mí y no a la mesa. Abrí la boca ante la sorpresa, ahora buscaba “vendetta“. Me lancé sobre el carrito y cogí dos grandes puñados de pepitas. Christian corrió hacia mí para detenerme, me agarró por las muñecas que yacían sobre mi cabeza. Solté un sobreactuado “ups” y abrí mis manos dejando caer todas las pepitas sobre Christian. Cogió una de las pepitas que se había quedado en su mejilla y se la metió en la boca, soltó un “mm” y prosiguió con la batalla campal. -Ahora verás. -Ah, ¿si?- Comencé a correr, pero no fui muy lejos, Christian me agarró por la cintura y me tumbó en el suelo, se colocó sobre mí inmovilizándome las muñecas con su mano derecha mientras que con la izquierda, que estaba cargada de pepitas (no se como había conseguido rellenársela tan rápidamente), me fue embadurnando la cara de chocolate. Yo reía y gritaba, me revolvía e intentaba soltarme. Se le acabaron los suministros, aproveché para darme la vuelta y levantarme, corrí hacia el carrito, ya casi no quedaban

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pepitas, cogí la última ración, la energía del entorno rondaba cerca de mí, la nueva Shira la dejaba entrar, era libre. Corrí hacia Christian, pero al dar dos zancadas noté como patinaban mis pies por el suelo, al aumentar mi temperatura corporal también había aumentado la del local, haciendo que las pepitas de chocolate que habían caído por el suelo se derritieran, dejando el suelo viscoso, dándose la casualidad de que habían unas cuantas en proceso de derretimiento bajo mis pies, con lo que dí un traspiés casi imposible para mi flexibilidad y noté como la gravedad tomaba parte en el asunto. Estaba cayendo de espaldas, en cualquier momento mi cabeza colisionaría contra las ahora pringosas baldosas. Cerré los ojos y esperé el golpe, el cual no llegó. Noté los firmes brazos de Christian que me sujetaban. Abrí los ojos, estaba entre sus brazos, me quedé atontada mirando sus azules ojos. Nos quedamos así el tiempo suficiente como para saber que no podíamos seguir por ese camino. -Vaya, lo de correr tampoco es lo tuyo. -Ambos reímos, Christian me depositó sana y salva de pie en el suelo. -Mm no, creo que me voy dedicar a la repostería. -¿A la repostería? -Si. -Me acerqué a él mientras apretaba el puño que guardaba a mi espalda, el cual estaba repleto de pepitas de chocolate, las calenté con toda la energía retenida, aguanté el tiempo exacto levanté el puño y dejé que un perfecto chocolate líquido bañara el rostro de Christian. Reímos, jugamos, disfrutamos, nos dejamos llevar durante gran rato, hasta que llegó un momento preciso, un punto de no retorno - Christian y yo volvíamos a ser amigos, pero cada vez que nos acercábamos iba a más, acababa mal, era consciente de que no podíamos ser solo amigos, mi esencia me pedía más, pero él se supone que no quería estar con “algo” como yo, ¿era acaso una estratagema? ¿Pero, para qué? yo ya lo había aceptado en la investigación, le había contado lo que yo sabía, ¿es que acaso sospechaba que había más que yo sabía y no le había contado? si así fuera no se lo contaría porque nos acostáramos. Lo único cierto era que solo él había conseguido hacerme sentir con aquella intensidad, con Blade era distinto, me encantaba estar con él, era estable, estaba segura, pero con Christian mi corazón latía a mil por hora, no me sentía bien, sino viva. Como esclava de mis pasiones que era no me podía resistir, yo no hacía nada malo, era completamente sincera con lo que sentía en ese momento. Christian me atraía y se lo hacía saber, era él el que no se aclaraba, primero me abandona, dándome a entender que no quiere saber nada de mí, que soy un monstruo, pero luego volvía a aparecer para desbaratarlo todo … algo era cierto, me volvía completamente loca. -Él estaba encima de mí, nuestros pechos subían y bajaban apasionadamente al unísono, mi corazón bombeaba tanta sangre que creía que me explotarían las venas. Su rostro a apenas unos centímetros del mío, hacía un rato que habíamos parado de reír, ambos sabíamos que aquello ya no colaba como mera amistad, Christian acercó sus labios a mi rostro, notaba como la energía se acumulaba en mi ser pero no salía, no quería salir. Christian se inclinó y suavemente degustó el chocolate de una de las comisuras de mis labios, sentí un enorme hormigueo y un gemido prorrumpió de mi pecho, no podía aguantarme más, algo estaba a punto de pasar, del pecho de Christian se abrió paso un gruñido animal, me dejó completamente sin aliento y con ganas de sentir el suyo. Fue rozando sus labios con mi piel produciéndome un divino placer. Sus labios encontraron los míos, se sumergieron en un mar de olas, su piel salada en contraste con la dulzura del chocolate que se repartía por su cuerpo. Enredé mis manos en su sedoso pelo. Él bajó una de las suyas a mi cintura y la otra me acariciaba el cuello suavemente. Sus manos subían, sus manos bajaban, notaba su corazón en sintonía con el mío, mis labios no se separaban de los suyos, mis manos transitaban entre su pelo y su firme espalda, parecíamos dos

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máquinas que se complementaban la una a la otra, al mismo compás. Sus labios se deslizaron por mi cuello, me agarré de su cabello, creía que iba a salir volando, la energía se aglomeraba, ya no podía respirar era tan placentero, me cosquilleaba todo el cuerpo y a la vez palpitaba pasión por cada poro de mi piel. Mientras Christian me besaba el cuello e iba bajando por mi clavícula sentía que era lo máximo, que salía volando, pero que merecía la pena, de repente la energía tomó forma, noté como se abría una puerta, solté un gemido de placer mientras toda la energía salía a la vez. De repente un fogonazo, todo en blanco, no veía nada, pero notaba a Christian, no físicamente, sino su esencia. Su esencia y la mía se abrazaron formando una espiral infinita que no paraba de enrollarse sobre sí misma, fundiéndose la una con la otra. De repente vagamente percibí colores, luego una estancia, volví a la Tierra, al Starbucks. Lo primero que vi fueron los azules ojos de Christian, me miraba atónito, noté mi cuerpo candente, me sentía radiante, observé mi torso y comprobé que estaba ardiendo, durante unos breves segundos mi cuerpo había ardido en llamas, las llamas cesaron. Me quedé inmóvil, sin saber como reaccionar, sobre todo debido a que ni siquiera sabía lo que había ocurrido. Christian seguía mirándome atónito, estaba incorporado sobre mí. Después de unos de los más extraños segundos de mi vida reaccioné. Me alejé arrastrándome de espaldas guardando cierta distancia con Christian, no entendía cómo no le había ocasionado ningún tipo de quemadura. Al dejarme llevar por la pasión no controlo mi cuerpo, con lo que mi temperatura corporal suele aumentar, como Blade era vampiro no le causaba daño físico, pero cuando empezó a invertirse su proceso de transformación vampírica comenzó a despertar con alguna que otra quemadura. Pero se supone que Christian es humano, ¿por qué no ha sufrido ningún daño? ¿Y por qué ha sido tan distinto besarle a él que besar a Blade? He notado a Christian en un plano totalmente distinto, he sentido su esencia y me ha dejado completamente helada, ha sido tan intenso… Claro que dejarme helada a mí es diferente, en mi caso es algo extremadamente placentero, ya que el fuego habita por mis entrañas. -Lo, lo siento… yo no se que… -No podía sacar nada en claro, no podía explicar qué había pasado. Pero ante mi sorpresa Christian se acercó a mí. -¿Por qué lo sientes? -Pues no se, te he puesto en peligro, podría haberte asado. -Christian profirió una risa mientras acercaba su mano a mi rostro, me acarició tiernamente la mejilla. Yo no entendía qué estaba pasando, ¿por qué no huía despavorido? ¿Es que tanto interés tenía en la investigación que podía omitir un hecho tan desconcertante y peligroso como que mi cuerpo había ardido en llamas ante el placer de su contacto físico? -Ha sido increíble, nunca antes había sentido algo así. -Su voz era un susurro aterciopelado que me producía una agradable sensación de confort. -Claro, nunca antes habías tenido tan cerca el fuego, nunca te habían calcinado. -Mi esencia había recorrido todo su ser. -Me refería a algo tan placentero, tan intenso. -Mi corazón ardía en llamas mientras mis ojos se empañaban, era tan emocionante desvelar mi esencia abiertamente y no ser rechazada, repudiada. Me levanté y me dí la vuelta, no se si fue lo suficientemente rápido como para que Christian no viera mis lágrimas a punto de desbordarse por mis mejillas. Me las enjuagué rápidamente y fijé mi vista en la guitarra que descansaba en una de las mesas cercanas a la entrada. Christian pareció notar donde reparaba la atención de mi mirada, se levantó y se dispuso a sacar su guitarra de la funda. Se sentó sobre una mesa mientras afinaba la guitarra con suma precisión. Me encantaba ver el cuidado con el que cogía su guitarra. Era una guitarra acústica negra brillante, me podía ver reflejada en ella con todo detalle. El semblante de Christian estaba tan relajado que podría haber estado en la fase REM. Sus dedos se deslizaron por las cuerdas con una

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maestría impresionante. De éstas salió una melodía que me era conocida, y cuando Christian comenzó a cantarla no me cupo duda, era All around the World, de Oasis. En cuanto Christian empezó a entonar su aterciopelada voz el mundo cesó en todo su movimiento. Solo existíamos él, su guitarra y yo. Sus ojos azules me miraron con esa intensidad que los caracterizaba y noté como todas las barreras habían desistido y tan solo estábamos el uno delante del otro. Me quedé anonadada, parecía un canto de sirenas que te hipnotizaba y atraía a la vez hacia su emisor. No me dí cuenta de que había dejado de cantar hasta varios segundos más tarde, me descubrí a mí misma mirándole sin tapujos mientras él correspondía mi mirada. “Sin barreras”, sería un buen título. -Ven. -La voz de Christian era tan solo un susurro, pero un susurro tan intenso que no habría hecho falta subir el tono en ninguna situación, un susurro tan atrayente que no me sorprendí al verme dando un paso en su dirección. Lo cierto era que no quería estropear un momento tan mágico ni manchar su elegante guitarra con mi torpeza inexperta. -No, canta otra. -Mi voz también era un susurro, un ruego susurrado. Se estaba preparando para tocar otra cuando un pitido lo interrumpió. De repente su cuerpo entero se tensó, miró su muñeca derecha, al parecer su reloj era lo que había pitado, debía de ser cerca de media noche. -Lo siento, tengo que irme. -Me miró fastidioso mientras recogía su guitarra, la metió en la funda y se quedó de pie justo delante de mí sin saber muy bien cómo despedirse. ¿Un beso? ¿Un apretón de manos? una sola mirada fue suficiente, se dio media vuelta y desapareció entre las sombras de la noche. Miré a mi alrededor suspiré y me dispuse a limpiar todos los dulces recuerdos de aquella noche, el chocolate siempre me costaba despegarlo una vez frío y seco.

CAPITULO

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La esperada noche por fin llegó. Era viernes, el día del elegante baile temático que tendría lugar en la lujosa mansión de las afueras del millonario magnate Edward Petemberg. Estaba en el baño, acababa de tomar un relajante baño de aguas perfumadas, aun me sobraban de las que compré para el cumpleaños de Blade. Me puse el albornoz blanco, me lo até bien y fui hacia la habitación del fondo del pasillo del piso superior; el piso superior solo constaba de tres estancias, mi propia habitación, el baño y la del fondo era un amplio vestidor donde guardaba todos mis vestidos que no me podía poner debido al cambio de estética que me haría desentonar drásticamente en la creciente sociedad. Entré en el vestidor, mil aromas me embriagaron, di dos vueltas al compás de una melodía que solo yo podía oír en mi mente y me dirigí directa al lugar donde descansaba uno de mis vestidos más preciados. Descansaba en una funda de tela, lo descolgué de la percha y lo llevé danzando a mi cuarto para liberarlo de su funda y colocarlo cuidadosamente sobre mi cama, era de un rojo oscuro con adornos negros, un ajustado corsé que acababa en un grácil cancán que volaba hasta el suelo. Hacía años que no lo veía, un torbellino de recuerdos asaltaron mi mente, sería una situación parecida que cuando viera a Edward. Volví al baño y comencé a peinarme, tenía pensado hacerme un recogido como los de la época, aunque hacía tiempo que no

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me lo había hecho eso era como montar en bici, nunca se olvida. “Me olvidaba”, volví al vestidor y de uno de los cajones de un viejo tocador saqué un rústico joyero de madera con pequeñas flores talladas que danzaban libremente por todo su cuerpo. Lo abrí y cogí un grupo de pequeñas perlas brillantes unidas por un hilo dorado igual de brillante, pero tan fino que resultaba difícil de ver. También saqué unos pendientes a juego, eran dos lágrimas que caían de mis orejas; lo cierto era que el propio diseñador se había inspirado en mí para crearlas y por ello les puso mi nombre, Shiras, fue un buen amigo. También había una gargantilla, pero me decanté por un sencillo collar de una cadenita con un corazón dorado colgando; no me gustaba ir muy recargada. Me coloqué las perlas en el pelo, los pendientes y el collar, me puse el vestido, el cual después de tantos años me sentaba como un guante, uno de los pros de mi condición. Me puse perfume, me maquillé, sencillo pero elegante. Cogí unos zapatos negros con un poco de tacón acorde con mi vestido. Ya solo quedaba un último detalle, la máscara. Abrí una caja del fondo de mi armario, envuelta en una tela de seda yacía una máscara negra, era original de Venecia, solo ocultaba desde media nariz hasta los ojos, tenía unas pequeñas y elegantes plumas recortadas de faisán, se sostenía con una varilla, por poco que ocultara hacía completamente distintos tus rasgos incapaz de cualquier reconocimiento, aunque por supuesto los ojos me delataban. Oí un coche aparcando en la gravilla que había delante de mi casa, bajé las escaleras veloz pero cuidadosa de no destrozar mi perfeccionado "look". Abrí la puerta sin darle tiempo a Blade para llamar como tradicionalmente se haría, y allí estaba él. Blade estaba totalmente espectacular con su traje de época, la máscara le había venido de perlas, ya que con ella no se le veían los nuevos rasgos adquiridos por la edad. Se trataba de una máscara de un color verdoso que contrastaba con el color caramelo de sus ahora vivos ojos. Sonreía pícaramente mientras me repasaba con la mirada de pies a la cabeza. -Sabes que estás para chuparte la sangre esta noche. -Blade uso un tono profundo y galán mientra se inclinaba y me besaba grácilmente la mano. Esbocé una risilla mientras me tapaba la boca con la mano imitando los gestos de la época, no se te podían ver los dientes si eras una chica reputada. Me acompañó al coche y condujo con su elegante porche negro hasta la impresionante mansión. La mansión en sí era impresionantemente grande, pero lo que me dejó sin aliento fueron los interminables jardines que rodeaban la casa. Dejamos el coche en un espacioso aparcamiento de gravilla en el que a pesar de nuestra puntualidad ya había unos cuantos coches de igual o incluso mayor lujo que el de Blade. Blade me cedió su brazo y juntos subimos las enormes escaleras blancas de piedra que desembocaban en una amplia entrada, las dos puertas que formaban la entrada estaban completamente abiertas dejando ver un gran y elegante salón; era de colores cálidos, pero con la cantidad de selecta gente del interior inspiraba un toque frío, demasiadas personas frívolas danzando por toda la sala al ritmo de una dulce melodía. Busqué con la mirada de donde provenía y encontré un pequeño grupo de cuerda que tocaban con las propias vestimentas de la época en una esquina de la sala, al lado de las interminables escaleras curvadas que daban acceso al piso superior. Seguí buscando con la mirada intentando descubrir a Edward entre el emperifollado gentío, “la élite de Manhattan”, pero todo el mundo estaba oculto bajo su máscara. Blade tiró de mí suavemente hacia en interior de la mansión, estábamos definitivamente devorados por ella, miré las impecables baldosas del salón y me descubrí a mí misma andando con cuidado para no rayarlas, me podía incluso ver reflejada en ellas. Blade me guió hasta el centro de la pista, se le veía radiante con una amplia sonrisa, al parecer estaba inmensamente contento de llevarme a un lugar así, yo tampoco me quedaba corta, lo único incómodo era la presencia de Edward, no por

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Edward en sí, sino por los recuerdos de otra vida. Comenzamos a bailar al ritmo de la música, después de un buen rato bailando la melodía dejó de sonar. Todos nos giramos hacia la gran escalera, allí, bajando por ellas una figura resaltaba indiscriminadamente. -Buenas noches a todos, sean bienvenidos a mi humilde morada. -Alguna risilla hizo eco de fondo, había que admitir que era condenadamente carismático, Edward Petemberg yacía sobre el tercer escalón paseando la mirada entre sus invitados. Un escalofrío recorrió toda mi persona cuando su mirada se posó en mí.-Veo que ha venido todo el mundo, desde futuras alianzas hasta viejas amistades. -Noté como recalcaba la última parte del discurso. -Vamos a seguir como es debido, con un gran baile, atención, los que se vean más ágiles para afrontarlo que se queden en la pista. La gente volvió a soltar unas risillas. Hizo una seña a la banda y comenzó una embriagadora melodía, solo unos pocos sabíamos como se bailaba, la verdad era que habían bastantes seres sobrehumanos. La sala se dividió, mientras un gran grupo nos quedamos en el centro, el resto se aposentó alrededor comiendo canapés de las bandejas que temáticos camareros paseaban o charlando y bebiendo sobre los negocios que todos poseían con Edward. Las mujeres nos colocamos todas a un lado mientras que los hombres en frente simétricamente, nos acercamos a nuestra pareja y comenzamos a girar el uno rozando al otro con la palma de la mano derecha extendida, sin tocarnos, al poco íbamos rotando de pareja, de los ojos acaramelados de Blade pasé a los verdosos de un enigmático mago muy conocido por Manhattan, nos sonreímos cortésmente y fui pasando de una pareja a otra, distintas personas que no conocía hasta que sucedió lo inevitable, detrás de la máscara de mi nueva pareja dos ojos negros como dos pozos sin fondo me miraron intensamente. -Cuanto tiempo Shira. -Lo mismo digo Edward. -Pronuncié su nombre con una intensidad remota. -¿Tú también estas aquí por negocios? -Bromeó. -No, ya sabes que soy menor de edad. - Ambos esbozamos una sonrisa. La canción terminó, ambos hicimos una reverencia y nos quedamos contemplando el uno al otro, ninguno había cambiado nada en veinte años. Me cogió de la mano elegantemente. -Vamos arriba, estaremos más tranquilos.- Yo accedí con un asentimiento de cabeza, miré por encima de mi hombro, visualicé a Blade, me miraba algo preocupado, pese a su máscara pude notarlo, me dedicó un asentimiento de cabeza y dejé que Edward me guiara, ambos cogimos una copa de champán que ofrecía un camarero el cual fortuitamente pasaba por ahí. Subimos la escalera, llegamos a un amplio pasillo clásicamente decorado, seguimos el pasillo hasta una gruesa puerta de roble. Edward abrió, cruzamos el gran despacho al que daba la puerta y salimos a la amplia terraza, tenía una valla de piedra blanca como la de las escaleras de la entrada, se podían ver los fascinantes jardines gracias a la luz de la Luna. Me quedé agarrada a la barandilla ensimismada con las vistas. -Son fantásticas. -Suspiré. -Sí, una peculiar maravilla que no pasa de moda eh. -Sí. -Vaya, la última vez que te vi tenías un enorme problema de identidad, pero ahora te noto más libre. -Sí, he cambiado un poco en los últimos meses. -¿Puedo saber por qué? -Bebí un pequeño trago de champán mientras seguía con la vista en el horizonte. -Lo de siempre, cosas que no deben pasar. -Oh sí, de esas sé un poco. -Creía que el elemento de la oscuridad no podía diferenciar entre lo correcto y lo no

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correcto. –Edward profirió una amarga carcajada. - Sabes que si eso fuera cierto sería inmensamente feliz. -Mi mirada se nubló al recordar. -Sí, eso nos pasa mucho. -Nos quedamos un rato en silencio, seguramente ambos recordando. Éramos los dos únicos elementos que vivían separados, por libre. Y eso resulta difícil, porque los elementos se atraen como imanes, si hay dos dentro de un mismo perímetro irremediablemente acabarán juntos en el mismo sitio. Por ello se me hizo raro que no haya coincidido con Edward antes, aunque recordé que Christian me había dicho que viajaba mucho. Recordar a Christian me produjo un leve escalofrío. Edward pareció notarlo. -Creía que no podíamos tener frío, y menos tú. -Sí, últimamente he sentido más que nunca sensación de frío. -Edward pareció tensar el rostro. -Shira. -¿Si? -¿Qué vas a desear? -Se refería a mi deseo de los doscientos años, en unas semanas sería libre por fin, tendría que pedir lo que ansiaba desde que descubrí mi condición de elemento. Tendría que ir a un lugar cálido, cada diez años todos los elementos teníamos que ir a un lugar predilecto para cada uno y realizar una especie de meditación, en la que se realizaba una renovación de energía. Los elementos éramos unos canalizadores de energía, cada uno canalizaba su respectiva energía durante la vida y luego tenía que renovarla para que el ciclo energético siguiera puro y equilibrado. Al ser inmortales solo podíamos morir si otro elemento nos quitaba la vida, sólo por otro elemento, gracias a eso supongo que me mantengo viva, ya que cuando descubrí lo que era y mi prometido me repudió, toda mi familia murió por mi culpa, quise acabar con todo aquel dolor latente en mi corazón tirándome al río, de un precipicio, incluso consumiendo veneno, pero de nada sirvió, así que me pasé varios años vagando por el mundo con la desdicha que formaba parte de mí después de tanto tiempo, nunca me perdoné a mí misma, pero aprendí a vivir con ello. Esperando a que llegara una oportunidad como ésta. -Si te lo dijera no se cumpliría. -Sabía que no se lo iba a decir, así que suspiró y cambió de tema. -Si no estas por negocios, ¿a qué has venido? -A divertirme. -Pareció sorprenderse de mi respuesta, irguió una ceja y con una pícara sonrisa preguntó: -¿Acaso has venido acompañada? -Sí. -¿Puedo preguntar con quién? -Blade… - Vaya, después de tanto tiempo y no sabía como se apellidaba. -¿El famoso vampiro-humano? -El mismo. -Contesté con un suspiro, nunca se le escapaba nada, espero que no sea tan “famoso” como Edward me dijo, correría un gran peligro. -Supuse que tú tendrías algo que ver. -Quién si no, el resto vivían en Seattle, Luz, que como su nombre indicaba era el elemento de la luz, la bondad, el bien…, justo lo contrario que Edward, y como contrarios no podían estar juntos, saltaban chispas cuando se acercaban, se querían el uno al otro, de alguna manera no podían vivir el uno sin el otro, sin bien no hay mal y viceversa. Pero había tal intensidad cuando estaban juntos que resultaba impresionante, ambos aparecieron a la vez, no eran elementos legendarios, ya que aparecieron más tarde que el resto, nacieron a causa del nuevo ejercicio humano de la ética, la moral … Mientras que el resto, fuego, tierra, agua y

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aire éramos los legendarios. Como se comenzó a intentar explicar en la antigua Grecia, alrededor del siglo quinientos antes de Cristo, por el filósofo naturalista Eurípides, el mundo estaba formado a base de esos cuatro elementos, todo estaba formado de fuego, tierra, agua y aire. No se si es cierto, lo desconozco totalmente, a lo mejor es porque soy de una época más mítica, pero para mí, puede ser que exista un Dios que forme el orden natural de las cosas, nosotros, los elementos nacemos de las necesidades del mundo, somos canalizadores de distintas energías, y la mía es la más potente, es imposible de controlar, nadie puede controlar el fuego, la pasión… De repente se escuchó un ruido proveniente de la habitación contigua, como si alguien acabara de entrar y cerrara la puerta. Edward se percató y se dispuso a excusarse. -Perdóname Shira, tengo que atender unos asuntos de trabajo, si me disculpas. -Yo asentí con la cabeza y lo seguí hasta la puerta del despacho, Edward se metió en la habitación de al lado y yo comencé a recorrer el pasillo hacia la escalera para volver a la sala de baile. Pero en cuanto Edward cerró la puerta tras de sí, yo deshice el recorrido y me volví a meter en su despacho. Comencé a revisar los cajones de su escritorio con sumo cuidado, era una mesa del mismo material que la puerta. No hice ni el menor ruido posible y lo dejaba todo tal y como estaba antes de que lo revolviera. Me desilusioné al comprobar que no había nada de interés sobre las muertes y robos de energía de los broowliings, pero justo cuando desistía escuché con mayor precisión la voz del extraño de la otra sala. Me resultó extrañamente familiar, me estaba volviendo loca o aquí pasaba algo realmente insólito. Me acerqué a la pared y apoyé la oreja en ella, ahí estaba otra vez aquella voz, pero necesitaba asegurarme totalmente. La pared era de madera, “genial”, la suerte me sonreía. Me acerqué al cuadro que tenía a la derecha y lo descolgué con sumo cuidado, como esperaba había un clavo detrás, intenté sacar el clavo, pero deseché la idea, en caso de huida rápida no podría volverlo a clavar, además tardaría demasiado quemando la madera desde el clavo, tendría que hacerlo sin intermediarios, demasiado arriesgado, pero allá vamos. Posicioné los dedos índice y corazón de mi mano derecha y dejé que la esencia fluyera hasta la madera, la cual con un suave siseo comenzó a desaparecer bajo las puntas de mis dedos formándose dos agujeros cada vez más profundos. Por fin, la madera desapareció por completo, solo quedaba que ni Edward ni su acompañante lo hubieran visto, inspiré profundamente e incliné la cabeza para encajar mis ojos en los agujeros. Vi a dos personas hablando, Edward estaba de cara hacia la puerta, perpendicular a mí, el otro interlocutor estaba de espaldas, pero... no podía ser, por una vez me hubiera gustado tener alucinaciones, tenía razón, era la voz de Christian, ¡ese era Christian! -Has tardado menos de lo previsto. -Edward seguía hablando, ¿cómo no podían notar que a escasos metros una importante fuerza de la naturaleza estaba a punto de explotar? -Ha sido rápido. -Christian se encogió de hombros. Se metió la mano en el bolsillo y sacó un dispositivo de almacenamiento de energía y se lo entregó a Edward. Me percaté de las vestimentas de Christian, iba todo de negro como una sombra, como la sombra que atacó a Blade en el callejón, él era el asesino. Dí un paso hacia atrás, estaba apunto de explotar, pero tenía que intentar mantener la calma, salir de aquí y que Dios asista al que se cruce conmigo fuera. Volví a colgar el cuadro en el clavo, encima de los agujeros, pero me di cuenta de que era casi imposible controlarme en aquel momento, el marco del cuadro comenzó a quemarse, lo dejé rápidamente, se le quedaron las marcas ennegrecidas de mis dedos. Corrí fuera del despacho, estaba empezando a sudar, no podía respirar, notaba como me oprimía el corsé, cerré la puerta aunque demasiado fuerte, ya me habrían oído, así que comencé a correr, estaba llegando al final del pasillo cuando escuché una puerta que se abría, me giré y vi a Christian completamente pálido y con una horrible mueca en la cara, yo seguí

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corriendo, oí como gritaba mi nombre, pero yo seguía corriendo. Comencé a bajar las escaleras, no se como no las bajé rodando, creo que di bastantes traspiés. Bajé a la sala de baile, todo el mundo bailaba, se metían en medio, no paraba de ver estrafalarias máscaras con ojos inquisitivos detrás, me estaba mareando, comencé a empujar, vagamente oí el grito de una mujer, debí de quemarla con mi contacto, solo quemaba cosas de alrededor, mi ropa nunca se quemaba, daba las gracias al cielo por ello. Conseguí salir de la multitud, la puerta estaba cada vez más cerca, pero una mano me agarró, aunque al momento de entrar en contacto con mi piel me soltó y lanzó un gemido de dolor, reconocí esa voz, se trataba de Blade, me giré una fracción de segundo y lo vi con una mueca de dolor, yo le dediqué una turbia mirada, él no intentó detenerme, sabía que no podría hacer nada, debía dejarme sola. Salí de la mansión y corrí por las enormes escaleras de la entrada hacia los jardines, corrí y corrí, entonces escuché mi nombre salir de los labios de la persona menos indicada para gritarlo, de la persona causante de mi actual estado, yo seguí corriendo, pero noté como Christian me agarraba del brazo e intentaba detenerme, él no se quemó, “mierda”, caímos al suelo y rodamos por la hierba, notaba como las lágrimas brotaban de mis ojos para deslizarse por mis candentes mejillas, las lágrimas no aguantaban el calor y huían en forma de vapor de agua. Intenté ponerme a gatas para seguir con mi huída pero Christian me detuvo. -Shira espera por favor. -Su voz sonó quebrada, me encogió el corazón. -No, suéltame. -Intenté sonar firme, pero entre el vapor, las lágrimas, los trozos de hierba por todo mi cuerpo, y el gemido quedo de mi voz parecía una niña con una rabieta. Siempre me descontrolaba, me dejaba llevar por mi esencia y siempre acababa llorando sin remedio. Intenté soltarme, pero Christian me aguantaba firmemente, me tenía agarrada por la muñeca y me atrajo hacia él. Yo comencé a revolverme e intentar agredirle, pero resultaba patética mi forma de golpearle el pecho con mis puños. -¡No! te he dicho que me sueltes…por favor. - mi voz se fue apagando hasta quedar en un susurro, comencé a sollozar incontrolablemente, lo que aún me producía más rabia y frustración. -Lo siento. -La voz de Christian fue tan solo un susurro, pero un susurro que cerró una puerta en mi corazón, una puerta que aún no sabía que había estado abierta. -¿¡Que lo sientes?! ¿¡Que lo sientes?! Yo si que lo siento, siento haber confiado en ti, pero no te preocupes que no volverá a pasar. -Conseguí alejarme un par de metros, ambos seguíamos en el suelo. Christian me miró, tenía la mirada turbia, su rostro desencajado esbozó una mueca de dolor. Yo le dí la espalda, fijé la vista en el horizonte. Había estado jugando conmigo, yo solo era un mero entretenimiento, solo quería mantenerme controlada para no ser un estorbo… Apreté los puños intentando controlar toda mi ira que salía en forma de lágrimas por mis ojos bañando apenas mis coloradas mejillas. Noté una punzada aguda de dolor que surgía de la palma de mi mano, no me había percatado de que me había clavado las uñas hasta el punto de hacerme daño. -¿Te has divertido? -Mi voz estaba bañada de un tono amargo, aunque se podía ver la tristeza bajo mi amenazante mirada. Christian pareció confundido ante la pregunta. -¿Cómo? -Eso, que si te has divertido utilizando a un elemento. Debes de sentirte muy orgulloso, no somos fáciles de engañar, aunque siempre hay excepciones. -Yo no… nunca he jugado contigo. -Su voz parecía una súplica, verdaderamente era bueno, muy bueno fingiendo. -Querrás decir que nunca vas a volver a jugar conmigo. -Hice un amago de levantarme pero Christian me agarró fuertemente de la muñeca como si de acero estuvieran hechos

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sus dedos. Tiró de mí, pero yo me resistí, me impulsé hacia arriba con todas mis fuerzas, con un fuerte tirón logré soltarme, pero ante tal impulso perdí el equilibrio, mi vestido no se repondría de tal revolcón por la hierba. Cuando preparaba mi cuerpo para rodar colina abajo, los firmes brazos de Christian me agarraron por la cintura. Su contacto no hizo sino que aumentar mi ira, apoyé todo mi peso en mi pie derecho girando con la cadera y propinándole un codazo a Christian en la cabeza, eso me daría tiempo para salir de ahí y enseñarle quien era quien. El golpe hizo que una sacudida de dolor me subiera desde el codo paralizándome el antebrazo momentáneamente, mientras tanto mis pies ya habían comenzado la huída, sentí como ante el inesperado impacto Christian me soltaba, no podía ser tan fuerte como para enfrentarse a un elemento y salir con vida. Agarré la falda de mi vestido y corrí colina arriba, empecé a ver las luces de la gigantesca mansión. Alguien me empujó contra la húmeda hierba aplastándome bajo su cuerpo. “No puede ser”. Aunque claro, Christian era un asesino, un codazo no acabaría con él, además ahora yo era un testigo del que se tendría que librar, una pequeña corriente de terror inundó mi cuerpo, mi esencia no le quemaba, “diablos“, ¿por qué no podría controlarla aunque solo fuera por una vez? Al menos moriría luchando, que de eso no le cupiera duda. Intenté zafarme de él, pero me había inmovilizado contra el suelo. Sus labios rozaron mi oreja. -Por favor Shira, deja que te lo explique. -Su voz sonaba verdaderamente quebrada, aunque podía notar ante su agitado aliento que el codazo había sido toda una sorpresa. Si quería seguir con vida tendría que seguir su juego. -Explícate. -Agarró mis brazos detrás de mi espalda y tiró de mí hacia arriba, un punzante dolor se abrió paso en mis articulaciones superiores, intenté no reflejarlo, pero tenía la sensación de que Christian olía tanto el miedo como el dolor. -¿Vas a dejar que te lo explique de verdad? -Ambos sabíamos que no, pero aún así, Christian aflojó mis manos suavemente. El dolor se hizo menos intenso, eso me dio la posibilidad de gritar con furia: -¡Si! -Está bien. -Me soltó, me cogió del brazo y me dio la vuelta para poder ver mi rostro. Soy asesino a sueldo, trabajo para Edward, él es mi tutor legal. -Y que, ¿a tu madre la mataste tú? - Seguía llena de ira homicida, pero algo me decía que no podría matarle, aunque sí dejarle magullado, no le iba a ser tan fácil acabar conmigo, pero debía de ganar algo de tiempo para trazar un plan. -No, pero el resto que te conté fue cierto, Edward me contó que los habían asesinado, era amigo de mis padres y me adoptó. -Sí, y con dieciocho años eres un asesino a sueldo, un cantante de rock y… mm ¿algo más? -Christian había bajado la guardia, era el momento. -Yo soy un… -Mi rodilla golpeó su entrepierna, Christian se encogió hacia delante, aproveché para darle otro rodillazo en la cara, lo cual pareció que me hice yo más daño que él, tenía la rodilla y los brazos doloridos, pero aun así intenté correr lo más rápido posible hacia la fiesta, pero el voluminoso vestido no ayudaba, agarré mi falda con las manos. En cuanto avancé diez metros una sombra se cernió sobre mí. Christian cayó sobre mí con más fuerza que antes, todos mis huesos se resintieron, caí sobre mi muñeca derecha, el dolor fue tan intenso que proferí un pequeño gemido, si no estaba rota tendría un feo esguince. Comenzamos a rodar colina abajo de nuevo. Christian estaba inmovilizando mis piernas con las suyas en lo que parecía una extraña pinza, mientras yo golpeaba con los puños a diestro y siniestro, ya que no conseguía ver otra cosa a parte de hierba y cielo nocturno. -Ya vale Shira. -Su voz era seria, aunque por lo visto mis ataques no le ocasionaban ningún reto, podría haberse librado de mí en cualquier momento. Conseguí alcanzarle

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con mi puño derecho, mi muñeca se dobló propiciándome una buena descarga de dolor, pero la adrenalina y la ira eran más potentes. Christian profirió un gruñido y me cogió las muñecas, pegando el interior de cada muñeca con el de la mano contraria, las aguantó con una de sus manos sobre mi pecho, ni siquiera le hacía falta utilizar la otra. Finalmente dejamos de rodar, él seguía encima de mí, me volvió a coger de las muñecas y las aplastó contra el barro por encima de mi cabeza. Al parecer habíamos rodado más de lo que creía, estábamos a la orilla de una pequeña charca. No pude aguantar un gemido de dolor ante la presión de su mano sobre mi magullada muñeca. Él pareció darse cuenta así que la aflojó un poco. Estaba completamente a su merced, éste podría ser mi fin, después de esperar tanto tiempo para que llegara mi doscientos cumpleaños y ahora, a tan solo unas semanas iba a morir por haber sido una completa estúpida. Pero no entendía por qué no me había matado aún, ni por qué no intentaba hacerme daño, estaba perdida. Unas lágrimas de rabia e impotencia abordaron mis mejillas. -¿¡A qué esperas?! Mátame de una vez. - La ira seguía latiendo dentro de mí, pese a mis lágrimas no moriría suplicando, lucharía hasta el final. Por fin mi esencia despertó de la nada, se abrió paso por mis entrañas y salió al exterior en una fuerte explosión de energía. Comencé a arder, “adiós a mi vestido”, inspiré profundamente y solté mi esencia, una gran llamarada de fuego salió a por Christian, el cual saltó unos metros, había quedado algo chamuscado, pero sorprendentemente seguía intacto, “¿qué demonios?”. Después de todo ésta no iba a ser mi última noche. La mirada de Christian era sorprendentemente dolorosa, incluso creí ver el brillo de una lágrima en sus intensos ojos. -Nunca podría matarte Shira, no… no quiero crearte ningún tipo de daño… -Lo cierto era que parecía decirlo totalmente en serio, una parte de mí desgraciadamente lo creía. -Demasiado tarde para el dolor. - Me levanté a la vez que él. -No intentes detenerme, no puedes detenerme. -Mi voz sonaba amenazante. Me di la vuelta y comencé a andar, mi cuerpo seguía en llamas, debía de ser una imagen bastante inquietante. Algo detuvo mi paso, una gruesa pared de hielo ascendió estrepitosamente ante mí. No podía creérmelo, aquello era imposible. Toqué el hielo con mi ardiente mano, al contacto empezó a aparecer vapor mientras del hielo descendían diminutos riachuelos de agua que se abrían paso hasta caer en la hierba. Me di la vuelta, Christian estaba de pie, tenía las palmas de las manos abiertas hacia el cielo, sus ojos cerrados hacía de su expresión un reflejo de paz, solemnidad absoluta, sus músculos estaban relajados. -En eso te equivocas.- volvió a abrir los ojos. -Si puedo detenerte, pero no voy a hacerlo si después de escucharme quieres irte. -Eres, eres… -Me había quedado sin palabras. -Soy un elemento, hielo. -Pero eso es imposible, no hay más… -Me quedé completamente muda, no podía apartar la mirada de él, ahora todo encajaba, como la razón de que siempre nos encontráramos fuéramos donde fuéramos, que yo no le quemara… A medida que se desarrollaba el mundo sus necesidades crecían, con lo que nuevos elementos se desarrollaban. El hielo debía ser algún producto de la fría sociedad capitalista, con lo que Christian debía de tener más o menos… -¿Cuántos años tienes? -Setenta y tres -Si, era bastante joven. -¿Por qué trabajas como asesino a sueldo para Edward?, tú eres un elemento, no tienes por qué recibir órdenes, o hacer algo que no quieras. -Él suspiró y trasladó su mirada hacia las oscuras aguas de la charca. -Lo cierto es que no me siento obligado a hacerlo, como ya te he dicho Edward me adoptó, él supo desde un principio lo que era, ha sido mi única “familia”, por así

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decirlo, desde que me adoptó, básicamente desde que nací, mi vida ha tenido un sentido, aprender a ser un depredador letal, una máquina de matar, he sido entrenado desde que tengo memoria, matar es lo único que sé hacer. -Mi corazón se encogió, no entendía por qué me explicaba esto, ¿acaso quería desahogarse con alguien y luego me mataría? no, él no quería matarme, entonces, ¿por qué? -¿Por qué me lo explicas? no tienes por qué darme explicaciones.- Christian volvió a suspirar, apartó la mirada de la charca y la posó en mí con toda aquella intensidad mareante. -Lo se, pero siento que te lo tenía que explicar, de alguna manera quiero que lo entiendas. -Entender ¿el qué? -Todo esto. -Hizo un amplio gesto con las manos como si englobara toda la Tierra. -A mí. -Se hizo un silencio mientras recapacitaba sobre toda la información recién recopilada. -¿Para qué quiere Edward toda esa energía? -Christian pareció satisfecho de que quisiera saber más. -A parte de todas sus empresas siderúrgicas, se cansó de todo eso y comenzó a buscar más poder y beneficio del que ya tenía, como un hobbie, así que como ya me tenía contratado como asesino a sueldo, le vine muy bien para su nuevo plan de expansión. Digamos que le vende la energía que se obtiene de los descomponedores por un precio bastante elevado a clientes de todo tipo que la necesiten, es más potente que ningún otro tipo de energía y más directa. -Como si fuera un camello que trafica con energía. -Christian asintió con la cabeza. -La mayoría son magos, brujos… seres mágicos que quieren ampliar su poder, pero también hay algunos humanos que quieren volverse tan poderosos como los seres más respetables del mundo sobrenatural. -Comenzó a juguetear con el anillo de plata que tenía entre los dedos. -Lo cierto es que tu definición como camello es bastante acertada, podría decirse que la energía es adictiva, si además le juntamos el placer del poder, es como una bomba de relojería. Edward comienza a venderles la energía por un módico precio, pero seguidamente Edward sube el precio. Los clientes pueden adoptar medidas desesperadas y es ahí donde entro yo. Algunos intentan conseguir la energía por sus propios medios o incluso otros intentan comercializarla a su manera en el mercado negro. -Algo que podría llegar a ser un verdadero peligro. -Exacto. -Después de toda la explicación empecé a ordenar mis ideas, lo cierto es que al tener casi doscientos años, tanto mi código moral como el de cualquier ser de otra era es bastante diferente al de cualquier humano, hemos visto tanto que poseemos un umbral del asombro bastante más amplio. -¿Por qué me lo cuentas todo ahora y no antes? -Después de todo un extenso silencio pensativa, era lo único que no me quedaba claro, para qué mentirme si ahora me lo contaba todo y no tenía intención de matarme. -No es muy fácil meter en una conversación el hecho de que soy asesino a sueldo. -Una pequeña sonrisa apareció en sus labios. -¿Qué tal cuando yo te rebelé que era un elemento? -No pude, el negocio de Edward entraría en peligro. -Y ¿ahora? -No he tenido opción, por si no lo recuerdas lo has descubierto tu solita y has echado a correr como alma que lleva el diablo. -Su sonrisa se hizo más ancha, al parecer le divertía mi capacidad de entrometimiento. -Bueno, y luego he tenido que obligarte a escuchar, al parecer creías que quería matarte. -Soltó una pequeña risilla, también le

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hacía gracia mi capacidad de sacar conclusiones precipitadas. Se acercó a mí, yo estaba completamente quieta, ni siquiera parpadeaba. -Y no podía dejar que te fueras así. -Así ¿Cómo? -Mi voz fue apenas un susurro, él estaba a apenas unos centímetros de mí. Pese a haber rodado por la hierba húmeda y haber librado una batalla con ni nada menos que el elemento del fuego, parecía intacto y de lo más apetecible. No quería ni saber cómo estaba yo, sabía que mi pelo caía en todas las direcciones, encrespado y lleno de hierba y barro, por no hablar de lo que antes era mi vestido, bajé la mirada para poder verlo, quedé totalmente anonadada, sabía que estaría irreconocible, pero no hasta el punto de que literalmente no se supiera que iba vestida. Solo una fina tela había sobrevivido al incendio que poco a poco se había ido apagando, dejando poco a la imaginación y pareciendo una prenda de aquellas creadas especialmente para invocar al deseo. Me sonrojé al darme cuenta de ello, seguí con la mirada baja, no quería que me viera sonrojándome, aunque seguramente la tonelada de barro que llevaba adherido a la cara lo haría imposible. -Odiándome. -Como iba a odiarte, ojala pudiera, eso haría las cosas más fáciles. -Noté su aliento helado sobre mi piel. Sus dedos rozaron mi mejilla, bajaron hasta mi barbilla, empujándola delicadamente hacia arriaba, quedando mi mirada enredada en la suya. Christian parecía conmovido. Ascendió su mano por mi mejilla y lentamente recorrió el contorno de mi pómulo, era como si fuera la primera vez que nos viéramos, en cierta parte lo era, sin barreras. Estudió cada detalle de mi rostro, yo no aguantaba las ganas de tirarme a su cuello, notaba mi esencia revoloteando nerviosa en mi interior esperando salir, pero me contuve, me quedé completamente quieta. Sus labios se acercaron a los míos lentamente, saboreando cada instante, mi esencia chisporroteaba de puro deseo, pasión, lujuria. Finalmente sus labios se unieron con los míos, mi esencia se mezcló con la suya, ahora ya entendía por qué a él no le quemaba. Su esencia entró en mí, mucho más fuerte que la última vez, ahora ya no se controlaba, ahora se dejaba llevar, como yo. Fue una sensación indescriptible la de su esencia mezclándose con la mía. Notaba como la energía se concentraba en el ambiente, comenzaba a oler a lluvia, podía sentir la tensión eléctrica como se iba acumulando propiciando el inicio de una tormenta, las nubes comenzaron a amontonarse sobre nosotros. Christian se apartó de mí, cada vez me era más difícil mantenerme quieta, pero seguía. Me miraba tan intensamente que creía que explotaba, pero seguía sin moverme. Christian bajó su mano delicadamente por mi cuello produciéndome un agradable cosquilleo. Siguió bajando su mano acariciando cada centímetro de mi piel mientras su mirada seguía cada movimiento. Su mano llegó hasta lo que quedaba de mi vestido, agarró la tela y tiró de ella desnudándome, no me ruboricé, sino que mi cuerpo explotó en llamas, ardía con deseo, era un fuego cálido e inofensivo. Él me miraba sobrecogido, comenzó a acariciar mi pecho, posó la mano sobre mi corazón, aquello era tan placentero, estaba totalmente al descubierto. Levanté mis candentes manos y le quité la chaqueta, no quemaban, solo daban calor. Le desabroché la camisa botón por botón, ésta cayó al suelo dejando al descubierto su precioso pecho, el cual ahora deslumbraba como si su piel estuviera compuesta por millones de cristales de hielo que brillaban a la luz de la luna similar a que de diamantes se tratasen. Una gota de agua se introdujo entre nosotros, poco a poco se le fueron sumando más, las que me rozaban se convertían en vapor, mientras que las suyas se congregaban en pequeños y brillantes carámbanos de hielo. Mis manos se deslizaron por su cuerpo buscando frío, mientras que las suyas buscaban calor. Exploté en mil sensaciones mientras mis labios fueron en busca de los suyos, nuestras lenguas se entrelazaron, me agarró por la cadera mientras me dejaba caer delicadamente en el húmedo suelo, aunque yo ya no podía

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notar la humedad de la hierba, todos mis receptores estaban ocupados. La lluvia se hizo más intensa, con mi calor su hielo se fundía y su frío me aportaba un agradecido y celestial frescor. Ahora las gotas nos empapaban como si normales humanos disfrutaran cómplices del amor entre la vegetación de los jardines en una fiesta. Poco a poco íbamos buscando más, quería sentirlo más, sus ojos me buscaron mientras lo sentía, nos miramos sin barreras, su intensa mirada y la mía salvaje, cómplices del amor bajo la lluvia, envueltos en el manto de la naturaleza, la madre sabia de todo lo concebible. La lluvia había cesado, pero seguíamos empapados, estábamos tumbados sobre la hierba contemplando las estrellas, yo desde el mejor lugar del mundo, entre sus brazos. A su lado podía sentir el frío y él el calor. -¿Ves ese punto brillante en el cielo? -Me preguntó señalando con el brazo que tenía libre, mientras que con el otro jugueteaba con un mechón de mi pelo. -Sí. -Es Júpiter. -Vaya, -sin un telescopio, un humano no podría apreciar más que un punto brillante, pero nosotros podíamos incluso ver su brillo rojizo. -¿cómo lo sabes? no te lo estarás inventando para intentar impresionarme. -Una risa afloró en su garganta. -Creo que ya te he dejado bastante impresionada, esto -hizo un gesto refiriéndose al planeta recién señalado - no es tan impresionante. -Bueno, tampoco te lo creas tanto, se fingir bastante bien como acabo de comprobar. Esbocé una risa divertida mientra él giraba sobre mí manteniéndome apresada entre sus brazos. -¿Ah si?, pues tendré que volverlo a intentar. -Su tono me hizo reír mientras él aguantaba su peso con sus brazos, pudiendo tener un ángulo más amplio de mí. Su mirada se volvió de aquella intensidad por la cual parecía que podía leer mi alma. Cambió su peso hacia el lado izquierdo y así poder utilizar su mano derecha para repasar cada facción de mi rostro con su dedo. -Siento haberte mentido. -Me abracé a su pecho dejando todo mi peso sobre él, empujándolo sobre su espalda, me rodeó la mía a medida que caía suavemente sobre la suya. -Yo también lo habría hecho, claro está si no se me notara a la legua cada vez que miento. -Ambos reímos, seguíamos contemplando el cielo nocturno. -Conocer el cielo fue parte de mi adiestramiento, así si me pierdo en medio de la naturaleza podría orientarme. -Contestó a mi pregunta. -¿Alguna vez has tenido que usarlo? -Sí.-Christian se encogió de hombros mientras su mirada seguía fija en el cielo. Alguna vez.-Supuse que no quería darme detalles de sus trabajitos, así que no insistí. -Shira. -¿Si? -Esta vez no salgas corriendo. -Me vino a la mente la primera vez que nos acostamos y cómo huí aquella mañana. Un pequeño sentimiento de remordimiento acecho mi mente. Pensé en lo mucho que habían cambiado las cosas desde entonces, ahora para nada me sentía mal por haber dejado mi esencia libre, es más, estaba profundamente contenta de ello. -No creo que fuera muy lejos. - Ambos sonreímos, seguramente él también estaría rememorando mi intento de huida cuando creía que Christian me quería matar. Eso me hizo pensar que necesitaba clases de auto defensa, aunque no las necesitara para librarme de alguien, ya que podría chamuscarlo, quien sabe si alguno de esos magos con un excedente de energía conseguirían dañarme, no se cuanta energía podrían haber obtenido gracias a Edward.

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-La verdad es que tienes un buen sprint. -Volvimos a reír. Pero duró poco, seguidamente Christian se incorporó y me tomó la muñeca derecha cuidadosamente. Tenía un color violáceo y una hinchazón que no le daba muy buen aspecto. Christian la estudió con el ceño fruncido. -Vamos, te llevare a curarte eso. - Di un resoplido mientras Christian se levantaba. -Sabes que se me curará solo. -Era una de las ventajas de ser un elemento. -Si, pero si lo tratamos mejorará antes. -Intenté buscar lo que quedaba de mi vestido con la mirada pero era inútil, no había nada que hacer con él. Christian pareció percatarse de lo mismo, puesto que me puso su chaqueta por los hombros, yo ya me había levantado y la verdad era que me incomodaba un poco estar totalmente desnuda. Ambos veníamos de una época más pudiente. Aunque Christian no lo aparentara. Yo me ruboricé y me abroché la chaqueta lo más rápido posible. Christian se quedó de pié mirándome de arriba a bajo. Esbozó una sonrisa traviesa, siempre le divertía verme abochornada. La chaqueta me iba bastante grande, me llegaba sobre un palmo y poco por encima de las rodillas y tuve que remangarme bastante las mangas. Llegamos a su coche, estaba aparcado en la entrada oeste de la mansión, una entrada un poco más sencilla e inhóspita que nadie solía usar. Al parecer pocas personas quedaban en la fiesta, me preguntaba si Blade se habría ido ya. Recordé que me había dejado la máscara en el despacho de Edward. Iba a subirme en su elegante coche, pero me percaté de que tenía los pies completamente llenos de barro debido a haber andado todo el trayecto de vuelta descalza. Deseché la idea de coger los arruinados zapatos, aparte de irreconocibles estaban inservibles. Como siempre Christian pareció percatarse de lo que me rondaba la cabeza. -No te preocupes, es solo barro. Además tenía previsto cambiar las alfombrillas. -Me dedicó una amplia sonrisa y me metí en el coche. Al entrar me di cuenta de que su cercanía también producía efectos en mí, ahora incluso podía notar el frío. -¿Qué te pasa Shira? - Es solo que… tengo frío. -Noté mi voz emocionada mientras mis ojos se empañaban. Él me entendía, sabía a lo que me refería. Acarició suavemente mi mejilla. -Lo se, si te digo la verdad antes he estado a punto de derramar una gota de sudor por primera vez en toda mi vida. -Ambos reímos felices, nunca creí que podría llegar a sentirme dichosa en mi condición. -¿Quieres que ponga la calefacción? sería la primera vez que se usa. -No, me gusta esta sensación. La verdad es que es un buen ahorro en combustible.

CAPÍTULO

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Llegamos al piso de Christian en un suspiro, era un conductor temerariamente rápido, aunque con una gran seguridad. Al bajar en el parking de su edificio se empeñó en subirme en volandas, al parecer no era “saludable” que fuera descalza por las partes comunitarias del edificio. -¿Va a ser siempre así, vas a ganar tú todas las discusiones? -Él sonrió ampliamente mientras me cogía en brazos y sin el menor esfuerzo me subía por las escaleras hasta el último piso. -¿Acaso un asesino a sueldo de élite no se puede permitir un edificio con ascensor? -Mi tono era inhumanamente bajo, no quería arriesgarme a que sus vecinos

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conocieran su ocupación laboral. -Claro que tengo. -Definitivamente le encantaba verme irritada. En parte era liberador, ya que él me hacía sentir cosas, cosas que hacía décadas que no sentía, aunque fuera irritación. Le dediqué una mirada llena de ira que le hizo sonreír más. Por dentro yo también disfrutaba, como si me sintiera humana de nuevo. Cuando estábamos juntos ambos nos volvíamos humanos, como cuando nos envolvía la lluvia en el parque, nunca antes, ni siendo humana, había sentido algo así, eso no tenía por qué ser humano, pero no lo cambiaría por nada. En cambio me habían mojado las gotas de lluvia, a no ser que fuera una gran cantidad de agua, no conseguía mojarme, pero al estar en contacto con Christian me había vuelto más humana, como Blade con mi contacto. Entramos en su impecable apartamento, estaba tal y como lo recordaba; pulcro, elegante y sin excesos. Me percaté de que el sillón tenía la tapicería limpia, aunque era la misma, seguía teniendo quemaduras. Christian se percató de mi atención después de haberme dejado en el suelo. -Quería guardar el recuerdo. -Se encogió de hombros y se fue hacia su cuarto. La verdad era que yo había sufrido encarecidamente después de haber huido aquella primera noche que ambos compartimos, pero no pensé en lo que él debió sentir, la culpa se adueñó de mí instantáneamente. Fui hacia su cuarto y comprobé como sacaba un kit de primeros auxilios de un cajón del armario empotrado que estaba frente a su cama. -¿Lo has tenido que usar mucho? -Alguna que otra vez, se podría decir que mi especialidad es coser. -Lo dijo en un tono bromista, para quitarle hierro al asunto, pero a mí se me encogió el corazón. -Supongo que más antes, en tus comienzos, que no ahora que tienes más experiencia. Intenté consolarme. -Lo cierto es que los encargos cada vez son más poderosos, por lo de los excesos de energía. -Aquello me preocupó encarecidamente. Eso era lo malo de encariñarte con alguien, que cuando a esta persona le ocurría algo, a ti también te afectaba. - Ven. -Me espetó sin darle importancia al dato que acababa de desvelarme y todo lo que ello conllevaba. Me senté a su lado en el borde de la cama. Me cogió cuidadosamente la muñeca y la observó con atención. Al poco sonrió. -¿Qué pasa? -Estaba completamente confundida. -Deberías darte una ducha. -Miré mi muñeca y me percaté de que estaba llena de barro, no se reconocía qué era morado y qué era barro. Me volví a sonrojar y fui hacia el baño, la verdad era que me apetecía una buena ducha. Me miré al espejo y reí desconsoladamente al ver mi espantoso aspecto, Christian debía de estar oyendo mis risas desde su cuarto, no me imaginaba que estaría pensando. Me metí en la ducha después de quitarme la chaqueta que Christian me había prestado. Abrí el grifo y dejé que la tibia agua cayera sobre mí arrastrando capas y capas de barro. El agua que caía era marrón, pero poco a poco, a medida que mi piel se libraba del barro, el agua era cada vez más cristalina. Utilicé un champú de limón para el pelo y un gel de frutas exóticas para la piel, lo cierto era que Christian tenía una gran gama de productos para la higiene corporal en la ducha, seguro que era para las invitadas que “nunca tenía”, no me puse celosa al pensarlo, ambos éramos ya “mayorcitos”, éramos libres de ciertas normas sociales. Salí de la ducha, cogí una toalla y me miré al espejo, mi aspecto era el de siempre, pero más radiante, tenía los ojos con más vitalidad, el pelo mojado caía ondulado por mi espalda aportando un aspecto sexy y salvaje. La inconfundible sensación de la energía revoloteando a mí alrededor me hizo sonreír, le permití entrar y le dediqué una traviesa sonrisa a mi reflejo, ambas sabíamos lo que venía ahora.

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Entré en la habitación de Christian, estaba de espaldas mirando por la ventana, enseguida notó mi presencia, se giró, debió de notar mi estado de ánimo, la energía fluyendo en mi interior. Su expresión era de total serenidad, pero percibí su excitación en cada centímetro de su piel. Dejé caer la toalla, sus intensos ojos azules recorrieron mi cuerpo, produciéndome la necesidad de su inmediato contacto. Me acerqué a él, en cuanto estuve a unos centímetros acaricié suavemente su cuello, noté como todos sus músculos se estremecían de puro placer, Christian dio un paso hacia mí, pero antes de que me consiguiera coger por la cadera lo empujé con fuerza sobre la cama, parecía gustarle este nuevo juego en el que él era mi presa y yo tomaba el mando. Sonrió mientras se desabrochaba la camisa. Me acerqué lentamente al borde de la cama, él se incorporó hacia mí, acarició mi espalda, yo me incliné hacia él, enredó su mano en mi húmedo cabello mientras que con la otra acariciaba mi mejilla e iba bajando hacia mi pecho pasando por mi cuello. Nuestros labios se encontraron, nuestras esencias lo ocuparon todo. De mi garganta salió un gemido de placer al notar su frío, él sonrió mientras seguía acariciándome, yo me coloqué sobre su cintura y localicé sus labios de nuevo, mientras, mis manos buscaban sus pantalones, los abrieron y bajaron, Christian se deshizo de ellos, los siguieron sus calzoncillos. Volví a notar como estallaba en llamas, le envié una pícara mirada a Christian. -¿Alguna vez lo has hecho en una sauna? -Solo un par de veces, pero no me importaría repetir. -Ambos soltamos una carcajada, yo eché a correr, no podía parar de reír, notaba como él me perseguía, un letal depredador, me acechaba sigilosamente, me agarró por la cintura y me metió en la ducha, luego entró él. Abrí el grifo de agua fría, el agua caía con la mínima presión y en cuanto entraba en contacto con mi piel nos rodeaba en forma de humo. Casi no podía ver a Christian, así que ambos agudizamos el sentido del tacto. Nos sentimos el uno al otro, Christian me cogió por las axilas y yo enrosqué mis piernas entorno a su cadera. La intensidad abrió paso al placer, ambos íbamos sincronizados, completamente complementados, notaba el rápido latir de su corazón, su fuerte respiración que se fue transformando en suaves gemidos a compás con los míos, me puso la mano en el pecho, quería sentir mis latidos. Fue intenso hasta el final, reímos cansados, mis llamas cesaron en la piel pero no en el corazón, era completamente feliz, gracias a Christian, el héroe que me había salvado de mí misma y me había hecho sentir. Llevaba puesta una de sus camisetas, él llevaba unos pantalones de sport. Estábamos en el borde se su cama, yo estaba tumbada mientras él me examinaba la muñeca, lo cierto era que no tenía un buen color, y después de apartar todo el barro se podía ver que era anormalmente morada. Yo resoplé como una niña pequeña, no había hecho más que quejarme desde que había decidido ocuparse de mi muñeca. Comenzó a presionar suavemente, no pude ocultar un gemido de dolor, me había pillado por sorpresa, al parecer estaba algo hinchada. -Vamos a tener que vendar. -El tono determinante de Christian me hizo resoplar de nuevo. -¿Vamos? -Christian sonrió. Se inclinó y cogió un paquete de vendas del maletín de primeros auxilios que había quedado abandonado en el suelo, mientras hacíamos el amor. Se me ocurrió una pequeña manera de salirme con la mía. Me incliné hacia delante, Christian estaba abriendo el paquete de vendas, comencé a besarle suavemente el cuello. -No va a funcionar. -Su voz parecía firme, pero su corazón comenzó a latir con fuerza. Yo sonreí y comencé a besarle con más intensidad, prolongando cada beso, empujé su pecho hacia detrás y me incliné sobre él, de su garganta surgió un gemido gutural, al

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parecer yo también lo había pillado desprevenido. -¿No? -Mi sugerente tono no hizo sino que aumentar la excitación. -No, te voy a vendar la muñeca, y en cuanto acabe te vas a enterar.-Su voz se fue volviendo un susurro ronco mientras mis labios descendían por su pecho. Pero sabía que pronto recuperaría el control y que conseguiría vendarme la muñeca. Agarré el paquete de vendas que tenía en una mano y salté fuera de la cama, corrí al exterior de la habitación mientras reía descontroladamente. Corrí hasta la pared contraria, detrás del sillón. Una sombra felina apareció al otro lado del sillón, Christian estaba algo flexionado, dándole su postura una imagen más felina de lo normal, lucía una media sonrisa y sus ojos chispeaban intensidad, debía de gustarle encarecidamente este juego, estaría en su salsa. Lo cierto era que podía imaginarme su letal aspecto, podía cambiar fácilmente esa atractiva sonrisa por una letal acompañada de unos fieros ojos de depredador. Al pensar en aquella imagen un escalofrío recorrió mi columna vertebral. Le daba más emoción al juego, corrí hacia la cocina, pero me interceptó en un abrir y cerrar de ojos, grité y reí, mientras él me tumbó sobre el sillón, con sumo cuidado de no dañar mi muñeca me inmovilizó bajo su cuerpo. -¿Harías el favor de devolverme el paquete de vendas? -Claro. -Sonreí mientras como pude lo metí bajo la camiseta. Christian suspiró con una sonrisa. Con ambas manos me sujetaba, así que agarró el cuello de la camisa con los dientes y estiró hasta que se oyó un “crack”, entonces comenzó a deslizar sus labios por mi pecho hasta agarrar el paquete de vendas, lo escupió sobre la mesa y me dirigió una traviesa mirada. -Mm… ¿qué voy a hacer contigo? - Yo reí con excitación, apreté mi cuerpo al suyo. -¿Te doy una sugerencia? -Ambos sonreímos, comenzó a recorrer mi cuerpo con su boca, suspiré de placer, nuestros labios se encontraron tras el largo trayecto, empezamos a hacer el amor en el sillón, Christian trataba con sumo cuidado mi muñeca hinchada y amoratada. Me cogió en brazos y seguimos en su cama. Me había dormido entre sus brazos, no me di cuenta de que me había tapado con una sábana. Me fijé extrañada, era como darle un radiador a un pingüino. Él estaba recostado observando mi expresión. -Te ha bajado la temperatura esta noche, no mucho pero hacía algo de frío, aunque yo más bien he pasado calor.- Sonreí impresionada de nuestros cambios, él también sonreía. La energía de mi alrededor se había consumido, estiré la mano y cogí la camiseta que ya había llevado la noche anterior, la cual yacía sobre la cama, me la puse, ahora el cuello de la camiseta caía sobre mi hombro. Christian ya se había puesto los pantalones. Por la luz que entraba por la ventana deducía que debían ser la diez de la mañana. -Vaya, he dormido mucho ¿he roncado? -Christian sonrió, se me escapó una risilla. -No, pero me preocupa esa muñeca, anoche la doblaste un par de veces. -Me miré la muñeca, aun tenía peor color que el que recordaba. Al parecer Christian se había dado cuenta de que la moví, embriagada por la excitación no noté el dolor. Pero ahora se agolpaba cada vez que intentaba moverla. Sonreí al acordarme de anoche, recordé sus caricias, las mías, no me arrepentía de haberme entregado totalmente, muñeca incluida, mis caricias, su tacto a través de mi magullada mano … no, no me arrepentía en absoluto. Pareció notar mi sonrisa y de donde provenía, él también sonrió, se acercó a mí y jugueteó con un mechón de mi pelo. -No se qué haría si… -De repente su semblante se nubló. Me cogió en brazos y me llevó hasta la cocina, me subió en una encimera, no sabía qué era lo que le había pasado por la mente, pero aquello le turbaba. Fue hacia la mesa donde estaban las vendas y volvió.

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-¿Qué pasa Chris? -No se por qué lo llamé así, me salió solo, lo cierto era que nos daba un trato más íntimo. Su semblante se enterneció durante unos segundos, me miró con aquella turbia mirada mientras sus manos trabajaban a toda velocidad envolviéndome fuertemente la muñeca con las vendas. -Me gusta. -Hizo una breve pausa, centró la mirada en el trabajo que estaban haciendo sus manos y esbozó una melancólica sonrisa que me sobrecogió el corazón. -Nunca antes me habían llamado así desde mi madre. - No supe qué decir, así que simplemente aguardé en silencio a que me abordara con aquel tema que lo perturbaba. Noté como dejaba de envolverme la muñeca, había sido rápido y preciso, tal como se esperaba de él. -Shira. -Su semblante volvía a estar serio. -¿Si?- Doblé cuidadosamente la muñeca para comprobar la sujeción de la venda,”impecable”. -¿Qué vas a desear en tu doscientos cumpleaños?- Aquella pregunta me pilló desprevenida, aunque en parte me la esperaba, sabía que en algún momento despertaría de mi ensoñación, que esa espina en forma de pregunta rompería mi burbuja. Toda la sangre de mi rostro se disipó dejándome totalmente pálida. Bajé la mirada mientras intentaba agrupar las ideas que tan sólidas me parecían y que ahora se formaban como meras estupideces de alguien que habla sin saber qué esta diciendo. -Ya sabes que no puedo decírtelo. -Me había agarrado a un clavo ardiendo, pero sabía que tendría que acabar afrontando el problema, Christian se merecía que fuera sincera. Si era cierto que no podía contarle mi deseo antes de pedirlo; viejas leyendas, claro, nosotros éramos bastante supersticiosos, habíamos visto mucho, éramos de otras épocas más míticas en la que la ciencia no tenía cavidad y la magia explicaba los sucesos sin comprender. -Pero puedes explicarme qué tienes pensado. -Su voz estaba embriagada de paciencia, aunque pude notar un pequeño temblor en su tono, la bomba de relojería en que se había ido convirtiendo aquella temida conversación iba a estallar, y me iba a pillar de lleno. -Sabes que esta es mi única oportunidad, ¡tengo doscientos años! -Mi respuesta fue a la defensiva, pero no podía casi explicarle lo que pretendía sin derramar lágrimas a no ser que me llevara la argumentación por mi propio terreno. -¡Tu única oportunidad para qué, ¿para quitarte del medio?! -Christian se alejó y me dio la espalda, al parecer no quería ni mirarme en ese momento, vi cómo intentaba controlarse, apretaba los puños con fuerza y aguardó en silencio aun sin mirarme. -No, mi única oportunidad de poder librarme de todo este peso, de poder llegar a ser feliz. -Notaba como las lágrimas se agrupaban en mis ojos, no quería hablar de algo así derramando lágrimas, pero al menos él sabría que no era santo de mi devoción, que yo no quería que ocurriera de aquella forma, que él me importaba de verdad, que no lo dejaba tirado sin más. -Creía que conmigo eras feliz. -Su voz sonó más baja, se giró y las lágrimas descendieron sin control por mis mejillas al ver sus apenados ojos azules, ahora grisáceos como un día nublado. -Tú eres mi felicidad.-Aquellas palabras salían precipitadamente y sin control alguno siguiendo el ejemplo de las lágrimas que no cesaban en su precipitación. -Pero no puedo permitirme ser feliz. -Él se acercó y me cogió de las manos, algo en él se había vuelto más tierno, pero aún así notaba su acritud palpitando en su interior, notaba su alma volviéndose tan gélida como su esencia, su piel se volvió reluciente como cristales y de su pelo se apreciaban pequeños carámbanos que caían sobre el suelo de la impecable cocina.

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-¿No te has castigado ya suficiente con doscientos años de penitencia? estoy seguro de que no querrían verte infeliz, sino que hubieras superado lo que pasó, haber asimilado lo que eres y haber intentado ser feliz. -Su aliento surgía fresco en forma de vapor acariciando mis mejillas, me aportaba un impensable placer. -No, no es suficiente, ¡era mi familia y yo los maté! -El fuego se abrió paso surgiendo de la furia, la agonía y el más puro sufrimiento. -Tú no los mataste, fue un accidente. -Christian pareció crisparse ante mi exteriorizado sufrimiento. -El fuego es la esencia más difícil de controlar, es casi imposible, debes aprender a vivir con ello. -¡No! -Mis sentimientos se descontrolaron más que de costumbre, nunca había hablado con nadie de ese tema, y ahora salía todo, mi agonía más profunda, doscientos años de remordimientos y turbios recuerdos. -No puedes hacerme seguir viviendo con esto. Los temidos recuerdos enterrados bajo capas y capas de amargura comenzaron a surgir abriendo una herida apenas cicatrizada, haciendo brotar nuevas corrientes sanguíneas. Aunque lo estuviera esperando, el dolor me cogió por sorpresa, salté de la encimera y me precipité hacia la puerta, pero un intenso dolor punzante en el estómago me hizo doblarme sobre mi misma y encogerme sobre el suelo. Las imágenes afloraron; los gritos de terror, la agonía, la impotencia, la repulsión de la gente hacia mí… Las lágrimas brotaban, pero algo helado paró mi fuego interno, Christian se había tumbado a mi lado, me había agarrado de la cintura, el mero contacto conmigo en ese estado de descontrol propició que mis pensamientos se trasladaran a su mente involuntariamente, como aquella vez en el lago, pero esta vez no quería que él los viera. Christian profirió un grito de dolor, no un dolor físico, sino el dolor más angustioso de todos. Los gritos, las imágenes del incendio, mi casa en llamas y yo yéndome abajo con los cimientos y toda mi familia, con la única diferencia de que yo sí que volví a despertar. Christian había saltado hacia atrás ante el relámpago de dolor inesperado. Pero rodó sobre sí mismo y volvió a cogerme por la cadera, se quedó así durante unos minutos y después me abrazó con más firmeza. Nunca habría llegado a imaginar que alguien soportara voluntariamente mi peso, que quisiera compartir conmigo mi desgracia haciéndola algo menos agonizante para mí. No sé decir con exactitud cuanto tiempo estuvimos así, solo sé que poco a poco su frío fue calmando mi calvario, mi dolor volvió a mis profundidades más superficiales, a la espera de otra caída. Me giré para quedar cara a cara con él, los dos, tendidos en el suelo de su salón, sin necesidad de palabras. Lo miré a los ojos, podía ver su alma, al igual que él la mía. Me apartó un mechón de mi frente, intentó sonreír, pero el labio le tembló ante el esfuerzo, aquello había sido devastador, y aun así se había quedado a mi lado. Por eso mismo, por todo lo que él había hecho por mí merecía que yo fuera sincera, si, probablemente se lo merecía, pero sería doloroso para él, aunque lo sería más cuando descubriera demasiado tarde mis intenciones. Aun así no podía despedirme de él, me era impensablemente imposible, así que con el más doloroso de los pesares tendría que apañármelas como pudiera, “¿no ansiaba tanto ser humana de nuevo?” pues la mentira y el egoísmo eran sentimientos bastante populares entre los humanos, suspiré y comencé a asumir mi futuro próximo y el camino que tendría que recorrer para llegar a él. -No puedes dejarme. -Como si inconscientemente supiera qué me rondaba la cabeza me clavó sus humedecidos ojos en mi alma a fuego vivo. -Shh. -Le coloqué suavemente mis dedos sobre sus labios a modo de tranquilizarlo. Aun queda tiempo, no hace falta que lo hablemos ahora. -”mentira”, no había tiempo, es más, esa misma noche partiría hacia Seattle para ver “seguramente” por última vez a mi “familia”. No pareció percatarse del temblor de mi voz, y si lo hizo lo achacaría al

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reciente ataque de emociones que había sufrido, seguramente pensaría que no sería tan ruin como para mentirle en algo así y dejarle, dejarle… aquello verdaderamente me partía el corazón, no sabía si tendría la fuerza suficiente como para irme de este mundo sin ni siquiera prepararlo para ello, sino mediante una amarga sorpresa, aquello no me lo perdonaría en la vida. Por una parte me alegraba de no estar para recibir su ira letal, su pena, su decepción, su odio… Cerré los ojos ante aquel desagradable pensamiento. Christian me acarició suavemente la mejilla. Pensaría que aun no me había recuperado del todo y que las tinieblas se resistían a abandonar mi mente. En cierta forma así era, pero no eran las mismas tinieblas las que estaban revoloteando en mi miente en aquel instante. -Shh, no te preocupes. -Su voz sonó tan tierna que nuevas lágrimas rodaron por mis mejillas, no quería verle los ojos, no sabiendo el daño que le iba a ocasionar. A las lágrimas les siguieron los sollozos, yo sería la culpable de su desdicha y ni siquiera haría nada por evitarlo sabiéndolo. Solo podía pedir que fuera durante breve tiempo, que se acabaría olvidando de mí. Él me abrazó, apoyé mi cabeza en su pecho cubriendo mi sonrojada cara por los sollozos, inspiré mientras pude y hundí más mi rostro en él esperando captar todo su aroma, y ahí, escuchando los latidos de su corazón, mojándole el pecho de mis lágrimas entre sollozos comprendí que era una cobarde y que él se merecía a alguien mejor. Mis sollozos se hicieron más intensos, mientras Christian comenzó a acariciarme tiernamente el pelo sumido en sus pensamientos, intentando reconfortarme. Para mi era un reconforte falso, me aportaba placer superficial, pero me embriagaba de pena por dentro, dotando a sus gestos las reacciones contrarias a su intención. No se cuanto tiempo pasamos en silencio cada uno sumido en sus pensamientos. Le di tantas vueltas a la cabeza que llegué a la teoría de que quizá, después de ver mi horror más profundo, después de ver lo que ocasioné, Christian también pensaría que soy un ser horrible, un monstruo que no merece vivir y menos aun donde cabe ser feliz. Pero entonces me percaté de que su mano seguía acariciándome la cabeza, jugueteando con los mechones de mi pelo de vez en cuando, los cuales caían en diferentes direcciones sin seguir un patrón común. Y caí en la cuenta de que Christian era el hielo, era el ser más frío de este planeta, si él no quería tener mi presencia se habría librado de mí en ese preciso momento, no estaría acariciándome el pelo por mera cortesía. Cuando me estaba preguntando en qué realmente estaría tan sumido, me respondió como siempre hace, como si pareciera que me leyera la mente. -¿Cuánto? -Me quedé en silencio unos instantes, no porque no supiera a que se refería con la pregunta, sino para marcar una fina línea de la que no habría marcha atrás, ya había comenzado desde el momento que asumí que tendría que hacerlo, pero en cuanto se lo dijera a él cobraría tanta realidad que no habría marcha atrás en la farsa. - Aun tenemos tiempo. -Lo dices como si realmente te fueras a ir, nunca permitiría que te fueras, que desaparecieras sin más. -Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo al comprender claramente que eso que tanto temía Christian era precisamente lo que iba a ocurrir. Pareció percatarse de mi temblor, supongo que lo adjudicó al miedo que me producía la idea de la muerte, pero él me conocía, sabía que aquello no era una preocupación en mi ser, después de tantos años pensándolo no influía para nada en mi ser. “La muerte” me repetí para mis adentros mientras reflexionaba sobre ello. Aunque a lo mejor pensaba que había cambiado de parecer al tocar el cielo, al sentirme feliz con su presencia por primera vez en siglos y que ahora no quisiera “desaparecer”; prefería esa palabra antes que muerte, no porque no supiera qué iba a pasar, sino porque no creía que mi alma fuera a reencarnarse o algo así, sino que simplemente “puff”, desaparecería en la

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absoluta “nada”. Mi alma ya había vivido lo suficiente como para volver al ciclo vital. Fue entonces cuando me planteé si realmente yo nací humana, ya que mi alma estaba diseñada para vivir una largo ciclo vital, por no decir inmortal, aquello me entristeció, un alma humana esta diseñada para un corto periodo de tiempo (en comparación, claro está). Pero su presencia no ralentizaba mi deber, sino que lo apremiaba, ya que cuanto más tiempo pasara con él, más difícil sería luego para los dos, más para él, ya que yo me habría ido. -Dos meses.- “mentira” una semana. Me hubiera gustado pasar mis últimos días con él, pero ya que era demasiado cobarde cómo para concederle la sinceridad, al menos le concedería esto. Algo era algo, menos de lo mínimo requerido para él, él merecía más. Lo único noble que podía darle era menos tiempo conmigo, aunque para él será aun menor de lo esperado. Intenté avisar a su subconsciente de que se preparara. -No puedes impedírmelo. -Pese a la gravedad de la conversación, ambos estábamos tranquilos y con suaves tonos de voz. -Por supuesto que no, a ti nadie puede detenerte, pero quizá si hacerte cambiar de opinión. -¿Y cómo tienes pensado hacerlo? -Te haré pasar los dos meses más perfectos que nadie podría imaginar, te haré feliz, se que puedo… si tú me dejas. - Me emocioné ante su declaración. Sabía que lo haría, no dudaba de ello, suspiré de añoranza como si hubiera tenido esos dos meses, al imaginarme esos meses que me hubiera gustado tener pero que nunca se harían realidad. Solo con su presencia ya era feliz, pero no se lo dije, no podía darle esperanzas, al menos eso se lo debía, y más. -Bueno, en realidad tienes cinco semanas. -Él seguía acariciándome el pelo con suma tranquilidad, seguramente estaría trastabillando algún tipo de idea. -Explícate. -Voy a ir a visitar a mi familia unas semanas. -Al nombrar la palabra “familia” un pequeño temblor acució mi interior, cierto era que no eran mi familia de sangre, pero si eran de mi raza y los quería como mi familia, se podría decir que eran mi “familia espiritual“. Aquel nombre no hizo sino que añadirme una sonrisa. Si, los quería, aunque escasas veces acudía a visitarlos. No me gustaba la burbuja en la que vivían, estaban orgullosos de lo que eran, y como yo siempre lo he rechazado no me sentía cómoda. Lo respetaba y ansiaba sentir lo mismo que ellos, pero mis recuerdos me lo impedían. -¿Tu familia de Seattle? ¿Son el resto de elementos? -Si. -Estaba pensando que quizás Christian sentiría curiosidad y me pediría que le dejara acompañarme, en cierta medida también podrían ser su familia, era normal que quisiera conocerlos. Aunque algo me decía que a Christian no le hacían mucha gracia las reuniones sociales. -¿Cuándo te marchas? -Su voz sonaba tranquila, demasiado para tratar un tema tan peliagudo, ¿acaso tan seguro estaba de su poder de convicción que no creía que mi idea de celebración de cumpleaños fuera a seguir adelante? Esperaba con todas mis fuerzas que no fuera eso, ya que la sorpresa sería devastadora. -Esta noche. -Noté algo parecido a un temblor, seguramente él no creía que mi viaje sería tan precipitado, pero lo cierto era que lo llevaba preparando todo el año, los echaba de menos, lo peor serían las despedidas, ya que ellos sí sabían lo que se acontecía. No eran tan optimistas como Christian. Yo también me estremecí al sellar completamente mi plan, mi inminente plan. -¿A qué viene tanta prisa? -Quiero despedirme con tiempo. -Profirió un gruñido mientras paraba de acariciarme el

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pelo, su mano se tensó y la alejó de mí. Me cogió la cara entre sus manos y me miró fijamente a los ojos. Al ver ese color en sus ojos tan resplandeciente me vino a la mente la canción de Bob Dylan; Knocking On Heaven´s door, yo había tocado el cielo con la punta de los dedos, no solo lo había tocado y llamado a las puertas, sino que había entrado, paseado, disfrutado y por gusto propio me tiraba de cabeza como una demente hacia la oscuridad más profunda, sinceramente esperaba que mereciera la pena. Quería que todos se prepararan para lo peor. -No se que haría si no estuvieras, si no te tuviera, si no pudiera tocarte. -Pareció quebrarse su voz, sus ojos centellaron amenazantes. -Shira, prométeme que nunca me dejaras, que nunca tendré que vivir en este mundo sin tu presencia. -Cerré los ojos ante tal huracán devastador, ¿cómo podía hacerle eso?, ¿cómo iba a poder dejarlo sin más, sin ni siquiera avisarle como una cobarde? Negué con la cabeza mientras las lágrimas amenazaban con brotar. Cerré los ojos con fuerza y me repuse, saqué el valor de alguna parte desconocida en lo más profundo de mi ser. -No puedo prometerte eso, no voy a prometerte eso porque ambos sabemos que no es cierto, ¡tú también lo sabes! en el fondo lo sabes. -No me lo hagas más difícil. -¿El qué? -Contenerme y estar tranquilo para hacer que te quedes, que cambies de opinión por muy cabezota que seas, no voy a permitir que te marches. -Inspiré profundamente, no tenía remedio, ni rival. -Ya hablaremos de esto a mí vuelta ¿vale? -Al menos había un pro, no habría vuelta, ni por tanto complicada conversación. -Está bien. -Volvió a sonreír y me plantó un tierno beso en la frente. No me gustaba que me besaran en la frente, pero en ese momento lo agradecí con toda mi alma. -Voy a tener que ir a empezar a hacerme las maletas. -Christian protestó con un gruñido mientras me estrujaba entre sus brazos a modo de retención. -Aun es pronto. -Pero me quiero despedir. -¿De quién? -De Edward y Blade. - Pero si en tres semanas los veras. -Tengo por costumbre despedirme de mis seres queridos antes de emprender un viaje. Christian sonrió, ahora era una costumbre, pero en antaño era todo un acontecimiento, los viajes eran muy largos y peligrosos, supongo que estábamos chapados a la antigua.

CAPITULO 18 Christian me llevó hasta casa, iba vestida con una de sus camisetas, la que rompió con los dientes y con lo cual tenía el hombro caído, me empeñé en llevar esa, me traería buenos recuerdos... Tenía que hacer unos asuntillos de trabajo, así que tuvo que irse rápido. En cierta manera era lo mejor que podía hacer, pero aun así me sentí algo desolada. No me costó mucho hacer las maletas, puse ropa de invierno para Seattle y de verano para Túnez, (en realidad no necesitaba la de invierno, pero me hacía sentir mejor) allí era donde siempre realizaba mi renovación de energía, mi meditación, donde pediría mi deseo, el deseo que llevaba esperando casi doscientos años. Primero me despediría de Edward; Christian no me había hecho ninguna pregunta ante

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mi interés de despedirme de Edward, seguramente se imaginaba que habíamos compartido muchos momentos en el pasado. Aunque apenas nos visitáramos en la realidad nuestra relación era más profunda, al tener tantos años por delante y vividos, los elementos no necesitábamos estar en continua comunicación, pero nuestros lazos eran sólidos e indestructibles. Suspiré mientras acababa con la maleta, si no me había olvidado de algo tendría lo imprescindible. Gracias a mi trabajo había podido ahorrar lo suficiente para el viaje. También tendría que hacer otra parada en el Starbucks, tenía que avisar con dos semanas de antelación de que dejaba el trabajo, pero mejor esto que nada. Dejé la maleta en el recibidor, cogí las llaves y me fui hacia mi coche. Llegué a la mansión de Edward en veinte minutos, sabía que estaría allí, “intuición de elementos“. Era una de las cosas que añoraría, el encontrarse con los elementos sin necesidad de GPS. Dejé el coche en el mismo aparcamiento que la noche pasada, esta vez estaba completamente vacío. Subí las escaleras, me dirigí a la puerta, estaba abierta, Edward me estaría esperando. El resplandeciente salón de baile estaba completamente vacío, dándole la soledad un aspecto sombrío. Supongo que por ello a Edward le encantaba dar fiestas y estar rodeado de gente, así su propia sombriedad no lo asolaba. Pensé en él y Luz, su gran amor y el impedimento físico, debe de ser tan doloroso ansiar estar con alguien y que cada vez que se está cerca producirse una sobrecarga energética… Yo en cambio desaprovechaba lo que tenía con Christian, aunque sí que había un impedimento, un impedimento psíquico. -Llegas pronto. -Edward apareció en lo alto de las escaleras despertándome de mi ensoñación. -Creía que no teníamos hora establecida. -Ambos sonreímos. Bajó las escaleras con aquel paso tan glamurosamente reconocido. -Me alegro de verte Shira. -Me cogió de la mano mientras su sonrisa hacía que dos atractivos hoyuelos se le formaran en el rostro. Tanto él como Luz parecían los elementos más mayores, era por la solemnidad de su espíritu, Edward podía aparentar perfectamente unos treinta muchos bien llevados, parecían estar en edad adulta, aunque en teoría todos estábamos dentro de la tercera edad, ya que no había otra más alejada. Yo le respondí con una amplia sonrisa. -Con que al final decides seguir con tu plan. -Su mirada se llenó de pena, mientras sus facciones adoptaron un aire de resignación. -¿Cuándo no lo he tenido decidido? -Cierto. -Pareció que su mente volaba en otra dirección cuando respondió. Verdaderamente espero que te vaya bien, ninguno sabemos cómo es cargar con tu peso durante doscientos años, así que no puedo ponerme en tu lugar, pero lo que sí que puedo hacer es decirte que realmente no quiero que desaparezcas, sea cual sea tu deseo, y que el mundo será algo más desolador sin ti. -Gracias Edward. -Mi voz sonó emocionada. -Te deseo suerte y espero que finalmente tu pena y agonía cesen pronto. -Una lágrima cruzó mi mejilla, Edward la cogió con el dedo antes de que se evaporara y me dedicó una tierna sonrisa. -Adiós Shira, de corazón, bueno, el que se supone que no tengo. Amos sonreímos ante su comentario, Edward podía representar el mal, pero realmente tenía corazón. No podía despedirme de Blade aun, antes tenía que asentarme un poco, así que decidí pasar por el Starbucks primero. Al entrar el encargado se quedó algo extrañado, aquel era mi día libre. Yo sonreí con una sonrisa llena de pena, la melancolía de la que estaba plagada aquel día se me caló en los huesos. Le comuniqué que no podría seguir trabajando allí, que sentía las molestias. Pude notar la sorpresa seguida por la pena, lo

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cierto era que se me había dado bastante bien aquel empleo, pero no era una pena como la que había embargado a aquellas personas de las que me despedía aquel día, él no tardaría en sustituirme. Ante todo hice gala de mi condición para que al encargado no se le ocurriera poner pegas, y menos legales, aunque lo cierto era que no valdría la pena. Suspiré hondo y bajé del coche justo en la calle de Blade, podía ver su casa desde allí. Me quedé observándola antes de poder salir del coche, nunca antes me había parecido tan bonita y distinta a las demás. Iba contando los pasos desde el coche hasta su casa mirando fijamente los adoquines del suelo. Llamé a la puerta, si no recordaba mal, sería la única vez que llamaba a la puerta, me sentiría como una traidora, entrando en su casa con las llaves que él me había confiado para decirle adiós, como si me confiara su corazón y le diera las gracias antes de tirarlo al suelo y darle un punterazo con el pie. Oí un ruido procedente de detrás de la puerta, como de pasos acercándose, luego el del seguro desplazándose. No podía parar de repetirme lo duro que aquello iba a ser, Blade no tenía ni idea de lo del cumpleaños, ni del deseo ni de mi intención. -¿Shira? -Tenía los ojos algo cerrados, parecía que se estaba desperezando. -¿Puedo pasar? -Claro. -Entre lentamente en su casa, inspiré su aroma seguramente por última vez. -¿Va todo bien? ¿Pasó algo en la fiesta? -Notó mi semblante ensombrecido, estaba preocupado. -No es eso. Siento haberte dado plantón ayer. -Él pareció calmarse, no debía de haberle dicho eso, ahora lo pillaré desprevenido. -No importa, de verdad. -En realidad no es por eso por lo que he venido. -Noté por el rabillo del ojo como volvía a tensarse. Él aguardó pacientemente mientras me escrutaba con la mirada para ver algún indicio de algo. -Me voy, Blade. -¿A dónde? -Lejos. -¿Hasta cuando? -Noté la desesperación en su voz, ahora que era prácticamente humano le costaba más controlar sus emociones, sonreí débilmente al compararlo conmigo. Clavé la mirada en las baldosas del suelo, el largo silencio pareció darle las suficientes pistas, al fin y al cabo él poseía años de experiencia. Volvió a recuperar su compostura. -No voy a volver. -¿Es por lo del mítico deseo de los doscientos? -No me sorprendió que lo supiera, de hecho lo agradecí, aquello ahorraba explicaciones innecesarias. Asentí suavemente con la cabeza. -Es que acaso vas a pedir… Oh. -Lo siento, Blade. -No podía sino que pronunciar cortas respuestas. Él pareció comprender. Blade siempre me había tratado como si yo fuera una diosa, parecía sentirse sumamente honrado de poder disfrutar de mi compañía, así que dudaba que me contrariara, sobre todo en algo referido a mi vida y a mis elecciones. Él sabía que no podía comprender por lo que había pasado, ni qué era lo que yo sentía o aspiraba. -Yo… no se que decir. -Noté como se desmoronaba su interior, me obligué a mirarle el rostro por mucho que eso me doliera, quería recordarme que yo era la causante de aquello, que siempre haría sufrir a mis seres queridos, aunque ya quedaba poco… -No hace falta que digas nada, soy yo la que tiene que dar explicaciones, -por una vez sí que sentía que debía dar explicaciones, aunque no tuviéramos ningún tipo de contrato. Blade y yo habíamos compartido tiempo y sentimientos, lo que yo sentía por él, lo que él me había hecho sentir, enseñado a sentir, merecía explicaciones, era algo más sólido que un contrato de papel. Inspiré profundamente, tenía que ser capaz de

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decirle lo que sentía, por él, Blade se lo merecía. -Yo quería que supieras que para mí no has sido un simple amigo, me has hecho sentir cosas que hacía siglos que no sentía, has sido mi confidente, mi amigo, mi compañero … -Se me quebró la voz, pero tenía que acabar, decírselo todo, aunque si me paraba a pensar no se si eso sería lo mejor para él, si, tenía que saber que no me iba sin más, que me resultaba difícil separarme de él, que él no era el único que había sentido cosas, que había sido importante para mí .Siempre has estado cuando te he necesitado y yo en cambio me voy y te dejo … -¡No, tú me has hecho humano de nuevo! ¿Sabes lo que eso significa para mí? ha sido mi mayor deseo, y tú lo has cumplido, y yo voy a respetar tu mayor deseo, aunque me desquicie. Le miré con una extraña tranquilidad, lo cierto era que me hubiera gustado advertirle de que me iba con antelación, pero mi plan de huida había sido planeado precipitadamente, cuanto más tiempo pasara con Christian y Blade peor sería para ellos. -Adiós Blade. -Adiós Shira. -Se acercó a mí y me plantó uno de los besos más tiernos del mundo, noté sus ahora cálidos labios, cerré los ojos y nos fundimos en un abrazo, lo agarré con fuerza, quería sentirlo por última vez, quería aprovechar nuestro último segundo juntos. Volví a casa, cogí las maletas, miré a mí alrededor por última vez y me dispuse a salir, debía ser fuerte, irme sin mirar atrás, pero no fue mirar atrás lo que me resultó difícil, ya que Christian se encontraba justo en frente de mí, había venido en su porche negro. Estaba apoyado en su coche mientras me miraba reflexivo, en cuanto vio que le miraba me sonrió ampliamente, supe que me dolería no volver a ver su destellante sonrisa. Se acercó a mí y me cogió la maleta de las manos. Esperaba que no le diera por registrarme la ropa, se daría cuenta de que algo no iba bien. Yo me quedé pasmada, sin reaccionar mientras él metía la maleta en el maletero. -¿Qué haces aquí? -¿Acaso pensabas que te ibas a ir sin despedirte de mi? -Creía que lo de anoche servía de despedida. -Christian rió, yo lo habría hecho, si me quedara sangre en el cuerpo. -Te acompaño al aeropuerto, ¿es lo que hacen los novios no? -Estaba de guasa, él sabía perfectamente que no le poníamos etiquetas a las cosas. -A, ¿es que ahora somos novios? -Yo me tranquilicé un poco al entender su plan, simplemente me llevaría al aeropuerto, lo haría un poco más complicado, pero el plan seguía adelante. Christian rió ante mi comentario, yo también me uní, quería aprovechar nuestros últimos minutos juntos, y también debía comportarme con normalidad o Christian sospecharía, sería bastante complicado, nunca se le pasaba nada. Nos conducimos al aeropuerto, mi vuelo saldría en una hora y media, cuanto más tiempo pasara sin irme, mayor peligro correría. Llegamos al aeropuerto, Christian estuvo algo ausente en el trayecto, o quizá había sido yo, estaba al borde de un ataque de nervios. Notaba como Christian escrutaba cada uno de los movimientos que hacía, era como si me probara, aquello aun me ponía más nerviosa, ¿Christian sospechaba? ¿Es que acaso pensaba que podía mentirle con algo así? esperemos que no descubriera la verdad, porque no creo que le gustara demasiado. El momento se acercaba, el momento de la despedida, lo peor era que no podía expresarle lo que realmente quería decirle, que se supone que ésta no era una despedida definitiva, no podía ponerme melodramática. No podía expresarlo con palabras, pero ¿acaso una imagen no vale más que mil palabras? Tenía miedo de que en cualquier momento Christian me preguntara que si creía que era tonto, que me había calado desde el principio y que no iba a dejar que me fuera, o que decidiera sacarse un billete a Seattle en el último momento. Lo

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temía, pero una pequeña parte de mi lo ansiaba, no quería separarme de él, y menos para siempre. La última llamada al vuelo con dirección a Seattle salió por el altavoz de una manera in entendible, la mujer de megafonía no le ponía muchas ganas. “Vamos Shira, no te dejes llevar”, el momento había llegado. -Nos veremos en dos semanas. -Intenté sonar confiada, pero mi voz salió a trompicones en un débil susurro. -Espero que aguantes dos semanas sin mí. -“El riesgo ojala fuera ese”. Mis facciones adquirieron un tono compungido, intenté sonreír, seguir con el aire jocoso y desenfadado de la conversación, pero no aguantaba más. Notaba como mi esencia se revolvía impaciente, las lágrimas se agruparon en mis ojos, más me valía que actuara pronto, si Christian me seguía escrutando de esa manera yo misma le confesaría mi plan. Me lancé a su cuello, si bien no podía hablar, le haría saber cuanto me importaba con un beso, no un beso cualquiera, sino un beso apasionado con el que expresarle todo. Él me recibió, aunque no se esperaba tanta efusividad, mi beso apasionado despertó su instinto animal, un gemido de sorpresa se abrió paso desde su pecho. No pude evitar que una lágrima cayera por mi rostro, como siguiera mucho tiempo, a parte de que perdería el vuelo, las lágrimas eran un aviso de los próximos sollozos. Nuestras esencias revoloteaban juntas, se despidieron para siempre mientras un pedacito de mí se quedaba junto a esos ojos azules. No pude decirle adiós, simplemente no pude, me acarició la mejilla, y sin mirar atrás me fui por mi puerta de embarque, era la última, no tuve que esperar, el hombre de la puerta comprobó mi billete y me fui, me fui para siempre. Los sollozos me acecharon en cuanto oí la puerta de embarque cerrando detrás de mí mientras avanzaba por el claustrofóbico pasillo. Sabía que Christian sospechaba, mi despedida seguramente aun lo había dejado más extrañado, tendría que darme prisa en irme a Túnez, había pasado lo peor. Suspiré mientras las últimas lágrimas bajaban por mis mejillas a medida que dejábamos Nueva York, me acomodé en el asiento y dejé que la melodía pieces; de sum 41 inundara mis oídos.

CAPITULO

19

Inspiré profundamente al bajar de avión dejando que el húmedo aire de Seattle se metiera en mis pulmones reavivando mis recuerdos. Cogí mi equipaje de la cinta transportadora y llamé a un taxi en la abarrotada salida del aeropuerto. Me llevó hacia una gran casa a las afueras, la más cercana a estar en plena naturaleza, ésa era. Sonreí para mis adentros, no era a la única a la que le gustaba vivir a mi aire. Le dejé algo de propina al taxista, “¿para qué me serviría el dinero al lugar donde voy?” Iba a abrir la puerta de la rústica casa de piedra con amplios ventanales cuando alguien la abrió desde dentro. Reconocí aquellos bucles dorados y aquel rostro resplandeciente. Luz me sonrió de alegría mientras me estrechaba entre sus pequeños brazos, su olor a fresas me envolvió. Era unos centímetros más baja que yo, de una figura que parecía algo delicada, pero apenas se le notaba, ya que iluminaba cada estancia en la que se encontraba. Sus brillantes ojos grises recorrían cada centímetro de mi cuerpo emocionados, aunque lo peor era cuando me miraba a los ojos, tenía la mirada tan profunda que con aquella intensidad parecía que te hubiera leído el alma de cabo a rabo. No era un gris apagado y melancólico, como los añorados ojos de Christian cuando se turbaba, sino que era un plateado brillante, casi transparente, eran de lo más

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impactantes. Aunque todos lo elementos tenían ojos impactantes, distintos, ya que eran el reflejo de su esencia, los de Luz resultaban extraordinariamente inhumanos. -Cuanto tiempo, te hemos echado de menos. -Su voz tampoco se quedaba atrás, sonaba tan armoniosa y delicada como un arpa, era como la imagen de un ángel. -Yo también a vosotros. -Entré en el que una vez fue mi hogar, recordaba su amplitud, sus habitaciones empapadas de luz. Era reconfortante. Me encaminé a mi antigua habitación, estaba en el segundo piso, subí las escaleras de madera, entré en mi habitación y dejé mi maleta sobre la cama. Estaba tal y como la recordaba, una cama doble y un armario empotrado, nada más. Una brisa revolvió mi cabello, sonreí para mis adentros. -¿Sabes que hay que llamar antes de entrar? - Mi voz sonó sorprendentemente alegre. -Si, la confianza da asco ¿verdad? -Me giré y contemplé a Will apoyado en el marco de la puerta. Ambos sonreímos y nos fundimos en un abrazo. Al acercarme a él recordé su presencia, era como si una corriente de aire recorriera cada centímetro de su cuerpo, y cuando te acercabas se trasladaba a ti. Nunca conseguí acostumbrarme al continuo revoloteo de mi pelo en su compañía, y el de una calida brisa recorriendo mi piel a cada segundo, era agradable, pero siempre en movimiento, debía resultar agotador, aunque no para Will, si para Selena, su compañera, “Aqua“. Eran los únicos compañeros elementos, era espectacular verlos, aunque a mí me resultaba algo doloroso, y supongo que a Luz igual. Will era bastante alto, por encima de la media, siempre tenía el pelo revuelto, es lo que tiene el continuo movimiento. Era de un color plateado, parecido al de los ojos de Luz. Sus ojos también eran plateados, indefinidos, en continuo cambio. Tenía unas encantadoras pecas en lo alto de las mejillas que le daba un aspecto risueño y adorablemente infantil. -Me alegro mucho de verte. -Si, yo también. -Su voz siempre tenía un aire travieso, aunque se notaba claramente cuando cambiaba de contexto, podía llegar a pronunciar un estridente tono que te calaba los huesos. No tanto como el de Edward, ya que era el miedo personificado, aunque nunca le había oído usarlo, y sinceramente esperaba no hacerlo. Pero a Will sí le había oído alguna vez hablar en un tono tan profundo como amenazante. -¿Dónde están Aqua y Diana? -Selena era el antiguo nombre de Aqua, cuando supo lo que era se lo cambió, se enfadaba cuando alguien la llamaba por su antiguo nombre. -Aqua estaba llegando y Diana ya sabes como es, esta en el bosque, lleva un par de semanas allí internada, pero supongo que habrá notado tu presencia y estará de camino, seguro que se lo han dicho los manzanos. -Ambos reímos ante el comentario. Diana era el elemento de la tierra, le encantaba estar al aire libre rodeada de naturaleza, perdía completamente la noción del tiempo, estaba poco en la casa, desaparecía y a veces no se volvía a saber nada de ella en meses. Podía comunicarse con las plantas, era un verdadero espectáculo verla hablar con las calabazas y los calabacines, acuciándolos para que crecieran. No es que los vegetales le hablaran, sino que podían transmitirle sensaciones, era de lo más curioso. Bajé las escaleras acompañada de Will, a su lado me daba la sensación de estar volando. Desembocamos en la amplia “cocina”, no se usaba, claro está, pero venía con la casa y era la habitación favorita de Luz, no se si por su iluminación o por las grandes puertas correderas de cristal que daban al bosque. Luz estaba apoyada en una encimera contemplando la situación. Oí el inconfundible chapoteo del agua salpicando, Aqua estaba entrando por la puerta corredera, se acercó a mí con un elegante paso y me zambullí en sus brazos, era como nadar en mar abierto. Me pregunté si yo también hubiera asumido lo que era y hubiera convivido con ello, descubriendo mis propios límites, si también evocaría a los demás mi esencia constantemente, si con mi contacto

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transmitiera sensaciones como aquellas, pero ¿qué podría transmitir?, ¿hacer sentir que arden sumidos en las llamas de un fuego abrasador? ¿O transmitiría un calor acogedor? me hubiera gustado comprobarlo, pero ya era demasiado tarde. Christian, al convivir con la gente estaba acostumbrado a controlar su esencia, aunque cuando estaba conmigo no le hacía falta controlarla, “¿acaso no la controlaba?” mientras a los demás les hiciera sentir el frío más intenso, a mí me produciría un gran frescor tan ansiado como placentero. “¿conmigo le pasaría lo mismo? ¿Acaso yo no le hacía arder cuando dejaba a mi esencia libre de control? ¿Le daba placer al igual que él a mí?” Al ser elementos complementarios debía de ser así, nos sentíamos completos cuando estábamos juntos. Es cierto que el agua también podría ser mi contrario, pero el agua puede ser caliente, en cambio el hielo siempre es frío. Entonces entendí como Aqua llamaba a Will, “el viento que impulsaba sus olas”, los dos elementos fluidos. Eran los más parecidos, colaboraban entre sí, era lo contrario que Christian y yo teníamos, por ello sería tan intenso lo que sentía cuando estaba con Christian. -Vaya, ha pasado demasiado tiempo. -Si. -Asentí mientras me separaba suavemente de ella. Era realmente bella, como todos los elementos a su manera. Aqua tenía una belleza que representaba el glamour, cada gesto que hacía era sumamente ensimismante. Tenía unos ojos azules claros, aunque sé por experiencia propia que podían enturbiarse y volverse de un azul oscuro como la mar revuelta en una noche de tormenta, y esa misma fuerza incontrolable representaba. Ahora parecían aguas cristalinas. Su pelo negro, brillante y liso caía por sus hombros como una cascada para seguir descendiendo por su espalda. Se acercó a Will y éste la cogió por la cintura, ahora a ambos se les revolucionaba el pelo, sentía como se miraban el uno al otro, sus cómplices sonrisas. Una agria sensación me recorrió el estómago. Noté la mano de Luz cómo apretaba la mía. Sentí sus celestiales ojos escrutadores. Intenté parecer tranquila, pero la acidez de mi estómago aun era reciente. -Te veo distinta, más… liberada. - Me encogí de hombros. Noté un brillo audaz en su mirada, pero no dijo nada. -¿quieres tomar algo? estamos de celebración, nuestra Shira ha venido a visitarnos. -“En realidad a despedirme, pero ellos ya lo saben”. -¿Lo de siempre? -Yo asentí a modo de respuesta. Luz se dirigió al gran salón mientras todos la seguíamos. Me acomodé en una vieja, pero cómoda butaca roja, estaba al lado de la chimenea. Will y Aqua se sentaron en el lujoso sillón de cuero. Luz se fue a la esquina más alejada, a la que estaba al lado de la puerta, comenzó a revolver botellas en el “mini bar”, lo cierto era que poseía tan variedad de alcohol y en grandes cantidades, que parecía una destilería. Vi como sacaba cinco vasos; uno lo llenó de Martini, era una copa de cuello fino y triangular, incluso le añadió una sombrillita de papel roja, como las que servían en The Moment. Sirvió dos vasos altos de vodka, uno ancho de whisky y otro ancho de licor de menta. Los dejó en la baja mesa de madera que se encontraba en el centro del semicírculo que formaban los sillones. Elementos orgullosos o no, a todos nos gustaba la sensación del alcohol bajando por nuestra garganta, nos producía un agradable cosquilleo en la punta de las extremidades. No nos emborrachábamos, simplemente nos agradaba su cosquilleo recorriendo nuestro cuerpo. Luz se instaló en el sillón que estaba de frente a mí, al lado de la ventana. Tenían tantas cantidades de alcohol porque como todos lo usaban alguna vez, no querían tener que ir a comprar a la ciudad y mezclarse más de lo necesario con los humanos, ya que tenían que controlarse, no podían campar a sus anchas, así que cuanto más compraran de vez, menos viajes a la ciudad tendrían que hacer. Pero pese a que ninguno trabajaba eran ricos. Diana, en uno de sus viajes de tiempo indefinido encontró un yacimiento de oro, hizo un mapa pirata “le encantaba la aventura” y con la ayuda de Will, Aqua y Luz volvió al yacimiento y cogieron una gran cantidad, lo intercambian

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por dinero. Esto fue antes de que yo llegara a la familia. Incluso entonces ya conocían a Edward. -¿Por qué le sirves a Diana? -Will parecía algo confuso. -Esta al caer. -Luz siempre parecía saberlo todo, lo decía tan confiada que resultaba difícil no creerla. Me acomodé en la mullida butaca con mi Martini, era tal y como recordaba, todos nos sentábamos de la misma manera como antaño, los viejos recuerdos volaron por mi mente. -Esa butaca se queda vacía sin ti. -Todos parecíamos pensar en lo mismo. Aqua me dirigió una dulce mirada, nadie dijo nada en un indefinido periodo de tiempo. Todos sabíamos también que sería la última vez. -¡Dichosos sean mis ojos! -Me incorporé de un salto derramando parte de mi copa ante la repentina llegada. -Me dijeron que ibas a venir, pero no lo creía si no te veía. -Diana vino hacia mí con su grácil paso y me estrujó entre sus brazos. -Yo también me alegro de verte. -Murmuré sin aliento entre sus delgados pero fuertes brazos, “¿cómo alguien tan delicado podía tener tanta fuerza?” me recordaba al diamante, duro pero frágil. Diana me apartó lo justo para mirarme a la cara. -Vaya, rebosas vitalidad. -No será porque la fuerza de la tierra me esté aplastando. -Se oyó una risilla general por la sala. Diana seguía con su resplandeciente sonrisa. Era el ser que más vitalidad poseía del mundo entero, nunca estaba quieta, pero verla era de lo más ensimismante, Aqua se movía con elegancia, pero Diana rebosaba gracilidad por doquier, parecía una bailarina pero sin tutú ni mallas. Diana era de más o menos mi estatura, aunque se podría decir que unos centímetros más alta. En antaño llevaba su pelo castaño largo suelto en onduladas olas. Le gustaba adornárselo con alguna bonita flor que encontraba. Ahora lo llevaba corto, le daba un aire más infantil y dinámico. Lo llevaba por las orejas. Sus atrevidos ojos verdes me contemplaban intensamente. -Si, realmente eres tú. -¿Y has tenido que determinarlo en tanto tiempo? ¿No te ha sido suficiente la cantidad de calor que desprende? -A Will le encantaba lanzar pullas, sobre todo a Diana, eran como hermanos que no paran de pelearse pero que se quieren con locura. Nunca llegaban a verdaderas peleas, no me imaginaba a dos fuerzas de la naturaleza peleándose a muerte. Me recorrió un escalofrío de solo pensarlo. “¿Acaso Will tenía razón, desprendo calor?” “¿me he acercado últimamente a ser libre como ellos?” -Lo cierto es que sí que desprende, está radiante, mm… liberada. -Diana me contemplaba reflexiva. -¿Es acaso que ahora que vas a abandonar este mundo te sientes libera de ello? -La pregunta me pilló totalmente por sorpresa, aunque con Diana nunca sabes lo que te espera. -¡Diana! -Aqua la reprendió con su mirada agitada. -Puede. -Respondí con un encogimiento de hombros mientras me volvía a sentar en mi sitio con mi copa. -¿Qué? todos lo sabemos, ninguno lo apoyamos pero es su elección. -Si es su elección, y con eso es suficiente. -La voz de Luz se alzó sin apenas esfuerzo, como la luz al final del túnel. -Vaya, veo que habéis pensado en mí. -Diana cogió el vaso que contenía licor de menta y se sentó en el reposabrazos de una bonita mecedora de madera; tenía hilos de flores tallados, parecían danzar alrededor de la mecedora. Sabía que tenía bastantes años, aunque no recordaba su historia. Todos mirábamos hacía alguna dirección con la mirada ausente, ante el último tema de conversación. Sabía que sería duro, pero no quería que mis últimos días fueran una sucesión de minutos incómodos o desoladores. -Aqua, ¿me harías un favor? -Aqua pareció sorprenderse ante mi pregunta, pero no

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tardó en contestar. -Claro, ¿de qué se trata? -Me encantaría volver a escuchar la historia de cómo os conocisteis Will y tú. -Aquella petición pareció alegrar el ambiente, los interpelados sonrieron complacidos, los ojos de Aqua se removieron buscando en sus recuerdos y viajando a otra época. -A ellos también les encanta contarla. -Diana puso los ojos en blanco. Aqua le dedicó una amenazante mirada y comenzó su hermosa historia: -Bueno, antes de conocer a Will o a ninguno de vosotros, yo era conocida como la dama del mar, no yo directamente, ya que ninguno conocía mi verdadero rostro, pero mi ser era famoso entre los marineros de todo el mundo. Viejas leyendas pirata hablaban de mí, “la mar”. -Pude notar el orgullo en su tono -Will era un mercader, el mercader más famoso de la costa de la India. Sus barcos siempre alcanzaban velocidades inhumanas a la hora de viajar, su vela siempre era izada por el viento más acuciante en la dirección querida, aunque no tenía una gran tripulación, de hecho era el capitán con menos tripulación. Una noche en la que había desembarcado en un pueblo inglés, se instaló en una posada, se unió al jolgorio del bar y comenzó a contar batallas de marineros mientas bebía. Fue entonces cuando escuchó la historia de una bella dama, una mujer tan hermosa como las resplandecientes aguas marinas en el crepúsculo de la tarde, tan libre en indomable como las bravas aguas, era la mar. Algunos decían que la habían visto en las profundidades del mar, como una sirena que los salvaba, otros la confundían con la muerte. -Aquí Aqua nos dedicó una divertida mirada- Will era un hombre engreído como el que más, se consideraba el mejor marinero de los siete mares, claro que para él no había ningún reto, así que decidió que él sería quien encontrara a aquella dama de la mar. -Will resopló divertido- Un viejo marinero, oculto entre las sombras de una esquina de la taberna decidió interrumpir las risas y celebraciones de la promesa del joven “inconsciente”. “No puedes encontrar a la dama de la mar, ella te encontrará a ti si quiere, y juzgará si salvarte la vida o dejar que te ahogues en las profundidades”. Aquellas palabras ensombrecieron los ánimos, pero como ya he dicho, Will era un joven engreído.-volvió a dedicarnos una divertida mirada- No se dejó intimidar por aquel hombre, así que le espetó “¿y usted qué sabe viejo lobo de mar?” -Aqua imitaba el viejo tono marinero con aires exagerados, le divertía encarecidamente narrar aquella historia - Entonces el viejo marinero le miró por primera vez, clavó sus ojos en los de Will, “porque yo la he visto, muchacho. Mi barco encalló y mi tripulación se ahogó, yo fui el único que sobrevivió, llevábamos unas telas de la India y una tormenta nos pilló en mitad de la noche. Todo fue muy rápido, poco recuerdo a parte de los gritos de mis compañeros, pero lo que sin duda recuerdo es el rostro más bello que he visto en mi vida. Cuando apenas me quedaba aire, cuando ya había dado por perdida mi vida, dejé de luchar contra la corriente y me fui sumergiendo hacia las profundidades, entonces fue cuando la vi. Su pálido rostro, su brillante cabello… sus ojos, sus ojos es lo último que recuerdo, me sonrió y supe que estaba a salvo. Unas horas más tarde me desperté en la orilla de una playa, a un par de millas de mi barco.” La historia de aquel viejo marinero no hizo sino que avivar el deseo de Will por encontrar a la dama de la mar, si aquel hombre la había visto, él también quería verla. No podía esperar, así que esa misma noche, animado por las viejas historias, a unas horas en las que debería estar durmiendo cogió un pequeño barco de pesca. Se adentró en las aguas nocturnas, siguió viajando hasta que le pareció ver una sombra en lo alto de un acantilado, la silueta de una mujer. Will creyó que aquella mujer iba a suicidarse, así que contra toda seguridad, acercó su barco al acantilado, no sabía muy bien por qué, pero no podía hacer otra cosa. Al acercar el barco al acantilado una escurridiza roca se metió en su camino, el barco encalló y él

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cayó al agua. Después de un rato luchando por quedarse en la superficie decidió parar de luchar, pero no por falta de oxígeno o fuerza, ya que como bien sabía Will no necesitaba respirar como un humano. Por así decirlo, hizo al ver que se ahogaba. Aquella era la parte de la historia que contaba Will, ya que le encantaba explotar todo detalle. Will tomó el relevo y continuó la historia: -Yo sabía que mientras siguiera dando pruebas de consciencia la dama no vendría a salvarme, así que me dejé arrastrar por las bravas aguas que me arrollaban y apunto estuvieron en más de una ocasión de empujarme contra una de aquellas afiladas rocas. En una de esas sacudidas fue cuando noté esa vibración tan especial en la punta de mis dedos. Tenía los ojos cerrados, pero los entreabrí para poder verla, sabía que estaba allí. Me acordaré de aquel momento toda mi vida, la primera vez que la vi, ella tenía una expresión de paz en el rostro, aunque según me contó más adelante estaba muerta de preocupación, ya que yo había encallado intentando ayudarla, “sí, ella era la mujer del acantilado que yo creí que se iba a lanzar al agua” -Sonrió ante aquella suposición tan poco acertada que lo hizo encallar por primera vez en su vida. - Ella ni siquiera me tocó, simplemente estaba flotando a mi lado, suspendida entre las aguas, entonces me percaté de que también yo había dejado de tambalearme de un lado a otro. Sorprendentemente las aguas nos fueron impulsando suavemente a la orilla, era tan curioso ver las aguas embravecidas chocando contra el acantilado a escasos metros y que a mi me llevaran suavemente a la orilla. Cuando por fin me quedé tumbado boca arriba en la arena de la playa, la joven se acercó para comprobar que respiraba, se asustó al ver que no, observé su semblante triste, me dio por muerto. -Will se miraba las manos mientras Aqua esbozaba una pequeña sonrisa.- Pero no, yo no estaba muerto, es más, la observaba ensimismado con su belleza desde mis casi completamente cerrados ojos. Vi como se incorporaba para alejarse y no pude sino que agarrarla de la muñeca. “Espera” le susurré. Ella estaba totalmente sorprendida, aunque procuró que no se le notara. -Aqua pareció sonrojarse coquetamente mientras Will le dedicaba una mirada cargada con algo que no pude identificar. -Así fue como nos conocimos, gracias a que ambos somos dos elementos nos encontramos, y nunca nos hemos vuelto a separar, yo nunca la dejé marchar, y nunca lo haré.- La cogió de la mano firmemente como para evitar que se fuera, ella le sonreía con todo el corazón, aquello era “amor”. Aquella última frase me ametrallaba la cabeza mientras un agudo pinchazo me hacía un agujero en el pecho. Miré a Luz, sin duda aquella frase también le desencadenaba algún mortífero efecto, ahora la comprendía, por desgracia para mí. “¿Acaso significaba que lo que yo sentía por Christian era amor? nunca me lo había querido plantear, es más, sabía que cada pequeña señal la había enterrado sin permitir que cobrara ningún sentido ni poder en mi cabeza, ya que si no, no podría haber hecho lo que tenía pensado, y yo sabía que debía hacerlo, se lo debía a mi familia … Todos estábamos en silencio, Will y Aqua seguían compartiendo viejos recuerdos con la mirada, Luz estaba sumida en los suyos, seguramente añorando a alguien … y Diana, Diana tenía una expresión que sin duda podría representar el abstracto aburrimiento, con un resoplido dio por finalizado el silencio. Diana no soportaba las pasteladas y menos las de Will y Aqua, ya que hacía décadas que no paraba de presenciarlas. Me pregunté si Diana había sentido lo que Will y Aqua sienten el uno por el otro, lo que Luz y Edward, lo que Christian y… Mi mente me jugaba malas pasadas sin duda, eran desesperados intentos por dar marcha atrás, el tiempo acababa, pero partes de mí no estaban de acuerdo. Diana era reservada con su vida (dentro de lo que cabe con gente con la que has pasado más de dos siglos de vida), pero a la vez directa y atrevida. Sí sabía que había tenido durante bastante tiempo la compañía de un ¿“ninfo? ¿Elfo?”, no había un

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nombre para ese tipo de criaturas en concreto, pero sería como algo parecido a lo que se llama “elfo” en muchos libros y películas. Es un ser conectado de manera especial con la naturaleza, con los bosques en concreto, las plantas y animales, a la vida. Hace tiempo que no hablo con Diana, con ninguno de ellos en realidad, pero cuando me fui era algo parecido a su “compañero de viaje“. -Genial, ¿acaso nos vamos a pasar así el resto de la semana? yo creía que sería “divertido”, ¡es el cumple de Shira por el amor de Dios! -Diana se hizo notar con su cantarina voz. -Muy bien, ¿qué tal si recordamos cómo conocimos a Shira? ya que ésta debe ser su semana… -Will volvía a la carga. Aquella historia era embarazosa y detestable para Diana, seguramente puede ser porque quemé parte de su preciado bosque… Diana gruñó sonoramente para disfrute de Will mientras le dedicaba una mirada asesina. -Bueno, si me permitís la cuento yo -Will seguía divertido. -Lo cierto es que es acertado hablar de cómo conocimos a Shira. -Luz no pudo evitar una pequeña sonrisa. Todos estaban divirtiéndose excepto Diana y yo. Durante los años aun me guardaba cierto rencor por haber quemado su bosque, he intentado disculparme, aunque lo cierto era que no podía controlarme, y alguna que otra vez he acabado volviendo a quemar una que otra “planta”. Diana a veces se percataba y otras también. Acabó resignándose y mandando a Aqua a vigilarme cada vez que salía al bosque “algo alterada”. Si, sin duda era acertado hablar del comienzo en el final. -¿Cómo fue? Ah, sí. -Will seguía caldeando el ambiente. Aunque la tensa posición de Diana en la mecedora incitaba a todo menos a la paz. -Recuerdo que Shira deambulaba sin rumbo, perdida, como siempre - eso lo anunció más para sí mismo que para el resto, pero llevaba razón, hace tiempo que no miro hacia donde voy, simplemente me dejo arrastrar aguardando que llegue el momento que lo defina todo. - Debió de darle alguno de sus berrinches, porque recuerdo que estaba en el jardín y empecé a oler a humo. -Si, es cierto. Yo estaba en la cocina con Luz y Diana, recuerdo como le cambió la cara a Diana, casi le da un infarto. -Aqua no pudo que menos de reírse al recordar el semblante de Diana, fue parecido al que yo recuerdo. Me revolví incómoda en el asiento, podía notar como la ira de Diana crecía desmesuradamente, incluso creía oír el rechinar de sus dientes, pero lo peor era el recuerdo de aquella mirada inyectada en sangre cada vez que quemaba algún trozo de su bosque. En mi defensa diré que todas aquellas veces fueron sin querer… menos un par quizá, y era un mal momento para mí… Como Will encontró la zona donde Aqua y sus leyendas residían, como ellos dos se encontraron con Luz y Diana, de la misma forma los encontré yo, atraída por su energía, pero yo hice una entrada a lo grande, “propio de mí”. Como Christian me encontró a mí… ¡Ya basta! Parecía que en mi mente se estaba formando un motín. Como si mi mente realizara la mitosis y se dividiera en dos, una cuerda y otra completamente loca. Aunque para aquello había solución, un método tan antiguo como factible. Así pues, me levanté y rellené mi copa de alcohol. Le pegué dos largos tragos. Era cierto que no podíamos llegar a un grado de embriagadez, pero el cosquilleo aumentaba proporcionándote un subidón de energía, que para nosotros era algo bastante placentero. Tanto el alcohol como la comida eran un buen combustible, de alguna forma había que eliminarlos del cuerpo, con lo que se quemaban y nos proporcionaban energía extra. Entonces se me ocurrió, ya que era mi última semana, ¿por qué no hacer lo que me apetezca? no habrá represalias. Seguí bebiendo de mi vaso, escuchaba el relato entretenida y algo más relajada. Tenía toda la noche. -Fuimos todos a ver que era aquella humareda, y para nuestra sorpresa nos

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encontramos con una chica tumbada mirando las nubes. -Will no cabía de gozo ante la expresión de Diana. -¡Si, a Diana se le salieron los ojos de las orbitas! ¡Mira como ahora! -Aqua la señaló. -Lo recuerdo difuminado, pero lo primero que oí fue a Luz, me dijo “por fin, ya estamos todos”. -“Si no puedes contra ellos únete“. Aunque miré de reojo a Diana, si explotaba me pillaba de pleno. Reprimí una carcajada. -Si, es cierto. -Recordó Luz. -Yo no me podía creer que aquello fuera a vivir con nosotros. -Diana decidió aportar su visión de la situación. -Aunque luego no fuiste tan molesta como aparentabas, no insufrible, solo molesta. -No pude reprimir una carcajada, al igual que el resto. -Tardó bastante en volver a crecer aquella parte del bosque. -A Will se le saltaban las lágrimas. Estuvimos toda la noche contando batallitas. Yo les hablé de mis últimos años, graciosas anécdotas, algunas sobre Mimi que les hicieron reír, sobretodo a Diana. -¿Sabéis que me apetecería? subirme al tejado y fumarme un cigarro. -Lo dije sin más, con mi cuarto vaso vacío en la mano. Al tener tantos años, uno aprendía a disfrutar de los pequeños vicios de la vida, no me refería a las drogas, sino a la compañía de tus amigos mientras se habla de cosas banales, simples pero con algo divertido implícito en ellas. -Yo te acompaño. -Diana se ofreció voluntaria. - te voy a buscar unos cigarrillos, ahora vuelvo. Ves subiendo. -Parecía animada de poder moverse. Los demás siguieron con su buen humor, pero sentados en sus estables asientos. Salí al exterior, inspiré profundamente el aire nocturno y me encaminé al porche delantero. Aquel sería uno de los aromas que más echaría de menos, bueno, no creía que pudiera sentir nada allá donde fuera, así que simplemente ese aroma sería uno que siempre me gustó. No cambiaba con los años, me recordaba al principio de mi vida, de mi larga vida, algo que siempre ha estado allí, variando en tonos, incluso antes de que yo existiera. Observé el exterior de la casa, se parecía a la mía, de un estilo rústico con abundantes piezas de madera por toda la casa. Me subí a la barandilla de madera que rodeaba el porche, una mano la agarré a la columna para darme estabilidad y la otra al tejado. En el porche el tejado era más bajo, y al estar subida a la barandilla ganaba bastante altura. Me impulsé con todas mis fuerzas, aunque no eran suficientes, la verdad era que estaba en muy mala forma física. Volví a intentarlo hasta que desistí, me quedé intentando recuperar el aliento subida a la barandilla. Entonces oí una cantarina risa. -Vaya, ¿acaso una fuerza de la naturaleza no puede subirse al tejado de un porche? Por el amor de Dios, Shira, que solo son unos centímetros. -Gruñí algo intangible mientras intentaba controlar mi agitada respiración. Diana se acercó con un envoltorio hecho por una verde hoja y dos vasos de cristal rellenos. Se subió a la barandilla con esa gracilidad increíble y los dejó sobre el tejado, a continuación, de un simple salto subió sin apenas esfuerzo. A los dos segundos asomó su cabeza en la oscuridad. -¿Necesitas ayuda? -Volvió a reírse mientras me tendía una mano. Yo la acepté agradecida de no tener que volver a intentar subir por mi cuenta y me agarré al tejado. Diana me impulsó con una fuerza impropia de su volumen. Aunque había que reconocer que a diferencia de mí, sus músculos estaban bien definidos y fibrosos. Había cogido el tabaco de un lugar cercano, no eran cigarros como los que se venden de liar, eran algo más… rústicos. Iba a pedir un mechero, pero era una soberana tontería, “el elemento del fuego pidiendo un mechero”, sonreí ante la ocurrencia. Diana pareció notar mi estado de ánimo. Aunque no lo decía, ella se fijaba en muchos

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detalles, pero seguía la filosofía “ha kuna matata”, vive y deja vivir. -Me gusta tu nuevo “yo”. -Bueno, he estado practicando lo de soltarme y eso. -Acerqué la punta del cigarro a mi dedo y dejé que la energía fluyera de mi interior hasta mi dedo y combustiera el papel, se formó una pequeña brasa, a la que avivé pegando una calada. Tosí estrepitosamente ante la falta de práctica, había que reconocer que habían pasado muchos años desde la última vez que fumé. Simplemente dejé de hacerlo, debió de pasar de moda entre la alta sociedad con la que me codeé un tiempo en mi juventud. Aunque no encajaba mucho, siempre he sido algo rebelde, es lo que tiene no poder controlar mis emociones, como se dice, “ser tan pasional”. Decidí alejarme de esos círculos y experimentar en otros nuevos. Era un momento perfecto, estábamos mirando las estrellas, con una copa de alcohol y un cigarro. Gobernaba un silencio pacificante, el bosque se expandía ante nosotras, la luna reflejaba luz para nosotras, sin duda éste era un mundo hermoso, claro que todo dependía de los ojos que lo mirasen, o mejor dicho, como lo mirasen y si lo vieran o no. Depende de las cartas que te toquen, de la probabilidad, de los acontecimientos que se desencadenan a tu alrededor… Inspiré profundamente saboreando cada detalle de aquel perfecto momento, acogí la energía de mí alrededor. La naturaleza, lo es todo, pero concentrándonos en secciones, estaba claro que donde nos encontrábamos en ese instante (a orillas de un bosque) era territorio de Diana, ahí era donde se congregaba su energía. Yo en cambio estaba como pez en el agua en locales donde la gente se dejara llevar, donde la pasión y la lujuria tomaran las riendas del asunto. Adoraba la naturaleza, pero tenía que admitir que me encantaban los lugares donde las situaciones sociales eran más intensas, donde el alcohol jugaba malas pasadas a las personas y la música les embriagaba dejándoles sin control sobre sí mismos. Sonreí de nuevo al recordar la energía que emanaba esa gente entregada al momento, a los sentimientos más básicos, a los instintos animales…

CAPÍTULO

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La semana transcurría intensa pero sin sobresaltos. A veces simplemente me apetecía estar sola en mi cuarto, tumbada sobre mi cama e intentando dejar la mente totalmente en blanco, pero después de doscientos años seguía sin poder conseguirlo, al final algunos pensamientos se resistían a su encarcelamiento y afloraban en mi mente. Sobre todo ahora que faltaba poco para mi gran momento, se volvían más intensos e incesantes. Ahora más que nunca mis pensamientos amarilleaban mi cabeza combatiendo contra mi tajante plan. Aquellos intentos de rebelión me jugaban malas pasadas, me agotaban mentalmente, eso influía en mi humor y en mi energía. Estaba apática y merodeaba por la casa como un fantasma que deambula por los reconocidos pasillos de su castillo arrastrando unos pesados grilletes día tras día durante toda la eternidad. “¿Pero por qué ahora? ¿Acaso lo que llevaba esperando tanto tiempo ya no lo deseaba?” No podía evitar preguntarme si el haber conocido a Christian tenía algo que ver. El simple hecho de pensar en su nombre me producía un escalofrío a lo largo de la columna vertebral mientras la boca de mi estomago se cerraba a cal y canto. “Por supuesto que tenía que ver” ¿a quién pretendía engañar? no podía parar de pensar en él, pero lo peor de todo era el sentimiento de vacío en mi interior cada vez que pensaba en

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lo que yo iba a hacerle. Era una cobarde, si, pero no tenía más remedio, ¿o si? “mierda, otra vez”. Sacudí la cabeza obligando a aquellos pensamientos a desaparecer. -¿Te encuentras bien, Shira? -Aqua me miraba preocupada. -Si, si… es solo que… -Me quedé pensativa, apoyada en la encimera de la cocina, no había reparado en su presencia, cegada por los intensos rayos de sol que se colaban por la cristalera de la puerta, por eso y por mis atormentantes pensamientos. -¿Cómo sabes cuando estas enamorada, bueno, cuándo supiste que querías a Will? Y no me digas que “lo miraste a los ojos y desde ese momento supiste que lo querrías toda la vida” Adopté un exagerado tono melodramático para marcar las ultimas palabras. Aqua se sorprendió ante mi pregunta, pero se recompuso enseguida (debía estar acostumbrada a las inesperadas salidas de Diana) y sonrió elegantemente (Aqua ante todo moderaba su comportamiento, nunca la había visto reír a carcajada limpia, por mucho que las aguas del mar pudieran volverse bravas, Aqua siempre hacía gala de sus pulcros modales y de su elegancia ante todo). -Lo supe, porque me di cuenta que el mero hecho de haberle conocido trastocó todos mis esquemas, revolucionó toda mi existencia, y desde que lo conocí, incluso antes de saber que lo quería, irrevocablemente nunca nos separábamos. Mediante excusas o por una serie de desencadenados acontecimientos acabábamos el uno al lado del otro. No me di cuenta hasta que me paré a reflexionar, que desde que conocí a Will nada había vuelto a ser lo mismo. Me dejé caer abatida sobre uno de los taburetes que había junto a la encimera donde casi desfallezco. -Supongo que no era la respuesta que deseabas oír. -No, no lo era. -Principalmente porque acababa de asumir lo que llevaba tanto tiempo reprimiendo, estaba “enamorada de Christian”, y por otra parte acabada de darme cuenta que mis rebeldes pensamientos no eran otra cosa más que el resultado de una disputa interna entre “el amor” y lo que yo creía que era mi “destino”. Resoplé desinflando mis pulmones esperando un milagro, si, esperando que las cosas se aseglararan solas y todo siguiese su camino. Aquella tarde estábamos todos reunidos en el salón, como costumbre que habíamos adoptado aquellos extraños días estábamos bebiendo cada unos en su sitio. Hablábamos de cosas banales, cuando se me ocurrió que debía dejar todos los temas zanjados. -Edward está en Manhattan. -Tos callaron de repente, me miraron inquisitivos, nunca se mencionaba el nombre de Edward en presencia de Luz, pero ella debía saber cómo estaban cambiando las cosas acercándose a un posible grado de peligro. Noté cómo Luz bajaba la mirada melancólica. -Ha montado un negocio peligroso, está traficando con energía, la cosa podría descontrolarse, de hecho creo que ya ha comenzado a descontrolarse. -Todos comprendieron que lo había mencionado por deber, Will fue el primero en reaccionar. -Habrá que estar atentos, debemos ser preventivos. -Todos parecieron estar de acuerdo, yo me sentí algo mejor, por una vez cumplía mi deber. Salí al bosque, me encantaba respirar esa paz para variar. Comencé a andar sin rumbo fijo, simplemente observando la belleza de la naturaleza. Me senté bajo el grueso tronco de un enorme roble, me quedé ahí, contemplando un nido de gorriones. Estaban el macho y la hembra en su nido, supe que eran macho y hembra porque cada uno miraba hacia un lado distinto. ¡Que sabia era la naturaleza! ¡Que simples que eran las cosas y como las complicábamos! Supongo que si el camino no resulta difícil no hay premio final. Suspiré melancólica mientras el gorrión abandonaba su nido. Pero aquel gorrión volvería, estaba feliz allí y no tenía ninguna intención de irse para siempre, a

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no ser que algún tipo de depredador se lo impidiera, el gorrión a diferencia de mí volvería. Noté como una lágrima resbalaba por mi mejilla antes de despedirse y evaporarse para comenzar un nuevo viaje. -Sí que estas melancólica. -Diana apareció con su peculiar andar. Yo intenté cambiar el rostro, pero ya fue demasiado tarde. Se sentó a mi lado, más bien se tumbó a mi lado, extendió una mano y una manzana se posó en ella. No me había fijado en el bonito manzano que estaba a nuestro lado. Diana estiró de la manzana y ésta se separó de la rama que la tenía sujeta. A continuación, Diana le pegó un mordisco a la fresca manzana, salpicándome de jugo. Puse una mueca de asco mientras me limpiaba al ver cómo abría la boca mostrando trozos de manzana masticados y los escupía en su mano libre. Antes de que pudiera acabar de sorprenderme se sacó un polluelo del bolsillo de la holgada sudadera y lo alimentó. A modo de respuesta ante mi expresión interrogante se decidió a romper el silencio: -Un gato se comió a su madre. -Se encogió de hombros y volvió a meter al polluelo en su bolsillo. Asentí sin necesidad de añadir nada más. Estaba comenzando a atardecer, los últimos rayos de sol se colaban entre las ramas de los frondosos árboles. Lo cierto era que Diana cuidaba al detalle de sus bosques. -No entiendo cómo te cansas de esto. -Diana extendió el brazo e hizo brotar una madre selva preciosa que se enredó alrededor del tronco que teníamos en frente. -Sabes que no es eso. -No me gustaba hablar del tema, pero no iba a salir corriendo. Diana suspiró. -Lo sé, pero no esperaba tener razón. Sabes que me repatea.- Se quedó callada durante apenas unos segundos, era un record para ella. -Tu deuda esta saldada desde hace tiempo, por lo menos desde hace ciento noventa años, ¡no fue culpa tuya! Yo seguía con la mirada fija en la hierba, sabía que por mucho que pasara el tiempo, hablar de aquel tema seguía siendo terriblemente doloroso para mí. Solo negué con la cabeza, fue todo un logro tratándose del horror que he ido arrastrando toda mi existencia. Diana volvió a suspirar y se fue. Entre sus virtudes no se encontraba la de ser una persona especialmente paciente. La oscuridad fue protagonizando el momento, la noche se abrió paso en todo su esplendor, era mi parte favorita. Finalmente decidí levantarme, si no recordaba mal había una charca a unos pocos kilómetros. Era mi última noche en la faz de la Tierra, lo que más me apetecía me era imposible, ya que Christian no podía formar parte de mis planes, ni los formaba ni los volvería a formar. Llegué a la charca en veinte minutos aproximadamente, me senté en la orilla observando el reflejo de la luna, no estaba llena del todo, más bien creciente. Esperé lo justo, me levanté y oí como el resto llegaban. Luz, Aqua y Will aparecieron entre las sombras, nos miramos cómplices y todos a una saltamos sobre las intactas aguas de la charca. Nos bañamos bajo el manto nocturno acompañados de las cómplices estrellas y la enorme Luna que parecía llorar a compás con mi corazón. Nadábamos tranquilos después de las risas y peleas en el agua. Aqua creaba pequeños remolinos mientras Will impulsaba pequeñas olas que nos barrían de vez en cuando. Me entristecía que Diana no hubiera venido, pero sabía que ella era así, en parte se me parecía, no podía apartar sus sentimientos a un lado. Como siempre Luz pareció notar hacia donde iban los hilos de mi pensamiento. -Tranquila, se le pasará. -No hay nada que pasar. Ya se ha despedido. -Luz pareció entender, me dio un suave apretón en la mano y me dedicó una tierna sonrisa. Odiaba las despedidas, como el resto de elementos, por lo que decidíamos ir directos al grano. No importaba la despedida, sino el tiempo que pasamos juntos. Y el mío ya

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había llegado a su fin. Mi maleta estaba hecha, bajé las escaleras algo sofocada por el peso de ésta y la dejé en el recibidor. Will y Aqua estaban abrazados, sus ojos lo decían todo. Me acerqué a ellos y le dí un abrazo a cada uno. Vi como una lagrimilla se asomaba por los turbios ojos de Aqua. No quería verlos llorar, aquello me rompía el corazón, pero a mi cuerpo lo dominaba la determinación. Will me dedicó una de sus medias sonrisas mientras mi pelo revoloteaba a su ritmo. No íbamos a decir palabra, ahí solo estorbarían, eran innecesarias, cada uno de nosotros sabía lo que estábamos sintiendo los demás. “Una mirada lo dice todo”. Luz estaba delante de la puerta, me acompañó fuera mientras Will y Aqua volvían a su reclutamiento de dos. -Toma. -Le extendí un sobre blanco sin una sola dirección, solo un nombre decoraba el sobre, “Christian”. Luz asintió como si no hicieran falta explicaciones. - Un hombre de ojos azules se presentará a buscarla. -Mi tono era serio, todos mis sentimientos habían desaparecido después de escribir la carta más dolorosa de mi existencia. Como si de terminaciones nerviosas se trataran, que a base de golpes morían. La había escrito durante toda la noche, al menos él se merecía saberlo, aunque no se si la leería. Tampoco se lo reprocharía, yo lo había traicionado. Un gusto amargo me subió por la garganta. Sabía que Christian vendría a buscarme, encontraría esta casa sin ninguna dificultad. Él era un depredador letal, y yo ahora era su presa, nada más, no merecía ni siquiera serlo, “yo lo había traicionado”. Mi mente no paró de repetirlo toda la noche. Ni siquiera podía sentirme mal, no podía sentir nada, un vacío se había abierto en mi pecho arrastrando todo en su espiral hasta dejar “la nada”. El taxi me esperaba. Un robusto hombre salió del asiento del conductor, me saludó educadamente y metió mi maleta en el maletero. Abracé a Luz y saboreé su aroma por última vez. Mientras el coche se alejaba de allí miré por la ventanilla, el bosque pasaba a mi lado como meras manchas difuminadas. Pero una mancha en particular llamó mi atención, dos ojos verdes inequívocos me deseaban buen viaje.

CAPÍTULO

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Mientras embarcaba en el avión con destino a Túnez mi mente escapaba veloz. Mi cuerpo autómata se accionaba sin necesidad de conciencia. Me tocó un asiento al lado de la ventanilla, algo bueno tenía la situación. Una joven risueña se sentó a mi lado. No me giré para mirarla, pero todo en ella rebosaba excitación. -Perdona. -Me giré para mirarla, tenía los ojos color avellana, una media melena castaña y una bonita sonrisa. Realmente parecía alegre, incluso me transmitía parte de su entusiasmo por la vida. -¿Si? -¿Podrías cambiarme el sitio? Me gustaría mirar por la ventanilla. -Lo siento, pero no. -Era mi último viaje, ¡qué demonios…! Mi tono sonó tajante, volví la cabeza y disfruté de mi privilegio. Con el rugir de los motores volvieron a acecharme mis atormentados pensamientos, “¿no podrían seguir durmiendo?”, notaba mi propia crispación adueñándose de mi rostro. Comencé mi nueva fase de furia hacia mí misma, ya había dejado atrás mi fase de tristeza.

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“Vale, he traicionado a Christian, pero esto es lo que llevaba esperando desde que descubrí mi verdadera naturaleza“, no sabía que es lo que me deparaba a continuación el destino, pero francamente comenzaba a palpar el miedo, “¿acaso era eso posible?”, si, supongo que era normal que el miedo apareciera ante lo desconocido, pero ¿aparecía ante lo desconocido o ante el perder lo recién conocido? “Por Dios, como siga así me va a estallar la cabeza”. Llamé la atención de la azafata con el brazo y le pedí un Ibuprofeno, para el dolor de cabeza. A los pocos minutos la amable azafata volvió con un vaso de agua y un envoltorio plateado. Nunca en mi vida me había tomado ningún tipo de medicamento, pero por probar, “¿qué era lo peor que me podía pasar?”. Noté cómo mi acompañante de vuelo se removía incómoda en el asiento, al parecer toda la alegría se le había ido por el sumidero ante mi poca amabilidad. “Vete acostumbrando, la vida no es como el mundo de Mi pequeño pony”. Y con esa determinación en mente, me tomé mi pastilla y volví la vista hacia la ventanilla. Hacía unos minutos que habíamos despegado, aparte de nubes no había nada apreciable. El azul del cielo me cegaba por momentos. Se podía comprobar la fluidez de las nubes, para contrariedad con las imágenes que nos mostraban en los dibujos animados que tanto me gustaban. De pequeña pensaba que si caías sobre una nube, ésta te sujetaría, me imaginaba cómo podía ser el tacto de aquellos mullidos cojines de vapor.

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Aquella noche fui a The Moment, no paraba de darle vueltas al extraño comportamiento de Shira, ¿por qué le había afectado tanto la despedida? Ella me había dicho que volvería, y aunque su actitud expresara lo contrario debía confiar en ella. No sería capaz de mentirme de aquella forma. Aunque ella era lista, sabía que de ninguna manera yo le dejaría marchar a sabiendas de su intención. Por ello había decidido ir a The Moment, posiblemente Blade estaría allí esa noche, no quería parecer desconfiado, por ello no había ido directamente a su casa, más por mi mismo que por lo que él pensara, ya que me traía sin cuidado. Llegué algo tarde, por lo que casi todos lo clientes habituales ya estaban en sus puestos. El sitio de Shira estaba desocupado, pero en el asiento de su derecha un anormalmente viejo vampiro parecía ahogar sus penas. Me fijé en su postura, la posición caída de su espalda, aquello no era por la edad. Me senté en el asiento de Shira, Blade dio un respingo sobresaltado. Me miró, un rayo de esperanza cruzó por sus ojos, pero al ver quien era volvió a cambiar su rostro. Las arrugas comenzaban adueñarse de su piel, formando pequeños pliegues y marcando más su expresión desolada. Había estado mirando su vaso medio lleno durante prácticamente toda la noche, eso es lo que me decían sus pupilas. Sus manos aún rodeaban el ahora ya caliente vaso de cristal. Apenas había cambiado de postura, tenía los músculos tensos ante la incomodidad. -¿Acaso esperabas a alguien? -No, bueno... puede, ya sabes, la esperanza es lo último que se pierde. -Me lo dijo en un tono cómplice, pero yo no tenía ni idea de a qué se refería. Si era porque Shira se había ido dos semanas me parecía excesivo. Una agitada sensación se apoderó de mí, pero como siempre la aparté a un lado mientras me metía en misión, porque sabía que habría una, ya que los ojos de Blade comenzaron a humedecerse. -¿Te refieres a Shira? -Blade me miró desorientado, su expresión en términos básicos parecía decir “¿a qué sino?”. -Claro, ¿acaso tú no? -Pude notar un pequeño timbre furioso. Era extremadamente

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inusual en el comportamiento de Blade, una alarma comenzó a sonar en mi cabeza, apreté al botón de cinco minutos más, como en los despertadores. Aunque yo nunca había necesitado los cinco minutos de más. -Dime una cosa, ¿qué es lo que Shira te dijo exactamente? -Mi tono seguía imperturbable, pero por dentro algo estaba comenzando a nacer. Blade cambió la expresión de su rostro, al parecer pareció comprender. -Yo… bueno, pensé que Shira te había dicho algo… -Me quedé completamente en silencio, dándole a entender que continuara. Estaba analizando cada detalle de su expresión. Era algo a lo que me acostumbré a una temprana edad y desde entonces no podía evitarlo. -Se ha ido, me dijo… adiós. No me dijo a dónde. -Su voz comenzó a quebrarse y le dio un último trago a su caliente vaso. Puso una mueca de desagrado. Por el intenso olor deduje que era Bourbon. -¿Por cuánto tiempo te dijo que se iba, Blade? -Él retomó el hilo del asunto. La respuesta que me esperaba pero que tanto temía se precipitó entre sus ya arrugados labios. Lo supe antes incluso de que el sonido viajara por el aire. -Para siempre. -Me di media vuelta y con un paso rápido salí de allí y me encaminé a mi nueva misión, era así como debía planteármelo, así no habrían errores, yo nunca fallaba una misión. Pude oír las últimas palabras de Blade antes de ser ahogadas por el jolgorio de la fiesta. -¡Tienes que detenerla! ¡Sálvala! -Tenía que salvarla de sí misma. Analicé la situación y todos los pasos. Sabía que tenía familia en Seattle. Edward debía saber dónde, aunque no sabía si estaría por la labor de contestar. Me desagradaban aquellas respuestas que dejaba al velo del misterio. Así me hizo aprender a buscar soluciones por mi mismo, ser alguien independiente y determinante, pero ese comportamiento suyo podía llegar a ser un verdadero incordio. Edward estaba en su despacho, estaba mirando por la ventana, a cualquiera le podría parecer distraído, pero por el rígido ángulo de su cuello yo sabía que no. -Has llegado antes de lo que esperaba. -Entonces damos por hecho que ya sabes a lo que vengo. -Eso me ahorraba parte del trabajo. Edward asintió, siempre iba un paso por delante. -Vienes por “la chica”. -A Edward le encantaba el melodrama, cosa en la que no nos parecíamos en absoluto. Asentí ante su comentario. -Bien. -Sonrió por mi afirmación de que en efectivo Shira ahora era “la chica”. Como en todas las películas clásicas, está “la chica” y “el héroe”. Suponía que a mí me había tocado ser “el héroe”, aunque en nada me parecía, y menos teniendo en cuenta el viejo código moral previsto para los “héroes” de la época. -¿Te acuerdas de lo que te enseñé sobre ecosistemas? -Si, el del norte de Seattle… -Asentí mientras recordaba aquella lección. Tuve que pasar varios días a la intemperie mientras encontraba a mi víctima. Era una zona cercana a Seattle, aquella persona se había internado en el bosque para poder escapar de mí, pero como pudo comprobar más adelante, nadie lo consigue. Sabía donde Edward me indicó, era una zona con un ecosistema muy rico en víveres, a mí no me hacían falta, pero sí le habían echo falta a mi objetivo, me puse en marcha. Antes de irme del despacho, para mi sorpresa, Edward me cogió del brazo. -Haz lo que debes, pero sé rápido. La mirada soldada de Edward me perseguía clavada en mi mente mientras cogía mi mochila de trabajo y comenzaba mi “misión”. Puse cosas básicas necesarias, era la primera vez que no cogía mi katana, ni siquiera una daga o un simple cuchillo, me demoraría demasiado en el aeropuerto. Como tantas otras veces, mi mente se despejó, se convirtió en mi base de operaciones, un mecanismo tan factible como letal.

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Mis pensamientos se condensaron, ahora estaba amarrándome a una razón para seguir, a medida que me acercaba a mi destino no me parecía tan segura. Mirado de cierta forma, posiblemente había sido el elemento del fuego que más había durado. Antes, en épocas menos liberales en las que solo importaba el poder, los elementos se peleaban entre ellos a la primera de cambio, y aquello ocasionaba una gran suma de muertes, tanto de elementos como de sus peones. Ya que en la antigüedad, los elementos eran los señores del mundo, se aprovechaban de su poder, todo lo contrario que ahora. Más adelante fue cuando se adoptó la idea romántica de los héroes en las sombras, gracias a ello se inspiraron los cómics de superhéroes. Sinceramente esperaba que no desembocáramos en inmaduros elementos incomprendidos que se pasaran los días rondando y bebiendo amargamente “¿Dios, me estaba describiendo a mí misma?” Aquello me produjo un malestar, que acumulado con el anterior ya era algo considerable. “¿Acaso no había aprovechado mi vida?” Cómo iba a aprovecharla después de lo que hice, no podía perdonarme a mi misma, ni creía poder llegar a conseguirlo nunca, por ello estaba allí, aquella era mi razón. Me pregunté cómo sería el nuevo elemento de fuego, en cuanto yo desapareciera nacería mi sustituto. “Pobre”. El elemento del fuego, al no poder controlarse era el “más conflictivo”, por ello nunca duraban demasiado, hasta que llegué yo. La señal de abrocharse los cinturones se iluminó, había turbulencias.

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Debía de ser allí. Me acerqué a la puerta y llamé con tres golpes secos. Al instante, como si estuviera detrás de la puerta, alguien me abrió. Mis pasos se habían guiado fácilmente, los elementos se atraen por la gran cantidad de energía que desprenden, y si hablamos de cinco elementos confinados en una casa… Realmente esperaba que fueran cinco. La joven que me abrió sin duda era un elemento, y por supuesto sería el elemento de la luz. Su pelo dorado brillaba más que mi colección de dagas suecas, o incluso que las baratijas de Edward, que ya era decir después del gran esmero con el que cuidaba de ellas. -Tú debes de ser Christian. -Me saludó con una amplia sonrisa deslumbrante. Asentí a modo de respuesta, yo no sabía su nombre, me incomodaba que ella supiera el mío. Yo era el que debía poseer la información. A continuación sacó un sobre blanco que llevaba en el bolsillo. -Vaya, has sido realmente rápido. -Yo no entendía a qué se refería, solo Edward conseguía incomodarme, pero por lo visto ahora ya eran dos. “Claro, Luz y Oscuridad”, “la moral”. Extendió el sobre y lo cogí con suma cautela. Reconocí la redondeada caligrafía de Shira, era una cursiva elegante, como las de antes. -¿Dónde esta? -Ya se ha ido, no hace mucho, realiza “la meditación” en Túnez. Debes darte prisa. -Y sin darme apenas tiempo de recapacitar me cerró la puerta en las narices. Tanteé la carta en mis manos, sin duda aquel no era el momento de abrirla, no hasta que no acabara la misión. Deseché la curiosidad y metí la carta en la mochila. Aún podía interceptarla en Túnez. Por lo visto ya se imaginaba que la buscaría, pero lo que no

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pudo saber era cuando descubriría su traición. Aquella palabra me produjo un nudo en el estómago, aparté la idea y volví a centrarme. Yo jugaba con el factor sorpresa, a no ser que Shira se hubiera imaginado incluso que me daría cuenta antes, debía ponerme en camino. Un jet privado me ahorraría un gran tiempo.

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Aterricé diez minutos más tarde de la hora prevista por la compañía. No estaba mal. Me dirigí a la cinta transportadora donde se recogía el equipaje. Descubrí a la joven risueña esperando su maleta, pareció verla y a duras penas la arrastró fuera de la lenta cinta, era una maleta bastante grande, llevaba pegatinas de distintos países, debía de tener un espíritu aventurero. Me recordó a mí cuando apenas era una chiquilla que se quería comer el mundo, pero lo que no sabía era que el mundo acabaría devorándome a mí. Con un pequeño suspiro agarré mi sosa maleta y me la llevé conmigo. El hotel quedaba un poco alejado, pero necesitaba estar lo más cerca posible del desierto. El taxi me dejó en la entrada, le di una cuantiosa propina y fui a recepción, podía coger la habitación más cara, a la hora de desalojarla nadie firmaría la factura. Sonreí para mis adentros y le pregunté al hombre de recepción si tenían habitaciones libres. El hombre entrado ya en años pareció alegrarse de que estuviera interesada en la más cara, lo que parecía el comienzo de un remordimiento comenzó a acecharme. “Dejaré lo que me quede de dinero en la mesilla”. Y con ese feliz pensamiento me metí en mi ascensor.

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Lo del jet había sido una gran idea. Había que reconocer que me gustaba el lujo, para algo tenía una de las ocupaciones más peligrosas, ¿no? Estaba claro que Shira necesitaba un lugar para alojarse cercano al desierto. Podría no necesitar alojamiento, pero deseché la idea de que Shira dejara sus pertenencias por allí tiradas. Ambos éramos de la vieja escuela. Compré un mapa en un puesto poco recomendable. Me puse mis gafas de sol para evitar deslumbramientos, no me gustaban los lugares tan calurosos. Yo no sentía calor, pero me sentía fuera de mi elemento, nunca mejor dicho. Veía como a la gente se le pegaba el calor, todos tenían una fina (como mínimo) capa de sudor recubriéndoles la piel. La ropa se les pegaba a la piel aportándoles un aspecto desliñado. Esbocé una mueca de asco cuando un sudoroso vendedor de comida ambulante levantó el brazo y su olor corporal embriagó el ambiente, a veces no era una ventaja poseer sentidos sobrehumanos. Estudié el mapa detenidamente, deduje tres posibles zonas, confié en nuestra atracción de elementos para poder encontrarla a la primera. Llegué al primer hotel de la lista, un hombre entrado en años estaba en recepción. Le describí a Shira pero negó con la cabeza. No podía ser, nuestra atracción debía funcionar, era imposible que teniendo un camino correcto eligiera el incorrecto, nuestras esencias nos guiaban. A no ser que Shira ya no estuviera allí. No pude evitar un escalofrío. Volví a despejar la mente, me concentré. Para mi sorpresa, cuando me estaba dando media vuelta para irme me encontré con otro hombre de mediana edad dándole instrucciones al botones del hotel. Era una copia exacta del otro recepcionista. Me acerqué más para ver su placa identificativa. Kael, Recepcionista. Podría resultar que estaba acertado. Carraspeé para llamar su atención.

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-Disculpe, ¿se ha registrado recientemente una joven en este hotel? -Kael me miró de hito en hito. Se rascó la cabeza pensativo. -Lo siento, no puedo dar información de los clientes. -No acabó de decir la frase que un billete de cincuenta dólares apareció en su bolsillo. -Aunque ahora que lo dices una joven pidió una de nuestras suites esta tarde. -Le metí otro billete de cincuenta en el bolsillo. -¿Acaso podría decirme en qué habitación, buen hombre? -Kael asintió y fue a mirar los registros, al parecer su hermano era el recepcionista, pero Kael lo sustituía de vez en cuando. Me dirigí hacia la habitación que me habían informado. Mi corazón comenzaba a aletear como cuando alcanzo a mi objetivo, ese subidón de adrenalina que esta vez se mezclaba con algo distinto “¿felicidad?”. Ya estaba frente a la puerta de madera. Inspiré y llamé, no obtuve respuesta, lo volví a intentar, el resultado no varió. Conté hasta tres y con un golpe del hombro derecho derribé la puerta. El ruido que ocasionó la caída de la puerta alertó a algunos curiosos, pero solo me hicieron falta tres segundos para registrar la habitación y comprobar que Shira no se encontraba allí. Bajé por las escaleras mientras la gente subía para ver qué había pasado. Antes de salir le di un billete de cien dólares a Kael, el cual estaba desconcertado. -Para la puerta. -Aquello no le sirvió de explicación, pero pronto lo entendería. Salí fuera, necesitaba un medio de transporte, el tiempo se agotaba. Aquello que había comenzado a sentir dentro de mí cada vez se hacía más grande, pude notar el gusto a traición, pero volví a centrarme en la misión, no me podía permitir el lujo de distraerme. Un hombre acababa de aparcar su jeep a tan solo unos metros. Miré al cielo y sonreí, tenía la costumbre de agradecer la suerte, por si acaso quería volver a presentarse. Me metí en el coche de un salto, lo de ser descapotable era toda una ventaja. Al parecer nadie se dio cuenta del robo en curso. Me agaché y le hice el puente. Un gratificante rugido de motor me acarició los tímpanos. Fue entonces cuando el dueño pareció percatarse, pero fue demasiado tarde, las ruedas del jeep derraparon dejando tras de sí una estela de polvo. Mis manos se agarraron al volante mientras mis pies se movían coordinados ante el juego de pedales. El hombre al que acabada de robar (supuse que fue él) grito algo en un lenguaje desconocido, aunque aquello no sonó muy amistoso. Surcaba las dunas como si de olas se trataran, hacía cinco minutos que me había adentrado en el desierto. Entonces algo llamó mi atención. *

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Sabía que tenía que darme prisa, no tenía ni idea si Christian había descubierto la desagradable sorpresa o no. Había llegado a mi sitio habitual; una pequeña zona rodeada de palmeras, pero sin llegar a ser un oasis, me coloqué en el centro. Había ido andando hasta allí, iba descalza, me encantaba la sensación de estar en contacto con mi elemento, la tierra fina y ardiente bajo mis pies… Me senté en el centro del casi perfecto círculo y miré alrededor. Metros y metros de dunas, me hacía sentir tan pequeña, realmente era una imagen preciosa, una imagen que no volvería a ver. Comencé a sentir cómo me llamaba mi energía, cómo mi esencia se moría por expandirse en todas las direcciones. Inspiré profundamente y cerré los ojos, noté cómo la energía me abandonaba siguiendo su ciclo, una nueva y poderosa energía totalmente virgen me embriagó. En un paisaje así era fantástica la energía, algo puro, inmaculado. No supe decir cuanto estuve así, era una sensación única y placentera. Entonces llegó el momento, pero estaba completamente tranquila, serena, estaba segura de que aquello

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era lo que debía hacer. Suspiré y en mi mente deseé aquello que llevaba tanto tiempo queriendo, aquellas palabras que ansiaba desde que lo descubrí, solo dos palabras que lo eran todo y nada. Sentí cómo la energía revoloteaba, cómo mi esencia se revolvía inquieta por todo mi cuerpo. Una sucesión de imágenes se apoderó de mi mente mientras sentía cómo algo en mi interior se separaba. Podía oír de fondo la canción This is the end, de The Doors. Mi niñez, con mi familia, yendo todos juntos a la Iglesia, cuando conocí a mi prometido, lo que creí que era el amor verdadero, correr junto a él por el campo, mis cambios, aquel desastroso día … el fuego, los gritos, el olor a humo, el terror, las miradas acusadoras, dolor … mis deambulaciones por el mundo, cómo conocí a mi nueva familia, Manhattan, Blade … Christian, en el bar, en su casa, su risa, sus labios, su tacto -notaba cómo poco a poco mi cuerpo se separaba de mi alma, mi conciencia seguía recordando, era como rebobinar una cinta de video tras haberla usado pero a la inversa. Mi cuerpo inerte -Su piel con chocolate, su sabor, su voz -una lágrima comenzó a descender por mi mejilla, o eso sentí, solo que ya no físicamente. Sus ojos. Oscuridad, el adiós.

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Habían palmeras, me acerqué, demasiado rápido, al descender por una duna perdí el control, mientras el coche rodaba yo salté por encima del coche, una vez más agradecí que fuera descapotable. Había un cuerpo tendido en el suelo. Mi mente gritaba “¡no, no, no!”, mientras mis piernas se movían sin vacilación, mi corazón latía tan rápido que podría haber sufrido un colapso, podría volar. Los pies se me hundían en la arena, pero seguían determinantes. Me acercaba, era Shira, me sorprendí a mí mismo gritando su nombre, era otro, alguien había tomado las riendas. Me abalancé a su lado. Estaba inconsciente, me negaba a pensar que no. Comencé a zarandearla, con cuidado, pero con firmeza. No paraba de repetir su nombre. Las lágrimas comenzaron a abordar mis ojos para caer por mis mejillas, se congelaban en pequeños y brillantes carámbanos, los cuales no podían soportar las altas temperaturas y volvían al estado acuoso cayendo sobre la fina arena del desierto. Me negaba a hacerlo, pero le tomé el pulso, entonces lo oí, su corazón latiendo, algo más intenso que la misma felicidad me embriagó, eran un conjunto de sensaciones que nunca había creído que sentiría pero que ahora me preguntaba cómo había podido vivir sin ellas, con solo el simple sonido del latido de su corazón. Abrió los ojos, yo no cabía en mi gozo, pero algo cambió, mi corazón paró, se congeló, mis lágrimas cesaron, mi alma también se congeló siguiendo a mi corazón. Aquella no era Shira, aquellos no eran sus ojos, no notaba su presencia, su esencia ya no estaba. Ya no poseía aquella intensidad en su mirada. Los ojos son el reflejo del alma, y allí no había ni rastro del alma de Shira, era una capa superficial, nada más. Era su cuerpo, pero aquella “cosa” no era Shira. Volvió a cerrar lo ojos y se volvió a desmayar.

Capítulo

22

Ya habían pasado cinco meses desde que aquel ser había sustituido a Shira, cinco

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meses desde que encontré su cuerpo tendido en el suelo, cinco meses desde que la llevé al hotel y la dejé allí. La usurpadora hacía vida normal, estaba viviendo la vida de Shira, incluso se creía que era ella. Al parecer iba a clase, se relacionaba con sus amigas… Pero aparte del físico no se parecía en nada a ella. Shira poseía esa esencia que la caracterizaba, esa presencia, esa pasión que me salvó de mi prisión. Cerré los puños ante la rabia contenida. Estaba en mi cuarto, para colmo estaba sonando el estribillo de la canción de MCLAN, La sopa fría. Mientras amartillaba mi cabeza te fuiste a Moscú, me dejaste sin menú, soplándole a la sopa fría … me incorporé por fin en la cama, llevaba horas tumbado, esbocé una mueca de dolor al flexionar mi estómago. El duro entrenamiento me había dejado secuelas. Fui al baño y me mojé la cara con agua fría. Mis ojos me dedicaron una escalofriante mirada desde el otro lado del espejo. Eran dos trozos inertes de hielo. Un pitido me sobresaltó, era el busca, Edward requería mi presencia en su despacho de la mansión. Con suerte tendría otra misión. Aparqué el coche nuevo y subí las escaleras traseras para llegar antes a su despacho. Llamé con dos golpes de nudillos a la puerta y la barítona voz de Edward me contestó desde el otro lado de ésta. -Adelante. -Entré sigilosamente, tal y como me habían enseñado desde que nací. -¿Me requerías? -Edward giró su asiento hacia mí, últimamente siempre miraba por la ventana. -Si. -Tras una breve pausa prosiguió. -La cosa se ha alterado en Tokio, Jeff no da señales de vida, y Hiko sigue por las calles. -Asentí con la cabeza. -¿Cuándo estará todo listo para mi marcha? -No es tan sencillo, no estamos seguros de que Jeff este muerto. -¿Quieres decir que se ha unido? ¿Ha sucumbido? -Probablemente. Ya sabes lo que tienes que hacer sin nuestras sospechas son acertadas. -Asentí con la cabeza, nunca me cayó bien Jeff. No era el primero que sucumbía, el tráfico de energía cada vez iba a más, los adictos aumentaban estrepitosamente. Me gustaba la idea de tener dos objetivos en la misma misión. Comencé a planificar mentalmente las armas que me llevaría. -¿El dosier? - Como mi trabajo, la información con la que contaba también debía ser exacta y precisa. -Mañana lo recibirás. -Me giré dando por finalizada la conversación. Desde hace cinco meses me incomodaba demasiado la presencia de Edward, su mirada penetrante me recordaba una y otra vez que no llegué a tiempo. No es el hecho de haberlo decepcionado a él y a mí mismo, sino el agrio recuerdo. Necesitaba tiempo, no sabía cuanto, pero lo necesitaba. -Espera Christian. -¿Si? -¿Has ido este mes? -Desvié la mirada claramente incómodo. -No. -Mi voz sonó demasiado grave. -Recuerda el trato. -No entiendo por qué debo ir. -Porque no estamos totalmente seguros de que “ella” haya desaparecido. -Bufé alterado. -Por supuesto que allí no está, no hay ni rastro de Shira. -Pronunciar su nombre me producía un terrible tormento, que junto con mi trabajo era lo único que me hacía sentir vivo. Mi antídoto. -”La esperanza es lo último que se pierde”.-Ya estaba otra vez filosofando, cuando comenzaba a recitar citas mi instinto letal se disparaba. Pero lo cierto era que, aunque

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no quería reconocerlo, yo ansiaba que Edward tuviera razón. -El trato era que yo te dejaba seguir trabajando “en tu condición” -resoplé ante la alusión a “mi condición”, Edward creía que yo no estaba completamente bien como para trabajar, pero se equivocaba. -a cambio de que una vez al mes fueras al instituto a estudiar cómo evolucionaba. -No es un experimento científico. Además, no ha habido ningún cambio en estos cinco meses. -Aún así, no te viene mal cambiar de aires para variar. Sinceramente me preocupas, Christian. -¿Por qué? No he fallado en ninguna misión. -No es tu eficiencia lo que me preocupa, sino tu obsesión por recibir más misiones. Has cumplido más misiones en estos cinco meses que en el último año. -El último año me distraje, pero no volverá a pasar. -Es eso lo que me preocupa. Asesinas sin piedad y cuando vuelves no haces más que entrenar brutalmente. Eres el ser más letal del mundo, por mucho que te sigas destrozando entrenando no vas a conseguir cambiar el hecho de que se fue. -Aquello me afectó, no de una manera normal, sino como si un puntiagudo trozo de hielo perforara mis pulmones, ya que en la zona donde antes latía mi corazón no había vuelto a sentir nada. -Si hubiese conseguido llegar a tiempo… -¡No, Christian, no! Aunque así fuera no podrías haber hecho nada, fue su elección. Me di la vuelta y salí de su despacho. Tenía que prepararme, en dos días iría destino Tokio, pero antes debía hacer una desagradable parada. A la mañana siguiente me presenté en el instituto, solo iría a química, no tenía por qué soportar más horas prisionero en aquel lugar. Después de lo de Shira, Edward no me volvió a obligar a acudir a las clases, simplemente debía cerciorarme de que nada cambiaba en el cuerpo de Shira. Nunca antes me había hecho acudir a instituciones ni nada por el estilo, siempre me ha hecho asistir a clases especiales, clases de defensa y ataque, forjándome como luchador. Por ello me extrañó soberanamente que me pidiera que me mudara a Manhattan con él y que asistiera al instituto como un adolescente. Después de ver lo ocurrido comenzaba a sospechar que Shira tuviera algo que ver, Edward siempre jugaba con la gente como un titiritero con sus muñecos. ¿Pero qué había pretendido Edward al meter a Shira en mi vida? A parte de trastocarla lo más profundamente posible, eso estaba claro. Acordarme de Shira me producía un dolor agudo que me mantenía en guardia, siempre dispuesto a la acción y cerrado herméticamente, no podía dejar que algo así me volviera a suceder, aquel dolor me lo recordaba. Siempre había sido demasiado inocente con el tema de las mujeres, ya que nunca ninguna me había hecho sentir ningún tipo de dolor, ni sentimiento superficial siquiera. Por ello cuando conocí a Shira me cautivé a la primera de cambio, claro, pensaba yo, “¿qué me podía pasar?”, me estremecí al recordar lo iluso que pude llegar a ser respecto a ese tema. Llegué al instituto, fui hacia la clase de química, podía palpar el agobio que iba creciendo, “cuanto antes empiece, antes acabará”. Me deslicé sobre mi asiento y esperé. Podía notar la tensión de mis músculos. El timbre sonó, los alumnos comenzaron a entrar, algunos me dedicaban curiosas miradas, debían de estar formando teorías de por qué no asistía a clase. Se inventaron muchos chismes acerca de mi desaparición, el más creíble era que estaba en un centro de desintoxicación. Ahí estaba, esa “usurpadora” de cuerpos. Entró agarrada del brazo de Mimi, se había convertido en su amiga del alma. Ambas reían estrepitosamente. Que poco se parecía su risa a la de Shira. Nadie había notado la diferencia del intercambio, e incluso ahora

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les gustaba más el cambio, ya que ésta no perdía el tiempo a la hora de ligar. Ellos no echaban de menos su esencia. Un escalofrío de pura rabia concentrada recorrió mi ser al imaginarme el cuerpo de Shira desnudo siendo tocado por alguno de ésos cavernícolas hormonados. Bueno, el término cavernícola no era del todo correcto, ya que al menos los cavernícolas eran habilidosos a la hora de cazar. La usurpadora se paró en la mesa de un joven gallito, podía oler su testosterona desde allí. Ella reía tontamente mientras él miraba con superioridad a sus amigos, se iba a cobrar una pieza. La usurpadora cambió el gesto de su insinuador rostro al verme, sin perder más tiempo se dirigió hacia mí y se sentó en su sitio, solo que algo más inclinada de lo que debería, entrando así en mi espacio vital. -Hola, Christian.- Para mi horror comenzó a hablarme, empezaba a tantear la posibilidad de irme de allí. Con toda mi fuerza de voluntad me quedé en el sitio y giré el rostro lentamente para observarla. Vi cómo pestañeaba rápidamente con un gesto coqueto. Mi rostro se contrajo en una mueca de asco que no pude controlar. -Vaya, si que debe ser grave tu enfermedad. -No me di cuenta hasta entonces de que había estado apretando la mandíbula todo aquel tiempo. -¿Qué enfermedad? -Mi tono sonaba algo más brusco de lo debido, pero ella siguió como si nada. -Bueno, supongo que por algo no habrás venido apenas a clase estos últimos cinco meses. -Su tono sonaba intencionadamente meloso. Asentí para dar por zanjado el tema, pero ella no se daba por vencida. El pensar que se sentía atraída por mí me causaba tal malestar que las ganas de golpearla acudían a mi cabeza, pero aunque sin Shira aquel cuerpo no significara nada no podía hacerle aquello al que una vez fue el envoltorio de su alma, su precioso envoltorio que ahora no era más que un sucio papel abandonado a la deriva. Aún así tampoco estaba en mi naturaleza golpear a alguien por mucho que la rabia latiera bajo mi piel, a no ser que fuera estrictamente necesario o por cuestión de trabajo. Gracias a los Dioses el profesor Elliot entró en clase. Pero aquello tampoco me serviría de nada, ya que la usurpadora era mi compañera de laboratorio. Seguía poseyendo los conocimientos de Shira, de hecho se acordaba de todo exceptuando lo que tenía que ver con la sobrenatural naturaleza de ésta. Era una humana normal y corriente, quitando el hecho de conocer demasiados detalles del mundo como para tener dieciocho años. Atribuía a sus costeadas clases y a un don natural su eficiencia con la química, pero ignoraba que en realidad su conciencia había pasado por todos los avances de la química. Tampoco se acordaba de nada relacionado conmigo, solo sabía que éramos compañeros de laboratorio, pero nada más. Su historia de las vacaciones en Túnez era una de las más populares del curso. Se ve que había ido de vacaciones a Túnez sola y que se desmayó en medio del desierto, pero que luego, sorprendentemente apareció en la habitación del hotel. Todo un misterio. Me fijé en que se había maquillado, para mi gusto en exceso, ya que los labios color ciruela eran demasiado llamativos como para ir al instituto. Su ropa seguía siendo la misma, no debería quedarle dinero como para renovar su armario. Pero oí que había solicitado un puesto en su viejo trabajo en el Starbucks. Comenzamos a realizar el compuesto que el profesor nos dictaminó en silencio, pero lo bueno no tiene por qué durar eternamente. -Me gusta que vengas a clase. -A mí no. -Se lo tomó como un comentario gracioso, comenzó a reír exageradamente llamando la atención del resto de la clase. Miré fijamente nuestro corrosivo experimento con intenciones suicidas. -Que gracioso eres. Sabes, el próximo fin de semana doy una fiesta, me gustaría… -Hola, Christian. -La desagradable voz de Mimi interrumpió a la usurpadora. Nunca

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creí que me alegraría de su presencia. La usurpadora le dedicó una mirada asesina. Mimi hizo como si no existiera, a pesar de que ahora eran inseparables. -¿Qué tal estás? Espero que lo que te impidiera venir a clase se te haya pasado. -Puso unos repelentes morritos mientras se inclinaba hacia delante intencionadamente. -Si. -Perdona Mimi, pero estábamos manteniendo una conversación privada. -La usurpadora marcó su territorio resaltando la palabra privada. Me encontraba ante una pelea de gatas, y lo peor era que se creían que yo era el trofeo, ni se imaginaban lo poco acertadas que estaban, ni por todo el oro del mundo pasaría voluntariamente mi tiempo con esos dos especímenes, y menos de la forma que ellas querían. -Pues no creo que a Christian le importe, ¿verdad Christian? -Mimi era mi salvación, nunca creí que llegaría a pensarlo en toda la eternidad. Si le seguía el juego a Mimi me libraría de la usurpadora. Aunque Mimi no fuera santo de mi devoción, debía reconocer que ante la usurpadora era una opción cuanto menos, agradable. -No, no me importa. -Noté la creciente irritación de la usurpadora a mi izquierda. -Bueno, lo que te comentaba. -Mimi extendió la mano segura de si misma con un serpenteante movimiento, me acarició el brazo que reposaba sobre la mesa. Los receptores nerviosos de mi piel produjeron mi erización del vello corporal como respuesta ante el estímulo. Pero no por excitación precisamente. -Te he echado de menos. -Su tono extremadamente victimista se me clavó en el tímpano. De repente algo cambió, Mimi seguía hablando, pero yo ya no la escuchaba, mis agudizados sentidos habían captado un cambio en el ambiente. No podía ser, una irradiación de energía comenzó a crecer, ¿pero de dónde salía? El corrosivo experimento comenzó a bullir. Mimi pareció notar frustrada que había dejado de recibir mi atención, nunca dándose por vencida volvió a la carga. -Uf, parece que hace calor. -Comenzó a hiperventilarse. Era cierto, la temperatura estaba subiendo. Ante el intento de llamar mi atención de Mimi la mezcla comenzó a bullir de una forma peligrosa. Me giré hacia la usurpadora, ésta observaba fijamente a Mimi con una mirada que me resultó extrañamente familiar. Un “clic” me hizo reaccionar. Me abalancé sobre la usurpadora y caímos ambos en el suelo. Pude ver su cara de asombro mientras un grito sonaba lejano. Miré sus ojos, lo vi, algo brilló efímeramente y volvió a desaparecer. Era Shira, su esencia, estaba ahí dentro, detrás de esa frívola muñeca. Deseché las ganas de abrirla en canal para sacar a Shira de su interior. Algo dentro de mí cambió, pero me mantuve en calma, no podía dejar que me ocurriera otra vez lo mismo. Me levanté del suelo y me senté en mi sitio pensativo mientras juntaba las yemas de mis dedos. Ni siquiera me apartó del hilo que comenzaban a llevar mis pensamientos la escena que se representaba a mí alrededor. La pequeña explosión había pillado a Mimi por sorpresa, la mezcla corrosiva la salpicó en la camiseta y el profesor Elliot, con unos grandes reflejos como profesionalidad como tenía, empujó a Mimi hacia una de esas duchas de emergencia que todo el mundo se pregunta si alguna vez fueron usadas, su utilidad básicamente era por si se daba el caso de algo como esto. El agua cayó sobre Mimi, la cual no paraba de gritar, empapándola de pies a cabeza para disfrute de los jóvenes presentes. -Me has salvado. -Un repelente escalofrío me recorrió las entrañas cuando noté que la usurpadora me hablaba. -¿Siempre narras lo obvio o realmente crees que no me he dado cuenta siendo yo el artífice? -Mi tono sonó cortante, pero no se daba por aludida. Esbozó una amplia sonrisa mientras me miraba fijamente. Sabía de algunos hombres a los que las insinuadas negativas no les surtían ningún efecto, pero nunca llegué a imaginar que estas chicas resultarían tan cansinas. -¿Acaso no has visto lo que acaba de pasar?

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-Por supuesto, me has salvado de una explosión. -Puse los ojos en blanco e intenté indagar más en su poco profunda mente. -¿Y sabes por qué razón se ha producido la explosión? -Habremos mezclado mal algún componente. -Gruñí inconscientemente en un susurro casi inaudible. Contemplé su amplia sonrisa, subí mi mirada esperanzado hacia sus ojos, pero ahí ya no había nada. Me dí cuenta de que la usurpadora era un autómata. Como un maniquí con una grabadora pegada a la cabeza y un control remoto. No podía ser humana, incluso Mimi tenía sus íntimos y profundos pensamientos. Seguí escrutando su rostro pero nada, ni rastro de inteligencia independiente. Era una base superficial de hormonas y acciones consolidadas con la situación social. Aquello empezaba a cuadrar. Fui pensando metódicamente, una idea se iba abriendo paso por mis entrañas. Me haría falta la compañía de Blade. En cuanto volviera de Tokio tenía planeado asistir a una fiesta.

CAPÍTULO

23

Me encontraba en terreno conocido, inspiré el aire de Tokio disfrutando de mi centrada y agudizada mente. Solo cuando estaba trabajando podía respirar la paz de no tener que luchar contra mis atormentadores pensamientos. Estaba en uno de los pisos francos de la empresa, en Tokio debían de haber unos diez, por lo que no me preocupaba que Jeff supiera que me encontraba en Tokio, según las probabilidades sería complicado que adivinara mi localización. Aun así, no quería que Jeff viniera porque me facilitaría el trabajo, y lo que yo necesitaba ahora era concentración y retar a mi capacidad. Me cité con mi contacto de Tokio. Quedamos en una cafetería distinta de la que solíamos quedar, no quería arriesgarme a que Jeff me ubicara. Llegué como siempre diez minutos antes. Me gustaba habituarme al lugar, me senté en una mesa al fondo, pegada a la pared y de cara a la puerta, de manera que podía tener una panorámica del café entero. Jacel entró apresuradamente por la puerta, recorrió con la mirada todo el café hasta que reparó en mí y se dirigió al asiento que quedaba libre delante del mío. Jacel era una mujer de unos treinta escasamente. Tenía una larga melena castaña lisa, unos bonitos ojos avellana con un exótico aire oriental. Sus mejillas estaban algo sonrosadas, seguramente por el agobio que tenía impreso en su rostro. Nunca solía agitarse de tal manera, me preocupaba su actitud, ¿acaso algo iba mal? -Buenos días Christian. -Aún con agobio me saludó con una amable sonrisa. -Jacel -Incliné la cabeza en forma de saludo. Pese a nuestro pasado ella siempre ha tenido un gran nivel de profesionalidad en su trabajo. Ambos tuvimos un pequeño romance superfluo, pero ella quería más, algo a lo que yo no estaba preparado. Ahora si no me fallaba la memoria estaba casada y un con un hijo. -¿Qué ocurre? -Notaba la tensión palpitando en sus ojos, Jacel comenzó a mirar nerviosa alrededor. -Esta vez no es seguro Christian, la cosa ha cambiado mucho desde la última vez, se ha descontrolado. -Observé pensativo su semblante, algo muy gordo estaba ocurriendo. -¿Es por Hiko? -No, Hiko es solo un mero peón, los de arriba no tienen ni idea de quién es, pero esta movilizando una gran cantidad de mercenarios. -Últimamente no había tenido oportunidad de indagar con Edward, era muy posible que algo se estuviera descarrilando ante nuestras narices, pero primero debía encargarme de Hiko y Jeff. -Esta bien, me ocuparé de informarles. -Vi cómo su semblante cobraba algo de alivio. -

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¿Has traído lo que te pedí? -Jacel asintió firmemente mientras rebuscaba algo en el bolso. Me tendió un dosier que yo guardé bajo mi jersey. El camarero reparó en nosotros. -¿Desean algo? -No se percató en la tensión de Jacel, ésta sabía disimular muy bien, como todos nosotros, pero sólo unos pocos podíamos profundizar en sus expresiones. Miré a Jacel para que pidiera. -Un café con leche, por favor. -Yo tomaré un zumo de naranja sin pulpa, por favor. -El joven camarero asintió y se fue algo intimidado. Me encogí de hombros mentalmente, sola mi presencia ya intimidaba, no lo hacía a posta, pero así era. Ya tenía un dosier que me dio Edward con toda la información acerca de mis objetivos, pero como mi trabajo, yo necesitaba un máximo de precisión. Por ello le había pedido a Jacel que investigara, que me redactara la rutina de ambos. Normalmente lo haría yo; me pasaría varios días observándolos, memorizando sus habituales procedimientos. Pero esta vez tenía algo más de prisa, y confiaba plenamente en Jacel, no se lo pediría a cualquiera. -¿Está todo? -Mi pregunta la hizo mirarme, realmente parecía preocupada. Asintió mientras el camarero nos traía nuestras bebidas. -He estado tres días observándolos, parece ser que Jeff se ha unido a Hiko, no se cómo ocurrió, pero al parecer la energía es una gran tentación para gente que busca poder. Suspiró y fijó su mirada en la taza de café que rodeaba con ambas manos. Era cierto que Jeff siempre fue algo soberbio. -Christian. -¿Si? -Su mirada no dejaba lugar a dudas, algo la estaba atormentando. -Éste va a ser mi último encargo. -Después de un breve instante de silencio me miró. La cosa, como ya te he dicho se está poniendo muy fea, no puedo afrontarlo con una familia. -Lo entiendo. Tu ayuda ha sido muy importante, tanto para la empresa como para mí. Le dediqué la primera sonrisa que esbozaba en meses, esperaba que la interpretara como algo bueno, no estaba seguro de haber conseguido una verdadera sonrisa. -Ya has hecho más que suficiente. Cuida de tu familia y recuerda que cuando quieras aquí estaremos. Ella pareció verdaderamente agradecida y aliviada. Jacel había sido siempre muy buena en su trabajo, la empresa se lo agradecería. Volví a mi piso y comencé a estudiar el nuevo dosier, después de una hora ya tenía un infalible plan reproduciéndose en mi cabeza. Pero mi mente decidió jugarme una mala pasada y empezó a trajinar con otro plan que ya tenía previsto, un plan que se desarrollaría en una fiesta. Meneé la cabeza y decidí preparar mis armas para centrarme, nunca antes me había pasado, interrumpir mis laborales pensamientos… aquello no me gustaba. Cómo no, mi katana, Heiless, y para Hiko iba a requerir mi franco tirador. Me fui a al pequeño baño y me dejé llevar entre la espuma super higiénica de la bañera. Debía relajarme, mañana me esperaba un gran día. Me levanté, me vestí con mi jersey de manga larga negro y mis pantalones a conjunto. Me gustaba ir de negro en mis misiones. Tenía que ser ropa cómoda, se ajustaba a mi cuerpo pero sin ser ceñida. Me colgué a Heiless a mi espalda, acorté la cinta para que se pegara más de lo normal a mi espalda. El franco tirador lo guardé en una bolsa de deporte, podría guardar ahí la katana también, pero me gustaba tenerla siempre a mano en mis misiones, por si acaso. Me puse una chaqueta para tapar a Heiless y me guardé el pasamontañas en un bolsillo, era otra medida de seguridad. Salí a una de las transitadas callejuelas de Tokio, iba andando con las manos en los bolsillos, no podía evitar mirar a mí alrededor disimuladamente para comprobar que

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todo iba bien. Llegué al edificio abandonado donde establecería mi campamento base, en la cuarta planta. Como bien me había informado Jacel en su dosier, estaba completamente vacío, sin mubles ni inquilinos. Según tenia entendido iban a derribarlo en breves. Me acerqué a una de las ventanas sin cristal de aquella planta. Era como un loft gigante con las paredes despintadas y algo derruidas. Visualicé mi objetivo, la tercera planta del lujoso edificio que se alzaba justo enfrente. Encajaba perfectamente con el ventanal del otro edificio, desde mi posición tenía un ángulo perfecto de toda la sala. Aún estaba vacía, pero si mi contacto no fallaba, aquella noche se celebraría una importante fiesta a la que Hiko no podía faltar. Estiré los brazos y con un salto pude desplazar el corcho que había en el techo, las luces estaban colgando, pero la estructura seguía firme. Cogí mi bolsa de deporte con el francotirador en su interior y la dejé en el espacio que había en el techo, volví a desplazar el corcho tapando todo rastro de mi bolsa y salí de allí. Mi siguiente parada era la cafetería que estaba justo delante de la empresa de Hiko. Como siempre me coloqué al fondo y pedí otro zumo de naranja sin pulpa, simplemente me senté a esperar. Un par de horas más tarde Hiko salió con sus guardaespaldas de la recepción del edificio. Iba apresurado, debía de tener algún tipo de compromiso. Me fijé desde mi posición disimuladamente, con mi vista era suficiente. Tenía el rostro de un humano, pero con los inconfundibles rasgos sobrenaturales que la energía producía en ellos. Se puso las gafas de sol -suspiré, “ni con las gafas pasarían esos rasgos desapercibidos” - le dedicó unas palabras a uno de sus seguratas y se metió en la parte trasera de un Audi negro, sus seguratas conducían. Todo marchaba según los informes de Jacel. Ahora se dirigiría a su casa y después a la fiesta - Sonreí hacia mis adentros - hacia su última fiesta. Ya era una avanzada tarde, en breves comenzaría la fiesta. Hiko había seguido el plan desde el principio, después de trabajar había ido a su casa y ahora se dirigía a la fiesta. Como buen asesino a sueldo había sido una indetectable sombra pegado a él. Entre mis habilidades debía destacar la de leer los labios, y si no se presentaba una desagradable sorpresa, Hiko se estaba metiendo en la boca del lobo. Todo lo que había conseguido analizar que había salido de sus labios cuadraba a la perfección. A excepción de un par de nombres que no reconocía pero debían ser socios, seguramente me tendría que ver las caras con alguno de ellos próximamente en alguna misión. Volví a mi campamento base, saqué la bolsa de deporte de su sitio y esperé a que se pusiera el sol para montar el francotirador. Ni siquiera le daría a ese cabrón la oportunidad de disfrutar de su última fiesta. Le tenía demasiado desprecio, había corrompido a mucha gente con su expansivo mercado de energía. En cuanto te metías energía en el cuerpo dejabas de vivir, ya no tenías control sobre ti mismo, solo te preocupaba conseguir más, y después de haberte metido unas veces estabas muerto, a parte de que no pensabas por ti mismo, literalmente ya no existías, solo estaba tu cuerpo físico. Los invitados comenzaron a llegar, aquellas alegres personas que pronto presenciarían un borrón en sus vidas, un cambio en sus estados de ánimo. Coloqué los apoyos en el lugar exacto y el francotirador enganchado encima. Miré por la iluminada mira (tenía la última tecnología, debía reconocer que era muy quisquilloso con ello, controlador incluso), Hiko aún no había llegado, se hacía esperar como buen magnate. La sala se había llenado considerablemente en los últimos veinte minutos de excesivamente elegante gente. Llevaba viendo fingidos tonos educados y finas maneras demasiado rato cuando por fin mi objetivo entró en la sala. Parecía muy relajado, alegre incluso. Aunque yo sabía que era imposible, no se podía ser feliz una vez corrompido por la energía, probablemente Hiko llevaba tiempo muerto, ahora me tenía que librar de su

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autómata cuerpo. Fijé mi punto de mira en él, estaba charlando con un grupo de gente, estaba de perfil, en un lugar perfecto, sin posibilidad de fallo ni secundarias víctimas. Comencé a tensar el dedo alrededor del gatillo, pero mientras inspiraba profundamente, una serie de irracionales pensamientos perturbaron mi intocable concentración. -Su cálida piel, su sedoso pelo, su sonrisa, su rubor, su risa, su forma desenfadada de andar, su aspecto sexy, su lujuria, su pasión -aquello no me podía estar pasando, el trabajo era mi antídoto contra el alcance de su daño, el único momento en el que me podía centrar y despejar la mente de engorrosos y atormentados pensamientos, alejar la agonía y no sentir aquel pesado vacío - Hiko comenzaba a dar efusivos movimientos con las manos, estaba planeando moverse, cambiar de zona social, aquello me dificultaría la operación, incluso podía poner en riesgo a otra víctima. Mi mente no estaba por la labor, la sucesión de pensamientos se había desatado y no paraba. -Su fino tacto, su fuego llameante, sus ojos… -apreté el gatillo. El cuerpo sin vida de Hiko se precipitaba hacia el suelo mientras la gente a su alrededor se preguntaban qué le estaría sucediendo. A los pocos segundos algunos asistentes a la fiesta comenzaron a socorrerle, seguidamente los gritos, el pavor. Nadie entendía nada, la confusión se extendía por la sala. Todo el mundo corría con indecisión mientras otros se quedaban paralizados por el pánico. Todos menos uno, un hombre trajeado dejaba su copa en una de las mesas y salía determinante de aquella sala. Él sabía perfectamente qué había pasado y quién iba a ser el siguiente. -Hola Jeff. -Susurré mientras observaba cómo abandonaba precipitadamente el edificio. -Puedes correr, pero no vas a evitar el filo de Heiless.

CAPÍTULO 24 Estaba en mi temporal piso franco, acababa de darme una ducha y ahora perfilaba los detalles de mi planeado próximo día. Como bien sabía Jeff, cuando alguien fallaba una misión -por diversas razones, como la muerte, contratiempos, y la peor, la adicción, como a él le había pasado - la empresa, es decir el monopolio de Edward Petemberg, mandaba a uno de los mejores. En este caso al mejor, a mí, para así acabar con la faena sin dejar ningún rastro. La gran empresa de Edward contaba con una cuantiosa cantidad de los mejores mercenarios que el propio Edward se encargaba de reclutar. Yo había sido una excepción, a mí me adoptó, pero al resto les proporcionaba un inmejorable trabajo, el sueldo era desorbitado, pero cuando alguien no hacía bien su trabajo se pagaba caro. Ser asesino a sueldo era un trabajo que requería una gran concentración como destreza física, por lo tanto eran trabajos poco duraderos. Como en el caso de Jacel, dejó el asesinato para trabajar en el espionaje, lo que nosotros llamaríamos papeleo. Pero si se deseaba se podía dejar el trabajo en cuanto se dispusiera. Simplemente dejabas de aceptar encargos y listo. No había riesgo de que alguien se fuera de la lengua, ya que después de haber visto de lo que éramos capaces, nadie sería tan estúpido como para retarnos, firmaría su propia sentencia de muerte. Jacel hace tiempo que dejó de aceptarlos, desde que tuvo a su hijo no poseía tanto tiempo, era un trabajo demasiado costoso el de la empresa. Pero Jacel seguía haciendo pequeños favores, a mí, o a algún otro compañero de confianza. La amistad que aquí se forjaba era muy apreciada y benefactora. Se rige bajo “hoy por ti, mañana por mí “. No necesitaba dormir, con lo cual me puse en marcha a las cuatro de la mañana. Había dejado a Jeff para el final, él sabía lo que le esperaba, por ello le había querido dar tiempo para fomentar su angustia. Debía reconocer que me daba coraje tener que matarle, ante todo Jeff había hecho su trabajo competitivamente, existía cierto respeto

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por él, no me gustaba tener que matar a uno de los míos, por encima de todo fue un buen hombre, pero el consumo de energía acaba con todo ello. Aquellos eran mis pensamientos mientras caminaba por la solitaria calle en dirección a su piso, llevaba las manos en los bolsillos, mis prendas de vestir ordinarias de mi trabajo; me gustaba el estilo ninja, y a Heiless en mi espalda. Legué a su destartalado edificio, “¿cómo se podía haber fundido ya toda su pasta?” no creía que eligiera ese bajo nivel de vida por su propia voluntad. Debía haber consumido una gran cantidad de energía, más de lo que creía, eso hacía más difícil el trabajo. Subí las escaleras hasta el último piso, en los “asquerosos” rellanos, llenos de porquería podía oír algunos gritos de los “cuestionables inquilinos” de aquellas viviendas. La puerta de Jeff estaba abierta, me estaría esperando. Podría ser peligroso que Jeff tuviera tanta energía metida en el cuerpo, debería ir con suma atención. Empujé la puerta cuidadosamente y entré el lo que parecía una simple habitación, debido al reducido tamaño. Jeff estaba sentado en una butaca que giró al sentirme “si, tipo película de James Bond”, su rostro estaba demacrado, olía a algo intensamente deplorable. Tenía un vaso ancho de whisky en la mano derecha y unas cuantas botellas vacías, a la vista tiradas por el suelo. Me centré en su expresión, los productos de la energía estaban avanzados por sus facciones, tenía un aspecto parecido al de Hiko, sus rasgos se asemejaban a algo sobrenatural. Sus aún humanos ojos escondían el miedo que su expresión trataba esconder. Su sonrisa crispada intentaba resultar amenazante, pero un breve temblor lo delató. -Hola Christian. -Su voz sonaba más profunda, como sumergirse en un abismo totalmente oscuro donde el aire comienza a espesarse, tú intentas agarrarte a los resquicios mientras esa neblina se apodera lentamente de tu cuerpo ahogándote sin miramientos. Simplemente asentí, no quería demorar lo que venía a hacer, además, no pretendía llamarle por el nombre que una vez tuvo ese cuerpo. Le dediqué una helada sonrisa y me dispuse a desenfundar a Heiless. -Veo que vas directo al grano, un tanto descortés por tu parte, ¿no quieres tomar nada? -Profirió una risa desesperada. -No. -Muy bien. -Realizó un movimiento casi imperceptible y sacó una daga de debajo del cojín de la butaca, se abalanzó hacia delante, pero yo fui más rápido, di un salto hacia atrás y esperé su próximo movimiento. -Sigues tan rápido como siempre. Pero no tienes algo de lo que yo estoy repleto, energía, Christian. -Jeff comenzó a andar de un lado a otro de la estancia, aparentemente relajado, pero podía ver cómo sus rígidas manos apretaban su daga con fuerza. -No te imaginas lo que es esto, cómo te sientes al meter energía dentro de ti, energía pura. -Mi mueca de desagrado no pareció detenerle. -Con tu poder, si además le añades una dosis extra de energía… ¿te imaginas lo que podrías lograr? -Me imaginé a un elemento chutado de energía, un escalofrío me recorrió el cuerpo, sería algo demencial, totalmente implorable y terriblemente mortífero. Jeff sonrió, en cambio a mí el juego me estaba cansando, realicé un movimiento circular con mi katana, Jeff se puso en guardia para su desquicio, “¿realmente creía que podría corromperme?” debía estar bastante desesperado. -Tú lo has querido. -La inhumana voz de Jeff contrastó con el metálico sonido de nuestras hojas al chocar. Le empujé con mi katana, pero su daga no perdía terreno, en condiciones normales él estaría retrocediendo, pero el exceso de energía le daba una fuerza anormal. Apoyé todo mi peso en él a través de Heiless y salté hacia a tras dando una voltereta. La sonrisa triunfal que apareció en el rostro de Jeff apenas pudo salir en cuanto vislumbró el brillo de Heiless. No había ganado ni siquiera un asalto, simplemente lo estaba probando, y ahora lo parecía entender ante mi intensa mirada.

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Una mueca del terror invadió su semblante. Salté hacia él, con una firme patada lo derribe, sin darle siquiera tiempo de captar lo que estaba pasando clavé el filo de Heiless en su pecho. El brillo de su hoja fue lo último que vio. Una horrible mueca tiñó su rostro sin vida. Saqué mi katana y la metí en su funda. Cerré los abiertos ojos de Jeff con las yemas de mis dedos y asentí respetuosamente. Nunca era bueno arrancarle la vida a alguien, aunque las circunstancias así lo requirieran. Como ya había mencionado, por encima de todos sus perjuicios que le habían llevado hasta allí, Jeff había sido un buen hombre, y eso era lo que se debía recordar. -Que descanses. -Fueron las últimas palabras que le dediqué, las decía de corazón. Giré sobre mis talones y me di media vuelta, me esperaba un largo viaje, ahora la nueva misión se adueñaba de mi mente. Había recogido a Blade en su casa, era preferible que viniera, no sabía exactamente lo que podría ocurrir, así que más valían cuatro manos que dos. Era sábado, el día en el que la esperada fiesta en casa de Shira se celebraría, me había venido como anillo al dedo, la situación perfecta. Lo único que me incomodaba era la gran cantidad de jóvenes que podrían salir dañados colateralmente, pero eran necesarios… El silencio entre ambos era perceptible ahora que ya le había explicado mi plan, lo que ello conllevaba y todos los detalles. Le echaba en cara que hubiera dejado a Shira marchar, sí, era su voluntad irse, pero si algo te importa no puedes quedarte de brazos cruzados mientras desaparece, tienes que jugar las cartas que te tocan, sino la vida te engulle sin piedad. Suspiré mientras aparcaba en la vieja gravilla de su casa, no había pasado mucho tiempo ahí, pero aún así los recuerdos me embriagaron. No era el único coche que había, como bien estaba pensado, la fiesta ya estaría en su pleno apogeo, era lo que la esencia de Shira necesitaba. Llevaba unos pantalones tejanos y una camiseta gris. El aspecto de Blade era algo cómico. Como aún no era del todo de noche, llevaba unas gafas de sol (aunque estaba nublado), un pañuelo que le cubría la mayor parte de la cara a modo de pasamontañas, una gorra y un atuendo algo anticuado. Aunque llevara un pañuelo que le ocultaba gran parte del rostro, se podía apreciar la vejez de su piel. Inspiré mientras subía los peldaños de su porche. La música resonaba en mis oídos, el pulso comenzó a palpitar desbocado y una extraña sensación se adueñó de mis entrañas. Una sensación que hacía cinco meses que no sentía ¿esperanza? ¿estaba nervioso? Ni siquiera con su oculta esencia podía controlarme, no quería ni imaginar qué volvería a sentir si conseguía despertarla. Llevaba cinco meses sin pensar en ello, pero ahora la aplastante verdad me caía encima. Necesitaba a Shira, la quería viva, riendo, su risa … Apreté los puños, la ira tomó paso en mi conciencia, sabía que me arrollaría como un tren, me caería como un jarro de agua helada, el gusto amargo de la traición esperaba paciente mientras se disponía a acomodarse en mis terminaciones nerviosas aguardando su momento. Llamé a la puerta y uno de los gallitos me abrió sin preguntar, habría dado lo mismo, aunque el alto ruido de la música lo hubiera dejado escuchar, su actual estado no estaba por la labor. Me dedicó un gruñido y volvió al jolgorio. Entré con paso firme en su hogar, pese a las secuelas de la fiesta pude distinguir su viejo aroma que me llamaba como un canto de sirena. Una gran multitud de jóvenes embriagados por el alcohol, algunos me eran familiares del instituto, a otros no los había visto en mi vida, “bailaban” al ritmo de la asfixiante música. Más de una pareja se estaba pegando el lote en distintos rincones, incluso en el porche trasero, donde a Shira tanto le gustaba leer. Ella nunca hubiera permitido tal profanación de su casa, aunque ella no la considerara como su hogar. Allí estaba, la vi bajando difícilmente las escaleras, tenía el pelo revuelto y la mirada cristalina, se

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percibía su olor a alcohol desde donde yo estaba. Se la veía muy achispada, sonrojada y terriblemente desmaquillada. Pero eso al chico que la acompañaba no parecía importarle. Estaban bajando de su dormitorio, no había que ser muy imaginativo para intuir qué habían hecho allí. Noté cómo Blade se tensaba a mi lado, debía controlarse, él aún no la había visto. Es más, no tenía ni idea de que Shira seguía con vida, yo mismo se lo había dicho cuando lo encontré hace un par de días. Sus arrugadas comisuras se habían vuelto una resplandeciente sonrisa de blanquecinos dientes. Incluso comenzaron a humedecérsele los ojos, pero por allí yo no iba a pasar. La había permitido marchar, si se alegraba tanto, no haberla dejado. Me repateaba que hiciera como si tanto le importara y en cambio ella decide irse y él se queda pasmado mirando cómo se va. Por muchos años que tenga, o por muy maduro que sea, a la hora en que el amor entra en juego uno no puede controlarse. Además, él ahora era más humano que vampiro, era insultante su desdén hacia la vida de Shira, los humanos tienden a sufrir menos autocontrol. Puse los ojos en blanco mientras los ojos de Blade se iluminaban de adoración. La usurpadora consiguió bajar los escalones de una pieza. El sujeto que la acompañaba la rodeaba por la espalda y comenzó a susurrarle algo en la oreja, fue descendiendo hasta chuparle el cuello. Aquello resultaba realmente desagradable, ¿es que no le habían enseñado a besar? no tenía ni idea sobre el placer femenino. Pero aún así hacía reír a la usurpadora, otro de los enormes rasgos que la diferenciaban de Shira. Mientras la usurpadora reía sus ojos se posaron en mí. Descaradamente empujó a su acompañante sin ningún tipo de reparo y se dirigió hacia mí con un paso sorprendentemente firme, dadas las circunstancias nerviosas de su cuerpo. Yo calculaba que había digerido media botella de Vodka ella solita. -¡Chrisstian hass venidoo! -Arrastraba las palabras, se abalanzó sobre mí, me abrazó y tuvo que apoyarse en mi hombro para no despeñarse con esos vertiginosos tacones. Su contacto me provocó un desagradable escozor. No hice ningún esfuerzo en reprimir mi cara de repulsión, aunque ella no debía darse cuenta, ya que no paraba de sonreír. Había que admitir que el gusto por los tacones altos era compartido con Shira, auque la combinación de tonos no era semejante. Mientras el estilo de Shira era más elegante y sofisticado, adecuado para una persona adulta. El de la usurpadora estaba lleno de colores vivos con escasez de tela, más propio de una quinceañera, no le quedaba mal en absoluto, pero yo hacía tiempo que había pasado aquella etapa. -He traído a un amigo, espero que no te importe. -Ante todo debía ser educado, aquella era su casa. La usurpadora miró a Blade de arriba a bajo. Su mueca de desprecio me incomodó, aunque Blade no era santo de mi devoción, no creía que aquello le sentara muy bien. -¿Te hass traído a tu abuelo? -No, es un amigo. -¿Sueles salir con él de fiesta? -Hablaba de Blade cómo si él no estuviera presente, noté cómo se revolvía incómodo. -Si, te sorprenderías de lo que aguanta por las noches. -Mi frase iba con segundas, aunque ella no le dio importancia. Seguía con su mano sobre mi hombro, me cambié el peso de un pie al otro para intentar librarme de su contacto, pero no surtía efecto. -Bueno, tus amigos son mis amigos. -Le dedicó una falsa sonrisa a Blade y éste le tendió su mano. Parecía ansioso por tocarla. La usurpadora le devolvió el gesto a regañadientes. Aproveché la situación. -Me voy a por algo de beber, os dejo para que os vayáis conociendo. - Me escabullí sin darle tiempo a reaccionar y me alejé hacia la cocina. Cogí un vaso de plástico, me lo llené de Whisky y comencé a beber aquel elixir que tanto me haría falta para la siguiente etapa del plan. La usurpadora intentaba deshacerse de Blade, pero como bien

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habíamos ensayado, él no se daba por aludido, lo cierto es que no lo hacía nada mal. Ahora solo tenía que localizar a… allí estaba. Mimi bailaba desenfrenadamente sobre la mesa del comedor con un chico fuera de combate. Se había pasado bebiendo. Como bien había adivinado, el chico ya no poseía una pizca de coordinación, dio un traspié cuando se encontró con el descontrolado culo de Mimi y cayó al suelo llevándose una de las caras sillas de roble de Shira consigo. La gente de alrededor comenzó a reír y Mimi decidió unirse al resto. Volví mi vista hacia la usurpadora, pero la cosa no iba bien, Blade se agarraba como podía a la conversación, pero ella estaba dando sus últimas palabras, una vez más agradecí mi capacidad para leer los gestos corporales. Aquello no iba nada bien, debía darme prisa. Aproveché hasta la última gota de mi vaso antes de dejarlo sobre la barra de la cocina. Iba a dirigirme a mi presa cuando una fornida mano me agarró del hombro. Si no me fallaba la memoria se trataba de Mike, el capitán de fútbol americano. -¿Y tú qué haces aquí? -Sus palabras no fueron muy agradables, así que me revolví para quitarme su mano de encima y le propiné un “pequeño” empujón. Cayó sobre el cubo de basura, creando un fuerte estruendo. Eso me vino de perlas, Mimi giró su cara para enfocar el lugar del estruendo, pero su mirada se posó en mí. Suspiré hacía mis adentros, “comienza el show”. Mientras se acercaba hacia su nueva presa me recordaba que debía ser amable y resultar seductor como si fuera mi mantra. -¡Hola Christian! -Al menos no iba tan borracha como Shira, aquello era algo bueno en la extraña noche. -Hola Mimi, me alegro de verte. -Utilicé mi aterciopelado tono de voz, sabía el efecto que podía causar, normalmente era el esperado… -Mm… así que te alegras de verme. -Mimi se acercó más confiada que de costumbre. Me sorprendió su cambio, así que Mimi tenía sus inseguridades. Nadie lo hubiera dicho. No creía que su normal comportamiento fuera controlado, pero aquello me demostraba que no era una muñeca de plástico, que era humana, con sus miedos y sueños, no como la usurpadora, aquel ser no era humano. Posé mi mano sobre su cadera para su sorpresa y me incliné más de lo necesario. Realmente no pretendía hacerle daño, pero era necesario para salvar a Shira. -Por supuesto. -Le rocé la oreja con mis labios mientras le susurraba suavemente. ¿Qué tal si vamos a bailar? -Claro. -La sonrisa de Mimi se amplió considerablemente. Vi sus intenciones antes de realizarlas, acercó su cadera a la mía con insinuantes movimientos. -Pero aquí no, voy a por algo de beber, espérame en el comedor. -Me acerqué a la barra y me llené otro vaso. Respiré hondo y me lancé. Tragué todo el contenido del vaso (Whisky) de un trago y centré mi mirada en Mimi. Me sonreía abiertamente mientras su cuerpo se movía a compás de la música, una capa de brillante sudor le recubría la frente, no sentía el calor, pero intuía que ella lo desprendía a borbotones. Le dediqué una mirada fugaz a la usurpadora, se había librado de Blade, el cual seguía a su lado, ella me había localizado y se aproximaba a una amenazante velocidad. Aligeré el paso y casi de un salto me coloqué frente a Mimi. Ahí estaba a salvo, no creía que la usurpadora fuera capaz de entrometerse, y menos después de lo que vendría a continuación. Realmente esperaba que resultara el plan, no pretendía llegar a mayores. Sinceramente deseaba que aquello sirviera para algo. Cogí a Mimi por la cadera y acompasé mi ritmo al suyo. Debía reconocer que no se me daba nada mal bailar. Todo aquello que requería movimiento físico era mi fuerte, que acompañado de una ordenada y fría mente resultaba letal. Aunque ahora mismo no esperaba que acabara de esa forma. Mimi posó sus manos en mis hombros mientras su cadera formaba círculos junto a la mía. Aquel era un baile algo caliente, si no fuera porque se trataba de Mimi,

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y porque corría un indefinido peligro, podría disfrutar. Volví a enviar una fugaz mirada a la usurpadora, el resultado fue el esperado, sus ojos centellaban amenazantes con un gesto de pura crispación. Estaba frente a Blade, él me observaba algo sorprendido. Volví a suspirar, “ahora o nunca”. Me acerqué depravadamente a Mimi, rocé mi boca con la suya mientras nuestros pechos chocaban violentamente. La canción de Katty Perry, Last friday night, se volvió un susurro de fondo. Mientras la sujetaba por la mejilla y le sonreía insinuando mis intenciones noté cómo se cargaba la sala. ¿Solo yo me daba cuenta de la gran tensión eléctrica que estaba sobrecargando el ambiente? Estaba funcionando, y con aquella última idea que me renovó los ánimos a seguir, me incliné e inundé la boca de Mimi. Sin permitir que mi esencia volara hacia ella exploré su cálida boca con mi gélida lengua. Todo cambió, noté cómo algo en mí se revolvía, saltaba y se liberaba, tiraba de mí en dirección a la gran salida de energía, hacía el cuerpo de ¿Shira? Me giré mientras Mimi gemía afanándose a mi cuello. Yo fui más rápido. Me deslicé a un lado, mi actitud cambió, volvía a ser el metódico hombre frío de siempre. La usurpadora me miraba, pero algo era distinto, el ambiente era abrumador, como si algo fuera a estallar en cualquier momento, Blade se revolvía incómodo a su lado, su mágico sentido percibía algo extraño. La mirada de la usurpadora cambió, otra vez aquel brillo, su esencia, Shira… Su cara se tensó de repente, cerró los ojos, quedó en un extraño rictus para volverse una mueca de… “Oh no” Aparecí junto a ella en el momento preciso en el que sus piernas cedían y caía sobre mis brazos. Ella estaba cambiando, algo dentro de su cuerpo estaba en un grave conflicto que pronto se desataría, como un volcán en erupción. Y era estrictamente preferente que no hubiera nadie cerca.

CAPÍTULO

25

Corría hacia el coche con la usurpadora o Shira en brazos mientras Blade revoloteaba a nuestro alrededor con los nervios a flor de piel. Abrí la puerta del copiloto con una mano mientras que con la otra la sujetaba (seguía sin saber si a Shira o a la usurpadora). La coloqué en el asiento del copiloto y le abroché el cinturón, seguía inconsciente. Di la vuelta al coche y me coloqué en el asiento del conductor. Sabía que algo estaba a punto de explotar, debía llevarla a algún lugar seguro, como la mansión de Edward. Arranqué el coche sin siquiera mirar si Blade había entrado. Oí un lejano portazo mientras el coche derrapaba sobre la gravilla y salía a la carretera lo más rápido posible. -¿Por qué no la has dejado en el asiento trasero? Aquí podría ayudarla. Tú estas conduciendo, es peligroso que esté delante. -La voz de Blade reflejaba el mismo nerviosismo que su cuerpo. -Porque en los asientos traseros no hay airbag. -A diferencia mi voz sonaba dura y gélida. No me gustaba la incertidumbre, el no saber qué iba a ocurrir. -¿Acaso van a ser necesarios? -Blade tragó ruidosamente saliva mientras paseaba la vista por el coche. -Por tu bien esperemos que no. -Murmuré entre dientes. Noté cómo Blade desviaba la mirada irritado. Era un logro irritar a ese reflexionante vampiro. Parecía pasarse el día madurando tanto su comportamiento como sus modales. Me recordó a Edward. Un desgarrador grito me desvió de mis pensamientos. Era algo terrorífico, se me erizó el vello en la nuca mientras clavaba las uñas en el volante. El cuerpo de Shira se

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revolvía en el asiento mientras de su pecho se abría un lamentable llanto de puro dolor. Por una vez me sentía impotente ante aquel grito desesperado. -¡Haz algo! -La apremiante voz de Blade apenas era audible entre los gritos. -¿¡Y qué pretendes que haga!? -¡Algo! ¡Se supone que eres como ella! ¡Piensa! -Apreté mis manos contra el volante hasta que mis nudillos no pudieron quedarse más blancos. Shira y yo no éramos iguales, éramos los polos más opuestos que se pueden encontrar, a diferencia quizás de Edward y Luz. -¿Ahora me dices que haga algo? ¿Enserio Blade? -Nunca solía perder el control, pero apenas pude evitar aquellos ladridos trasformados en palabras. El tono amenazante estaba implícito. Aún así no podía apartar la mirada del desencajado rostro de Shira. ¡¿Dónde estabas tú cuando se fue?! ¡Eh! ¡No hiciste nada! ¡La dejaste deambular sola por el desierto mientras buscaba su propia destrucción! ¿Y ahora me ORDENAS que haga algo? Ya hago suficiente dejándote venir, ya hice suficiente no matándote en el bar. -Vi cómo se le humedecían los ojos por el espejo panorámico ante mi reproche. Una nueva tanda de sufrimiento se apoderó del cuerpo de Shira, sus agonizantes gritos seguían torturando mi alma. No sabía qué hacer… por una vez me guié por mis impulsos, alcé la mano firmemente y la posé sobre su sudorosa mejilla. Al instante sus llantos cesaron, se convirtieron en gemidos quedos y seguidamente se trasformaron en una regular respiración. Su piel poseía aquel ansiado tacto. Trasladé mi esencia por la punta de mis dedos, hasta llegar a su palpitante piel. -Era su voluntad. - La voz de Blade fue apenas un susurro inaudible. Por un momento había olvidado la situación. Era el efecto que Shira solía producirme. -¿Y yo en cambio sí debía ir y, según tú, “salvarla”? -Mi voz era unas décimas más tranquila, pero amenazaba con volver a ser el rugido de antes. Mi mano seguía posada en su mejilla, su rostro estaba relajado. Mi frío era un alivio ante el calor que estaba comenzando a desatarse en su interior. -Ella te debía un cierto compromiso. -Aquellas palabras me dejaron “helado”. -¿Qué quieres decir? -Que contigo compartía su vida, tú eras algo parecido a su… pareja. Teníais algo intenso, especial, exclusivo… -Vosotros también teníais algo. -Mi voz estaba totalmente calmada, pero fría, aquella conversación estaba empezando a asustarme. -Pero totalmente distinto. Shira a mí no me debía nada. Me quería como se quiere a un amigo. En cambio contigo era con quien le hubiera gustado haber estado de una forma diferente. Veía cómo te miraba. Tú eras su compañero, a quien se elige para compartir su vida. Ella posiblemente aún no lo sabía, o seguramente no había querido reconocerlo, pero tanto su vida como la tuya estaban conectadas, y si iba a acabar con la suya, también formaba parte de ti, tenía que ver contigo. Tú tenías el derecho de reclamar su vida, al igual que ella podría reclamar la tuya como parte de ella. -Aquellas palabras cayeron sobre mí y siguieron más abajo, no podía recibirlas, ya no tenía capacidad receptiva. Estaba completamente vacío, como una concha sin inquilino… Y todo por ella… Retiré mi mano de su mejilla y volví a agarrar el volante. Ya no faltaba mucho para llegar a la mansión de Edward. Estaba pensando en cómo iba a contarle aquello. Ni siquiera sabía si había funcionado, posiblemente seguía siendo la usurpadora. ¿Y si Shira no volvía jamás? Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Pero no tardó en unírsele a mi repentino estado una doble dosis de peligro. Otro grito de ¿Shira? cruzó el aire. Volvía a retorcerse sobre el asiento, apretaba los puños como si sujetara algo sumamente importante. Podía oír cómo se le sumaban rogos provenientes de la parte trasera del coche.

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Ella seguía gritando dolorosamente, de repente, entre alaridos, sus ojos se abrieron como platos. Todo cambió, aquello que tiraba de mí se alargó y se selló a su alma. Aquellos ojos llenos de vida que me observaban fue la imagen más preciada de toda mi vida, llenos de su esencia, llenos de ella… Shira. Un nuevo torrente de gritos se apoderó de ella y volvió a cerrar los ojos. Recé para que no cambiaran, para que cuando abriera los ojos siguieran siendo los suyos. Oí un ruido tan fuerte y profundo que pegué un volantazo, pero en seguida volví a recuperar el control. -¿Qué ha sido eso? -¿El qué? -La voz de Blade era una mezcla entre agobiante y terrorífica, seguía con los nervios a flor de piel. “Pum pum” Ahí estaba otra vez, ¿qué era aquello? Shira volvía a las oscuras profundidades de la inconsciencia mientras yo me tocaba el lugar donde hacía cinco meses que no sentía nada, donde en esos recientes momentos había vuelto a sentir, donde algo se estaba despertando. “Pum pum” otra vez, de allí provenía ese ensordecedor ruido, mi corazón comenzó a bombear como si nunca hubiera estado desaparecido. Pero con ello venía el sufrimiento. Comenzó a bombear el amargo y espeso sentimiento de la traición por mis venas. Al que se unían la rabia, el dolor…

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*

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Algo tiraba de mí hacia la superficie. De una forma tan intensa que era imposible de resistir, de obviar. Algo me arrastraba a la superficie de mi propio ser, algo comenzaba a liberarse, “algo”… Un incontrolable dolor se adueñó de todas mis terminaciones, quería gritar, pero no tenía boca, quería llorar, pero no tenía ojos, algo se expandía incontrolablemente, “mi esencia”. ¿Dónde estaba? Todo era oscuridad. Pero yo ya sabía donde estaba, sabía que era yo, me resultaba familiar. Mi esencia se liberaba produciéndome tal sufrimiento que creía perder la conciencia, pero no sabía donde estaba ésta, ¿tenía conciencia? era obvio, ya que estaba pensando ¿no? Otra vez aquella sensación recorriendo mis venas, aquel agonizante dolor. Noté cómo un suave y tranquilizante olor a lavanda me envolvía, aquella sensación sí me gustaba… pero como todo lo bueno fue efímero. Mi esencia despertaba implacable. Con un rugido pude oír mi voz, pero sonaba lejana, como si estuviera viendo una película de terror. La esencia afloró, me pilló, arrasó… una sucesión de imágenes comenzaron a ocupar el lugar donde antes solo había oscuridad. ¿Era yo? Sabía que era yo. Cuando noté por primera vez mi cuerpo con poder, corriendo por un campo de verde alfalfa. Conociendo a mi familia; Diana, Luz, Aqua, Will, Edward… Blade. Yo era Shira, soy Shira, Shira Harper. Soy el fuego, y vuelvo a la vida, me despierto, renazco de entre mis cenizas como el ave fénix. El fuego, imparable, poderoso, pasional, incontrolable… Noté cómo rugía dentro de mí, había vuelto.

CAPÍTULO 26 Abrí lentamente los ojos mientras mi vista se acomodaba a la tenue luz que entraba por

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alguna parte. Estaba en una cama, en una habitación que me resultaba extrañamente familiar. Hubo un pequeño movimiento en la sala, descubrí una figura sentada en una silla. -¿Blade? -Oh, gracias a los dioses, ¡Shira has vuelto! -Blade se acercó a mí y me cogió la mano. Recordaba su agradable contacto. -¿He vuelto? ¿De dónde? - Intenté recordar, pero una neblina se había instalado en mi mente, traté de acercarme, pero un fuerte pinchazo me atravesó la cabeza. Una mueca de dolor me despejó del todo. -¿Te encuentras bien? -Blade pareció realmente preocupado. -Si, no ha sido nada. Dime, ¿por qué dices qué he vuelto? ¿Qué hago aquí, en casa de Edward? -Había reconocido su estilo clásico, ya había estado antes en esta mansión, no sabía con certeza si en esta habitación en concreto, pero sí en la mayoría. El olor a madera me trasladaba a otros tiempos. -¿No lo recuerdas? -Ante mi expresión de desconcierto se dio por respondido. -Tu doscientos cumpleaños… -Oh es cierto, ¿qué deseé? -Recordaba andar descalza por el desierto, la agradable sensación de la fina arena entre mis dedos. Recuerdo la energía renovándose, el cambio… pero nada más, allí estaba otra vez aquella espesa neblina. -Nadie lo sabe, esperábamos que tú si… ¿Recuerdas algo posterior? -Me quedé pensando, sabía que había pasado tiempo desde mi cumpleaños, pero era como si mi consciencia hubiera estado en modo “off”. Me esforcé por recordar. Pero fue extraño, tenía recuerdos de otra persona, era como ver una película desde una pantalla borrosa. Veía las acciones de mi cuerpo encerrada en algún lugar, como si estuviera presa, como si me faltara una parte de mí. Recuerdo a mi cuerpo, y a una presencia a medias. Alguien, o yo, pero no podía ser yo, era como si mi cuerpo estuviera desconectado de mi mente. Ni siquiera podía sentir, ya que para mi no era yo quien vivía, simplemente era una espectadora sin posibilidad de tomar partido. Como verlo todo a través de un grueso muro. -Si, recuerdo ir a clase, recuerdo vivir otra vida, pero esa no era yo… mi cuerpo iba sin control, sin consciencia. -Le faltaba una parte de ti, tu esencia no estaba… era una especie de envoltorio. Asentí totalmente de acuerdo. -¿Cómo conseguiste liberarme? -Bueno… fue Christian. -Se quedó observando mi rostro atentamente a la espera de algún cambio que no llegó. -Él te salvó, te desmayaste en una fiesta y te trajo aquí. Miré alrededor de la habitación con atención por primera vez. Ahogué un grito mientras me daba cuenta de que todo estaba recubierto por una brillante capa de hielo. A la tenue luz le daba un toque fantasmagórico a la habitación. Blade pareció ver mi pregunta no formulada. -Él ha hecho esto, al parecer el hielo te aliviaba el dolor. -¿Christian, mi compañero de laboratorio? -¿No le recuerdas? -Claro, ya te lo he dicho, es mi compañero de laboratorio, va a mi clase. -¿Qué más debía recordar? -Pero… no era solo… -La puerta se abrió interrumpiendo a Blade. -No había más que recordar, Blade. -Una heladora voz se abrió paso a través del aire. Me quedé sin respiración mientras mi mente buscaba en los recovecos de mi memoria ese tono tan cortante, pero sin resultado alguno. Christian entró en la habitación con un paso firme. Los recuerdos no le hacían justicia, era como una imagen borrosa. Pero ahora, delante de mí, sin ningún muro entre ambos podía apreciar cada detalle. Su pelo,

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color azabache, brillante, con unos tonos plateados dependiendo de cómo le daba la luz. Su rostro de porcelana, más propio de una estatua griega. Parecía poseer una piel tan suave y clara, sin llegar a ser pálida. Lo que contrarrestaba con su oscuro pelo remarcando aun más sus afiladas facciones. Me quedé mirando sus gruesos labios antes de quedar pasmada entre sus azules ojos. Eran algo sobrehumano, destellaban de un modo peligroso, letal. Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando me clavó su gélida mirada. Se me escapó una ráfaga de aire que había estado conteniendo en mis pulmones sin darme cuenta, pero para mi asombro apareció en forma de vapor ante el frío de la estancia. Aquello era imposible, yo era el fuego, no podía tener frío. Pero un nuevo escalofrío me demostró que aquello había pasado y que era real. Yo, Shira, sentía el frío. Ante mi asombrada mirada, Christian me respondió antes de que hubiera realizado la pregunta con palabras. -Yo soy el hielo. Edward me envió para que vigilara tus cambios, por si volvías a ser tú. -Solo pude asentir. ¿Hielo? ¿Desde cuando había otro elemento? Bueno, era de esperar, las necesidades humanas habían crecido bastante desde la aparición de los últimos elementos; Edward y Luz. -Gracias. -Mi tono era apenas audible, me sentía sin fuerzas, como si mi cuerpo estuviera manteniendo una gran lucha interna. Christian se pasó la mano por el pelo, dejándolo revuelto, aquello le daba un aspecto angelical. Pude ver como se le rizaban las puntas de los mechones en la nuca. Fue algo que me pareció ¿adorable? Acababa de despertar y ya comparaba a un hombre con un ángel. Sin añadir palabra, Christian giró elegantemente sobre sus talones y desapareció de la habitación cerrando la puerta tras él. Aquello, para mi sorpresa me decepcionó, pero apenas me di cuenta, ya que mis párpados comenzaron a pesarme de una manera alarmante e irrevocable. Volví a despertarme. Notaba mi cabeza como si una manada de bisontes me hubiera pasado por encima. Mi boca me resultó pastosa, proferí un gruñido de malestar mientras me retorcía entre las sabanas. -¿Qué tal estás? -La dulce voz no me sobresaltó, esta vez no estaba desorientada. -Como la hierba después de que pasara el caballo de Atila. -Noté cómo Blade sonreía ante mi comentario. -¿Por qué me siento tan cansada? -Incluso mi voz me sonó extremadamente pesada. -Tu esencia está volviendo, se está esparciendo por tu cuerpo, y éste necesita energía extra para poder seguir estable. -La palabra “estable” me puso los pelos de punta. ¿Acaso estaba pendiente de un hilo? ¿Podía mi cuerpo destrozarse ante tal intensidad? -Pero ya me ocurrió antes, cuando cambié. Y no recuerdo que me hubiera dolido tanto, ni haberme pasado en cama… ¿cuánto llevo por cierto? -Dos días. -Su tono era el mismo que usaría para hablarle a un niño asustado. -Esta vez es distinto. La primera vez naciste con tu esencia y ésta fue creciendo a medida que tu cuerpo lo hacía, se fue desarrollando progresivamente. Mientras que esta vez se comenzó a extender para alcanzar el máximo grado, partiendo de cero, sin esperar. Los argumentos de Blade tenían sentido. -¿Cómo sabes tanto de elementos? -Noté mis párpados cerrándose de nuevo. La respuesta de Blade no supe si fue soñada o realmente salió de su boca. -Yo no tenía ni idea, estaba totalmente perdido, Christian es el que me ha estado informando. Aquella vez recuerdo haber soñado con dos ojos azules que me resultaban extrañamente familiares, unos ojos azules que hablaban sin palabras… Una sensación de energía y oscuridad me embriagó. Inmediatamente el olor a noche y polvo me dijo todo lo que necesitaba saber.

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-¿Edward? -Había oscuridad absoluta, pero aun así pude ver su sobra recortada a un lado de la cama. -Hola Shira, ¿qué tal estás? -Sus impecables dientes asomaron por la comisura de sus labios. -Hecha polvo, odio esto de no poder parar de dormir. ¿Dónde está Blade? -Bueno, gracias a ti, ahora él también necesita horas de sueño, pero se de buena tinta que en cuanto duerma unas horas lo tienes aquí de nuevo. Lo cierto es que estoy maravillado con lo que le produces. Nunca pensé que podrías regenerar a un vampiro por completo. -Yo tampoco. -Sonreí todo lo que pude antes de que mi cabeza comenzara a dar vueltas como una peonza. -Debes comer para tener más energía, te diría que bebieras alcohol también, pero no creo que te sea muy favorecedor. -¿Comida? un gemido procedente de mi estómago se manifestó ante mi pregunta. ¿Cómo podía tener hambre? Recordaba que cuando era un autómata comía como un humano. -Tengo hambre. -Mi afirmación sonó más como una pregunta. -¿Cómo es eso posible? -Bueno, ahora mismo eres una mezcla entre un elemento y… un elemento sin esencia, es decir, con algunas necesidades humanas como la alimentación y la sed. -¿Cuánto tiempo llevo? -Casi tres días. -Bueno, cada vez era más consciente del tiempo que trascurría. -¿No he bebido en tres días? ¿No debería estar sedienta? -Noté como Edward desviaba la mirada incómodo. -No cuando alguien te mete hielo por las venas. -Su respuesta me dejó más desconcertada de lo que ya estaba. ¿Christian me había metido hielo en las venas? Pero… -Verás, con el hielo dejas de sufrir, tu esencia va más despacio expandiéndose, y tu cuerpo tiene más tiempo para reponerse. El hielo te calma. -Recordé a Christian, los ojos de mi sueño, las palabras de Blade. -¿Yo conocía a Christian? -Eso es algo de lo que te tiene que hablar él si lo cree oportuno, yo no puedo decirte nada. -Eso es un sí. -Olvidaba lo reacio que era Edward a las respuestas directas, le encantaba envolver todo en un velo de misterio. A modo de respuesta me sonrió mientras se acercaba a la puerta. -Te voy a traer algo de comer. -¿No puedo ir yo a la cocina? Sabes lo que odio comer en la cama. -No recordaba haber comido nunca en la cama, pero la mera imagen me desagradaba. Todos teníamos modales más finos que los de la época actual, no nos gustaba romperlos. Edward me miró con una sonrisa mientras agarraba la puerta. -No puedes ni levantarte, Shira. Debes reposar. -Yo hice un mohín mientras me cruzaba de brazos. Algo me cruzó la mente cuando Edward cerró la puerta tras él. Miré por debajo de las sábanas, iba vestida con un camisón blanco de manga corta. Por primera vez en mucho tiempo noté cómo me ruborizaba. Cuando me volví a despertar, aprecié un olor apetecible de fruta fresca, pasta y algún tipo de estofado. -Cuando he vuelto ya te habías dormido, pero no hace mucho, así que los espagueti siguen calientes. -Edward estaba sentado en la silla donde solía estar Blade, leyendo un libro que dejó de lado para mirarme. Asentí lo más enérgicamente que pude. Cogí la bandeja que estaba en la mesilla al lado de la cama. Mientras arrasaba con los espaguetis sin darles tregua pude gruñir entre bocado y bocado: -¿Quién me ha puesto esto? -Señalé mi suave camisón sin mucho entusiasmo mientras

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me metía otra tanda de aquella deliciosa pasta en la boca. -Entre Blade y Christian. -Me atraganté y comencé a toser ruidosamente. La imagen de aquel frío hombre con rostro angelical desnudando mi cuerpo inconsciente permaneció en mi mente mientras la poca sangre que tenía se acumulaba en mi rostro. Edward intentó disimular una sonrisa de forma poco efectiva. -Christian fue a comprarlo al centro. No creo que estuvieras muy cómoda con aquella ropa que traías puesta. -Cogí un trozo de pan y lo unté en la salsa del estofado. Dejé el vacío plato de pasta a un lado mientras atacaba la carne. Degusté el primer trozo algo más saciada, pudiendo tastar el asombroso sabor. Edward pareció complacido ante mi mueca de placer. -¿Ternera? -Sorprendentemente apenas tragué conseguí vocalizar. -Aja. -No sabía que supieras cocinar. -Christian contrató a una cocinera especialmente para la situación. -Vaya. -Si, él es así. Siempre se entrega de una forma extremadamente eficiente. -¿Por eso le pediste que me vigilara? -Edward pareció confuso ante mi pregunta. -Para ver si yo volvía a ser yo. -Ah, no fue por eso. -Edward parecía meditar algo muy lejos de aquella habitación. -¿Y por qué le enviaste a él sino? -Porque sabía que ningún otro ser podría traerte de vuelta. -Su sinceridad desbordante me pilló por sorpresa. -¿Porque es el hielo? -Aparte, eso era algo que también venía bien. -Acabé con mi ternera algo desorientada. ¿Fue gracias a Christian por lo que volví? ¿Qué hizo? ¿Y qué más venía bien? -¿Cómo consiguió traerme de vuelta? -Bueno, creí entender que fue a tu fiesta, y la cosa se desmadró un poco. -Si, recuerdo la fiesta, una sensación de vómito acudió a mi memoria. Si, también recuerdo haber bebido bastante. No memorizaba sonido alguno, pero si a Blade en la entrada con… podría ser Christian. ¿Mimi con Christian? Aquella imagen se plantó en mis narices sin dejarme ver nada más. Era vagamente consciente de tener la boca abierta con un trozo de manzana, debía ser una imagen poco agradable. Podía visualizar a Christian bailando con Mimi, se acercaron y luego… oscuridad y liberación, comenzó a caer el muro, resurgí. ¿Por qué resurgí en aquel momento? ¿Qué me hizo despertar? ¿Christian besando a Mimi? Aquello no cuadraba, a no ser que conociera a Christian de algo más… en mí sueño esos ojos azules me miraban de una manera diferente a la que nunca me habían mirado. ¿Añoraba esa mirada que nunca existió en la realidad? ¿Echaba de menos un sueño? ¿O no era un simple sueño? Si quería saber algo relacionado con aquello intuía que Edward no saciaría mi apetito curioso. Así que volví a darle otro mordisco a la manzana mientras mis pensamientos vagaban por lugares inexplorados.

CAPÍTULO

27

Noté la mano de Blade acariciando tiernamente la mía. Sonreí antes de abrir los ojos. Mire los resplandecientes ojos de Blade color avellana. Eran lo único que seguía igual, el resto de él había cambiado de una forma dolorosamente rápida. Me di cuenta de la aterradora verdad que se cernía sobre él ¿Cuánto tiempo le quedaría? A juzgar por su

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aspecto… ¡No! No podía pensar en eso, me negaba rotundamente. Pero el temblor de su mano me llenó de pena. La muerte no tiene contemplaciones. Recordé la cita del autor español Jorge Manrique; “la muerte nos iguala a todos” Él se refería a la diferencia entre distintas clases sociales, pero esa regla solo estaba en los humanos, ya que en mi mundo la mayoría no tenían fecha de caducidad. Por ello se me hacía aterrador pensar en que Blade sí tenía. -Tienes mejor color. - Su voz amable me embriagó. Sonreí para apartar cualquier preocupación. No me había mirado en un espejo desde que llegué, y no tenía pensado hacerlo ante el miedo de lo que pudiera encontrar. -¿Tienes hambre? Edward me ha dicho que ayer comiste de maravilla. -Entonces ya llevaría tres días aquí. Lo cierto es que me sentía con algo más de fuerza, no me vendría mal desayunar un poco. Miré por la pequeña ventana a mi derecha. A juzgar por la inclinación de los rayos solares debían de ser las once de la mañana. Ser inmortal le da a uno mucho tiempo para fijarse en ciertas cosas. No me gustaba esta sensación de vulnerabilidad, no quería que hablaran sobre mi apetito ni cómo me habían visto aquella mañana. Pero mi fuerza física no estaba de mi parte, así que simplemente asentí derrotada. Blade fue a por algo de desayunar, cuando volviera lo sometería a un pequeño interrogatorio. Si mi oportuna somnolencia me lo permitía. Volvió con la misma bandeja de ayer en las manos. Un apetitoso olor a tortitas recién hechas me hizo la boca agua. Blade sonrió ante mi ferocidad con las tortitas. Mientras acababa de comerme la primera comencé a hablar. -¿Yo alguna vez he tenido… novio? -No me gustaba esa palabra, pero no se me ocurría otra con lo que describirlo para que entendiera a donde pretendía llegar. Yo sabía que había tenido algo con Blade, pero ambos teníamos claro que no se podía definir como una relación de noviazgo. Era consciente de que no lo recordaba todo, ya que esa irritante neblina infranqueable me bloqueaba la mente de vez en cuando. Y si intentaba traspasarla recibía un doloroso pinchazo en la cabeza. La pregunta pareció sorprenderle. -Mm… que yo sepa no, si alguna vez has tenido no me lo habías contado. -Eso descartaba muchas cosas. -¿Desde cuando existe el elemento del hielo? -Yo disimulaba la importancia de mis preguntas como mera curiosidad concentrándome en mis tortitas. -No lo se, se que Christian es el primero. Y a Christian lo conocí casi al mismo tiempo que a ti en The Moment. ¿Recuerdas The Moment? -Yo asentí a modo de respuesta. Allí fue donde conocí a Blade. La energía de aquel ambiente me recargaba las pilas de una forma tan placentera… la gente bailando sin control sobre la pista, aquel refinado alcohol, la lujuria, la pasión…. ¿cómo iba a olvidarlo? Aquello formaba parte de mí. No creía que mi relación con Christian fuera tan importante, ya que sin duda lo recordaría. Aunque mirado por otro lado, no recordaba mi deseo de los doscientos. Pero aquello podía deberse a un trauma, al shock, a mi estado actual, al mismo deseo que pedí (a lo mejor pedí no recordarlo), o un hecho aislado. -Bueno, allí lo conocí de vista. -La esperanza de conseguir recordar algo más me inundó, aunque seguí observando el próximo trozo de tortita que iba a comerme con descarada concentración. -Cuando realmente lo conocí fue cuando me llevó a casa para mi pasado cumpleaños, cuando me atacó la misteriosa sombra que resultó ser él. Te fue a buscar a tu casa… -Recordé mi vestido, el aroma de los aceites orientales, a Blade tumbado en la cama, había alguien más en aquella habitación. Recuerdo observar el horizonte a la orilla de un lago mientras la suave brisa me soltaba un mechón de mi recogido… ¿Había alguien más? Otra vez aquella dichosa neblina. Gemí ante el intenso dolor del pinchazo en mi cabeza.

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-Deberías descansar Shira. - Su tono volvía a ser preocupado. Blade recogió la vacía bandeja y me dejó a solas mientras el sueño volvía a adueñarse de mí. Me desperté sintiéndome algo más enérgica. No aguantaba más tiempo allí tumbada, además, necesitaba con urgencia una ducha. Me incorporé sobre la cama y bajé mis pies al frío suelo. Lentamente me fui poniendo de pie. “Bien Shira, primer paso conseguido”. Fui dando un paso detrás de otro ayudándome con la pared. Llegué a la puerta sin problema alguno. Dejé la habitación llena de escarcha y respiré el aire no estancado del resto de la casa. Mi habitación daba a un pasillo con el resto de habitaciones para invitados. Era una mansión muy espaciosa. Oí unas voces procedentes del otro extremo del pasillo. Debían ser Edward y Blade, que como me vieran cortarían por lo sano mi pequeña excursión. Rápidamente (dentro de lo que cabe, que no fue mucho), me metí en la habitación de enfrente, sabía por experiencia que se trataba de la biblioteca. No era su única entrada. Cerré la puerta tras de mí y aguardé la respiración mientras comprobaba la habitación. Estaba tal como la recordaba. La impecable mesa de madera con las sillas a juego ocupaba el centro. Esa mesa podía dar cavidad a veinte personas sin apretujarse. Varias estanterías repletas de cientos de libros ocupaban toda la pared. Inspiré el aroma a libros viejos. También estaba la antigua bola del mundo, que reposaba en su brillante apoyo dorado. Me dirigí hacia las amplias puertas correderas de cristal que daban al gran balcón. Nada más abrir, el limpio aire se metió en mis pulmones. Suspiré encantada mientras me acercaba a la barandilla. -¿Qué haces? -La fría voz de aquel misterioso hombre me asustó deliberadamente. -No deberías estar aquí. -Me giré para mirarle, sus amenazantes ojos azules me escudriñaban con una dura mirada. -Yo… yo… -¿Es que ya no recuerdas ni hablar? -Las rodillas comenzaron a temblarme de una forma violenta. Sentía como me iba congelando poco a poco. Estaba paralizada bajo su mirada. ¿Me estaba congelando? -¿Por qué no debería estar aquí? -Mi voz sonó como un sollozo, ante el cual Christian esbozó una expresión para nada comprensiva. ¿Acaso lo torturé en otra vida? -Porque no puedes ni andar, eres un peligro para ti misma, deberías volver a tu sitio. Mi cara se contrajo de horror. No recordaba a nadie hablándome con tal desprecio. ¿Tanto había cambiado mi aspecto? Aunque así fuera no creía que él tuviera ningún derecho a hablarme de aquella forma tan poco educada. Si me hubiera preguntado si quería tortitas con aquel tono, la frase habría tomado un significado amenazante y despreciable. Y con lo que me gustaban las tortitas aquello era algo demencial. Noté cómo los sollozos amenazaban con salir. “Oh no, no, no”. Él pareció percatarse, ya que hizo una mueca de repulsión aun mayor. Otra vez aquella sensación de no poder controlar mis sentimientos propia del elemento del fuego. ¡Que poco la había echado de menos! -Genial, ¿ahora te pones a llorar? -No. -Mi respuesta sonó poco convincente, ya que parecía sacada de una niña de cinco años a la que han pillado comiéndose una tarta con la cara llena de chocolate. Con un amargo resoplido se dio media vuelta y se fue tan silenciosamente como había venido. Mis piernas seguían temblando violentamente mientras las lágrimas comenzaron a desbordarse de mis ojos. Finalmente mis rodillas cedieron y chocaron contra el suelo. -¡Shira, estas aquí! -Vi a Blade corriendo hacia mí con un semblante de pura preocupación. -¿Qué te ocurre? -¿Qué le pasa a ese? -Mi pregunta sonó débil mientras me sorbía la nariz. ¿Acaso había rejuvenecido y volvía a tener cinco años? “Por el amor de Dios, Shira contrólate”.

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-¿A quién? -Blade miraba hacia todas direcciones alarmado. Aquello era patético. Me intenté levantar apoyada a la barandilla, Blade me ayudó prestándome su inestable brazo. No hizo sino que aumentar mi melodramático estado el ver cómo hace unos meses me habría llevado en brazos y ahora ya no podía ni prestarme sujeción. Me acompañó hasta mi cama y me arropó pese a mis rechazos de ser cuidada como una niña pequeña. El susto había pasado dejándome en un estado totalmente furibundo. -¿Qué le pasa a ese? ¿Acaso le he ofendido en todas mis vidas anteriores? -Eran preguntas que me dedicaba a mi misma, no esperaba respuesta. Suponía que era su carácter normal, es el hielo, frío con los sentimientos ajenos y un completo grosero (la grosería no estaba consideraba una propiedad de éste). Yo seguía jurando por lo bajo, sin siquiera pensar que Blade me estaba escuchando. -Bueno, después de lo que pasó es comprensible que se muestre algo distante contigo. Me sorprendí tanto de su respuesta como de que me hubiera respondido. -¿Qué pasó? -Lo que pasasteis. Vosotros teníais algo. -¿¡Cómo!? ¿Con Christian? ¿Estas seguro? -No me podía creer que hubiera tenido algo con él. Era tan… -¿Qué se supone que teníamos? -Algo especial. -Blade parecía reacio a darme ningún tipo de información. “Algo especial” es lo que siempre se dice. Eso no me aclara si teníamos algo especial que admitía acostarse juntos, o ser compañeros de muse, pareja de padel… -¿Algo especial? ¿Quieres decir que sentíamos algo el uno por el otro? -Pude ver como desviaba la mirada incómodo. -Creo que deberías descansar, no quiero que se te sobrecargue el cuerpo. Y por esta mañana ya has tenido demasiados sobresaltos. Blade me dedicó una última sonrisa y me dejó a solas de nuevo. Solo que ésta vez estaba demasiado alterada. Pude notar… ¡mi esencia! El ambiente cambió. Yo seguía enfadada, y a la vez frustrada, no me lo estaban contando todo. No podía controlarla. La temperatura comenzó a subir, la escarcha ya había desaparecido en su mayoría. Una vieja y familiar sensación se apoderó de mí. No hice nada por controlarla, mi cuerpo se quejó ante tal intensidad. Una ráfaga de dolor se adueñó de mí. Me enrosqué entre las sábanas mientras un grito que no sabía de donde podía surgir taponó mis oídos. Estaba empapada en sudor. Olí el humo, abrí los ojos mientras otra tanda de gritos se abría paso por mi pecho. Las paredes estaban en llamas, parecía encontrarme en algún tipo de sueño macabro. La puerta se abrió, Christian apareció entre las llamas como un ángel mortífero, con aquel resplandor azulado. Mientras la oscuridad se cernía sobre mí y las garras de la inconsciencia me arrastraban hacia lo más profundo de mi subconsciente, vi su brillante rostro, formado por pequeños y resplandecientes cristales. Sus ojos me trasladaron a un apacible sueño donde las nubes eran mullidas y los hermosos ángeles eran fríos espejismos. Volví a mí, la habitación volvía a estar congelada, mientras recuperaba poco a poco la consciencia pude oír dos voces en el pasillo que se iban acentuando. Finalmente reconocí la suave voz de Blade, la otra voz me produjo un intenso escalofrío. Christian y Blade parecían discutir algo. Aun a riesgo de parecer maleducada agucé el oído. -¿Por qué la tratas así? Ella no tiene ni idea de lo que pasó, no es justo que la martirices si ni siquiera sabe por qué. -Aquella era la voz de Blade, aunque sonaba más dura que de costumbre. -No tienes ningún derecho para decirme cómo debo tratarla. -La voz de Christian, en cambio seguía sonando igual de fría que de costumbre. -Renunciaste a ello en el momento en que la dejaste morir a su suerte. -¿Cómo? ¿Morir? -No la dejé, fue ella la que “decidió” irse Christian. Te agradezco haberla ido a buscar

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y te agradezco haberla traído de vuelta. Pero esto que le estás haciendo es cruel. Ya has visto lo que ha ocurrido esta mañana. Ahora mismo es inestable, cualquier alteración podría… -Fuiste tú quien debería haber estado vigilándola. Se escapó de donde debería estar, no era mi intención ni mucho menos encontrarme con ella, lo que menos me apetece y necesito ahora es verla. -Se hizo un concorde silencio, no entendía nada, pero eso no le importó a la inconsciencia, ya que venía aunque no fuera invitada para llevarme de nuevo a aquel lejano lugar. Poco a poco mis ojos se fueron acostumbrando a la escasa luz. -¿Cómo te encuentras? -Blade tenía el aspecto de quien no duerme en seiscientos años. Necesitaba descansar. -Bien ¿Cuánto tiempo llevas ahí sentado? -Desde esta mañana. -Deberías descansar. Si yo descanso tú también. -Él me sonrió a modo de respuesta. Me dormí con esa sincera sonrisa. -Necesito una ducha. -Gruñí mientras me desperezaba en la cama. Edward profirió una sonrisa de las suyas. Blade ya se había ido a descansar, era por la noche, cuando se supone que los vampiros salen. Pero Blade ahora ya no era vampiro, se pasaba el día encerrado y la noche durmiendo. -Tienes razón. -Hice una mueca de falsa ofensa ante su comentario. -Por ello es necesario mi ropa también. -Estoy de acuerdo, Christian te acompañará. -De repente la idea ya no me pareció tan acertada. Se me congeló la sangre con solo oír su nombre. Odiaba este estado en el que no era el fuego en todo mi porcentaje, así Christian ejercía demasiado poder sobre mí. -Puedo ir sola. -Mi tono era firme, pero “más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Edward rió como si mi boca hubiera hecho algún comentario extremadamente ingenioso. Por un momento yo misma lo dudé. -Irás con Christian y no se hable más. -Su risa desapareció dejando clara su advertencia. Nunca se desobedecen “las advertencias” de Edward, ya que su temible oscuridad era peor que cualquier grito. Desvié la mirada irritada mientras mi mente intentaba visualizar a Christian en mi casa, o en el mismo coche que yo… -En cinco minutos podréis salir. -Edward se levantó de la silla y se fue por la puerta, suponía que a avisar a Christian. Solo de pensar en su nombre un escalofrío me recorría como el péndulo del movimiento infinito. Tuve que ir a mi casa con el suave camisón blanco como única prenda. Salí de la gran mansión con Edward a mi lado pendiente de que no cayera ante mi nuevo irritante estado de falta de energía. En ese estado no era capaz de andar diez metros sin sentir como las piernas me pesaban cual puro metal. Edward me abrió la puerta principal y por fin sentí el aire del exterior rozando mi piel. Respiré profundamente pero una repentina tos como respuesta de mi fatigado cuerpo agitaba mis pulmones. Christian estaba apoyado en el elegante coche, un Land Rover último modelo. Parecía un tanque con estilo, el típico coche que se usaría para llevar a un importante político o a la familia real. Mi corazón comenzó a aletear desenfrenadamente mientras mis nerviosas manos estiraban la tela de aquel fino camisón para poder taparme entera, aunque sin más resultado que arrugarlo de una manera atroz. Bajé la mirada al suelo para concentrarme en las escaleras, le dediqué un grosero gesto a Edward cuando pretendía ayudarme a bajarlas, a lo que él rió como una persona solo podría describir como malévolamente. Agradecí tener que mirar los numerosos escalones para no tener que ver el seguramente cruel gesto de Christian. “La belleza es cruel” me fui repitiendo aquellas palabras mientras llegaba victoriosa al último escalón. Christian se metió en el

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coche sin el menor gesto y lo puso en marcha. “Grosero”. El coche estaba impecable, y el olor a nuevo, cuero y un relajante olor a lavanda se esparcían ante mis fosas nasales portándome a una noche tranquila y segura. El camino de ida fue un continuo silencio. Yo miraba por la ventanilla con la cabeza completamente girada hacia el paisaje que se extendía a mi derecha. No le había mirado en todo el trayecto, y sinceramente no me atrevía a hacerlo, cada vez que recordaba aquella dura y gélida mirada las piernas comenzaban a temblarme violentamente. No le tenía miedo, o eso me decía a mí misma, pero si podía evitar cualquier malestar con la simple suprimición de un gesto, sería idiota si no lo hiciera y me enfrentara a aquella fría mirada de nuevo.

CAPÍTULO 28 Llegamos a mi casa y casi salté del coche cuando noté la gravilla bajo las ruedas. Era un “casi salté” porque apenas podía andar veinte pasos de una forma directa. Subí los peldaños de mi porche de madera resoplando. Tenía miedo de lo que me podía encontrar ahí dentro. La última vez que estuve había una fiesta en pleno apogeo, no quería ni imaginarme cómo había quedado mi casa. Cogí la llave que guardaba debajo de una piedra al lado izquierdo de la puerta, junto con otras piedras de forma irregular. Abrí la puerta lentamente y ahogué un grito cuando descubrí una estancia completamente impoluta. Hacía siglos que no la veía así de limpia. Incluso estaban todas las sillas de roble, y eso que creía recordar que un ligue de Mimi había destrozado una. Se me erizaba el vello de la nuca con solo de pensar lo que mi cuerpo había permitido que ocurriera, tanto en mi casa como fuera de ella. -Contratamos a un grupo de limpieza. -La fría voz de Christian me despertó de una forma tajante de mis pensamientos. -Pareces un buen empleado. -Soné distraída mientras miraba mi nuevo reto, la hilera de escaleras que subían a mi cuarto. Christian no respondió mi comentario, seguramente me estaba dedicando aquella dura mirada de nuevo, me estremecí con solo imaginármelo. Suspiré mientras me acercaba al primer escalón. -No creo que puedas subir. Será mejor que yo coja tus cosas. -¿Cómo sabría él lo que tendría que coger? ¿Acaso creía que iba a permitir que eligiera mi ropa interior? Solo de imaginarlo abriendo mi cajón de lencería una oleada de sangre se agolpó en mis mejillas. Y de nuevo aquella imagen de él y Blade poniéndome el camisón. -Puedo subir. -Mi tono no aceptaba quejas, me adelanté hasta el primer escalón y comencé a subir, y para demostrarle que podía, incluso deseché la idea de agarrarme a la reluciente barandilla. A mitad del tramo ya comenzaba a bajarme sudor por la frente. Iba a un ritmo de todo menos rápido, para tormento de mi orgullo, un mareo casi me hizo perder el equilibrio, pero me sostuve en la barandilla. Oí un casi insonoro gruñido procedente del pie de las escaleras. Acabé de subir agarrada a la barandilla. Con una expresión de indiferencia me giré hacia él desde lo alto, por dentro estaba eufórica (y terriblemente agotada). Fui hacia mi habitación, me senté en mi cama recuperando el aliento y comencé a coger mis cosas esenciales y a meterlas en una maleta. La que utilicé para ir a Seattle y a Túnez.

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Aquel aroma era extraño, todos los recuerdos que tenía de mí misma en esa casa se compaginaban con aquel olor a amargura, era como si en mis recuerdos cargara con un enorme peso. Ahora me encantaba esa casa, era mi casa, pero la Shira del pasado era como si no la considerara como tal. Cogí la camiseta que el autómata había utilizado como pijama. Parecía una camiseta negra de deporte, algo grande, como si fuera de hombre. Tenía las costuras del cuello dadas de sí, igual que si alguien hubiera estirado del cuello de la camiseta, dejando así el hombro al descubierto. Instintivamente la cogí, sumergí mi cara en ella e inspiré su aroma, poseía un intenso olor a lavanda que me relajaba. Después de haberla lavado varias veces seguía con aquel embriagador olor. Me acerqué al baño, necesitaba una ducha con urgencia. -Voy a darme una ducha. -Le grité a Christian desde el pie de las escaleras. -No creo que sea una buena idea. -Aquel hombre con rostro cruelmente angelical comenzaba a irritarme. -¿Por qué? -No pude evitar mi tono de frustración. -Podrías resbalar y romperte la crisma. -Lo dijo de una forma tan tranquila que se me pusieron los pelos de punta. Comencé a palpar el miedo de romperme la crisma, pero mis ganas por un gel de frutas deslizándose contra mi piel, y mi orgullo ante aquel hombre fueron mayores. -Dejaré el seguro abierto por si tienes que entrar a socorrerme. -Aunque no podía ver su rostro sabía que lo había sorprendido. Con una sonrisa triunfal me adentré en mi cuarto de baño. La criatura que vi reflejada en el espejo no se parecía a la diosa que solía ver en antaño, tenía el rostro pálido y ojeroso. El pelo, revuelto sin gracia, ni rastro de su antiguo esplendor y brillo. Pero algo era distintamente profundo, mis ojos, aún no poseían todo el resplandor de mi esencia, no refulgían pasionales, pero tenían algo que antes no estaba, vida, rebosaban vitalidad. Me acerqué irracionalmente al espejo para poder captar todo detalle de su nuevo carácter con precisión. Parpadeé bajo la intensa luz del baño. Entonces era cierto, algo cambió de una manera irrevocable en mi cumpleaños. “Mi deseo” No entendía por qué me había convertido en un autómata. Auque hubiera pedido ser humana no era posible, yo nunca había sido humana, así que no podría serlo, yo nací siendo un elemento, y la magia no podría hacer nada al respecto, sino correría el riesgo de desaparecer… Me metí en la ducha mientras mis pensamientos seguían entrecruzándose entre ellos. -Gemí de placer cuando mi piel entró en contacto con la tibia agua, y mi olfato captó el olor a frutas del jabón.- Algo sabía con certeza, antes de mi cumpleaños era un ser amargado, un ser que cargaba algún tipo de peso del que ahora no tenía ni idea, ¿me había librado de él? ¿Ese había sido mi deseo? Pero entonces no tenía sentido que me hubiera convertido en un autómata… ¿Y qué tenía que ver Christian en todo esto? ¿Por qué me guardaban secretos Edward y Blade acerca de él? ¿Qué quería decir Edward con lo que el ser el hielo “también” venía bien para que lo mandara a vigilarme? La cabeza me daba vueltas, me recordaba a aquel juego, el Scrubel, en el que siempre me salían consonantes y ninguna vocal con la que formar palabras y ganar puntos. Ahora me pasaba lo mismo, solo tenía preguntas y ninguna respuesta, a parte de que la antigua Shira era una amargada. Y de que tenía a un condenadamente atractivo hombre en el piso de abajo que no podía ni verme. Suspiré

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mientras salía de la bañera con cuidado de no resbalarme y cumplir la predicción de Christian. Aunque debía reconocer que no me desagradaría que tuviera que venir y cogerme en brazos… Suspiré de nuevo. La sensación del jabón y del agua recorriendo mi piel siempre hacía despertar mi lado más lujurioso. Aunque no tan intensamente como cuando iba a pubs como The Moment. Me vestí con unos tejanos y un jersey, bajé las escaleras apoyada a la barandilla mientras Christian cogía mi maleta sin hacer ningún caso a mis gruñidos de descontento. Ya había conseguido bajar las escaleras, aquel día había sido un triunfo redondo. Con esa sensación de limpieza después de darme aquella ansiada ducha me sentía más optimista. -¿Por qué tengo que irme a casa de Edward? Ya estoy bien, puedo quedarme aquí. Christian, para mi sorpresa puso los ojos en blanco. No creía que aquel cuadriculado hombre pudiera poner los ojos en blanco. Aquello me hizo sonreír, a lo que él cambió el gesto completamente como respuesta. Parecía asquearle mi alegría. Su rostro se tensó de pura crispación. La esperanzante abertura que había creído ver fue tan solo un mero espejismo. -Fíjate -Me señaló con la fría mirada. -No puedes casi sostenerte de pié, no puedes cuidar de ti misma, porque te hayas sabido duchar “solita” o haber subido quince escaleras no significa que puedas hacer algo por ti misma. -Sus tajantes palabras minaron mi recientemente alta moral. Me comenzó a temblar el labio inferior, así que me dirigí al coche sin miramientos mientras oía sus firmes pasos a mi espalda. No me gustaba esa sensación de tenerle escrutando cada uno de mis movimientos, esa sensación de sus ojos clavados en mi espalda. Un escalofrío me recorrió el cuerpo de arriba a bajo. Me metí en el coche e intenté relajar la ira homicida que amenazaba con descontrolarse y rasgar mi cuerpo de una manera terriblemente dolorosa. -Subido y “bajado” quince escaleras, más las del porche. -Mi respuesta pareció pillarle desprevenido para mi placer interno. Se quedó una milésima de segundo inmóvil en su asiento. Pero en seguida retomó sus propios hilos y puso en marcha el seguro coche. No recuerdo el viaje de vuelta, ya que mis párpados se cerraron sin previo aviso, y cuando los volví a abrir ya me encontraba de nuevo acostada en la cama de la mansión de Edward. Alguien había tenido el detalle de quitarme los zapatos. Las semanas fueron pasando, y a medida que pasaba el tiempo mi energía comenzaba a crecer dentro de mí. Ya no me fatigaba con tanta facilidad, no temblaba y podía ir yo "solita" a la cocina. Eran pequeños pero importantes triunfos. Sabía que mi esencia no estaba ni mucho menos en su cúspide, pero con el tiempo podría llegar a reponerme. Era de noche, no podía conciliar el sueño, me había pasado la tarde durmiendo (el sueño seguía absorbiendo casi todo mi tiempo, pero no tanto como cuando llegué) y ahora no conseguía dormir. Decidí ir a dar una vuelta, la suave brisa nocturna desde la terraza de Edward era un extraño placer para mí. Me encantaba el paisaje de los amplios jardines bajo mis pies. Últimamente las cosas no sólo habían cambiado por mi parte. Edward estaba más raro de lo normal, se pasaba las horas mirando hacia la nada, no sabría decir si melancólico. Blade escasamente se separaba de mi lado, algo que podría llegar a resultar agobiante. Salvo por algunas horas nocturnas que me dejaba para mí, ya que él también tenía que descansar. Y Christian solía recorrer a menudo el pequeño pasillo que daba a mi habitación. Por ello no

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me resultó extraño encontrármelo cuando salí de mi habitación. Su mueca se contrajo en su habitual expresión de crispación y desprecio. Pero algo cambió, fijó su mirada en mi camiseta de pijama, la del hombro al descubierto. Toda mi sangre se acomodó en mi cara. “Debería haberme puesto algo más de ropa” Era algo indecente ir por una casa ajena con aquellas desaliñadas pintas. Señaló mi camiseta y pereció que quería decir algo, pero se dio la vuelta y desapareció entre las sombras de la noche. Pero no sin antes mandarme una reprimenda: -No deberías estar despierta. -Su voz resonó en aquel estrecho pasillo erizando el vello de mi nuca. Llegué a la terraza, Edward ya estaba allí sumergido en sus pensamientos. -Buenas noches. -No pretendía ser grosera, quería que él supiera que estaba detrás de él. -Oh, buenas noches Shira. -Una galante sonrisa tiñó su inexpresivo rostro. Después de un interminable silencio no aguanté más la pregunta que rondaba mi mente y se moría por salir. -¿Por qué estáis tan raros últimamente? ¿Qué pasa Edward? -Volvió a esbozar una sonrisa, aunque no tan espléndida como la anterior. Pero una sombra cruzó por su rostro. -Mi joven Shira, nunca se te pasa nada. -¿Joven? -Mi pregunta le hizo reír, lo que me relajó. -Verás, la semana que viene tendremos visita. -Aquello era algo que no me esperaba. -¿Quién vendrá a visitarnos? -Quienes. -Ante mi irritada cara de desconcierto se dispuso a contestar por fin. -El resto de elementos nos harán una cortés visita. -Aquello me produjo una gran chispa de felicidad. Pero al instante mi humor volvió a bajar a un nivel de peligro. -¿Y eso que tiene que ver con que os comportéis de esta forma? -Bueno, ellos no solo vienen a verte. Yo los llamé para tratar un asunto. -¿Qué asunto? -Uno que se refiere a nuestra condición de elemento. -Me crispaba que Edward diera tantos rodeos. -¿Me vas a decir de qué se trata?

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-No, como ya he dicho, se refiere a elementos, y tú aún no eres uno completo. -Mis ojos se abrieron como platos, aquello le hizo reír de nuevo. -Pero lo sabrás a su debido tiempo, ahora no te preocupes y descansa, no querrás que el resto no te reconozcan cuando vengan. Y sin añadir más palabra se fue dejándome sola y preocupada, dándole vueltas a un asunto del que no tenía ni idea. Recordaba el peligroso negocio de Edward con la energía, ¿acaso tenía que ver con eso? Debía ser sumamente importante como para llamar al resto de elementos. No recuerdo haber estado nunca todos juntos.

CAPÍTULO

29

Era por la mañana, sentí los suaves rayos del sol sobre mi piel. Me desesperecé en la cama y estiré mis articulaciones a modo de aviso. Me levanté y fui al pequeño baño de al lado de mi cuarto. Me duché y aseé por completo. Aún no me gustaba del todo mi medio sedoso cabello, aún no tenía la rebelde forma de antaño, así que me lo recogí con una coleta. El mechón de siempre me quedó suelto en forma de espiral. Me lo intenté colocar detrás de la oreja, pero acababa saliéndose con la suya. Resoplé divertida y me fui hacia la cocina. Con solo de pensar en las jugosas tortitas con sirope de chocolate se me hacía la boca agua. La señora Perquins era una excelente cocinera. Era la mujer que Christian había contratado. En cuanto pude levantarme de la cama sin tambalearme como una hoja azotada por el viento, fui a la cocina a conocer a aquella eficiente mujer. Debía rondar los sesenta, tenía una cara redonda que irradiaba amabilidad. La verdad era que adoraba su comida, y como los demás estaban tan raros últimamente, agradecía poder mantener una conversación normal para variar, con alguien “normal” (dentro de lo que cabe, nadie es normal, pero comparada con un vampiro-rehumanizado neurótico, el mal convertido en un hombre extrañamente meditativo y el hielo reencarnado en un psicópata con rostro angelical y endemoniadamente atractivo, aquella mujer era la mundana normalidad). Entré en la cocina alegremente, pero mi estado de ánimo decayó al comprobar que aquella mañana la señora Perquins no estaba. -¿Y la señora Perquins? -Blade estaba sentado frente a mi plato de tortitas leyendo un periódico. -Hoy ha tenido que irse antes. -Me senté frente a él y comencé a comerme mis tortitas con algo de parsimonia. Me entristecía no tener a la señora Perquins pululando por la cocina, en estas semanas me había acostumbrado a su continuo ir y venir, a su apresurado paso y a su aguda pero tierna voz. -¿Creía que no te interesaba el mundo humano? -Blade nunca leía el periódico. -Bueno, ciertos acontecimientos son anunciados como humanos aunque no tengan nada que ver con ellos. -¿Te refieres a crímenes? -Si, los vampiros acababan con bastantes vidas humanas. Pero eso nunca había captado la atención de Blade. -Entre ellos. -¿Tanto estar con Edward le había pegado sus irritantes costumbres? Ahora Blade tampoco parecía por la labor de esclarecer nada. -¿Me puedes pasar el sirope, por favor? -Blade desvió su atención del periódico para buscar el sirope, estaba a su derecha. Estiró el brazo, pero al coger el sirope su mano comenzó a temblar violentamente, dejando caer el bote de sirope por la mesa. Éste comenzó a rodar y cayó al suelo con un hueco estrépito. -¿Te encuentras bien? -Blade asintió con la cabeza mientras ocultaba su temblorosa mano detrás del periódico. Era uno de los estragos del tiempo, comenzaba a atisbar la avanzada edad de su cuerpo. Me

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horrorizaba verlo tan vulnerable ante el paso del tiempo. Había sido por mi culpa, pero también había sido su voluntad. “La muerte nos iguala a todos”, otra vez aquella terrorífica cita. Recogí el sirope del suelo y me eché una gran cantidad en las tortitas. No sabía cómo abordar el tema, y él parecía reacio a hablar de ello. Desde aquel primer accidente relacionado con los estragos de la edad, los sucesos se fueron haciendo obvios. Mayor lentitud motora, vasos que se rompen, dormía más que yo, incluso Edward le pidió que se instalara en una de sus habitaciones, solo hasta que yo me recuperara le aseguró, aunque ninguno se miraba directamente a los ojos cómodamente en aquel instante. Estaba durmiendo en mi habitación, extrañamente había alguien en mi cuarto a aquellas horas. Un mal presentimiento se expandió como la pólvora. -¿Blade? -Elizabet, ¿estas despierta? -Su voz sonaba extrañamente lejana. Recordaba aquel nombre, Blade me explicó que era el de su mujer, fue en aquella temporada en la que viví con él. -Yo… soy Shira, Blade. -Mi voz sonó algo temblorosa. En cambio la suya parecía tan tranquila que me aterraba profundamente que nos estuviera dejando. Parecía totalmente ido. -Oh, Shira, cariño. Gracias por este maravilloso regalo. -Entendí que se refería a la humanización, aunque en mi caso sería un comentario sarcástico. -Sabes que en unos días será mi cumpleaños, ¿verdad? -No me gustaba a dónde estaba yendo a parar esa conversación. -Si. -Oh, Elizabet, volveremos a vernos, estaremos juntos para toda la eternidad. ¿Dicen que tengo alma, sabes, mi amor? -Por supuesto, pero qué quieres decir con que nos volveremos a ver. -Su rostro cambió violentamente. -¡Ya ha pasado mucho tiempo! Merezco volver contigo. No podrás detenerme. -No… no quiero detenerte. -Su cara volvió a relajarse. -En mi cumpleaños, mi amor. -Diciendo eso se levantó lentamente ayudándose con la pared y se fue de mi habitación con una satisfecha sonrisa impresa en el rostro. Me costó dormirme después de aquello, estaba inquieta, le iba dando vueltas a la nueva ida de cabeza de Blade, y sin darme cuenta estaba babeando la almohada con mi mente en otro maravilloso y tranquilizante mundo. -Hoy no tiene usted tanto apetito. -La señora Perquins estaba limpiado una sartén en el impoluto fregadero mientras me dedicaba una mirada acusadora. -No. -Era medio día, estaba sentada en la mesa mirando fijamente mi plato de comida sin intención de tocarlo. -¿Mal de amores? -Aquella pregunta me pilló por sorpresa, no pude evitar un enrojecimiento progresivo por mi cara. -No… no -Carraspeé mientras me llenaba un vaso de agua para disimular mis palpitantes mejillas. -¿Por qué lo pregunta? -He visto como mira al señor Christian. -En todo caso sería señorito, y no, no lo miro de ninguna forma. -Tragué todo el contenido de mi vaso de un trago. -No me negará que no se ha dado cuenta de su atractivo. -No, pero él es un hombre con el que nunca podría estar, es… demasiado frío, controlador, cuadriculado, no tiene pasión. -En ese preciado instante en el que comenzaba el éxtasis de mi desahogo, la puerta se abrió y Christian irrumpió en la

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cocina con su habitual paso firme, pero felino, sinuoso. Desvié la mirada de él y me concentré en mi plato, como si un microcosmos se estuviera formando en un pequeño trozo de tortilla. -Buenas tardes señora Perquins. -Christian le dedicó una amable sonrisa, aquello me hizo ver que no era tan frío con todo el mundo, que su aversión era solo conmigo. Cogió una manzana roja del cuenco que había sobre la mesa, le pegó un bocado mientras seguía su camino. -Shira. -Asintió cortésmente con la cabeza sin siquiera mirarme y se fue por la otra puerta. “Tierra trágame” Fui fugazmente consciente de que seguía con la mirada fija en el cuenco de manzanas, con la boca entreabierta mientras mi mente rememoraba aquel mordisco prohibido. La risilla in disimulada de la señora Perquins me devolvió a la cruel realidad. -Si, es atractivo, y él lo sabe. –Resoplé ofuscada. - Pero como ya le he dicho, no es mi tipo. Además, ya ha visto cómo me mira él, solo le falta gruñirme como un perro. -(En su caso como una elegante pantera). -Son miradas muy intensas. Solo se me ocurre una razón por la que un hombre podría mirarla así, señorita. Por un desencuentro amoroso. Yo tuve un desencuentro amoroso con un hombre, era camarero en un restaurante. Después de una apasionante, pero imposible relación, comenzó a mirarme de aquella forma tan intensa, me recordaba día tras día el daño que yo le había causado. -Mi mente estaba a miles de kilómetros de allí, la respuesta de la señora Perquins me había dejado algo indispuesta. Me parecía extremadamente imposible, pero era algo que podría ser interesante de imaginar. Yo rompiéndole el corazón a aquel angelical y demoníaco hombre de cristal. -Se llamaba Frank, aunque yo lo llamaba Frankie. -¿Y qué hiciste? -Le presenté a una amiga, se enamoraron y dejó de reprocharme lo que pasó. -La señora Perquins guardó la sartén en su respectivo armario y siguió con un plato de porcelana, tan blanco y pulido como los rasgos de Christian. Sacudí mi cabeza borrando aquellas deliciosas imágenes y me despedí de la señora Perquins, alegué malestar gastrointestinal, aunque por mucho que ella no se opusiera, sabía que no me había creído. Ahora que no me pasaba los días enteros durmiendo necesitaba matar el tiempo con algo, aunque no sabía con qué. Últimamente Blade pasaba mucho tiempo en su cuarto. Yo me pasaba de vez en cuando a visitarlo, pero verlo de aquella manera tan vulnerable me destrozaba el corazón. Por ello me sorprendió encontrármelo en la biblioteca, pasando el dedo por los viejos lomos de aquellos polvorientos libros. -¿Has leído este? -Su huesudo dedo se paró sobre el libro de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. -Por encima. -Me encogí de hombros. No sabía qué esperarme, aunque por sus ávidos ojos presentí que era Blade en todas sus facultades. -Es un buen libro, aunque cien años de soledad son muchos, Shira. -Asentí a modo de respuesta, ya sabía a dónde quería llegar, en mi garganta se formó un nudo y no podía pronunciar palabra. -Esta semana es mi cumpleaños. -Lo se. -Mi voz fue apenas un susurro demasiado agudo. -Y creo que ambos sabemos que será el último. -Intenté contestar, pero Blade alzó un dedo señalizando que no admitía contradicciones. -Sé que no te puedo pedir ningún regalo de cumpleaños, no tengo derecho, no después de todo lo que has hecho por mí. Pero me gustaría pedir un último deseo. -Lo que quieras. -Me gustaría ver amanecer de nuevo. -Tragué saliva ruidosamente mientras mi nudo en la garganta se acentuaba.

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-Yo… -Por favor, Shira, es lo que más deseo en este mundo. -No puedo impedírtelo. -Ambos sabíamos lo que ello conllevaba, el jueves me despediría de Blade, para siempre. -Quiero que estés conmigo. -Quiero ver el amanecer contigo, si, por supuesto, pero no lo que ello conlleva. -Los ojos de Blade destellaron con aquel nuevo rasgo de locura que había adquirido. Se acercó a mí y me cogió de los hombros. -Ya no puedo más, los huesos me chirrían, tras mis ojos se forma un muro opaco, mi demencia senil está más presente que mi cordura. Cuando me hicieron vampiro rechacé todo esto por obligación, era imposible, por ello no me pude hacer a la idea en cuanto levantarme de la cama comenzó a ser mi reto del día. No puedo con esta fragilidad, ¿cómo pretendes que cace así? Es imposible, quiero dejar de ser un lastre, no voy a permitir que Edward tenga que cuidar de mí. -¿Edward? Yo cuidaría de ti. -Blade desvió la mirada. -Tú no vas a poder cuidar de mí, Shira. -Pero estoy empezando a mejorar, en unas semanas podría… -No es por eso, tu tiempo de tranquilidad va a acabar. -Su tono profundo me puso los pelos de punta. -¿Qué quieres decir? -Blade suspiró y me soltó los hombros. -Edward te lo explicará junto al resto de elementos. Dicho esto, Blade me dedicó una sonrisa que no llegó a sus ojos y se fue por la puerta. Últimamente todo el mundo se iba y me dejaba desorientada en la biblioteca (incluida su terraza), me iba a pensar lo de volver a entrar allí.

CAPÍTULO

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Me levanté, aseé y me dirigí a la cocina como de costumbre. Aquella vez ataqué las tortitas para equilibrar la falta de apetito del día anterior. Se suponía que a medida que me fuera convirtiendo en un elemento en todas mis facultades iría perdiendo el apetito, pero yo sabía, al igual que la señora Perquins, que la falta de apetito del día anterior no tenía nada que ver con eso. El hablar con la señora Perquins me puso de buen humor, era una mujer que irradiaba tranquilidad. Aunque la conversación con Blade me había dejado un nudo en el estómago que me empeñaba en desenredar a base de tortitas. Me estaba acabando la última tortita, para alegría de la señora Perquins, que no dejaba de mirarme “sutilmente” por el rabillo del ojo para comprobar que realmente me las estuviera comiendo. Le di las gracias por el desayuno, se negó a que yo limpiara mi plato y me despidió hasta la comida. No le gustaba que la molestaran mientras cocinaba, había establecido su campamento base en la cocina de Edward y no permitía que nadie se infiltrara. Deseché la idea de ir a la biblioteca, así que decidí hacerle una visita a Edward a su despacho. Debía tratar ciertos temas con él, y hablar de ello me quitaría algo de peso de encima. Subí las escaleras del amplio y vacío salón donde se celebraban los bailes, llegué a su puerta, no recordaba la última vez que estuve allí. Intenté recordarlo, el olor a madera quemada me vino a la mente, pero la neblina no me dejó avanzar. Llamé a la puerta y esperé el permiso de Edward para poder entrar.

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-Adelante. -Hola, Edward. -Oh, Shira, ¿Cómo tú por aquí? -Edward estaba sentado en su butaca mientras me observaba pasándose un dedo por el labio inferior distraídamente. -¿Te molesto? -No, tu presencia nunca es molestia.- Edward me dedicó una de sus galantes sonrisas y me pidió que me sentara. -Quería hablarte sobre el cumpleaños de Blade. -Como siempre vas derecha al grano. -Volvió a sonreír. -No me gusta perder el tiempo. -Percibió mi tono de reproche, lo que le hizo bastante gracia.- ¿Sabes lo que tiene pensado hacer Blade? -Algo intuyo. -Pretende que éste sea su último cumpleaños. -Aunque no lo pretendiera éste sería su último cumpleaños. -Ante mi cara de asombro, gracias a los Dioses, decidió explicarse. -Su cuerpo físico, al igual que el tuyo, está sufriendo una gran presión. Pero a diferencia de ti, el suyo va a ir en aumento, proporcionándole un sufrimiento agonizante. La avanzada edad de Blade le está cayendo encima sin ningún reparo y a una vertiginosa velocidad. Es mejor que acabe ahora, que aún está en todas sus facultades que no cuando sus huesos se vayan convirtiendo el polvo, al igual que sus órganos. Aquellas palabras se me clavaron como espinas, me imaginé a un agonizante Blade sobre una cama, lleno de tubos. Sin sus risueños ojos castaños, sin su amable sonrisa, sin su traviesa expresión… Yo ya había tomado una decisión. -Creo que deberíamos montarle una fiesta por todo lo alto, si se va, que se vaya de este mundo a lo grande. Que sea su noche. -Edward asintió complacido. Le encantaba ser el gran anfitrión, y una oportunidad como esa no se presentaba muy a menudo. Además, sabía que él y Blade habían estrechado lazos desde que desperté, tenían muchas cosas en común. -Si, me parece buena idea, Blade es una persona realmente interesante. -Mi semblante se ensombreció, “si, una interesante persona a la que yo he matado”. Edward pareció captar por donde iban mis pensamientos -Deja a un lado los remordimientos, yo nunca he tenido y me va de maravilla. -Estiró los brazos a su alrededor a modo de amplitud y me dedicó una atrevida sonrisa. Yo sabía que Edward sí tenía remordimientos, Edward nunca había querido tener hijos, lo conocía bien, detestaba la posibilidad de que otra persona dependiera de él. Y los elementos no se detectan cuando son infantes. No se puede detectar a un elemento hasta que éste ha desarrollado todo su poder, es un método de autodefensa contra el resto de elementos. Por lo que Edward no adoptó a Christian por su poder, aquello habría sido una agradable sorpresa para Edward más adelante. Solté mi reciente suposición sin poder controlarme y me arrepentí al instante. -Si que tienes remordimientos Edward, tú mataste a los padres de Christian y lo adoptaste por arrepentimiento. -Edward se tensó como las cuerdas de un arco, su cara de sorpresa fue de todo menos agradable. El ambiente comenzó a oscurecerse, comencé a palpar el miedo. -Si, uno de mis secuaces los mató, pero no lo adopté por remordimientos, sino por pena. La pena es un sentimiento que sí puedo poseer, es más, es uno de los más comunes y el que mejor conozco. -¿Por qué? -Su padre se metió en mi investigación, sabía que jugaba con fuego -me dedicó un guiño ante su comentario, me sorprendía su capacidad para cambiar de un estado de ánimo a otro -mandé a uno de mis asesinos, el muy inútil se equivocó en el estudio de

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su rutina, algo salió mal, apareció la mujer con el niño (Christian), el asesino se puso nervioso, el padre, ante el peligro que corría su familia, se hizo el héroe, una pésima idea, la madre intentó ayudar al padre y el asesino se los cargó a los dos. Cuando me dio su parte de misión declaró que había dejado allí al niño, así que yo volví a la escena del crimen, me encontré al niño entre la madre y el padre; cuando me vio, -Hizo una dramática pausa- recuerdo su rostro de terror, se escondió debajo de una mesa, agarrando lo que parecía una mantita. -Mi corazón sufrió un duro golpe, como si Mohamed Alí le hubiera arreado un gancho. Imaginé a un pequeño Christian, un niñito con rostro angelical manchado de terror, sus ojitos azules llenos de lágrimas. Un pequeño abrazado a su mantita. Aquello me ayudó a comprender un poco más del hermético comportamiento de Christian. -Supongo que él no lo sabe. -Si no lo sabe, lo sospecha. -Me sorprendí ante aquella respuesta. Si Christian sabía que Edward mandó matar a su padre, ¿por qué seguía con él? Christian era un elemento, y el más frío y letal de todos (gracias a su formación), no podía creer que se quedara, aunque bien mirado, siendo un ser tan calculador, se me podían ocurrir ciertas razones por las que Christian siguiera al lado de Edward. En cambio, si fuera yo la que hubiera estado en su lugar, probablemente en cuanto me hubiera enterado los habría achicharrado a todos sin poder contenerme. -¿Cómo estás tan seguro? -Christian no es estúpido, él conoce mejor que nadie el trabajo de asesino a sueldo, creo que comenzó a atar cabos en cuanto le mostré su nueva vida. Si, se lo que piensas, y espero que Christian no se haya quedado aquí trabajando por la famosa cita “ten a tus enemigos cerca”. -Sin poder evitarlo, la canción Know your enemy, de Green Day comenzó a resonar en mi mente. -¿Trabaja con el asesino que los mató? -Edward profirió una sonora carcajada ante mi comentario (¿es que de repente me había nacido una vena cómica?). -Si no lo hubiera matado yo tras su chapucero trabajo, Christian lo habría destrozado con tan solo siete años, te lo puedo asegurar. -Un escalofrío me recorrió el cuerpo al imaginarme un pequeño Christian de siete años, frío y letal, clavando una daga en el cuerpo de su objetivo.- El lema de mi empresa es “si lo haces, lo haces bien, sino … “ Edward me dedicó una significativa mirada, dándome a entender que no era muy agradable la consecuencia, ni el final del lema. -Se podría decir que Christian tuvo una infancia corta. -Mi voz sonó más grave de lo que pretendía. Edward giró su sillón y quedó de espaldas a mí, con la mirada perdida en el paisaje que se cernía detrás de la amplia ventana. -En cuanto me lo llevé, obligándolo a dejar allí aquella deshilada mantita infantil, su niñez acabó. -Noté cómo una nausea amenazaba mi integridad física. No podía juzgar a Edward, pero aquello era demencial. -Le enseñé lo dura que podía ser la vida, para que estuviera preparado, aunque aquello se me fue de las manos cuando desarrolló su esencia por completo. Si hubiera sabido que era el hielo, tan fuerte, inmortal, frío…Sus palabras se apagaban como su mirada, realmente Edward sentía pena. -Tuve miedo de que nunca llegara a sentir, era completamente frío, sin otra motivación e interés que su trabajo. Y no es muy agradable, te lo puedo asegurar. -Te creo. -Estaba sorprendida ante ese ataque de confesión que le había dado a Edward, así que decidí aprovechar el escaso tiempo que duraría. -¿Por eso lo mandaste a vigilarme? ¿Por qué yo era el fuego? -Aunque sonara tan básico, podría haber funcionado, mi fuego derretir su hielo… me quedé pensativa mientras aguardaba su ansiada respuesta. -Si, pero tu maldito cumpleaños lo arruinó todo. Y tu gran testadurez. -Edward suspiró

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abatido mientras yo sentía algo parecido a un tenedor clavado en mi ventrículo izquierdo. Pude ver cómo le pesaban los años a Edward, su extremadamente larga vida, creía que él era el más viejo, junto a Luz, sus antecesores se mataron entre ellos, por lo que Edward y Luz nacieron al mismo tiempo. O eso se cree, nadie que yo conozca vivía en esos tiempos. Por primera vez lo vi como un hombre anciano y cansado. Sin todo ese glamour y carisma que poseía. Mis dedos comenzaron a acariciar la suave madera del escritorio. Desgastada por los años y por todas las manos, que al igual que las mías, trataban de asumir distintos flujos de información revolviéndose contra la inerte madera. Había llegado el momento de decirle adiós a Blade, por mucho que me negara a creerlo, aún no lo había asumido, y el hecho de haber sido testigo de una gran revelación de horrible información acerca de la niñez de Christian solo enturbiaba más mi conciencia y me impedía avanzar. Me encontraba sentada en un mullido cojín de hierbas silvestres sin saber cómo levantarme y seguir con mi vida. Arrastrada por ésta como el burro al que el carro arrastra sin piedad. Desvié la vista por la habitación, descubrí un cuadro con el marco ennegrecido en una esquina. Me fijé con más atención, las huellas de lo que parecían unos dedos estaban clavadas como si éstas hubieran quemado el cuadro, pero para ello tendría que ser alguien que poseyera la habilidad de crear semejante calor… Me levanté y me dirigí hacia el cuadro. Oí como rechinaba la silla de Edward, seguramente estaba intentando identificar mi comportamiento. Mi mirada seguía clavada en el cuadro sin prestar atención a nada más. Mi mano se posó en la ennegrecida marca. Miré mis dedos… -Shira, no creo que eso sea… -Demasiado tarde, mi mente trabajaba a una velocidad vertiginosa. Acerqué mis dedos y los encajé en las marcas, parecían hechas a la medida. Todo a mí alrededor giró, una serie de imágenes sacudieron mi mente sin piedad. Pero lo peor fue al descubrir que no eran meras imágenes, sino recuerdos, recuerdos de mi vida… Yo corría, tenía miedo, furia, dolor, traición, amor… Estaba corriendo por un amplio jardín, alguien me perseguía, reconocí a mi agresor, recordaba rodar colina abajo, un pinchazo me atravesó la muñeca, algo me llenó el corazón, me dio un vuelco. La sucesión de imágenes cesó, pero mi esencia ya estaba agitada, quería expandirse, había detectado mis emociones y se empeñaba en salir. Mis rodillas se doblaron por el esfuerzo a la vez que de mi pecho surgía un grito de dolor. Mi cuerpo de resquebrajaba mientras mi conciencia, por una vez, sí se empeñaba en seguir en pie, dejándome sentir toda aquella angustia. Oí a Edward gritar algo, me cogió por los codos manteniéndome erguida. La puerta se abrió y apareció Christian con el rostro compungido. Intentó acercarse a mí y tocarme, pero yo me revolví en contra de que aquel despiadado ser me pusiera una mano encima. Reconocía su esencia, él me había aterrorizado en un pasado, y me había despreciado en un pasado no muy lejano, no quería que me tocara, yo tenía mi orgullo. Me estaba revolviendo por un dolor desgarrador, pero aún así no permitía que él me tocara, no le necesitaba. -¡No! ¡No me toques! -Sabía que mi enrojecido rostro era aterrador. Christian dio un paso atrás sorprendido. Edward se levantó de mi lado. -Llévala a su cuarto, ha recordado algo, no se el qué, pero más vale que la ayudes, o nunca lo sabremos. -Dicho esto cogió la puerta y se fue. Fui consciente de cómo el rostro de Christian se tensaba. Volvió a acercarse a mí, pero yo me intenté resistir. -¡Déjame! -¡Sigues siendo una testadura! ¡O te ayudo, o tu cuerpo se desgarrará! - Se volvió a acercar a mí, esta vez sin vacilación. Me cogió y me levantó en brazos pese a mis negativas y a mis intentos de liberación. Seguía retorciéndome entre sus brazos, la idea de que mi cuerpo se resquebrajara era escalofriante, pero me negaba a aceptar la nueva sensación que me embriagaba al estar en su contacto, ese sentimiento de seguridad al

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encontrarme entre sus brazos, a ese frescor tan placentero, a un creciente cosquilleo en mi vientre. Despejó el escritorio de Edward con un gesto limpio y eficaz, me posó sobre la mesa, haciendo de ésta su mesa de operaciones. La incomodidad fue creciendo en mí al ver cómo se acercaba a mí sin el menor pudor, me acariciaba las muñecas y su aliento rozaba mi ardiente y magullada piel. Noté como su esencia trabajaba en el punto donde mis venas se concentraban, haciendo más fácil el transporte por todo mi cuerpo. No era tan directo como al introducirlo por la boca, pero no creía que fuera necesario probarlo. El dolor comenzó a extinguirse a medida que su esencia se expandía. Aunque en realidad en el momento en que me había cogido en brazos, toda angustia había desaparecido, pero no iba a admitírselo a aquel demoníaco hombre. Sus manos decididas ascendieron hasta mi pecho, ahogué un grito de reproche, pero él me hizo callar con un siseo. Para mi alivio su objetivo no era ese, posó sus manos suavemente sobre mi corazón. Noté el relajante frío del hielo, mis sospechas eran ciertas, me estaba congelando. La temperatura de la habitación comenzó a descender, nuestros alientos empezaron a salir en forma de vapor, mis labios se congelaban con una sensual sensación. Como cuando te pones hielo en una quemadura, como cuando dejas deslizar un trozo de hielo por tu caliente piel desnuda. Mi pulso comenzó a aumentar el ritmo descaradamente, mi pecho subía y bajaba como si el respirar fuera algo importante para mí, cosa que no era cierta. Agradecí la nueva capa de escarcha por mi piel para que tapara mis enrojecidas mejillas. Si mi esencia hubiera estado en todas sus facultades, nunca podría haberme congelado aquel extraño hombre, pero al no ser así, estaba totalmente en sus manos. A decir verdad, él podría matarme con un simple chasquido de dedos, aquel pensamiento aumentó el ritmo de mi corazón, por muy imposible que pareciera. Era una combinación de sentimientos muy interesante, el miedo, la excitación… Un conjunto verdaderamente intenso, había ascendido para colocarse número uno de mi lista de combinaciones perfectas, justo encima de la estrazzatella y chocolate en el helado. Aproveché su cercanía física para explotar cada detalle de su rostro. Su pelo azabache con aspecto sedoso, tan apto para enredarlo entre mis dedos, se rizaba húmedo en su nuca. De él colgaban diminutos carámbanos de hielo, tan resplandecientes como diamantes. Sus ojos, esos dos trozos de zafiro, que tanto terror me habían inspirado, ahora brillaban dejando brotar su esencia. Resplandecían como si al cerrar los párpados se deshiciera el hielo en dos gotas de agua, frías y cristalinas. Recorriendo su piel blanca, aunque no tan pálida como me hubiera parecido en un principio. Su mentón hacía un ángulo perfecto que recorrí con la mirada descaradamente. Bajé hasta su cuello, podía ver el contorno de una de sus venas, definitivamente estaba en alta tensión. Sus ojos se clavaron en los míos en forma de reproche. Se apartó y mi cuerpo se despidió de su contacto. -Ya estoy bien. -¿Cómo lo sabes? -Porque ya no siento ningún dolor. -Eso es por la escarcha, en cuanto me vaya y deje de influir en tu estado podrías entrar en una fase catatónica. -Su voz volvía a ser gélida y sin ningún sobresalto, como de costumbre. Me quedé en silencio tumbada sobre la mesa y con los ojos cerrados, él me observaba pensativo a dos metros de distancia. -Al menos ahora sigo consciente. -¿Y crees que eso es bueno? -Si. -Mi tono fue todo lo amenazante que podía. -Auque a ti por supuesto no te lo parezca. -Como siempre él despreciaba todo signo de mejora en mí. -Ahora no puedes dormir mientras te dan los ataques, por lo tanto sientes el dolor y te

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niegas a recibir la cura. -Ah. -Por una vez me quedé sin palabras, pero no duró mucho. -Perdona si no me apetece que un asesino a sueldo me congele mientras mi cuerpo esta inconsciente. -¿Qué has recordado? -Me recosté y le observé con el ceño fruncido, aparentemente no le importaba, pero contando con sus calculadoras habilidades podría estar fingiendo e intentando que no me diera cuenta de lo ansioso que estaba por saberlo. -Intentaste matarme. -Mi tono acusador no pareció perturbarle. Es más, suspiró como un adulto ante un niño que no entiende algo obvio. Aquel despotismo me irritó. -Si hubiera querido matarte, te hubiera matado. -Eres un narcisista. -Se encogió de hombros a modo de respuesta. -¿Por qué me perseguías colina abajo entonces? -Porque siendo como eres, una persona tan melodramática, comenzaste a correr colina abajo sin ningún juicio, y sin importarte el peligro que eso suponía para los demás. -No me esclareces nada. -Tampoco lo pretendía. -Habría jurado que la comisura de sus labios se tensó al oír mis dientes rechinar. -Me sulses. -Lo sé. -Al ver que aquella conversación no llevaba a nada, dije la frase que toda dama debe decir al menos una vez en su vida: -¿Ahora no iras a hacer caso de las órdenes de tu padre y me meterás en la cama? -Él encaró una ceja, volvía a sorprenderle para mi regocijo interno. -Algunas órdenes son más desagradables que otras, pero debo cumplirlas. -Puse los ojos en blanco. -Bueno, al menos te dará una buena paga a fin de mes. -De eso puedes estar segura. -Vaya, vaya, si resulta que el hombre de hielo tenía un resquicio de humor latente bajo el pico del iceberg. Me incorporé y me senté sobre la mesa, bajé al suelo y comencé a andar con el paso más decidido que pude permitirme mientras él esperaba paciente. Notar a Christian escoltando mi espalda me ponía nerviosa. -Ya se que tengo un culo bonito, pero ¿deveras crees que necesito que vayas detrás de mí por si me vuelve a dar otro ataque? -¿Prefieres que vaya delante? -La intencionada gelidez de su tono me hizo reír. Entró en mi cuarto tan firme como el elemento más rígido y lo redecoró a base de hielo.

CAPÍTULO

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Aquella mañana me levanté con más energía de la habitual, estaba radiante de emoción, porque como Edward me había informado, toda mi familia vendría de visita. No recordaba la última vez que los vi, pero intuía que fue justo antes de mi cumpleaños, ya que era una costumbre que había cogido con el tiempo la de ir a verlos justo antes de la indicada fecha. Y mi doscientos cumpleaños era demasiado importante como pasar por alto aquella costumbre. Yo no era la única exultante, Edward había adoptado una actitud extrañamente juvenil, paseaba nervioso de un lado a otro y no paraba de pasarse la mano por el pelo en señal de nerviosismo. Se había tomado la fiesta del cumpleaños de Blade con suma responsabilidad, se aseguraba de que cada detalle estuviera perfecto. Según me había adelantado, la fiesta sería temática, de la época de Blade, justo como la última fiesta que se había celebrado aquí, -de lo poco que recordaba, mi maravilloso y antiguo vestido de 1795 era algo que había

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reconocido, con lo que daba por hecho que fue una fiesta temática, eso o yo había decidido llamar demasiado la atención.- y como la apariencia de Blade había cambiado, para intentar ocultarlo de sus amigos y conocidos, Edward dictaminó que las máscaras eran optativas. Él mismo había informado a mi familia de elementos de la temática de la fiesta. Hacía siglos que no asistíamos todos a un baile, y menos con esos atuendos. Estaba en la cocina charlando animadamente con la señora Perquins cuando la energía, a la que, gracias a mi estado, yo era más sensible que el resto, comenzó a arremolinarse e intensificarse. Salté de la banqueta de la cocina -dándole un susto de muerta a mi amigable cocinera- y volé hacia la entrada. Abrí la puerta y comprobé cómo cuatro imponentes dioses bajaban de un taxi amarillo y maloliente. Todos estaban un tanto tensos, no estaban acostumbrados a viajar, en especial Diana, que podía ver su rostro malhumorado provocado por un viaje demasiado largo encerrada en cualquier parte sin sus queridas plantas. Corrí escaleras abajo, no me preocupé en tropezar con las escaleras de la entrada y acabar rompiéndome la crisma. Todos se giraron al unísono, pude ver cómo sus semblantes cambiaban y brillaban de emoción. La primera con la que me topé fue Luz, me lancé a sus brazos mientras el resto me rodeaban. Los saludé uno a uno, Aqua desbordó los mares que aguardaban tras sus ojos. Will me despeinó cariñosamente el pelo con la mano, mientras que su aire me lo volvía a revolver juguetonamente. Los había echado mucho de menos, pero hasta ese momento no me había dado cuenta de lo a gusto que me sentía rodeada de sus esencias libres y naturales. Los conduje emocionada hasta el recibidor; la amplia sala de baile, podía oír los refunfuños de Diana mientras cargaba con su maleta por las escaleras. Aquello me hacía sentir feliz, de una manera que no recordaba. Un agudo silbido me hizo tensarme en todo mi volumen. La energía se intensificó y todos nosotros nos giramos para comprobar cómo Edward bajaba galantemente las majestuosas escaleras. -Ser bienvenidos a mi humilde morada. -Les dedicó una amplia sonrisa. Su mirada se clavó intensamente en Luz, mientras la suya correspondía exactamente igual. La intensidad de la energía subió y un agudo pinchazo sacudió mi cabeza. Yo aún no estaba preparada para tales concentraciones de energía, ni dentro de mi cuerpo ni fuera. Me alejé varios pasos hasta quedar algo rezagada del grupo, que turnaban sus miradas entre Luz y Edward. Fue apenas un momento, pero un momento tan plagado de sentimiento que era imposible ignorarlo. Edward los fue sudando uno a uno, hasta llegar a Luz, se quedó a una prudencial distancia y se sonrieron emocionados. -Hola Luz, me alegro de verte. -El pitido se fue intensificando en mis oídos, me alejé de espaldas hasta chocarme contra la pared. -Yo también. -Se siguieron observando, diciéndose todo lo que en persona no podían a través de sus miradas cargadas de sentimientos. Solo podían hablar por carta, así que verse después de tanto tiempo les emocionaba, pero a la vez les frustraba estar tan cerca y no poder tocarse como les gustaría. El resto comenzó a inquietarse, ellos habían comenzado a notar los efectos de su encuentro. Edward desvió la mirada consciente del peligro y volvió a adoptar su galante comportamiento. -Shira, ¿por qué no les muestras donde pueden instalarse? -Edward intentaba sonar moderado, pero pude captar un atisbo de desolación en su tono. Yo asentí agradecida de desprenderme de aquella sensación de saturación que producían los dos al estar juntos. Encabecé el grupo animada mientras los dirigía a las habitaciones de invitados que estaban en el mismo pasillo que la mía. En cuanto cada uno dejó sus cosas en su respectivo cuarto (Will y Aqua compartían el mismo) les llevé a la cocina para que conocieran a la señora Perquins y Blade. Les había estado hablando de mi familia durante la última semana, estaba deseando presentárselos. No le dije exactamente a la señora Perquins cual era nuestro parentesco, aunque como buena profesional no me lo

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preguntó. Debía de intuir que no éramos muy normales, después de todo Christian la había contratado. La señora Perquins abrió los ojos como platos al ver entrar a las imponentes figuras mitológicas por la puerta de su cocina. Enseguida esbozó una amplia sonrisa y sus ojos desprendieron la amabilidad de la que siempre hacía gala. Blade mostró una humilde sonrisa y asintió complacido. -Señora Perquins, Blade, esta es mi familia. -Fui señalándolos uno a uno y nombrándolos. Ellos se mostraron educadamente corteses, incluso Diana. La señora Perquins les ofreció unas deliciosas galletas de mantequilla que acababan de salir del horno. Diana, Will y yo no nos hicimos de rogar, fuimos cogiendo galleta tras galleta saboreando la deliciosa masa. Luz y Aqua se mostraron más reacias, cogieron una por educación y asintieron educadamente. -Diana, ven, esto te va a encantar. -Cogí a Diana del brazo y la arrastré a la terraza de la biblioteca. Las hermosas vistas de los amplios jardines producieron el efecto deseado en ella. -Vaya, es impresionante. -Se inclinó peligrosamente sobre la barandilla e inspiró el aroma a naturaleza que tanto había echado de menos durante el viaje. Al instante volvió su rostro hacia mí escrutándome detenidamente. -¿Qué? -No pareces tú. -Había fruncido el ceño de una manera algo crítica. -Bueno… aún no estoy del todo recuperada. -Me toqué mi rebelde mechón de pelo añorando mi antigua forma y calidad capilar. -Pero he progresado mucho en estas semanas… -No, no me refiero a eso… cuando te vi por última vez estabas más liberada, pero seguías siendo tú, ahora pareces completamente feliz, más… -¿Viva? -Aquella era la palabra que yo misma utilicé para definir el cambio en mis ojos. Antes parecían inertes, mientras que ahora estaban chispeantes, llenos de vida y ganas de saborear cada resquicio del mundo. -Si. -Diana sonrió mientras sus ojos centellaban emocionados. -¿Tanto he cambiado? -Ajá. Siempre había querido conocerte. Tu yo real, sin tristeza acumulada. -Vaya. -Yo ya sabía que antes cargaba con un gran equipaje de amargura, pero no sabía muy bien cómo tomarme eso. -¿Y que tal ha sido? -Me alegro, me quedo con el cambio. -Ambas reímos mientras el sol se escondía en el horizonte. Todos esperábamos expectantes en la biblioteca donde Edward nos había reunido. Debía admitir que estaba realmente nerviosa, por fin iba a conocer la razón por la cual estaban todos tan inquietos y que requería a la familia entera. Aunque no estaba segura de querer conocerlo, después de todo, las palabras de Blade me habían dejado algo temerosa, “no tendría tiempo de cuidar de él” ¿a dónde me iba? Edward carraspeó a la cabeza de la larga mesa rectangular pensando en cómo comenzar. Yo estaba en una de las esquinas más alejadas. Frente a mí se había sentado Diana, que estaba deseando acabar con aquello e ir derecha al jardín. A mi lado estaba Luz, en frente de ella Will y a su lado Aqua. -Os preguntareis por qué os he reunido a todos, bien… supongo que ya estáis al corriente de mi turbio negocio con el mercado de energía. -Si. -La acusadora mirada de Will me hizo revolverme incómoda en el asiento. Nadie juzgaba a Edward, él era el mal, sin él el bien no existiría. Pero aun así el mercado de energía estaba algo bastante fuera del límite que la moral de Will permitía. Luz permanecía paciente, Aqua contemplaba a Will con la espalda totalmente tensa, mientras Diana resoplaba aburrida mirando los resquicios de la vieja mesa.

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-Digamos que el mercado se ha expandido como la pólvora, aunque no todos los compradores aceptan mis requisitos y deciden buscar energía por su propia cuenta, con los resultados catastróficos que ello representa. -¿Y qué pretendes que hagamos nosotros? ¿Ir por las calles en busca de camellos de energía y matarlos a sangre fría? -El tono de Will seguía plagado de reproche. -No, de eso ya me encargo yo. -El tono de Edward había tomado un timbre de voz más grave, produciéndome un escalofrío por toda mi columna vertebral. -Digamos que la energía se ha vuelto una sustancia bastante famosa entre todos los seres de este planeta, entre ellos un poderoso consumidor. -Edward suspiró, parecía que por fin había llegado a la “x” final. -Todos sabemos que el cumpleaños de Shira la cambió, ha sido de lo más inoportuno, ya que ahora no está en sus plenas facultades de elemento, como todos hemos podido comprobar. -La mención de mi nombre me puso en tensión. Ahora vendría lo peor. -No entiendo que tiene eso que ver. -La voz de Diana sobresalió en el angustioso silencio. Parecía encarecidamente frustrada por el aburrimiento. -Veréis, el ser que ha decidido ser un devoto consumidor de la energía no es ni más ni menos que Electro, el séptimo elemento. -La sorpresa y el terror calaron en los huesos de todos los presentes. Nuestras caras eran todo un poema. Alguien debería sacar una foto del emblemático momento familiar. Se me hacía raro que Christian no estuviera presente, pero a riesgo de pifiarla no había querido mencionar su existencia. Sospechaba que Edward lo haría de una manera inolvidable, como el resto de la reunión. -¿¡Qué!? No puede ser… ¿Otro elemento? -El pelo de Will parecía un huracán en pleno apogeo. -Y además está sobrecargado de energía. -La voz de Edward sonaba extrañamente contenida. -¿Qué tiene que ver eso con Shira? -Luz se mantenía aparentemente relajada. Parecía haber asumido la reciente información sin sobresaltos. Edward cogió aire. Mi corazón comenzó a palpitar desenfrenado. -Electro se ha corrompido por la energía, solo busca eso. Pero ahora, en concreto busca algo más, la energía más salvaje, la energía indomable, incontrolable, más intensa… -El fuego. -Luz acabó la frase en un susurro quedo. La sala se sumió en un silencio absoluto. -No permitiremos que se le acerque, no podrá contra todos nosotros. -Will se alzó desafiante sobre su asiento. Edward negó con la cabeza. -No podremos estar todos juntos eternamente protegiéndola, además, siento deciros que sin Shira recuperada nuestra posibilidades de acabar con él no son tan altas. Propongo que esperemos a que se recupere para poder tratar de acabar con él. -Si tú mismo has dicho que nosotros no tenemos muchas posibilidades de acabar con él, ¿cómo vamos a proteger a Shira hasta que se reponga?- Aqua estaba intentando comprender la situación. -Todos juntos somos claramente localizables, pero si uno se encarga de llevarla lejos, es más fácil de esconder. -Edward ya había trazado su plan y no me estaba dando buena espina. Algo me decía que no me iba a gustar. El hecho de ponerlos a todos en peligro por mi culpa me producía un desasosiego indescriptible. Pero decidí esperar a que Edward acabara de revelarnos toda la información para intentar encontrar una alternativa. -Y tengo a la persona perfecta para esa misión. -Oh no, ni hablar, ¿acaso crees que ahora que la hemos recuperado vamos a dejarla en unas manos cualquiera? No, la protegeré yo mismo. -Will seguía en sus trece. Me conmovió su cariño.

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-No son unas manos cualquiera. -Edward me dedicó una significativa mirada. Yo me revolví incómoda en mi asiento. “No, no, no, no”. Esbozó una sonrisa cómplice al ver mi rostro desencajado mientras mi mirada le suplicaba fervientemente. -¡Christian, ven un momento por favor! -La puerta de la biblioteca se abrió al instante. Christian apareció con su paso firme y felino. -Éste es Christian, el octavo elemento, hielo. Y el ser más letal de mundo. La conmoción general se volvió palpable. Todos los ojos estaban posados en Christian, menos los míos, que estaban clavados en las baldosas del suelo suplicando a la tierra que me tragara. -Si alguien puede protegerla es él. Es nuestra única oportunidad. Si la dejáramos aquí con la intención de protegerla entre todos, será fácilmente localizable, permitiendo así que Electro reclute sus tropas y se desarrolle una masacre. Una batalla con sus bajas. Edward paseó la mirada por la sala, orgulloso de su discurso. Todos se quedaron pensativos. Mi mente trabajaba como una locomotora, con todos sus engranajes funcionando y provocando que el resto de mecanismos comenzaran a ponerse en movimiento. Por una parte me alegraba que el resto de elementos no se pusieran en peligro, pero irme sola con Christian no me parecía una buena alternativa. Sabía que no me permitirían irme sola, estaba en una encrucijada. Mi cabeza comenzó a sobrecalentarse, tenía a un sobrehumano ser detrás de mi energía, mi familia estaba en peligro, me sentía vulnerable y débil en mi condición, y ni siquiera conseguía recordar todo mi pasado. -¿Podemos confiar en él? -La voz de Will sonó abatida. Edward asintió firmemente. No podemos dejarla con alguien que ni siquiera conocemos. -Ella lo conoce. -Luz nos sorprendió a todos. -¿Cómo?- Todos habíamos formulado la misma pregunta en nuestras cabezas, pero solo la de Will había tomado forma. -Para el cumpleaños de Shira, Christian vino a buscarla, ya se conocían entonces. -Luz se encogió de hombros mientras yo dirigía mi mirada expectante hacia Christian. Él miraba algo que brillaba entre sus dedos, parecía un anillo plateado. No me gustaba que hablaran de mí como si yo no estuviera delante. -Eso no significa que pueda protegerla. -Will elevó el tono de su voz. El aire comenzó a agitarse provocando un remolino de viento. Aqua puso una mano sobre el hombro de Will. El pequeño torbellino comenzó a disiparse. -Entiendo vuestro escepticismo, pero como hijo mío y empleado, os puedo asegurar que no existe nadie más capaz. -Mi cabeza echaba humo, me masajeé el puente de la nariz ante la presión. -Pero ni siquiera es un elemento legendario, ¿cómo va a impedir que ese monstruo le… absorva la energía? Sigo penando que yo podría protegerla mejor. -Las palabras de Will me hicieron estremecer, “absorver”, ¿iba a quitarme toda mi energía? Diana me observaba preocupada, se había dado cuenta, mientras el resto hablaban de mí seguridad como si fuera otra y no yo, la que estaba presente, de que estaba al borde de un colapso. Ahora entendía por qué nadie quería decirme nada al respecto, mi endeble estado no podría soportarlo, ahora mismo dudaba de que aquello fuera real. Mi esencia había notado el estado de peligro y comenzó a revolverse en mi interior. Empezaba a expandirse por mi cuerpo. La concentración de energía que todos los elementos reunidos en una misma habitación desprendían me estaba agujereando la conciencia. El viento amenazante de Will comenzaba a producirme dolor. Una planta enredadera trepó por la barandilla de la terraza y una bonita flor amarilla se abrió ante mi mirada. Mi respiración se aceleró, estaba a punto de explotar. Todas las esencias refulgían en la misma sala. Al detectar mi nerviosismo sus esencias se habían alterado ante el peligro,

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era una reacción en cadena. -¡Parar, Shira no esta bien! -Oí la voz lejana de Diana mientra Will y Edward seguían con la discusión. Todos me miraron. Una gotera se formó en el techo, las gotas iban cayendo cada vez más rápido hasta formar un charco sobre la mesa. Las enredaderas se reproducían rápidamente. El viento acentuó su intensidad. No sabían cómo controlarse, solo Luz, Edward y Christian seguían siendo dueños de su cordura. -Ne… necesito respirar. -Mi voz fue apenas un susurro. Me levanté estrepitosamente de la silla, ésta cayó hacia atrás con un estruendo. Mi esencia intentaba protegerme, comenzó a intensificarse, de mi mano surgió una llama, ésta se iba esparciendo por mi cuerpo, estaba llegando al antebrazo. Un dolor agudo me hizo perder el equilibrio. Mi cuerpo comenzaría a resquebrajarse como una hoja de papel. -¡Shira! -Apenas reconocí la voz de Diana. Intentó acercarse, aquello me produjo más dolor, su energía me sobrecargaba, me produciría un cortocircuito. “Solo otro elemento puede matar a un elemento”. Pero algo se interpuso en su camino. Christian siseaba amenazante. -No os acerquéis, su cuerpo físico no está preparado para tanta energía.- La voz de Christian era un susurro marcado, afilado y frío. Diana asintió preocupada. Intenté gatear hacia la puerta, pero el viento comenzó a arrastrarme hacia el centro de la sala, un torbellino comenzó a formarse. Los libros caían de las estanterías para trazar círculos sobre nuestras cabezas. Un grito surgió de mi pecho mientras intentaba agarrarme a algún tipo de objeto que me sirviera de ancla para no seguir retrocediendo hacia el centro de la energía. El fuego de mis entrañas se sintió amenazado ante el agresivo viento que amenazaba con apagarlo. Era un instinto primitivo lejos de mi control. Las llamas comenzaron a avanzar más rápidamente, atravesaron de un hombro al otro. Noté como mi coletero salía despedido y mi cabello azotaba mi cara. Volví a gritar de terror, todo estaba descontrolado. Noté algo húmedo en mis piernas, el pequeño charco de agua se había expandido por toda la sala. Sus intensas energías me aplastaban como un gusano ante una apisonadora. Las lágrimas abordaron mis mejillas. -Tenéis que controlaros, podéis matarla. -La profunda voz de Edward resonó en mis oídos. Aquello lo empeoró “¿morir?”. Yo no quería morir. Comencé a sollozar mientras mis dedos intentaban desesperados agarrarse al in adherente suelo. El viento me arrastraba sin piedad, cada vez sentía más y más energía aguijoneando mi ser. Algo sólido cesó mi movimiento, mis pies se anclaron a ello. Noté cómo los brazos de Christian me levantaban y me llevaban. Me acurruqué contra su pecho protegiéndome del viento. El aire volvía a estar estable, el frío comenzó a calarme y tranquilizarme. El fuego se relajó y mi esencia ronroneó mientras volvía a su placentera estabilidad. Asomé la cabeza entre mi despeinado cabello. Me encontraba en un cubículo de hielo, podía ver el viento, el agua desbordados en el resto de la sala, junto con cinco caras de ojos desorbitados y una gran cantidad de vegetales abordando la terraza. En el cubículo de gruesas paredes de hielo tan solo se oía mi agitada respiración y mis pequeños sollozos. Notaba el contacto con Christian, al contrario que el resto, el suyo me calmaba. Me revolví entre sus brazos liberándome y me encogí en el suelo intentando recuperar el aliento. -¿Te encuentras bien? -Noté un pequeño tono vacilante en su voz. Nadie nos oía y nosotros no oíamos a nadie más. Pude ver cómo en el exterior las cosas se calmaban. -Si, gracias, solo necesito un poco de aire, tengo que salir de aquí. -Esta bien. -Una de las paredes de nuestro pequeño refugio cayó y salí a la carrera por allí, cogí la puerta y me dirigí al exterior de la habitación. Recorrí el pasillo y por fin llegué al jardín. Seguí corriendo hasta dejarme caer sobre la húmeda hierba. Me rodeé las rodillas y apoyé la cabeza sobre mis brazos temblorosos. Suspiré profundamente e

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intenté sacar todo aquel miedo de mi cuerpo. Tenía que reconocer que me había llevado un buen susto.

CAPÍTULO

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La Luna resplandecía como la novia inmortal de la noche. Una pequeña brisa empujaba mi pelo sobre mi cara. Suspiré abatida, intentando asumir la reciente información. Un elemento poseído por la energía me perseguía para absorberme como un granizado, tendría que ir con un ser completamente frío durante no sé cuanto tiempo, (tenía que admitir que Christian me inspiraba algo de pánico), no estaba en mis plenas facultades, era débil, toda mi familia se había comportado como si yo no fuera más que una niña a la que tener controlada, nuestra primera reunión en años casi acaba con mi vida y para colmo había perdido mi coletero. Un blanquecino resplandor me sacó de mis cavilaciones. Luz apareció por detrás de un frondoso matorral. -¿Se puede? -Su tierna voz me consoló. Yo asentí a modo de respuesta. Ella me recordaba a la Luna, con su resplandor en la oscuridad, siempre allí sola, sin poder seguir a la noche. -¿Cómo me has encontrado tan pronto? -Diana me dijo donde estabas. -A veces resultaba útil su comunicación con las plantas. Después de un corto silencio retomó la conversación. -¿Te encuentras bien? -Si, solo ha sido el susto. -La verdad es que la reunión se nos ha ido un poco de las manos. Lo bueno es que al fin Edward y Will se han puesto de acuerdo. -Genial. -Mi tono sarcástico la hizo sonreír. -Después de ver cómo ha reaccionado Christian en la crisis Will ha admitido que podría funcionar. Además, como todos hemos comprobado él no sería la mejor opción. -El recuerdo de aquel afilado viento rozando mi piel me produjo un incómodo escalofrío. -Hablaban de mí como si fuera una niña que no sabe cuidarse sola, soy el fuego, tengo más de doscientos años, odio que me traten como si no estuviera delante. -Tienes que entender que lo hacen porque te quieren. -Lo entiendo, pero también tienes que entender que me moleste. -Lo sé. Si te sirve de consuelo están abochornados por su comportamiento. Intentando pensar qué hacer para protegerte casi acaban contigo. -Yo reí ante la ironía de la situación. Me fijé en el rostro de Luz algo más animada. Pero ella parecía estarle dando vueltas a algo sin saber cómo sacarlo a relucir. -Shira. -¿Si? -¿Te puedo hacer una pregunta personal? -Claro, ¿si tú no pudieras quién me iba a preguntar? -¿Qué se siente? -Inspiró hondo, nunca la había visto así de seria, incluso me dio miedo. Yo la observé dándole a entender que siguiera, no sabía a qué se refería. Ella se apresuró a explicarse ante mi desconcierto. -¿Qué se siente al tocar a tu opuesto? -La pregunta me pilló totalmente por sorpresa. -Em… bueno… yo… -Estaba totalmente en blanco. No quería pensar en lo que sentía al tocar a Christian, no me gustaba el poder que él ejercía sobre mí. -Sé que es una pregunta intima, pero… -Me miró suplicante. -Esta bien, yo… lo que siento… es bastante complicado. -Recapacité buscando las

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palabras acertadas. Aunque no las encontré. -Cuando me toca siento… alivio. -Luz esperaba paciente absorbiendo cada una de mis palabras. -Cuando me toca me siento segura, es como si yo me combustiera sin control y él paralizara el tiempo ¿sabes? Toda mi vida he tenido fuego recorriendo mis venas, para mí lo normal era sentirse de aquella forma, pero después de probar su contacto, de sentir el frío, el frescor… Me dí cuenta de que aquella forma era abrumadora, yo era el fuego, pero quemarme por dentro me dolía, era una sequedad continua, una herida que no consigue cicatrizar y él es mi antibiótico. Oh, cielos… -Me tapé la cara con las manos, lo de explicarme no era lo mío. Me había dado cuenta de que no solo me había referido a mi condición de elemento, sino a algo más profundo también, a la atracción que sentía por él, la que nada tenía que ver con nuestra raza. Luz asintió lentamente mientras su mirada repasaba cada dato. -No, sé lo que quieres decir, lo entiendo. He de admitir que ello me entristece. Ya lo conocías antes de tu cumpleaños, ¿por qué seguiste adelante entonces, a riesgo de perderle? -Miré a Luz perpleja. Aquella era una pregunta que me podría haber esperado de Diana, pero no de la comprensible Luz. Su tono no era que el solía usar, no me agradó. La miré fijamente, no entendía a qué se refería. -¿Seguir adelante? ¿Con qué? ¿Perderle, acaso estaba con él? -Cierto, no lo recuerdas. -¿Recordar el qué? -Mi tono se elevó, estaba harta de que me ocultaran cosas de mi vida. Luz centró su mirada en el perdido horizonte. -No lo se, solo te diré que no estabas a gusto con tu condición -Aquello no era nuevo para mí. -Así que creímos que tu deseo iba a ser algo radical. -No fue la palabra en sí, sino la forma de pronunciarla la que me hizo abrir los ojos aterrorizada. -¡Crees que yo…! -No, no, solo digo que nos preocupamos por tu deseo, nadie sabía con certeza qué pedirías. -Yo nunca pediría morir. -Mi tono sonó seco, algo dentro de mí estaba acongojado, pero mi furia subsistía en la superficie. Permanecimos calladas, ambas siguiendo hilos de pensamiento diferentes. -¿Cómo lo soportas? ¿El estar enamorada de Edward y no poder tocarle? -Mi pregunta era sincera, realmente deseaba saberlo. Luz siguió con la mirada puesta en el horizonte. Me pareció que agradecía poder sincerarse sobre el tema tabú por una vez. -Yo no soy como tú, tú eres el elemento más carnal, la pasión, la lujuria… Yo en cambio simbolizo la pureza, ese tipo de necesidades que tu tienes yo no las siento y viceversa. -¿No tienes apetito sexual? -Se me escapó un tono aterrorizado que le hizo sonreír. Ella negó con la cabeza. No me pude imaginar una vida así, una vida sin tocar, sin besar, sin sexo. Aquello me era imposible de ubicar. -¿Nunca te has imaginado cómo sería hacerlo con Edward? -Sabía que la intensidad de mis preguntas estaba rayando la indiscreción, pero llegados a ese punto no me pude controlar “que novedad”. -Si, me lo he preguntado, incluso me lo he imaginado. Pero no me puedo acercar a él, supongo que si pudiera haríamos el amor, pero tampoco es algo que pueda echar de menos así que… -Se encogió de hombros con una tímida sonrisa. -Nunca creí que conocería a alguien virgen con casi trescientos años de edad. -Me arrepentí al instante de mi comentario fuera de lugar, pero Luz se lo tomo con humor, ambas comenzamos a reír cada vez más intensamente hasta que su resplandor me cegó y yo creé una espesa humareda de un tono negruzco. -Será mejor que volvamos, estaban bastante preocupados por ti. -Luz se sacó algo del bolsillo de sus pantalones de pana. -Por cierto, toma. -Me tendió mi coletero. Yo le

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sonreí agradecida mientras me hacía de nuevo la coleta. -Prefiero quedarme un rato más por aquí, necesito procesar. -Luz asintió sonriente y se fue tal y como había venido, con su pureza iluminando la noche. Un cercano resplandor me sacó de mis cavilaciones. Me levanté y comencé a andar en su dirección. Sonreí al ver cómo la luz de la Luna se reflejaba en las aguas de un pequeño lago, siendo éste el causante de aquel romántico resplandor. Solo había que saber dónde mirar para descubrir el arte de la madre naturaleza. Como dicen los filósofos, nunca se debe perder la capacidad de sorprenderse de la vida. Me coloqué mi rebelde mechón de pelo detrás de la oreja como un acto reflejo, pero al segundo ya estaba revoloteando libre rozándome la mejilla. Me senté en la orilla absorta por la imagen. Parecía un videoclip hortera en el que ahora aparecería el hombre de mis sueños a mi espalda y nos pegaríamos el lote sobre el húmedo césped. “El hombre de mis sueños”, ¿acaso solo uno? Sería como elegir un simple bombón en una caja roja de Nestlé. Era algo ilógico. Comencé a rememorar, “cielos”, bien mirado yo no tenía tanto donde elegir, sumando mis doscientos años no tenía mucho surtido en la caja roja. Para ser sincera, a parte de Blade, y algún “accidente” (me era difícil controlarme en determinadas situaciones), yo no tenía experiencia. Pero aquello tenía su explicación, hubiera puesto en peligro a mi acompañante, y no me atraía el estilo “mantis religiosa“, lo de acabar con el hombre después de acostarme con él o incluso antes de terminar, no era lo mío. Pensando en acabar con alguien, el hilo de mis pensamientos me llevó hasta Electro. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? Todos los elementos venían de dos en dos, los legendarios aparecimos los cuatro a la vez, pero un número par después de todo. Aunque yo era más de impares, supongo que me gustaba llevar la contraria. Tendría que haberme dado cuenta antes de que si había un séptimo elemento, el octavo, en este caso Electro, tendría que estar suelto por allí, aunque nunca imaginé que metiéndose energía y creando el caos. “Electro”, el séptimo elemento, o el octavo, si apareció a la vez que Christian… es comprensible, electricidad, el desarrollo de la tecnología. ¿Qué será lo siguiente? ¿Hibridación? Busqué con la mirada una piedra con la que romper la tranquilidad de la perfecta superficie del lago. No encontré ninguna piedra, pero sí algo que llamó mi atención. Algo dorado se escondía entre las hierbas y el barro. Me acerqué gateando, mis pantalones adquirieron ese tono verdoso en las rodillas propio de los niños cuando se revuelcan por la hierba. Era algo metálico. Parecía pequeño, lo cogí, ahogué un grito mientras limpiaba el barro que se le había quedado adherido. Era un colgante, un corazón dorado colgaba de una fina cadena frente mis ojos. Aquel collar era mío, lo recordaba, pero ¿cómo había ido a parar allí? Entonces me di la vuelta y mi mirada se quedó clavada en la colina. “Claro” esta es la colina donde Christian me persiguió, la noche de la última fiesta, habíamos caído, rodado. El collar se me debió de caer con toda la actividad física. Y como es propio de mí ni me di cuenta, sumida como de costumbre en mis sentimientos más superfluos, viviendo en mi mundo sin prestar atención a la mayoría de las cosas, solo a las que me interesaban les dedicaba parte de mi pensamiento. Me volví a colgar el sucio collar, me gustaba la sensación del suave metal contra mi piel. Tendría que limpiarlo. “Perfecto”, me quité toda mi ropa a una velocidad impropia de una dama y me lancé sobre el lago, finalmente había conseguido formar ondas en la superficie sin necesidad de una piedra. Noté algo mullido bajo mis pies, debía de ser un alga, traté de no tocar el suelo, aquel contacto me daba repelús. Estaba intentando equilibrarme para no tocar las algas cuando unas voces me sorprendieron. A medida que se acercaban reconocí la dinámica voz de Diana y la suave pero afilada voz de Christian. Parecían conversar animadamente por los jardines, a una distancia prudencial del lago. Diana se giró hacia mí en la lejanía y comenzó a reír. Christian siguió el recorrido de su mirada, por una

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vez el contacto de sus ojos me quemó. Diana se acercó casi al galope, Christian remoloneaba alejado con la mirada en el suelo. -¿Se puede saber qué estas haciendo? -Diana parecía alegremente sorprendida. -Bueno… yo… quería lavar el collar. -¿Tirándote al lago? -Mi silencio le indicó que no tenía respuesta. Me incomodaba la figura de Christian, lejana, pero claramente visible. -Siento no haberme controlado allí dentro, no estamos acostumbrados a tener que controlarnos, no me quiero ni imaginar el esfuerzo que habrá supuesto para ti todos estos años. -Negué con la cabeza restándole importancia. -Esto… Diana, no creo que esta sea la mejor situación para mantener una conversación. -Diana rió ante mi azoramiento, acabé por contagiarme y reírme yo también. Se despidió con la mano mientras volvía junto a Christian y ambos siguieron con su paseo entre los jardines que aquella misma mañana le había enseñado yo misma a Diana desde la terraza. Me pareció sumamente extraño que Diana y Christian pasearan juntos, y más aún que Christian manteniera una conversación animada con otro ser humano, “solo me tiene alergia a mí” me repetí aquella frase con un suspiro. Miré atentamente alrededor del lago cerciorándome de que ningún oportuno mirón estuviera al acecho y salí del lago. Me vestí sin secarme, aunque en pocos segundos mi temperatura corporal hizo el trabajo. Entré en la mansión por la puerta de atrás, me deslicé por el pasillo intentando no hacer ruido, solo quería tirarme en la cama y abrazarme a la almohada, había sido un día muy intenso. Llegué a mi puerta, iba a entrar pero una voz sonó a mi espalda. -¡Shira! -Me giré y descubrí a la señora Perquins señalándome con un dedo amenazador. -¿Si? -No has comido ni cenado, ves ahora mismo a la cocina, se te va a enfriar la cena. -Su tono no admitía réplicas, al pensar en comida mi estómago comenzó a rugir herido ante mi ignoración. Suspiré resignada y me dirigí a la cocina con la señora Perquins franqueando mi espalda. Era tarde para la cena, pero al parecer la señora Perquins había decidido quedarse más en el trabajo para asegurarse de que yo ingería algún alimento. Aquello sin duda me hizo sentir culpable. Con el estómago lleno entré en mi cuarto, me fui quitando la ropa y me puse el pijama. Me dejé caer sobre la cama y abracé la almohada a sabiendas de que acabaría perdida de saliva. Empezaba a notar el relajante síntoma del sueño cuando unos peligrosos susurros despejaron mi relajación. Al parecer en la habitación de al lado, Will y Aqua estaban montando una pequeña fiestecilla para dos. Los susurros se intensificaron y pasaron a risas-gemidos. -Oh no, no no no. -Me coloqué la almohada a modo de orejeras, pero aquello no amortiguaba el ruido. -Cielos, más de doscientos años juntos y ¿tienen que seguir con la chispa encendida en la cama? ¿Por qué no se van fuera? ni siquiera necesitan dormir -Seguí refunfuñando mientras cogía la almohada y me iba de la habitación con un portazo. Salí de nuevo al jardín y me acomodé sobre el césped entre dos frondosos árboles. Mañana me esperaba un gran día. -¿Qué demonios haces aquí? -La amarga voz de Christian me despertó de mi placentero y revitalizante sueño. Los intensos rayos del sol me cegaron por un momento. -¿Dónde estoy? -Solía despertarme espesa por mí misma, así que cuando me despertaban segundas personas bruscamente la cosa empeoraba. -En el jardín.-Se pasó la mano por el pelo - ¿Me vas a decir por qué después de saber que corres peligro te vas tú sola a dormir fuera de la mansión, el único lugar que ahora mismo es el más seguro para ti?

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-Porque no podía dormir en mi cuarto con tanto jaleo. La gente es un poco pervertida a cierta edad. -Aquello lo añadí con un tono sarcástico que no esperé que a Christian le hiciera gracia. Y así fue, ni una sola sonrisa. -Pues te vas a otra habitación. Eres exasperante, entra en casa ahora mismo. -¿Y sino quiero? ¿Y si prefiero seguir con el sueño que tú has interrumpido aquí? Gracias por cierto, siempre es un placer que te despierten de malas maneras y con insensateces. -¿Insensateces? -Si. -Si no entras ahora mismo en la casa… ¿sabes qué? no me importa, como si llega uno del clan de Electro y te vacía aquí mismo, menos trabajo. -Si eso, ¿ves como es mejor ver el lado positivo de las cosas? -Seguía tumbada, con una amplia sonrisa en el rostro, yo también sabía ser imposible. Christian gruñó como una pantera perdiendo la poca paciencia que le quedaba. -Aunque claro, luego os será más difícil acabar con él, ¿me equivoco? Corrígeme si me equivoco, soy de esas personas a las que no les sabe mal que las corrijan, ya sabes “rectificar es de sabios”. No pude regocijarme de mi ingenioso comentario, algo frío se formó a mi alrededor, cuando quise darme cuenta estaba encerrada entre barrotes de hielo que mi débil fuego no pudo deshacer. Una plataforma de deslizante hielo se abrió paso hasta la mansión, Christian solo tuvo que chasquear los dedos y comencé a recorrer el helado camino hasta la misma puerta de la mansión. Grité una serie de improperios agarrada a los barrotes mientras mi almohada permanecía a mi lado. Aparecí en la puerta de la mansión, comencé a estirar de los barrotes cuando el viento me revolvió el pelo. -Vaya, estas para una foto. -¿Acaso sabes utilizar esas tecnologías? -Para esto no me importaría aprender. -Will se acercó y miró mi celda pensativo. -¿Vas a sacarme en algún momento? -Como quieras, pero a lo mejor te duele un poco. -Sin tiempo de negarme, mi pequeña celda se elevó unos metros y cayó al suelo de nuevo con un gran estruendo. Ésta se resquebrajó en cientos de pequeños cristales y yo acabé en el suelo deseando no haberme despertado aún y en realidad seguir durmiendo en mi cama. -Gracias. -Mi tono sonó de todo menos amable. -Para eso estamos. -Will me sonreía, aunque pude ver cómo me evaluaba para determinar si estaba enfadada por lo del día anterior. El haber utilizado su poder en mi presencia aquella mañana no me había hecho tanto daño como la última vez en la biblioteca, aunque también hay que resaltar que la intensidad no era la misma. Me levanté y me sacudí los trocitos de hielo del cuerpo. -¿Qué hacías en el jardín? Diana nos ha dicho que has pasado allí la noche. -Es que alguien estaba haciendo demasiado “ruido” en la habitación de al lado. -Will rió, en ese momento aparecía Aqua por la puerta, se sonrojó intensamente y bajó la mirada. Había escuchado el último tramo de nuestra conversación. Llegué a mi cuarto con intención de pegarme una ducha, pero algo llamó mi atención. Había un precioso vestido de época sobre mi cama. Edward apareció por la misma puerta que yo ni siquiera había cerrado ante la sorpresa. -Pensé que necesitarías un vestido para esta noche. -Vaya, gracias, es increíble Edward. -Me acerqué al vestido y acaricié las suaves telas. Era de un color rojizo con detalles dorados precioso. -Bueno, esta será tu despedida, mañana tendrás que emprender un gran viaje. -Asentí algo inquieta, no sería mi única despedida. Edward suspiró y posó su mano sobre mi hombro. -Debes tener paciencia con Christian.

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-¿Perdón? -Perdonada. -Sonrió y prosiguió. Volvió a adquirir un tono serio, haciendo fama de su gran versatilidad. -Después de lo que pasó, de lo que le hiciste, es muy normal que él se comporte así, no es una persona normal, le cuesta expresar sus escasas emociones, ahora mismo se auto protege, con lo que es más agresivo. Pero mucho menos que antes. -Edward volvió a sonreír. -Pero no entiendo… -No se hable más. Debes prepararte para una gran fiesta. -Y sin decir nada más se fue cerrando la puerta tras él.

CAPÍTULO

33

Los invitados ya habían llegado, el cuarteto de cuerda sonaba en la sala de baile. Yo estaba en el cuarto de baño, Luz me había hecho un recogido de época. Ella lucía un exquisito vestido blanco que resaltaba su brillo natural. Estaba emocionada por aquella noche, pero a la vez tenía un nudo constante al saber que en realidad todo adornaba la despedida de Blade de este mundo. Edward me había devuelto mi antigua máscara, la que me dejé olvidada en su despacho para la última fiesta. Aunque deseché la idea de ponérmela. Salimos al pasillo y lo recorrimos con extremada parsimonia. Notaba cómo Luz me observaba por el rabillo del ojo, estaba preocupada por mí, no sabía cuanto me podría afectar la muerte de Blade, y sinceramente, yo tampoco. En cuanto llegamos a la gran sala una amplia sonrisa inundó su rostro. Era una noche igualmente única para ella, ya que podía comportarse como antaño y compartir la noche con Edward, su único y gran amor. Desvié la mirada del rostro de Luz y no pude evitar un pequeño gemido de sorpresa. La imagen de cinco elementos elegantemente vestidos era imponente, pero lo que hizo que mi mandíbula inferior se abriera peligrosamente fue el ver a Christian terriblemente atractivo con su antigua ropa y ese porte tan elegante. Parecía distraído, sin darle importancia a todo aquello. La voz de Diana me sacó de mis cavilaciones: -Shira, como no cierres la boca alguien podría resbalarse con tu saliva al bailar. -Diana esbozó una divertida risilla mientra que yo cerraba la boca y me ruborizaba visiblemente. La fulminé con la mirada. Edward se acercó prudencialmente a Luz y le dedicó una perfecta reverencia. -Estás arrebatadora. -Luz le devolvió la reverencia y sonrió coqueta. -A vos los años no os sientan nada mal. -Edward le sonrió con la mirada y se dirigió al grupo. A Edward se le ocurrió la gran idea de inmortalizar el momento, sería la primera foto de la familia al completo. Nos juntamos en un colorido y pomposo grupo de cancanes y Blade nos hizo la foto. En la siguiente pedí que Blade se colocara, Edward le pidió a un amable caballero que nos la hiciera. Me sorprendía que Edward tuviera una cámara réflex de última tecnología. -Atención, señoras y caballeros, que empiece el baile. -Le dirigió una seña al cuarteto y una conocida melodía comenzó a sonar. Los hombres se colocaron a un lado y las mujeres a otro. Yo sabía por qué Edward había elegido ese tipo de baile. Se podía rozar, pero no tocar. Pude observar más detalladamente a los invitados y a mi familia.

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Aqua vestía un vestido azul marino que armonizaba a la perfección con su oscuro y brillante cabello. Delante de ella, Will vestía con el típico traje de prendas negras de pantalones por las rodillas, con unas medias blancas que acababan en los típicos zapatos relucientes, pero todo aquello con unos bonitos detalles de color gris. El traje de Edward, al igual que el de la mayoría era solo negro, el de Christian poseía un bonito tono azul que resaltaba sus imponentes ojos. Alguien se colocó frente a mí en la pista, al principio no lo reconocí, pero su familiar aroma lo delató. Blade llevaba puesta su máscara verdosa, la que hacía relucir sus ojos color avellana. Estaba muy elegante, pero su porte dejaba entrever su avanzada edad. De puertas hacia fuera no era un cumpleaños, ya que si reconocían al cumpleañero las preguntas rodarían por la pista, pero aún así la mayoría eran viejos amigos de Blade. Cada uno se situó frente a su pareja, me fijé en que Christian se colocaba frente a Diana, ella llevaba un vestido verde, atractivamente llamativo por sus vivos colores. Su pelo le había crecido desde la última vez que recordaba haberla visto, ahora colgaba en unos definidos bucles castaños por sus hombros. Sonreí ante la imagen global. Todos los asistentes a aquella fiesta conocíamos aquel baile, por lo que no quedaba ningún rezagado fuera de la pista. El baile comenzó, nos acercamos a nuestra pareja, extendimos la palma derecha de la mano, y sin apenas rozarnos giramos elegantemente uno al lado del otro. Fuimos rotando de pareja, después de Blade me topé con Will, él me guiñó un ojo y seguimos girando. Las manos comenzaron a sudarme cuando llegué frente a Christian ¿por qué tenía que estar tan endemoniadamente guapo aquella noche? Era cruel e injusto. Dejé de respirar cuando alcé la mano a la espera de la suya, él la acercó algo vacilante, se movía seguro, pero había algo que no le dejaba confiarse. No me atreví a mirarle, quizá porque no quería ver aquella desagradable mirada que solía lanzarme. Comenzamos a girar, pero de repente se quedó paralizado. -Lo siento, no puedo. -Su voz fue un susurro lanzado mientras sus piernas se alejaban de mí, dejándome tirada en la pista con el baile en marcha. Yo me quedé abatida sin saber qué hacer. La música paró, aunque nadie le quiso dar importancia a lo que acababa de ocurrir, todos sabían disimular a la perfección. Me acerqué a una mesa que había sido colocada expresamente para el elegante evento. Cogí una copa de champán dando gracias por el bendito alcohol y me la bebí de un trago. Vi a la señora Perquins detrás de la mesa, yo misma la había invitado, hablaba tiernamente con un hombre de edad madura. Ambos llevaban las prendas temáticas reglamentarias. Ella me vio y se acercó arrastrando al hombre consigo. -Hola Shira, este es mi marido Alfonso. -Yo le estreché la mano educadamente a Alfonso. Tenía manos callosas, seguramente debido al trabajo duro. Ambos nos sonreímos y comenzamos una conversación cordial. Iba por mi tercera copa de champán cuando Blade me cogió de la mano. -¿Bailas? -Yo asentí con la cabeza y comenzamos a bailar el vals. Gran parte del mundo mágico se hallaba en aquella sala. -¿Has pensado en lo que te dije? -Asentí con el nudo estrangulándome la garganta. -Si es lo que deseas lo haré, lo haré por ti. -Tuve que contener las ganas de llorar que amenazaban con estropear el lienzo que Luz había creado con mi cara. Giré mi cabeza y observé alrededor. Todos bailaban felices, alegres después de tanto tiempo. Mi mirada se enredó en la pareja que formaban Christian y Diana, sin saber por qué aquello me produjo un desagradable cosquilleo. ¿Estaba celosa? “Imposible” Suspiré algo agotada por aquella noche. Lo cierto era que parecían muy felices juntos, ambos riendo y charlando mientras él le dirigía magistralmente por toda la pista, pareciendo una pareja perfecta, volando inconscientes del resto. Me disculpé de Blade cuando

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acabó la canción y me interné en el pasillo con otra copa de champán. Parecía francés, le dí otro sorbo “si, francés”. No me agradaba lo que me producía ver a Christian y Diana juntos, él la miraba de una forma peculiar, totalmente diferente a como me miraba a mí. Parecía cariño. En ese momento no quería pensar en ello, estaba algo desorientada por todo aquel champán, solo quería inspirar el fresco aire de la noche desde la terraza de Edward, a poder ser sola. Entré en la biblioteca, cerré la puerta y me dirigí al balcón. Pero algo me hizo paralizarme en mitad del camino. Una energía sobrehumana, intimidatoria, peligrosa, me puso los pelos de punta. Era una gran acumulación, pero de una forma diferente a la que sentía cuando Edward y Luz estaban juntos. Un mal presagio asoló mi tembloroso cuerpo. Mi instinto me gritó que corriera, pero mis condenadas piernas no se movieron. Un gran rayo cruzó el cielo. Ahogué un grito de terror. Mi copa cayó al suelo armando un gran estrépito. Una forma humana apareció recostada en el marco de la puerta del balcón. Parecía un hombre, llevaba un sombrero de copa y un bastón con una bola dorada en el mango. Vestía la ropa temática de la fiesta, pero acompañada de una elegante capa. Le daba un toque intimidante. Un rayo volvió a cruzar el fondo del paisaje aportando efímeros momentos de iluminación. Entonces vi su rostro. Tenía el pelo dorado eléctrico, su rostro poseía rasgos sobrehumanos, no parecía un hombre, su belleza era dura, demencial, sus rasgos no eran lo que más llamaba la atención de él, sino sus ojos. Eran dos bolas de energía chispeantes de electricidad. Un color ámbar gobernaba frente a aquella entropía. “Electro” -¿Llego tarde? Una pena. –Sonrió sin esperar respuesta mostrando una hilera de resplandecientes dientes. -Lo bueno se hace esperar. -Se quitó los guantes de lo que parecía piel de cabra uno a uno. Intenté salir corriendo de nuevo, pero su voz me atravesó los tímpanos. -Oh no, yo no haría eso. -Chasqueó la lengua con fastidio. Esbozó una expresión de desolación extremadamente exagerada. Me giré e intenté abrir la puerta, una dolorosa descarga eléctrica recorrió todo mi cuerpo desde el pomo de la puerta lanzándome hacia atrás. Un grito salió de mi pecho sin previo aviso. Me giré de nuevo hacia él. Parecía estudiarme decepcionado. -¿Tú eres el elemento del fuego? -Paseó su dedo pensativo por su mentón. -Esperaba algo más… ardiente. No estas en tus plenas facultades como puedo observar. -Se acercó un paso. Yo me quedé completamente bloqueada por el terror. -Tendré que esperar a que te recuperes por completo, con lo que odio esperar. -Me siguió observando con detallada parsimonia. Noté cómo sus ojos comenzaron a desprender chispas de algo que no me gustó en absoluto- Aunque por que tome un poco ahora no creo que pase nada, me lo merezco por el viaje ¿no crees? -Retrocedí un paso con miedo a volver a tocar la puerta. Con la rapidez de un rayo apareció a escasos centímetros de mí y me cogió por el cuello. Comenzó a presionarlo dolorosamente. Sus ojos se abrieron de placer mientras un gemido rompía el silencio. Noté una sensación horrible, mi energía sacudida y arrojada de mi cuerpo al suyo, sentí como me arrebataba mi energía. Me encontraba impotente y violada. -Debería parar, pero es tan placentero. -Su rostro adquirió una mueca aterradora mientras seguía absorbiendo la escasa energía que me quedaba. -Sería una pena matarte, tendría que esperar a que apareciera el nuevo elemento del fuego. Pero me es tan difícil parar al probarte.

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Estaba bailando con Diana en la pista de baile cuando algo me paró en seco. Una

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energía amenazante estaba acumulándose en alguna parte. Miré hacia todas direcciones, noté como el resto de elementos levantaban la mirada y se tensaban. Ellos también lo habían notado. Era una energía totalmente diferente, indescriptible, incesante, artificialmente intensificada. -¿¡Y Shira!? -Mi pregunta sobresalió entre la música como si una daga hubiera sido lanzada contra el violinista. Vi como todos buscaban aterrorizados entre la multitud. Corrí sin previo aviso hacia la peligrosa energía, llegué al pasillo, fui hacia la biblioteca, empujé la puerta. Lo que vi a continuación me convirtió en un animal guiado por la frialdad de su condición y el instinto más básico. Una imponente figura agarraba a una peligrosamente inerte Shira del cuello, al verme la dejó caer como un peso muerto, me lancé contra él, pero antes de que pudiera impulsarme me dedicó una retadora sonrisa y despareció como un rayo en el cielo. *

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Intenté patalear, pero fue inútil, todo se empezó a nublar, mi energía estaba siendo robada sin compasión de mi indefenso cuerpo casi sin vida. Un estruendo sonó lejano, noté el suelo golpeándome sin piedad. Aquella intensidad desapareciendo, dos ojos azules, furibundos y desesperados llamándome desde otro mundo. -Chris… -Oscuridad absoluta. Volví a la superficie de la conciencia, los párpados me pesaban como si tuviera una pesada tela metálica sobre mi cuerpo. Poco a poco fui abriendo los ojos, dejando que la tenue luz se adentrara en mi cerebro. Cinco caras familiares me observaban en silencio; Will, Aqua, Luz, Diana y Blade. Me notaba espesa, sin combustible, sin energía… -Shira, ¿cómo te encuentras? -Noté la mano de Luz sobre la mía. Intenté articular palabra, pero era como si estuviera en modo hibernación, cualquier gesto podría acabar con la poca energía que me quedaba. -No te preocupes, no hables si no puedes. Debes recuperar energía. -La puerta se abrió y apareció la señora Perquins con una bandeja de plata, el olor a tortitas me hizo casi sonreír. Después de que me ayudaran a comer, noté cómo mi nivel energético ascendía. Oí unas voces en el pasillo. Los ocupantes de la sala se dirigieron incómodas miradas. La puerta se abrió con un estruendo y Christian apareció en el umbral de ésta con su peligrosa mirada refulgiendo en un azulado fuego. -Debemos irnos ya. -Su tono no admitía réplica. Yo miré a Blade desesperada, él bajó la cabeza. -No, tengo que despedirme de Blade, se lo prometí. -Mi voz sonó ruda, no iba a dar marcha atrás. Christian chispeó furibundo. Se pasó la mano por el pelo en señal de nerviosismo. -Es peligroso que permanezcamos aquí, ya viste lo que pasó anoche. -Marcó cada una de las palabras con una frialdad que intentaba ocultar una desesperación latente. -¡No! -Mi voz fue un rugido de impotencia. Christian se acercó un paso amenazante, pero alguien le colocó la mano en el hombro desconcertándolo. Edward había aparecido detrás de Christian. La energía Edward-Luz hizo que me pitaran los oídos, era una habitación demasiado pequeña para los dos. -Déjala, no creo que Electro vuelva en un tiempo, no tendría energía que absorver. -La voz profunda de Edward resonó por toda la estancia. Christian se dio media vuelta y salió por donde había venido. Edward me dedicó una mirada de complicidad, “ten paciencia con él” me había dicho. Miró fugazmente a Luz y se fue con su elegante paso. Mi familia se pasaba todo el día conmigo. Estuvieron conversando largo y tendido en la biblioteca. Todos a excepción de Diana y Christian. Suspiré resignada notando aquel

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desagradable cosquilleo en mi vientre de nuevo, pensar que se pasaban todo el día juntos no me agradaba en absoluto, pero me negaba a creer que estuviera celosa. Podría decirse que estaba preocupada por Diana, no me gustaba que saliera con un psicópata. El sol lanzó sus últimos rayos del día. Yo me levanté de la cama y me dirigí a la terraza. Blade me esperaba sentado en una silla de exterior, había preparado otra a su lado, me senté y contemplé el cielo nocturno. Me saqué algo del bolsillo, era algo que había estado guardando para el día anterior, pero que dado lo ocurrido no pude entregárselo. -Toma, te lo quise regalar el año pasado para tu cumpleaños, pero con el ataque se me olvidó por completo. Te lo quise dar ayer pero… ya sabes. -Le sonreí tímidamente, no era gran cosa, yo no me podía permitir lujos, pero al verlo en una tienda de antigüedades pensé en él. Le tendí una pequeña bola de cristal con unas figuritas en el interior, una pareja paseaba de la mano por la orilla del Sena. Como Blade había nacido en Paris me pareció adecuado. Además, no era exactamente de su época, pero si de una similar. Sus ojos se abrieron emocionados y me dedicó una cariñosa sonrisa. -Muchas gracias Shira, no tenías por qué. Ya has hecho más que suficiente con este regalo. -Se señaló el cuerpo refiriéndose al regalo de la humanización. -Ambos regalos han sido un placer. -Le sonreí y volví la vista al cielo nocturno. Blade dejó la bola en la barandilla después de removerla para ver cómo unos artificiales copos de nieve caían sobre la feliz pareja. -Yo también tengo algo para ti. -Se metió la mano en el bolsillo y sacó un sencillo estuche azul oscuro. -¿Por qué? -Me gustaría que lo tuvieras, para que te acuerdes de mí. -Quise responderle que nunca podría olvidarme de él, pero abrí el estuche y las lágrimas amenazaron con desbordarse, no por el regalo en sí, sino porque empecé a ser consciente de que aquello representaba un adiós. Una preciosa pulsera de plata aguardaba a ocupar mi muñeca. Blade me la puso evaluando mi reacción. -Es perfecta. -Leí la inscripción, “siempre estaré a tu lado”. -Oh, Blade. -El nudo en mi garganta se acentuó. -Es para que cada vez que la mires te de fuerza, como la esperanza que tú me has regalado todo este tiempo. Y viendo los tiempos que te esperan la necesitarás. -Yo asentí agradecida. Ambos permanecimos en silencio aparentemente mirando el cielo. -¿Tienes ganas de ver a Elizabet? -Si, no puedes llegar a imaginar cuanto. -Después de un leve suspiro prosiguió. -Toda mi vida se puede resumir fácilmente en tres partes. El principio de mi vida, todo intenso y feliz. Tenía sus momentos, pero no era como cuando me convirtieron. Cuando estaba vivo sentí dolor, felicidad, alegría, tristeza… pero todo junto lo definiría como vivir, la etapa más feliz de mi vida. Cuando me convirtieron morí, dejé de sentir, dejé de vivir, he estado en un mismo estado desde que me convirtieron hasta que te conocí. Como si el tiempo transcurrido no tuviera importancia, como si mi vida solo tuviera dos partes y la que las une fuera un espacio inerte. No importa la cantidad de tiempo, sino la intensidad del tiempo vivido. Cuando te conocí volví a la vida, desperté de nuevo, volví a ser feliz. -Siguió con la mirada en el cielo, como esperando encontrar las palabras entre las estrellas. -Gracias de corazón Shira. -Alargó su mano y cogió la mía. Yo le sonreí y observé sus ojos, invariables desde que lo conocí, después de haber adquirido ese tono avellana de antaño, habían seguido igual, que curioso que todo el cuerpo cambie a excepción de los ojos. No por nada dicen que son el reflejo del alma, inmortal. Al mirarle a los ojos era como si sintiera al joven Blade a mi lado. Lo recordaba con aquella juguetona sonrisa justo antes de tirarme sobre la cama,

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mordiéndome el cuello, acariciando cada milímetro de mi piel, con aquella paz tocando el piano… aquel perfecto recuerdo en su cama, abrazados, riendo, conversando… Su brillante pelo entre mis dedos, sus tiernas palabras, su firmeza desaparecida, aquel atractivo y juvenil rostro, del que ahora no quedaba más que un pequeño rastro, inundado de profundas arrugas que simbolizaban su felicidad. Seguimos contemplando el cielo, yo escuchando sus viejas batallitas de cuando era joven, y él con una energía renovada, aumentando de emoción a medida que se acercaba el momento. El cielo comenzó a clarecer, Blade me miró exultante, me dedicó una sonrisa y clavó sus ojos en el cielo. Supe que aquella iba a ser su última sonrisa, observé su bello rostro mientras los primeros rayos de sol asomaron por el horizonte. El principio de un nuevo día, el fin de otro. Nuevas vidas, despedidas. La medida ancestral de tiempo, un día puede cambiarlo todo y a la vez ser tan solo un efímero día, una suma de pequeños cambios. Apretó su mano contra la mía sin desviar la mirada. Ví como la luz desintegraba cada partícula de su cuerpo en brillantes polutas de ceniza, una suave brisa lo apartó de mi lado, llevando las cenizas hacia las profundidades de los jardines, devolviéndolas al ciclo natural de la vida. Mientras, su alma ascendía a los cielos, deseando volver a su hogar. Las lágrimas comenzaron a desbordarse por mis mejillas. “Se ha ido”. Ya no estaba, a mi lado solo había una silla vacía, ya no le volvería a ver más, a escuchar, a tocar. Su carita sonriente, con su brillante pelo revuelto, sus resplandecientes dientes y traviesos ojos apareció en mi mente. Cogí la bola de cristal y la abracé junto a mi pecho. Me acurruqué en la silla y comencé a sollozar, lloré como hacía tiempo que no lloraba. Como desde la última vez que había perdido a un ser querido, aunque no recordara a quién.

CAPÍTULO

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Noté cómo unos brazos me elevaban de la silla y me llevaban lejos. Me desperté en movimiento, abrí los ojos y contemplé un frondoso bosque pasar a mi derecha. Comencé a despejarme, un característico olor a lavanda me embriagó. Giré mi cabeza y vi a Christian al volante. -¿Qué esta pasando? -Mi voz sonó ronca y mis ojos estaban hinchados de tanto llorar. -Nada, estamos de viaje. -¿A dónde? -Lejos, a un lugar seguro. -¿Dónde está ese lugar seguro? -En una cima de una montaña japonesa. -Ah. -Yo nunca había viajado a Japón, era algo que tenía pendiente en mi lista. -Ten. -Abrió la guantera y me tendió el envoltorio de algo parecido a una chocolatina. Debes comer algo, tienes que recuperar energía. -Debes, tienes, ¿va a ser así todo el viaje? -Cogí la barrita de mala gana y la abrí para morderla, para mi sorpresa no contenía chocolate, sino desalentadores grumos de algo amarillento. -¿Qué demonios es esto? -Una barrita de proteínas, contiene todo lo necesario para dar energía. -Por supuesto el chocolate no esta dentro de esa lista. -Le di un bocado y una mueca de desagrado inundó mi rostro. Sinceramente le agradecía todo lo que estaba haciendo por mí, pero no estaba de más saber hasta donde llegaba su paciencia. Como si fuera un peligroso experimento. -¿Hola? Llamando al sabor. -Miré la barrita interrogante hasta

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que vencida mi fuerza de voluntad la aparqué de nuevo en la guantera. -Si la empiezas no vuelvas a dejarla en el mismo sitio. -Luego me la acabo. -Ahora. -Christian señaló la guantera amenazante. -Correrás el riesgo de que te vomite en tu lujoso e impecable coche. -Él murmuró algo inaudible y yo seguí contemplando el paisaje regocijándome en mí misma. -¿No tienes música? -No quería despertarte. -Acerqué el dedo al reproductor y apreté el play. “By the Way” de The Red Hot Chilly Peppers inundó el coche. -Me encanta esta canción. -Comenté. -No está mal. -Él encogió los hombros como si le hubiera dicho que el cielo era azul. Yo bufé indignada. -¿No está mal? Es una obra de arte. -Me fijé en que su semblante pareció destensarse por un momento, pero enseguida volvió a su pesada máscara habitual. Al menos yo ya sabía que se podía resquebrajar. Cerré los ojos sin poderlo evitar y me dejé llevar por las notas musicales. Volví a abrir los ojos, esta vez me sentía más embotada que de costumbre. Un ruido que parecía lejano comenzó a apropiarse de mis tímpanos, “¿una turbina?”. Estaba sentada en una butaca blanca de cuero. A mi lado, tras una pequeña ventanilla, las nubes pasaban como si nada. -¿Volamos? -Si. -Christian estaba enfrente de mí, leyendo algo parecido a un libro viejo. -¿En primera clase? -En realidad es un jet privado. -Noté como mis ojos se abrían como platos. -Es de la empresa. -”Un jet privado manchado de sangre”. No quise comentar aquello, así que volví mi vista hacia las nubes. Christian le hizo una seña a alguien que se encontraba a mi espalda, me quise girar, pero me di cuenta de que estaba atada con el cinturón de seguridad. Al instante apareció una atractiva azafata de vuelo con un carrito lleno de comestibles. Me recordó a la película de Harry Potter y la Piedra Filosofal, en la escena del tren, donde una mujer aparecía con deliciosas chocolatinas de todas clases y Harry las compra todas “déme todo el carrito”. Solo que aquí el carrito era de Christian, mi canguro profesional, mi niñera. -Aquí si tienen “chocolate”. -El tono de Christian era retador, irguió una ceja mientras dejaba el libro a un lado. -Muy bien, tomaré eso de allí y aquello otro también. -Señalé unas cuantas chocolatinas y aquella simpática mujer me las dio. -Gracias. -Mi tono fue marcado. Comencé a abrir los envoltorios uno a uno y los engullí dejándome perdida de chocolate. -Será posible, ¿es que no sabes comer como las personas adultas? -Christian alzó el brazo y cogió unas servilletas de papel que había sobre una mesa auxiliar. -Acabas de comprobar que no. -Agarré las servilletas que me tendió y me limpié. Me fijé en el libro que estaba leyendo, La Regenta, de Leopoldo Alas Clarín. Me encogí de hombros: -No esta mal. -¿El qué? -El libro. -Ah. -Volví la vista otra vez por la ventanilla. El sol se reflejó en mi muñeca deslumbrándome. Me fijé con más atención. Era la pulsera de Blade. La acaricié con una sonrisa en el rostro. No pude evitar que una lagrimilla se desbordara por mi mejilla. Me la sequé rápidamente y comprobé disimuladamente que Christian no me hubiera visto. En ese momento me tensé al recordar algo.

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-La bola de Blade, ¿dónde está?- El pronunciar su nombre le dio un vuelco a mi corazón. Christian se metió la mano en el bolsillo de su chaqueta, sorprendido por mi cambio de actitud. Sacó la bola con la pareja paseando y me la tendió. -Aquí la tienes. -Gracias. -La cogí y me la guardé en el bolsillo. -¿Y el resto de mis cosas? -Traje toda tu maleta. -Ah. Podrías haberme dejado hacérmela a mí, o dejarme despedirme de todos. -Era demasiado arriesgado, además en tu estado no hubiera sido una buena idea. Necesitas más energía, no desgaste emocional. -Aquellas palabras no me gustaron en absoluto. Pero mejor pensado me había hecho un favor, yo odiaba las despedidas. No recordé haberme dormido hasta que aterrizamos y bajé del avión bajo la atenta mirada de Christian. Hacía viento, la flora no era la que yo estaba acostumbrada a ver y había mucha niebla. Estábamos en plena naturaleza, todo estaba desierto, parecía la base de una montaña. Un hombre rollizo apareció montando a caballo, a su espalda traía dos caballos más. Se bajó del corcel, le estrechó la mano a Christian, compartieron una serie de palabras desconocidas para mí. Christian le indicó algo con la cabeza en dirección a mí. El hombre asintió y me sonrió. Por un momento pensé que me estaba vendiendo por dos caballos. Yo le devolví la sonrisa algo inquieta. Para mi horror Christian ató las bolsas del equipaje sobre un caballo, quedando solo uno libre. Yo le miré con la ceja alzada. -Vamos sube. -Me indicó el caballo libre. -¿Y tú? -Yo montaré ese. -Señaló mi mismo caballo. -¿Qué? Yo se montar, no necesito que me lleves. -No lo dudo, pero no quiero que te duermas encima del caballo y acabes despeñada desde las alturas. -Resoplé indignada mientras le lanzaba un puntapié a una piedra que se interpuso en mi camino en un mal momento,”pobre transeúnte inocente”. Christian se subió al caballo de un salto, me tendió la mano, yo la acepté a regañadientes. El hombre rollizo nos observaba con una característica sonrisa. Comenzamos a ascender un serpenteante camino en dirección al pico de la montaña. El constante paso del caballo me tranquilizaba, pero notar el pecho de Christian pegado a mi espalda me producía un sospechoso cosquilleo bajo el vientre. Fui dando pequeñas cabezadas hasta que a lo lejos, entre la niebla, comencé a vislumbrar un edificio. Más bien parecía un amurallamiento. Era de arquitectura rústica con visibles características japonesas. Bajamos de los caballos a unos diez metros de las grandes puertas dobles que nos cerraban el paso hacia el interior de aquel extraño fuerte. El rollizo hombre se despidió con un efusivo movimiento de mano y se llevó los caballos cortándome toda la huida posible, a no ser claro está que me viera con fuerzas de desandar todo el camino de vuelta, cosa que lamentablemente veía imposible. -¿Qué es este lugar?-Mi voz sonó sobrecogida y algo ronca. -Es un dojo, mi dojo. -Y un dojo es… -Christian suspiró, aunque inesperadamente no de mal humor. -Un dojo es un lugar donde se entrenan a los ninjas, se les dota de disciplina y se les forja en las artes marciales. -Vaya, así que tú eres un ninja. -Christian asintió con la cabeza mientras escudriñaba la inhóspita muralla. -Éste no es un dojo cualquiera, es un dojo extremadamente exclusivo. -¿Cómo un colegio pijo? -Si, solo que totalmente al contrario, solo se aceptan a los candidatos potenciales, a los mejores entre los mejores, para luego convertirlos en verdaderos ninjas.

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-No es muy accesible. -Anoté mientras miraba por encima de mi hombro, hacia el serpenteante y agónicamente largo camino. -No, como ya te he dicho, no puede entrar cualquiera. El maestro Quin-Zen es muy estricto con su disciplina. -Aquello me puso los pelos de punta. Yo no es que fuera el ser más ágil del mundo, no recuerdo la última vez que hice una flexión, posiblemente porque nunca la había hecho. Me reprendí a mí misma. -Ejem… Christian, yo no soy un ninja. Como tú has dicho el maestro… bueno, el maestro solo deja entrar a los mejores, y siendo tan exclusivo no creo que deje entrar a alguien que ni siquiera puede tocarse la punta del pie con las manos sin doblar las rodillas. No creo que le entusiasme que traigas compañía. -Lo se. -Oh. -Lo se. Lo sabe ¿eso debería hacerme sentir mejor? No tuve tiempo de replicar, Christian agarró el equipaje, y con un paso que no admitía competencia se dirigió a la puerta. Fui detrás de él algo recelosa. ¿Querría matarme ahora que no estaba Edward delante para recriminárselo? Podría decir que fue un accidente. Deja de pensar tonterías Shira, si Christian hubiera querido matarte lo podría haber hecho mucho antes. Algo dentro de mí, algo que no me gustaba en absoluto confiaba plenamente en él. Esperé nerviosa detrás de Christian mientras éste golpeaba firmemente la puerta. A los dos segundos la enorme puerta se abrió con un chirrido. No podía ver nada, la espalda de Christian me tapaba cualquier ángulo. Y por el momento prefería que siguiera siendo así. Una voz desconocida sonó a escasos metros, Christian se inclinó hacia delante en señal de respeto, quedándome estúpidamente a la vista y completamente paralizada sin saber cómo reaccionar. Me decidí por hacerme la tonta y seguir en mis trece. Un hombre anciano apareció detrás de la gran puerta. ¿La había abierto él? Lo dudaba, aquí seguramente había llegado la mínima tecnología, se podían permitir un sistema de poleas para abrir aquellas enormes puertas. El hombre era de estatura algo baja, incrementada sin duda por su encorvamiento con la edad. Lucía algún tipo de toga, me recordó a la imagen de los mojes Shao-ling. Tenía el pelo blanco recogido con una larga trenza, al igual que su barba (solo que esta trenza no era más larga de unos centímetros). Christian y el hombre intercambiaron unas palabras en un idioma desconocido para mí, debía ser japonés, si no me fallaban las asociaciones de características lingüísticas. El maestro dijo algo con su voz suave y Christian me señaló con la cabeza. Yo me asomé por encima de su hombro, como un corderillo asustado, un corderillo que podría abrasarlos a todos (en sus plenas condiciones). Aquel hombre no parecía para nada un maestro cruel como el que mi imaginación había creído, es más, me recordó al maestro de la película de Karate Kid, el señor Miyagi. . Esbozó una sonrisa al verme, sus ojos achinados se curvaron aún más pareciendo dos UES invertidas. Yo le correspondí con otra tímida sonrisa. Pareció satisfecho. Asintió con la cabeza mientras Christian entraba y yo le seguía cercanamente. Un gran patio apareció delante de mí, pero a sabiendas de lo que se practicaba allí, me pareció más bien un cuadrilátero. A su derecha había un bonito jardín, todo ello rodeado por una gran cantidad de habitaciones con sus características puertas de papel. Había dos pisos, cada habitación daba a un corredero rodeado de columnas y guarnecido por un pequeño tejado (aproximadamente dos metros de ancho) de tejas verdes. Oí como la puerta se cerraba detrás de mi espalda. A parte del ruido de la puerta al cerrar, todo lo demás estaba sumido en un completo silencio entre la oscuridad de la noche. Seguí a Christian por unas estrechas escaleras a la izquierda de la plaza, hacia el segundo piso. Legué al corredero y nos introducimos en una de esas aparentemente pequeñas habitaciones.

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Estaba en lo cierto, era una habitación diminuta, y para mi horror descubrí que iba a tener que compartirla con Christian, aunque por aquella noche no me parecía tan horroroso, mañana tendría que asumirlo todo. Me tumbé sobre la cama con la ropa puesta, ni siquiera la deshice para poder meterme entre las sábanas. Tal como caí quedé rendida al cansancio y la extremadamente falta energética. Los rayos del sol se filtraron vete a saber por donde hasta llegar a arañar mis párpados. Me desperecé y abrí los ojos completamente desorientada. ¿Dónde diablos estoy? Empezaba el día con un vocablo grotesco, tal y como mi subconsciente me decía que lo acabaría. Oteé el aire con olor a comida recién hecha. Descubrí una bandeja de madera sobre la única mesa de la estancia, un escritorio al lado de la cama. Un biombo impedía la vista de la cama desde la entrada. El diminuto baño era el aseo que debía compartir con Christian. Me ruboricé al pensarlo y en como había caído rendida en la cama sin atreverme a preguntar dónde iba a dormir él. Él mismo me había “pedido” que durmiera en la cama. Duerme, me había señalado la cama y no recuerdo nada más. Abandoné mi cuerpo en presencia de ese ser, dándole la posibilidad de que experimentara en beneficio de la ciencia. ¿Me había traído Christian el desayuno? Después de todo podría ser que este sitio no estuviera nada mal, hotel cinco estrellas. Aunque algo me decía que no era todo reluciente y acertado. Cogí la bandeja y me dí el gusto de comer sobre la cama, nadie me estaba mirando. El desayuno constaba de una especie de pan al vapor muy blando, y algo dulce, -le pegué un bocado y saboreé aquel manjar. No está mal. -Un vaso de algún tipo de leche con un sabor fuerte y algo de pescado poco hecho (crudo). Al acabar el desayuno me quedé mirando la bandeja vacía, debía llevarla de vuelta, no quería depender completamente de Christian, y seguramente a él no le gustaba hacer de niñera de una niña de doscientos años. Me levanté y me dirigí a la puerta, se oía jolgorio del exterior, ayer no tuve oportunidad de ver a nadie excepto al maestro, era de noche y probablemente estaban todos durmiendo, seguro que en un sitio así había toque de queda. Me imaginaba a todos aquellos aprendices de ninjas como robots fríos y letales, una versión de Christian pero sin esos ojos y aquel cruel atractivo, aunque no estaría mal… Me quedé dándole vueltas a aquella idea en la cabeza delante de la puerta, dispuesta a abrirla, cuando Christian entró como una exhalación. -¿A dónde vas? -Su tono rozaba la grosería. Miré hacia todas las esquinas del techo sorprendida en busca de cámaras. -¿Es que me estabas espiando? -Su rostro se contrajo en una mueca de desconcierto. Bajó su mirada a lo que llevaba entre las manos, la bandeja. -Yo la llevo, no hace falta que salgas de aquí. -¿Pretendes que permanezca encerrada en esta celda de cuatro metros cuadrados? -Mi tono incrédulo le hizo alzar una ceja. -¿Prefieres una celda más grande? -Bufé ante su comentario. -Preferiría no ser una presa. -Christian suspiró contemplando las posibilidades. -De momento intenta no dejarte ver, ¿vale? -Aquello sonó a victoria por mi parte ¿por qué no estaba contenta de haber añadido un tanto a mi marcador personal? Me estremecí mientras una nueva pregunta rondaba mi mente. -¿Por qué no debería dejarme ver? -A diferencia del resto de preguntas, ésta poseía un tono algo temeroso. -No están acostumbrados a tener huéspedes. -La forma en la que Christian pronunció aquella frase me hizo entender; el recelo, el miedo, aquello solo desembocaba en la violencia. Si podía evitar una confrontación lo haría encantada. Me dí media vuelta asintiendo con la cabeza y me senté en la única silla del cuarto, en frente del escritorio, apoyé en él mis codos y suspiré abatida contemplando el precioso paisaje que se

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expandía por la pequeña ventana. Aquel iba a ser un viaje muy largo.

CAPÍTULO

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Llevaba dos días en esa minúscula habitación. Sin contar el hecho de que tenía que compartirla, aunque debía admitir que mi compañero apenas pasaba por ahí, solo a traer o retirar la puñetera bandeja con la comida. Echaba de menos las tortitas de la señora Perquins, aquellas guarniciones de pan y pescado estaban comenzando a darme nauseas. Si tenía suerte, algunos días lo combinaban con arroz blanco. Estaba imaginándome cómo les echaba sirope de chocolate a aquellas maravillosas tortitas cuando el estómago comenzó a rugirme con furia. “Se supone que debo ir perdiendo el apetito”. Bajé de la cama, los últimos dos días allí enclaustrada me habían ayudado a recuperar algo de energía, para ser sincera, cuando llegué tenía las reservas tan bajas que ni siquiera podría haberme movido de aquel cubículo aunque Christian no me hubiera advertido sobre el resto de habitantes de aquel dojo. “Que raro”. Hubiera jurado que Christian se retrasaba en traerme el desayuno. Me levanté y me quedé pensativa observando la ventana. Era una imagen realmente espectacular, una circunstancia especial que sientes que debería ser inmortalizada, como cuando se te cae una tostada de mantequilla de cacahuete por la parte untada y queda adherida al suelo formando un curioso lienzo en la baldosa, mientras tu maldices la fuerza de la gravedad, o como cuando alguien queda recortado de perfil contra la luz del atardecer. Recorrí la estancia con la mirada, no encontré lo que buscaba, así que me dirigí al baño y cogí papel higiénico. Me senté en el escritorio y comencé a plasmar la imagen con ceniza sobre el papel higiénico (no es que se le pudiera llamar estrictamente papel higiénico, pero era apto para sacar a alguien de un apuro). Para la ceniza quemé algunos trozos de ese papel algo grueso. Me unté los dedos y quedé realmente satisfecha con el resultado. No recordaba haber pintado nunca, pero en ese momento había sentido la gloriosa necesidad de hacerlo. Después de mi momento artístico me quedé de pie en la pequeña estancia, sabía lo que debía hacer, no podía seguir demorando aquel momento, pero estaba exprimiendo al máximo los cómodos últimos minutos de tranquilidad. Me dirigí a la puerta, pegué el oído a ella, se podían distinguir distintos ruidos provenientes del exterior. Inspiré profundamente y empujé la puerta corredera de papel (estilo japonés). La pequeña plaza que había visualizado a mi llegada apareció bajo mi campo visual, estaba repleta de intimidantes figuras. Estaban todas en una agrupación perfecta de filas. Todos acompasados realizaban los mismos movimientos, me recordó a la película Mulán. Reconocí al maestro observando pensativo a sus alumnos. Me senté en el corredero superior con las piernas colgando. Paseé la mirada entre los aspirantes a ninjas pero no encontré ni rastro de Christian. Agradecía estar “parcialmente” al aire libre. Algo parecido, o directamente un “Gong” sonó a lo lejos, provenía del pequeño jardín Zen. Agudicé la mirada, había una sala algo espaciosa con mesas. “Supongo que es el comedor”. Mis tripas rugieron instantáneamente. Los alumnos se flexionaron hacia delante todos al unísono, realizando así una reverencia y rompieron filas. Sin la necesidad de ejercitarse, algunos ojos repararon en mí. Me estremecí al cruzarme con sus miradas, pero seguí inmóvil en mi sitio. Noté cómo me señalaban con la cabeza y murmuraban. Se formó un corro en aquella plaza cuadrada, para mi sorpresa se colocaron un alumno

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en frente de otro. Ambos eran de complexión atlética, solo que uno algo más alto que el otro. Poseían rasgos orientales y ropas holgadas, pero que se ajustaban en las extremidades (estilo ninja). Todos iban de blanco. Los dos jóvenes del centro comenzaron a luchar, me sorprendió ver que se trataba de un arte antes que de una pelea desagradable (claro está sin tener en cuenta al joven que recibe los golpes), fue entonces cuando comprendí el nombre de “artes marciales“. Parecía una danza, completamente coordinada, se lanzaban golpes que el otro esquivaba y así sucesivamente, hasta que la cosa avanzó y uno de aquellos luchadores acabó en el suelo con la nariz sangrando. Al parecer era un ejercicio por libre, el maestro no estaba con ellos. Reconocí a dos chicas en la pista, me impresionó su agilidad a la hora de luchar, era increíble. Me di cuenta de que tenía ganas de aprender, necesitaba saber defenderme, aquella sensación de impotencia cuando Electro me agarró me perseguía. Odiaba sentirme así, vulnerable, débil, quería aprender a defenderme. Sin saber a qué se debió, sentí que en antaño también quise aprender artes marciales, un “deja vu“. Después de un largo rato observando pude establecer una jerarquía. Las dos chicas y otros tres chicos parecían los más aventajados, en especial uno de pelo algo largo, lo llevaba de punta y poseía las manos de un artista del piano, tocaba a sus oponentes con tanta elegancia que parecía apretar teclas de mármol. La doble puerta se abrió y una figura que me era apasionadamente familiar apareció formando silencio. Christian llegó y se acercó al grupo con paso firme pero felino, su especialidad. Llevaba unos pantalones del mismo estilo que el resto de alumnos, pero de color negro, quedando expuesto entre la monotonía del blanco. El círculo de gente se abrió y le dejó pasar al centro, donde el otro joven estaba saboreando su reciente victoria. Christian y el otro chico se dedicaron un par de palabras y se sonrieron amistosamente. El joven le susurró algo y ambos me miraron; la mirada de Christian me hizo sentir como una niña que ha desobedecido al profesor. Pero el ambiente se tornó completamente serio en cuanto comenzó la lucha. Ahogué un grito al ver a Christian cambiar por completo al zambullirse en aquella extraña danza. Sus movimientos era firmes, letales, pero con incluso más elegancia que aquel otro que tocaba el piano. Me recordó a una cobra, espléndida, hermosa, pero letal. El contrincante del pelo de punta saltó hacia Christian, éste dio una voltereta hacia atrás, el contrincante pareció verlo venir, así que antes de que Christian tocara el suelo le estaba esperando con un puñetazo -que a mi entender parecía poseer la fuerza necesaria como para abrir un boquete en una pared de hormigón- Christian se agachó justo a tiempo, rotó y lanzó su pierna a ras del suelo contra las de él, el chico del pelo de punta cayó, pero no se dejó vencer tan fácilmente, rodó por el suelo quedando a una distancia prudencial, se levantó y comenzó de nuevo. Pude ver la espalada descubierta de Christian, tenía tatuado un enorme dragón alado de un tono azulado, aquello me produzco un creciente cosquilleo en el vientre. Me hubiera gustado poder repasar las líneas de aquel tatuaje con las yemas de mis dedos sobre su suave piel. Christian saltaba, volteaba, y finalmente derribó a su oponente con una patada que dejaba una seria duda sobre la existencia de la gravedad. Fueron pasando contrincantes uno detrás de otro, algunos se fueron marchando hacia el comedor, solo unos pocos se quedaron contemplando los combates. Ahora la contrincante era una de las dos chicas, la del pelo largo y liso. Tenía el cuerpo de un cisne, alto y fino. El maestro apareció en una esquina, nadie pareció percatarse, me sonrió y señaló hacia el comedor, yo asentí agradecida e intimidada. Bajé las escaleras inspirando y espirando. Pasé por detrás de la pista donde aún quedaba un grupo reducido de gente y entré en el comedor. El jolgorio cesó y todas las miradas cayeron sobre mí. Me acerqué donde reposaban las bandejas, cogí una y me dirigí donde las robustas cocineras repartían el alimento con la mirada en el suelo, contando aquellas tablas de madera que

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ejercían de baldosas. Después de llenar mi bandeja me senté en la mesa más alejada, completamente sola. Aquello me recordó al primer día de instituto, hacia siglos de aquello. El vapor que surgía del blando pan se me metía en los ojos, cogí aquellos endiablados palillos con los que iba a hacer el ridículo intentando comerme aquel resbaladizo arroz. Primer intento: abrí los palillos en un ángulo de treinta grados, aplasté unos míseros granos que quedaron sujetos entre ambas piezas de madera, el pulso me temblaba a causa del esfuerzo de mantener los granos entre los palillos, acerqué mi hambrienta boca a los apresados granos, los palillos comenzaron a moverse con peligrosa violencia. Saqué la lengua desesperada, pero aquellos granos de arroz volvieron a caer al bol. Segundo intento: introduje los palillos juntos a modo de cuchara en el bol, conseguí cargarlos con una moderada cantidad de arroz, los acerqué a mi boca saboreando la victoria. Unas manos se apoyaron firmes en mi mesa, dejé caer los palillos alarmada. Dos ojos refulgían letales llamaradas azules. Contemplé fastidiada como el arroz había vuelto al bol sin saciar mi creciente apetito. -¿Por qué has salido? Te dije que era peligroso. -Su voz me rozó la piel como una daga amenazando mi cuello. Me estremecí involuntariamente. -Morir de hambre sería una muerte más lenta y dolorosa. -O al menos eso quería creer. Se pasó la mano por el cuero cabelludo algo cansado. ¿Acaso le cansaba yo, u otra cosa había producido su actual estado? Me fijé en su mejilla, tenía una pequeña, pero profunda raja. Tuve la necesidad de acercar mi mano y acariciarla, pero en cambio apreté mis manos contra la mesa, clavando mis huellas dactilares sobre la madera, “es Christian, no un cachorrito abandonado”, me reprendí por mi estúpido impulso. -Lo siento, no he llegado a tiempo. -Para mi asombro se disculpó por no haberme traído el desayuno a la cama, ¿cuantas mujer querrían eso? -¿Qué te ha pasado en la mejilla? -No ha sido nada. -Respondió tajante ante mi interés. Como de costumbre no iba a revelerme nada. Decidí cambiar de tema. -El maestro me dijo que bajara. -¿Eso te dijo? -Christian suspiró y paseó la mirada en busca de “algo” o alguien por el comedor. -Esta bien, pero ten cuidado, en cuanto acabes subes arriba de nuevo, ¿entendido? -Si sargento. –Asentí, subí mi mano a la frente y volví a bajarla en forma de saludo militar. Christian negó con la cabeza exasperado y se fue dándome la espalda. Se sentó en una de las mesas más llenas, al lado del chico del pelo de punta. Él le sonrió y Christian “sorprendentemente” le devolvió el gesto. Otra inconfundible prueba de que solo me tenía alergia a mí. Tercer intento: el mecanismo del segundo intento me hubiera dado un buen resultado (si no llega a ser por aquella desagradable interrupción). Así que acerco los palillos ya cargados a mi boca, pero el estruendo de una bandeja contra mi mesa me hace maldecir mientras los granos de arroz se dispersan por el suelo. -Hola, soy Nikita, pero la gente me llama Niki. -La chica del pelo corto se había sentado en frente de mí. Parecía muy alegre, yo guardaba algo de recelo, su comportamiento, aunque lejos de ser normal, no encajaba con la descripción de “peligroso” que Christian me había dado sobre el dojo. -Yo soy Shira, puedes llamarme Shira. -Niki rió, yo sonreí, me había conquistado sin apenas esforzarse. “Eres un hueso duro de roer, eh Shira”, comentó sarcásticamente mi conciencia. -¿Eres japonesa? -Su acento era estadounidense, hablaba inglés fluidamente, pero sus característicos rasgos eran orientales. Tenía unos bonitos ojos

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avellana, su forma le hacía parecer atractivamente exótica a mí ver. Su pelo también castaño, le llegaba liso por debajo de las orejas, un corte limpio y perfecto. Su entusiasmada alegría me recordó a Diana (cuando no está refunfuñando por algo), a decir verdad no tenía ni idea de por qué me recordaba a ella, supongo que porque ambas eran directas. -Si, pero mi padre es de Nebraska. -Ah. -Vaya, tú eres la famosa “amiga” de Christian. -Se quedó estudiándome detenidamente mientras su comentario me producía un efímero atragantamiento de arroz, “a la tercera va la vencida”, si, había conseguido que el arroz llegara a mi boca, y ahora me arrepentía de ello. -No soy su “amiga”, soy su trabajo. -Niki parecía divertidamente confusa. Ladeó la cabeza hacia un lado interrogativamente. -¿Es tu protector o algo así? -Más bien mi niñera. -Niki volvió a reír y yo me contagié de su infantil risa. -Es extraño, nunca antes nos había hablado de nadie, y menos traer a otra persona. Debes de ser de oro o algo así. -Me cogió la mano y se la acercó a los ojos para observarla con atención. Yo reí ante su comentario. Miré alrededor, todos los presentes habían vuelto a sus rudimentarias conversaciones, alguna que otra miradita de refilón, pero sí había alguien que no me sacaba ojo de encima. Y no de una forma muy agradable. Me revolví incómoda en el asiento. Niki se percató de mi repentino cambio de actitud, siguió mi mirada y resopló volviendo la atención a su aún intacta bandeja. -Esa es Heire. No te preocupes, suele ser así con todo el mundo, bueno con casi todos en excepción de… -Niki movió su cabeza en dirección a Christian con un imperceptible movimiento. -¿Christian? -Si, ya sabes, todas estamos babeando continuamente por él, pero en el caso de Heire es casi una obsesión. Y claro, él te ha traído a ti… ¿me sigues? -Niki comenzó a comer con una envidiable agilidad con los palillos. -Pues para su información, Christian me detesta, es más, va más allá del asco. -Seguí con mi ya casi frío arroz. -No creo que le haya llegado aún esa información. Yo que tú tendría ojo por aquí. -Yo bufé indignada. ¿No era ya mayorcita como para recibir amenazas de una adolescente encaprichada? Ante mi aparente silencio, Niki decidió llenar el espacio con una nueva conversación. Volvió a estudiarme detenidamente, esta vez su interés se concentró en mis ojos. -¿Eres como él? -Dios no, yo no soy Ninja ni nada por el estilo. -Eso ya se ve. -Señaló con una sonrisa mi infructuoso estilo con los palillos. -Me refería a… bueno, todos aquí sabemos que él es especial, cuando entramos aquí tenía el mismo aspecto que ahora, y en mi caso fue hace ocho años, yo tengo diecinueve y el debería tener casi treinta. -Ah. -Por fin entendí por donde iban los tiros. -Bueno, algo así. -Vuestros ojos son distintos, aunque en tu caso no tanto. -Si, mi caso es un tanto complicado. -Si Niki pretendía que le diera más información no lo aparentó. -¿Tú también eres Ninja? -Espero serlo en un futuro. Quiero llegar a ser la mejor Ninja “humana” del mundo. Aspiro a entrar en la empresa de Edward Petemberg. ¿Lo conoces? Por estos mundillos su empresa es la élite de los que pretendemos dedicarnos a las artes marciales. -Por no decir asesinos a sueldo. No podía imaginarme como alguien aspiraba a ser asesino. -Si, algo he oído sobre él. -Ante mi expresión de rechazo Niki se apresuró a explicarse.

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-No me refiero al asesinato a sueldo, sino al espionaje. Aunque si las cosas se tercian… -Si, vale, ya me lo imagino. Entonces, ¿tú no eres Ninja? -No, aquí estamos los aprendices, aspirantes a Ninja. -Christian ya es uno ¿no? De Ninja me refiero. -Aja, el mejor que se ha conocido. -Sus ojos se iluminaron de admiración. -Y ¿por qué sigue viniendo? -Porque para muchos de nosotros, este dojo es nuestro hogar, algunos no han conocido otro lugar, u otros simplemente lo consideran así. -Aquello me dejó pensativa, Christian se llevaba relativamente bien con Edward, aunque si realmente sabía la causa de la muerte de sus padres podría imaginarme que considerara esto su hogar. Y no al lado de Edward, por mucho que le apreciara, si es que le apreciaba. Terminé de comer y volví a mi sitio en el corredor. El resto emprendieron sus clases en la pista, Christian se unió a ellos. Parecía jovial entre sus compañeros, compartía risas y bromas, sin saber por qué, aquello me removió el corazón. Aunque lo adjudiqué a la monótona dieta de carbohidratos. En cuanto Niki acabó su entrenamiento acudió a hacerme compañía desde mi torre de marfil. -Ese es Sicuro. -Señaló al chico del pelo de punta. -También es un Ninja. Es uno de los casos en los que no tiene otro hogar. Pero no quiere unirse a ningún tipo de asociación, él va por libre, sin necesidad de un empleo. -Vaya, es bueno. -Comenté. Después de haberlos observado durante todo el día, Sicuro era el mejor, junto a Heire y Niki. -Si, aunque no tanto como yo llegaré a ser. -Te veo muy segura de ello. -Por supuesto. -Niki rió mientras se balanceaba como una niña pequeña en el estrecho corredor. Agradecía inmensamente su compañía, hacía de mi cautiverio algo llevable. Me preguntaba por qué había decidido venir a hablar conmigo. Supuse que ella también echaba en falta algo de compañía femenina. En el dojo solo tenía a Heire, y ésta no parecía muy agradable. Como si hubiera leído mi hiriente pensamiento, Heire me dedicó otra mirada envenenada desde la pista. -No le hagas ni caso. -No te preocupes. ¿No te estás ganando su enemistad por hablar conmigo? -Niki rió ante mi pregunta. -A Heire no le hacen falta motivos para enemistarse. Ella es así, fría y despiadada. Es de pocas palabras, pero pobre de ti si te dedica alguna. -Niki exageró el tono dándole un ápice cómico que me hizo sonreír. -En mi país las llamamos arpías. -Sin saber por qué me vino a la mente una pelea entre Mimi y Heire- ¿No te da miedo pelearte con ella? -Niki bufó negando con la cabeza. -No, yo puedo con ella. Además, todo está aquí. -Se señaló la cabeza con el dedo índice. -La mayoría de mis contrincantes son más fuertes físicamente, lo que cuenta es la fuerza psíquica. -Yo asentí pensativa, me recordaba al anuncio en el que un hombre intentaba doblar una cucharilla de postre con la mente, no recordaba de qué era el anuncio ¿un coche?, daba lo mismo. El gong sonó despertándome de mi ensoñamiento. -A cenar. -Niki se levantó con una energía que yo no poseía. Fuimos juntas al comedor y nos sentamos en la misma mesa que en la comida. Casi se me saltaron las lágrimas al ver que para cenar había fideos. -Si que tienes que tener fuerza mental para comer lo mismo todos los días y seguir viviendo. -Niki me respondió con una sonora carcajada y atacó sus fideos sin darles tregua. Después de observar como Niki devoraba los fideos de diez en diez a una velocidad increíble decidí seguirla, aunque sin tanta destreza con los palillos. Estaba inmersa en mi comida cuando oí un tono de voz demasiado agudo para una

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conversación amena. Levanté mi mirada y vi horrorizada a Heire plantada detrás de Niki. Ésta se dio la vuelta rápidamente y comenzó lo que yo creí que era una discusión -por los aspavientos, la ira contenida en los ojos de Heire, la expresión retadora en el rostro de Niki, no lo sabia con certeza, hablaban un idioma desconocido para mí, seguramente japonés, “nota mental, añadir aprender japonés a mi lista de todo lo que quería hacer antes de morir” - Niki se levantó y no retrocedió ni un paso. Heire cogió el pan de ésta de la bandeja y lo aplastó con fuerza, pude ver una incipiente vena en el cuello de Heire latiendo amenazadoramente. Todas las miradas estaban clavadas en mi mesa. Aunque aquella vez, Christian no estaba. Antes de irse, Heire me dedicó una mirada, que podría decir de todo fuera del léxico amigable, acompañada de unas palabras hacia Niki que sí que entendí, aunque las pronunció con un marcado acento japonés. -No deberías juntarte con extranjeros. -Dicho aquello nos dio la espalda y se fue por donde había venido. No me di cuenta de que había estado apretando las manos con fuerza sobre la mesa, dejando las marcas ennegrecidas de mis dedos sobre la madera. Recé para que nadie se diera cuenta e interrogué a Niki con la mirada. Ella me dedicó una dulce sonrisa. -No te preocupes por ella, ya te dije que tenía malas pulgas. -Siguió como si no hubiera pasado nada, miró con tristeza su pan desecho. Le ofrecí el mío, pero lo rechazó amablemente. Después de aquel incidente comencé a preocuparme por las amenazas de Heire, no por mí, sino por Niki, ella era la que tendría que convivir con Heire, yo solo estaba de paso, o eso creía, ya que mi guía no me había aclarado nada. Después de cenar cada uno se fue a su habitación, subí las escaleras y me metí en la mía. Fui al diminuto cuarto, me puse el pijama y al salir me encontré con Christian sentado en la silla del escritorio mirando mi dibujo. -Antes no pintabas tan bien, de hecho, antes no sabías pintar, ni siquiera un árbol. -Su mirada seguía en el trozo de papel higiénico untado de ceniza, mientras se pasaba inconscientemente el dedo por el mentón pensativo. Me gustó ese gesto inocente, sabía que muchos gestos eran hereditarios ¿lo sería ese, lo habría heredado de su padre biológico? -Gracias, supongo. ¿Cómo sabes que antes no sabía pintar? -Estaba contigo en clase, ¿recuerdas? -Si, pero allí no pinté, ¿o si? -Me toqué la barbilla con la mirada perdida intentando recordar. Me vino a la mente el olor a lapiceros y el jolgorio del alumnado, pero en cuanto quise indagar más, la imagen de una mano con un anillo de plata sobre la mía, revolviendo con una cuchara un compuesto químico, pasó efímeramente sobre mis ojos, seguidamente el familiar pinchazo con la espesa neblina. Me llevé las manos a la sesera mecánicamente. Abrí los ojos, me encontré con Christian observándome con el semblante serio. No quise darle importancia, quería que me siguiera explicando cosas. -¿Cómo es posible que antes no supiera y que ahora si? -Antes rechazabas tu esencia e intentabas reprimirla, ahora está libre. El arte es libre, por ello antes no podías dejarte llevar, no podías hacer arte, te reprimías. Ahora tus cualidades artísticas fluyen libres como tu esencia. -Me acordé de cuando desperté en casa de Edward y Blade me explicó mi estado y yo le pregunté de dónde había sacado tanta información sobre los elementos, me había contestado que se lo había dicho Christian. Ahora lo creía, Christian parecía una enciclopedia. Me preguntaba si no dominaba algo. Suspiré y me senté en la cama. Christian fue al fondo visible desde mi perspectiva de la habitación y sacó su katana de su funda. Me quedé sorprendida al ver la brillante y mortal arma. Era algo terriblemente imponente, sobre todo en las manos de Christian,

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una imagen terroríficamente hermosa. Era de un tono azulado, como sus ojos. Su afilada forma me recordó algo. -¿Cómo te han hecho lo de la mejilla? -Un mal movimiento en el trabajo. -Aquella respuesta, lejos de tranquilizarme me hizo excavar un túnel hacia el exterior para respirar. “¿Para qué preguntas si sabías que no te iba a gustar la respuesta?” -¿Has matado a alguien hoy? -Mi pregunta no pareció sorprenderle. -Si. -Se dirigió al baño y lavó su espada con sumo cuidado. -¿Tienes más como esa? -Señalé su espada, Christian pareció horrorizado. -No, esta es única, se llama Heiless. Fue diseñada por un experto en katanas solo para mí, un amigo de mi maestro. -Christian miró orgulloso su katana y la devolvió a su funda. -¿Por qué no usas tu poder y ya está? -Por varias razones; la primera es que cualquiera podría seguirme el rastro, saber a quién he matado, no es muy común ir dejando cadáveres congelados. La segunda es porque levantaría preguntas, incluso en el mundo humano. Y la tercera y más importante, porque quiero demostrar que no soy el mejor por mi poder, sino por mí mismo, que lucho en las mismas condiciones y gano, que no necesito el hielo para vencer. -¿Es que no te has dado cuenta? -¿De qué? -Pues que aunque no invoques hielo lo usas constantemente. -Christian ladeó la cabeza confundido. -En cada movimiento que ejecutas lo usas, tu rapidez, tu asombrosa agilidad, fuerte, afilado, frío y letal como el hielo. -Su rostro se contrajo en una sonrisa, la primera que me dedicaba desde que lo conocí, aunque sonara a tópico debía decir que me dejó “helada”. -Pues entonces quédate con las dos primeras razones. -Después de un acostumbrado silencio decidí arriesgarme y conseguir mi propósito. -Christian. -¿Si? -Él estaba entretenido revisando sus armas. -Quiero aprender artes marciales, karate, o lo que sea que se aprende aquí. Necesito saber defenderme. -Iba a seguir con mi apresurada argumentación, pero Christian dejó a un lado sus armas, me miró y asintió con la cabeza. -De acuerdo. Con la condición de que yo te entrenaré. -Yo asentí entusiasmada con la cabeza. -Pero si aceptas será en serio, no podrás dejarlo en cuanto se te pase tu capricho. -No lo dejaré. -Respondí algo malhumorada. -Esta bien. Pero primero debes obtener resistencia. No puedes lanzarte a la piscina sin saber nadar. -¿Vas a empezar con jerga de Kun fu? -Christian sacudió la cabeza exasperado. ¿Cómo cojo resistencia? -Footing, flexiones, abdominales. Toda clase de ejercicios para fortalecer tu cuerpo. Aquí no tienes espacio para hacer footing, y tampoco energía suficiente como para empezar con el resto de ejercicios. -Si que tengo, observa. -Me tumbé en el suelo he intenté hacer una flexión, pero los brazos comenzaron a temblarme cuando intentaba levantar mi torso apenas unos centímetros y caí al suelo. -No ha sido por la energía, es falta de fuerza, nunca he hecho ejercicio físico. -Sin contar el sexo, estaba implícito. Christian volvió a sacudir la cabeza. -Tenemos mucho trabajo.

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CAPÍTULO 36 -Shira, levanta. -Noté el sabor textil de la almohada en mi boca. Abrí lentamente los ojos para comprobar que realmente Christian estaba intentando despertarme. Me encontré su rostro a dos metros de distancia, ladeado y con un aire infantil. -Si realmente quieres empezar a desayunar en el comedor debes hacerlo a la misma hora que el resto. -¿Es que acaso aquí se desayuna de noche? -Dirigí una mirada al oscuro cielo que se expandía por mi ventana. -¿Qué hora es? -Las seis de la mañana. -¿Aun es tarde para pedir que vuelvan las bandejas a mi cama? -Gruñí desperezándome. Odiaba madrugar. -Vamos. -Christian salió de la habitación, supuse que para darme algo de intimidad. Se lo agradecía infinitamente. Remoloneé en la cama un par de minutos, después me levanté resignada y me fui al baño para asearme. Me puse lo primero que encontré, unos vaqueros y una sudadera. Salí al exterior y me dirigí al comedor. Si no fuera por mi temperatura corporal habría tiritado de frío, realmente refrescaba en aquel lugar, y sin mencionar a aquellas horas. No había ni un alma en pena en la pista, estarían en el comedor; “todos son estrictamente madrugadores en esta cárcel“. Madrugar me ponía de mal humor, pero mejoraría con un buen plato de tortitas. Mi esperanza decayó en cuanto aquellas fornidas cocineras pusieron mi desayuno en la bandeja; pan al vapor y arroz. Me entraron ganas de llorar. La cosa mejoró al ver a Niki sentada en “nuestra” mesa zampando con su habitual agilidad su plato de arroz. -Buenos días. -Su buen humor continuo era envidiable. -¿Estas segura de que son buenos? Ni siquiera creo que sea estrictamente correcto llamarlo día, aun se pueden ver las estrellas en el cielo “nocturno”. -Mi malhumorado comentario le hizo reír. Yo sonreí, me encantaba su personalidad. -¿Cuánto tiempo te queda para ser una Ninja en toda regla? -Le pregunté. Ya íbamos por el último bocado del desayuno. -Bueno, cuando el maestro cree que estás preparado te convoca para la prueba final, lo que llamarías un rito de formación. Si lo consigues, ya tienes un nombre en la sociedad en la que nos queremos integrar la mayoría, y empresas como la de Edward Petemberg se empiezan a interesar por tu trabajo. De aquí es de donde sacan a sus “trabajadores”. -Asesinos a sueldo y espías. -Niki asintió sin darle importancia mientras acababa su desayuno. Después de desayunar me fui a mi cuarto, no estaba hecha para andar depie a esas horas. Iba a tumbarme en la cama cuando vi un block encima del escritorio. Me acerqué y comprobé que era un block de dibujo, pasé las hojas, todas estaban en blanco, parecía nuevo. Su tapa era dura y de color marrón, tirando a papiro. Al lado del block había un estuche con una gran variedad de utensilios de dibujo, la mayoría ni siquiera sabía para qué servían (para pintar estaba claro, partiendo de ese hecho). Me senté en la cama mientras observaba aquel instrumental. “¿Me lo ha regalado Christian? Y si es así, ¿por qué?” La única respuesta que se me ocurría era para mantenerme ocupada y no ser un incordio. Aún así, aquel regalo me emocionó, y no me gustaba que un hombre pudiera emocionarme de aquella manera, si seguía así

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acabaría loca (por él), y no me agradaba en absoluto. “Te tiene asco, y no es tu tipo para nada, es un psicópata”. Por más que lo intentara no podía quitarme la sonrisa de idiota de mi cara cada vez que veía su obsequio y me acordaba del detalle que había tenido conmigo. Decidí salir a mirar los entrenamientos. Observar con regocijo el esfuerzo físico de los alumnos, desde las alturas, sentada en mi trono de marfil (no proveniente de colmillos de elefante), saboreando ahora que podía mi comodidad, ya que pronto estaría sufriendo con ésos u otros ejercicios físicos. Me senté en el corredor con mi nuevo block en la mano, deslicé las piernas entre las barras de la barandilla y las balanceé infantilmente. Las horas pasaban al igual que los distintos ejercicios, ya había visto una gran gama de movimientos. Era como ver la saga completa de Bruce Lee. Miraba a los alumnos en general, a Niki con su agilidad, a Sicuro con su elegancia, a Heire con su fiereza. Niki hablaba con Sicuro, reían, Christian se unía a ellos, de vez en cuando incluso Heire. Eran un grupo bastante variopinto. Estaban con uno de esos ejercicios de formación, seguí los movimientos fila por fila hasta que mi mirada se cruzó con la de Christian. Me quedé totalmente paralizada y en blanco, mis piernas dejaron de balancearse y mis manos comenzaron a sudar. “¿Qué hago?” “¿Le susurro gracias?” “¿Me hago la loca? no sería correcto, ¿o si?”. Me decanté por sonreírle agradecidamente, no sabía si la intención de la sonrisa se podía captar, a mi entender era igual que una mecánica sonrisa de “Gracias por su visita, vuelva pronto”. Christian dirigió su mirada hacia el block que descansaba en mi mano y se encogió de hombros modestamente, se dio la vuelta y siguió con el ejercicio. Seguí paseando la mirada hasta encontrarme con una destilería de veneno procedente de Heire, me observaba iracunda, mi estúpida sonrisa se desvaneció y los pelos de mi nuca se erizaron como los de un gato en alerta. “¿Qué coño le pasa a esa?” Ya sabía lo que le pasaba, pero mi impotencia me hacía decir tacos, ella era la causante de que mi vocablo se volviera ordinario. Me atreví a resoplar e ignorarla, alcé la cabeza, supuse que aquello le desagradaría, no me molesté en comprobar si seguía mirándome, pero por si acaso no cambié mi gesto de indiferencia. Por fin el Gong que anunciaba la hora de la comida sonó y corrí al comedor (no corrí físicamente, pero mi espíritu aguardaba impaciente junto a la cacerola de fideos). Me senté con Niki y conversamos animadamente. Me había llevado mi block, lo que suscitó preguntas de mi curiosa compañera. -No, aún no lo he estrenado. -Le respondí con la boca llena de fideos (una falta de educación por mi parte, pero a ella no pareció importarle), con el hambre que tenía no podía esperar a hablar para comer. -¿Se te da bien pintar? -Ella parecía más ilusionada que yo. -No lo sé. -Dicho aquello me encogí de hombros y nos acabamos la comida. -¿Podrías probar con un retrato mío? -Si, lo intentaré. -Me pareció una buena idea. En cuanto volví a mi corredor y Niki a su entrenamiento, abrí el block y comencé a trazar líneas libremente. Ahogué un grito cuando los trazados comenzaron a tomar forma, para mi sorpresa no fue Niki quien apareció, sino Christian, con una mirada intensa que me descubría el alma, aquella mirada que me hacía sentir completamente desnuda y vulnerable. Su semblante era serio, como el que solía usar cuando luchaba, en su elemento. Me sonrojé al admirar mi dibujo, pasé la página y esta vez intenté a toda costa que el retrato fuera el de Niki. Niki luchando, Niki en el ejercicio de katana, pero con el palo de madera que usaban para entrenar, con Sicuro, las líneas definidas de su cuerpo, intenté plasmar su carácter jovial con un toque infantil. Su sonrisa, su boca de piñón, una sombra por aquí, otra sombra por allá para darle perspectiva,- “sombra aquí, sombra allá, maquíllate,

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maquíllate”, comencé a tararear la canción de Mecano mientras pintaba, - y tachan, retrato listo. Miré orgullosa mi obra, cerré el block y seguí observando la situación que se desarrollaba a mis pies. La noche cayó, después de la cena volví a mi habitación. Christian ya estaba allí preparando sus armas. -¿Te vas? -Si, tengo un trabajo. -Su expresión seguía imperturbable. Sin mera intencionalidad, mi corazón dio un vuelco. “No quiero que se vaya”, aunque sabía que él era muy bueno en lo suyo, no podía evitar el pensamiento de que quizás no volvería. Ante aquel pensamiento mi valentía dio un paso firme. -Gracias por el block. -Será bueno que experimentes con tu creatividad. -Acabó de atarse la funda de Heiless a la espalda y se dirigió a la puerta. -Ten cuidado. -Mi desesperación me quiso jugar una mala pasada. A modo de respuesta Christian gruñó y se fue por la puerta como si de una sombra de la noche se tratara. -Y suerte. -Murmuré hacia mis adentros. Sola en el cuarto me quedé pensativa, me puse como reto hacer diez flexiones diarias. “Manos a la obra” Salté de la cama haciendo acopio de una energía que no sabía si tendría y me tumbé preparada para mi primera flexión. Conseguí hacer dos, en la segunda, el sudor de mi frente había incrementado su volumen hasta el punto de inundar mis ojos. “Bueno, para la primera vez no está mal”. Me quedé tumbada boca arriba respirando con dificultad. Ahora si que volvía a notar mi escasez energética. Apreté las manos con fuerza en dos puños al acordarme de cómo Electro me había arrebatado mi energía sin el mínimo esfuerzo. Me sentía impotente, pero aún más cansada, por mucho que lo intentara, la fuerza de voluntad no me daría energía. En cuanto el techo dejó de moverse me levanté, me duché y me fui a dormir. La rabia crecía dentro de mí, “pobre del que me haga explotar”. Con ese falso consuelo de poder me dejé llevar por la inconciencia a los brazos de Morfeo. Me desperté por la mañana con un pitido incesante. Busqué con una asesina mirada por la habitación el causante de aquel pitido. Al parecer Christian había dejado un despertador listo para dar guerra a las seis de la mañana. “Que considerado, no vaya a ser que me quede dormida y no vaya a desayunar” anoté sarcásticamente. Me vestí con paso de zombie y me reuní como de costumbre con Niki en el comedor. -Buen despertar. -Me saludó con una sonrisa impresa en el rostro. Yo gruñí a modo de saludo mientras les daba vueltas a los granos de arroz con el palillo. -Voy a entrenar artes marciales. -Lo dije con un tono de alegría que en ese momento no sabía de donde había salido. -¿De verdad? -A diferencia de lo que yo creía, el tono de Niki fue de sorpresa más que de incredulidad. -Si, Christian me entrenará. -Me alegro, creo que es una buena idea. Por cierto, ¿dónde esta? -Tenía “un trabajo”. -Ah. -Se me olvidaba, te hice el retrato. -Saqué la libreta de debajo de mi sudadera y se la tendí. Niki la abrió, su semblante esbozó una gran sonrisa. -Vaya. -¿Qué? -Le haces justicia eh. -Su tono cómico me hizo fruncir el ceño. -¿A qué te…? -Me mostró el dibujo de Christian. Mis mejillas comenzaron a arder con un tono rojo vergüenza que no creía que pudiera verse en un folleto de muestras de

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pintura. -Oh. Yo… no, eso fue para probar, ya sabes… Eh… el tuyo es el de la siguiente página. -Niki pasó la página aún con el semblante sonriente. Sus ojos se abrieron como platos y su boca formó una “O”. -Es genial, me encanta. -¿De veras? -Por supuesto. -Niki pasó la hoja y contempló el resto de dibujos que había hecho de ella, Sicuro, y del dojo. -Realmente creo que tienes talento. -Que después de doscientos años alguien te diga eso por primera vez te embriaga hasta el interior. -Gracias. -Cogí de nuevo la libreta, firmé la hoja en la que estaba el retrato de Niki, la arranqué limpiamente del block y se la tendí. -Toma, dentro de unos años tendrá mucho valor. -Niki rió ante mi comentario y cogió la hoja agradecida. El día pasó sin sobresaltos, había comenzado a anochecer, el cielo se había nublado, unas grisáceas nubes tapaban el sol. Una tormenta amenazaba con caer sobre el dojo. Prefería el cielo nublado al soleado, suponía que me gustaba llevar la contraria. En la pista había una gran congregación de gente. Estaban luchando con las varas de madera que simulaban las katanas. Niki se colocó en el centro, me dedicó una sonrisa cómplice, yo se la devolví. De repente la situación cambió de tono, alguien comenzó a abrirse paso entre la gente que rodeaba a Niki. Heire se colocó delante con su amenazante vara. Sonrió de forma retante a Niki, esta aceptó y se internaron en una pelea más, o lo que todos pensamos que era una pelea más. Iban igualadas, Niki esquivaba y devolvía los golpes con ferocidad. Heire seguía con su rostro inexpresivo. -Un trueno sonó con fuerza señalizando el inicio de la tormenta. -Heire consiguió avanzar en el territorio de Niki y atestarle un golpe en la cara. Niki se precipitó al suelo con la nariz sangrando, su palo salió despedido dejándola en desventaja. El combate había terminado, pero Heire seguía en la pista con su postura amenazadora. Niki consiguió rodar a tiempo horrorizada mientras Heire le enviaba otro golpe desde su aventajada posición. Heire falló, pero se movió con una rapidez que en ese momento Niki, quien se esforzaba por levantarse, no poseía. Le asestó una patada de desprecio en el vientre que le hizo gemir de dolor, Niki volvió a rodar por el suelo, aunque esta vez no intencionadamente. Acorraló a Niki, hizo su campo más pequeño hasta que a ésta no le quedó más espacio. Todos estaban conmocionados, nadie parecía entenderlo, mas ninguno se interpuso. El maestro Quin-Zen lanzó unas palabras desde el otro lado de la pista. Su rostro severo no dejaba margen de dudas, aquello que Heire se disponía a hacer no estaba para nada bien visto. Heire le ladró unas palabras a Niki, ésta estaba dolorida, pero aún así entendió lo que Heire se proponía. Levantó el palo, giró el rostro y me dedicó una horrible sonrisa. Era su forma de castigarme. ¿Nadie pensaba interponerse? La rabia comenzó a fluir por mis venas, algo en mí estalló, un “clic”, algo. -La lluvia caía con furia, una furia que había despertado en mí. -El ambiente se tornó borroso, salté por la barandilla y aterricé de cuclillas en el suelo, corrí hacia Niki desesperada sin saber muy bien qué estaba haciendo. El cuerpo entero me dolería al día siguiente. Llegué antes de que Heire bajara el palo, me puse delante de Niki protegiendo su magullado cuerpo, pude ver como Heire se hinchaba de emoción y placer al verme interceptar su duro golpe, su sonrisa se amplió, incluso creí ver como se impulsaba con más fuerza. Arremetió contra mí, esperé el dolor con los ojos cerrados, un dolor que no llegó. La barra se consumió antes de rozarme, convirtiéndose en ceniza. Heire observaba sus manos vacías confundida. Yo me levanté del lado de una conmocionada Niki. Mi esencia burbujeaba, dejé que tomara el control absoluto de mi cuerpo, era una sensación tan placentera y relajante… -¿Quieres luchar? Vamos. -En mi rostro se dibujó una amarga sonrisa que la hizo retroceder. Mis ojos comenzaron a chispear buscando el fuego. Levanté la mano

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derecha. -¿Qué tal a la de tres? Una, -Erguí el dedo índice señalizando el uno, una llamarada de fuego lo envolvía. -dos, -Volví a hacer la misma operación, ahora dos llamas de fuego ocupaban mi mano. Heire, horrorizada, no sabía donde ir. -y tres. -Una bola de fuego se formó en mi mano, mi sonrisa se amplió, pero cuando me disponía a lanzarla contra mi objetivo, un grito me descentró. -¡Shira no!-La voz de Christian se me clavó en los tímpanos paralizándome. Llegó hasta mí como una exhalación y se interpuso entre Heire y yo. -No lo hagas. -Se acercó más a mí. Mi sonrisa se había desvanecido, pero la llamarada seguía latiente. Elevó su mano y tocó la mía, la ira desapareció dejando un frescor añorado. La llamarada se convirtió en un carámbano de hielo que se rompió en mil pedazos al colisionar contra el suelo. Mi entorno comenzó a dar vueltas. “¿Qué estoy haciendo?” “¿Qué me ha pasado?” Mis manos comenzaron a temblar y mis ojos se llenaron de lágrimas. Vámonos. -La suave y aterciopelada voz de Christian me devolvió a un terrible presente. -No puedo. -Mi susurro era apenas audible por el temblor. -Shira, tenemos que subir… -No, Christian, de verdad que no puedo. -Él pareció entender mi situación, así que me cogió por la cadera, dejando que apoyara todo mi peso en él y me llevó hasta las escaleras, seguidamente me cogió en brazos y comenzó a ascender. No me atrevía a mirar por el hueco de su cuello, no quería ver a nadie, la vergüenza me atenazaba, al igual que el miedo al rechazo. Me encogí y me acurruqué en mi seguridad, junto al pecho de Christian.

CAPÍTULO

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-¿Qué estás haciendo? -Mi voz sonaba temblorosa. Observaba desde la cama como Christian recogía toda la habitación y la empaquetaba en las maletas con una veloz eficacia. En otras circunstancias no hubiera permitido que tocara mis cosas, pero no tenía energía ni ánimo para discutir, y mucho menos como para cargar mi maleta. -Debemos irnos cuanto antes. -¿Es porque el maestro Quin-Zen no me permite estar aquí? -Bajé la mirada avergonzada y dolida. Christian paró de recoger durante un segundo para mirarme, para mi sorpresa estaba sonriendo. -Más bien todo lo contrario, ahora le encantaría entrenarte. -¿Y cuál es el problema? -No quiero que te convierta en un robot asesino como el resto. -Su tono repentinamente lúgubre me descolocó. -Además, no nos conviene estar demasiado tiempo en un mismo lugar, Electro podría detectarnos, más si utilizamos nuestro poder. -Aquella respuesta hizo que un escalofrío recorriera mi espina dorsal. -Entonces ¿de qué forma me vas a entrenar tú? -Como tu misma dijiste, querías aprender a defenderte. -Cerró la cremallera de una bolsa con un firme tirón. -Y eso es lo que te voy a enseñar. -Me quedé pensando en la forma que había visto entrenar aquí en el dojo, aquellos elegantes movimientos, si, bonitos por fuera, pero letales en práctica. Aquello me hizo pensar en Niki, tendida en el suelo, vulnerable, mientras el resto miraban sin intención de interrumpir. -¿Hubieras salvado a Niki si hubieras estado allí? -Mi pregunta, más una afirmación, una forma de aliviarme, fue él gatillo que dispara un arma contra un bote de gasolina.

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Su semblante serio, y su extremadamente largo silencio antes de responder me hizo abrir los ojos horrorizada. -No, no creo que me hubiera interpuesto. -Pero… ¿por qué? -Mi pregunta sonó como una súplica. -El honor es lo único que se respeta aquí, no puedes salvar a alguien en una lucha de uno contra uno, es una deshonra para el otro, preferimos morir luchando que vivir sin honor. No la has ayudado, la has mostrado débil a los ojos de todos. -¡Iba a matarla! No podía quedarme mirando como la golpeaba hasta la muerte ¿¡Por qué lo ha hecho!? -No lo se, la pelea a muerte es muy poco común aquí, cuando uno pronuncia quizini en una lucha significa que uno de los dos moriría. Es un término que inventó nuestro propio maestro, viene de una vieja historia de su pasado. -Recordé las palabras que Heire le ladró a Niki cuando la desarmó. “Cobarde, las dijo cuando ya estaba desarmada”. -Es injusto, permitiríais que Niki muriera de esa forma. -No pude evitar la mirada de reproche que le envié a Christian. -Es nuestra filosofía de vida Shira, no espero que la entiendas. -Tampoco quiero entenderla, es una filosofía estúpida. -Me arrepentí al instante de mis palabras, pero el regusto ácido que la ira dejaba a su paso me hacía comportarme de aquella forma tan poco madura. Christian me dedicó una mirada severa pero no me dijo nada, siguió recogiendo. Después de un extenso silencio, un pensamiento surgió en forma de palabras. -Entonces, ¿Niki debe estar enfadada conmigo? He destrozado su reputación, su sueño, su vida. -Seguramente. -Aquellas duras palabras llenaron mis ojos de lágrimas, me di la vuelta en la cama dándole la espalada a Christian, clavé mi húmeda mirada en el biombo. -En cuanto oscurezca saldremos. -Acto seguido le oí marcar un número en el teclado de su teléfono móvil; nunca le había visto usándolo, y se puso a hablar en un lenguaje desconocido para mí. Decidí cerrar los ojos y desentenderme de todo. -Shira, nos vamos. -Noté unos brazos elevándome. Christian me sostuvo en el aire mientras yo me despejaba. Vi su bello rostro recortado contra la luz de la Luna que entraba por la ventana. -Mm, ¿estoy soñando? -Mi voz fue un gruñido. Christian me llevó al exterior, bajó las escaleras y llegamos a la puerta del dojo, donde nos esperaba el maestro Quin-Zen. Se dedicaron cortas palabras, Qin-Zen me miró, me sonrió, una sonrisa que no me gustó, me hizo sentir como una mina recién descubierta a la que se quiere explotar. Yo me apreté más contra el pecho de Christian, éste notó mi incomodidad. Quin-Zen le dijo algo, Christian negó con la cabeza, noté como sus músculos se tensaban a mí alrededor, seguidamente se abrieron las puertas y salimos al exterior, las maletas ya estaban allí, Christian habría hecho varios viajes. El robusto hombre de la otra vez apareció montado en su caballo y con los otros dos caballos detrás. Le sonreí a modo de saludo, él me devolvió la sonrisa. Volvimos a hacer la misma operación que a la ida, me monté en el caballo con Christian detrás. A cada vaivén del paso del caballo notaba el pecho de Christian rozando mi espalada, sus brazos rodeando mi cadera para coger las riendas, su embriagador aroma llevándome al mundo de los sueños, aquel peligrosamente intenso cosquilleo bajo mi vientre. Habían pasado dos semanas desde que nos marchamos del dojo, dos borrosas semanas encerrada en aquel piso de Shangai. No recordaba el viaje, al igual que estas dos últimas semanas, mi única rutina era la de dormir y comerme los platos de comida caliente que Christian me traía de vete a saber de donde. Prefería no saberlo, seguía con

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rencor por el incidente con Niki y el no entender su comportamiento. Gracias a Niki, en el dojo me distraía, pero en el apartamento de Shangai, con Christian ausente la mayor parte del día, me sentía sola, no podía evitar que los recuerdos de Blade me atormentaran cada noche. Sus imágenes bombardeaban mi mente mientras las lágrimas huían despavoridas de mis ojos. No se evaporaban, mi fuego descansaba con un ojo abierto, preparado para rugir de nuevo. Mi ánimo había decaído vertiginosamente. Intentaba hacer algún que otro ejercicio, pero mi fuerza de voluntad nunca había sido envidiable, flaqueaba en la mayoría de las circunstancias. Christian entró por la puerta del piso, yo estaba en mi habitación (al menos ahora mi habitación constaba de cuatro paredes, sin necesidad de biombo, aquello me aportaba más intimidad). Apareció en mi puerta, parecía feroz, me recordó a una sinuosa pantera, mejor a un lobo blanco. Vestía una cazadora gris y unos pantalones negros, debía ir de incógnito, se me hacía raro verle sin sus habituales vestimentas de Ninja. -Hoy comenzaremos tu entrenamiento. -No supe qué decir ante su inesperada afirmación. -Ponte algo cómodo, salimos en cinco minutos. -Al ver que no replicaba se dio media vuelta y me dejó sola. Resoplé con una mezcla de resignación, excitación y miedo. No quería imaginarme a Christian de entrenador personal. Me puse unos pantalones de chándal que me llegaban por las rodillas y una chaqueta de tela, me iba algo larga por las mangas, me gustaba su capucha, aunque pocas veces la usaba. Salí puntual, pero había olvidado atarme los cordones de mis deportivas y Christian tuvo que esperar a que me los atara. “Buen comienzo Shira”. Mi conciencia reía despreocupada mientras mis músculos temblaban temiendo lo peor. Salimos al exterior, inspiré el aire contaminado de aquella bella ciudad. Aunque nuestro barrio no era “bello” precisamente. Estábamos en los suburbios, aun así agradecía el poder salir al exterior, no recordaba la última vez que había salido y paseado por una calle. Caminamos entre las descoloridas callejuelas hasta desembocar en lo que parecía una pista multiusos. A aquellas horas de la noche estaba desocupada. Aunque no serían más de las nueve. -Comienza dando seis vueltas a la pista. Vamos a hacer unas tablas de ejercicios que aumentaremos progresivamente. -¿Seis? -Mi tono atónito le hizo fruncir el ceño. -Seis en cada dirección. -¡¿Qué?! ¿Doce? -Veo que las sumas las llevas bien, veamos como llevas el ejercicio físico. -Su tono inexpresivo me hizo murmurar una serie de improperios mientras comenzaba a trotar por la pista. En la vuelta numero ocho el sudor de mi frente se me metía en los ojos, mi aliento era inexistente. -¿Qué tal si lo dejamos en ocho? Para empezar esta bien. -La esperanza es lo último que se pierde. -No, esto solo es el calentamiento. -¿¡Qué!? -Vamos, aumenta el ritmo. -Esta al máximo. -Ahorra energía y no hables. -Comencé a arrepentirme de haber querido que me entrenara. Después de las doce vueltas me tocaron hacer veinte abdominales, luego ejercicios de progresión y velocidad. Aquello se me daba bien, pero la cosa empeoró a la hora de las veinte flexiones. Odiaba las flexiones. Comenzó a llover con ganas. Me tumbé en el suelo y empecé a impulsarme. Ante mi calor corporal aumentado, las gotas de lluvia se evaporaban en cuanto entraban en contacto con mi piel. Llegué a dos, en la tercera me derrumbé.

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-Vamos, te quedan dieciocho flexiones. -Christian se paseaba delante de mí como un sargento dando el típico discurso aterrador. -No puedo. -Mi voz temblorosa se ahogó por el ruido de la tormenta. -No quiero oír esas dos palabras juntas en mis entrenamientos, ¿entendido? -Christian se había agachado a mi lado para introducirme aquel siseo en el tímpano, realmente era helador. -Ahora impúlsate con los bíceps, ¡vamos! -Lo intenté de nuevo, llegué hasta la numero diez, los brazos me temblaban ante el esfuerzo, me caí de bruces sobre el charco que se había formado debajo de mí. Las gotas de agua humedecían mi pelo y bajaban por mi cara. -¿Es que siempre vas a ser así de débil? ¿Cuándo empezarás a respetarte a ti misma? -Aquellas palabras chirriaron en mi mente. ¿Débil? -Yo me respeto a mi misma. -Susurré entre bocanadas de aire. -Pues permíteme que te diga que es una mierda de respeto. -Volvía a estar a dos palmos de mi cara escupiéndome dolientes frases. -Así no vas a conseguir motivarme, será mejor que cambies de técnica. Además, físicamente ya no puedo más, y si el cuerpo no puede da igual lo que hagas aquí. -Me señalé la cabeza con mi última reserva de energía. -Sigues derrochando energía por la boca. No me extraña que te fueras en el desierto, eres débil, Electro hará contigo lo que quiera, por eso tengo que protegerte, porque tú no podrías hacerlo sola. -¡Si que puedo! -La ira rompió el lazo que la envolvía, se expandió por mi cuerpo, pero mi energía parpadeó recordándome que no podía hacer nada. -¿Si? En cuanto Electro te encuentre te absorberá sin despeinarse, más fácil que meterse una de esas inyecciones energéticas, tú no podrás hacer nada, ni siquiera lo intentarás, solo temblarás de miedo, te quedarás esperando a que alguien te salve, como haces siempre. -¡Yo no necesito que nadie me salve! -Por favor, mírate, si ni siquiera puedes hacer veinte míseras flexiones. -No tengo energía. -Eso a Electro no le importa, y a mí tampoco. -Recordé la sonrisa de superioridad de Electro, aquella forma de suponer que tendría mi energía cuando quisiera, como quisiera. Él arrebatándome mi preciada energía, aquella parte de mí, sin ningún tipo de contemplaciones. Cerré mis manos en dos puños y comencé a inspirar con intensidad. Apoyé las palmas de mis manos en el mojado suelo con fuerza, una fuerza que siempre había estado allí esperando a que la usara. “Una, dos, tres…” Por fin me quitaba aquella tela de la cara, ahora sentía mi cuerpo, era mío, solo mío y nadie podía tocarlo. “Once, doce…” -¡Vamos! No tendrás nada que hacer cuando Electro aparezca, ¿vas a achicharrarlo con tus pequeñas chispas? -”Dieciséis, diecisiete…” -Veinte. Muy bien. Hemos acabado por hoy. -Me levanté y me dirigí a casa sin el mínimo comentario, sus dolientes palabras aún resonaban en mi cabeza. Sabía que lo había hecho para motivarme, pero yo no podía evitar que me doliera igual. Llegué al apartamento y me metí en mi cuarto, estaba furibunda, algo en mí me hacía dar vueltas sin sentido. “Una ducha”. Mi conciencia decidió echarme una mano y colaborar para variar. El pequeño, pero aceptable baño, estaba conectado a mi cuarto, era para mi uso personal, Christian tenía otro para él, o eso esperaba. Me quité aquella empapada ropa a tirones y me metí en la ducha ansiosa por cubrirme de esa efímera sensación de frescor que solo el agua fría podía proporcionarme “o el hielo”. -Cállate. -En un brote psicótico me dio por reprenderme a mí misma. Me acuclillé en la bañera, no me sentía cómoda apoyando mi culo en el suelo de las bañeras sin historial de limpieza, y me rodeé las piernas con los brazos. Puse el tapón en la bañera y observé

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como el nivel de agua iba aumentando mientras el fuerte chorro del grifo atormentaba mi cabeza y resbalaba por mi espalda, dándome la sensación de un falso abrazo. Cerré el grifo cuando la bañera estaba en su límite de nivel de agua y observé como una última gota caía sobre la superficie líquida desapareciendo y dejando ondas tras su colisión. Me recordó al efecto Doopler. Lo que sentía no era más que una reacción química, mi enfado, pero tan poco consolador era su científica explicación como su causa. Era cierto que me comprometí a no dejar mi entrenamiento, tampoco había pretendido dejarlo, simplemente disminuir su intensidad, pero aquellas palabras… no quería repetirlas. Apreté mi mano en un puño al recordar esa sensación ácida en mi boca y golpeé la perfecta superficie. Salpiqué al exterior y se formó un diminuto charco en el suelo. Había que ver las relaciones físicas con el medio, la poca importancia de un gesto y la gran importancia de otros. Estábamos formados por pequeñas partes que forman un gran todo. Si alguien desapareciese no cambiaría nada, no es importante. Pero a la vez todo está formado de singulares personas, la vida de las personas de su entorno hubieran sido diferentes sin la existencia de esa persona. Todos formamos una gran red que se extiende creando la humanidad, el mundo. Suspiré, acabé de ducharme, me acerqué a ver mi reflejo en el espejo. Se podían adivinar pequeños cambios, mi tez había adoptado un color menos lechugoso, mi pelo comenzaba a sentirse sedoso al tacto. Mis antiguos rasgos de elemento comenzaban a conquistar la superficie. Pero seguía teniendo aquellas deprimentes sombras bajo los ojos, nunca me podría acostumbrar a tener ojeras. Me puse mi pijama; la camiseta de hombre con unos pantalones cortos elásticos. Hundí la cabeza en la camiseta y dejé que aquel relajante aroma a lavanda me embriagara. Necesitaba hacer algo, tenía esa sensación, esa perturbante sensación que no te deja en paz. Cogí mi block de dibujo e intenté lo que no había conseguido hasta ahora, crear un retrato de Blade que le hiciera justicia, que pudiera captar su mirada, que me hiciera chispear cada vez que lo mirara como él me hacía chispear. Cogí el carboncillo con furia, y tirada en la cama, comencé a garabatear lo que salía de mi enfado. Había oído en alguna parte que cuando estas enfadado eres menos inteligente, pues bien, yo en ese momento debía tener el coeficiente intelectual de una Valletta de cocina. “Nada”, “No”, “Un desastre”, “¿Qué demonios es esto?” Fui arrugando los horribles intentos de boceto a medida que iban saliendo de la punta del carboncillo, de mi ingenio y de mi arruinada creatividad. Los arrugaba con fuerza y los tiraba contra la pared cuales bolas de nieve, solo que el papel no se convertía en cientos de brillantes cristalitos que desaparecían a la vista, las bolas de papel persistían, rebotaban contra la pared y se quedaban en el suelo burlándose de mi inexistente talento, ¿y como se pueden burlar de algo inexistente? pues bien, porque aquellas bolas de papel eran muy puñeteras y se reproducían como hamsters rusos, solo que la madre no se comía a las crías. “Arrrg” Deseché el sexto boceto tirándolo contra la puerta, necesitaba música, pero no creía haberme traído mi mp4 (no estaba muy metida en el mundo tecnológico, por no hablar de que mi economía no era para tirar cohetes, mi destartalado mp4 era mi única unión con la música en aquel momento), aunque no estaba segura de habérmelo puesto en la maleta, lo había buscado en más de una ocasión, pero siempre me había interrumpido algo (comida, amenaza física, comida, accidente gastrointestinal, comida). Estaba pensando en levantarme cuando la puerta de mi habitación se abrió. Christian apareció sin ningún rastro de arrepentimiento, seguía con aquella dura y fría mirada como el hielo propio de la Antártida. Aunque por una ligera milésima de segundo creí verle titubear al abrir la puerta. -Me voy. -Paseó la mirada por las distintas bolas de papel que yacían repartidas por el suelo. Clavó la mirada en la más cercana a él y prosiguió hablando distraído. -Tienes algo para cenar en la mesa. -Al oír que se iba, un resquicio de mi furia se tambaleó.

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Aquello me desagradó, me enfadé con él por tener que irse también, como una niña pequeña, solo que no iba a decirle la causa de mi enfado, sería un secreto que yo misma intentaría ocultarme. Asentí con la cabeza dándole a entender que no debía demorarse más con explicaciones. Me dirigió una celestial mirada y se fue con aquel paso que enamoraría a una cobra. -Disfruta. -Murmuré mordazmente, no quería que lo oyera, ni siquiera sabía por qué lo había expulsado de mis atolondrados labios. Pensé en mi entrenamiento, en lo fantástico que sería vivirlo como en una escenificación con la típica canción de The eye of the tiger, solo que yo le pondría la canción Radioactive, de Imagine dragons. Al principio costaría, pero poco a poco llegarías al final, y aquello que en un principio no pudiste hacer, al final lo consigues en la cúspide de la canción. “Que fácil parece en las películas”, Si, incluso parecía divertido, y aquel sudor de pega… Necesitaba encontrar mi mp4 para escuchar mis canciones.

CAPÍTULO 38 Según el despertador que había sobre mi mesilla eran las cuatro de la mañana y yo seguía girando sobre mí misma, llevaba toda la noche luchando contra aquellas suaves sábanas “¿De qué estarían hechas?”, que se enrollaban entre mis piernas mientras daba vueltas en la cama sin conseguir conciliar el sueño. Mi mente iba a mil por hora, pero mi cuerpo solo pedía a gritos un poco de descanso. Aunque no lo quisiera admitir estaba inquieta por Christian. Para mi desasosiego confiaba en él, una parte de mí sabía que no le pasaría nada, que volvería a casa con su habitual mal humor hacia mí. Pero otra parte de mi ser era una garra que estrujaba mi corazón despertando en él una agonía inmensa como un pozo hasta los confines de la Tierra. Suspiré desesperada, quería que volviera, aunque tuviera que soportar aquella dura mirada minuto tras segundo. Sin él, si él no volviera me quedaría en este lugar desconocido completamente sola, completamente perdida con un maníaco persiguiéndome vorazmente. ¿Volvería a casa y pondría en peligro a mi familia? Yo sabía que no, si Christian no volvía me quedaría a esperar a Electro, aunque mis posibilidades de victoria fueran nulas, por no mencionar las de escape. A quién pretendía engañar, ni siquiera podría llegar al aeropuerto. Mi chino fluido era inexistente, no sabía siquiera donde rayos estaba, en algún lugar de la Cochinchina. Un crujido me despertó de mis ensoñaciones. El vello de mi piel se erizó en señal de alerta. “Por favor que sea Christian” Suplico para mis adentros. Unos pasos casi imperceptibles se acercan por el pasillo. Si, aquellos pasos tan conocidos. Dejo salir todo el aire que estaba conteniendo y cierro los ojos cuando noto que están entornando mi picaporte. Escucho como se abre mi puerta lentamente. Intento respirar con normalidad. Pasan los minutos y dudo si sigue allí. “¿Qué hace tanto tiempo observándome?”. Cuando estoy sopesando la idea de abrir los ojos la puerta vuelve a cerrarse, la garra aprehensora deja libre mi corazón al igual que el sueño, no pierde el tiempo y me lleva lejos. Me desperté en una mañana avanzada. Me despejé sobre la cama, me vestí con lo primero que encontré y me aseé. Mis tripas rugieron animadas, al igual que mis extremidades cuando vi a Christian sentado en el sillón mirando un periódico. Me tuve que recordar a mí misma que seguía molesta con él para no tirarme sobre el sillón y oler su extrañado olor a lavanda. -Buenos días. -Mi voz era algo grave, carraspeé molesta. Él levantó la mirada del

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periódico aparentemente sorprendido como si no se hubiese dado cuenta de que me acercaba al salón. Para su prodigioso oído mis pasos debían ser iguales a los de un elefante sobre un piano, estridentes y descompasados. Fui a la cocina, la misteriosa guarnición, siempre caliente de fideos ya estaba allí. Después de desayunar volví al salón, Christian seguía leyendo el periódico, así que decidí poner la televisión, aunque no entendía nada, “este idioma me suena a chino”. “Vaya, vaya, te has despertado cómica”. Iba cambiando el canal, la mayoría eran programas informativos sobre la decadente economía (entiendo las gráficas). Suspiré aburrida. Por el rabillo del ojo me fijé en el periódico de Christian. Un grito emergió de lo más profundo de mi garganta, él dio un respingo y me miró inquisitivo. Yo señalé la portada del periódico, Christian la miró y expresó una de sus muecas desinteresadas. En la portada de lo que parecía un periódico estadounidense, ya que podía leerlo y entenderlo correctamente, aparecía una imagen de Edward y el titular más siniestro que podía acompañar a su foto. El millonario magnate de los negocios, Edward Petemberg murió anoche en un accidente de tráfico. Según el artículo no se había hallado su cuerpo, aunque las expectativas de encontrarlo eran nulas, al parecer su coche se cayó a un río cuando viajaba a una reunión de negocios. -Cada cierto tiempo Edward tiene que fingir su muerte para que la gente no comience a inquietarse por su estancado aspecto. Es lo que tiene la fama, que todo el mundo te conoce. Debe vivir en la sombra hasta que sea olvidado, lleva así toda su existencia. Su explicación, aunque pobre, me alivió. -¿Y quién se espera la gente que herede su imperio? -Uno de sus trabajadores más selectos. -Y sin darle más importancia siguió leyendo. Fue entonces cuando me fijé en la gran pila de periódicos que descansaban religiosamente ordenados en sus pies. -¿Para qué quieres tantos periódicos? ¿Es que necesitas saber lo que ocurre en cada parte del mundo? ¿Necesitas controlarlo todo? -Pese a mi pequeña pulla realmente estaba interesada. -”Necesito” saber si se genera algún tipo de actividad sospechosa en los alrededores, es la forma más eficaz de saber donde está Electro. -Me quedé completamente pálida. ¿Lo hacía para protegerme? Cada vez que habría la boca metía la pata. -Ah. -Aunque no quería saberlo se lo pregunté. -¿Está cerca? -Si, pero no demasiado. Aunque quién sabe, puede que sea un señuelo. -Christian dejó el periódico y se frotó la sien, parecía tan agotado. Me entraron ganas de enredar el adorable mechón rizado de su nuca en mis dedos. Aquello no podía seguir así, él estaba agotado, cada vez desaparecía más tiempo, y yo llevaba días con una abrumación inmensa. Mi esencia imploraba libertad. Últimamente había más barullo entre el gentío, me pasaba el día mirando por la ventana soñando con estar entre esa vivaracha multitud. Unos estallidos lejanos me crisparon y retorcieron mi intestino grueso. -Son fuegos artificiales, están celebrando el año nuevo chino. -Su voz seguía monótona, al igual que su apagada expresión. Mi esencia me dio un tirón entusiasmada y me llevó hacia la ventana. Contemplé el gentío y el aroma a fiesta desde mi prisión. Suspiré sonoramente esperando que Christian me oyera con la palma de mi mano pegada al frío cristal. Veía a la gente radiante, corriendo de un lado para otro, niños riendo. No era como en The Moment pero seguía siendo pasión emitida a borbotones. Parecía que iba a comenzar una cabalgata. -¿Cómo quieres que me recupere si no puedo saciar mi esencia? -Mi voz suplicante no pareció resquebrajar su armadura. Aunque lo cierto era que la podía saciar en ese mismo piso con él. Sacudí la cabeza borrando aquellos apetecibles pensamientos. -¿Acaso quieres incendiar China como hicieron tus antepasados en Roma? ¿Quieres

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escribir un nuevo capítulo en la historia? -Refunfuñé a sabiendas que tenía complicado ganar aquella batalla. -No es justo, mi esencia sufre encerrada. Ya va siendo hora que entre en contacto con los humanos, yo no estoy hecha para vivir en soledad. -No quería decir que vivir con él era como vivir sola, pero fue la única manera de expresarme que salió a flote. Christian pareció meditar algo. -Esta bien. -Mi cara era un verdadero cuadro de todos los colores y combinaciones de Ágata Ruiz de la Prada. -Pero con una condición, NI SE TE OCURRA SEPARARTE DE MÍ ¿Lo has entendido? -Jamás lo haría. Hice el símbolo de la promesa con la mano y me encaminé hacia la puerta. -Espera. -Christian fue hacia su habitación y comenzó a alojar armas por todo su cuerpo. ¿Dónde diantres metería todo eso? Salimos al exterior, respiré profundamente y seguí a Christian entre el gentío ardiente de felicidad. Mi esencia dio un salto y comenzó a respirar la pasión que se extendía por toda la calle. Nos colocamos en uno de los bandos de la acera, junto con el resto de gente impaciente por ver la cabalgata. A mi lado una niña saboreaba a lametones un apetecible chupa-chups. ¿Acaso sería cierta la facilidad con la que se puede quitar un caramelo a un niño? El estruendo que indicaba el comienzo de la cabalgata por aquella calle me hizo apartar la mirada del chupa-chups de limón. Mi esencia captaba todas aquellas emociones de la gente que se apelotonaba en el límite de la acera esperando ver aquellas formas y pintorescos actores. Dragones chinos de cientos de colores circulaban ante mis ojos, podía ver los pies acompasados de las decenas de personas que movían a las míticas criaturas desde su interior. Mi esencia revoloteaba feliz. Pero como todo lo bueno fue efímero, un pitido me hizo mirar en todas las direcciones, la sobrecarga de energía me hizo temblar. A mi lado, Christian se tensó captando aquella energía también. El gentío comenzó a apelotonarse a nuestro alrededor impacientes por coger un buen ángulo de vista, pero para nosotros aquello era lo peor que podían hacer; multitud de caras diferentes, todas sospechosas, aparentemente inocentes nos rodeaban incapaces de sentir lo que se avecinaba. Christian me agarró del brazo y comenzó la huida. Atravesamos la cabalgata, entre aquellos dragones que ahora me parecían siniestras máscaras, un mareo de colores y sombras, formas y figuras amenazantes. Su mano seguía firmemente rodeando mi antebrazo. Nos internamos en una calle menos transitada, pero en Shangai eso es decir mucho. Irrumpimos en un mercado donde la gente nos gritaba de forma poco agradable a nuestro paso entre empujones. La energía se hacía más intensa, aquel pitido me estaba destrozando la cabeza, entre el desconcierto me choqué con un vendedor de pescado tirando toda la mercancía que llevaba en su cesta, me resbalé con lo que podría haber sido una lubina, aunque tampoco habría estado segura. Me desequilibré y Christian tuvo que hacer apego de su fuerza física para impulsarme e impedir que me deslizara por el suelo cual mopa. La voz de aquel vendedor que lo más seguro me condenaba al infierno era apenas audible por la tormenta de intensidad que giraba entorno a mí. Doblamos quien sabe cuantas esquinas, desembocamos en una calle completamente solitaria. Christian aminoró la marcha, miraba al frente ferozmente. Las bombillas de las farolas comenzaron a estallar acercándose a nosotros. -Por aquí.- Me empujó (con poca amabilidad) hacia un pequeño callejón sin salida. Quédate aquí. - Me dejó detrás de un contenedor. Su expresión no dejaba margen a réplicas. Odiaba aquella frase de película. El silencio se hizo patente, un gran contraste con lo que me ametrallaba los oídos unos minutos antes. Cuatro sombras emergieron de la nada, cuatro hombres pálidos con los rasgos extremadamente marcados. Algo me decía que iban de energía hasta la cabeza. Sus ojos chispeaban inhumanamente. Christian quedó en el centro de aquel siniestro cuadrado, adoptó una postura de

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aquellas tantas que vi en el dojo, esperaba el ataque. Los siniestros siervos de Electro sonreían sin más, aunque eran unas sonrisas tan frías como muertas que consiguieron revolverme los fideos del desayuno. -Entréganos el fuego y no te haremos sufrir. -Como me esperaba su voz era equitativa a su sonrisa. “Fuego”, ya no era una persona, ahora solo era una fuente de energía. Mis piernas comenzaron a temblar. A modo de respuesta Christian emitió un gruñido y una sonrisa desafiante: -Si os doy el fuego me quedo sin diversión. -Desenfundó su katana y la balanceó ágilmente. -¿Cómo os mataría sino? El primer ataque fue esperado, pero igualmente rápido. Uno de los que estaban a la derecha de Christian se balanceó hacia él. Fue un visto y no visto. Cayó al suelo desintegrándose, su energía volvió al círculo natural y un poco hacia mí. Me revitalizó. Christian apenas se movió, un mechón de pelo se le posó en la frente y sopló para quitárselo del medio. Otros dos contrincantes atacaron a la vez, Christian se defendía de ambos con destreza. El cuarto observaba, supuse que no tendría espacio para atacar y entorpecería a sus compañeros, como la curva marginal económica. Al cabo de un momento pareció encontrar un buen ángulo de ataque, se acercó a Christian amenazante, éste estaba ocupado con los otros dos. Mi mente me gritaba, suponía que Christian no estaba al corriente del cambio en el número de oponentes. Debía hacer algo, ya casi tenía encima al cuarto hombre siniestro. Alguien gritó, más bien rugió, me di cuenta que había sido yo, mi esencia se expandió todo lo que la circunstancia le concedió. Todos me miraron, Christian gritó, se abalanzó sobre mí, pero ya era demasiado tarde, el cuarto oponente gritó de dolor mientras su cuerpo físico se resquebrajaba, pude ver la energía brillando entre las brechas de su piel. Ardió en llamas, pero cuando debía desintegrarse una luz cegadora lo volvió todo blanco, una honda expansiva me impulsó hacia detrás, dándome unos metros de vuelo hasta que mi espalda chocó contra la pared del fondo del callejón. Fue una explosión devastadora, la siguieron dos más pequeñas, pero igual de cegadoras. Fui vagamente consciente de cómo la parte trasera de mi cráneo recibía un golpe contra la pared y algo sólido y pegajoso se establecía bajo mis piernas. No sabría decir cuanto tiempo pasó; segundos, minutos, horas… Lo veía todo blanco. Mi mano tocó aquello pegajoso que impregnaba el suelo y parte de mi pierna izquierda, me dieron arcadas al oler aquella putrefacta sustancia. Aquel callejón estaba lleno de desechos. Noté una mano que me impulsaba, el suelo desaparecía, mis piernas se movían una detrás de la otra, Christian me hacía apresurarme. Comencé a distinguir adoquines en el suelo, veía mis pies moverse. Solo oía un pitido agudo por el golpe en la cabeza. A medida que pasaba el tiempo iba recobrando más sentidos, el pitido finalmente desapareció y ya podía distinguir colores, veía la espalda de Christian tensa como la cuerda de un violín. También notaba algo caliente que me bajaba por la oreja desde la coronilla. Me toqué la cabeza con la mano, estaba teñida de rojo. “¿Los elementos podíamos sangrar?”. Christian tiró de mí hasta una destartalada estación de autobuses. Me llevó entre algunos pequeños puestos de periódicos y recuerdos sin disminuir la marcha, empujó la puerta del baño de hombres y me impulsó sobre la antihigiénica encimera. Su expresión era indescifrable mientras me estudiaba minuciosamente el cráneo, aunque detecté un brillo desconocido que agudizó mi miedo. De saber dónde sacó una pequeña caja de primeros auxilios, me limpió la herida, yo contemplaba la sangre que se quedaba en los apósitos, no creía recordar haber visto nunca antes mi sangre. -¿Es normal que sangre? ¿Nosotros podemos sangrar? -Mi voz sonó temblorosa. -Tú ahora mismo no eres un elemento Shira, quiero que tengas eso en cuenta antes de que vuelvas a actuar precipitadamente desoyendo mis órdenes. -Aunque intentaba

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ocultarlo el enfado era palpable bajo su cristalizada piel. Yo bajé la mirada notando cómo la adrenalina que antes me impulsaba ahora desaparecía dejándome como un auténtico manojo de nervios. Mi valentía se fugó como un amante nocturno, sin decir adiós. La puerta del baño se abrió, un hombre entró, se quedó observando la escena sorprendido, con un amenazante “fuera” proveniente de la afilada lengua de Christian éste dio media vuelta y se fue. Christian suspiró y apoyó sus puños sobre la superficie de la encimera. -¡¿Por qué has hecho eso?! Joder Shira, ¿es que no puedes hacerme caso una sola vez en tu vida?-Me sorprendió su repentino cambio, era la primera vez que lo veía alterado. -Yo… -Me quedé completamente en blanco, lo miraba anonadada, él en cambio apretaba los párpados haciendo apego de toda su fuerza de voluntad para controlarse. Definitivamente la adrenalina desapareció dejándome indefensa, las náuseas se apoderaron de mi garganta, salté de la encimera y fui dando tumbos hacia el “asqueroso lavabo”, a pesar de las desastrosas condiciones de higiene y lo poco aconsejable que sería me arrodillé sobre el suelo, la fuerza de los fideos pidiendo salir arquearon mi espalda dándoles un ángulo perfecto para escapar de mi organismo. Esperaba poder olvidar aquella penosa situación en al menos un par de siglos. Intenté cerrar la puerta de mi retrete como pude, pero la mano de Christian me lo impidió, le hice un gesto con la mano para que se largara mientras otra tanda de arcadas me hacían gemir de asco. Christian hizo caso omiso de mi grosero gesto y se colocó sobre mí agarrándome cuidadosamente el cabello, protegiendo mi herida de guerra. “Así se debe sentir una adolescente una noche de fiesta”, había visto muchas en mi situación, pero nunca me imaginé que yo podría estar en un cuchitril así sacando mil demonios de mis tripas. Por fin pareció que mi cuerpo había devuelto a la naturaleza todo su contenido. Me quedé sentada respirando profundamente. -¿Estás mejor? -Christian me tendió un pañuelo de papel. Yo asentí, “peor es imposible”. Fui hacia el grifo y me enjuagué la boca. Cometí el error de mirarme al espejo, ahogué un grito de terror, mi aspecto era espantoso. -Voy a buscarte algo de ropa. -Christian se fue del baño y yo me di cuenta del mal estado de mi vestimenta, sino Christian no me hubiera dejado sola en ese momento, ya comenzaba a conocerlo. Volvió al cabo de unos minutos, me trajo unos pantalones tejanos pitillos, una cazadora oscura, unos botines y una camiseta blanca. Menos mal que no me trajo ropa interior, la situación ya era suficientemente violenta. Me volví a meter en el baño, esta vez intenté no tocar nada y cerré la puerta tras de mí. Sorprendentemente acertó con la talla. Salí del baño observando mi nueva ropa algo más alegre, me gustaba ese estilo, era extraño que un hombre tuviera buen gusto para aquello, o era simplemente que yo era de otra época. -¿Cómo sabías mi talla? -Soy observador. -Aquello me pilló por sorpresa y tiñó mis mejillas de un color rojizo. -¿Tienes práctica? -Solo en desvestir. -Doble rasero, la tensión de Christian se había transformado en humor, no me lo esperaba. Salimos con paso agitado, vimos al hombre que intentó entrar en el baño hablando con la policía, Christian me llevó por una salida hacia la terminal de autobuses, el hombre no nos vio. Aunque me preguntaba si la policía podría haber hecho algo en este caso, ¿podemos vivir por encima de la ley? ¿Si nos metemos en un lío legal podemos ir a la cárcel? Mi cabeza no estaba para preguntas. Nos incorporamos a la cola del primer bus que vimos, bajé la mirada, solo notaba la mano de Christian apretando la mía. El resto de gente hablaba en un idioma desconocido para mí, seguían con sus vidas. Subimos al autobús sin billete, la persuasiva cantidad de billetes que Christian cedió amablemente

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al conductor fue suficiente como para no hacer preguntas. Me senté a su lado y dejé que mis ojos se cerraran mientras por los altavoces del abarrotado autobús sonaba Darkness de Imagine Dragons.

CAPÍTULO 39

Alguien me zarandeaba, abrí los ojos lentamente, un pinchazo de dolor proveniente de mi coronilla me lo recordó todo; el golpe contra la pared, la infructuosa huida, el autobús. Christian se impacientaba a mi lado queriendo salir, habíamos llegado a una estación. Bajamos del autobús, Christian me llevó hacia el parking descubierto, nos dirigimos hacia un todoterreno negro. -¿Lo has alquilado? -Le pregunté señalando el coche. -No exactamente. -Christian introdujo una extraña herramienta afilada por la cerradura. Yo abrí la boca atónita, miré hacia ambos lados esperando no encontrarme con el propietario acercándose sacudiendo un bate de baseball. -¿De dónde has sacado eso? -Lo cogí prestado en un puesto ambulante cuando estábamos en la estación. -Me impactó lo rápido que trabajaba su mente, mecanismos cien por cien calibrados meditando cualquier posibilidad. Christian consiguió abrir la puerta y se introdujo dentro, comenzó a hacerle un puente al coche. -Sube. -Me monté en el coche sin rechistar, en unos segundos el todoterreno ya estaba en marcha. Ajustó el retrovisor y encendió la radio mientras conducía con su habitual rapidez hacia una autovía. La música de la radio no le convencía, así que me pidió que buscara entre los discos de música que había en la guantera. Encontré uno de Blink-182, lo introduje sin preguntar, All the smals things inundó el coche. Christian sonrió y me miró. -¿Qué grupo es éste? -Blink-182. ¿Te gusta? -Si. -Me pareció extraño que no los conociera.

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El viaje continuó sin sobresaltos, yo iba dando cabezadas y cada vez que se acababa el disco Christian lo volvía a poner. Parecía un niño que había descubierto un tesoro. Y sin saber por qué, una sensación de calidez me embriagó al pensarlo, podía ver que nunca tuvo una niñez, así que cada vez que afloraba su niño interno era conmovedor verlo, incluso parecía humano. Paramos en una gasolinera a repostar. -Shira, debo mirarte la herida, vamos al baño. -Su tono helado me hizo temerme lo peor. Como ya había comprobado empezaba a conocerlo. -¿Qué pasa? -Es solo que tendré que cerrarte la herida. -Mi color de piel era inexistente. “Que horror”. -¿Sin anestesia? -Puedo usar el hielo a modo de calmante. -Pero yo, yo me curo sola. -La voz me temblaba como una hoja de platanero arrancada por el viento. -Ya sabes que ahora tu condición no es la misma, esperemos que se haya cerrado sola, pero si no es así tendré que coser, es demasiado profunda. -Fuimos al pequeño baño de la gasolinera; partiendo del hecho de que era un vertedero, parecía un palacete en comparación al de la estación. Me agarré al grifo con las manos mientras veía reflejado en el espejo a Christian quitándome los apósitos a mi espalda, comenzó a inspeccionar la herida con una mueca crítica, me temía lo peor. -¿Y bien? -Se te está cerrando, te estás recuperando más rápido de lo que creía. -Meditó. -Por supuesto. -¿Por supuesto? -Puso su mano sobre mi herida aportando calma al infernal quemazón de mi piel.

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-Si, estaba totalmente segura de mi progreso. - Christian acabó de limpiarme la herida y me puso nuevos apósitos. -Tus manos no dicen lo mismo. -Bajé la mirada hacia mis manos, estaban totalmente blancas ante la tensión apretando el grifo. Las solté rápidamente. -Es solo que con lo sádico que eres temía que me cosieras por placer. -Aún estoy a tiempo. -Christian soltó una inesperada carcajada y se fue hacia la gasolinera. Yo resoplé indignada y me metí en el coche. A los pocos minutos Christian regresó con una bolsa llena de alimentos. Mis tripas rugieron al compás de la quinta sinfonía de Beethoven. -Debes tener el estómago vacío. -Lejos de querer hacer un chiste su tono sonó marcado. Agradecí todos aquellos snacks y comencé a comer sin control, mientras Christian volvía a la carretera. Aunque tenía que admitir que la imagen de mi boca expulsando mil demonios delante de Christian en la estación me tiñó las mejillas de rojo. -¿No hay fruta ni verdura? -Pregunté rebuscando en la bolsa. -No, necesitas proteínas e hidratos de carbono. -No me parecía mal. -Christian. -¿Si? -¿Qué fue lo que pasó? con la sombra esa de Electro me refiero. -Tragué un trozo de barrita de chocolate a sabiendas que la tensión era palpable. -Bien, lo que pasó fue que al quemar a “la sombra esa de Electro” como tú lo llamas, le estabas aportando energía, que sumada a la gran cantidad que “eso” ya tenía en el cuerpo de por si, se generó, para que me entiendas, algo parecido a una mini supernova. -Oh. -Tragué de nuevo. -Yo solo pretendía ayudar… -Lo se. -Christian suspiró con la mirada fija en la carretera. Uno de sus rebeldes mechones cayó sobre sus ojos, se lo quitó de encima con un infantil resoplido.

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-¿Hace cuanto que no te cortas el pelo? -Demasiado, he estado un tanto ocupado últimamente. -Dicho aquello me dedicó una mirada que pretendía ser dura, pero que en cuanto entró en contacto con mis ojos se fundió y aparecieron dos lagos tan turbios como profundos. Christian volvió la mirada a la carretera y entonces fui vagamente consciente de que mi boca estaba abierta con un trozo de chocolate, medio troceado por mis premolares, dentro. Me gustaba viajar, pero me dejaba agotada, ahora sabía cómo se debía sentir una mujer de negocios, aunque yo echaba de menos establecerme en un lugar fijo durante un largo periodo de tiempo. Después del coche llegó el avión, en un vuelo público para mi sorpresa, según Christian era menos probable que Electro nos encontrara allí. Por supuesto viajábamos con lo puesto, yo ni siquiera tenía pasaporte, aunque Christian, como de costumbre, se ocupó de ello. Aterrizamos en un clima cálido en comparación con el de Asia. Para mi alegría, a través de la ventanilla del nuevo coche, los olivos se extendían hacia donde mi mirada no llegaba, más allá del horizonte, casi exploté de alegría cuando Christian me reveló nuestro siguiente destino, La Toscana. Recorrimos carreteras comarcales hasta llegar a una villa tan extensa que tardamos casi una hora en llegar a la impresionante casa de estilo rústico con fachada de piedra que nos esperaba. Me pasaba los días enteros por el campo, ayudando a los trabajadores del viñedo, mi esencia agradecía enormemente poder estar en contacto con alguien. En pocas semanas todos los agricultores de la villa me conocían, y yo a la mayoría de ellos. Christian estaba metido en sus asuntos, aunque eso si, siempre con un ojo clavado en mis intenciones. Seguía con mi entrenamiento, aunque ahora se basaba solo en el footing, estaba cogiendo bastante resistencia. Me gustaba salir a correr al atardecer, a veces me acompañaba Christian, otras iba sola. Prefería ir sola, Christian no paraba de hacerme acelerar el paso una y otra vez. En mi segunda semana Christian concedió llevarme a Florencia. Era una ciudad que expulsaba historia y arte por cada alcantarilla. Me llevó al museo principal, donde para nuestra sorpresa (más bien mía, sospechaba que Christian estaba al tanto) había una exposición de Dante Alighieri. Me encantaba La Divina Comedia, al igual que su “innovadora” forma de ver el infierno en Inferno, de Dan Brown, con cada uno de sus atroces niveles. Christian me explicaba cada detalle con una emoción contenida. Parecía abrirse más poco a poco, su dureza era como el diamante, dura pero frágil. Llevábamos meses viajando juntos, era normal estrechar lazos, aunque nadie me lo hubiera dicho el primer día. Después de la visita guiada por el museo me llevó a un agradable café donde pedí un Frapucchino. Nos atendió un atractivo camarero, como de costumbre Christian no pidió

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nada. Yo le daba vueltas a mi café entusiasmada por la visita a Florencia, no paraba de reír y sonreír, parecía pegarle mi buen humor a Christian. Hablamos de música, literatura, arte… llegamos a tocar el tema de nuestra otra época, aunque yo no recordaba bien de que siglo era. Era tan agradable poder hablar con alguien que estaba vivo cuando los ordenadores no eran más que ilusiones y los aviones inaccesibles… Se nos hizo tarde, nos cayó la noche en el viaje de vuelta. -¿Nunca te has casado? -No. -¿Por qué? -Ante mi curiosidad Christian sonrió. -No lo se, nunca me lo he planteado. ¿Y tú, por qué nunca te has casado…? -Su voz se fue apagando como si estuviera recordando algo desagradable. Seguramente sería algo de su infancia, intenté cambiar de tema. -Resultaría aburrido, una eternidad con la misma persona. -Desvió la mirada de la carretera para acariciarme con sus ojos azules, brillaban como las estrellas que dejábamos atrás. -Depende con quién. -Su mirada siguió unos segundos más aprisionando mi respiración y volvió a la carretera. -Antes no pensabas así. -¿Antes cuándo? -Antes. -¿Por qué te vas por las ramas? -Y ¿por qué no? -Resoplé como una niña y apreté mis puños. -No es educado. -¿Debería importarme? -No si no lo eres. -La conversación acabó, yo enrabietada y él con una sonrisa traviesa de esas que había aprendido a no quedarme embobada mirando. Pensé en nuestra conversación,

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en el tema del matrimonio, ¿antes no pensaba así?, ¿habría querido casarme? En mi época estaba segura que era lo establecido, pero entonces, ¿por qué no me había casado? ¿O tal vez si? Intenté desplazar la neblina que no me dejaba recordar, no pude, probé atravesándola. Una imagen me vino a la mente, un joven rubio atractivo por el que sentía algo, era él, mi prometido… “pero algo se torció” ¡LLAMAS! El pinchazo en mi cabeza se intensificó, la neblina contraatacó, un gemido de dolor se apoderó de mi garganta. Apreté los ojos pidiendo que el dolor pasara. Oí un frenazo, Christian tiró de mi puerta, me decía algo pero yo no lo oía, solo escuchaba a mi neblina recordándome quien mandaba y lo que pasaba si intentaba jugársela. Mi esencia se activó sintiendo el peligro, mi cuerpo ardió en llamas. Christian posó sus manos en mi cabeza, mis llamas no le quemaban, fue una sensación tan agradable, indescriptible… Su hielo penetró en mis entrañas, mi fuego lo dejaba pasar, era un contacto tan anhelado, que me dejó confundida, “¿ya conocía aquel contacto?”. La neblina se dio por satisfecha con mi dolor, abrí los ojos, Christian me observaba intensamente. -Estoy bien, no es nada. -Mi voz era más grave que de costumbre, una pequeña brecha que ocultaba más dolor del esperado se había abierto en mi interior, y no sabía cuando invadiría mi cuerpo. -¿Segura? -Él no parecía muy convencido. -De verdad, no ha sido nada. -Christian volvió a su asiento y reemprendió la marcha. Le había dejado el coche como unos zorros. Yo mientras, estaba dándole vueltas a un nuevo descubrimiento, uno que no me dejaría dormir, a aquel sentimiento anhelado, distinto al que sentí por mi prometido, sin comparación alguna en cuanto intensidad, algo que sentí por alguien distinto a él, algo que mi esencia ya había reconocido, algo tan misterioso como por qué mi camiseta de pijama olía a Christian. Por supuesto que había reconocido aquel olor a lavanda, era su olor, solo que no había querido darme cuenta antes. El sol se colaba por mi ventana dándome a entender que ya era hora de levantarse. Me vestí antes de salir de la habitación, Christian había hecho traer nuestras pertenencias desde Shangai. Fui a la cocina impaciente por desayunar un delicioso plato de tortitas. Abrí la nevera, estaba llena, cogí huevos, leche, harina… No tardé demasiado en cocinarme mis tortitas, aunque mi afición por la cocina podía mejorar considerablemente, suerte del sirope de chocolate que le daba tan buen sabor ocultando mis pequeños errores culinarios. Salí al exterior con el estómago lleno. Me dirigí hacia los viñedos, donde Paolo, el capataz, junto con su mujer Rosalía (que no entendía inglés) y su hijo Andrés de cuatro años estaban vendimiando. Les saludé alegremente, me respondieron de igual modo y comencé a cortar racimos de uva a su lado y dejándolos en los capazos.

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-Buenos días señor Christian. -El marcado acento de Paolo me resultaba divertido. Levanté la mirada de las uvas y encontré a Christian, con una camisa blanca, paseando a Biscuits, el labrador de la villa. Era del color del sol, se acercó a mí meneando la cola felizmente, lo acaricié, el sol brillaba con tal intensidad que tuve que taparme con la mano para conseguir ver algo. -Buenos días. -Christian pasó a mi lado con una amplia sonrisa. Iba mascando un tallo que habría recogido por el monte. Andrés corrió a su encuentro, Christian se arrodilló a su lado y le revolvió el pelo cariñosamente. Era una postal perfecta. Habló en un italiano fluido con el matrimonio, debía tratarse de algo relacionado con la cosecha. Dicho aquello se despidió y se fue con Biscuits hacia la casa. El trabajo en el campo me dejaba agotada, me gustaba comer con Paolo y su familia, después seguíamos trabajando, me encantaba formar parte de aquellos cariñosos lazos durante unas horas. Al atardecer me despedí y me dirigí a casa para ponerme mi ropa de sport; una camiseta de tirantes y unas mallas deportivas. Como cada tarde me colocaba mis cascos, sonaba Teen spirit de Nirvana. Comencé con un trote moderado, recorría los límites de la villa para luego cruzar cerca del río y coger la recta hacia casa, me encantaba el paisaje, la música, las sombras del sol cayente. Estaba en el tramo cercano al río, huyendo de la oscuridad que comenzaba a acechar mis talones, cuando por encima de la música noté una presencia entre los arbustos. Me quité los cascos y agudicé la mirada hacia la frondosidad. Un crujido demasiado fuerte como para pertenecer a la fauna de aquel ecosistema alertó a mi adrenalina. Escuché atentamente, me di cuenta de la turbación de mi esencia, una aglomeración de energía rondaba cerca. El miedo dio libertad a mis piernas para que comenzaran a moverse descontroladamente, crucé los campos como un rayo, tropecé, caí, me levanté y seguí como alma que lleva el diablo. Ya veía la casa a lo lejos, pero la presencia había cogido ventaja, la notaba tan cerca, como si me respirara en la oreja… Las lágrimas comenzaron a resbalarse por mis mejillas, se evaporaban pero los sollozos no podían evaporarse, comencé a suplicar hacia mis adentros, no podía acabar así. Mi corazón dio un vuelco al ver a Christian con los brazos cruzados a mitad del camino a casa. -¿Dónde estabas? Es tarde... -No pudo acabar la frase, su sentido se agudizó, vio mi rostro compungido. -¿Qué…? -Su actitud dio un cambio tan feroz que ser consciente de ello me erizó el vello de la piel. Me agarró por los brazos. -¿Qué ocurre? -Hay algo allí, algo me estaba persiguiendo. -Mi voz era apenas entendible por los sollozos. Christian apartó la mirada de mí y la clavó justo detrás de mi espalda.

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-¡Paolo! -Comenzó a dar órdenes en italiano, parecía francamente furioso. Me recordó a una leona protegiendo a sus crías. Apareció Paolo, me cogió del brazo y tiró de mí con amabilidad pero impaciencia. Christian me miró. -Ve a la casa y no salgas bajo ninguna circunstancia. ¿Me has entendido? -No, yo no te voy a dejar solo. -Christian hizo caso omiso a mi negativa y le dedicó un gesto con la cabeza a Paolo. Éste tiró de mí con más fuerza, intenté zafarme, pero él era fuerte, sacó una daga de debajo de su camisa y me empujó hacia la casa. Al parecer los empleados de Christian no eran agricultores tradicionales. Vi a Christian alejarse por el sendero, él también había sacado su daga, aunque reconocí que no era su katana. Aquello me rompía el corazón, me negaba a que se enfrentara él solo al peligro, éramos un equipo, tanto si él quería como si no. Mi esencia despertó en el momento preciso, no quería hacerle daño a Paolo, pero tampoco iba a permitir que Christian fuera solo hacia lo desconocido. Paolo soltó un alarido al entrar en contacto con mi abrasadora piel. Sin perder un segundo eché a correr por el sendero, Christian pareció adelantarse a mis intenciones. Se dio media vuelta, y con una mirada que pretendía ser dura, extendió la mano y cientos de cristales de hielo me impulsaron hacia la casa, para mi horror el sendero estaba ahora congelado, caí de culo y resbalé hacia donde Christian quiso llevarme. La gruesa y resbaladiza capa de hielo que se formó bajo mi cuerpo me impulsó hacia la casa, la puerta estaba abierta, me lanzó sobre el recibidor y una fuerte ventisca cerró la puerta con un gran estruendo. -¡No! -Me lancé sobre la puerta desesperada, pero algo sólido y pesado me impedía abrirla. Al parecer se trataba de un enorme bloque de hielo que Christian había dejado detrás de la puerta. Podía ver el agua que resbalaba del hielo, caía sobre el suelo del porche y se colaba por la rendija de debajo de la puerta. La frustración, la ira y el miedo me hicieron soltar un grito de furia, mi cuerpo recuperó sus llamas y con mis puños apretados golpeé el suelo dejando dos manchas negras de ceniza. Me pasé las horas jurando en vano, quería ver a Christian andar por sus propias piernas, no podía pensar qué pasaría si él no volvía. A medida que pasaba el tiempo la esperanza brillaba con menos intensidad, la desesperación me estaba volviendo loca, era un amasijo de nervios sin control temblando por la ira. Christian había cerrado cualquier oportunidad de salida, solo podía quedarme ahí parada sin hacer nada, mientras él se enfrentaba contra “algo” desconocido. Oí pisadas por el sendero, la puerta se abrió bañándome con la luz de la Luna. La silueta de Christian apareció recortada en el marco de la puerta. Me faltó tiempo para saltar sobre él y empujarle violentamente.

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-Eres, eres, eres un… -Mis ojos se llenaron de lágrimas y al ver su angelical rostro mancillado por una raja sobre la mejilla, no pude sino que abrazarle para cerciorarme que era real, que estaba sano y a salvo. Noté como se tensaba bajo mi prisión, aunque esta vez no me rechazó con brusquedad. -Ni se te ocurra volver a hacerme esto. -Le pegué otro empujón y lo miré de arriba abajo. Incluso en esa circunstancia él parecía tener mejor aspecto que yo. -Era lo que tenía que hacer, es mi trabajo. -Su tono era serio, pero sus ojos centellaban. -Lo volvería a hacer. -NUNCA, nunca me enorgullecería de lo que hice a continuación, pero como buen elemento del fuego me dejé arrastrar por mis impulsos. Levanté mi brazo y golpeé con fuerza la mejilla derecha de Christian con la palma de mi mano. Una oleada de pánico me sacudió al ser consciente de lo que había hecho. Christian se quedó inmóvil con la cabeza ladeada por el golpe durante unos eternos segundos. Intenté mantenerme serena, pero sabía que el miedo se alojaba en mis ojos. Christian me miró fijamente. -No vuelvas a hacer eso en tu vida. -Era lo que tenía que hacer, es mi trabajo, lo volvería a hacer. -Repetí sus mismas palabras con un tono amenazante intentando que no se filtrara mi temblor. Sus ojos reflejaron un brillo letal y peligroso que me erizó el bello de la nuca. -Vamos a comenzar con tu primera clase de artes marciales. -No lo dijo como un maestro, más bien como alguien que busca venganza. Mis piernas dieron el pistoletazo de salida, me precipité por el pasillo y conseguí llegar a la última habitación, la más lejana a él, que curiosamente era la suya. Iba a cerrarla, pero él ya estaba allí, me cogió por el brazo y lo retorció sobre mi espalda. Solté un alarido de dolor inesperado, intenté zafarme, pero solo conseguí incrementar el dolor. Me tropecé y caí sobre la cama ante el impulso de mis sacudidas. Christian cayó sobre mí, aflojó su llave y se inclinó para susurrarme en la oreja: -Lección número uno: -Se tomó su tiempo, relamiendo sus bigotes, saboreando el momento de victoria. -Nunca le des la espalda a tu contrincante. -Mi orgullo había recibido un duro golpe. -¡Suéltame! -Y si no ¿qué? -Te reduciré a cenizas. -Se acomodó sobre mí, podía notar su sonrisa traviesa, la atmósfera había dado un giro de trescientos sesenta grados.

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-Me encantaría verlo. -Como sigas así lo comprobarás de primera mano. -Solo tienes que pedirme perdón por tu guantazo y te soltaré. -Jamás. -Mis dientes rechinaban enfurecidos, había comprobado que le encantaba verme rabiar. -Muy bien. -Volvió a retorcer mi brazo. -Puedo estar así horas. -Que sean días. -Mi orgullo cogió un cuchillo entre los dientes dispuesto a batallar, pero mi extremidad izquierda pedía piedad. -Con lo fácil que sería pedirme perdón. -Nos quedamos en silencio unos segundos, el dolor comenzaba a ser insoportable. -Perdona Christian, no pretendía abofetearte la cara, ha sido una desconsideración por mi parte. –Su voz burlona hizo que la frustración, el dolor y la rabia afloraran en mis ojos, daba gracias que Christian no podía ver mi rostro. -¿Una desconsideración por mi parte? -Conseguí pronunciar entre jadeos. -¿Lo dice quien me ha dejado encerrada durante horas? -Mi esencia se pronunció haciendo arder todo mi cuerpo, pero a Christian no le dañaba. -Sin saber si te había pasado algo. -Las lágrimas finalmente rodaron por mis mejillas. Mi orgullo se retiró humillado a lo más profundo de mí ser. -No sabes el infierno que he pasado preguntándome si estabas vivo, cuándo volverías, si estabas bien, aquí sin poder hacer nada… -Mis sollozos se hicieron audibles. Christian me soltó el brazo. -¿Estabas preocupada por mí? -Pues claro imbécil. -Sorbí por la nariz, mis sollozos se apagaban, al igual que mis llamas, pero seguía con la cabeza sobre las sábanas de Christian, (lo poco que quedaban de ellas, mis llamas habían consumido lo que habían podido). -No lo sabia… yo nunca… -Vaya, por fin una cosa que Christian no controlaba, se explicaba peor que yo, teniendo en cuenta que las incongruencias y la confusión acudían a mí habitualmente como las hormigas a un terrón de azúcar. -No estoy habituado a esto Shira. Le oí suspirar y asomé mi rostro para contemplarlo, se tumbó sobre la cama a mi lado con la mirada perdida en el techo. -No estoy acostumbrado a vivir con nadie, y menos a que se

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preocupen por mí. -En ese momento le perdoné todo, me dio tanta pena, había olvidado que se crió con la encarnación del mal, habría sido muy duro y traumático. -No es fácil para mí saber que hay alguien en casa esperándome, dependiendo de mí, no se cómo comportarme en determinadas circunstancias. -No me lo jures. -Christian sonrió y me miró, yo le devolví la sonrisa. Era la primera vez que recordara, ver sus ojos con ese azul tan celestial. Su armadura me había dejado entrar durante un limitado tiempo al museo de Christian. Un impulso de aquellos que sí puedo controlar me asustó con su enorme intensidad, la urgencia de zambullirme en esos ojos casi me consume, mis manos anhelaban el contacto de su sedoso pelo y mis labios me pedían saborear los suyos. “Es Christian, antes de que te acerques habrá huido hacia el fin del mundo, deja de soñar Shira, que ahora te tolere no significa que quiera tocarte”. -¿Van a ser así todas las lecciones? -Christian rió con esa voz suave, pero grave, como el resquebrajar de un cristal. Y sin darme respuesta se fue hacia la cocina. Aproveché para inhalar su olor de entre las sábanas segura que no me veía y me fui a mi cuarto. -Siento lo de las sábanas. -Le grité antes de cerrar la puerta. Christian me había preparado la cena, ahora que nuestra atmósfera de confidencias se había roto se le veía más tenso que de costumbre. -¿Crees que volverán? -Le pregunté mientras pinchaba un trozo de pimiento rojo. Él estaba sentado a la mesa, pero sin un plato delante. Entrelazó los dedos de las manos y me miró con gravedad. -Sin duda. Por esa misma razón partiremos esta noche. -Me miraba fijamente, intentaba aparentar una dureza de la que podría ser portador. Sospechaba que sabía lo duro que me era irme de allí. Ni siquiera podría despedirme de Paolo, Rosalía y Andrés. Bajé la mirada hacia mi plato intacto y suspiré abatidamente. -Esta bien. -Era lo que debíamos hacer y lo haría. -Sabes que no podremos seguir así toda la vida. -Solo hasta que completemos tu entrenamiento y recuperes tu condición. -Tardaremos mucho entre tanta intromisión. -No te preocupes, este destino es distinto, no creo que nos localicen en mucho tiempo.

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-¿Cómo estás tan seguro? -Porque es mí terreno. -¿A qué te refieres? -Nos vamos a la frontera entre Canadá y Alaska. -Aquello me entusiasmaba, nunca había estado allí. Lo que no me llamaba era el duro viaje. -¿No perjudicará al desarrollo de mi esencia tanto frío? -Christian me miró señalándome algo obvio que se me escapaba. -Shira, llevas meses conviviendo conmigo, soy el hielo. -Oh, también es verdad. -Dicha la estupidez del día seguí con mi cena. Serían las cinco de la mañana cuando Christian irrumpió en mi cuarto. No pudo despertarme, y su paciencia era limitada, así que me desperté en el coche, con el pijama puesto y de camino al aeropuerto. -¿Qué narices...? -Buenos días. -Christian parecía risueño, y encantado de ver mi turbación. -Espero que no te importe, pero tras mis numerosos intentos fallidos de despertarte decidí que podrías seguir durmiendo en el coche. -¿Y mi equipaje? -En el maletero. -Sabes que no me gusta que me recojas las cosas. -Siempre me despertaba de mal humor. -Y tú sabes que no me gusta perder el tiempo. -Resoplé sabiendo que era como darse cabezazos contra una pared discutir con él. Metí mi cabeza dentro de mi camiseta de pijama, inspiré ese olor a lavanda que también estaba repartido por todo el coche. Sabía que en algún momento tendría que hacer preguntas, pero ahora no. Presioné el botón de play del reproductor del coche y dejé que Muse despejara mi cabeza.

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CAPÍTULO

40

Estábamos en una cafetería de carretera, Christian había decidido parar a desayunar, habíamos viajado por carretera dos horas desde que habíamos aterrizado al norte de Canadá. El ambiente era húmedo y tranquilo, mi primera impresión de Canadá era agradable, me gustaba aquella sonriente población y sus camisas de cuadros. Mis tripas dieron un doble salto mortal cuando vi a la camarera acercarse con el plato de tortitas con bacon que había pedido; eran la especialidad del establecimiento, y yo estaba deseosa de hincarles el diente. La camarera lucía sin gracia pero con carácter el típico uniforme de cafetería que en tantas películas había visto. Era de mediana edad, pero sus ojos poseían aquel brillo de vida propio de personas fuertes y decididas. Dejó mi plato enfrente de mí, preguntó si deseábamos algo más, oía de fondo como Christian le decía algo, pero mi atención estaba por completo en aquella maravilla de la naturaleza. Probé un bocado y una fuente de sabores y sensaciones con un resultado orgásmico bajó a mi estómago. Vi a Christian mirar mi expresión con curiosidad. Seguí comiendo, le pillé observando mi plato. -¿Quieres probarlas? –Le ofrecí un trozo jugoso y apetitoso. Me identifiqué con Eva en el paraíso, tentando a Adán. -No necesito comer, ya lo sabes. –Su voz sonó automática. -Hacemos cosas que no son estrictamente necesarias para funcionar, pero sí lo son para vivir. –Ante mi sorpresa pareció rendirse a la tentación y cogió mi tenedor, lo introdujo en su boca y saboreó la ración. -¿Te gusta? -Mm, hacía tiempo que no probaba algo tan bueno. -¿Hace cuanto que no comes nada?

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-No lo recuerdo. –Se encogió de hombros sin darle importancia, pero a mí me dio lástima. -Podrías pedirte un plato. –Mi sugerencia se quedó en el aire. -No. –Sería extraño que cambiara de la noche a la mañana. -Dime una cosa, ¿no te sientes mal al trabajar como sicario de Edward? –Ante mi inesperada pregunta torció el gesto. -Yo no lo llamaría sicario, pero no, no me siento mal, si yo no hiciera lo que hago alguien tendría que hacerlo. -¿Por qué? ¿Por qué es necesario que alguien mate a criaturas inocentes? -Shira, no son criaturas inocentes. -¿Ah, no? ¿Acaso los Broowliings no lo son? Son seres incapaces de dañar a nadie. – Edward me había explicado su forma de conseguir energía, cómo Christian vaciaba a los Broowliings tal y como Electro pretendía hacerme, con solo pensar en ello un escalofrío me recorrió de arriba abajo. -No los corruptos. –Ante aquella respuesta me quedé en blanco. “¿Broowliings corruptos?” -¿A qué te refieres? -Existen dos tipos de Broowliings, las criaturas inocentes que tú conoces y los seres corruptos que comercializan ilegalmente con su energía corrompiendo el equilibrio. -Entonces, ¿tú solo matas a Broowliings corruptos y a seres metidos de esa energía? –Él asintió con la cabeza y fui consciente del alivio que comenzó a crecer dentro de mí. -Ah.

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-¿Creías que iba por ahí quitando la vida de seres por capricho de Edward? Yo también tengo mi propio criterio Shira. –Mis mejillas se tiñeron de un color rosado mientras daba vueltas a mi plato con mis dedos indecisos. -Bueno, tampoco es tan grave, apenas te conozco y Edward tiene una forma de explicarse muy retorcida. –Ante mi respuesta Christian se recostó sobre su asiento y dirigió su mirada por la ventana. -Tienes razón, no tendrías ninguna razón para pensar distinto. –Su voz quería sonar pasiva, pero puede detectar un tono amargo que podría venir de un resquicio profundo. Suspiré sin saber qué decir, nunca habría creído que tendría que saber decir algo para hacer sentir bien a Christian, y bien mirado mi gesto tampoco sería bien recibido, así que decidí quedarme en silencio. Paseé la mirada por la cafetería, las mesas estaban colocadas al lado derecho, junto a las grandes ventanas que nos permitían ver el frondoso bosque que había al otro lado de la carretera. La barra con sus taburetes se encontraba al lado opuesto, donde mi camarera estaba pasando una valleta. El local podría decirse que estaba casi vacío, si no fuera por una pareja un par de mesas más al fondo y dos robustos hombres sentados en la barra. La radio sonaba, una canción que no conocía estaba acabando, silencio, acordes del principio de una nueva canción. Se me erizó el pelo de la nuca, le dirigí una mirada a Christian, pero seguía con la mirada perdida en alguna parte del bosque, pareció tensarse de repente. Fui consciente del débil gemido que salió por mi boca, conocía esa canción, era pieces, de sum41. Las imágenes se arremolinaron en mi campo visual como un cañón de confetis. -Vi a Christian sobre un escenario, su voz melodiosa, increíble, me quedé sin aliento, de repente calor, mucho calor. –Me levanté de mi asiento descoordinada, como no saliera de esa cafetería podría reducirla a cenizas con cualquiera dentro. – Me caí al suelo, recuerdo su tacto, sus manos acariciando mi rostro, sus ojos buscando los míos, su olor… -Shira. ¿Te encuentras bien? -Debo salir de aquí, algo no va bien. –Intenté caminar, pero todo daba vueltas, mi temperatura aumentaba por momentos, notaba el fuego latiendo bajo mi piel, sabía lo que venía a continuación, no me daría tiempo de llegar a la salida, fui dando bandazos tal borracho en un supermercado. –Sus manos en mi cadera, empujándome contra él, sus labios sobre los míos… -Demasiado tarde, mi mano ardió, el pánico me inundó arremetiendo contra mis huesos. Todo sucedió muy rápido, intentaba llegar a la puerta inútilmente, Christian ya se había levantado, me cogió de la mano y tiró de mí hacia atrás, no sabía lo que se proponía, pero tampoco me dio tiempo de preguntárselo, en un

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segundo sus labios estaban sobre los míos, yo me quedé completamente quieta, el fuego se disipó, me quedé en un estado total de relajación, simplemente dejó pasar su hielo a través de mi boca, me embriagó por dentro. No fue un beso, tampoco era su intención, simplemente quiso evitar un desastre. Me quedé boqueando como un pez, él ya se había alejado, pagó la cuenta y se dirigió a la salida, podía ver sus puños apretados contra sus caderas. “¿Repulsión?” Después de lo que había recordado empezaba a pensar que no era solo eso. Le seguí hasta el coche desconcertada por la situación. La lluvia caía con fuerza en el exterior. Me senté en el asiento del copiloto sin mediar palabra, el silencio era aterradoramente incómodo. Christian se decidió a romperlo, suspiró y me miró amenazante. -Quiero que sepas que solo ha sido para que no incendiaras la cafetería. -Lo se. –Mi respuesta le pareció suficiente, encendió el motor, pero a pesar del movimiento de las ruedas el coche no se movía. Christian soltó una maldición impropia de vocalizar delante de una dama y salió a localizar el problema. Volvió después de un par de minutos, de su cabello se deslizaban gotas de agua que surcaban sus mejillas. -La rueda se ha quedado encallada en el barro, necesito que te pongas al volante y cuando le de un golpe al coche acelera, dos golpes frenas, con cuidado ¿entendido? – Asentí con la cabeza ansiosa de poder coger el volante. Christian no pareció muy convencido, pero aún así volvió a la parte trasera. Me trasladé al asiento del conductor con cuidado de no darle al freno de mano. Por el espejo retrovisor podía ver a Christian agachado sobre la rueda, la lluvia le caía encima empapándolo de arriba a bajo sin darle tregua, aunque como de costumbre a él no parecía importarle. Había cogido un trozo de madera y la estaba insertando bajo la rueda para darle agarre. Le dio un golpe a la chapa del coche y se apartó. Presioné el acelerador, era más sensible de lo que esperaba y el coche arremetió hacia delante con un gran estruendo, frené de golpe algo asustada por el repentino movimiento. Mis manos seguían aferradas al volante cuando Christian apareció por mi ventanilla, la bajé con calma, disfrutando de aquel momento, todo él estaba recubierto por una capa de barro, se pasó la manga del jersey por los ojos, la escena era extremadamente cómica. Comencé a reír descontroladamente, a pesar de que su cara era aterradora. Fue a abrir la puerta pero puse el seguro. Parecía desconcertado y sumamente enfurecido, sus ojos echaban chispas. -¿Qué haces?

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-¿No pensarás subir así a mi coche? –Mi risa brotaba aguda, era una sensación reconfortante. -No tiene gracia, déjame subir. -Primero límpiate un poco, me vas a manchar la tapicería de barro. -Esto es increíble –Murmuró mientras se quitaba la camiseta. Desvié la mirada impresionada de que decidiera cambiarse. Realmente solo era un farol. Se dirigió al maletero y sacó algo de muda limpia de su bolsa. Decidí echar un vistazo rápido por el espejo panorámico. Su complexión no era muy voluminosa, pero sin camiseta se podían apreciar sus músculos bien definidos con más detalle. Me quedé embobada con sus abdominales, se puso una sudadera gris, se disponía a quitarse los pantalones cuando su mirada se encontró con la mía en el espejo. Cambié mi objetivo tan rápido como avergonzada podía sentirme y me trasladé al asiento del copiloto. Le quité el seguro al coche y Christian apareció en el asiento del conductor. Yo miraba por la ventanilla con una sonrisa impresa en la cara y las mejillas ardiendo como brasas en la hoguera. -¿Se puede saber quién te ha enseñado a conducir? –Su tono era marcadamente acusador. -No me dijiste que el pedal iba tan flojo. -¿Acaso no has visto que es un coche moderno? No como esas chatarras del siglo pasado. -Los clásicos siempre conservarán su elegancia. –Christian suspiró exasperado mientras seguíamos nuestro trayecto. Después un par de horas habíamos dejado cualquier tipo de civilización atrás, llegamos a un recinto si vallar, ascendimos con el coche por un camino de tierra hasta una cabaña de madera, alrededor solo podía vislumbrar un amplio valle y un poco más al norte seguía el bosque como una isla atemporal. La lluvia se había detenido, lo cual agradecí cuando bajé del coche de un salto, mis pies tocaron el húmedo suelo y respiré profundamente con una sonrisa impresa en el rostro. Dejamos el coche en la entrada y Christian abrió la puerta de la acogedora cabaña, aunque al entrar me di cuenta de que era mucho más grande de lo que parecía por fuera. El salón se extendía amplio delimitado por una puerta corrediza de cristal, podía ver el bosque lejano desde allí, la 201


decoración era sencilla, sin extravagancias ni recargas innecesarias. Había un sillón con un televisor y una barra que delimitaba la pequeña cocina. -Me gusta. –Ante mi comentario plagado de gran valor informativo Christian simplemente se dirigió a una de las tres puertas, la que se encontraba entre ambas. -Puedes dormir aquí. –Abrió la puerta, entré y dejé la maleta al lado de la puerta, había una cama grande, una cómoda y un armario, todo de estilo rupestre. Seguidamente me tumbé en la cama, era extremadamente blanda, cerré los ojos, estaba agotada por el viaje. Suspiré de placer, pero algo no iba bien, abrí un ojo y Christian seguía en el marco de la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho. Un mal presentimiento se apoderó de mi estómago. -¿Se puede saber qué pretendes hacer? -Descansar, estoy agotada. -No, debes entrenar. –Podía ver un brillo divertido en su mirada. -¿Es una venganza por lo del coche? –Él simplemente torció el gesto como si yo acabara de escupir un dragón llameante. -Vamos. –A regañadientes me levanté y le seguí hacia la entrada. No me había dado cuenta de la existencia de otra puerta al lado de por la que habíamos entrado. Bajamos unas escaleras y aterricé en algo parecido a la mazmorra de Bruce Lee. La pared del fondo estaba repleta de armas de todas las variedades, la pared de la izquierda estaba formada por grandes espejos donde veía a otra Shira pálida como el papel. –Hoy vas a practicar el lanzamiento de cuchillos. –Al menos no parecía muy duro. Las horas siguientes las pasé aprendiendo la postura exacta “debes cuadrar los hombros, los pies alineados con los hombros, así no se coge Shira, no es una espada, por el amor de Dios Shira, concéntrate, debes lanzarlo hacia delante, no hacia atrás…” Estaba deseosa de clavar el cuchillo en su pie derecho, a ver si seguía tan quisquilloso. La diana estaba a siete metros de distancia, tenía forma humana con las partes vitales teñidas de rojo y las intermedias de amarillo. Me fijé en mis pies, estaban rectos, los hombros hacia atrás, agarré el cuchillo con fuerza y me concentré en el objetivo. Christian llevaba observándome críticamente los últimos cuarenta minutos, empezaba a creer que de su boca era físicamente imposible que saliera nada agradable.

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-Espera. –Su voz me sacó de mi precisión. Se acercó por detrás, posó su mano derecha sobre mi vientre y lo empujó algo hacia atrás, su tacto era placenteramente frío, notaba su pecho contra mis hombros, aquello me desconcentraba, pero seguía firme. –Si boca rozó mi oreja. –Así mejor, y no olvides respirar. –No me había dado cuenta de que había dejado de hacerlo. Inspiré profundamente mientras se alejaba y solté el cuchillo hacia delante, con la fuerza que mi ahora fibroso brazo me permitió. El cuchillo dio en el centro de la diana, una sonrisa comenzó a florecer, pero se torció cuando el cuchillo rebotó y cayó al suelo. Solté una maldición de frustración y fui a recoger el cuchillo. -Ya dominas la postura, ahora todo es práctica. Dentro de un tiempo te saldrá como algo natural. -¿Cuánto es dentro de un tiempo? –Mi voz sonaba amarga y aquello pareció divertirle. La ducha fría me revitalizó. Oí unas voces que provenían del exterior, salí por la puerta corredera. Mi alegría aumentó considerablemente, había una cuadra y un pequeño vallado con dos caballos pastando dentro. Uno era completamente negro, brillante. El otro era de un marrón avellana con los calcetines blancos y una mancha blanca en el centro de la cabeza que la dividía simétricamente en dos. Christian estaba despidiendo con la mano a una chica de cabello largo y castaño, no pude ver su rostro porque ya estaba de espaldas. Cogió una bicicleta que estaba tirada en el prado y se fue sin mirar atrás. -¿Quién es? –Mi pelo aun húmedo caía por mi espalda, pero tan solo tardaría unos segundos en secarse por completo. -Es Amy, la chica que cuida de Zafiro y Rubie, mis caballos. –La emoción tomó riendas de mis facciones y Christian pareció captarlo. –Shira, este es Zafiro, mi pura sangre español –Me acerqué a la vaya, a su lado, el caballo pareció percatarse que era el centro de atención y se acercó a Christian con un alegre trote. Christian le acarició la cabeza y le dio unas palmadas en el cuello. –Aquel es Rubie, es un cruce entre árabe y pinto. – Rubie seguía pastando, se percató de nuestra presencia y vino con un paso lento pero firme. Estiré el brazo y comencé a acariciar su suave pelo. Sonreí ampliamente. Christian me tendió un azucarillo y se lo di con la palma de la mano completamente abierta para que no me mordiera. -Buen chico. –Le susurré mientras le acariciaba.

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-¿Sabes montar? -¿Qué tipo de persona del siglo XVIII no sabe montar a caballo? –Christian sonrió a modo de respuesta. -¿Quieres montar? -¿Enserio puedo? -Claro. –Mi sonrisa se amplió desmesuradamente, me encantaba montar a caballo, hacía siglos que no montaba (no literalmente). Ensillamos los caballos, Christian montaba a Zafiro y yo a Rubie, amaba aquella sensación que creía olvidada, en cuanto subí el olor a otros tiempos sopló en mi dirección, pero otro viento transversal lo apartó, uno que venía de mi derecha, donde Christian estaba sonriendo mientras le decía algo “agradable” a Zafiro. Levantó la cabeza y me miró, no aparté enseguida la mirada, tenía un aspecto tan joven y despreocupado, parecía un Christian distinto. -¡Te echo una carrera! –Grité mientras espoleaba a Rubie y entrábamos a galope, no paraba de reír de felicidad, el viento se llevaba todas mis preocupaciones, solo estaba el presente y yo lo disfrutaba como si no existiera nada más. Christian aceptó mi reto y nos alcanzó en unos segundos, poseía un gran estilo “¿acaso no hacía nada mal? A parte de su forma de socializarse, por supuesto” Comenzó a coger mayor velocidad, pero mi caballo tenía raíces árabes, sus patas eran más finas que las de Zafiro, mi caballo dominaba la velocidad. Me sostuve con mis gemelos y levanté un poco mis muslos, el galope tendido me encantaba. Adelanté a Christian, me puse a la cabeza, podía verle reír, con su pelo despeinado por el viento, me hubiera encantado sacar una foto de aquel momento. Llegamos a un río algo estrecho, desmonté a Rubie y lo dejé atado en un árbol, Christian llegó y siguió mis pasos, mientras él ataba a Zafiro me arrodillé junto a la orilla del río y toqué el agua con mis dedos. No había mucha corriente, sería un buen lugar donde echarse un baño, aunque para un humano no sería recomendable por la temperatura de éste. -¿Preparada para la segunda fase del entrenamiento?

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-¿Cómo? –No podía creerme que aquello siguiera, comenzaba a arrepentirme de haberle asignado mi entrenamiento. -Defensa y ataque. –Christian se acercó a la silla de Zafiro, por el lado que estaba oculto de mi visión, no me había percatado de que le había atado dos varas de madera. Se acercó a mí con ambas y me lanzó una, la cogí en el aire aún algo desconcertada. Colócate en frente de mí.- él mantenía una postura relajada pero amenazante, intenté imitarle. -Bien, vamos a aprender algo parecido a un combo. Así te resultará más fácil coger soltura. Pie derecho, brazo izquierdo. –A medida que me explicaba realizaba los movimientos, desplazaba su pie derecho y empujaba la vara hacia delante con la mano izquierda. –Agárrala con las manos más separadas. –Se acercó a mí y chocó su vara contra la mía con fuerza, mi vara salió despedida, el choque me produjo un latigazo de dolor en las manos, pero intenté ocultarlo. –Ves, así te queda suelta, debes hacerlo con más firmeza, más seguridad Shira. –Intenté hacer lo que me decía, varias sacudidas infructuosas y varios combos después empecé a pillarle el tranquillo. Parecía Mulán. -Vamos a ponerlo más interesante. –Aquello no me gustó en absoluto, pero una parte de mí asintió excitada. Una nueva Shira temeraria crecía dentro de mí, aquello me sorprendió. Señaló un tronco que atravesaba el río en toda su anchura, no parecía muy estable pero la nueva Shira aceptaba el reto. Nos subimos y nos posicionamos defensivamente uno en frente del otro, sabía perfectamente que podría tirarme con un movimiento, pero el entrenador que llevaba dentro no le dejaría vencerme sin darme posibilidad de demostrar lo aprendido. Christian atacó primero, un movimiento lento pero firme con su brazo derecho, giré mi vara perpendicular a la suya para protegerme, el choque apenas me hizo retroceder, una sonrisa se dibujo en mis comisuras. “Mi turno”, me desplacé hacia delante, me encogí y lancé mi vara hacia sus piernas, él saltó esquivándola y aterrizó ágilmente sobre el tronco, pero no pensaba darle tregua, yo ya me había vuelto a erguir y le golpeaba con mi vara hacia la izquierda, Christian interpuso su vara, ambos empujábamos hacia lados opuestos, su rostro estaba a unos centímetros del mío, pero no me iba a desconcentrar. Le miré a los ojos sin dejarme intimidar, intenté hacer algo que me pedía el cuerpo, algo que solo funciona en las películas de acción. Posicioné mi pie derecho unos centímetros hacia delante, se interponía entre los suyos, parecía un gesto totalmente inocente, como si a mí me faltara apoyo. Inspiré profundamente y golpeé sus cabeza con la mía, al mismo tiempo pateé su pié con el mío. Christian se tambaleó y cayó al río. Sacó su cabeza del agua, parecía completamente sorprendido, sonrió. La adrenalina me impidió sentir dolor en mi cabeza.

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-¿Orgulloso maestro? –Me incliné hacia delante como los alumnos del Dojo. Grité de alegría con todo mi pulmón. -No cantes victoria demasiado pronto. -Te he vencido claramente, no es pronto. -La segunda lección es “nunca bajes la guardia”. –Me recordó a la película de Million dólar baby. Christian estiró su vara hacia mis piernas, yo salté en cuanto vi lo que pretendía, conseguí esquivarla, pero el aterrizaje era otro tema, conseguí apoyar el pie derecho en el tronco, pero mi equilibrio estaba desplazado hacia delante, proferí un grito de sorpresa, me tambaleé torpemente y caí al agua. Me sumergí completamente, el frío del agua me habría dejado sin respiración semanas atrás, pero ahora que ya casi había recuperado mis plenas facultades de elemento fue como un cosquilleo. Salí a la superficie, Christian tenía serios problemas para aguantar su risa. Intenté salvar el poco orgullo que me quedaba, alcé mi vara y salpiqué a Christian con toda la fuerza que fui capaz. -¿Con que con esas? –Su mirada brillaba dándole un aire juguetón de lo más deseable. Lanzó su vara a la orilla y se sumergió bajo el agua, ésta estaba demasiado turbia como para ver a Christian o sus intenciones, el no saber qué me haría era inquietante. Aunque debía admitir que una parte de mí confesaba que era excitante. Noté sus manos cerrándose en mis tobillos, me impulsó y volé hacia delante. Caí en un planchazo, me escocía el pecho por el golpe, pero aquella batalla no pensaba perderla. Tiré mi vara hacia la orilla también y me situé con los puños levantados como él me había enseñado, en posición de defensa. Christian pareció aceptar, se colocó delante de mí, ambos sonreíamos retadores, esta vez ataqué yo primero, mi puño impactó en su cara, el giró el rostro, lanzó su puño derecho e impactó en mi estómago, una corriente de dolor subió hasta mi garganta, pero la obvié. No podía usar las piernas ya que resultaban pesadas bajo el agua, debía centrarme de su torso para arriba. Volví a arremeter pero esta vez estuvo más rápido, agarró mi brazo y lo volteó conmigo detrás, caí unos metros hacia delante, me lancé a su espalda, agarré su cabeza con ambas manos. -Vencido, podría romperte el cuello cual pavo en acción de gracias. -Se les corta.

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-¿Qué? –Aprovechando mi desconcierto me agarró por las axilas y me lanzó hacia delante, ahora estaba apresada entre sus brazos, no podía moverme, su fuerza bruta seguía siendo mayor, debía centrarme en no dejarme coger. -Que no se les rompe el cuello, se les corta. –Su boca rozaba mi oreja, notaba su respiración acelerada contra mi espalda, los músculos de sus brazos tensos sin darme tregua, mi pelo mojado se me pegaba en la frente. Ambos inspirábamos con velocidad por el esfuerzo. Comenzó a apretar sus brazos, su fuerza sobrehumana empezaba a dejarme sin respiración, como siguiera así acabaríamos fusionándonos en una sola figura. -¿Te rindes? -Jamás. –Escupí. No pensaba darle aquella satisfacción, aunque solo fuera un juego. Siguió apretando, mi visión se plagó de puntos blancos. Un gemido de asfixia salió de mi pecho implorando. Christian me soltó rápidamente. Caí al agua, él me agarró y sacó del agua. Comencé a boquear tragando todo el aire que fuera capaz. –Que conste que podría haber escapado de tu llave. –Exclamé entre gemidos. Él levantó una ceja. -¿Ah si? -Por supuesto. –Aproveché ese momento de descanso para pegarle un puñetazo en el vientre. -¡Nunca bajes la guardia! –Le grité mientras me alejaba hacia la orilla. Él me alcanzó antes de llegar a tierra firme, tiró de mí hacia atrás, ambos estuvimos varios minutos intentando hacernos ahogadillas, las risas se mezclaban al igual que nuestras agitadas respiraciones. Finalmente salimos fuera del agua. Zafiro y Rubie seguían pastando sin importarles nuestras pequeñas rencillas, nos dedicaron una mirada de indiferencia mientras seguían a lo suyo. Me tumbé boca arriba sobre la hierba, solo oía mi respiración, Christian se tumbó a mi lado. Había oscurecido, chasqueé los dedos y surgió una llama, la fui trasladando por todo mi cuerpo, era algo que intuía que podía hacer, Christian me miraba impresionado. -¿Tú puedes hacerlo? –Le pregunté. Christian se recostó y se giró hacia mí. En su piel se formó una capa de escarcha que comenzó a moverse desde su antebrazo por todo su cuerpo, con la luz de mi llama le daba un aspecto fantasmagórico, era una criatura terriblemente hermosa. Sin pensarlo acerqué mi mano a su escarcha, era suave al tacto, Christian no se apartó, llevé mi llama hasta mi mano y la junté con su escarcha, salió vapor, y agua, pero finalmente su hielo se deshizo, era una sensación única, tan intensa, y a la vez normal para mi cuerpo. Subí mi mirada hasta encontrar la suya, sus ojos relucían cristalinos, como aquella vez que me miró en su cama después de haberle

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pegado un bofetón, o aquel día en su coche… Yo ya me había secado por completo, él en cambio seguía empapado. -Déjame probar una cosa. –Le pedí. Una corriente de temor pasó por sus ojos. – Tranquilo. –Mi voz era sorprendentemente firme y suave. Abrí mi mano y concentré mi esencia en ella, notaba el fuego latiendo bajo mi piel. La acerqué a su pecho y sin tocarle fui moviéndola por su cuerpo, podía ver como la humedad se iba y su piel se secaba poco a poco, al cabo de unos minutos estaba completamente seco, incluso cálido, algo imposible para él. Miré su rostro, para mi sorpresa sus ojos estaban cerrados de placer, estaba tan relajado, parecía el niño que no le permitieron ser. Solo faltaba su pelo, subí mi mano por su cuello, sus mejillas ahora sonrosadas, las puntas de su cabello rozaban mi mano con corrientes eléctricas. Volví a dejar mi mano sobre mi cadera, Christian me miraba de una forma que no supe descifrar. Rodó y quedó boca arriba como al principio. Me fijé en sus manos en forma de puños apretados contra su cadera. -¿Te puedo hacer una pregunta Christian? –Él asintió. –Es sobre mi pasado. –Aunque se tensó más de lo que estaba no se opuso. -Es justo que quieras saber sobre tu vida. -¿Yo… era una mala persona? -No, ¿por qué lo preguntas? –Parecía extrañado. -Entonces, ¿por qué me odias tanto? –Mi pregunta lo pilló desprevenido, se pasó la mano por el pelo como suele hacer cuando tiene un conflicto interno. -Yo no te odio Shira. Soy el hielo, soy frío, no siento como el resto, creía que ya lo sabías. –Negué con la cabeza. -No, te he visto con otra gente, en el Dojo, con Zafiro, es distinto… Si que sientes, pero a mi no me quieres decir por qué te repulso. - Me levanté y fui hacia Rubie. – Deberíamos volver, ya es tarde. –Lo desaté, le di unas palmadas en el cuello, me monté sobre él y comencé el trayecto, Christian también había montado a Zafiro y me alcanzó en dos minutos. El camino de vuelta fue en silencio y a paso. Yo no estaba enfadada, sabía que le había hecho algo en el pasado que no le debió agradar demasiado, y si no estaba preparado para hablarme de ello no iba a obligarlo. Christian parecía meditar

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algo, a veces notaba su mirada, aunque yo no le daba importancia, cuando quisiera decirme algo sabía donde encontrarme.

CAPÍTULO 41

Desde aquella conversación en el río las cosas estaban más extrañas de lo habitual entre Christian y yo, dentro de la sala de entrenamiento seguía siendo mi estricto entrenador, pero fuera estaba distinto, parecía confuso, incluso nervioso. No paraba de pasarse la mano por el cabello, evitaba mi mirada, intentaba mantener conversaciones cordiales que no eran su fuerte en absoluto, trataba de forzar un ambiente amigable que él no podía tener, su esquiva mirada no iba a cuerdo de sus cordiales gestos. Por mi parte intentaba actuar con normalidad, quería darle a entender que nada había cambiado, que yo estaba bien, podía soportar su repulsión, después de varios meses y con mi fuerza renovada no resultaba tan molesta. Los entrenamientos habían avanzado considerablemente en cuanto a dureza, ahora era todo combate cuerpo a cuerpo, al principio luchaba contra un saco de boxeo, y maniquíes, pero hacía varios días que Christian se había convertido en mi maniquí. Aquella mañana había madrugado, me sentía con fuerza y de buen humor. Fui a la sala de entrenamiento y me dediqué a practicar contra el saco, mis puñetazos se centraban sobre un punto y descargaba con toda la potencia que era capaz, mis pies se movían sin descanso, en mi opinión tenía un juego de pies muy rico. Mis patadas podían llegar a alcanzar alturas que antes hubiera considerado imposibles sin ser despegadas de mi torso. Después de una hora y media entrenando me di una ducha. Fui a desayunar a la cocina, la puerta de la nevera estaba abierta y alguien estaba abasteciéndola. -Buenos días. –No quería saber de que humor se encontraba Christian esa mañana, comenzaba a incomodarme su incomodidad. Para mi sorpresa una joven apareció detrás de la nevera, parecía algo sorprendida. -Hola, yo soy Amy, Christian me pidió que hiciera la compra…

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-Ah, yo soy Shira. –Amy me tendió la mano y yo se la estreché lo mejor que pude, no estaba acostumbrada a estrechar manos, pero intenté hacerlo con firmeza. -¿Tú eres la que cuida de Zafiro y Rubie, cierto? -Si, vengo cada mañana antes de la universidad y cuando Christian no está durante una temporada también vengo por las tardes. –Me observó de arriba abajo sin mucha disimulación, mi ceja izquierda se elevó en respuesta. –Oh, perdona, es que me parece tan extraño verte aquí, ver a alguien en general, Christian nunca antes había traído a nadie aquí, ¿sabes? -¿Debo sentirme alagada? –Amy se encogió de hombros. -No sabría qué decirte, en el pueblo nadie le conoce, no suele relacionarse con la gente. -Bueno, contigo si. -Si, mi padre solía cuidar de los caballos desde hace años, pero… enfermó y yo le sustituí. – Sus grandes ojos verdes chispeaban de emoción. Cogí una manzana y le pegué un mordisco. -Vaya, siento lo de tu padre. –Amy apretó los labios en una pequeña sonrisa. -Tranquila, me las apaño bien. -No lo dudo. –Le sonreí lo más amigable que pude. -Voy a limpiar los establos, que se me hace tarde. –Yo asentí y le despedí con la cabeza. Abrí la nevera, cogí la leche y la vertí en un bol con cereales. Por la ventana de la cocina veía a Amy ir de un lado a otro cargada de paja y heno. Acabé el desayuno y me acerqué a la cuadra. Estaba recogiendo la paja sucia y cargándola en un carretillo. -¿Puedo ayudarte? La verdad es que no tengo nada que hacer. –Me apetecía trabajar en las cuadras. -Si. –Me tendió una pala y comencé a cargar paja con heces de caballo.

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-¿Hace mucho que conoces a Christian? –Habíamos hecho un descanso después de limpiar las dos cuadras, Amy me tendía un refresco. Me sequé el sudor de la frente con la manga de mi sudadera meditando su pregunta. -Creo que hace un par de años como mucho. –Lo cierto es que no estaba muy segura, apenas lo recordaba. Amy comenzó a darle vueltas a su lata de refresco entre sus manos pensativa. -¿Qué pasa? –Le pregunté animándola a seguir. -Bueno, me preguntaba si tú y él, ya sabes… -Oh. -me quedé algo sorprendida por la pregunta. -Lo siento, no quería ser indiscreta. -No. –Comencé a reír divertida por su expresión avergonzada, después de ver mi reacción sonrió aliviada. –No, Christian no es mi novio, ni siquiera creo que se nos pueda considerar amigos. -¿Entonces como es que estás aquí? -Es complicado de explicar. –Me rasqué la cabeza meditando la respuesta. –Él es mi entrenador personal, algo así como en Karate Kid. -Oh. -Si, sé que es extraño, pero no hay nada más, ni creo que nunca lo haya, somos muy distintos. -Si. –Suspiró. La miré con divertida curiosidad. Se apresuró a explicarse –Bueno, tú pareces mm...… -Sopesó la manera más suave de decirlo. -¿Humana? -Aja,-sonrió- él nunca se relaciona, bueno… hace una par de años era algo más sociable, pero algo ocurrió y dejó de venir con tanta habitualidad, -hizo una breve pausa. –creí que se había enamorado o algo así, porque él nunca se había pasado tanto tiempo sin venir a ver a Zafiro, y siendo Christian un hombre tan cuadriculado… no me imaginé que

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pudiera ser por otra razón. Pero entonces cambió –su tono se había vuelto grabe, miraba fijamente el envase de su refresco –estaba como molesto con el mundo, más distante, se retrajo en sí mismo, apenas hablaba, solo estaba con Zafiro,-pareció encontrar la expresión que buscaba- como una alma en pena. –Mis tripas se retorcieron, algo me decía que yo había tenido algo que ver. “¿Maté a su prometida?” Eso explicaría muchas cosas. Pero después de lo recientemente recordado no creía que los tiros fueran por ahí. Christian apareció por la puerta corredera, saludó a Amy amablemente, me dedicó una mirada de reconocimiento, le sonreí con sinceridad, pareció satisfecho, volvió al interior de la casa. No tenía ni idea de a dónde había ido, pero seguro que tenía que ver con su trabajo y por lo tanto no soltaría prenda. -Bueno, me tengo que ir a clase. Hasta mañana Shira. –Se despidió con la mano mientras se encaminaba hasta su bicicleta, la seguí con la mirada mientras la montaba y se perdía por el sendero. Me caía bien. -¿Estás lista? –Christian estaba delante de mí, preparado para atacar. El entrenamiento de hoy había comenzado como el resto, solo que hoy Christian parecía más duro de lo habitual. Sus golpes eran más fuertes, debía estar intentando probarme. Me lancé hacia delante, pero él siempre era más rápido, parecía saber mis intenciones antes que yo misma. Retorció mi brazo en un ángulo peligroso pegándolo a mi espalda. -Así solo conseguirás que te maten, ¿enserio pensabas empezar así? ¡Concéntrate! – Comenzaba a irritarme, y aquello no era una buena señal. Solté un gemido de dolor, pero él no aflojó. -Espera un momento. -Tu enemigo no esperará a que te prepares, debes estar siempre alerta. –Me soltó con un empujón. Gruñí molesta. Christian se abalanzó sobre mí, me alcanzó un puñetazo en la barbilla, un dolor agudo hizo pitar mis oídos. –Deberías ser más rápida a estas alturas. -¿Deveras? –El sarcasmo era la primera fase de mi irritación. Escupí sangre sobre el suelo de madera. Christian me miró desaprobando mi gesto pero no dijo nada. Volví a lanzarme contra él una y otra vez, y una y otra vez salía mal parada, estaba tan frustrada y tensa que podría haber afilado un cuchillo con mis propios dientes. Christian me empotró contra el suelo, mi hombro se dislocó, él seguía encima de mi espalda

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ejerciendo presión, el dolor me empañó los ojos, pero mi orgullo no me permitiría llorar delante de él. -¿No te cansas de caer una y otra vez? –Su forma de motivarme no funcionaba. La ira crecía. -¿No te cansas de tirarme? –

Pregunté entre dientes.

-Si, después de una veintena de veces deja de ser entretenido. –Mi hombro latía de dolor. La frustración era un potente combustible, él encima de mí, ganándome como de costumbre, quedando yo tan vulnerable como una muñequita de porcelana, como una ridícula niña a la que tienen que cuidar, como la damisela en apuros que depende del caballero que siempre la salva… ¡NO! Con un grito que surgió como un rugido exploté en llamas, estas se esparcieron por la habitación, Christian salió despedido hacia atrás. Suponía que me iba a penalizar por usar mi esencia, pero en cambio se levantó de un salto con una sonrisa retadora. ¿Acaso nunca se cansaba? Las llamas que había esparcido quedaron congeladas en un bonito atrezo en la fatídica obra que se desarrollaba. Lanzó una oleada de hielo en mi dirección, salté y rodé por el suelo esquivándola por los pelos. No quería seguir con aquello, el hombro me dolía exageradamente y mi entrenamiento había acabado, pero Christian no se daba por enterado. Volvió a atacar, me golpeó en el vientre, todo el aire que había en mis pulmones salió con un quejido. Me incliné hacia delante, quería salir de allí, me estaba agobiando, solo podía pensar en la rabia, la frustración, en el valle abierto a mí en toda su amplitud para salir corriendo. Mis ojos chispearon de furia, ésta se desató por todo mi cuerpo, la dejé salir, pero no como otras veces, aquella vez la expulsé con intención de dañarle, tan solo quería que me dejara la vía libre, pero se me fue de las manos, el fuego vino a mí, me transformé, sin saber como, una llamarada surgió de mi pecho en forma de dragón, una enorme cabeza que abrió sus fauces y envolvió a Christian, se lo tragó y el dragón desapareció, con él mi furia, me asusté sin saber cómo había ocurrido, Christian estaba tendido en el suelo algo quemado pero estaba bien, no le di la oportunidad de levantarse, visualicé la puerta y salí corriendo, llegué al exterior y no me detuve, monté a Rubie, éste se sobresaltó pero siguió mis instrucciones, atravesé el valle a galope tendido, solo quería alejarme lo máximo posible de él, no quería verlo. Me adentré en el bosque, pero mi temperatura corporal era demasiado alta, comencé a quemar a Rubie, éste relinchó y pataleó asustado. Solo tuve tiempo de saltar y agarrarme a lo primero que pillé, me sostuve colgando en una rama demasiado vieja para mi peso,

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se resquebrajó y cayó con toda su masa sobre mi pie derecho. El golpe contra el suelo no había sido muy duro, pero la rama me había dejado el pie inmóvil. Acerqué mi mano y la chamusqué, intenté mover el pie pero un dolor agudo subió hasta mi médula espinal. No sabría decir cuanto tiempo pasé sentada esperando a que el dolor pasara, sabía que se curaría solo, mi cuerpo se recomponía sin necesidad de ayuda, pero aquella rama era muy pesada, la lesión era algo grabe. Oí un crujido y giré mi rostro, Christian apareció montando a Rubie. Se bajó del caballo y se acercó a mí, yo seguía sentada. -No puedes salir huyendo siempre que quieras. –Su tono era cortante. -Lo sé. –Suspiré, sabía que tenía razón. –Pero a veces no puedo contenerme Christian. -¿Qué haces? -Nada, necesitaba estar sola. -Va a anochecer, será mejor que vuelvas a casa. -Muy bien. Iré andando. –Christian seguía depie observándome. Parecía a punto de decir algo, pero cambió de idea y estudió mi postura. Aquello me hizo reafirmarme en mi idea de que olía el dolor. -Muy bien, levántate. –Su tono había cambiado, parecía retador. Hice el amago de levantarme, respiré profundamente y me levanté sin apoyar el pie derecho apretando los dientes de dolor. Comencé a andar lo más natural que fui capaz. -Anda déjame ver. -No, estoy bien. –Christian suspiró perdiendo la paciencia. -Tan testadura como de costumbre. –Se acercó a mí y se agachó para comprobar mi pie dolorido. –Tienes una fractura. –Se incorporó y se subió sobre Rubie, me tendió la mano firmemente. –Vamos sube. –Miré su mano tentada, finalmente accedí y agarré su brazo para subir, ante mi sorpresa me rodeó con los brazos y me depositó sobre Rubie con sumo cuidado, como si fuera una antigua reliquia de porcelana. Me acomodé detrás de él. Acaricié a Rubie sobre su lomo, sentía encarecidamente haberle quemado. -¿Cómo me has encontrado?

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-Rubie volvió a casa solo y supuse que había pasado algo. Llegué a temerme lo peor. -¿Lo peor? -Electro, pero lo deseché enseguida, lo hubiera detectado, su energía no pasa inadvertida a nuestros sensores. –Asentí meditando las consecuencias de mis actos. Realmente era complicado controlar el fuego de mis entrañas, sobretodo con Christian, hacía emerger todas mis sensaciones y las sentía tan fáciles de fluir sobre mi piel… Rubie dio un ligero trastabillo y perdí el equilibro, me sujeté a la cadera de Christian con las dos manos en un acto reflejo. Noté sus músculos tensos bajo la sudadera azul que hacía resaltar el color de sus ojos. Aquello comenzaba a descontrolarse, olía la tensión acumulada que explotaría de un momento a otro. Llegamos a la cabaña, Christian me ayudo a bajar, para mi horror no me dejó sobre el suelo, sino que me llevó en volandas hasta mi cuarto, me tendió en la cama y se arrodilló frente a mí con mi pie en su mano. -No te muevas. –Me ordenó mientras se iba. Sus ojos penetraron en mi sesera. Asentí algo cohibida, me hacía sentir como una niña pequeña después de cometer una travesura, solo que mis travesuras podrían hacer arder en llamas una ciudad entera. Volvió al rato con analgésicos y una tobillera que me impediría mover el pie. –Para mañana ya estará bien, pero esto te ayudará a sanar más rápido. -Gracias. -De nada. –Dicho aquello se fue por la puerta, antes de irse se quedó parado en el umbral y me miró como si quisiera decir algo, pero pareció que se lo pensaba mejor y finalmente se fue. En cuanto desapareció de mi perímetro de visión solté el aire que había retenido en mis pulmones y pude volver a respirar.

CAPÍTULO 42

Cuando me levanté aquella mañana el pie ya estaba completamente curado, lo moví en todas direcciones comprobando que estuviera ileso y me fui a la sala de entrenamiento. Había una nota en la puerta, Christian había salido a un trabajo y volvería tarde.

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Contemplé su elegante caligrafía sin querer pensar en lo que le podría pasar en su trabajo. Salí al exterior, el cielo estaba nublado, aquel tiempo me encantaba, ni frío ni calor. Aunque a mi el clima no me alteraba, mi temperatura corporal era siempre extremadamente alta. Cogí una de las varas de la sala de entrenamiento y comencé a realizar los combos que Christian me había enseñado al lado de las cuadras. Al poco llegó Amy, me saludó amistosamente y empezó a trabajar yendo de un lado a otro de las cuadras, sacando a los caballos al cercado y limpiando. Me miraba con curiosidad cuando pasaba a mi lado, curiosidad y otro brillo que no supe descifrar. La lluvia comenzó a caer, pero ninguna de las dos dejó de trabajar. Amy puso música en su móvil; Can´t stop de Red Hot Chilly Pepers. Parecían haber pasado horas, mi pelo se pegaba a mi frente y las gotas de agua empañaban mi vista, pero no me importaba, estaba concentrada, los movimientos salían fluidos, la vara era una prolongación de mi brazo. Amy acabó el trabajo y me lanzó un refresco, lo cogí al vuelo y se lo agradecí con una sonrisa. -Vaya, es impresionante lo que haces. –Realmente parecía decirlo con sinceridad. Me sorprendió y halagó considerablemente su comentario. -Entonces deberías ver a Christian, eso si es impresionante, no se le pasa ni una, es como una máquina. –Su rostro se tensó y desvió la mirada. -Seguro que sería interesante verle enseñándote. –Su tono no sonó como de costumbre, no sabía por qué pero decidí asentir mientras mi respiración se calmaba después de las extensas horas de ejercicio. -¿Qué estudias Amy? -Bueno, estoy estudiando psicología. Estuve dudando entre eso y biología, pero finalmente me decanté por la psicología. -Vaya, parece interesante. –Ella asintió. -Se puede llegar a prender mucho acerca de las personas observando su cuerpo… sus gestos. –Amy pareció sonrojarse de repente, bajó la mirada y comenzó a mover el pie como si intentara tapar un agujero en el suelo. Nos habíamos metido en las cuadras para 216


resguardarnos de la lluvia que se había intensificado. Subió su mirada y me contempló algo extrañada. -Qué rápido te has secado. –Señaló mi pelo y mi ropa, la suya en cambio seguía pegada a su piel por la humedad. -Si. –Me encogí de hombros.-Tengo una alta temperatura corporal. -Amy estiró su mano y tocó un mechón de mi cabello, podría ser un gesto totalmente inocente, o aquello quise pensar, parecía estar comprobando que realmente estuviera seco, pero en cambio, al soltar mi mechón dejó caer la mano más de la cuenta y rozó mi cuello acariciándolo lentamente. Comencé a sentirme terriblemente incómoda por su cercanía, seguramente sería yo, que no estaba acostumbrada a tanto contacto físico, pero su mirada me hizo ver la realidad. Sus ojos me preguntaban sin vacilar, mientras sus mejillas se coloreaban tímidamente. Se acercó un paso más, yo me alejé sin saber cómo actuar, ella parecía totalmente hipnotizada, como si yo llevara algún tipo de talismán. -Parece que la tormenta ha amainado, deberías aprovechar a bajar ahora al pueblo. –Mi voz salió algo temblorosa, pero sacó a Amy de su encantamiento. Asintió y se alejó de mí hacia su bicicleta, parecía algo confusa, se despidió como de costumbre con la mano y desapareció por el sendero embarrado. En cuanto desapareció suspiré dejando salir la tensión acumulada. Me dí una ducha que revitalizó mis músculos, me miré al espejo después de salir de la bañera, mis músculos estaban mucho más definidos y mi cuerpo daba el aspecto de estar firme y sano, incluso fibrado. Sonreí a mi reflejo y me fui a la cocina a hacerme la comida. Estuve sola en casa todo el día, había ido por la tarde con Rubie a bañarme al río, lo monté durante un par de horas, volví a casa esperando encontrarme ahí a Christian, pero no fue así. Después de cenar me fui a dormir con un nudo en la boca del estómago, “¿y si le había pasado algo?”. Mi conciencia temblaba mientras mi cuerpo actuaba como si nada. Podía oír la lluvia caer con fuerza en el exterior, mi cabeza no me dejaba dormir, no paraba de dar vueltas en la cama. Después de lo que pareció una eternidad me levanté y miré por la ventana, estaba totalmente oscuro, debía ser tarde, sobre las tres de la mañana. Maldecía aquella nota que había dejado Christian por no especificar la hora exacta mientras volvía a la cama, “¿es que acaso disfrutaba haciéndome sufrir?”, pero por otro lado, la parte pedante de mi conciencia me recordaba que en su trabajo no había horarios, y que probablemente no sería fácil saber la hora exacta, ya que puede surgir cualquier inconveniente. Aquel pensamiento alimentó mi angustia. “Maldita sea”. “Ya es tarde, dijo que vendría tarde, pues bien, ya es tarde”. Un golpe sordo en la puerta

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interrumpió mis quejas, parecía el viento, o la lluvia, pero yo ya estaba alerta. Se volvió a oír otro golpe, esta vez más débil. Christian podría abrir la puerta con las llaves, ¿quién sería? El miedo me recorrió la espina dorsal, pero me recordé a mi misma que estaba entrenada, la nueva Shira temeraria saltó de la cama y se dirigió por el pasillo hacia la puerta con sigilo, cogí el azizador del hogaril. Me asomé por la mirilla, pero todo estaba demasiado oscuro como para distinguir nada, podía ver una sombra justo enfrente, aquello no me daba buena espina. Lentamente agarré el pomo de la puerta y comencé a girar con precaución, respiré hondo y me asomé por la puerta. Christian se encontraba depie a duras penas hecho un trapo. Estaba lleno de magulladuras y algún que otro profundo corte, parecía respirar con dificultad. Ahogué un grito, dejé caer el azizador y abrí la puerta del todo. -¡Christian! –Me acerqué a él y puse su brazo alrededor de mi hombro. Oí un quejido salir de su pecho y mi alma se retorció de angustia. -Déjame, puedo yo. –Pero sus palabras sonaban débiles y sin sentido. Hice caso omiso y lo arrastré hacia su cuarto, era consciente que no apoyaba todo su peso en mí, admiraba su fuerza de voluntad. Lo tumbé sobre su cama con sumo cuidado, podía ver sus muecas de dolor tras cada movimiento. “El botiquín”, le hubiera lanzado un beso a mi conciencia si no hubiera estado apunto de darme un ataque de histeria en aquel preciso momento. Solo había un armario, lo abrí y comencé a rebuscar en su interior, me fijé en una guitarra y una caja que me resultaban enormemente familiares de pasada, aquello sería memorizado en mi mente para la posteridad. Encontré la familiar forma del botiquín, resultaba desalentador estar tan familiarizado con aquel objeto. Lo abrí, y comencé a sacar desinfectantes, gasas, aguja e hilo. Volví a su cama, sus ojos estaban cerrados, pero de vez encunado su cara se desfiguraba en una horrible mueca. Le quité la camiseta con todo el cuidado que fui capaz, de mi boca casi escapa un sollozo cuando vi su perfecta piel mancillada por todas aquellas horribles heridas, era una imagen tan grotesca como dolorosa. Limpié sus heridas recorriendo todo su torso, le di la vuelta cuando acabé con la parte delantera, el estado de aquella parte era igual o peor. Conseguí coserle la última herida. Lo dejé boca arriba, para mi sorpresa la escarcha comenzó a envolver sus heridas, estaba completamente helado, sabía que aquello era bueno para él, pero aún así la preocupación me desgarraba por dentro. Me quedé sentada a los pies de su cama, en el suelo, vigilando su respiración, cuando comprobé que empezaba a regularse apoyé mi espalda contra la pared y dejé a mis párpados hacer su magia. Me desperté envuelta en un suave olor a lavanda, abrí los ojos sin saber donde me encontraba, últimamente me ocurría a menudo ya que no paraba de trasladarme de lugar,

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pero aquella vez me costó reubicarme más que de costumbre, finalmente reconocí el cuarto de Christian, la noche anterior se abrió paso entre mis neuronas adormecidas tensando todos los músculos de mi cuerpo. “¿Qué hago en su cama?” Recordaba haberme dormido en el suelo. Aquello debía ser una buena señar, significaba que se había recuperado. Me levanté y fui a la cocina. No estaba allí, el miedo rodeó todo mi volumen, no podía haberse ido de nuevo. Iba a salir al exterior pero me detuve, lo vi por la ventana, estaba dentro del cercado acariciando a Zafiro, parecía tan feliz cuando estaba con él, le dio el resto de la manzana que le quedaba. Le hablaba y sonreía, luego simplemente se quedaba observándolo. Decidí ponerme a desayunar mis cereales. Christian entró por la puerta corredera, le miré mientras masticaba mi desayuno con un fuerte crujido. -Buenos días. –Parecía de buen humor. Asentí, seguía mirándolo, parecía estar recuperado, aunque podía ver el principio de los vendajes que le había puesto en el cuello. La gasa de la ceja también seguía ahí. Se pasó la mano por el pelo y supe inmediatamente que iba a decir algo incómodo para él. –Gracias por lo de anoche. – Fuera de contexto resultaba muy desconcertante. Tragué mi comida. -De nada. –Él pareció creer que la conversación estaba cerrada, se dio la vuelta para irse, pero mi voz lo detuvo. –Christian. -¿Si? -No te mentiré, anoche me asusté, mucho. –Retorcí mis manos por debajo de la mesa y aspiré todo lo que pude como si el aire me fuera a dar valor. –Yo… me gustaría que te relajaras un poco con respecto a tu trabajo, bueno, me prometiste que me entrenarías, y si… Dios no lo quiera, pero ¿qué pasaría si no volvieras? –Christian se quedó completamente paralizado como si acabara de salir una mariposa de mi boca y se hubiera puesto a danzar sobre la mesa. -Entiendo tu punto de vista. -¿Y? –Le animé a seguir, parecía totalmente descolocado. -Te prometo que volveré cada vez que me vaya. -Eso tú no lo sabes. No me sirve de nada. –Su expresión era similar a la de un hombre que vi en Tijuana que se había comido una guindilla demasiado picante para su 219


organismo. Solo que esperaba que Christian no comenzara a dar vueltas en círculo y gritar como un poseso. -No voy a cambiar mi trabajo solo porque ahora tenga a alguien en casa que dependa de mí… -Pareció congelarse mientras se oía a sí mismo. Esperé a que replanteara su argumentación. –Yo… Podría intentar coger los trabajos menos arriesgados. -¿Podrías intentar? ¿Se puede saber qué quieres decir con eso? No me voy a quedar de brazos cruzados esperando a que vuelvas preguntándome si volverás y en qué estado lo harás si es que lo haces. –Crucé las manos sobre mi pecho sin intención de retroceder. – Si me llevaras contigo me quedaría más tranquila, y podría aprender más. –La Shira temeraria había tomado la palabra. -¡Ni hablar! ¿Cómo puedes pensar siquiera algo así? No me puedo imaginar trabajar contigo en aquel ambiente. ¡No! Me niego rotundamente y no hay más que hablar. Nunca, he dicho nunca, quiero verte mezclada en esos… en esas situaciones. -Da igual donde quieras verme metida o no, en cuanto acabe mi entrenamiento me iré, ya no tendrás que preocuparte más de mí, estaré preparada para enfrentarme a Electro. – Cristian se acercó a mí tan rápido que apenas pude verle. Me puso una mano en el pecho y me empujó hacia detrás. -Nunca te enfrentarás a Electro tú sola si estoy vivo para impedirlo. –Golpeé su mano quitándomela de encima. -Pues como sigas así no te preocupes que no estarás para impedirlo.-Entrecerró los ojos y el hielo se concentró en su mirada. Yo sostuve su hielo con mi fuego, finalmente pareció derretirse. Suspiró derrotado. –Esta bien, yo no acepto trabajos arriesgados y tú no cometes ninguna locura. ¿Trato? -Trato. –Sonreí. Relajó su postura, pero seguía reacio. -¿Cuánto tiempo de entrenamiento crees que me queda? -Después de lo que vi la última vez no demasiado. –Se pasó la mano por la barbilla meditando. –Aunque aún estás lejos de librarte de mí. –Aquella respuesta me dejó descolocada. Se suponía que él quería librarse de mí, no al revés. Me había dado cuenta de que le había cogido más cariño del que creía, el haber pensado que le podía pasar algo 220


me había hecho abrir los ojos. La dirección que tomaban mis pensamientos me hicieron pensar algo distinto. -Amy parece una chica muy agradable. -Si, lo es. -Una pena lo de la enfermedad de su padre. -No sé si se le puede llamar enfermedad, pero si, una pena. –Christian siguió el cambio de la conversación casi con agradecimiento de no tener que tocar otros temas peliagudos. -¿A qué te refieres? –Me miró directamente y se encogió de hombros. -Alcoholismo. -Oh. -Su padre se presentó aquí borracho un par de veces y tuve que tener una conversación laboral con él. Amy lo vino a buscar en varias ocasiones, pero después de la charla ella aceptó el trabajo. Como ya estaba familiarizada con mi situación me pareció bien contratarla. –Su explicación me hizo sentir incómoda, me sentía mal por ella, y sin saber por qué un sentimiento de culpa me embriagó. -¿Ella es… -no sabía cómo plantear la pregunta, en mi cabeza no sonaba nada bien, y en cuanto salió de mi boca me pareció de lo más ridícula. –es, bueno, tiene muchas amigas? -¿Por qué me preguntas eso? -No sé, curiosidad, o más bien… nada, yo… -No sabía cómo salir de ahí, así que simplemente decidí dejarlo estar. –Nada, comencemos el entrenamiento. –Christian sonrió para sus adentros y fuimos a la sala de entrenamientos. El entrenamiento había sido duro, como la última vez, solo que en esta ocasión no había salido corriendo. Amy estaba cuidando de los caballos, no me apetecía salir a charlar con ella como de costumbre, pero me reprendí a mi misma y me dije que solo eran locuras de

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mi cabeza, hacía demasiado tiempo que no me relacionaba con otro “ser humano” que no fuera Christian y se me había pegado su carácter frío. -Hola. –La saludé. -Hola. –Ella amplió su sonrisa, me relajé al ver que actuaba como siempre. –Hoy sales más tarde. -Si, el entrenamiento se ha alargado. -¿Christian es muy duro? –Resoplé a modo de respuesta y ambas reímos. La ayudé a limpiar las cuadras y los cascos a los caballos. -¿Me acercas eso? –Le extendí la rasqueta. Estábamos guardando los utensilios en el almacén de las cuadras. Su mano rozó la mía y se quedó así unos segundos, demasiado tiempo para mi gusto, pero pensé que sería algo normal. Amy fue a por los refrescos a la cocina, había hecho la compra esa mañana. Me había traído sus cereales favoritos en vez de los que solía tomar, me aseguró que me encantarían y que después de probarlos no tomaría otra cosa, las expectativas estaban muy altas después de haber comido las tortitas de la señora Perquins. Volvió al cercado con los refrescos y me tendió uno, nuestras manos volvieron a tocarse y me encontré su mirada posada en mí. Aquello no me gustaba, un cosquilleo me recorrió la nuca erizando mi cabello. -Shira. -¿Si? –No me gustaba el tono que había adquirido su voz. -Ayer me quedé con las ganas de hacer algo. –“Y aquí viene la tormenta” Mi conciencia se regodeaba de su astucia mientras mi cuerpo se tensaba de pánico. -Ah. –Amy se acercó un paso entrando en un terreno peligroso. Yo tragué saliva meditando la manera de salir de esa situación de una forma airosa. Pero mi cerebro se colapsó y me quedé completamente paralizada, como una liebre cuando la alumbran los faros de un coche por la noche. Mi suerte iba a ser la misma que la de aquella liebre como no me moviera pronto. -De esto. –Se inclinó hacia delante. Mi impulso de alejarme hacia atrás quedó frustrado por la vaya del cercado. Su mano se posó sobre mi cuello impidiéndome girar la cabeza. 222


Sus labios se posaron sobre los míos, mi cuerpo se tensó sin moverse. Sus labios eran suaves y sabían a refresco de manzana, pero no fue como el “no beso” de Christian en la cafetería, no me hizo sentir nada, es más, lo único que me hizo sentir era incomodidad, una incomodidad que abrió paso a algún tipo de irritación, como si hubiera entrado en un lugar privado e íntimo. –Tranquila, también es nuevo para mí. –Su susurro en mi oreja acabó por abrir la compuerta equivocada. Se volvió a inclinar hacia delante. Cogí aire para hablarle con la sinceridad aplastante de la que me sentiría culpable más adelante, pero no tuve oportunidad, la puerta corredera se abrió y Christian apareció como un salvavidas. -¿Ya has acabado por hoy Amy? –Amy retrocedió colorada, aunque le miró fijamente, por un momento me sentí como una espectadora en una pelea de gatas. El tono de Christian era grave, y su mirada indiferente. -Si. Adiós Shira. –Me dedicó una sonrisa que no le pude devolver. Esa vez no esperé a verla partir, me metí dentro de la casa pasando por el lado de Christian. Oí la puerta cerrándose a mis espaldas. -No sé qué demonios ha pasado. -No tenía ni idea de que era lesbiana, pero tampoco creía que yo le había dado pie, repasé mis actos mentalmente intentando localizar algún tipo de comportamiento cariñoso por mi parte, pero era incapaz de encontrar uno. -¿No te das cuenta verdad? –Christian suspiró como si se tratara de un padre dándole la primera charla de sexo a su hijo. -¿Si no me doy cuenta de qué? -Eres el fuego Shira, evocador, persuasivo, sensual, cualquier gesto que hagas está desarrollado para evocar el deseo. –Me quedé totalmente sin palabras. –Sinceramente no creo que Amy sea lesbiana, pero sí entiendo que se pueda sentir atraída por ti. Ahora mismo estas en una fase de recuperación casi absoluta, tu esencia se ha fortalecido y fluye más que nunca. -Pero, yo… ¿eso quiere decir que no puedo tener amigas? ¿o qué haga lo que haga la gente creerá que les estoy tirando los tejos? –Nunca hubiera creído que mi esencia, a parte de no poder ser controlada tuviera semejantes pegas. Christian negó con la cabeza.

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-No digo eso, solo que ahora es más intensa que de costumbre porque estas aislada, y por ello necesitas alimentarte de los sentimientos desenfrenados de otras personas con más desesperación. Por ello tu esencia se intensifica para conseguir que fluyan a tu alrededor. -¿Quieres decir que si voy a un bar como solía hacer y absorbo sus pasiones mi cuerpo se relajará, por así decirlo? -Algo así. -Soy como una puñetera planta carnívora. –Suspiré abatida y me fui a mi cuarto, mientras cerraba la puerta un travieso pensamiento salió a la superficie “¿Christian había notado mi cambio, mi sensual comportamiento?”.

CAPÍTULO 43

Miraba el bosque que se expandía hacia más allá del horizonte a través de la ventana de mi cuarto, suspiré mientras mi mente me llevaba a un mundo paralelo, donde estaría sentada en la barra de un bar con una copa en la mano mientras mi esencia se enriquecía de los sentimientos más oscuros y pasionales de la gente que se liberaría al ritmo de la sensual música. Apreté mi mano derecha en un puño mientras mi esencia se removía inquieta suplicando salir y quedarse en ese mundo paralelo que habitaba en mi mente. “Si mi niñera me lo permitiese…” Sacudí la cabeza y me dirigí a la cocina. Christian estaba sacando cosas de la nevera. -¿Qué te propones? –Le pregunté con una sonrisa en el rostro apoyando mi espalda en la pared. -¿Tú qué crees? –Me encogí de hombros incluso a sabiendas que no me veía. Cogió algo envuelto en papel, era grande, parecía el cadáver de un poyo, cerró la puerta de la nevera con la pierna. –Prepararte la comida. -Uhh, esto es como un hotel de cinco estrellas.

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-Si, solo que con golpes. –Christian sonrió mientras desenvolvía el poyo, parecía de buen humor. Yo asentí de acuerdo con su comentario. -¿Qué vas a cocinar? -Pollo al horno con patatas y pimientos y… -Se rascó la cabeza sopesando sus posibilidades.- ¿pasta? –Me dirigió una mirada interrogativa. -Me parece perfecto. –Mis tripas se manifestaron a favor de la propuesta con un leve gruñido. –Te ayudo. –Christian me miró algo receloso, pero aceptó y me encargó pelar las patatas, me senté en una de las banquetas y empecé mi tarea. Christian puso el agua a hervir en una cacerola y comenzó a trocear los pimientos. Después de unos minutos de ameno silencio mi bocaza despegó los labios: -Se me ha ocurrido una solución a mi problema. -¿Problema? -Más bien necesidad. –Christian encaró las cejas algo confuso y divertido. -Ilumíname. -“Necesito” que mi esencia se expanda, un ambiente pasional. Así que he pensado que podría ir a un bar esta noche. –Expuse mi propuesta de una manera clara, pausada pero precisa, sostuve la mirada de asombro que Christian me lanzó. -¿Eso has pensado? -Si -Quizás en unos días. –Después de un largo tiempo en silencio volví a interrumpir la armonía que nos rodeaba. -¿Acaso sabes cocinar? –Me extrañaba, puesto que él no comía. -Por supuesto.

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-¿Es que aprendiste para conseguir ligar? –Pude ver como intentaba ocultar una sonrisa. -¿Puedo saber qué te hace tanta gracia? –Yo también sonreía, aunque no sabía si que él lo hiciera era una buena señal. -No me hace falta cocinar para llevarme a una mujer a la cama. -La cosa está en el tipo de mujer que te consigas llevar. Y a juzgar por el tiempo que llevamos viviendo juntos yo diría que no te va muy bien, aún no te he visto con ninguna mujer. ¿Me equivoco?-Christian ignoró mi pregunta, así que le lancé la piel de patata que acababa de cortar. Pude ver a cámara lenta como la piel le daba en la cara y resbalaba lentamente por su mejilla. Christian se quitó la piel con la mano, intentaba sonar serio, pero las comisuras de sus labios se curvaban de una forma juvenil y despreocupada. -Te arrepentirás de eso. -¿Tú crees? –Christian volvió a su tarea, después de otro minuto de silencio otra piel de patata se le pegó en la misma mejilla. -No comiences una guerra que no puedas ganar. –Su amenaza sonó tan floja que ambos sonreímos. -¿Quién dice que no la pueda ganar? -Tu entrenador. -Quizás no me sabe motivar, aunque entre nosotros, -susurré mis palabras con un tono alto- mi entrenador es un fantasma. -Vaya, me dejas helado. –Reí ante su comentario y ambos seguimos con nuestras tareas. ZAS, otra piel de patata se pegó en su rostro. -Tú lo has querido. –Christian se levantó de un salto sin siquiera darme tiempo de reaccionar. Solté el cuchillo y la patata y comencé a correr mientras reía sin control. Me coloqué detrás del sillón utilizándolo como barrera. Christian estaba delante, con una agilidad envidiable por un felino saltó el sillón, conseguí correr fuera de su alcance, pero no duré mucho en libertad, me empujó sobre el sillón, enredé mi perna entre las suyas y él cayó encima de mí. Nuestros pechos chocaban violentamente azotados por nuestras 226


agitadas respiraciones. Reconocía que tener el rostro de Christian a escasos centímetros del mío me hubiera puesto nerviosa y de hecho me producía un pequeño cosquilleo bajo el vientre, pero después de tanto tiempo con él sabía que desearle era proporcional a frustración, por ello no me sentí incómoda con su cercanía. En cambio él si pareció tensarse ante el contacto, “Pobre hombre de hielo, tan frío y distante, no sabes lo que te pierdes”. Realmente era un desperdicio y una gran tortura tener a aquel adonis paseando por la casa sin poder probar su cobertura. Pero como ya le dije a Amy en su día, Christian y yo éramos totalmente distintos y nunca pasaría nada entre nosotros. Él se comportaba de una manera demasiado seria conmigo, intuía que en un pasado no había sido a sí, pero aquello no cambiaba el presente. -¿Qué pasa entrenador, te sientes incómodo? –Christian pareció retomar el control, juraría que vi un brillo malicioso en sus ojos. Agarró mis muñecas y las colocó por encima de mi cabeza inmovilizándome. -Te dije que no podías ganar. –Su susurro en mi oreja me erizó el vello de la piel, era impresionante el potencial de manipulador que tenía sobre mi cuerpo, aunque yo era mi propia dueña. -Creo que esto no ha acabado. – Junté mi cadera contra la suya, en un principio se tensó, pero aceptó el reto, yo estaba relajada, sabía que lo estaba ganando. Moví mi rodilla lentamente quedando entre las suyas, le sonreí lascivamente e impulsé mi rodilla. Christian abrió los ojos como platos mientras rodaba y caía del sillón. –Ahora si ha acabado. –Le había dejado sin el día del padre, aunque pensándolo mejor nosotros nunca tendríamos de eso. Después de unos minutos agonizando en el suelo me fulminó con la mirada. -Oh no, esto no ha acabado. –Su afilada voz me hizo saltar del sillón y buscar un lugar seguro, pero no pude ir muy lejos, con las fuerzas renovadas Christian se levantó como un rayo y me colgó sobre su hombro. Yo pataleé mientras casi me ahogaba de tanto reír. Me metió en el baño y me soltó en la bañera. Su traviesa sonrisa me puso los pelos de punta. -Oh no. -Oh si. –Gimió malévolamente mientras encendía el grifo de la ducha y me empapaba con la alcachofa. Grité y reí tan agudamente que pensé que en mi vida anterior pude

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haber sido un castrati. Christian comenzó a reír conmigo, yo lo agarré, forcejeamos durante un rato hasta que él también acabó mojado de arriba abajo. Nos sentamos a la mesa ambos empapados, yo había puesto dos platos sobre ésta y Christian me miraba desconcertado. -Tú también vas a comer, no pienso desperdiciar tanta comida. -Shira… -Su voz parecía divertida. -Shh. –Lo mandé callar con un gesto impropio de una dama. Él se resignó negando con la cabeza. Comenzamos a comer -¿Te gustó? –Me miró extrañado. -¿El qué? -Meterle la mano al pollo para rellenarlo. –Christian soltó un bufido y me miró directamente a los ojos. -No sabes cuanto. –Reí ante su comentario. Aunque su mirada me quería impulsar a hacer otras cosas. Le observé mientras se comía los spaghetti a la boloñesa que habíamos preparado, se notaba su falta de práctica, los intentaba enredar con el tenedor, pero siempre acababan desenredándose y manchándole la cara de tomate, no pude evitar reírme de él. Me dedicó una mirada divertida, en esos momentos se le podía confundir con un humano perfectamente, con un humano bastante torpe si se me permitía la anotación. Después de la sabrosa comida le ayudé a fregar los platos, por la tarde fuimos a montar a caballo, a la vuelta Christian se fue a contestar una llamada de trabajo, yo me quedé en las cuadras. Me fijé en que Rubie tenía una pequeña raja en la pata, no parecía profunda, pero sería mejor limpiarla para evitar que se infectara, fui a por el botiquín al armario de Christian. Al abrirlo me percaté de la guitarra y de la caja que me habían resultado tan familiares. No me agradaba husmear en las cosas de la gente, pero aquella caja se me antojaba como de mi propiedad, me arrodillé y la abrí. Ahogué un grito cuando vi una carta, solo una carta. La cogí con las manos temblorosas, aquella caligrafía me resultaba familiar, pasé mi lengua por mis labios humedeciéndolos, casi pegué un bote cuando vi la firma de la autora, era mía. La caligrafía era mas fina e impersonal de la que utilizaba ahora, pero si, la reconocía como mía. Cogí aire decidida a leerla sabiendo que me

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revelaría lo que probablemente había querido saber desde que esos ojos azules se cruzaron en mi vida: Querido Christian: No se cómo empezar esta carta, si supieras que este es el decimocuarto intento. Pero no se me ocurre una forma mejor de empezarla que como todas las demás, “Querido Christian”, aunque esta no es una carta como todas las demás, cuando la leas, si es que la lees (comprendería que rehusaras de hacerlo) pensarás que es una carta de despedida, en parte lo es, porque no sé qué pasará mañana, en lo que puede influir mi deseo con respecto a mi condición, por ello no quería darte falsas esperanzas. Recuerdo la primera vez que te vi, en The Moment, tú me miraste de una manera tan directa que me incomodé por primera vez en siglos, para entonces ni me imaginaba lo que aquella mirada iba a cambiar mi vida. Me enfadé, me enfadé mucho conmigo misma por permitir que pudieras siquiera perturbarme. Pero todo se intensificó y por más que intentaba cesarlo era imposible alejarme de ti y oprimir lo que tan natural era que saliera de mi corazón. Oh Christian, por tus ojos, esos condenados ojos que me aceleraban la respiración como una quinceañera, esa sonrisa que me dedicabas haciéndome pensar que no había nada más bello en todo el mundo y que podría quedarme a tu lado a contemplarte, que el mundo era un lugar maravilloso cuando te acercabas a irritarme, la primera vez que te oí reír recuerdo que quedé tan maravillada ante aquel angelical sonido que mi boca no paró de sonreír en dos días. Oh Christian, tu voz acariciando mi nombre, porque era eso lo que hacías, no lo pronunciabas como el resto, no, tú lo acariciabas de una manera tan íntima que cada poro de mi piel ronroneaba encantado. Tus caricias, cómo podría describirlas, la primera vez que dormí contigo fue la primera noche en casi doscientos años que pude “dormir” de verdad, me sentí plena de una manera que no puedes llegar a imaginarte. Si supieras todo lo que llegas a significar para mí, a tu lado incluso podía ser feliz, pero sabes que no puedo vivir con este peso que me oprime… Sé que aunque siga en este mundo mi traición fue demasiado grave, no quiero ni imaginarme el horror de vivir en un mismo mundo contigo sin poder acariciarte Christian, pero es el precio que debo pagar.

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En esta carta voy dejando los últimos resquicios de humanidad, después de despedirme de ti ya no me queda nada dentro, me siento vacía sin ti. Oh Christian, si pudieras llegar a imaginar todo lo que me has cambiado, todo lo que me has hecho sentir, pero por qué, ahora todo es inmensamente más difícil. No puedo permitirme pensar en lo que hubiera sido quedarme a tu lado, no quiero derrumbarme ahora, así que aquí te dejo lo último que queda de mí, mi amargado corazón, ahora es tuyo, haz con él lo que quieras, si todo va bien no lo necesitaré. Tú eres mi corazón, pero ahora debo dejarte aquí y emprender mi camino. Lo siento. Tuya, Shira. H

Pude leer el final a duras penas, se había corrido la tinta por lo que parecía una lágrima. Mi corazón dio un vuelco, aquella persona que escribió la carta era una persona totalmente diferente a mí, esa persona melodramática y amargada… -Mi corazón rebobinó, como si una película de cinta se tratara, bombeó una sangre distinta, espesa y antigua, un sabor a papiro me inundó la boca,- abrí los ojos como platos mientras me levantaba del suelo, la intensidad era tal que no pude quedarme quieta, mis manos soltaron la carta, a medida que esta caía ocurrió: La primera vez que vi a Christian, en aquel bar, sus ojos azules, esa mirada tan distinta a la que ahora tenía, tan intensa. En clase con Mimi, la primera vez que toqué su mano en clase de química. En el lago, la primera noche que pasamos juntos, él cantando pieces desde el escenario. Sus caricias en mi cuerpo desnudo, sentirle dentro de mí. Aquella risa que me hacía sentirme humanamente feliz. Cuando rodamos colina abajo e hicimos el amor al pie del lago. Mis dedos enredados en su pelo. La promesa de que volvería pero no… ¡No! -Shira. –Su voz titubeante me hizo girar en su dirección. Estaba en el marco de la puerta. Él también había cambiado, pero ahora sabía por qué, por mi culpa, yo lo traicioné, traicioné al hielo y ahora no podía confiar en nadie, lo he herido de tal manera… Su 230


mirada era interrogativa, aunque también distinguí ¿miedo? “¿Pero qué te he hecho Christian?” Las ganas de acercarme a acariciar su rostro se quedaron ahí, no podía estar con él sin siquiera tocarlo, era demasiado doloroso, sé que no era injusto, yo accedí a ello cuando lo traicioné, pero aún así era igual de doloroso. -Chris. –Él cerró los ojos, “si Christian, he recordado”. Los volvió a abrir, estaban turbios, su expresión era más de lo mismo. Una lágrima se desprendió de mi ojo y surcó mi mejilla. Mi cabeza era una maraña de ideas y preguntas, esa no era yo, pero también formaba parte de mí. La nueva Shira cogió a la antigua y se encerraron a conversar, hasta hacía menos de diez minutos mi corazón no aleteaba desesperado cuando veía a Christian, le había cogido cariño, lo encontraba tremendamente atractivo, pero su frialdad no me había dejado ver más, aunque esta nueva revelación lo cambiaba todo. Ahora lo conocía como antes y después, el chico juguetón y el chico intransigente. Aunque ambos me gustaban, como había dicho, yo he cambiado, ya no pensaba perder el culo por él si él no me quería ni ver en pintura, (grotesca expresión) no iba a suplicar, eso por supuesto que no, sabía que me había castigado por lo que la otra Shira le había hecho, no lo culpaba, pero la nueva había aprendido a no acariciar al lobo que te puede morder. La nueva Shira le tendió la mano a la antigua y la invitó a que se fuera. Ahora era más fuerte y feliz, tanto con Christian como sin él, pero algo estaba cambiando, la antigua Shira habitaba en mí y los recuerdos se habían convertido en una necesidad. “Sus caricias, sus risas…” Sacudí la cabeza con violencia, me acerqué a la pared y le di un puñetazo, mis nudillos sangraban, pero no me importaba. Christian me miraba alarmado. Hizo ademán de acercarse pero se quedó en eso, en una intención. La tensión era palpable, nuestra convivencia se había ido al traste. -Lo…lo siento. –La vieja Shira le enviaba un mensaje. Christian bajó la mirada, se acercó a la carta y la guardó en la caja antes de meterla en el armario de nuevo. -¿Ya no tocas la guitarra? -No, me traía viejos fantasmas. –Un peso me oprimió el pecho, “¿culpabilidad?”. Nos quedamos sin saber bien que decir hasta que Christian apretó los puños con fuerza y lo vi sacar todo lo que antes no había reconocido como propio, pareció que volvía a tener sentimientos, por muy amargos que éstos fueran. -¡¿Enserio Shira, lo recuerdas todo y lo primero que me preguntas es si ya no toco la guitarra?! ¡Joder Shira, te fuiste, me hiciste

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creer que volverías!-La habitación comenzó a congelarse, una capa de escarcha lo cubría todo. -Yo… -Se llevó la mano a la cabeza y se pasó la mano por el pelo. No sabía lo que sentir en ese momento, la vieja Shira lloraba de culpabilidad, pero la nueva esta aquí, sin saber qué pensar o qué sentir. Por primera vez fue Christian el que iba a huir de los problemas, se dio media vuelta para irse, la vieja Shira gritó, no iba a permitir perderlo de nuevo. Alargué la mano y lo cogí del brazo, tiré fuerte de él dejando sus labios a escasos centímetros de los míos, nuestras respiraciones se agitaron como siempre pero distintas, esta vez sabíamos lo que había, y a la vez no teníamos ni idea. Me puse de puntillas y aspiré su aroma, él gimió cuando mi mano acarició su sedoso cabello, tal y como llevaba queriendo hacer desde hacía un año. Me incliné hacia delante y uní sus labios con los míos, eran suaves y con un sabor a él tan intenso que mi esencia grito de impaciencia y se zambulló en busca de la suya, ambas se unieron desesperadas después de tanto tiempo, el placer fue increíble. Christian gimió y me cogió por la cadera, nuestro beso se volvió más duro, agresivo. Mis manos se sellaron a él solo pidiendo placer. Él me buscaba y yo le dejaba encontrarme, solté un suspiro cuando sus labios comenzaron a besar mi clavícula, los míos se abrieron dejando salir un gemido cuando mordió mi cuello. Él profirió un sonido gutural en mi cuello al despertar mi bestia interna. Pero algo no iba bien, Christian subió a mi boca y nuestros ojos se miraron. No, no era lo que quería ver, sus ojos seguían fríos, no me había perdonado, y yo no podía seguir viendo el rencor en su mirada. -No puedo. –Susurró, esta vez fui yo la que me marché. A parte de una ducha fría necesitaba tiempo para recomponer mis ideas. El agua fría me aportaba una gratificante sensación de frescor mientras se deslizaba por mi piel desnuda. Suspiré apoyando las palmas de mis manos en la pared de la ducha mientras el agua seguía corriendo. La pregunta que más amartillaba mi cabeza era: “¿Qué diablos pedí en mi cumpleaños?” Seguida de “¿Qué era aquello que tanto me atormentaba como para haberlo traicionado?” Aunque una gran parte de mí prefería no saberlo y seguir viviendo en una feliz ignorancia, luego estaba otra importante cuestión “¿Qué siento por Christian?” No tenía respuesta para ninguna. La antigua Shira se moría por los huesos de Christian, aunque no creía merecerlo después de todo lo que le hizo sufrir, la nueva Shira era más egoísta y prefería no enamorarse, menos de alguien tan dañado sentimentalmente como Christian, sus malas caras y miradas la habían hecho renegar de sentir algo por aquel endemoniadamente atractivo Adonis. Aunque las últimas semanas había llegado a conocer otro Christian más feliz y liberado, pero

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aquello no quitaba que ahora buscaba otras experiencias más radicales, quería experimentar cosas que la aburrida Shira del pasado no había creído idóneas para una dama, pensé en esa palabra con desprecio, “dama”, yo no me consideraba como tal, las asociaba a las doncellas en apuros que nos representan en los cuentos infantiles, “no, yo soy mi propio jinete, mi único caballero, el príncipe de todos los colores”. Quería ser independiente, no quería necesitar a nadie, pero no porque no crea que deba como la antigua Shira que no quería compartir su carga, sino como una mujer que puede compartir su vida, pero sin necesidad de alguien que le abra el bote de pepinillos. Pero ahora debía reconocer que ambas habitaban en mí, los recuerdos de su piel, sus labios, el placentero sexo, aquella sensación tan intensa y refrescante dentro de mí que creí poder llamar amor, la urgente necesidad de sentirlo sobre y debajo de mí. Pero también estaba ese espacio en blanco donde antes sentía lo que creía que era amor, ahora era un espacio gris, no me moría por sus huesos, aunque tampoco me era indiferente. Incluso el frío Christian me atraía con una condenada intensidad. Volví a suspirar mientras cerraba el grifo y salía de la ducha. Me miré al espejo y reconocí a una Shira agresiva, con su cuerpo marcado por los músculos del esfuerzo y un carácter letal, que en conjunto con mi esencia caliente podría ser una mezcla catatónica. Sonreí a mi reflejo y me fui a mi cuarto, ni rastro de Christian por el camino. Observé mis nudillos rasguñados, poco a poco se me habían ido curando. Me puse los auriculares y dejé que mi lista de reproducción sosegara mis angustias y me alejara a un mundo de sensaciones lejanas. Saqué mi block de debajo de la cama y comencé a dibujar mientras Madness de Muse bañaba mis oídos, necesitaba distraerme. Observé el boceto que había hecho de Blade, “cuanto te hecho de menos viejo amigo”, estiré la mano y meneé la bola de cristal que descansaba en mi mesilla de noche. Contemplé durante unos instantes cómo la nieve bañaba la acogedora escena y recordé aquella vez que Blade me abrazó en la cama después de confesar que sabía lo que yo era, aquel semblante risueño y despreocupado. Cuanto me hacía falta ahora, él siempre me apoyaba, lo podía hacer sola, pero siempre se agradece la compañía de un “buen amigo”, sabía que Blade había sido más que eso, pero tampoco quería etiquetar nuestra perfecta- relación- imperfectaamistad-placer. Me atreví a salir al exterior de mi cuarto, Christian me estaba sirviendo la cena en ese momento, me sentí más incómoda incluso por el hecho de que me hubiera cocinado. -Hola. –Mi voz era suave, estaba tanteando el terreno.

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-Hola. –Sus ojos me miraron, aunque los desvió hacia otro lugar que podría resultar menos peligroso e incómodo. Me senté a cenar. Después del aire tan cargado que se respiraba entre nosotros estaba aún más convencida si cabía de que necesita espacio y tiempo alejada de él. Por suerte él había parecido percatarse de la imposibilidad de nuestra convivencia: -Debo ausentarme durante un tiempo, un encargo importante. Te quedarás con un buen amigo en mi ausencia. –Su voz era mecánica y grave. -De acuerdo. –Pareció sorprenderse de que no montara ningún escándalo por parecer una niña que requiere constante vigilancia, pero tratándose de Christian sabía que ese era un terreno en el que no iba a ceder. Ya era increíble que se desprendiera de mí siendo su misión cuidarme, así que no iba a tentar a la suerte y no me iba a oponer a que me transfiriera a otras manos como si de un coche usado se tratara, por muy poca gracia que me hiciera irme con su amigo. Pero si quería tiempo era la única forma que se me planteaba sin arriesgar mi integridad, tanto física como moral.

CAPÍTULO 44

Estaba en el Park Greu, en Barcelona, el sol bañaba mis ojos de una forma agradable y placentera. Tenía el block de dibujo sobre mis piernas flexionadas mientras mis manos rompían barreras creativas. Ya había pasado una semana desde que Christian me dejó con James. -Él es James, James te presento a Shira. –Yo lo miré escrutándolo con la mirada, él simplemente me miró de arriba abajo sin ninguna disimulación. Encaré una ceja y él resopló aburrido. Christian se había ido dedicándome la primera mirada desde que habíamos tenido aquella charla tan infructuosa con respecto a mi memoria y a esa carta. -Puedes pasar, hace tiempo que no me como a nadie. –El tono de James seguía siendo monótono, cogió una copa preguntándome con la mirada si quería algo, asentí y me dio

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un vaso de Whisky, se sentó en el sillón. Me interné en la estancia, tenía un gusto clásico aunque algo sobrecargado. Era bonito. -Tienes una casa preciosa. –Debía ser educada. -Oh cielos -James se carcajeó de mi comentario. –Lo se. –Cogí aire, “Dios dame paciencia”. –Parece que Christian te tiene bien enseñada. –Bufé indignada. -Christian no me tiene bien de nada. –La frase sonó de una forma que no pretendía y me arrepentí al instante. Mis mejillas se tiñeron de un rojo profundo. James extendió las palmas de sus manos encarecidamente divertido. -De acuerdo fierecilla, no me quemes la casa. –Le dirigí una mirada de recelo. “¿Con quién diablos me había traído Christian?” En ese momento creí que aquel gran gilipollas acabaría incinerado bajo mi mirada en unas horas, pero no fue así. -Shira, debemos irnos. –James llevaba un sombrero blanco de los que estaban de moda, unas bermudas marrones con una camiseta blanca dándole el aspecto de un maniquí. James aparentaba unos veinti muchos, pero debía rondar los quinientos, aunque nunca me quiso concretar. Sus ojos felinos eran de un verde azulado muy bonito, parecían realmente los ojos de un gato. Su pelo era castaño claro, ahora que le daba el sol sin piedad parecía rubio. Él era mago, aunque si te oía llamarle así se crispaba de tal manera que podrías sufrir un colapso, él se auto definía como ilusionista. James se codeaba con la alta élite, era contratado por los más exquisitos y sus números eran lo más codiciado en el mundo de tendencias, su nombre artístico era Maximillum. Me llevaba con él a las reuniones sociales, mi esencia lo agradecía infinitamente mientras gemía de placer, yo me encontraba como pez en el agua, lo que a él le había encantado. Vivíamos los tres en su piso en el paseo de Gracia, James, su novio Marcos y yo. Marcos era español, no entendía muy bien el inglés, pero yo había estudiado español, así que no había problemas de comunicación. A decir verdad Marcos oficialmente no vivía allí, James me mataría si me oyera decirle que si, pero prácticamente se pasaba allí todo el día. Recogí mi estuche de pinturas y me reuní con él, habíamos ido a tomar algo, James debía hablar con un “amigo” sobre negocios con el que acababa de quedar, no me había querido aclarar nada sobre el tema, tampoco lo creía necesario, así que yo aproveché para pintar. -¿Qué tal ha ido?

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-Bien, tal como esperaba. –Después de uno segundos de cómodo silencio James se decidió a romperlo. –Por aquí hay muchos chicos guapos, ¿por qué no te acercas a hablar? –Sus preguntas indiscretas ya no me pillaban por sorpresa. Después de una semana seguía sin tener muy claro el tema “Christian”, lo había echado de menos, eso no podía negarlo, aunque tener a alguien como James dando la tabarra todo el día me había ayudado. -Sabes que la cosa podría desmadrarse. –Él era consciente de que mi estado era algo inestable, podría dejarme llevar y quemar a alguien. -Ya, o a lo mejor sigues buscando unos preciosos ojos azules. –Lo fulminé con la mirada. –Oh vamos, ¿quién podría resistirse a aquel dios griego? -Yo, ya te dije que me odia. -Si te odiara no te habría dejado a mi cargo, si Christian me pide un favor es porque es de suma importancia, y un favor de este calibre… -Estuve a punto de pegarle, pero no quería iniciar una guerra. -Tú no has visto como me ha mirado todos estos meses, desprecio es poco. –Suspiró de una forma melodramática y puso los ojos en blanco. -Del odio al cariño… ya sabes. –Me guiñó un ojo. Ahora la que resoplé fui yo. James siempre me hacía reír, con o de él. Llegamos al piso y me derrumbé en el sillón, habíamos ido de compras por la mañana y debía ordenar lo que James, muy generosamente me había comprado, literalmente me dijo que con esos harapos no iba a acompañarle a ninguna parte, así que me llevó de compras, el primer día, el segundo, el quinto… Marcos apareció por detrás de la barra de la cocina, llevaba unos platos de canelones que me hicieron relamerme los labios. -Hola Marcos. -¿Qué tal el día Shirs? –Marcos me había puesto un apelativo cariñoso. -Con James, como de costumbre, estresante.

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-¿Qué murmuráis sobre mí? –James apareció en el comedor con la mirada inquisitiva, yo reí y Marcos le besó dulcemente en los labios. La verdad es que hacían una bonita pareja, pero como James me había dicho no duraría eternamente, Marcos era mortal, a diferencia de él. Cenamos con animadas conversaciones. -Menos mal que eres guapo, porque sino… -Estaba diciendo James cuando el timbre de la puerta lo interrumpió. Se levantó y fue a abrir jurando por lo bajo. –Arándano, llegas pronto, sabes que no hay nada que más me saque de quicio que la gente llegue pronto o más tarde que yo. –Arándano era la ayudante de Maximillum en el show. Era una chica de cuerpo muy fino y esbelto, tenía una estatura media, tirando a baja, la llamaba Arándano por su media melena de color arándano. -Lo se, pero hoy me debo ir antes. –Aquello no le gustó a James, aun sin verlo podría imaginar la mirada furibunda que le estaría presentando a la pobre Arándano. Le dediqué una mirada cómplice a Marcos, Arándano se la iba a cargar. Después de cenar vi la tele con Marcos y después me fui a la cama. James estaba encerrado en su despacho con Arándano, debían sincronizarse para el número, lo poco que me había explicado James es que era algo muy cansado y complicado para mi hormonado cerebro. Me desperté la primera, podía notar como el entrenamiento de Christian me había cambiado, ahora madrugaba, hacía mis ejercicios físicos… era una persona más aplicada y estricta. Después de hacer mis combos en mi cuarto me fui a duchar, el desayuno estaba listo para cuando salí a la cocina. Marcos me recibió con una sonrisa. Marcos tenía el pelo castaño oscuro, una tez morena y unos ojos color Brandy. Era verdaderamente atractivo, sobretodo con esa perfecta sonrisa. Me alegraba encarecidamente de que mi esencia pudiera saciarse en las numerosas reuniones sociales que James me llevaba, así no incitaría a ninguna confusión sexual, por muy homosexuales que ambos fueran, prefería no arriesgarme. Ambos desayunamos, me encantaba como cocinaba Marcos, no tan bien como la señora Perquins, pero es que aquello era insuperable. James apareció más tarde con unas horribles ojeras, las noches de sincronización lo dejaban exhausto. No tenía su horrible humor mañanero, sino uno mucho peor. Lo mejor era no cruzarse en su paso. Marcos intentó abrir el bote de la mermelada pero parecía presentar una gran resistencia, no pude evitar reírme de él, pese a su gran musculatura (que como he mencionado era grande) no conseguía abrirlo. James resopló indignado. Sonreí mientras le pedía el bote, él me miró algo confundido,

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pero aun así me lo tendió, con un solo pero preciso movimiento el bote hizo su famoso “clac” y se abrió, Marcos me miraba sorprendido. -El hombre de la casa. –Anunció James con la mofa en la voz. Le dediqué un grosero gesto con el dedo y ambos reímos. Ayudé a Marcos a limpiar mientras James descansaba, debía reponer fuerzas para el show. Por la noche nos dirigimos a un palacete en una acomodada villa a las afueras, Marcos condujo el lujoso coche de alquiler. Marcos y yo esperamos a los pies del escenario con el resto de la elegante multitud a que James apareciera bajo los focos iniciando el número. Era un amplio salón sin recargas decorativas. Todos los presentes charlaban en un tono cordial con una copa en la mano, no eran ambientes perfectos de lujuria para mi esencia pero se saciaba igual. Las luces se apagaron y la emoción general aumentó. James apareció en el escenario con su elegante porte y una sonrisa de hombre de espectáculos. Su confianza era envidiable. -Damas y caballeros, el mayor espectáculo ilusionista en la historia comenzará en breves momentos, espero que nadie sufra problemas cardíacos, este espectáculo no es apto para cualquier mundano. –Bufé mentalmente ante su gran modestia. El show se desarrolló como estaba previsto, Maximillum presentó a su ayudante Arándano y ambos enamoraron a un conmocionado público. Lo cierto es que fue un glorioso espectáculo, los aplausos resonaron por todo el palacete cuando éste finalizó. Hubo una gran fantasía expandiéndose por la sala, ilusiones coloridas, fuegos artificiales, la desaparición de Arándano, la visión de cientos de palomas por la sala, yo sabía que nada era real, pero aun así era increíble. Una mujer había subido al escenario y la había hecho levitar, ella no era consciente, pero el resto de la sala sí. Fui con Marcos a la parte trasera del escenario a ayudar a James a recoger. -Las palomas le dieron un toque clásico. –Su voz sonaba emocionada, se podía ver como amaba su trabajo. James pareció reparar en mí por un segundo. –Ahora comienza el baile, deberías ir a divertirte.- Me dedicó una mirada cómplice, suspirando me di la vuelta hacia el gran salón. Me acerqué a la barra para pedir un Cosmopolitan, no estaba bien visto que una mujer bebiera Whisky, como James me había explicado en su clase de etiqueta avanzada. Me apoyé en la barra dándole pequeños sorbos a mi bebida, a lo lejos, entre toda la multitud divisé a un chico joven que me miraba, me sonrió y sorprendentemente le correspondí. Tenía el pelo castaño y una complexión atlética, llevaba un selecto esmoquin negro. Volví a mirar mi copa cuando la multitud rompió en

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aplausos, James hizo su entrada triunfal en la sala, le encantaba recibir las felicitaciones de los espectadores. Él estaba en su salsa, sonreía y asentía con la cabeza a todos los comentarios. -¿Te puedo sacar a bailar? –Una voz grave me sacó de mi ensimismamiento. La pregunta no me gustó, yo no era ningún perro al que pasear, pero eran preguntas normales en estas situaciones. Me giré y contemplé al mismo chico que me había sonreído hacía un rato. De cerca se podían apreciar unos ojos dorados muy bonitos, su nariz estaba algo torcida, seguro que de una antigua lesión, le daba un toque más humano y atractivo. Le sonreí y dejé la copa en la barra. -Claro. -Por cierto, me llamo Logan. -Shira. –Me llevó al centro de la sala y comenzamos a bailar. Su piel era suave y su tacto agradable, mi mano izquierda descansaba en su hombro, él reposaba la suya en mi cadera mientras que la otra estaba unida a la mía. Parecía saber lo que hacía, me llevaba con maestría por la pista. -Bonito nombre, no es muy común. –Sonreí. -Logan no parece un nombre español. -Soy de Nueva York. -Oh, dicen que es una bonita ciudad. -Lo es, pero para serte sincero, a veces resulta agobiante. –Le sonreí de nuevo, no me sentía muy cómoda entablando conversación con él, por lo que solo conseguía sonreír sin saber qué decir, estaba desentrenada. -Sé lo que quieres decir. –Nos quedamos en silencio durante unos minutos, me miraba a los ojos y yo lo imitaba, no me sentía cohibida, pretendía que lo supiera, estaba jugando con fuego. El vestido que James me había regalado me quedaba como un guate, era de un color rojo intenso, “el color de la pasión” me había dicho, yo había rodado los ojos y lo acepté para que dejara de darme la tabarra. La espalda estaba descubierta y tenía un escote en forma de corazón, era un vestido largo pero con un corte que dejaba ver parte 239


de mi pierna, los tacones eran de color negro y muy altos, como a la antigua Shira le gustaban. -Estas preciosa. -Gracias, tú no te quedas a tras. –Le dediqué una sonrisa coqueta, ya me iba acordando de cómo se hacía, lo llevaba en la sangre. Aquello pareció animarle. -¿Quieres seguir con la conversación tomando algo? –Asentí y me dirigió a la barra. Odiaba que me agarrara para llevarme, podía ir yo sola. Al igual que cuando te abren y te cierran la puerta del coche, si, es un bonito gesto, pero por Dios, puedo abrir y cerrar mi puerta, no me voy a romper. Me pidió otro Cosmopolitan y él se pidió un Whisky. Esbozó una mueca de desagrado cuando lo probó. -Rayos esta muy fuerte. –Yo reí internamente. Me moría por darle un trago. Me quedé observando su cuello, se me antojó de lo más suculento, mi esencia renacía con más fuerzas que nunca. -¿Quieres que hagamos un cambio? –Le susurré en la oreja divertida. Él miró a ambos lados del salón y nos alejamos un poco para intercambiar las bebidas. -Increíble. –Susurró cuando me acabé el Whisky sin la mínima mueca. Le sonreí lo más coquetamente que pude. –Vaya, mi hombría ha recibido un duro golpe.- Reí ante su comentario, el alcohol cosquilleaba en cada poro de mi piel pidiéndome que me dejara llevar, sospechaba que mi esencia estaba detrás de todo. Logan pareció dudar, pero finalmente estiró la mano y me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. Llevaba el pelo suelto en ondas, natural, como mi maquillaje, sin excesos, lo contrario que me gritaba ahora mi esencia. Dejó su mano más de la cuenta y acarició mi mejilla. Sentí un suave cosquilleo donde me rozó la piel. Nos habíamos alejado del resto de gente, teníamos una peligrosa intimidad, mi esencia no paraba de recordármelo con insinuantes cosquilleos por todo el cuerpo. -¿Quieres otra copa? -Si, gracias. -Ahora vuelvo, no te vayas. –Negué con la cabeza divertida. En unos instantes volvió con un Whisky y un ron, me tendió el Whisky y le pegué un pequeño sorbo. -¿Eres española? 240


-Si. –Esta noche era española. -¿Qué me recomendarías que viera en España? -Ver hay mucho que ver, pero yo te recomendaría sentir, es un país dedicado a explorar los cinco sentidos… -Me sorprendí a mí misma, pero ahora mismo era el fuego quien dirigía mi caliente cuerpo. Me senté a ver como se desarrollaba la situación detrás de mi conciencia. Logan sonrió excitado, se acercó más a mí y me rozó la mano con la suya. -¿Cómo qué? –Me susurró más cerca. -Lo que tú quieras. –Pestañeé a sabiendas que Logan estaba perdido. Se inclinó hacia mí y apoyó sus labios en los míos. Eran suaves, sabía a ron, era agradable. Abrí mi boca dejando entrar su cálida lengua. Mis manos se enredaron en su pelo dejando caer la bebida, él gimió de placer y dejó caer la suya, una cortina roja nos separa del resto de la sala. Sus manos se deslizaron por mi espalda. Bajó una hasta mi pierna y la acarició suavemente. “Oh, como echaba esto de menos” No recordaba cuanto lo necesitaba. Me acercó a él entrando en contacto nuestras caderas, me aprisionó contra la pared, suspiré de placer cuando nuestras bocas se separaron para respirar. Sus ojos me miraron, se habían oscurecido, ahora parecía un animal sediento de placer, era lo que mi esencia producía en los hombres. Mis ojos centellaban llamas lujuriosas mientras crecía el poder en mi interior. Sus labios comenzaron a besar mi cuello con suavidad pero dureza. Le mordí la oreja produciendo el efecto esperado, Logan se encendió, quería más y mi esencia gritaba eufórica, “Por fin”, sonreía juntando las yemas de sus dedos. Pero algo no iba bien, Logan seguía empleándose a fondo, pero algo dentro de mí no circulaba como debía, echaba de menos unos ojos azules, incluso esa mirada dura despertaba más intensidad en mí que todos los besos de Logan juntos. Aquello me entristeció, sabía lo que eso significaba, los sentimientos de la antigua Shira habían calado en mi conciencia. Mi esencia también echaba de menos su esencia, pero sabía que era muy difícil poder llegar a sentir a Christian entre mis piernas de nuevo, así que se decantaba por lo práctico. La mano de Logan comenzó a subir por mi pierna, abrí los ojos como platos ante aquella inesperada excitación. Mi esencia explotó, la boca de Logan se despegó de la mía con una mueca de dolor, pegó un grito alejándose de mí, la mano con la que había tocado mi pierna estaba roja y de su boca salió humo, su mirada se perdió y golpeó el suelo inconsciente, me acerqué alarmada pero muy en el fondo aliviada, aquello no me gustaba en absoluto, debía olvidarme de Christian. “Shira, joder”. Logan seguía respirando, así que volví a la sala, localicé a James en el centro de un grupo.

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-¿Nos podemos ir ya? –Vio mi rostro compungido y asintió con una expresión crítica. – Ya me aburría tanto parloteo hueco. –Declaró mientras entrábamos en el coche. Pasé todo el camino en silencio, James se percató de mi cambio de estado pero no lo mencionó. Marcos conducía tranquilamente, seguía en su mundo de sosiego como de costumbre, era reconfortante. Llegamos al apartamento. -Estoy agotada, me voy a acostar. –James me dedicó otra de sus reconocidas miradas pero no me dijo nada. En la cama no paraba de dar vueltas, mi estúpido comportamiento había olvidado que era el fuego, si no me controlaba quemaba. “Estúpida”, aunque muy a mi pesar la salud de Logan era lo que menos me preocupaba, ¿por qué había pensado en Christian cuando debería estar rindiéndome al placer? Regañé a mi esencia por dejarse llevar de aquella manera, debía controlarme con los humanos, por muy agotador que resultara.

CAPÍTULO 45

Los días pasaban sin ningún nuevo incidente, James preparaba sus números y me llevaba a sus reuniones sociales, aunque por más que lo intentaba no conseguí dejarme llevar como el legendario elemento del fuego que era, mi esencia se sentía insultada. Le conté a James lo sucedido con Logan, para mi sorpresa no había soltado comentario alguno, se comportaba de una manera comprensiva, tratándose de él era algo conmemorativo. No volvió a mencionar el tema. Después de haber probado a Christian el resto me sabía a poco, pero pensé que era normal, ya que su esencia era el hielo y aquello se suponía que debía aportarme la intensidad que cualquier otro mundano no podría darme. Seguramente lo había idealizado y con el tiempo se me pasaría y podría volver a ser la máquina depravada que mi esencia pedía a gritos. -Mierda. –La tostada untada de mermelada de James cayó al suelo, me fulminó con la mirada previniendo cualquier tipo de comento, las comisuras me mi boca se curvaron en una sonrisa. Esa noche tenía un importante show y sus nervios estaban a flor de piel, sin Marcos para aguantarle me tocaba lidiar a mí con su impetuoso carácter. Marcos se había ausentado unos días por temas familiares, o algo así comentó James.

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-Ya sabes, la ley de Murphy… -Shh, no me gafes Shira. –Reí por su azoramiento, tenía que confesar que le había cogido cariño a ese mago-ilusionista. Tragué mi último bocado y me fui a la ducha. -Vamos, debemos irnos en diez minutos. –La extenuante voz de James me alertó. Acabé de calzarme los zapatos de tacón y me encaminé hacia la puerta con un tenso James a mi espalda. Había llegado la noche de su gran show. La fiesta se celebraba en un gran conservatorio que un poderoso hombre adicto a las extravagancias había alquilado para el evento, como siempre, la estancia estaba compuesta por la más alta élite de emperifollada gente. “Unos tanto y otros tan poco” suspiré acostumbrada a la desigualdad, incluso yo me comportaba de una forma hipócrita. Estaba en el salón de audiciones, constaba de un gran escenario y el resto eran filas interminables de butacas rojas acolchadas. La sala se había ido llenando, yo esperaba paciente al comienzo del show desde primera fila. Decidí ir a desearle suerte a James antes de que éste saliera, ya que Marcos no estaba para deseársela él mismo, como era ritual entre ellos en estas ocasiones. Me acerqué a la parte trasera del escenario, corrí la negra cortina y me introduje en su “camerino”. -¿James? -Aquí, estoy esperando a que salga Arándano, esta condenada chica se esta retrasando, voy a tener que pensar en sustituirla. –Sus nervios sacaban lo peor de él. -Solo venía a desearte suerte. -Gracias. –Me dedicó una tierna sonrisa y volvió a crispar su rostro. -Arándano, ¿se puede saber qué estas haciendo? –Se acercó a la cortina de su izquierda y la descorrió con violencia. –Oh, cielos. –Me acerqué a ver qué ocurría. Mi boca se abrió de horror mientras subía mis manos a mi rostro. Arándano se hallaba tirada en el suelo completamente pálida y rígida cual muñeca de porcelana, a diferencia que ésta tenía algo parecido a un rastro de espuma sobre su inerte boca. James se acercó y apartó lo que parecía un dispensador de energía de la mano de Arándano. –Le dije que este maldito vicio acabaría con ella. Estúpida chica. –Suspiró mientras se pasaba la mano por el pelo con desesperación. -¿Qué demonios voy a hacer ahora sin ayudante? –Su mirada se posó en mí y sus ojos desprendieron un brillo de esperanza.

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-Oh no. –Retrocedí con cautela a sabiendas que su idea no me iba a gustar un pelo. -Shira, el show debe continuar, eres la única que puede ayudarme. -¿Por qué no lo haces solo? -Hay números en los que necesito ayuda. –Su mirada implorante me desmontaba. -Pero no nos hemos sincronizado, no tengo ni idea de lo que tengo que hacer… -Tranquila, nada de eso es estrictamente necesario, improvisa, sé actriz. Además has visto todos mis números. -¿Cómo? Ni loca, no me mires así, -le señalé con el dedo amenazante. –James, no pienso hacerlo. Tenía un nudo en la garganta y mis manos comenzaban a transpirar intensamente. Las luces estaban apagadas y oía a James presentar el show. -Damas y caballeros, esta noche cambiará sus mundanas vidas para siempre, ábranse a la magia y al poder de la ilusión. –“Bla, bla, bla” James seguía parloteando. –Os presento a Jazmín, la mujer de fuego. –Y aquí llegaba mi pie y comenzaba mi tormento. Comencé a andar hacia el escenario, mi estómago dio un vuelco, mis pies dejaron de pisar el suelo, abrí los ojos y observé horrorizada como cientos de miradas estaban posadas en mí. –Un fuerte aplauso. –La gente comenzó a aplaudir y James se acercó a mí. –Intenta sonreír querida. –Su susurro se me clavó en la oreja. Lo intenté, pero creía que mi sonrisa estaba demasiado torcida. Tampoco ayudaba la ropa de Arándano de repuesto en la que me había tenido que embutir a la fuerza, yo era más alta y algo más voluptuosa que ella. Con cada respiración creía que las costuras reventarían y daría el espectáculo yo solita. Llevaba unos shorts de lentejuelas negros y un corsé que acababa como la cola de un pingüino, una pajarita y unos vertiginosos tacones. Para el primer número, James invocó centenares de mariposas que sobrevolaron las cabezas de los conmocionados espectadores. Yo simplemente intentaba mantenerme de pie y sonreír, James elegía la mayoría de números en los que la ayudante era prescindible, lo agradecía enormemente, pero como todo lo bueno fue efímero. James pretendía hacerme desparecer, me metí en un armario como tantas veces había visto hacer a Arándano y esperé paciente sin saber qué hacer. James cerró la puerta de éste 244


dirigiéndome una significativa mirada. Oía su voz amortiguada parloteando como de costumbre alimentando su enorme ego, tenía esa chispa especial que solo los artistas tenían. Noté como tocaba mi puerta, mi respiración se agilizó. -Algo no va bien, como temí, mi magia no funciona con elementos. –Su susurro apenas audible fue captado por mis oídos de elemento. Él seguía con su charla ante el público, pero podía notar la desesperación en su voz. -¿Y qué hago? -No lo se, impresiónalos con eso que vosotros hacéis. –Puse los ojos en blanco ante su comentario. “Oh, si, eso si puedo hacerlo” Si quería que los sorprendiera eso iba a hacer. -Atente a las consecuencias. Dame unos minutos. –No obtuve respuesta, aunque sabía que me había escuchado perfectamente. Cerré mis ojos con fuerza, inspiré y dejé que mi esencia recorriera todo mi cuerpo con la intensidad de una tormenta que todo lo arrasa. Sentí el subidón de mi esencia tomando mi cuerpo, el fuego corriendo por mis venas y explotando como nunca había pedido. Fui vagamente consciente del armario viajando en miles de pedazos dejando a descubierto cientos de caras completamente pálidas y anonadadas, todo sucedía a cámara lenta, me adelanté hacia el centro del escenario, cerca de un perplejo James. Mi cuerpo ardía completamente en llamas, James recuperó la compostura y halagó su trabajo, pero aquello no había acabado, me sentía radiante encima del escenario, mostrándome tal y como era delante de todas aquellas personas, recibiendo sus miradas de incredulidad y sorpresa. Comenzaron a aplaudir y mi esencia quiso más, ronroneó orgullosa mientras el fuego comenzaba a bullir con más intensidad dentro de mí. Me incliné hacia delante, levanté la palma de mi mano y soplé sobre ella como si lanzara un beso, solo que el beso se convirtió en un exuberante dragón de fuego que voló por toda la estancia majestuoso e intimidante, para finalmente explotar en lo que hubieran pensado que eran fuegos artificiales. El silencio se hizo notable, hasta que alguien comenzó a aplaudir y lo siguió la eufórica multitud, todos se levantaron, silbaron, incluso gritaron. Mis llamas cesaron y me incliné hacia delante en una reverencia, mientras James me señalaba con una sonrisa en la boca. -La dama de fuego señores. Estábamos acabando de recoger, los pipas solían recoger el escenario y las cosas pesadas, el resto lo recogían James y Marcos, a James no le gustaba que tocaran sus objetos de ilusionista, unas manos torpes podrían destruir su carrera con cualquier

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imperfecto. Había estado soportando el imparable monólogo de James. “Ha sido increíble, los has dejado alucinados, ¿has visto sus caras?, mi mejor espectáculo, ¿sabes a dónde podríamos llegar juntos? Aunque no me gusta que me roben protagonismo, hoy ha sido el nacimiento de una estrella”. Habíamos salido a tomar una copa con el emocionado público después de cambiarme y ponerme mi vestido rojo de nuevo, esta vez yo había sido el centro de todos los halagos, aunque a James tampoco pareció fastidiarle, por su mirada sedienta de fama noté que en su mente rodaban planes y más planes de poder. -Muchas gracias Shira, me has salvado. –Le sonreí a modo de respuesta. Estaba cargando la mesilla donde James hacía al ver que guardaba sus polvos mágicos cuando un pitido me avisó de una aglomeración de energía. Solté la mesilla con un estruendo, James se giró hacia mí con una reprimenda en los labios, pero su cuello se tensó y se quedó completamente inmóvil. Ambos nos miramos estupefactos, pero enseguida adoptamos la postura de dos seres regidos en la experiencia. La Shira letal salió a la superficie posicionándose en guardia, mientras James adoptaba un porte serio y peligroso. Me giré hacia mi espalda, tres siniestros hombres con los inequívocos rasgos de inhumanidad se hallaban observándonos inexpresivos, su tez pálida, ojos y pelo profundamente oscuros contrastaban de una manera dramáticamente fantasmagórica. La Shira letal se acercó al ser que tenía delante, éste la imitó, por su parte, James estiró la mano y comenzó a evocar energía, sus ojos estaban en blanco, se hizo un destello y el ser más próximo salió por los aires. -No les lances energía, si se sobrecargan explotan y te llevarán consigo. –Recordé cómo había explotado aquel ser en Shangai. Lancé mi puño, mi contrincante lo esquivó, pero giré sobre mí misma y le asesté una patada, sin darle tiempo le rompí la nariz con mi puño,- rodillazo, puñetazo, patada,- podía ver el resultado del exhaustivo entrenamiento, todas aquellas horas surtían efecto. Cogí la espada que James utilizaba en su número menos atractivo, consistía en tragarse la espada entera, por ello no era apta para matar, no estaba muy afilada. Igualmente la cogí y la blandí en mi mano, sin darle tiempo a saber qué estaba pasando corté su cuello y todo su cuerpo se deshizo como polvo, me asombré ante aquella reacción, aunque no duró mucho, otro de los seres me cogió del cuello por la detrás, comenzó a presionar mi garganta, el pobre no sabía que me era prescindible respirar ahora que ya estaba cien por cien recuperada. Le asesté un codazo, giré y le di con mi puño en su pálida cara. James apareció por detrás, le lancé la espada y se la clavó mientras yo le inmovilizaba por los brazos. Ambos respirábamos sonoramente, debíamos largarnos de ahí cuanto antes, o corríamos el peligro de que Electro apareciera. Cogí a James del brazo, comencé a estirar de él hacia la salida, pero

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un relámpago nos separó lanzándonos a cada uno unos metros en direcciones contrarias. Choqué contra la pared, mi cabeza protestó con un agudo dolor. Intenté levantarme, pero todo daba vueltas, me apoyé en la pared y me impulsé hacia arriba, pude ver a la persona que más temía ver, mi corazón se estremeció, pero la Shira letal no cambió su agresiva mueca, apreté los dientes al ver como Electro se acercaba a mí con una sonrisa de suficiencia en la cara. -Al final si quieres algo bien hecho tienes que hacerlo tú mismo. –Suspiró dramáticamente. Estiró su mano hacia mí, pero la golpeé con fuerza, las comisuras de su boca se crisparon, pero no desechó su falsa sonrisa. –Vaya, esto ya es otra cosa, por fin la verdadera dama de fuego. –Me repasó con la mirada de arriba abajo mientras se rascaba el mentón. –La última vez que te vi parecías una burda parodia. -Ni la toques. –James apareció por detrás, extendió la mano, pero antes de que pudiera hacer nada un rayo impactó en él y salió despedido hasta chocarse contra una columna de piedra. Oí un grito de fondo que asocié como mío. James estaba inconsciente (o eso quise pensar) en el suelo de baldosas negras en una postura poco natural. Me lancé contra Electro, le alcancé en la nariz, éste chasqueó la lengua con desprecio. Volví a cargar, tercera vez que conseguía alcanzarle, Electro me cogió por el cuello, le pateé la espinilla, pero él seguía imperturbable. -¿No te das cuenta que no siento el dolor? No siento nada. –Palpando la desesperación el fuego salió a mi rescate, si Electro se sobrecargaba y explotaba moriría con él, pero aquello era preferible a morir en sus psicópatas manos de maníaco adicto a los chutes de energía. Acerqué mi mano e impulsé mi fuego hacia él. Para mi horror este entraba en él sin producirle el menor daño. Electro abrió los ojos y decantó su cabeza hacia detrás en una expresión de placer. -Oh si, esto es increíble. Pude apreciar cómo se abría una pequeña grieta en su frente, de ella solo salía una iluminación propia de la energía. Aquello significaba que con la suficiente energía podría resquebrajarse del todo, pero con la mía no sería suficiente, sobretodo si seguía abasteciéndole y haciéndole más y más poderoso al absorberla. Corté el fuego, su cara de fastidio fue la mueca más intensa que le había visto hacer. Giré su muñeca en un ángulo inhumano consiguiendo que me soltara y salí corriendo. Agarré la espada y me dí la vuelta encarándole, la espada me dio rampa y la solté con un grito de dolor. Electro se acercaba con su mirada intentando penetrar en mí.

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-Ya basta de tonterías. –Escupió, su sonrisa se había combustido. Lanzó un rayo hacía mí, el dolor me recorrió todo el cuerpo, grite sin poder controlarme. Me agarró y golpeó mi cabeza, la oscuridad se cernió sobre mí.

Capítulo 46

Mi cabeza me latía de dolor, llevé mi mano a mi lado occipital aun sin saber bien qué estaba pasando. Abrí los ojos, y lo que éstos vieron no me gustó en absoluto, me encontraba en una habitación de piedra rasgada sin ventanas, todo estaba hecho un desastre, levanté las palmas de mis manos, estaban llenas del polvo que habitaba ahí, con un gruñido recordé todo lo que había ocurrido. Intenté levantarme, pero mi tobillo estaba enganchado con una cadena al mugriento suelo. Me quedé completamente en silencio para pensar en las posibilidades que tenía, pero mis opciones eran inconclusas. Una irritable gotera me marcaba los segundos de mi perpetua cárcel de dolor. Se oyó un ruido de fondo, unos pasos y la luz se hizo ante mí, aunque sospechaba que aquello no sería bueno. Un hombre algo mayor me miraba desde el marco de la puerta con desaprobación, tenía los mismos rasgos que todos aquellos monstruos inhumanos. Sacó una llave y la irremediable esperanza palpitó en mis entrañas. -El amo quiere verla, le aconsejo que no intente nada, solo conseguiría enfadarlo. –Su fría voz me produjo nauseas. Se acercó a mí e introdujo la llave en la cerradura de mi oxidada tobillera. Sin pensarlo dos veces le golpeé y salí corriendo tan rápido como mi vestido me lo permitía. Desemboqué en una amplia sala de piedra reluciente y pulida, el suelo estaba formado de baldosas oscuras, el mismo estilo del conservatorio donde James y yo habíamos actuado la noche anterior. Pensar en James me contrajo el pecho. Seguí corriendo hasta que me adentré en una sala repleta de seres inhumanos y no tan inhumanos, todos justo en la entrada opuesta observándome con curiosidad. Iba a seguir con mi carrera, pero una horrible descarga me hizo arrodillarme en el suelo, pegué la frente a la fría baldosa apretando los dientes de dolor. -Shira, has decidido acompañarnos en la velada, me siento alagado. –Su voz me hizo temblar de ira, Electro se abría paso con elegancia entre sus invitados. –Caballeros, esta es la nueva fuente de energía de la que os hablé. –Mis dedos se crisparon mientras hacía

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acopio de toda mi fuerza para levantarme. Lo conseguí a duras penas, le miré directamente a los ojos, quería dejarle claro que yo no iba a ser su juguetito. -Impresionante. –Un inhumano joven se acercó a mí, fue a tocarme cuando explotó en llamas y la pequeña supernova me impulsó hacia la pared, pero conseguí estabilizarme y caer de pie, los invitados que se localizaban dentro del perímetro de la explosión no corrieron tanta suerte, algunos explotaron y comenzó una pequeña reacción en cadena que duró varios minutos. -Vaya, espléndida, esta fuente es… -Odiaba aquel trato condescendiente, que se refirieran a mí como un mero trozo de carne con energía. Electro, que hasta entonces había reído por mi reacción, cambió su mueca en una expresión insondable. -No, esta fuente es solo mía, nadie más va a probarla. –Era solo una demostración de que él tenía el poder, y que iba a convertirse en un ser mucho más poderoso, marcaba su rango, solo él podía tocar el fuego, pero lo que no sabía era que el fuego prefería extinguirse. Los invitados cambiaron sus muecas, se notaba que no les gustaba aquella norma, mas ninguno osaría contrariar a Electro. A no ser… Shira, hoy vas a comenzar una revolución. Sonreí traviesamente. -¿Qué os pasa Electro? ¿Nos os gusta compartir? –Sus ojos chispearon con incertidumbre al ser consciente del cambio en mi comportamiento. -Es solo que te quiero únicamente para mí. –Me guiñó un ojo retomando de nuevo el control de la situación. –Les estoy salvando de una muerte segura, tu esencia sería demasiado potente para sus huesos y quebrarían con dolor. –Se hizo un silencio en la sala, algunos temblaron de terror, otros, mis objetivos, se relamieron los labios como buenas máquinas sedientas de poder. Sonreí hacia mis adentros. -Deja que sean ellos quienes decidan. –Me acerqué con paso sinuoso hasta mi primera víctima, acaricié su cuello dejando a mi esencia embriagarle por dentro, la dejaba salir y adentrarse en su cuerpo. Solo que esta vez no permitía que la energía volviera a entrar en mí, Electro quería mi energía, y yo no pensaba dársela. Era tremendamente agotador controlarme de aquella manera impidiendo que la energía de mi entorno entrara en mí…

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Seguí andando entre los invitados, el ser al que toqué aullaba de placer con los ojos chispeantes de poder. Toqué a todos los que pude, dejando que mi esencia los tomara. -¡No! –El grito de Electro me llenó de placer, se notaba su enfado a millas de distancia. Pero ya era tarde, todos los invitados se acercaron a mí sedientos de esta nueva energía. Me recordó al final del Perfume. Me tiraron al suelo, era una imagen realmente horrible, sus caras desfiguradas buscando mi esencia. Entonces una corriente eléctrica se adueñó de todos nosotros, para mi pesar comprobé que todo estaba formado de materiales conductores, incluso el suelo en el que yo estaba tirada. Los seres comenzaron a revolverse y explotar, ejerciendo así una reacción en cadena, yo comencé a gritar de dolor y terror, sabía que aquel era mi fin, pero noté una mano cerrándose alrededor de mi tobillo, tiró de mí y salí de aquel punto de peligro. Electro me arrastraba por el suelo, por su postura crispada sabía que me lo haría pagar. Entramos en el cuarto oscuro y me lanzó contra el suelo. -Laton, ven aquí. –El hombre mayor que me había abierto el grillete apareció con el labio partido, me dedicó una mirada acusadora y se acercó a mi pie. Le asesté una patada, pero la que gritó más fuerte fui yo, una corriente eléctrica me recorrió todo el cuerpo, como si cientos de cristales viajaran por mis venas. En cuanto Laton cerró el grillete alrededor de mi tobillo se apartó tocándose el pómulo donde había colisionado mi pie. -¿Te crees graciosa? Acabas de destruir a la mayoría de mis clientes y proveedores más importantes. -Vaya, lo siento. –Mi ridícula voz consiguió enfadarlo más de lo que ya estaba, sus ojos chispearon mientras sus manos se convertían en dos puños. Se lanzó sobre mí golpeándome sin piedad. Intenté zafarme, pero solo conseguía reírme histéricamente, estaba rozando la locura. Electro me agarró del cuello, su voz sonaba ansiosa. -Vamos a probarte de nuevo, quiero que tu energía me recorra por completo. –Inspiró esperando el placer que no llegó, un mero cosquilleo fue lo que consiguió, ya no me quedaba energía, y no pensaba reciclar más.- ¿¡Qué demonios pasa!? -Debe haber agotado su energía, señor. -¿Y como conseguimos que se recargue? –Me miraba con desprecio, yo le sonreía con suficiencia. No era una puñetera pila.

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-Al igual que usted, algunas situaciones son más propicias para su recarga. Al tratarse del fuego necesitará lugares empapados de lujuria y pasiones liberadas, señor. -¿Quieres lujuria?-Se inclinó hacia mí con su semblante sombrío. Noté su frío aliento embriagar mis fosas nasales. - Pues eso es lo que vas a tener. Oh si lo vas a tener. –Me miró con una sonrisa terrorífica, se dio la vuelta y desapareció seguido de Laton. El estruendo de la puerta me trajo el frío de la desesperación que se adueñó de mis huesos, por desgracia la esperanza es lo último que se pierde, y aquello era precisamente lo que me estaba matando. Un brillo de la luz que se colaba por una rendija me hizo desviar la mirada a mi muñeca, al reflejo de una plateada luz, donde descansaba la pulsera que me regaló Blade, Siempre estaré contigo, me dijo que necesitaría fuerza en los tiempos difíciles que me aguardaban, Ojala estuvieras aquí viejo amigo. Suspiré mientras el cansancio hacía mella en mí.

*

*

*

Caminaba con las manos en los bolsillos y mirando los adoquines del mugriento suelo, debía centrarme en mi personaje, aunque no podía evitar que unos ojos escarlata pidiendo auxilio se me clavaran en la sesera. Había estado todo ese tiempo buscando pistas de Electro, la última, para mi horror me había dirigido a España, donde estaba Shira, pero fue demasiado tarde. Recordar cada segundo cómo se había paralizado todo mi ser con la llamada telefónica de Marcos, ver a James tendido en una cama luchando por resistir el dolor, su mirada inundada en culpabilidad rogando por mi perdón. No tenía por qué pedirme disculpas, Shira era mi deber, no el suyo, la culpa es mía, solo mía. ¿Cómo había podido permitir que se escapara de nuevo? Aquel inexplicable sentimiento, el saber que estaría en las manos de Electro, haciéndole todo lo que mi mente no se permite desbloquear. Todos aquellos pensamientos me bombardeaban la mente segundo si y segundo también. Era la primera misión en la que no conseguía centrarme, pero debía hacerlo, cualquier fallo me separaría de ella para siempre, porque si conseguía salvarla, nada me volvería a apartar de ella, ni las viejas pesadillas, los viejos rencores, aquel espeso veneno más letal que mi katana… ese veneno que no me dejó disfrutar de ella… No me pude dar cuenta hasta que me separé de ella lo mucho que la necesitaba, yo nunca había necesitado a nadie, pero me había acostumbrado a su presencia… a sus gruñidos, sus risas, a su ceño fruncido, esa arruga que se le forma

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entre las cejas cuando se concentraba en los entrenamientos, su forma de meterse conmigo, la única que lo había hecho… a la única que no aterraba mi letal comportamiento, por mucho que lo hubiera intentado. Para mi pesar me había enamorado, creía que mi antigua Shira era el ser más increíble del mundo, que sin ella el mundo era un lugar sin sentido, pero descubrí que la pieza que me hace arder cada vez que me mira es aquella nueva Shira que se forjó con una mirada descarada y una fuerza tan letal como desbordante. Nunca había conocido a nadie así, me cautivaba cada uno de sus movimientos, su comportamiento infantil y alegre, rudo y salvaje. Era mi pequeña Ninja y no iba a dejar que nadie la separase de mí. No me permitía pensar, la angustia aguardaba impaciente su momento, a veces notaba su respiración en mi nuca, regodeándose del momento en que se adueñaría de mi cuerpo y el pánico palpita como único resorte, ya que mi corazón prefiere hacerse el dormido en estos momentos, no me había dado cuenta de lo cobarde que era. Ya había llegado, El zorro azul, el cabaret más famoso dentro del mundo mágico. Era una casa que parecía abandonada, ni el peor ratero perdería aquí su tiempo. Inspiré profundamente con una mano en la puerta de madera y la empujé entrando en una cálida matriz de vicio y corrupción. Por dentro era un lugar totalmente distinto, amplio y con un recargado estilo ventaje. Se podían ver a las mujeres, cada una totalmente diferente, perseguir y ser perseguidas, jugar con los clientes que babeaban con ojos chispeantes y dilatados. Me deslicé por los pasillos repletos de gente con un paso imperfecto propio de un drogadicto de energía, llevaba mis lentillas negras, que con mi pelo negro y mi tez pálida me daban el aspecto requerido. Entre la gente mágica aquello no estaba bien visto, sus miradas eran acusadoras plagadas de desprecio, pero a medida que me introducía más en el interior de El Zorro azul la cosa cambiaba, podía ver a más de los míos, aunque sus miradas también eran recelosas, todos perseguíamos lo mismo, energía, y la energía que yo consumía no la podía consumir él, era un mercado competitivo. Desemboqué en una sala, con un escenario donde mujeres deslizaban sus cuerpos por superficies frías y metálicas; barras, el suelo, piernas… Reconocí a Matista, una mujer con cola de serpiente que me guiñó un ojo, ella no conocía a Christian, sino a Ky, el harapiento hombre que su alma fue corrompida por el vicio. Ky había pasado largas horas en aquel cabaret, le encantaba cuando Matista se acercaba, pero era Louisa quien con sus rizos blancos y piel moteada hacía vibrar su entrepierna. Me recordaba al videoclip de Mr. Brigtside, de The Killers. Le devolví el saludo a Matista con una tímida sonrisa. Me senté en una mesa, no era la de siempre, estaba esperando a alguien. Roger era mi cita, el dueño del cabaret, la persona que más sabía sobre los movimientos y tejemanejes en el mundo mágico. Mis ropas harapientas de tonos tristes, junto con mi boina gris no desentonaban en aquel lugar. Roger apareció por unas cortinas que daban a

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una sala privada. Me saludo con la mano mientras le decía algo al camarero. Ante todo debía parecer que él me hacía un favor, le encantaba alimentar su ego, yo era una ratilla de alcantarilla que quería oler un queso demasiado caro para él. -Hola Ky, ¿qué te trae por mis dominios? –Me estrechó la mano y se sentó en frente de mí. En unos segundo vino el camarero con dos copas en una bandeja, tomé una y Roger otra, le di un sorbo sonoro y largo, dando una imagen de alguien desesperado. Roger torció la boca ante mi gesto pero no dijo nada. -Necesito información. –Mi voz sonó vacilante y el tic en mi ojo se hizo notar. La comisura de los labios de Roger se tensó en una sonrisa que intentó ocultar. -La gente necesita muchas cosas, pero aunque me encantaría ayudar a un buen amigo como tú, sabes que los favores se pagan. –Me miró directamente a los ojos marcando su territorio, yo desvié la mirada como si me sintiera intimidado. Asentí cohibido y miré a ambos lado antes de sacar dos almacenadores de energía que guardaba en el bolsillo de mi raída chaqueta. -Aquí los tengo, el precio de siempre. –Roger los miró complacido, los cogió y los observó, hizo un gesto con la mano, apareció el camarero y Roger los dejó en su bandeja, el camarero se fue sin inmutarse. -Muy bien, ¿qué es eso que necesitas saber? –Su mirada seguía clavada en mí, sus ojos grises turbios estaban expectantes. Me aclaré la garganta antes de responder, estrujé mi gorro entre mis manos como muestra de nerviosismo, debía aparentar ser un ser inofensivo. -Necesito saber el paradero de Electro. –Mi voz fue débil, aun así Roger se tensó y miró hacia todas las direcciones alarmado. -¿Cómo? ¿Tú para qué diablos quieres saber eso? -Tengo un negocio entre manos que le podría resultar muy interesante.-Esta vez sí le miré a los ojos para que viera que iba totalmente en serio. Sus ojos se abren por completo y al instante puedo ser consciente de cómo una idea cruza por ellos. Se rasca el mentón pensativo, aunque la idea ya la tiene tejida hasta el último cabo. -¿De qué tipo de negocio estamos hablando? 253


-Ambos sabemos que a Electro solo le interesa una cosa. –Él asiente y yo comienzo a impacientarme. -Esta bien. Pero tratándose de un favor de este calibre, el precio aumenta, no me puedo arriesgar a que Electro descubra que voy revelando su localización a diestro y siniestro. Es muy peligroso para mí. -¿Cuánto? -Treinta más. –Christian se retorcía por dentro, Shira estaba en incalculable peligro, no tenía tiempo, me imaginé a Christian tomando el control, coger su cuello con las manos y estrujarlo hasta que la luz dejara de brillar en sus turbios ojos. Pero no funcionaría, no recibiría la información y la perdería para siempre. -Si me disculpas debo ir un momento al baño. –Me levanté, Roger asintió y me fui de la sala. No podía dejar que Christian se descontrolara, nunca me había pasado, aunque también nunca había sido algo personal. Entré en el baño, en el suelo había un ser con un almacenador de energía clavado en el antebrazo retorciéndose entre desechos y con una elevada cantidad de espuma en la boca. Me coloqué delante del espejo con las manos apoyadas una a cada lado del grifo. Suspiré y me miré al espejo, realmente tenía un aspecto de lo más harapiento. Pasé mi mano por el pelo en señal de indecisión, rasgo que tanto Ky como Christian compartían. Abrí el grifo y me empapé la nuca, dándome el aspecto de estar transpirando por los nervios y posiblemente el mono. Roger me creía completamente inofensivo, lo podía leer en su mirada, creería que Electro me mataría por hacerle perder el tiempo, pero Roger se llevaría una cuantiosa cantidad de energía. Debía hacerlo y rápido, sabía que no tendría tiempo para diferenciar Broowliings corruptos de los no corruptos, sería frío y despiadado con gente inocente, pero todo era por aquellos ojos escarlata, debería hacerlo, aun sumando los almacenadores que Edward me daría, cuando le diga que fallé, que Shira esta con Electro, que la perdí y que puede que sea tarde. En mi empleo eso se paga con la muerte, pero nadie osaría matarme, y menos antes de acabar mi misión, nadie impediría que la recuperara, aunque tuviera que perecer en el camino, tuviera que vender el alma que creía que no tenía. Volví a la sala, Roger me esperaba paciente con su copa en la mano. -¿Y bien?

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-Acepto. –Por dentro Christian apretaba la mandíbula. Roger me tendió la mano y yo se la estreché. Salí del cabaret, andaba decidido, Heiless iba a tener trabajo, los Broowliings deberían esconderse lo mejor que puedan.

CAPÍTULO 47

Me estaba tocando el labio, aún lo tenía hinchado después de la paliza de Electro de ayer, suspiré ante la escena que se desarrollaba delante de mí. Como prometió, Electro me dio lujuria y pasión, estábamos sentados en una mesa, con sus copas y comida, con una jauría de invitados que presas de las drogas se tumbaban sobre la mesa acariciando y desnudando a sus acompañantes, Electro me miraba con una sonrisa en la boca, debía admitir que me aterraba que intentara propasarse conmigo, aunque algo me decía que lo único que le podría aportar placer sería la energía, eso y nada más. Una mujer gimió y se retorció delante de mi plato, era algo grotesco, no eran conscientes de sí mismos, no era nada erótico, la escena estaba degenerándose a una velocidad espantosa. Vi como una mujer sedienta de algo que no era vino le metía la mano por la bragueta a un hombre, comenzó a acariciarle, se le unió otra mujer, ambas se besaban y acariciaban sus desnudos senos. Fijé la vista en mi plato. -Así no funciona. –Sentencié, a lo que Electro me miró con una ceja erguida. -¿Y cómo funciona entonces? –Podía leer la irritación grabada en su rostro. -Aquí están todos metidos de energía, son objetos animados, no desprenden nada, ni siquiera calor. –Parecía un nido de serpientes, todos restregando sus cuerpos. Electro puso cara de fastidio. Lo que él no sabía es que de ninguna manera iba a volver a filtrar energía, su juguetito se rompió. -Laton, líbrate de estos animales, me aburren, son tan ordinarios… -Mi dirigió una mirada vacía. –Vamos, necesito tomar algo. –Me llevó hasta otra sala con un órgano y un sillón, Electro se acercó a lo que parecía un mini bar y cogió algo. Por mi parte, yo 255


estaba sentada en el sillón localizando las posibles salidas, aunque sabía que era inútil, en cuanto intentara algo Electro me electrocutaría como a una rata que ha mordido un cable. Se acercó, me tendió una copa y la acepté. Seguidamente dejó la suya sobre el órgano y comenzó a tocarlo con energía, se decantó por El fantasma de la ópera, de Bach. Tenía que admitir que el aporte fantasmagórico de la melodía encajaba a la perfección con los caracteres inhumanos de Electro. Terminó la pieza, su pelo alborotado y sus ojos agitados se acercaron a mí, se sentó a mi lado con su copa en la mano. -¿Dime Shira, de qué época eres? –Se me hacía raro mantener una conversación amena con él, estaba comprobando sus cambios de humor, y prefería que no llegara a la furia que latía debajo de su muerta piel. -Nací en el siglo XIX, pero me considero del XVIII, por su elegancia y arte. –Contesté elevando el mentón. Electro asintió conforme. Yo sabía que él al igual que Christian rondaban los ochenta años de edad. -Como ya sabrás no tuve el placer de vivirla, pero como elegancia, el siglo XIX no tiene nada que envidiar. -Eso lo dice porque no estuvo en aquellos palacetes, con esas obras de arte, aquella deliciosa música y los delicados jardines. –La antigua y refinada Shira era la que hablaba, mientras, la Shira temeraria observaba a Electro preparada para saltar. Electro sonrió. -Sabes, da gusto hablar con alguien que su tema de conversación no se centre en el trabajo y acabe en la muerte. -La muerte es un espejismo para nosotros. –Electro asintió de acuerdo, aunque a mí me quedara poco para presenciar la mía. -Si tú me dieras tu energía y no te empeñaras en hacerlo todo más difícil, podríamos ser imparables, tenerlo todo, tocar el cielo y mirar las estrellas desde arriba. Con alguien como tú a mi lado nada podría interponerse en nuestro camino y nada sería aburrido. -Yo no podría vivir así, necesito otras cosas. -¿Amor? 256


-No, deseo. –Electro se rascó la barbilla pensativo. -A mí me es imposible sentir eso, pero podrías estar con otras personas, siempre y cuando tu energía me perteneciera. –Aquellas palabras me dieron escalofríos. -No quiero que destruyas todo con lo que me he acostumbrado a vivir. -¿Nunca me cederás tu energía, verdad? –Negué con la cabeza. –Pues tendrá que ser por las malas. -Electro estiró el brazo y cogió un almacenador de energía, mis ojos se abrieron como platos y el cabello de mi nuca se erizó. Se colocó el mecanismo en el antebrazo, donde ya tenía unas cuantas marcas apenas visibles y apretó la punta, las tres agujas se clavaron en su piel y Electro soltó un gemido de placer, sus ojos se quedaron en blanco durante unos efímeros segundos mientras su expresión se relajaba tanto que la esperanza me hizo creer que estaba muerto. –No sabes lo que es esto, es una sensación tan… intensa. En cuanto lo pruebes querrás más, pero no debes abusar, no quiero que te vuelvas demasiado poderosa. –El terror inundó todas las cavidades de mi cuerpo cuando las piezas conectaron en mi cabeza. Alargó la mano y cogió otro mecanismo, me iba a agarrar el brazo, pero me impulsé hacia detrás, comencé a correr, mas la corriente eléctrica hizo que me doblara sobre mí misma, Electro estiró de mi brazo bruscamente sentándome a su lado. Posicionó el mecanismo en mi antebrazo, yo pataleaba y me resistía, pero la corriente era cada vez más potente. Su dedo presionó la punta. -¡NO!¡Por favor! –Nunca se me hubiera ocurrido pedirle algo y menos por favor, pero en ninguno de mis marcos de posibilidades había desarrollado una situación como esta. Las agujas se deslizaron y clavaron en mi piel. Noté como si el mundo se paralizara, una explosión, una corriente de poder energético, notar como penetraba en mis entrañas, me dio un subidón, ese placer tan intenso. Una sensación espesa, una energía viscosa inundó mi ser, se iba apropiando de todo, chocó con mi fuego, el poco que quedaba, luché con todas mis fuerzas, la nueva energía me pedía que me rindiera, que la dejara pasar, todo sería placer, pero una voz en mi cabeza me decía que no, ahora mismo no recordaba por qué, pero sabía que no debía. El sudor hacía que mi flequillo se me pegara en la frente. En mi interior se había desatado una lucha tan intensa que desde el exterior mis receptores se cerraron, mis ojos ya no captaron más luz, mi conciencia no quería saber nada de eso. Debía resistir, las luchas internas son las peores. No sabía cuanto tiempo pasó, quizá horas, minutos, segundos, incluso semanas. Abrí los ojos, aquella infernal gotera me recordaba cada segundo de mi suplicio, oía unas voces fuera.

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-¿Por qué no consigo arrebatarle la energía? –Reconocí la voz de Electro, un escalofrío recorrió mi cuerpo. -Señor, si ella no absorbe más, acabará sin energía y morirá. -Pero le inyecté energía. -Si, pero era energía neutra, no era como la suya, esa solo ella puede transformarla, ahora tiene dos tipos de energía que combaten en su interior, sino, se hubiera ido al más allá, como el resto de seres energizados, sus almas desaparecen… -Si, si, si… me importa una mierda, si ella no quiere yo me quedo sin energía, ¿es eso?No escuché la respuesta de Laton, la puerta se abrió y entró un Electro enfurecido, me agarró por el cuello e inyectó su mirada en mí. -Como no comiences a transformar energía voy ha hacerte mucho daño, y si sigues sin colaborar, va a ser tu familia quien sufra, ¿me entiendes? –Mi cabeza estaba ida, aun así la Shira temeraria se las arregló para escupirle en la cara. Electro tembló de ira, me lanzó al suelo y comenzó a acribillarme con rayos. Nunca en mi vida había sentido tanto dolor, la electricidad se ensañaba con mi espalda, una y otra vez, la piel me ardía y yo me retorcía de dolor, llegué a oler a carne quemada, grite como nunca había gritado. Mis manos intentaban agarrar el polvo del suelo en un vano intento por estabilizarme, la angustia me abrazó de forma sólida con sus sombras en mis ojos. Después de que Electro se tranquilizara se fue dejándome moribunda en mi celda. Ni siquiera era capaz de moverme, las dos últimas lágrimas que guardaba se deslizaron por mis mejillas, ya no volvería a llorar, ya no volvería a vivir. La nueva energía se había acomodado, por suerte ambas convivían en armonía, pero como una de las dos se desequilibrara volvería el suplicio. No paraba de evocar el recuerdo de la energía penetrando en mis entrañas, era como la primera calada de un cigarrillo multiplicado por infinito. Debía reconocer que mi cuerpo ansiaba más, y eso me asustaba. -Blade, me prometiste que estarías conmigo. –Mi voz sonó como un susurro, ante la desesperación de mi situación mi mente proyectó su imagen, un Blade joven y perfecto me sonreía. -¿Me estas vacilando? Ves que estoy hecha una mierda ¿y tú vienes sonriendo? –Blade rió ante mi comentario, yo fruncí el ceño, no lo recordaba tan gilipollas. -No estas hecha una mierda, tú eres mucho más fuerte de lo que crees, resiste.

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-¿No estoy hecha una mierda?, tendrías que ver mi espalda. -Sabes que no hablo de eso, aunque no me veas yo siempre estaré contigo, aquí. –Se señaló el corazón y me dedico una mirada significativa. -Te echo mucho de menos. -Lo sé, y yo a ti. -No es cierto, tú estas en el cielo, es imposible que me eches de menos. –Él me sonrió y poco a poco fue confundiéndose con el entorno. *

*

*

Lo más incómodo había sido la conversación con Edward, intentó no culparme, pero ante todo yo era su empleado, nunca antes había fallado un trabajo, pero aquello era lo que menos me preocupaba. Había tardado lo justo para conseguir los treinta almacenadotes, cada segundo que pasara la angustia ganaba más terreno. -Vaya, no has tardado mucho. –Roger me dedicó una amplia sonrisa ante todo plagada de superioridad mientras se sentaba delante de mí en nuestra mesa de siempre. -Te dije que tenía un buen negocio. -Quizá a mi también me interese. -Aquí tienes. –Le entregué los treinta almacenadotes y fui consciente de cómo sus ojos se abrían como platos. -¿Y no has pensado en pasar de Electro y asociarte con un buen amigo como yo? -Me lo pensaré, pero necesito esa información que te pedí primero. –Su boca se frunció de fastidio, pero ni Ky ni Christian tenían tiempo que perder.

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-Claro. –Se metió la mano en el bolsillo y sacó un trozo de papel doblado, lo deslizó por la superficie de la mesa y lo cogí con mi sucia mano. –Es la mansión en la que esta viviendo ahora, pero deberías darte prisa, tiene un viaje de negocios en unos días. – Roger se miraba las uñas como si de tipos de comida estuviera hablando. -Gracias, debo irme. -¿No te quedas? En unos minutos bailará Louisa. –Negué con la cabeza mientras le dedicaba una sonrisa de complicidad. En cuanto el frío viento de la calle me azotó con fuerza abrí el papel para ver la dirección donde retenían a Shira. *

*

*

Mi conciencia iba y venía, esta mañana Blade se encontraba sentado a mi lado, me explicaba no se qué de las diferencias entre Velázquez y Botticelli cuando la puerta se abrió de golpe, escuché unos pasos que se acercaban a mí. Yo desvié mi mirada a Blade suplicando ayuda, él simplemente se encogía de hombros y me miraba con intensidad. Mi conciencia era muy retorcida. Electro me volvió a agarrar del cuello, yo seguía sin ceder a sus peticiones, cada vez perdía más a menudo los estribos. Comenzó a golpearme sin parar hasta que ya no se diferenciaba mi cara de la sangre de sus nudillos. Me lanzó con fuerza contra la pared y pataleó mi cuerpo con desprecio. Noté un “clac” y dejé de sentir las piernas, mi espalda latía de dolor, y mi boca hacía tiempo que no se abría. Mi mirada estaba perdida, ni siquiera enfocaba, empezaba a dudar que no estuviera realmente muerta. -¿Esta muerta? -No señor, su corazón aun late. -Me voy a ausentar unos días, la reunión se ha adelantado, malditos inversores… más te vale que a mi llegada este sana y con energía de sobras, sino… ya sabes lo que te espera. -Si, señor. –Se oyó un estruendo y supe que se habían ido. -Eres fuerte, no lo olvides, nadie va a volver a dirigir tu vida. Electro no va a conseguir lo que se propone, tú le vencerás… -Su voz se fue haciendo menos audible hasta que comprendí que me había quedado sola. Ya no sentía miedo, ya no sentía nada, me había quedado completamente vacía, Electro me había derrotado. 260


Oí unos pasos que se acercaban, seguramente sería Laton, o Electro que quería desahogarse antes de partir. Oí un estruendo, demasiado fuerte como para ser simplemente la cerradura, algo pasaba ahí fuera. El recuerdo de unos ojos azules hizo aletear mi corazón una vez, antes de apagarse. Laton apareció por la puerta. -Si no quieres filtrar energía deberé sobrecargarte tanto con ella que no tendrás más remedio que hacerlo. –Se apartó a un lado y un energizado entró, me miraba con lascivia, se quitó el cinturón y se acercó más a mí. Sus pantalones cayeron, me cogió de los hombros y me dio la vuelta, quedando mi espalda contra el suelo, temblé de dolor, pero mi boca no respondía, al igual que todas mis articulaciones. El dolor fue máximo cuando dejó caer todo su peso sobre mí, mi espalda palpitaba, pero él no se apartó, “siento dolor, pues existo”. Noté su boca recorrer mi cuello, sus manos presionando mis pechos. Pero no sentía, ¿no se daban cuenta que no sentía nada? Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo al recordar esas mismas palabras saliendo por la boca de Electro, no, yo no iba a ser como él, me negaba, quería ser libre, ¡LIBRE! Levanté mi rodilla hacia el miembro viril de mi agresor, el cual restregaba en mi cadera y bajaba hasta mi zona femenina. Empujé con toda la fuerza que tenía y el energizado rodó hacia un lado, se levantó con fuerza y me asestó un puñetazo en la cabeza, ésta rebotó contra el suelo y todo se volvió oscuro. Las gotas de agua me volvían loca, ahora simplemente están ahí, no las noto. Rojo, verde, amarillo, marrón… Cuando sobrepasas la última barrera, cuando el vacío ya no te abruma, el cielo es un brillo en los ojos de la muerte, las sombras se sitúan girando a tu alrededor… penumbra, ya no hay dolor, oscuridad, solo existe la luz o su inexistencia, la oscuridad es distinta, son las sombras de lo que deberías haber sido, de lo que te gustaría haber sentido… Otra vez sonidos por el pasillo, la puerta abrirse, unos pasos. -Oh, Shira. –Esa voz… No puedo moverme, pero noto unos brazos envolverme, Christian aparece en mi perímetro de visión, sé que me mira directamente a los ojos, pero yo no puedo enfocar mi mirada. –Noto su respiración aumentar, un quejido en su pecho. -¿Qué te han hecho? –Furia, finalmente su voz se quiebra. Me levanta y me saca de mi celda, pero sé que de mi infierno personal nadie más que yo me puede ayudar a salir.

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CAPÍTULO 48 Entrar en la mansión de Electro había resultado relativamente fácil, no se encontraba en su interior cuando allané la morada. Una guardia que dejaba mucho que desear. No tenía tiempo, así que simplemente usé el hielo y todos explotaron como fuegos artificiales, sobrecargados por un exceso de energía. Lo verdaderamente difícil había sido encontrarme a Shira encogida en el mugriento suelo sin derrumbarme, supe que era ella porque reconocí su esencia, aunque su aspecto era irreconocible. Estaba con los ojos abiertos, aunque no veía, no miraba a nada en particular. Su piel estaba pálida y fría, y todas sus extremidades colgaban peligrosamente muertas. Acaricié su deformado rostro, sabía que con el tiempo se curarían sus rasguños, lo que me preocupaba era su interior, no quería ni imaginarme lo que le habían hecho. Cerré los ojos con fuerza y la saqué de aquel infernal lugar. La llevé a casa, a Alaska, el lugar más seguro que conocía. La tumbé en el sillón del salón, en frente de la hoguera, para que entrara en calor. Las llamas lanzaban siniestras sombras sobre su rostro. Sus ojos ahora estaban cerrados, podía sentir que algo dentro de ella estaba cambiando, lo aseguré cuando vi la marca en su antebrazo, esa jodida marca. Electro había inyectado aquel sucio veneno en su puro interior, apreté mis manos en puños conteniendo las ganas de volver a su mansión a intentar acabar con él. Oí un suave quejido que me sacó de mis cavilaciones, sus ojos se abrieron, eran distintos, si, eran los suyos, pero más intensos si cabía, peligrosamente inhumanos, como los de Electro, destilaban poder a borbotones, esos ojos escarlata parecían letales, seductoramente hipnotizadores. Shira me miró y juro que mi corazón dio un vuelco de placer. Seguidamente deslizó su mirada por toda la estancia. -¿Cuánto ha pasado? –Su voz sonaba más dura y afilada. -Dos días. –Me sentía algo confuso ante su reacción. Intentó incorporarse, pero la retuve con mi brazo, ante mi contacto dio un respingo y se apartó apresuradamente, como si le hubiera hecho daño. Aquello me molestó, podría decirse que me hirió, y no solo por su reacción, sino porque así era como se habría sentido ella durante todos estos meses con mi trato. Mis continuos rechazos y mis duras palabras. –Debes descansar más.

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-No, debo prepararme, estar en forma de nuevo, esta vez no podrá conmigo. –Apretó su mano en un puño y la soltó poco a poco, como si estuviera tirando fina tierra por el suelo. Su mirada refulgía amenazante. -¿¡Qué!? No puedes estar hablando en serio, ¿no pensarás enfrentarte a él tú sola? –Ante mi pregunta frunció los labios en una fina línea y me miró con furia. Juro que pude ver en sus ojos las llamas angustiosas del infierno. Pero no me eché a tras. -No, sola no, he descubierto cómo derrotarlo, y necesitamos estar todos juntos. –Aquello me relajó. -De acuerdo, informaré a Edward y planearemos una reunión en un lugar indetectable, Edward tiene muchos contactos que nos serán útiles. –Shira asintió. Se volvió a incorporar, esta vez me hizo un gesto con la mano para que la dejara levantarse. -¿James? -Esta bien. -Mañana comenzará mi entrenamiento de nuevo. Hasta entonces estaré en mi cuarto. – Aquellas frías palabras encogieron mi corazón. “Oh Shira, pero qué te han hecho”.

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*

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Estaba en mi cuarto, pero no podía conciliar el sueño, me senté en una esquina con la espalda hacia la pared, así podría estar preparada por si alguien entraba en mi estancia. Rodeé mis rodillas con mis manos y me balanceé al ritmo de las gotas que en mi mente seguían cayendo. “Una, dos, tres, cuatro…” Oí los pasos, volvería, sabía que volvería, tarde o temprano. Lo peor de todo era que me tenía atrapada, como solo él sabía, la nueva energía palpitaba en mí ser. Me daba una potencia nueva y poderosa, mi cuerpo estaba corrupto, buscaba más. Notar más energía penetrar en mis entrañas… aquella placentera sensación… Metí mi cabeza entre mis manos intentando despejar los demonios que me atormentaban, pero se agarraban con uñas y dientes, sentía sus uñas clavarse más y más en mi piel, levanté la cabeza desesperada. Las paredes de mi cuarto se me venían encima, se hacía cada vez más pequeño, necesitaba aire, ya no aguantaba más. Abrí la ventana impaciente y me lancé por ella. Llovía en el exterior, no noté las 263


gotas resbalando por mi piel, ni mis piernas corriendo sin descanso, solo quería llegar al pueblo, conseguir más, más energía. -¡Shira! –Fue lo único que noté, la voz de Christian llamándome. No me giré, seguí corriendo, aunque mis piernas aflojaron. Alguien me sacudió, rodé por el suelo. Christian estaba encima de mi “estaba tumbada en el suelo, él detrás de mí, deformando mi espalda con el dolor más intenso que había sentido…” -¡Aparta! –Grité, no soportaba el contacto, me retorcí hasta que salí de su agarre. Me senté y volví a envolver mis rodillas con mis brazos. Christian me miraba con los ojos muy abiertos, como si quisiera captar cada detalle. El azul de sus ojos era intenso, acuoso, como un río de la montaña. -¿A dónde vas? –Su pregunta sonó pausada. -Necesitaba salir de mi cuarto. –Él asintió comprendiendo. -Shira, ¿es por el mono? –Giré mi rostro ante su pregunta, me daba miedo en lo que me estaba convirtiendo. Asentí mirándole a lo ojos. –Tranquila, saldremos de esta, ¿de acuerdo? –Volví a asentir, su voz me reconfortaba, se sentía mejor compartiendo el peso. -Lo necesito. -No, tú eres fuerte, no lo necesitas, eso es lo que la energía te hace creer. –La lluvia seguía cayendo, mi pelo se pegaba a mi piel, no me di cuenta hasta entonces que hacía tiempo que no me duchaba. Extendí las palmas de las manos hacia arriba y contemplé cómo las gotas colisionaban contra mi piel. Me centré en ella y por fin sentí su tacto, su esencia. Respiré profundamente dejando a la energía entrar dentro de mí de nuevo y un inmenso placer me embriagó, me relajé por completo. Comencé a fijarme en todo, en todos los detalles, en la energía que desprendía cada ser, “nunca dejéis de sorprenderos de los pequeños detalles de la vida, la naturaleza es hermosa”. –Yo estaré contigo, te ayudaré. –Sus palabras alimentaron mi esperanza. Le dediqué lo más parecido que pude a una sonrisa. Él extendió su brazo poco a poco, como si yo fuera un animal herido que pudiera salir corriendo en cualquier momento, y en parte lo era. Las yemas de sus dedos tocaron mi hombro, pese a que el contacto me incomodaba no me aparté, “poco a poco Shira”.

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La noche había sido dura, pero aguanté dentro de mi cuarto, dormí en la esquina, me alegraba que los pasos de Christian no fueran sonoros, le veía venir cada media hora a comprobar que me encontrara bien, se suponía que yo no debería saberlo, pero ese detalle me agradó enormemente. Por la mañana me levanté y fui directa a la sala de entrenamientos, no quería desayunar, ya no me hacía falta alimentarme, estaba cien por cien recuperada y alterada químicamente. Christian estaba delante de mí, ambos sujetábamos una vara de madera cada uno, le apunté con la mía y salté hacia él, nuestras varas chocaron en el aire dando inicio a la pelea. Realizaba los combos que Christian me había enseñado más golpes de mi propia cosecha que me pedía mi sediento instinto. Nunca había derrotado a Christian, ni siquiera igualado su agilidad, pero ahora estábamos igualados y la balanza incluso se inclinaba a mi favor. Hasta que los flashes volvieron. Christian me agarró en una llave en el suelo, se posicionó sobre mi espalda, “su miembro viril recorriendo mi cadera, sus manos en mis pechos, su acelerada respiración en mi oreja, los ojos de Electro ardiendo de furia, sus rayos deformando mi espalda…” Un grito surgió de mi pecho, afilado como el cristal. Christian saltó hacia atrás como un resorte dándome espacio. -¿Qué te ocurre? -Nada, sigamos. –Sus ojos me estudiaban, había olvidado que olía el dolor. Aunque con mi grito ya le había quedado claro. -Shira, si no estas bien… -Tu atacante no esperará a que te repongas, ¡vamos! –Recité sus lecciones dejándolo más preocupado, algo que no supe descifrar cruzó su mirada, ¿culpa? Ni lo sabía ni me interesaba. -No voy a seguir con esto. –Se dio la vuelta, ocasión que aproveché para atacar su espalda y seguir con el entrenamiento. -Nunca le des la espalda a tu contrincante. –Le susurré en la oreja. Él giró intentando deshacerse de mi agarre. -Ya basta Shira. -No huyas de tus problemas Christian. 265


-Eres tú la que los machaca. –Gruñí mientras le asestaba un codazo en el vientre.- Te he dicho que no iba a seguir con esto.-Su cuerpo se quedó completamente relajado, yo estaba a medio metro de él, sin pensarlo me volví a lanzar contra él. -¡Nunca bajes la guardia!-Le grité mientras le pateaba las costillas, giraba, subía por su espalda y me colocaba sobre sus hombros, cogí su cuello con mis manos y lo sometí a un poco de presión. –Muerto. –Él seguía sin inmutarse. -¡Vamos! ¡Lucha!-Mis gritos parecían súplicas. -Esta no es la solución. –Su pausada voz me desquició. Maldije por lo bajo mientras saltaba de sus hombros y me iba por la puerta. Me metí en el baño para pegarme una ducha. Me desnudé, por primera vez en días miré mi rostro en el espejo, no me sorprendí al ver las heridas que surcaban mi piel, aunque no era lo único que había cambiado, mis ojos eran dos esferas salvajes de fuego, respiraban poder a borbotones, mi expresión era mucho más letal, peligrosa, dura, afilada como una daga… No me atreví a mirar mi espalda, aún no estaba preparada. Me metí en la ducha dejando que el agua borrara todo rastro de sufrimiento de mi piel. El agua salió caliente y mi espalda vibró de dolor, pronuncié un gemido sin poderlo evitar. Notaba un tacto extraño cuando el agua bajaba por mi espalda, a una parte de mí no le importaba, sabía que me acabaría acostumbrando, a una parte casi extinta le recordaba el temor, mientras que a la gran parte de mí le formulaba la más sangrienta sed de venganza. Suspiré con las palmas de las manos apoyadas en la pared de la ducha. Cerré el grifo, envolví mi cuerpo en una toalla blanca y salí del cuarto de baño. Christian se encontraba apoyado en el respaldo del sillón, justo enfrente de la puerta, me esperaba con los brazos cruzados, su mirada era penetrante, se disponía a decir algo cuando sus ojos se centraron en algo a mi espalda. Giré mi rostro extrañada y el horror nubló mi concentración por un momento. Detrás de mí se encontraba el espejo, donde podía ver reflejado mi perfil y el comienzo de mi espalda. Se podían apreciar las claras y profundas imperfecciones, los extensos surcos de piel que dibujaban mi espalda. La imagen me hizo apartar la mirada rápidamente, no era estúpida, sabía que en mi espalda no había piel uniforme, pero aquella certificación era dura de aceptar. -¿Qué demonios…? –Christian se había levantado del respaldo y se acercaba a mí. Sus ojos refulgían de ira, nunca lo había visto tan enfurecido, sus manos se apretaron en dos puños que se iban quedando blancos por la presión. El pánico de que se pusiera a mi espalda me hizo levantar la palma de mi mano.

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-No, no te acerques. –Christian torció el gesto, pero se colocó en frente de mí. Debió notar el tono alarmado de mi voz, porque suavizó su expresión y su postura se relajó, aunque podía ver que sus ojos ardían por dentro. -Esta bien, tranquila. Shira soy yo, Chris. –Era la primera vez que le oía pronunciar el apelativo cariñoso con el que le llamaba, aquello produjo un pequeño movimiento en mi corazón. –No te voy a hacer daño, ¿vale? –Me hablaba como a un niño perdido en el bosque que se ha criado con lobos. -No, no puedo… -Cierra los ojos. –Sorprendentemente le hice caso. –Ahora voy a acercarme a ti lentamente. -Temblé ante la idea. –Tranquila Shira. –Su voz sonó peligrosamente cerca, noté el tacto de su mano en mi clavícula, dejé salir el aire que estaba reteniendo. –No voy a hacerte daño. –Su susurro en mi oreja me erizó el vello de la piel, su tacto se notaba tan apeteciblemente frío. –Te lo prometo. -Su mano fue deslizándose cuidadosamente por mi cuello, sentí el cuerpo de Christian a mi espalda, pero me quedé quieta como un conejillo ante los faros de un coche, como la planta después de ser arrancada. Sus dedos bajaron por mi nuca, mi pulso se aceleró. –Nunca te haría daño. – El timbre de su voz me alertó de un cambio en él, sonaba más cercano, incluso creí notar un temblor en su voz. Las yemas de sus dedos tocaron el comienzo de mi espalda, acariciaron los surcos de mi piel. Un quejido se abrió paso en mi pecho, me sentía terriblemente vulnerable, pero aún así me quedé completamente quieta. Christian tomó la toalla y la deslizó por mi espalda, quedando toda la parte de atrás descubierta a sus fríos ojos. La parte de delante de la toalla quedaba sujeta por mis brazos, aunque no me importaba, él ya había visto mi cuerpo, y como el de todas las criaturas de la naturaleza era hermoso. –Esto te aliviará. –Noté un placentero tacto helado recorrer mi espalda, fue bajando hasta la rabadilla, un fuego que hacía tiempo no presenciaba se abrió paso dentro de mí, el cosquilleo volvió bajo mi vientre. Sentí su respiración en mi cuello, sus labios rozar mi piel. –Te necesito. –Sus palabras me hicieron gemir por dentro. Besó mi nuca, fue tan placentero que mi cuerpo se revelaba pidiendo más, respiró el aroma de mi pelo, como si hubiesen pasado siglos separados. Dejé caer la toalla, Christian me dio la vuelta quedando cara a cara, sus ojos refulgían tan vivos que asustaban. –Te… te necesito, Shira. –Se tomó una pausa, sus ojos ahora como el agua puramente cristalina me miraban con súplica y culpa. –Siento cómo te he tratado, siento no haber cuidado de ti como debería… -Coloqué mi dedo índice en sus labios. Cerró los ojos ante mi contacto.

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-Shh, no ha sido tu culpa, Christian. –Acerqué mis labios a los suyos colocándome de puntillas, Christian se inclinó y nuestras esencias se mezclaron como solían hacerlo, solo que ahora sin nada que ocultar, completamente, intensas… Un sonido gutural salió de su garganta. Me cogió por la cadera, me levantó, yo enrosqué mis piernas alrededor de su cintura, besaba su cuello mientras él me llevaba a su cuarto. Se sentó en el borde de la cama conmigo sobre él a horcajadas. Metí las manos por dentro de su camiseta, la levanté y salió por encima de sus hombros, recorrí todo su cuerpo con impaciencia, él estaba ocupado saboreando cada resquicio de mi piel. Me deslicé hacia abajo, notaba su dureza debajo de mí. Abrí su pantalón y lo bajé, quería verlo completamente desnudo. Comencé a besar su clavícula mientras mis manos lo acariciaban donde su cuerpo crecía, mis labios fueron bajando hasta llegar al punto indicado, sus ojos se abrieron de placer y de sus labios se escapó un gemido. Sonreí al verlo así, en ese momento era mío, completamente, estaba a mi absoluta merced, y aquello me calentó de tal forma que mis ojos lanzaron llamas conectando con los suyos. Sus gemidos se intensificaron mientras mi lengua jugaba experimentada. Me gustaba su sabor. Volví a subir, sus ojos estaban nublados por el deseo, se habían oscurecido, parecía un animal desatado. Me cogió por las muñecas y me tumbó sobre la cama, su boca se deslizó por mi cuello haciéndome suspirar, la clavícula se me antojó increíble, llegó a mis pechos, se entretuvo con ellos, su lengua era suave pero dura. Mientras, su mano había bajado a mi zona femenina, comenzó acariciándola con suavidad. Su boca llegó a mi vientre, me produjo un excitante cosquilleo, seguía suspirando, hasta que los suspiros se convirtieron en gemidos de placer. Su boca besaba mi muslo, lo mordió levemente, siguió su camino hasta asociarse con las caricias de su mano, ésta se dirigió a mis solitarios pechos, los cuales acariciaba y presionaba por igual. Su lengua lamió mi zona más sensible, levanté mi cadera en un acto instintivo. Un gemido salvaje se abrió paso por mi pecho, estaba viendo las estrellas, incluso creía tocarlas. Mis manos agarraban sus sábanas intentando sujetarme a algo para no salir volando, no quería que nada me separara de aquel momento. Mi cuerpo ardió en llamas, más potentes que nunca. -Ya. –Conseguí gemir. –Quiero sentirte dentro de mí, ¡YA! –Christian sonrió satisfecho. Se apoyó en sus codos y se impulsó hacia arriba. Su boca plagada de mi sabor se juntó con la mía, jugó con mi lengua de la manera más placentera que jamás hubiera imaginado. Agarré su cadera con mis muslos y subí la mía impaciente. Noté su sonrisa en mis labios. Seguidamente cedió y se impulsó hacia delante, se hundió en mí. Abrí los ojos impresionada del placer olvidado. Grité de placer, no había vecinos, así que no me importaba, oír su agitada respiración en mi cuello, sus suaves pero firmes gemidos me desmontaron, sus embestidas se volvieron más salvajes, más rápidas, más duras… Mis uñas se clavaron en su espalda, él se arqueó mirándome a los ojos, su mirada conectó

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con la mía mientras ambos llegábamos al clímax, mi boca entreabierta dejó salir el gemido de la gloria, le siguió un gruñido de placer por su parte. Se quedó un rato dentro de mí, simplemente mirándonos a los ojos, sonriendo de satisfacción, agotados y sudando. Cuando por fin desvié mi mirada me encontré con una sorprendente imagen. Ambos reímos al ver el cuarto repleto de llamas congeladas. Nos habíamos dormido uno dentro del otro, me desperté agitada en la cama, me giré y lo vi plácidamente dormido a mi lado, sonreí al instante y mis pesadillas sobre rayos y grilletes desaparecieron de mi mente. Aun así no podía volver a conciliar el sueño, así que me levanté, me vestí con su camiseta y salí al exterior. Me apoyé en la vaya del cercado, observaba a Zafiro y Rubie cuando un ruido proveniente de las cuadras me alertó. Instintivamente me puse en guardia, pero me relajé al comprobar que era Amy. Ella al verme sonrió, se acercó veloz a mí, pero en cuanto me vio de cerca se paró en seco, entonces fui consciente de mi nuevo aspecto, era tan intimidante que Amy bajo la mirada. -¿Shira, eres tú? -Claro. -Tu aspecto es distinto, y tu voz… -Por fin me miró, la miré directamente a los ojos, ella se quedó completamente paralizada, hipnotizada. –Y tus ojos… –Consiguió murmurar. -¡SHIRA! –Un grito desde el interior me volvió a alertar, era la voz de Christian, el peligro me llamó, Christian no gritaría por nada. Le vi aparecer sin aliento por la puerta corredera, su rostro reflejaba la más alta preocupación, pero en cuanto me vio se relajó. -¿Qué ocurre? –Ahora la única preocupada era yo, ya que Amy seguía alelada observando mi nuevo aspecto. -Me desperté, vi que no estabas… y, yo… pensé que… -Mi corazón dio un vuelco al comprender la razón de su preocupación. -Oh. –Fue lo único que conseguí decir. Christian se pasó una mano por el pelo, adoraba aquel gesto, parecía algo avergonzado, volvió al interior de la casa. Amy me dedicó una mirada que no supe descifrar y se fue despidiéndose con la mano. Sin pensarlo entré en la casa, Christian estaba de espaldas a mí, en cuanto me oyó entrar se giró, por su

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expresión parecía algo confuso, yo le resolvería las dudas. Me acerqué a él sin vacilar, le cogí del cuello y le besé apasionadamente. -No voy a desaparecer. –Susurré con mi aliento entrecortado. Sus ojos se iluminaron y me abrazó impidiéndome cualquier tipo de escapatoria. Sus manos rozaron mi espalda, aquello me tensó, se percató y las sombras cruzaron sus ojos. –Estoy bien.-Sonreí, le quité importancia. Pero las sombras no desaparecieron.

Capítulo 49

Después del entrenamiento con Christian me di una ducha refrescante, ambos fuimos a montar a caballo, nos bañamos en el río como solíamos hacer, solo que esta vez fue algo más íntimo. A la vuelta Christian se quedó con Zafiro, yo entré a darle al saco. Una capa de sudor cubría mi piel, los mechones que mi coleta no pudo sujetar se me pegaban a la piel como moscas en la miel. Llevaba un buen rato pegándole al saco de boxeo de Christian cuando me percaté de su presencia recostada en la puerta. -¿Por qué te hiciste el tatuaje del dragón en la espalda?-Mi pregunta sonó entrecortada por el esfuerzo físico. -Para recordar mi primer combate en el que me hirieron. -Vaya, parece un poco masoquista. –Él sonrió ante mi comentario. -Me dejaron una pequeña cicatriz que me recordaba cada día que ese combate podría haber sido el último, que cada combate puede serlo. –A medida que me explicaba iba bajando las escaleras hasta llegar al saco y sujetármelo. –Prueba a enfocar el golpe un poco más arriba. –Yo asentí a su recomendación. –Decidí convertir la cicatriz en un símbolo de fuerza, para que el miedo me ayudara y no me echara hacia atrás. –Medité su respuesta e instintivamente mi mirada se desvió hacia mi antebrazo. Christian tocó con cuidado la cicatriz que dejaron las tres agujas del almacenador de energía.

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-Me gustaría hacerme un tatuaje. -Sé un lugar cercano donde podrías hacértelo. –Le sonreí. -Pues vamos.-Me puse una sudadera por encima y le seguí. Estábamos en el garaje, Christian se acercó a su coche con intención de subirse, pero yo le detuve. -¿Qué es eso? –Él miro hacia el enorme bulto tapado por una manta que le señalaba. Me dedicó una sonrisa de medio lado que alteró mi estado anímico. -Eso es mi pequeña Kawasaki. –Tiró de la manta y mi mandíbula tocó el suelo de impresión. -Cielos. Tienes a esta monada aquí encerrada y vas a todas partes con el coche. ¿Qué tipo de lunático eres? –No pude evitar acariciar la majestuosa obra maquinaria que descansaba delante de mí. Me subí en ella y suspiré agarrando el manillar. Le dediqué una mirada de reproche a Christian, por el contrario él me miraba juguetón. -¿Qué? -Nada, es solo que… estas terriblemente sexy. –Mi sonrisa de complacencia escapó de mi agarre e iluminó mis fulgurantes ojos. -¿Prefieres que vayamos en la moto? -¿Que si prefiero? Vamos, sube. –Christian se acercó esperando que me moviera hacia atrás, pero no fue así. Le miré amenazadoramente. -Ni hablar, yo conduzco. -De eso nada. –Quité la pata de la moto, encendí el contacto y la hice rugir con lo que se me antojó como música celestial. -No sabes a donde vamos. -No hay problema, tú me indicas. –Volví a hacerla rugir. Christian puso los ojos en blanco y subió detrás de mí. Aceleré y una magnífica sensación invadió mi cuerpo. Notaba el agarre de Christian alrededor de mi cadera, tenerlo a mi espalda me

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incomodaba, pero sus manos estaban hacia delante, así que era soportable. Reí como una loca cuando surcamos el viento como un espejismo fantasmagórico. Aparqué con precisión donde Cristian me indicó. El pueblo era bonito, pequeño, constantemente nublado, como a mí me gustaba. Mientras andábamos por la calle uno iba a la par del otro, agradecí tremendamente que a Christian no le diera por agarrarme de la mano, no era de esas y creía que él tampoco. Llegamos a la tienda de tatuajes, por fuera era lo que parecía, ya que cientos de tatuajes en fotografías de distintas partes del cuerpo se veían por los cristales de las ventanas-escaparate. Entramos, al abrir la puerta una campanilla sonó indicando que habían entrado clientes en el establecimiento. -Hola, ¿en qué puedo ayudarles? –Un hombre joven, de unos treinta apareció por la puerta. Miró a Christian y seguidamente su mirada se quedó clavada en mí, más concretamente en mis ojos. Christian carraspeó sonriendo por la situación tan extraña que se había instaurado. -Me gustaría hacerme un tatuaje desde el hombro hasta el antebrazo, quizá que baje un poco. –Le mostré la medida aproximada en mi brazo. –Querría tapar una marca que tengo. –Tosí para que no se notara la perturbación en mi voz al decirlo. Él hombre asintió. Le señalé mi marca. -¿Qué tienes pensado tatuarte? -Me gustaría un dibujo a color que representara los elementos. –Noté la mirada atónita de Christian, yo sonreí por haberle sorprendido. –Un toque de luz, un punto donde todos se vuelvan oscuros, verde de naturaleza girando, el viento ondeando las hojas y las azules y turbias olas. El poderoso fuego contrastando con el frío hielo. –Le dediqué una mirada traviesa a Christian, él sonreía con admiración. –Y por último algo que represente una tormenta eléctrica, formando una entropía. –El hombre asentía y apuntaba cosas en una libreta. Me miró y sus ojos eran la perfecta descripción de la emoción ante un reto. -Muy bien, haré varios bocetos, pero tardaré algo, ¿qué tal si vuelven en un par de horas? -De acuerdo. –Respondimos Christian y yo al unísono. Nos fuimos de la tienda y decidimos tumbarnos en el húmedo césped de un solitario parque.

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-Así que los elementos. -Si, ¿qué te parece? -La verdad, me parece muy creativo. Todos los seres de este mundo menos nosotros tienen una parte de cada elemento. Una parte de Aqua, una de Luz, a Edward; unos más que otros, a mí, a ti, a Will, a Diana y a Electro, aunque no el que nosotros conocemos, sino al verdadero, al que habitaba en ese cuerpo antes de sucumbir a la corrupción de la energía. –Asentí completamente de acuerdo. Apoyé mi cabeza en su pecho para escuchar latir su corazón. Él me acariciaba el pelo, cada uno sumido en su mente. –Un centavo por tus pensamientos.- Sonreí sin poderlo evitar. -No me gusta ser una damisela en apuros, quiero ser independiente y poderme cuidar sola sin necesitar a nadie. Pero tú siempre me estas rescatando, y eso me hace débil. – Christian meditó mi respuesta mientras seguía acariciándome. -Yo no lo veo así. Cuando te conocí eras completamente independiente, no querías necesitar a nadie, aunque te fueras combustiendo por dentro, el que se pegó a ti fui yo. Tú me salvaste primero, ya que si tú no hubieras aparecido en mi vida, que ahora creo que fue cosa de Edward. –Reí entre dientes. –Yo nunca hubiera sabido lo que era amar. –Me quedé completamente quieta, como si cualquier movimiento pudiera romper el momento. No estaba segura, pero creía que Christian acababa de declararme su amor, nunca en mi vida me había pasado algo así, y no sabía cómo actuar. Él seguía acariciando mi pelo como si nada, pero sentí como su corazón se aceleraba notablemente. -¿Qué…qué quieres decir, yo…? Pero si yo solo te he jodido la vida. -No digas eso, tú me has dado vida, hasta que te conocí no sentía absolutamente nada, creía que como elemento del hielo no tenía permitido sentir, entonces apareciste tú, en The Moment, en cuanto te vi noté algo extraño, ahora sé que era tu esencia, tan ardiente que podría descongelarme, pero en ese momento ni me lo imaginé, creí que era simple atracción, un poco más fuerte que con el resto. Entonces conocí tu personalidad, tan arisca, ruda, pero inteligente, misteriosa, divertida sin darte cuenta… Dabas la impresión de que todo te daba igual, la sociedad te era indiferente, el mundo era tuyo y tú vivías según tus normas. Más tarde comprendí por qué todo te daba igual, pretendías cambiar, en tu deseo. –Al llegar a esa parte de la historia me apreté más contra él, el temor de su dolor propagó un escalofrío por todo mi cuerpo. –Más tarde te volví a encontrar,

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entonces estabas débil, pero aún así seguías con tu cabezonería, testadura hasta la muerte, tenías valor, oh si lo tenías. –Sonrió recordando alguna situación. –Pero fuiste cambiando, te volviste más dura, divertida, loca, me encantaba que te rieras de todo, que pese a mis malos modos tú siguieras con una sonrisa en la cara. Tan temperamental que siempre conseguías sorprenderme, nunca sabía qué pasaría cuando estabas cerca, y eso me encantaba, aunque no podía decírtelo, indomable como el fuego. Comenzaste a volverte más estricta con tu entrenamiento, y viniendo de ti aquello era increíble. Descubrí una nueva Shira, peligrosa, sin miedo, valiente y amenazante. Luego todo se torció. –Su mano dejó de acariciarme, sabía que se sentía culpable por lo que me hizo Electro. Acaricié su pecho. –No puedo imaginarme lo que te hizo, no podía ni pensarlo, así de cobarde soy Shira, si tú supieras lo que me has hecho falta, me dolía respirar sin ti. Tú no eres la chica vulnerable a la que tienen que salvar, soy yo. –No pude evitar reír ante su última comparación. -¿Eres una chica vulnerable? –Le miré a los ojos, él asintió con la cabeza con una expresión de inocencia. Me apoyé sobre mi codo y le besé, sus labios eran tan suaves y deliciosos, le besé con ternura, él me respondió, me devolvió el beso con dureza, incluso con impaciencia, quería hacerme ver que sí me necesitaba. Mis manos se enredaron en su cabello, él agarró mi cabeza juntándola más hacia él, su otra mano me cogió por la cadera. No separamos respirando entrecortadamente. -Ahora has vuelto, y diablos… no pienso volver a dejarte escapar Shira, es mirarte y… eres mi compañera de viaje, quiero compartir toda mi vida contigo, te quiero. –Mi corazón paró al escuchar su declaración. Me acerqué a él y le besé apasionadamente. Sabía que lo que yo sentía por él era igual de fuerte, solo que no podía decírselo, necesitaba matar unos cuantos demonios que habitaban en mí. La canción Demons, de Imagine Dragons sonó en mi mente. Christian me tomó por la cadera, soltó un suspiro de placer, besó mi cuello y consiguió la misma reacción. -¿Este? –El dependiente de la tienda de tatuajes esperaba impaciente mi respuesta. Lo cierto era que tenía mucho talento, pero estaba decidida, el boceto que se convertiría en mi tatuaje era ese. -Si, el tercero. –Le señalé el boceto. El primero constaba de todos los elementos sin compenetración. En el segundo si había compenetración, pero no eran muy creativos, la naturaleza no era un simple árbol, por ello el que me encantó fue el tercero, en el que se representaba la alegría de Diana cuando está entre sus plantas, con el verde danzando por toda la hoja entre el resto, los colores cálidos invadiendo un lado rivalizando con los

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fríos del hielo. Las olas surcando despeinadas por el viento, elegantes aun con aquel juguetón elemento detrás. Un punto donde todos los colores nacían, un punto blanco que nos acunaba protegiéndonos, más abajo también había un punto de comienzo o final, como quisiera mirarse, donde los colores se oscurecían hasta llegar a un negro brillante. Por último, unos rayos que me recordaban que el verdadero Electro no fue al que conocí, demostrando que no tengo nada en contra de su elemento. Había captado su esencia. –Es perfecto. Le mostré mi marca de tres puntas que quería tapar con el tatuaje, encajaba justo donde todo se oscurecía, por lo tanto era, como ya había dicho, perfecto. El tatuador no comentó nada sobre la extraña marca, lo más parecido en el mundo humano podrían ser tres marcas de jeringuillas, como si fuera una drogadicta, en parte lo era. Tardó cerca de dos horas en acabarlo, pero la espera mereció la pena.

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*

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Estaba increíble, el tatuaje le daba un aspecto de chica mala que me provocaba una serie de reacciones anatómicas que no deberían ser explicadas en horario infantil. El dependiente también lo había notado, ya que no había apartado la mirada de ella en ningún momento, no, claro está, mientras le hacía el tatuaje, parecía un gran profesional. Por una parte me hacía enormemente feliz estar grabado en su piel, aunque el resto también lo estuviera. Pero por otra, me hacía hervir la sangre saber el por qué, quería un tatuaje para tapar aquella marca que nunca debió hacérsele. Aun así debía admitir que estaba realmente sorprendido por su fuerza de voluntad, nunca nadie se había quedado en su cuerpo y dejado de consumir una vez la energía te corrompe por dentro, ella gozaba de su poder, pero manteniendo su fuerte alma. La marca del brazo me hizo recordar su deformada espalda, instintivamente mis manos se apretaron en dos puños que buscaban venganza, aunque algo me decía que Shira se iba a ocupar de esa venganza, por supuesto contando conmigo. Esta nueva Shira era tan fuerte, poderosa, para nada me sentía amenazado, más bien admiraba su comportamiento, cada gesto, ella no se daba cuenta del poder que desprendía con meros movimientos, pero para eso estaba yo, para verlo y recordárselo. En el parque no pude evitarlo, y no quería evitarlo, después de creer que jamás la volvería a ver ya no podía retrasar nada, quería hacerlo todo con ella, que ella lo supiera, que supiera todo lo que significa para mí. Era consciente de que ella no me había respondido, pero tampoco era lo que pretendía, ¿me hubiera gustado que me respondiera sintiendo lo mismo? Por supuesto que si, pero sabía

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que ahora mismo estaba herida, necesitaba arreglar sus sentimientos antes de poder decirme nada, y yo la estaría esperando para entonces, me era suficiente con que permaneciera a mi lado alegrándome la vida con su presencia, si me hubiera respondido no hubiera sido verdaderamente ella. Le había dicho las palabras tabú “TE QUIERO”, nunca antes se lo había dicho a nadie, supongo que de pequeño a mis padre sí, pero nunca a nadie más, era un gran paso para mí, miré a la causante de que mi corazón latiera por fin, la causante de poder sentir algo a parte de frío y monotonía. Ella estaba ahí, sentada en un taburete observando su tatuaje, me miró con una sonrisa que iluminó sus ojos, sus llameantes e inhumanos ojos, no importa lo que esa energía la cambie, yo seguiré a su lado, pase lo que pase, Electro no volverá a tocarla si sigo vivo. -Siempre me lo pagas todo, te debo una lista interminable de dinero-favores. –Habíamos salido de la tienda y caminábamos uno al lado del otro, ella llevaba el brazo envuelto en un plástico, ahora tapado por la manga de su sudadera. Puse los ojos en blanco. –Y no digas que es por tu trabajo, porque ahora ya no parece que sea una carga tan pesada para ti. –Me guiñó un ojo. -Bueno, ya se me ocurrirá la forma de cobrártelo. –Ronroneé en su oreja. Fui consciente de cómo se erizaba el vello de su nuca y su pulso se aceleraba, era tremendamente feliz al saber que podía causarle eso… y mucho más. Recordé sus gemidos de anoche, fue increíble, no veía el momento de estar entre sus piernas de nuevo, que me suplicara que entrara dentro de ella… -Tenía razón, debajo de esa piel de hombre responsable habita un horrible pervertido. – Shira rió escandalosamente y yo me uní a ella. -¿Responsable? -Cierto, mm… -Colocó un dedo bajo su barbilla de una forma cómica. –Hombre siniestro. -¿Con que siniestro eh? -Aja, pero si insistes en cuanto lleguemos a casa te daré un adelanto. –Iba a contestar algo grosero cuando me percaté que delante de donde habíamos aparcado había una

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tienda de fotografía, la había visto al llegar, pero no se me había ocurrido que necesitaría una. -Quiero una cámara, entremos. -¿Es que acaso pretendes grabarme mientras hacemos algún tipo de práctica sórdida?Volví a poner los ojos en blanco, siempre conseguía sacarme una sonrisa de la boca. -No, quiero instalar una en la ducha, para saber si eres tú la que entona esos escalofriantes ruidos cuando se ducha. -Oh, perdona artista, no todos hemos nacido con voces angelicales. –Mi corazón se hinchó de orgullo al mostrarme que le gustaba mi voz. Elegimos una cámara, parecía buena, le hice una foto a Shira por la calle para comprobarlo. Ella rió como la Shira feliz que era antes. Cuando llegamos a la moto me lanzó las llaves, iba a preguntar pero desvió la mirada, esas sombras cruzaron por sus bellos ojos perturbándola de nuevo. -No me gusta abusar de la cortesía. –Intentó camuflar su incomodidad, no dije nada, me monté en la moto y esperé a que ella hiciera lo mismo. Sabía que no quería conducir porque no toleraba que nadie se colocase a su espalda, se sentía vulnerable cuando alguien salía de su campo de visión, Electro la había traumado, la había herido, pero yo la curaría, con perseverancia y paciencia. Noté sus manos agarradas a mi cintura, suspiré mientras mi entrepierna palpitaba sin remedio.

Capítulo 50

Estábamos en la cama, llevábamos un largo rato así, después de practicar un placentero sexo nos habíamos quedado tumbados sin más. Christian apoyaba su cabeza en mi vientre, yo le acariciaba el pelo con dulzura, me daba cuenta poco a poco que Christian no había tenido ni infancia ni adolescencia, y conmigo había partes de él que salían y se

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sentía extraño por ello, mientras que al resto les parecerían normales. Yo tampoco había tenido una relación así, pero era básicamente porque podría quemar a mi pareja en cualquier disputa, en cuanto me dejara llevar. -¿Nunca has estado en la cama sin hacer nada?-Mi pregunta tenia un eje sorprendido que le hizo sonreír. Negó con la cabeza en mi vientre. -¿Y nunca te has hecho una foto? -Yo mismo no, creo que de niño me hicieron alguna mis padres, pero no lo recuerdo. La única que recuerdo es la que nos hicimos para el cumpleaños de Blade. -Si, lo recuerdo, tú no podías ni mirarme. –Él se revolvió incómodo, así que decidí cambiar de tema. Me levanté de la cama y cogí la cámara que había quedado desperdigada por el suelo con el resto de nuestra ropa. -¿Qué pretendes? –Zas, su sonrisa de medio lado quedó inmortalizada para la posteridad. Me subí a la cama para poder coger un buen ángulo con el que acosarle fotográficamente, comencé a flashearle, yo no paraba de reír, contagiándole a él también, me senté a horcajadas sobre él, comenzó a acariciarme la espalda, seguía haciendo fotos, él me cogió y me tumbó a su lado. –Mi turno. –Me arrebató la cámara y apretó el botón, zas, mi peor mueca inmortalizada. Christian rió al ver la foto en la pantalla digital, yo hice unos fingidos pucheros que… zas, también quedaron inmortalizados. Cogí su mano y la giré a la fuerza, apreté y él se llevó el cegazo por el flash, seguimos con una guerra que se nos fue de las manos. Ambos reíamos y fotografiábamos nuestras caras juntos. Estábamos tumbados, él sostenía la cámara en el aire, le mordí la oreja en el momento en el que nos hacía la foto, puso el modo en el que se hacían varias fotos cada vez que apretabas el botón. En una foto yo le mordía la oreja, en la siguiente nos besábamos, en la otra nos mirábamos fijamente a los ojos, eran unas fotografías increíbles, se le veía tan feliz cuando reía, tan joven, a veces su niño interior salía a la superficie, esos momentos me encantaban, su Christian travieso también me volvía loca. Menos mal que dejamos de hacer fotos, porque me hubiera muerto de vergüenza si se hubiera quedado grabado lo siguiente que se hizo en esa cama. Mi mano descendió hasta un lugar poco apropiado, sus ojos se oscurecieron y su sonrisa traviesa salio a relucir, era una combinación tan deseable… Su parte viril se endureció y comenzó a crecer, yo sonreí pícaramente.

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-Oh, no sabes lo que has empezado. –Su voz ronca erizó el vello de mi piel. Me cogió por la cadera, me subió encima de él y comenzó a besarme, pero lo esquivé con agilidad, seguro que era la primera que le hacían la cobra, le miré traviesamente, cogí la camiseta que había tirado al suelo y le até la muñeca a la cabecera de la cama, oí su respiración volverse pesada. Realicé la misma operación con la otra muñeca. Comencé a besarle el cuello, un gruñido salió de su garganta calentando mis partes íntimas. Bajé hasta su entrepierna, poco a poco, lentamente, veía como se moría de impaciencia, en ese momento era mío, totalmente. Veía como se desquiciaba mientras mi lengua jugaba sucio. –Por favor. –Susurró entrecortadamente, aquella voz tan varonil me produjo unos placenteros escalofríos. Sonreí mostrando todos mis dientes, le di lo que quería, llegué hasta el final de su virilidad. Oí sus gemidos de placer y con solo eso ya estaba lista, me tumbé sobre él y entré con fuerza, me hundí, salvaje, indomable, tenía el poder, mis gritos me precipitaron al vacío de placer, esta vez llegué yo primero, pero él no tardó, llegamos al clímax. Desaté sus ataduras, no quería quemarlas, y él aprovechó para cogerme. -Has sido mala. -¿Y qué vas a hacer? ¿Me vas a castigar? -Por supuesto. –Aquella sonrisa me derretía. -¿Cómo? -La próxima vez seré yo quien te ate. –Susurró en mi cuello, deslizó su boca hacia arriba y mordió mi oreja. Se me escapó un suspiro que le hizo sonreír contra mi piel. Yo estaba de medio lado, su mano comenzó a acariciarme el cuello, fue bajando hasta llegar al comienzo de mi espalda, me tensé al notar su tacto. -¿Te molesta? –Negué con la cabeza. Me tumbé boca abajo mostrándome lo más vulnerable que podía hacia él, para que viera que confiaba plenamente en él. Su mano comenzó a trazar finas y suaves líneas por mis surcos. Mi respiración se entrecortó. – Tranquila, soy yo. –Su voz era reconfortante, cogí la mano que tenía libre y la apreté con fuerza. –Puedo parar si quieres. -No. –Mi voz, pese a las circunstancias se oyó fuerte. Era una sensación indescriptible, abandonarme a su merced, sentir ese placer tan reconfortante, ese cosquilleo en el 279


vientre. Comenzó a helarme la espalda, el frescor me recorrió, últimamente a penas me dolía la espalda. Los pasos sonaban al compás que las gotas de agua, aquella gotera nunca paraba, el olor a carne quemada se instaló en mis fosas nasales. Un rayo me deslumbró, cortó el aire, dos ojos dorados saturados de energía chispeaban con una risa estridente, Electro me empujó y caí en la más escalofriante oscuridad, pero aquello ya formaba parte de mí, las sombras recorrían mi ser como una parte más. Mi caída se frenó en seco, mi espalda chocó contra el suelo de madera arrebatando todo el aire de mis pulmones. Intenté incorporarme, pero la habitación estaba ardiendo, calor, mucho calor, el fuego era imparable en su sed por devorarlo todo, el humo no me permitía ver. Algo me impedía levantarme, oía gritos de fondo, un bebé, mi sangre se congeló, había un bebé y debía salvarlo, pero no conseguía levantarme, la agonía me impedía pensar, comencé a híper ventilar, más gritos, un nombre salió de mi pecho como un aullido desesperado. -¡Emily! *

*

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Estaba en mi estudio, la habitación donde guardaba mis armas y mis informes de trabajo. Por primera vez en mi vida no entré ahí por nada relacionado con mi trabajo. Me senté frente al ordenador, había introducido la tarjeta de memoria de la cámara fotográfica, aquello era nuevo para mí, la pantalla se volvió oscura y después apareció Shira. Shira riendo como una niña, con esos penetrantes ojos, me sorprendí cuando pasé la foto y apareció un chico feliz, sabía que era yo, pero tenía una expresión tan alegre, era una de las fotos que ella me había hecho. Seguí pasándolas, me detuve en la que aparecíamos ambos, ella me mordía la oreja, en la siguiente nos mirábamos con expresiones sinceras, eran pura belleza, quería imprimirlas y enmarcarlas para verlas todos los días, después de mirar a Shira cada mañana durmiendo a mi lado. Algo no iba bien, mi cuerpo se tensó, un intenso olor a humo me alertó del peligro. Oí unos fuertes jadeos que se convirtieron en gritos. -¡Shira!-Me lancé a mi dormitorio, donde ella debía estar durmiendo, la vi gritar en la cama, seguía con los ojos cerrados, toda la habitación estaba ardiendo. Intenté congelar las llamas, pero eran demasiado intensas, el humo formaba una extensa capa que me impidió ver a Shira. Sin pensarlo me lancé sobre la cama, mi cuerpo se recubrió de una

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capa de escarcha que se deshacía rápidamente. Cogí a Shira de los hombros y la zarandeé para despertarla. -¡Emily!-Su grito desgarrador me hizo menear sus hombros con más urgencia. -¡Shira!-Sus ojos se abrieron de golpe, parpadeó varias veces saliendo de aquel trance, los cerró y volvió a abrir enfocando la situación. Noté como el fuego mermaba y lo congelé. -¿Qué…que pasa? –Parecía completamente aturdida, la abracé como un acto reflejo, el mismo instinto me lo pedía. -Esta bien, ya pasó. –Parecía una niña pequeña que acababa de sufrir un verdadero trauma. -Yo… ha sido una pesadilla. –Seguí abrazándola y acunándola contra mí sentí su cuerpo relajarse contra el mío, ella hundió su cabeza en mi pecho mientras su respiración se ralentizaba. Besé su coronilla, me sorprendí actuando de una manera tan dulce y tierna, mi instinto protector salió a la luz, ella sacaba cosas de mí que ni yo mismo sabía que tenía.

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*

*

Nos quedamos en esa postura durante un largo rato, más tarde nos tumbamos en la cama, él me acariciaba el pelo mientras hablábamos de banalidades, me encantaba hablar de “locuras graciosas”, era la definición que le había puesto a las cosas sin sentido que nos hacen sonreír. Estaba riéndome de la mueca de Christian cuando un cómodo silencio nos resguardó, hasta que él decidió romperlo: -¿Quién es Emily? -¿Emily? No lo se, ¿Por qué me preguntas eso?

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-Gritabas eso en tu pesadilla. -Oh, no lo sé, a veces los sueños no tienen sentido. –Aunque una parte de mí temblaba por la intensidad de aquel sueño y el significado de aquel nombre con respecto a mi vida, algo me decía que tenía mucho que ver conmigo. -¿Soñaste con Electro? –Asentí a su pregunta, aparentemente no le importó, siguió acariciando mi pelo, pero noté cómo sus músculos se tensaban. Me metí en el baño para darme una ducha cuando una placentera idea cruzó mi mente. -¡Chris! -¿Si?-Su voz sonó amortiguada por la distancia. Me desvestí completamente y llené la bañera hasta casi rebosar. -Necesito tu ayuda. –Me metí en la bañera con la espalda apoyada en el lado contrario al del grifo, un poco de agua se desbordó e inundó las baldosas del baño. Christian apareció por el marco de la puerta, sus ojos se abrieron con lascivia en cuanto me vio. -¿Para qué necesitas mi ayuda?-Iba a contestarle con la típica broma de necesitar ayuda para enjabonar mi espalda, pero aún no estaba lista para hacer bromas sobre ello. -El agua esta demasiado caliente y necesito que la enfríes un poco. –Le pedí con la voz más aterciopelada y seductora que tenía. Fui consciente de sus ojos oscureciéndose. -Simplemente debes poner agua fría. -No cabe más. -Pues saca el tapón. -Me da miedo que entre un cocodrilo por la tubería. -A eso no sé qué añadir, tienes razón, es un peligro que no debes correr. –Sonrió mientras se quitaba todas sus prendas y se quedaba totalmente desnudo. -¿Alguien ha pedido un cubito de hielo?

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-Servidora. –Christian se acercó a la bañera con una sonrisa de oreja a oreja. Se iba a meter pero dudó un instante. -Justo aquí. –Le indiqué entre mis piernas. Introdujo un pie en la bañera pero yo le corte. –Ah ah, de espaldas. -Así no voy a poder verte. -Esa es la idea. –Le guiñé un ojo pícaramente. Christian aceptó y se metió en la bañera con su espalda rozando mi pecho. Un poco más de agua volvió a desbordarse. Estiré mi brazo y cogí el champú, lo abrí y me puse un poco en la palma de la mano, con ambas comencé a masajear la cabeza de Christian. -¿Qué…? -¿Es que nunca te has lavado el pelo?-Reí ante su repentina tensión. -Yo… esto es tan placentero. Nunca antes nadie me había bañado… que yo recuerde. – Mi corazón dio un vuelco de dolor, no me imaginaba a Edward lavándole el pelo a un pequeño Christian. Suponía que sus padres sí, pero su muerte fue muy prematura para que él tuviera recuerdos felices de su infancia, aunque suponía que su conciencia los había olvidado para hacer su nueva y fría existencia más fácil. -Siempre hay una primera vez para todo. –Le susurré en la oreja. Christian se relajó, y por una vez se mostró de esa forma infantil tan vulnerable que guardaba bajo capas y capas de frío hielo. Cogí la alcachofa de la ducha y le aclaré el pelo, luego cogí el gel y comencé a esparcirlo por su piel con suaves caricias. Empecé por sus hombros, masajeándolos levemente, bajé por su espalda, él estaba completamente quieto, me hubiera gustado ver su rostro, no sabía si aquello le agradaba o simplemente intentaba no salir corriendo. Mis manos se deslizaron hacia delante, hacia su vientre, fueron bajando y acariciando sus partes más sensibles, Christian soltó un suspiro de placer que me aportó confianza para seguir. Volví a subir hacia su pecho, pero para mi sorpresa, Christian cogió mis manos y las presionó contra su corazón, me apreté más contra él, sin dejar ningún tipo de espacio entre nosotros, a través de mi mano pude sentir su corazón latiendo con fuerza. Christian se giró en la bañera derramando más agua, quedó frente a mí, sus ojos chispeaban con el más puro sentimiento de cariño y adoración. Me quedé sin habla. Seguía con mi mano derecha en su corazón, así que con la izquierda, cogí su mano derecha y la puse sobre el mío.

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-Esto es lo que me provocas. –Le susurré, consciente de la agilidad de mis latidos. -¿Solo eso?-Preguntó mientras se acercaba a mi boca con una sonrisa que hacía crecer el calor por todo mi cuerpo. Besó mis labios con ternura, despacio, pero luego el beso se volvió más urgente, duro y salvaje. Un gemido se escapó de mis labios sin poder ni querer controlarlo. –Vaya, parece que esto también te provoca. –Rió señalando mi corazón, sus latidos parecían los de un colibrí en ese momento. Acompañé su risa con un leve jadeo, con sus labios a escasos centímetros de los míos paró a coger aire. –Mi turno. –Sentenció. Yo asentí con mis entrañas palpitando por la excitación. Cogió el champú, se puso en la mano, poco a poco, sin dejar de mirarme con aquella intensidad que me desmontaba. Comenzó a masajear mi cuero cabelludo de una forma tan sensual que no me di cuenta hasta que él quitó mi labio inferior de su agarre, que lo apretaba con fuerza entre mis dientes. Agarré su cintura con mis piernas. –No seas mala. -Y si no ¿qué me vas a hacer? -Sigue así y lo comprobarás. –Me mordí un dedo juguetona y la mirada que me dedicó me hizo retorcer de excitación. Comenzó a masajear mi cuerpo con el gel, sus manos veteranas con sus dedos largos y finos de artista, experimentado como solo los años saben aportar, acarició mis pechos volviéndolos duros, suspiré echando mi cabeza hacia atrás. –Mírame. –Su tono era serio, me gustaba aquel juego, esta vez yo sería la presa. Le miré sin hacerme de rogar, sus ojos me quemaron, eran tan intensos con aquel azul sombreado por el deseo. Sus manos se deslizaron hacia mi vientre y siguieron más abajo, mis ojos se abrieron receptores de cada segundo de aquel placer tan intenso. Sus dedos me acariciaron de una manera tan sutil que mis caderas se inclinaron contra él pidiendo más. Él sonrió con lascivia, estaba totalmente perdida, solo quería más. Mi petición fue recogida, sus caricias se intensificaron, inclinó sus labios y besó mis pechos, con un leve mordisco en mi pezón mi boca se abrió, un abanico de sensaciones me recorría sin poderlo creer. Bajó sus labios hasta donde hacía menos de un segundo sus manos me estaban haciendo ver el cielo. Gemí sin poder controlarme cuando su lengua entró en juego, agarré con mis manos los bordes de la bañera y me arqueé hacia atrás, pero su boca salió a la superficie, se acercó a mi oreja mientras sus dedos cogían el relevo. – Creo que te debo un castigo. -Aja. –Gemí totalmente perdida. Él sonrió sabiendo que tenía todo el poder en ese momento.

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-Voy a ser muy duro contigo. -Si, por favor. -Te vas a quedar sin esto. –Le miré con pánico cuando las caricias cesaron y me mostró sus manos. -No, por favor. -Oh, si.- Este era su juego. Se incorporó y salió de la bañera, mis ojos se abrieron como platos al ver que iba en serio. Pero para mi sorpresa cogió los dos albornoces blancos que había colgados detrás de la puerta y les quitó el cinturón, los estiró en frente de mí, su rostro volvió a endurecerse, aportando más morbo a la situación, se fue del baño dejándome completamente caliente. –Ven. –Le seguí sin pensarlo, estaba en su cuarto, frente a su cama, mirándome con los brazos cruzados, se había puesto unos pantalones negros de los que usaba en el dojo, todo mi vello se erizó ante la situación.-Túmbate.-Me tumbé y él se aproximó a mí, se colocó encima de mí, cogió mi muñeca derecha y con el cinturón la ató a la cabecera de la cama con un fuerte nudo, hizo lo mismo con la izquierda, sus comisuras se elevaron en una letal sonrisa. -¿Qué quieres que te haga? – Me susurró afiladamente en la oreja. -Hazme tuya. –Jadeé. Pareció complacido ante mi respuesta. Saltó de la cama, cerró los ojos, cuando los abrió me sorprendí al ver la criatura que se alzaba frente a mí. Christian había dejado salir toda su esencia, era completamente de hielo, no solo la escarcha le recubría, sino que parecía una joya con todos esos miles de cristales reluciendo y aportando diferentes brillos reflejando la luz. El Adonis griego de hielo se acercó poco a poco a la cama. -Poco a poco, quiero oírte gritar mi nombre. –Su voz era distinta, como cientos de cristales tintineando por el viento. Puso su dedo índice sobre mi pierna y una helada sensación me hizo moverla instintivamente. –Y lo gritarás. –Su proximidad me hacía palpitar, se incorporó sobre la cama, con su dedo trazó una línea curva en mi abdomen, me produjo una sensación de dulce quemazón que abrasó mi piel, me retorcí bajo su atenta y penetrante mirada, sus ojos oscurecidos parecían lo único real en su imagen de fantasía. Se subió a la cama apoyando una rodilla a cada lado de mi cadera y quedando mi cabeza entre sus manos abiertas sobre la almohada. Sus labios rozaron los míos, pero bajó a mis pechos, grité ante la sensación de su congelada lengua lamiendo mis pezones, su hielo se derretía y las gotas de agua bajaban por mi cálido vientre. Sus manos bajaron,

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me cogió por la cadera y de un empujón la acercó a él. Los helados dedos recorrieron mi vientre, tenía la sensación que iba a reventar si no entraba pronto dentro de mí, la espera me mataba. Por fin bajaron y comenzaron a acariciar mi zona femenina con dureza. Gemí alto y claro, levanté mi cadera contra sus dedos implorando contacto. -Por favor. –Jadeé. Su congelada lengua me hizo gritar de nuevo, sus dedos se internaron en mí, mientras su lengua lamía mi parte superior haciéndome alcanzar casi el clímax, sus caricias cesaron enloqueciéndome. -Ah ah. –Negó con la cabeza, sus ojos chispeaban viéndome cómo me perdía de aquella manera. -Christian, por favor. -¿Qué quieres? Dímelo. –Su tono serio susurrado era afilado como el hielo más profundo. Sus manos volvieron a acariciarme. -Hazme tuya, ya. –Susurré entre gemidos. –Por favor, entra dentro de mí. -Voy a entrar fuerte. -Si, ¡hazlo!-Supliqué. Se incorporó sobre mí y tal como había dicho embistió hasta el fondo. La sensación de todo él congelado dentro de mí por completo me hizo llegar al clímax instantáneamente. -¡Christian!-Mi cuerpo explotó en llamas, él seguía mientras nuestros cuerpos chocaban, sus suspiros se intensificaron, el roce de nuestros contrarios hicieron reacción, parecían fuegos artificiales saltar ante el contacto del fuego contra el hielo, cientos de explosiones se adueñaron de mí, el calor me hizo entran en el juego de nuevo, mis gemidos volvieron a llegar a la cúspide junto a los suyos, los cinturones se quemaron, así que aprovechó para darme la vuelta, me besó la nuca, oía sus jadeos en mi oreja, no se acordó de mi espalda, pero para mi desgracia yo si, me volví a girar instantáneamente, él no opuso resistencia, yo me coloqué encima, acaricié todo su congelado cuerpo, con mis manos y mi lengua, que ardían en llamas. -Shira. –Susurró en mi oreja, me cogió del pelo impulsando mi cabeza hacia atrás y lamió mi cuello, volvió a girar cayéndonos de la cama, apenas notaba nada fuera de nosotros, quedó encima de mí, me levantó por la cadera y me sentó sobre la cómoda, clavé mis uñas en su espalda. Sus embestidas me impulsaban hasta el infinito, los fuegos

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artificiales se intensificaron, las chispas prendieron toda la habitación. –Di mi nombre. – Gimió en mi oreja. Los dedos de mis pies se encogieron avecinando el preludio. -¡Christian! –Grité mientras explotaba por dentro y mi calor le llegaba a él, su hielo se deshizo mientras su última embestida le llevaba conmigo al olimpo. Nos quedamos recuperando nuestras respiraciones varios minutos, me llevó a la cama y se tumbó a mi lado. Enterré mi cara en su costado hundiéndome en la lavanda que emanaba de su cuerpo, notaba su pecho subir y bajar, me rodeó con su brazo y nos quedamos así, yo no quería que aquel momento acabara nunca, y al parecer él tampoco, ya que no hizo ningún amago de moverse. *

*

*

-Ha sido INCREÍBLE. –Conseguí pronunciar, miré a mi derecha donde ella descansaba y comprobé por la paz de su rostro que ya estaba dormida. Lo que acababa de pasar no hubiera sabido cómo describirlo, habían sido el fuego y el hielo, eso, simplemente, y completamente. La observé mientras dormía, parecía tan feliz, frunció levemente el ceño y la angustia de que las pesadillas volvieran a ella me embriagó, volvió a su mueca de paz y me relajé. Aunque por dentro sabía que la tormenta se aproximaba. Aquella pesadilla en la que había gritado Emily, no había sido solo por Electro, sabía que los recuerdos de su eterna tortura se estaban descongelando, poco a poco las gotas caían sobre ella avisándola y haciéndola temer el recuerdo de su constante sufrimiento, los fantasmas del pasado se avecinaban y lo único que yo podía hacer era disfrutar con ella todo momento antes de que el tornado se la llevara a su cárcel interna y estar para ella cuando aquello tan temido ocurriera. Yo no era quién para revelarle aquello que su mente había olvidado, cuando estuviera preparada esos recuerdos se desbloquearían. Los días pasaban y el tiempo no explotaba nuestra burbuja de felicidad, seguíamos entrenando cada día, y desde aquel sexo tan placentero no habíamos podido quitarnos las manos de encima, mi cama se había convertido en nuestra cama. Ambos éramos seres poco apegados, por ello asimilábamos bien el tiempo que cada uno necesitaba para sí mismo, nos veíamos más tarde como si no hubiera pasado ningún segundo sin vernos. Shira parecía haber superado la idea de necesitar chutes de energía, cada día la veía radiante, aunque sabía que pronto las sombras saldrían a la luz con sus propios demonios, solo que no sabía cuando, debía estar preparado para ayudarla, por supuesto era algo que ella sola debía arreglar, sabía respetar su espacio, pero yo estaría ahí para apoyarla.

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-¿A dónde crees que vas? –Me preguntó, ella estaba tumbada en el sillón, iba vestida solamente con mi camiseta, encendió la televisión, aparentemente sin prestarme atención. -A vestirme. -De eso nada. –Me miró con una ceja erguida y su traviesa sonrisa emanó de sus labios haciendo aletear mi corazón con rapidez. Yo iba simplemente con mis pantalones, aunque no me importaba en absoluto ir desnudo. Me iba a sentar a su lado cuando su boca se abrió de golpe mientras miraba la televisión, me fijé en lo que la tenía tan impresionada y debo admitir que mi boca también quedó paralizada. Señaló con la mano la televisión, una chica rubia que me era muy familiar estaba anunciando un desodorante que no dejaba manchas blancas. -¿Mimi? –Susurró. Ambos nos miramos y reímos. –Lo cierto es que me alegro. –Yo también me alegraba, ambos sabíamos que cuando Mimi se proponía algo no paraba hasta lograrlo. Después de reír un rato más ella me miró con una amplia sonrisa, sabía que tramaba algo. –¿Recuerdas cuando la besaste? -Eres tú la que perdió la memoria. -¿Qué tal fue? –Rió. Rodé los ojos divertido. -Bueno gracias a eso tú despertaste. -Aún no entiendo por qué. -Es obvio. –Ella me miró interrogativa. –Tuviste un ataque de celos. –La señalé. -Eso no es cierto, yo no soy celosa, por mí como si te vas a enrollar con otras, nunca te harían disfrutar como yo. –Su sensual voz erizó el vello de mi piel. En eso ambos estábamos de acuerdo. -Eso no te lo discuto.-En un segundo su mueca divertida cambió, en su mente las ideas se entrelazaban uniendo cosas que a mí no me parecían tener ninguna similitud, pillándome siempre desprevenido con sus comentarios. -Chris, tú… ¿alguna vez…? Es que en casa de Edward te vi tan unido a Diana que creí…

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-Oh. –Reí por sus repentinos colores. Ella elevó una ceja. –No, es solo que ya sabes, es el elemento de la naturaleza, tiene muchas características parecidas a mi madre, ¿recuerdas? Era una ninfa del bosque. Además creo que a Diana le van más… de otro tipo. –Algo en sus ojos me hizo callar, su expresión se quedó completamente congelada, inexpresiva, mientras, por sus ojos veía pasar la tormenta que tanto temía, los demonios salían de sus recónditos escondites poseyendo a la mujer de mi vida.

Capítulo 51

Las palabras de Christian me hicieron pensar, “¿por qué él recordaba a su familia y yo no?” Esa pregunta me la había querido formular hace bastante tiempo, pero algo me lo impedía, esta vez la pregunta se materializó en mi mente de una forma natural, como esos recuerdos que aparecen como nuevos pero sabes que siempre estuvieron ahí. Intenté recordar, mi padre en su taller de carpintería curándome una peladura en la rodilla, me revolvía el pelo cariñosamente. Mi madre arropándome por las noches, todos juntos paseando, mi hermanita, yo iba corriendo hasta mi madre pidiéndole que me dejara cogerla, era un bebé precioso, Emily… LLAMAS, humo, calor, dolor, tristeza, culpa, agonía… Los gritos de mis padres, el llanto de Emily, mi cuerpo desplomándose en el suelo de madera, mi maldita conciencia apagándose mientras la casa se me venía en cima y el mundo con ella. El doloroso despertar, buscándoles entre los escombros con desesperación, lo único que hallé, el collar del corazón dorado de mi madre, no me dio tiempo de encontrarles, la gente mirándome con recelo, odio, sus dedos acusadores, tuve que correr, ni siquiera pude velarles… Gemí de dolor, un dolor agudo e intenso que habitaba en lo más profundo de mi ser. Caí al suelo de la intensidad, oí de fondo a Christian, pero su voz sonaba lejana, como si nos separara el tiempo. -Yo los maté. –Susurré para mí misma. -No, fue un accidente. –Christian me cogió de la cara y me obligó mirarle. -¿Tú lo sabias?-Él asintió sin apartar la mirada. 289


-¿Y cómo puedes estar con un monstruo como yo?-Monstruo, así era como mi prometido me había llamado. -¡No eres ningún monstruo! Eres un ser magnífico, el fuego no se puede controlar, fue un accidente, tú no tienes la culpa. –Yo negaba con la cabeza. Los minutos pasaban, yo me recluía poco a poco en mi martirizante prisión eterna. Christian seguía a mi lado, en silencio, reconfortándome con su presencia. Alargué la mano y toqué el collar de mi madre, lo miré atentamente descubriendo una ranura y lo abrí. Si hubiera tenido lágrimas éstas hubieras huido de mis ojos. Dos fotografías en blanco y negro aparecieron a cada lado del corazón, acaricié las fotografías con las yemas de mis dedos, mi padre sonreía despreocupado, mientras mi madre miraba a la cámara con intensidad, pero con una sonrisa asomando disimuladamente en sus labios. –Te pareces mucho a tu padre, aunque el pelo lo has sacado de tu madre. –Aquellas palabras me encogieron el corazón. Asentí sin apartar la mirada de las fotos, cerré el corazón con un “clic” y me levanté. Este era el oscuro secreto, la carga por la cual dejé a Christian a tras, entonces ¿qué pedí en mi cumpleaños como para poner en peligro mi existencia? Miré mis pies descalzos mientras andaba por el comedor dando vueltas. Cerré los ojos -sentí la cálida arena del desierto deslizarse ente mis dedos, seguí andando y llegué a mi oasis, las palmeras me rodeaban, me senté e inspiré profundamente, recuerdo las proyecciones de mi vida pasar por delante de mis ojos con la canción This is the End, de The Doors. La energía se agolpaba, la paz me embriagaba, llegaba el momento. Tan solo dos palabras. –Abrí mis ojos conectando la última pieza de aquel desquiciante rompecabezas, la neblina definitivamente desapareció por completo. -Ser feliz. –Aquello fue lo que pedí, lo que todo el mundo ansía, pero pocos saben cómo conseguirlo. Christian me miró confundido. –Ese fue mi deseo. –La antigua Shira jadeó recordándolo todo, creía que siendo el fuego jamás podría ser feliz después de lo que había hecho, así que al pedir eso sabía que podría dejar de existir, pretendía ser una humana, pero yo siempre había sido un elemento, tenía alma de elemento, preparada para cargar la eternidad sobre mis hombros, por ello, al pedir ese deseo, ser feliz, conllevaba dejar de ser un elemento, pero era imposible que me convirtiera en humana, ya que ni la magia puede desafiar las leyes del cosmos. La magia me había querido enseñar a ser feliz, a mostrarme que podía siendo el fuego. Me convertí en un autómata, si quería ser humana debería vivir reteniendo mi esencia, mi alma… Entonces apareció Christian, besó a Mimi y mi esencia se despertó ¿por qué?, me negaba a creer que era por algo tan banal como los “celos”. Christian me había hecho feliz antes de mi cumpleaños, incluso con mi torturada mente, aquello era una pista, una forma de hacerme ver que podría ser feliz sin cambiar mi condición. Por ello cuando besó a Mimi,

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mi conciencia despertó, avisándome qué él era un recuerdo de lo que podía conseguir, un recuerdo de que yo solita podía conseguir ser feliz, así que en el momento que besó a Mimi mi subconsciente me hizo despertar, como si aquel recuerdo pudiese desaparecer, como si la pista en la que Christian se había convertido pudiera desvanecerse por besarse con Mimi, él cambiaba y el mundo seguía, el tiempo pasaba y yo debía despertar antes de que fuera demasiado tarde y todo fuera drásticamente distinto. Desperté, pero sin recordar las partes más intensas de mi vida, las piezas clave; Christian enseñándome que podía ser feliz, mi familia rememorando mis peores demonios y mi deseo, la última pieza que me haría ver la realidad. Sin poder recordar ninguna de esas piezas viví feliz siendo un elemento, el fuego, me había hecho ver que podía conseguirlo, me enamoré de Christian de nuevo, había crecido como persona, era más segura e independiente, podía cuidarme sola y mi felicidad dependía de mí. Lo que la magia me había querido enseñar era que para conseguir ser feliz no debía olvidar mis demonios, ni huir de ellos, sino aprender a convivir con éstos y superarlos. Iba a costarme, sería duro –miré a Christian, sus ojos azules brillaban con emoción- pero lo conseguiría. Estaba sentada en la hierba, inspiré el aire fresco y puro y me dejé llevar por mis pensamientos, mi mente se expandió, quedándome en un estado de total meditación. Sentí como si la tierra desapareciera bajo mis pies, dejé al fuego el control absoluto, “soy el fuego, yo soy el fuego, puedo arder y quemar cuanto quiera, si me descontrolo se volver a controlarme, yo decido” fui repitiendo ese mantra dejando que mi esencia explorara la energía invasora, sentía como todo mi ser se compenetraba con el fuego, mi esencia y la nueva energía, dejé a tras cualquier tipo de control, simplemente me dejé llevar. Nunca antes había sentido tanto al fuego, debíamos ser uno solo, era uno, yo, Shira, el fuego. -Shira. –Abrí los ojos volviendo a la realidad, Christian venía hacia mí por mi espalda, giré mi rostro extrañada. -¿Qué pasa? -Estabas parpadeando. -¿Perdón? -Por un momento tu forma física ha desaparecido, se ha desdibujado tu contorno, eras fuego, solo llamas sin forma. –La sorpresa me recorrió el cuerpo, pero a la vez estaba serena, tranquila.

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-Vaya. -¿Cómo lo has hecho? -Simplemente estaba meditando, para poder controlarme y así no dañar a gente sin querer. –Sus ojos me miraron con cariño. -Pues al parecer te ha salido extremadamente bien. –Le sonreí al comprobar cómo estaba superando mis demonios. “¿Y los de Christian?” -Chris, ¿podrías tocar un rato la guitarra? –Su rostro se tensó, pero pareció meditarlo y asintió lentamente. Fuimos a su cuarto, cogió la guitarra, iba afinándola mientras sus dedos recordaban su tacto. -¿Alguna petición?-Ya que el día iba de superar nuestros demonios se me ocurrió la canción ideal. -¿Conoces Demons, de Imagine Dragons? –Christian sonrió coincidiendo. -Si.-La melodía surgió de las cuerdas, el rostro de Christian era pura paz, me recosté en la cama observándolo. When the days are cold And the cards all fold… No podía apartar la mirada de él, aún así estiré el brazo y cogí la cámara del cajón de la mesilla de noche. Inmortalicé el momento, Christian notó el flas y me miró con una sonrisa, sus ojos chispeaban al igual que los míos. Llegó el estribillo y mi corazón paró sin querer hacer ruido alguno para poder captar cada detalle de aquel precioso momento. When you feel my heat Look into my eyes It´s where my demons hide

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It´s where my demons hide Cuando la canción acabó Christian se acercó a mí. -Ven, quiero enseñarte. –Me incliné hacia él y me coloqué entre él y la guitarra, sentirlo contra mi espalda me incomodaba, pero a la vez me hacía sentir feliz de que poco a poco lo iba superando. Él ponía los acordes y yo rasgaba las cuerdas, me mostró el ritmo y poco a poco una hermosa melodía bañó mis oídos. Era fría, pero no un frío distante, sino como la placentera brisa fría en una abrasadora noche de verano. El cristal Todo frío y azul Una belleza frágil La luz brilla con miedo de romperse. El vacío es lo único que me llena. Abro los ojos Las cadenas chirrían Mis huesos crujen El azufre me embriaga Las llamas queman sedientas riendo, mostrando sus dientes Los diamantes se rompen ¿tú quién eres? Su sonrisa llega a sus ojos. Quiero gritar,

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Estoy envuelto en cristal, Un suspiro, Mis demonios me poseen Lo rompo Las cadenas me dejan a mi voluntad. Lo sofisticado muere Las falsas apariencias pierden sus máscaras Horribles rostros mientras el cielo cae. Las sombras se expanden La luz entra sin miedo Mis demonios sonríen junto a ella Me uno Grito, salto y vivo El sudor, mi respiración Lloro y no paro, Empujo, bailo, rujo… La lluvia me seca ¿Tú quién eres? Ríe,

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Y ya no me importa, Su feliz locura.

-Es increíble, ¿de quién es? -Es mía, te había comenzado a componer una canción justo antes de que todo diera un giro de cinto ochenta grados en tu cumpleaños. Pero solo tengo la melodía y unas ideas que me han ido viniendo a la mente. Sin Barreras, es el título que se me ocurrió. –Es preciosa, eres increíble Chris. –Me giré impresionada y él me besó, fue un beso tierno, un beso que dejaba implícita la palabra amor. Aquella noche nos fuimos a bañar al río, a la vuelta me fui a duchar, cuando salí Christian me esperaba en el dormitorio. -Ya son las doce de la noche. -¿No crees que ya somos mayorcitos para tener toque de queda?-Le sonreí. -¿Has olvidado qué días es? -Si te soy sincera no sé ni en qué mes estoy y si apuramos también dudo del año. -Hoy es tu cumpleaños. -¿De veras? –Él asintió con la cabeza sumamente divertido por la expresión de mi rostro. -¿Y el tuyo cuándo es? -Dentro de seis meses. -Oh. –Sacó sus manos de detrás de su espalda, sujetaba un sobre gris delante de mí. -¿Es para mí?

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-Yo… nunca he celebrado uno, así que no sé muy bien qué se hace… si no te gusta puedo devolverlo… -Cogí el sobre conmocionada aún con el albornoz puesto. Me senté en el borde de la cama y Christian me acompañó, abrí el sobre y ahogué un grito cuando vi dos entradas para el concierto de sum-41, que se celebraba el día siguiente en Belfast. -Es… es ¡increíble! Oh, muchas gracias Christian. –Me abalancé sobre él y comencé a besarle. Christian comenzó a reír complacido por mi respuesta. –Lo único es que no sé a quién voy a llevar de acompañante. -Balanceé las dos entradas pensativa. Christian profirió un bufido y saltó sobre mí. -A mí se me ocurre alguien. –Susurró en mi cuello, pude notar sus labios formar una sonrisa en mi cuello a la vez que los míos. -¿Cómo lo haces? –Le pregunté unas horas después mientras observábamos las estrellas tumbados en la hierba del prado. -¿El qué? -Ser siempre tan imperfectamente perfecto.-Christian me miró y sonrió. -Nací así. –Se encogió de hombros sin darle importancia, lo que me hizo reír. -Que modesto. -Si, la modestia es una de las muchas virtudes que me hacen perfecto. –Reí mientras él se giraba y me encaraba con una fingida mueca de ofensa-¿De qué te ríes? -De que eres un fantasma. -Ah ¿si? ¿Es por mi tez atractivamente pálida? –Asentí sin dejar de reír. -¿Un fantasma podría hacer esto? –Con un dedo señaló un árbol y éste se congeló, le dio un aspecto terriblemente bello. –O esto. –Señaló hacia al cielo y varios copos de nieve comenzaron a caer sobre nosotros en un pequeño radio. –O hacer que te cueles por mis huesos. –Me susurró. No podía parar de reír. -Creo que se te han congelado las neuronas Frozen.

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-Eso creo, porque me había parecido escuchar que la antorcha olímpica me había llamado fantasma. –Volví a reír, esta vez él se me unió. -Te quiero. - Mi pecho subía y bajaba mientras intentaba recuperar el aliento. Me quedé completamente pálida ante lo que acababa de salir por mi boca. “¿Le había dicho a Christian que lo quería?” Sentí su tensión al asimilar mis palabras. -¿Qué has dicho? –El pánico recorrió todo mi cuerpo, le miré a los ojos, esos micro universos que me habían hecho sentir tanto… “Es Chris… por supuesto que le quiero”, habíamos pasado tanto. Entonces rememoré las palabras que Aqua me había respondido cuando le pregunté cómo supo que estaba enamorada, venían a decir que, “Una vez que esa persona entra en tu vida no vuelve a salir”. -Ya lo has oído. –Sonreí. Christian se acercó más a mí con sus ojos brillando emocionados. Negó con la cabeza también sonriendo. -Repítelo. –Susurró. -Que te quiero. –Me incorporé, puse mis manos como si fueran un altavoz en mi boca y le grité al mundo entero. -¡Quiero a Christian Wyland! -¿Has oído mundo? ¡La antorcha olímpica me quiere!-Ambos reíamos felices, me miró de nuevo. –Y yo la amo a ella. –Nuestros labios se rozaron y los fuegos artificiales explotaron ante la intensidad. Me sentía plena, completamente feliz, mis demonios estaban conmigo haciéndome fuerte, solo me quedaba librarme de un psicópata adicto de energía y nadaría en la completa felicidad. Aunque siempre esperamos a que ocurra algo para ser completamente felices, pero la felicidad la encontramos en el camino, y yo pensaba tomar el camino largo y disfrutar cada momento.

Capítulo 52

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El jet privado, a pesar de su gran, gran, comodidad, me parecía un gasto excesivo, tanto de materiales como de combustible que iba derechito a nuestra preciada atmósfera. Y así se lo hice saber a Christian. Él sonrió por mi arranque ecológico. -Me encanta que seas tan inconformista, pero infórmate antes de reprender a la gente. – Su sonrisa traviesa me hizo saber que estaba disfrutando de esto. -Ah, ¿si?-Crucé mis brazos sobre mi pecho. –Ilumíname. -La energía que tenemos en los almacenadotes no solo se puede aplicar a los humanos, no es simplemente una droga destructiva, sino un combustible renovable. –Mi boca se abrió en una “o”. -Eso es genial, ¿sabes lo que le podemos aportar a la sociedad? -Si, sería un avance enorme, si no fuera porque la gente está tan enganchada a ella que haría imposible el comercio legal. –Su mirada adquirió un tono triste. –Edward y yo representamos la decadencia de la sociedad, él se alimenta de su maldad, y yo de su frialdad, la gente hoy en día es muy materialista, y nos les importa pisar a quién haga falta para satisfacer sus banales caprichos. Muy a mi pesar es lo que hago, alimentarme de ello, si no fuera por esta decadencia yo no existiría. –Apoyé mi mano en su pierna. -Por ello estoy aquí, para hacer que dejen sus fríos pensamientos y convencerles de que se dejen poseer por sus pasiones y montar orgías. –Conseguí sacarle una sonrisa. -Si, tampoco hacemos tan mal equipo, tú impides que estén todo el día calculando sus posibles pasos y yo que se conviertan en animales guiados por la lujuria. -Si, nosotros conseguimos el término medio. –La misma azafata que nos acompañó a Japón vino a comunicarnos que habíamos llegado a nuestro destino, Belfast. Llegamos a pequeña carpa con un número moderado de gente, era un alivio saber que si estallaba en llamas no habría tanto transeúnte calcinado. Me había vestido con una camiseta de tirantes blanca, una chupa de medio brazo, mis pitillos negros y unos botines sin tacón de cordones. Christian tenía un aspecto delicioso con su jersey azul zafiro, unos tejanos oscuros y sus zapatillas informales. Notó que le estaba mirando y me guiñó un ojo, sonreí negando con la cabeza su falta de vergüenza, estiré mi cuello todo lo que pude vislumbrando el perímetro, le cogí de la mano, sabía que a diferencia de mí, a él no 298


le proporcionaba ningún placer las aglomeraciones de gente, más bien todo lo contrario, tiré de él por el borde de la carpa hasta llegar a las primera filas, poco a poco la fuerza de los fans y los agentes de seguridad nos fue empujando hacia el centro de las primeras filas, era un pequeño truco que aprendí hace tiempo. -Parece que tienes práctica en esto. -Si, digamos que he estado en varios conciertos. –Tosí falsamente pronunciando algunos de los conciertos en los que había estado. –Nirvana, los Rolling, Beatles, Jimi Hendrix, Queen… Los teloneros dejaron de tocar y toda la carpa se sumió en un silencio emocionante. De repente unas luces azules inundaron el escenario y la multitud enloqueció en gritos. Mi esencia chilló de placer, cerré los ojos inspirando todas aquellas emociones. Una melodía que me era tremendamente familiar comenzó a deslizarse por el escenario, Deryck, el cantante, apareció causando cientos de gritos y aplausos. Miré a Christian emocionada por la canción que estaban tocando, el cantante comenzó a cantarla. Christian me devolvió la mirada, vocalicé un gracias con mis labios que llegó a mis ojos, él sonrió y dejamos que la melodía nos embriagara. I tried to be perfect But nothing was worth it… En el estribillo Chris me subió a sus hombros, teniendo así una panorámica perfecta del concierto. Pieces acabó, le siguieron with me, Best of me, Hell song, Walking Disaster, Still Waiting, Reason to believe… -¡Ha sido increíble! –La adrenalina recorría cada partícula de mi cuerpo, no podía parar de dar vueltas alrededor de Christian y saltar por la calle. Él reía despreocupado sin importarle la gente que nos miraba al pasar. -La noche aún no ha acabado, ¿qué te parece si seguimos con la celebración de tu cumpleaños en un local que conozco de aquí cerca? –Asentí extasiada. Estuvimos andando un cuarto de hora, yo rememoraba cada segundo del concierto y se lo explicaba como si Christian no hubiera estado ahí, él simplemente reía y negaba con la cabeza. 299


-Antes de que se me olvide, muchas gracias por esta noche Chris, esta en mi top diez de mejores noches. -¿Cuál es la primera? -La semana pasada, cuando nos bañamos juntos. –Le sonreí con picardía. –Aunque para la próxima vez que pretendas castigarme, los cinturones de albornoz no sirven. -No te preocupes por eso, ya pensé en una solución. –Erguí una ceja con una mezcla de curiosidad y excitación. –Tengo unas esposas inífugas. -¿Por qué tienes eso? -Tuve que comprarlas, aunque nunca las utilicé.-Se encogió de hombros restándole importancia. -Vaya. –Le sonreí ampliamente, aquella conversación estaba desembocando en peligro de calor. Por suerte llegamos al bar que Christian pretendía llevarme. La rana borracha. Aquel nombre me hizo gracia. Entramos, la música era buena, había una banda en directo tocando canciones de otros grupos, estaba sonando Undescloised Dessires, de Muse. La gente bailaba y mi esencia tiró de mí para involucrarme con ellos. Sabía que Christian se sentía incómodo entre tanta gente, así que expuse mi idea: -¿Qué te parece si pides algo de beber mientras yo inspecciono el bar y estudio la fauna irlandesa? –Christian asintió agradecido de poder quedarse en la barra. Yo me dirigí hacia las primeras filas que estaban delante del escenario. Me dejé llevar por la música como hacía tiempo que no hacía, era tan placentero, giré mi rostro y vi a Christian en la barra sonriéndome con un vaso en la mano, le devolví la sonrisa, si, me sentía tremendamente feliz. Estiré mi cabeza y vi que detrás del escenario había un pasillo donde debían dar los baños y otras salas que no me incumbían. Mi mirada se paró en una pareja, la chica estaba contra la pared con el rostro compungido, podría tratarse de una riña amorosa, si no fuera por el agarre demasiado agresivo del chico que le gritaba algo en la oreja. Me fui acercando con firmeza. -¡Eres una puta! ¿Qué te crees que haces vistiendo así? ¿Quieres que te deje en una esquina para ganarte unos dólares? Aunque no creo que nadie quiera pagarte por nada.

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-Lo siento Steve.-Ella no paraba de llorar. El susodicho la agarró de la camiseta y la lanzó al baño entrando él después. Mis piernas fueron derechas al baño, entré y escuché unos sollozos. -Te vas a enterar perra. -Fui hacia el fondo del baño, uno de los servicios estaba con la puerta abierta, la chica estaba con la espalda pegada en la pared mientras el hombre la manoseaba con sus enormes manos de simio involucionado. Mis ojos se abrieron con ira homicida cuando el energúmeno levantó la palma de su mano con intenciones agresivas. Le agarré de la mano antes de que ésta golpeara la cara de la gimoteante mujer. -Eh zorra, esto no es asunto tuyo.-Con un gruñido lo lancé contra el cristal del lavabo. La chica gritó y se acercó a ayudarlo. “¿En serio?” -¡¿Qué haces loca? No te atrevas a tocar a mi novio! -Deberías tener un poco de amor propio. –Le escupí, esa chica tenía una gran falta de autoestima. Noté cómo la rabia crecía y sensaciones que no eran aptas para la vida fluían de mi ser. –Fuera. -Murmuré. -Puta, ahora verás. –El simio llamado Steve me dedicó una mirada de desprecio mientras se limpiaba la sangre de su labio. Se levantó con la chica ayudándolo y se fueron por la puerta. Mi esencia se revolvía excitada, el fuego comenzaba a despertar y eso no era bueno. Necesitaba tranquilizarme, podía controlarlo. “Yo soy el fuego, yo decido”. Expulsé aire por la boca como una embarazada que va a dar a luz. El mismo chico de antes entró por la puerta acompañado de cinco hombres más. –Esta es la puta a le que vamos a enseñarle lecciones de comportamiento. –Me señaló con el dedo. “Oh, mierda”. -Os recomendaría que os largarais de aquí. –Mi voz sonaba sombría, se notaba que estaba haciendo un gran esfuerzo por no calcinar a todos aquellos desechos andantes. -Primero vamos a jugar un rato. –Uno de los hombres se me acercó con una sonrisa de oreja a oreja, “que poco te va a durar”. Le pegué un puñetazo en la cara y con una patada lo derribé. Mis manos se crisparon en dos puños y la ira me hizo temblar. No pude soportarlo más, el fuego se abrió paso y surgió haciéndome explotar. -¡He dicho fuera!- Grité, abrí mis ojos dedicándoles una mirada furibunda. Al entrar en contacto con mis ojos todos palidecieron, en cuanto mis manos ardieron en llamas y el fuego se expandió por las paredes y techo, no dudaron en recoger a su compañero caído 301


y largarse por donde habían venido. Oí gritos en el exterior. La historia se repetía, no podía controlar el fuego, estaba demasiado furiosa, la ira dio paso al pánico, no sabía qué hacer, no quería quemar a nadie. El fuego, la casa ardiendo en llamas, gritos, mi familia… -¡Shira!-Christian apareció como una exhalación, sus ojos se abrieron como platos y no dudó en acercarse a mí. –Tranquila. –Yo negaba con la cabeza presa del pánico, puso sus manos en mis mejillas y me hizo mirarle. Sin pensarlo me zambullí en el azul de sus ojos, aquello me relajaba. –Tú puedes pequeña. Creo en ti. –Suspiré relajando mi cuerpo, “yo soy el fuego”, sentí su hielo enfriando y calmando mi esencia, tomé el control, sentí el fuego y me di cuenta que formaba parte de mí, era yo, las llamas se fueron extinguiendo hasta que no quedó ninguna. Salimos del bar con el resto de histérica gente. Nos cruzamos con los bomberos en la puerta y seguimos adelante con paso ligero. Corríamos por la acera sin rumbo, simplemente corríamos, sin saber por qué una gran felicidad me embriagó, lo había conseguido, no quemé a nadie y finalmente había podido controlarme. Reí como una niña, giré mi rostro y lo vi, Chris me sonreía tan feliz como yo, con el pelo agitado por el aire, grité como una lunática y él rió como si no hubiera mañana. Una mujer envuelta en cien capas de harapos me obstaculizaba el paso a diez metros, con una asombrosa sincronización fruto de tantas horas de entrenamiento, Christian me tendió la mano, la cogí y me impulsé hacia arriba en el momento exacto que la mujer entraba en contacto conmigo, salté y sentí una gran libertad, como si volara, esquivé a la mujer con una majestuosa voltereta. Caí al suelo de cuclillas y me di impulso de nuevo para seguir la carrera, oí los groseros insultos de aquella extraña mujer a mi espalda, no pude evitar una sonrisa que Chris me correspondió. Paramos en la entrada de un oscuro callejón, ambos intentábamos recuperar el aliento cuando el inconfundible pitido energético nos tensó de inmediato, no era tan intenso como cuando Electro andaba cerca, pero aún así era fácilmente detectable. Unas voces que surgieron del interior del callejón corroboraron nuestras sospechas. Le lancé una mirada de complicidad a Christian, él asintió en respuesta. Iba a meterme en el callejón cuando su mano agarró mi brazo, me giré sin entender, si creía que iba a quedarme mirando cómo él luchaba apartada en una esquina lo llevaba claro… -Ten.-Para mi sorpresa se levantó el pantalón y me tendió una daga que llevaba sujeta al gemelo.

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-¿Es que acaso vas siempre armado? –Él se encogió de hombros. Cogí la daga y la apreté con fuerza en mi mano, él se sacó otra de la espalda, no daba crédito. -Nunca sabes cuándo las vas a necesitar. –Le sonreí sorprendida de su carácter previsor. Nos miramos por un breve segundo y nos adentramos en aquel mugriento callejón. -¿Quién coño sois vosotros? –Había un Broowliing con otros tres energizados, uno de éstos sujetaba un almacenador de energía. El más corpulento de todos era el que nos había hecho la descarada pregunta. Sonreí aportando una placentera teatralidad al momento. -Tu peor pesadilla. –Oí una pequeña risa proveniente de Christian, rodé los ojos divertida, aunque la situación requería seriedad, me reprendí a mí misma, pero pensándolo mejor, “no me importa lo que requieran las situaciones, me encanta vivir en la entropía”. Fui la primera en moverme, me lancé sobre el corpulento y con un sencillo movimiento mi daga cortó su cuello (como en Sweeney Todd ) y su cuerpo se deshizo como polvo, “solo somos polvo de cenizas”, acabado mi momento melancólico me lancé sobre el siguiente, mi espalda chocó contra la de Christian, volteamos, él me agarró y me lanzó hacia su contrincante, éstos se defendían con navajas, pero nuestras dagas relucían más con la luz de la Luna. Clavé mi arma en su pecho y éste gimió mientras se deshacía. Cuando me di la vuelta solo quedaba el cuerpo inerte del Broowliing, Christian lo miraba reprobatorio. Me acerqué a él, pero mi mirada se centró en el almacenador de energía que estaba en el suelo, durante estas semanas había conseguido controlar mi apetito por la energía, en algunos momentos sentía la urgente necesidad de conseguir más, pero me recordaba a mí misma que aquello no me definiría, que no dependería de esa tentadora energía. Sin poderlo evitar me agaché y cogí el utensilio, humedecí mis labios hipnotizada por el placer de aquella energía, a lo mejor si solo me inyectaba una vez más podría seguir siendo yo… Aunque lo haría por voluntad propia, no como la primera vez que lo probé… Miré mis cicatrices que ya hacían tapadas por mi tatuaje, lo observé detenidamente… los elementos… -¿Shira? -Toma. –Le tendí el almacenador y me guardé la daga en mi bota. Miré a Christian disimuladamente mientras volvíamos al jet, él parecía sumido en sus pensamientos totalmente ajeno al presente, aunque yo sabía que estaba atento ante cualquier movimiento, siempre en guardia, “si, así es mi compañero de viaje, de mi

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viaje”. Él me había ayudado tanto, gracias a él había sentido la felicidad y conseguido ver el camino hacia ella, si él supiera lo mucho que le agradezco… -Chris… -¿Si? -Te quiero. –Me miró con una sonrisa. -Lo sé. Pero me encanta escucharlo. –Volteé y le besé tan tiernamente como fui capaz, para que sintiera lo mucho que lo amaba, lo mucho que le agradecía y lo importante que era para mí.

Capítulo 53

Tomaba las sinuosas curvas de la carretera con una sorprendente maestría, odiaba las curvas de la montaña, pero las vistas merecían la pena con creces. Mis manos sujetaban firmes el volante, le dirigí una mirada a Christian, parecía absorto en el paisaje, sonreí hacia mis adentros, se dejaba llevar confiando en mí últimamente, aquello era la muestra más fuerte de respeto y amor que podía imaginar, a las palabras en cambio se las lleva el viento. Me había empeñado en conducir yo esta vez, no era ninguna princesa en apuros necesitada de su carruaje, todo lo que de la vida necesitara lo podía conseguir por mí misma. La percusión de Do i wanna know, de Artic Monkeys estaba llegando a su momento apoteósico cuando llegamos a la cumbre de aquel pueblo de montaña cerca de Santander, en España. Las pequeñas casas de piedra y el camino de adoquines dejaron de aparecer, seguimos un sendero de tierra hasta llegar a una imponente casa de madera en la linde de un bosque. Aquel era el punto de reunión sin duda. Habíamos quedado con todos los elementos por petición de servidora para hacer frente a Electro. Uno de los contactos de Edward podía concedernos inexistencia total en el mapa de Electro, no podría detectar nuestras esencias, eso si, solo si nos manteníamos dentro de la casa de

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unas viejas brujas. Eran tres hermanas las únicas que tenían el suficiente poder y que se habían prestado al favor. Suspiré inconscientemente mientras ponía el freno de mano. Noté la mano de Christian apretar la mía dándome apoyo. -¿Estas nerviosa? –Su voz sonaba tranquila, aunque sabía por el oscuro de sus ojos que estaba en guardia, tampoco creía que fuera a ocurrir nada desagradable cuando la familia conociera a la nueva y aterradora Shira. Miré el espejo de la guantera, mis ojos refulgían amenazantes sin descanso alguno, mi reflejo sonrió retador. “Que empiece la fiesta”. -No lo suficiente. Vayamos, ya deben saber que hemos llegado. –Christian asintió mientras salía del coche. Subí los tres escalones de madera del porche con firmeza, alcé la mano y cuando ésta estaba a punto de dar con la puerta una cara pálida la abrió, cayendo mi mano en el vacío. -Tú debes de ser Shira. –Una mujer madura me miró de los pies a la cabeza, se detuvo en mis ojos, ya me había comenzado a acostumbrar a aquella fijación, se quedó absorta un minuto más de lo normal, pese a su avanzada edad algo había conseguido sorprenderla. -Encantada. –Ella asintió con dureza, no quería dejar entrever su recelo hacia mí. -Y tú… -Christian. –Se adelantó mi atractivo acompañante con su fría y afilada voz. Sonreí hacia mis adentros, por una vez no era yo la impaciente. La mujer profirió un leve gruñido y abrió la puerta del todo dejándonos entrar. -Yo soy Lucinda, ser bienvenidos a mi casa. –Christian y yo entramos con una mirada de reconocimiento hacia cada esquina del amplio hall. Lucinda nos señaló una puerta a la derecha, entramos mientras un hormigueo conocido recorría todo mi cuerpo. –Estas son mis hermanas, Teresa –Señaló a una sonriente mujer de pelo rizado y pelirrojo, diferente al de su hermana Lucinda, liso y castaño. –y Lluire. –Ésta tenía el pelo liso y negro, corto en media melena, a diferencia de sus dos hermanas que lo llevaban extremadamente largo. Lucinda debía ser la mayor, Lluire la mediana y Teresa la más joven de las tres. Las tres hermanas compartían unos grandes ojos color chocolate. –Y al resto ya los conocéis. –Paseé mi mirada por el resto de elementos, todos se quedaron pasmados sin mover ni un solo músculo. Yo misma era consciente de mi cambio, tanto 305


físico como psicológico, pero aquellas miradas de estupefacción reconozco que mellaron un poco en mi duro corazón. Diana fue la primera en despertar de aquel trance, vino hacia mí corriendo y me abrazó. Yo correspondí su abrazo venciendo la incomodidad que su contacto me produjo. -Estoy feliz de verte, vaya estás tan… diferente. –Miró mis ojos sin poderlo evitar. Luz interrumpió el momento acercándose con una de sus tranquilas y pacificantes sonrisas. Finalmente todos nos saludaron, Edward fue el último, con sus ojos brillando por algún tipo de emoción que desconocía, aun así fue el primero en irse después de apretar firmemente la mano de Christian, seguía sin poder estar en la misma habitación que Luz. Teresa nos llevó a nuestra habitación, se me hacía raro que dieran por hecho que dormiríamos en la misma, seguían siendo mi familia, como mis padres… o eso creía, esperaba que nuestra relación no cambiase. Christian debió informar a Edward de que nos bastaría una cama. Entré en la habitación, tenía una cama de matrimonio, un armario, un pequeño balcón y una cómoda. Resultaba reconfortante. Lancé mi bolsa de viaje al suelo de madera que gruñó con un quejido, a contraposición, Christian dejó la suya con cuidado sobre la cómoda. Me fijé en una caja de oscura madera tallada con cientos de espirales sobre la cama, parecía realmente antigua. -Es para ti, ábrela. –Chris me observaba expectante. Me acerqué recelosa a la caja, era un rectángulo alargado, no se me ocurría nada que cupiera en la caja con aquella forma. Despacio, tomándome mi tiempo abrí la caja, olor a aventuras e intensidad me golpeó sutilmente. Abrí los ojos de par en par, aquello era… -Oh, es increíble… -Alargué mi mano y cogí una hermosa katana, era considerablemente ligera, tenía un color rojizo, con una empuñadura roja intensa, tenía grabados insinuantes, llamas de fuego que ascendían desde el mango, elegantes pero letales. Al entran en contacto conmigo la sentí como parte de mí, el fuego de mis entrañas se desplazó y la katana lo aceptó, ésta ardió en llamas, la moví grácilmente, era una imagen increíble. -¿Cómo…? -Se la encargué expresamente al mismo maestro que forjó a Heiless, esta hecha especialmente para ti, para el fuego. Le pedí a Edward que la recogiera y la trajese. -Me encanta. –No podía dejar de mirarla. Le dediqué mi mejor sonrisa a Christian, bueno, o eso intenté. La volví a guardar en la caja, no creía que fuera conveniente

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aumentar el espacio que había entre mi familia y yo apareciendo con una katana en llamas, “poco a poco”, me dije a mí misma. Bajamos las escaleras y volvimos a la sala del principio, donde mi familia seguía ahí, suponía que hablando sobre mi nuevo aspecto, entré y el murmullo cesó. Juntando mi impaciencia y falta de tacto, me impresionaba que no hubiera abordado antes el tema por el que estaban ahí. -Lucinda, existe alguna sala donde nos podamos reunir “sentados”. –Noté cómo todos se tensaban. -Si, en el comedor, seguirme. –Cruzamos el hall en dirección contraria y desembocamos en un amplio salón con una enorme mesa que podría servir a decenas de fornidos hombres y mujeres. Todos fueron tomando asiento, apenas ocupamos un tercio del espacio total. -Vayamos al grano, todos sabéis para qué estamos aquí, para trazar un plan efectivo contra la vida de Electro. –Respondieron con un leve asentimiento.- Creo que he descubierto la forma de acabar con él. –Después de un dramático silencio seguí con mi explicación. –Cuando a Electro se le trasmiten grandes cantidades de energía su cuerpo no lo puede controlar y se resquebraja en una pequeña medida, imaginaros si todos los elementos juntasen sus energías y lo sobrecargaran a la vez, su cuerpo no podría soportarlo y explotaría en una supernova. -Parece aceptable. –Edward se rascaba el mentón con aires meditabundos. -¿Cómo conseguimos atraerle hacia nosotros? –La pregunta de Will me dio pie para continuar con mi explicación. -¿Qué es lo que Electro más ansía? –Todos permanecieron en silencio a la espera. – Energía, en especial mi energía. Solo tenemos que esperarle, su impaciencia le hace predecible, está demasiado definido por su necesidad de un sabroso chute de mi energía. -Entonces, ¿simplemente le esperamos todos reunidos en algún lugar sin protección y esperamos a que llegue? –Will parecía atónito. -Eso es. –Asentí, aunque a él no parecía convencerle.

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-Y qué, ¿le pedimos que se quede quietecito mientras todos invocamos nuestras esencias? -No tan simple, necesitamos algo que lo mantenga ocupado, yo podría hacerle permanecer en un mismo lugar el tiempo suficiente y captando todos sus sensores como para que no pueda arremeter contra vosotros y así podáis dejar fluir vuestras esencias hacia él. -¿Cómo? -Luchando. -Espera, ¿tú vas a luchar sola contra él? –Will me dedicó una mirada de incredulidad. -Sola no, yo estaré con ella. –La afilada voz de Christian rasgó el aire. Le miré con firmeza, estaba a mi derecha, me mantuvo la mirada sin inmutarse. -Puedo hacerlo sola. -Somos un equipo, ¿recuerdas? –Suspiré sabiendo que nada podría mantenerlo en las trincheras, reconocía que en una situación inversa yo tampoco me conformaría con una negativa. -Esta bien, Christian y yo lo entretendremos, el resto aparecéis y lo sobrecargáis, cuando lo tengáis controlado por la intensidad de vuestras energías entrando en él Christian y yo nos uniremos. -Sinceramente, no creo que tú debas luchar. –Will y su ideología de macho primitivo podían llegar a ser muy irritantes. -¿Por qué? –Mi voz sonaba sarcásticamente expectante. -Sin intención de ofender, sé que ahora… bueno, tienes unas grandes ansias de venganza por otra parte completamente comprensibles, pero yo podría luchar contra él, soy más fuerte. –Una pequeña chispa de ira recorrió mi columna vertebral haciéndome tensar la espalda, pero me contuve. Pude notar a Aqua fruncir los labios y a Diana, menos disimulada, revolverse en su asiento y resoplar indignada. Sonreí.

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-Bueno, eso lo podemos comprobar ahora mismo, si no tienes inconveniente de que una mujer te patee el culo. -No voy a pelear contra una mujer. -¿Por qué? -No está en mi naturaleza. -Tranquilo, será como un entrenamiento. –Me incliné, con una mano subí la sudadera de Christian por su espalda para sorpresa de todos y saqué una daga, en un primer contacto se tensó, pero al ver lo que me proponía asintió con la cabeza. Con la otra mano saqué la daga que me prestó de mi bota. Debía de reconocer que me sentía más segura con ella, como Christian decía, “nunca se sabe cuando la vas a tener que utilizar”. Arrojé la daga de Christian por la mesa en dirección a Will, se quedó a escasos centímetros de él. -De acuerdo. –Salimos al exterior, en la linde del bosque, me había prometido ir poco a poco con respecto a mi nueva naturaleza para no asustar a mi familia, pero qué demonios, era el fuego, y ahí estaba, Will se posicionó en frente de mí. Miré a Christian, me dedicó una traviesa sonrisa, se la devolví. Me había dado cuenta, ahora que estábamos con más gente, que ese año que habíamos pasado los dos solos viviendo juntos nos había hecho crear una costumbre con respecto a la presencia del otro, a sus gestos… Una pequeña burbuja en la que ambos convivíamos, mientras que con el resto debía explicarme, con Christian una mera sonrisa o mirada nos hacía entender lo que pensábamos. Me quité la chaqueta dejando ver mis brazos desnudos, todos ahogaron un grito al ver mi brazo derecho tatuado, pude ver el horror de Aqua impreso en su rostro y la sonrisa que Diana me dedicó, le guiñé un ojo. -La damas primero. –Le espeté a Will con una retadora sonrisa. Will profirió un gruñido y se acercó a mí blandiendo la daga como si de un machete se tratase, Will, como buen caballero sabía utilizar las espadas, pero mi entrenamiento había sido intenso y extenso, además tenía al mejor profesor, una máquina de matar, aunque para mí Christian no lo era por más que se empeñara en creerlo, tenía un tierno corazón, pero que podía congelarse y hacerte comer esas palabras. Will se lanzó hacia mí, iba con cuidado, pese a que le aseguré que no pasaba nada por luchar con dagas, nuestra piel se regenera, lo veía receloso. Una parte de mí se encendió sabiendo que aún le preocupaba, no quería

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dañarme, aunque solo fuera por su orgullo de macho neardental. Con un ágil gesto giré y lo esquivé, apaleé su culo con la hoja de mi daga. Will volvió a gruñir, Diana profirió una pequeña carcajada. Esta vez Will fue más agresivo, pero volteé y choqué nuestras armas, la suya salió despedida y acerqué la mía a su cuello. –Tocado. -Will enrojeció de rabia, el viento sacudió mi cara. -Factor sorpresa. –Anunció mientras el viento le rodeaba. -Juguemos pues. –Di una voltereta hacia atrás cogiendo distancia, mis ojos refulgieron amenazantes, Will se elevó con el viento, cerré los ojos y con las manos extendidas hacia arriba invoqué el fuego, me impulsó unos metros, me coloqué a su mismo nivel, estiré la mano y de ella broto una sedienta llama, le sonreí de medio lado. Abrió lo ojos sorprendido de mi nuevo poder. Giré sobre mí misma en una sorprendente espiral y me lancé contra él, Will no se lo vio venir y su espalda colisionó contra el suelo conmigo encima y mi daga sobre su cuello. -¡Will! –La voz de Aqua le despertó del shock. -Tocado y hundido. –Sentencié. Me levanté y le tendí la mano, él la aceptó y se sacudió la ropa llena de tierra y polvo. -Esta bien, lo reconozco, si alguien puede retarlo eres tú. –Sonreí para mis adentros complacida. El resto se acercó sorprendido. Diana palmeó mi espalda, a lo que yo me tensé y me aparté bruscamente, Diana se quedó paralizada por la sorpresa. -Lo siento. -Susurré. Christian cogió mi mano, aquello me tranquilizó instantáneamente. Una doble ración de sorpresa recorrió a mi familia al verme por primera vez aceptando cariñosos gestos por parte de un hombre. Yo miraba al suelo sin saber cómo reaccionar, la espalda y mi oscuro trauma eran algo reciente que no estaba preparada para expresar aún. –Tengo una vieja herida. –Mi tono lúgubre les apartó la curiosidad. Miré a Diana pidiendo disculpas por mi gesto, pero ella me miraba comprensiva, me sonrió tiernamente.

Capítulo 54

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Uno, dos, espirar, la hierba húmeda bajo mi pie, tres, inspirar, cerré los ojos notando mis músculos contraerse, el aire limpio y puro con aroma a pino y a la más mítica naturaleza sin modificar por el ser humano durante siglos. Mis largas zancadas se vieron impulsadas por la melodía de The Offspring, You´re Gonna Go Far Kid , me sentía volar, mi pulso se aceleraba y mi esencia recorría cada milímetro de mi cuerpo. -Espera, vas muy rápido. –La voz de Diana me despertó de mi ensoñación, había olvidado que estaba con ella, me había dejado llevar. Me giré y no pude evitar sonreír al verla acalorada con su cara desdeñosa enrojecida por el esfuerzo físico. -¿Qué pasa, acaso tanto te gusta mi trasero que vas todo el rato detrás? ¡Vamos, sprint final! –Y con aquellas palabras di rienda suelta a mis piernas que saltaron hacia la batalla, con mis brazos marcando el ritmo como si de un meticuloso mecanismo de reloj se tratara. Me tumbé sobre la hierba esperando a Diana, el paisaje era sobrecogedor, el norte de España era increíble. -Vaya, -breve pausa para respirar- quien lo diría, la última vez que te vi en plena forma apenas podías subir al tejado de casa. –Me acordé de aquella noche, cuando había ido a despedirme de ellos antes de mi doscientos cumpleaños. Se sentó a mi lado observando el paisaje. -Si, he estado entrenando. –Señalé mi brazo izquierdo e intenté sacar bola. Ambas reímos acaloradas y con el pelo pegado a la frente. -¿Puedo? –Después de recuperar el aliento Diana comenzó a hacerme un reconocimiento. Señaló mi brazo tatuado y me giré para que pudiera verlo. Recorrió los trazos realmente impresionada. –Me gusta, y me han representado bien. -Aja, libre y alocada. –Volvimos a reír. Pero sus dedos llegaron al punto donde la oscuridad de Edward intentaba ocultar mi cicatriz, Diana fue consciente de cómo mi cuerpo se tensaba, dubitativa acercó las yemas de sus dedos, pero no la tocó.

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-¿Qué te hizo, Shira? –Su tono era profundo, me revolví algo incómoda, era un tema que aun no tenía superado, si quiera se lo había explicado a Christian, aunque suponía que mi familia estaba al corriente de lo importante; que estaba manipulada por un chute de energía, no era un elemento puro y natural. -Yo… -desvié la mirada incómoda. –No estoy preparada aún… -Entiendo. -Pero como ves me cambió y puedes estar segura de que se lo haré pagar. –La miré directamente a los ojos desafiante chispeando sed de venganza. -No lo dudo. El silencio nos rodeó, pero era un silencio cómodo acorde con la tranquilidad del lugar. Mis pensamientos volaron lejos, hacia la semana que viene, cuando todo se decidiría. Ya habíamos acordado la fecha y el lugar, la mansión de Edward. -Nos queda una semana, una semana para estar con nuestros seres queridos. –Le lancé una mirada a Diana de soslayo por el rabillo del ojo. Me acordé del momento en el que mis demonios emanaron de mi interior recordándome mi pasado, cuando Christian me estaba comentando algo acerca del gusto amoroso de Diana. Noté cómo se tensaba a mi lado, “Bingo”. -¿No tienes que despedirte de alguien especial…? ¿Qué fue de aquel compañero que tenías hace unas décadas? -Bueno, lo cierto es que si tengo a alguien, no es aquel del que hablas, tenía ganas de presentaros a esa persona especial, pero no encontraba el momento. –Suspiró determinando algo en su cabeza. –Pero vendrá pronto, en unos días. -Me parece genial, tengo ganas de conocerlo. –Diana me dedicó una sonrisa de las suyas, sincera y espléndida, sin miedo a mancharse de barro.

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Estábamos en nuestra habitación, solos Shira y yo, ella miraba embelesada su katana. Habíamos cerrado algunos puntos sobre el plan contra Electro, seguramente éste traería a su séquito, pero Edward había ofrecido a su élite de asesinos para acabar con ellos y dejarnos el terreno libre a los elementos. -Zanire. -Asintió convencida. -Ahora que tu katana tiene nombre, ¿quieres probarla? –Utilicé un tono provocador que le hizo erguir una ceja. -Por supuesto. –Contestó retadora. Fuimos al exterior de la casa, en la explanada que se ampliaba antes de que comenzara el ejército de árboles que componían el bosque. Me posicioné con Heiless frente a Shira con Zanire. Le hice un gesto con el dedo para que se acercara. –Encantada. –Saltó y nuestras katanas chocaron provocando cientos de chispas de colores entre una variedad de tonos fríos y cálidos aportando un toque fantástico. Cada vez que luchábamos seguía impresionándome con su fluidez, se movía como si no fuera física, si su cuerpo solo estuviera compuesto por fuego, era algo increíble. Al parecer no era el único que lo pensaba, todos se habían congregado para ver el espectáculo, sus rostros de asombro eran dignos de una postal. Después de un largo rato de tira y afloja mi arma congelada chocó contra la suya en llamas, nuestros rostros apenas estaban separados por unos centímetros, me dedicó esa mirada retadora que me volvía loco, giré, ella apoyó todo su peso en mí y me golpeó el estómago con una rápida pero eficaz patada, cuando me quise dar cuenta rodábamos por la hierba, se posicionó encima de mi y besó mis labios. -Has estado lento. –Me espetó con fingida severidad. Le aparté un mechón de su rostro. -Me has distraído, eso va en contra de las normas. -¿Cómo? –Parecía sorprendida. -No te hagas la tonta, no has parado de lanzarme miraditas en todo el entrenamiento. – Rió escandalosamente y no pude resistirme a unirme a ella. Rodé y la encerré bajo mi peso. –Esto no queda así, esta noche quiero la revancha. –Le susurré en la oreja, fui consciente de cómo se le erizaba el vello y le arrancaba un suspiro que me derritió.

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El olor a cocido invadía todo el piso desde la cocina, Lucinda estaba cocinando con Teresa, las brujas debían alimentarse. La casa tenía un toque hogareño muy acogedor. Estaba en el amplio comedor con Shira, Luz y Aqua hablando de trivialidades cuando un fuerte estruendo procedente del ala oeste de la casa nos hizo dar un respingo conjunto. Shira y yo nos posicionamos en guardia, le lancé una mirada y nos acercamos al lugar del que procedía el estruendo. Pero antes de que pudiéramos salir del comedor apareció Lucinda con una cacerola de estofado como si nada hubiera ocurrido. -Tranquilos, es Lluire con sus experimentos –resopló fastidiada mientras dejaba la cacerola sobre la mesa. -¿Podemos ir a ver? –La pregunta repleta de sincera curiosidad de Shira la hizo ver como una niña pequeña, reprimí una sonrisa. -Claro, está en el garaje. –Hizo un gesto de desaire con la mano. Shira se adentró hacia la puerta oeste que daba al garaje, fui tras ella, debía reconocer que también tenía curiosidad. Shira abrió la puerta, Lluire estaba en el centro trabajando en una mesa con una serie de artilugios que no supe identificar rodeada de lo que parecían montones y montones de chatarra. -Ah, hola, ¿no os habré asustado verdad? –Lluire asomó su rostro por encima de aquellos aparatos con la cara manchada de grasa y polvo y con unas enormes gafas que aumentaban terriblemente el tamaño de sus ojos. -Un poco. –Sonrió Shira paseando la mirada por toda la estancia. -¿En qué estás trabajando? –Le pregunté. Pareció emocionarse ante el interés. -Veréis, a estos los llamo peces-bomba. –Nos señaló sobre un estante una esfera de metal con unos dientecillos que le daba el aspecto de una piraña. –Son bombas que se mueven hacia la dirección que el director elija. -¿Director? -Si, he conseguido trasmitir mi magia a objetos inanimados aportándoles el suficiente poder como para ser dirigidos y realizar su función de una manera eficaz. -Como un autómata… -Señaló Shira. Lluire asintió con la cabeza. 314


-Ahora mismo estoy diseñando algo parecido pero aéreos. -¿Pájaros-bomba? –Le preguntó Shira. Lluire se rascó el mentón pensativa. Con aquellas vestimentas holgadas creaba el cliché perfecto del despiste personificado. -Podría ser… ¡si! -¿Los podría dirigir cualquiera? –Shira tramaba algo, y creía saber el qué. -Bueno si, cualquiera con un mínimo de poder mágico. –Shira me lanzó una mirada iluminada. -Creo que aceptaría, Maximillum nunca rechaza un buen espectáculo. –Espeté. –Lluire, ¿cuántos de esos peces-bomba podrías fabricar en una semana? -Unos veinte. –Sonrió orgullosa. -Perfecto. –Susurró Shira.

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Las hermanas estaban comiendo mientras Aqua y Luz charlaban animadamente en la mesa con ellas. Un maullido me hizo girar la cabeza, un enorme y peludo gato pardo con un ojo de cada color; uno amarillo y otro verde, entró en el comedor, se paseó por la mesa con aires de superioridad captando la atención de todos y se volvía a ir por la puerta, no sin antes dedicarme una mirada de indiferencia. -Ese es Candelabro, el gato de la familia, ya estaba en ésta casa cuando nuestros antepasados llegaron aquí. –Explicó Teresa ante la expectación de las tres elementos. Prosiguieron con la comida como si nada, cada uno volvió a su conversación, yo por otro lado, me acerqué a la ventana y observé las pocas casas que se avistaban desde ahí. Se oyeron estruendos a lo lejos, como de petardos.

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-¿Qué es eso? –Pregunté con mi esencia revoloteando presintiendo alguna festividad. -Son las fiestas de invierno, la fiesta de las brujas. –Teresa sonrió a sus hermanas mientras proseguía con la explicación.- Se reúnen Cuentacuentos y los habitantes del pueblo van al bosque a reunirse alrededor de una hoguera a contar historias sobre hadas y demás criaturas que habitan los bosques. Ésta es una zona bastante mística, en todo el pueblo corre una leyenda sobre esta casa y nuestros antepasados, siempre cuentan con nosotras en los actos sociales, creen que les protegemos y en parte así fue en antaño. Nuestra sangre forma parte de la historia del pueblo. Me quedé pensativa mientras mi mente creaba planes nocturnos. -No creo que pase nada si salimos un par de horas fuera de la casa. –Razoné en voz alta. -No sé si es buena idea. –Aqua y su miedo a desobedecer las normas hicieron acto de presencia. -Oh, vamos, puede que sea uno de los últimos momentos en los que estemos todos juntos. –Mis palabras parecieron conmoverla. -Bueno, un rato… no creo que sea tan grave. –Sonreí exultante y me dispuse a salir antes de que cambiara de opinión para avisar al resto. Fui a abrir la puerta pero alguien se me adelantó desde el lado contrario. Diana se abrió paso en la habitación, parecía algo inquieta, así que esperé a que explicara lo que la tenía tan alterada antes de informarle sobre “nuestros” planes para aquella noche. -Hola, ¿tenéis un momento? Yo… se ha adelantado, -Diana respiró profundamente ordenando sus pensamientos- me gustaría presentaros a alguien muy importante para mí, creía que llegaría en unos días, -sonrió ampliamente con la mirada perdida en sus pensamientos, algo extraño en ella –la espontaneidad es uno de sus rasgos. –Profirió un una pequeña risa nerviosa. -Claro. –Respondimos las tres al unísono totalmente conmocionadas, no recordaba haber visto a Diana así nunca, y menos presentándonos a “alguien especial”. Ella asintió retorciendo sus manos en un gesto totalmente ajeno a ella.

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-El resto ya están fuera esperándonos. –La seguimos hacia el bosque sin mediar palabra. Nos reunimos con el resto, todos, a excepción de Edward y Christian nos encontrábamos tremendamente impresionados por la situación. Diana se dirigió a la linde del bosque, apoyó su mano en el tronco de un árbol y a los segundos fuimos conscientes de una presencia que se acercaba, no era por el ruido que hacían sus pies al andar entre la maleza del bosque, ya que era nulo, sino esa sensación de cuando una criatura mágica entra en el mismo plano que tú. -Familia, ésta es Lithbez. –Diana extendió la mano que fue correspondida por otra y de entre los árboles surgió una mujer esbelta, con el pelo rubio y extremadamente largo en el que una línea de pequeñas florecillas adornaba su cabeza. Su piel era pálida, a diferencia de la mayoría de seres del bosque que poseen un tono oliváceo, algunos las llamaban ninfas, aunque no existía una etiqueta representativa para ello. No necesitábamos que nos explicara qué tipo de raza mágica era, el olor a madre naturaleza tan vivo presente en los hijos del bosque nos lo decía todo. Sus ojos eran grandes y oscuros, produciendo una mirada intensa que podía hacerte creer que veía tu alma. Todos quedaron conmocionados, a excepción de los hombres distantes (Chis y Edward) y la chica aterradora, alias Shira. Me acerqué a la joven para alivio de Diana, que parecía al borde de un colapso, pero aún así se apreciaba la liberación de habernos presentado a Lithbet, se notaba que llevaba tiempo retrasando el momento inevitable. -Encantada, soy Shira. –Le estreché la mano regalándole una amplia sonrisa. -Igualmente. –Su voz era tan cantarina como la de Diana, pero tenía un tono más suave, como si acariciara las palabras, en una primera impresión me pareció una joven realmente agradable. Me devolvió la sonrisa, no hubo miedo ni vacilación cuando sus ojos se cruzaron con mis dos pozos refulgentes de fuego. Me posicioné al lado de Diana dirigiéndole un suave apretón en la mano, pareció relajarse un tanto. Christian se acercó a presentarse, seguido de Edward, el resto parecieron despertar del trance, todos se presentaron, incluso Aqua, que conociéndola sabía que era a la que más le había sorprendido. Estaba rígida y su labio tembló al sonreír, pero solo necesitaba algo de tiempo para hacerse a la idea. -Es genial que hayas venido hoy. –Le comenté a Lithbez, mientras nos dirigíamos a la casa. Diana encaró una ceja. –Ahora iba a comentarles que esta noche vamos al pueblo a

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festejar que estamos vivos. -Lithbez sonrió, y así todos se olvidaron de las tensiones mientras comenzaban a lanzar comentarios y resoplidos. Aqua dejó su azoramiento mientras le explicaba a Will mi descabellada pero aceptada idea de ir a los mundanos festejos. Le observé a Christian por el rabillo del ojo, le veía pensativo mientras le lanzaba alguna que otra mirada disimulada a Lithbez. Notó mi mirada y sonrió. Sabía que Lithbez le había recordado a su madre, pero su sonrisa parecía sincera, haciéndome comprender que todo estaba en orden, en estos momentos me encantaban ese tipo de sonrisas, esperaba no tener que echarlas de menos, ya que lo que se avecinaba podría revolucionar el orden que conocíamos trastocándolo todo, nuestra pequeña familia… sacudí la cabeza ahuyentando aquellos escalofriantes pensamientos y me centré en las conversaciones amenas y felices de mi familia, entre risas y miradas cómplices nacía una muy hermosa felicidad.

Capítulo

55

El crepúsculo del día se cernía en el horizonte aportándole una pincelada de rojo al momento. Sonreí mientras Will derribaba los muros que mis nuevos ojos habían creado y conversaba conmigo de una manera jovial que no era consciente de cuanto había añorado. -¿Así que Christian es tu maestro de Karate? –Asentí mientras caminábamos por los adoquines de la concurrida y alegre calle llena de niños y adultos que se comportaban de igual manera en aquellos espléndidos festejos. –A que lo adivino… empezaba mostrándote algún tipo de movimiento que a tu ver era inútil, como “dar cera, pulir cera” y acababa siendo la pieza fundamental para derrotar al matón del barrio. –No pude evitar reír ante su comparación con la película de Karate Kid. -¿Cómo lo has adivinado? –Le pregunté abriendo los ojos exageradamente impresionada y mientras fingía sacarme una lágrima de estos por su divertido disparate. -Por extraño que parezca, aunque sea atractivo también puedo ser inteligente. –Se señaló la cabeza sonriendo.

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-¿Sabes qué gesto fue la pieza clave? -¿Cuál? –Al parecer parecía mantener un verdadero interés. Adopté un gesto serio como si entrara en materia. Me posicioné delante de él y moví mi cabeza de una forma circular estirando mi cuello. -Muy bien, debes extender los brazos todo lo que puedas hacia delante completamente estirados. –Lo describí mientras yo misma extendía mis brazos. –Y los dejas caer con fuerza como si quisieras que dieran una vuelta completa, así, -le mostré mientras completaba el “majestuoso” movimiento.- Lo llamamos “la vergüenza inminente”. -¿Por qué se llama así? -Ya lo verás, ahora hazlo tú. - Will asintió, cuadró sus hombros e imitó mi movimiento de cuello, intenté aguantarme la risa que amenazaba con salir ante su porte tremendamente serio. Alzó los brazos para continuación soltarlos con fuerza. La sorpresa fue monumental cuando la palma de su mano impactó con algo a su espalda, su semblante serio cambió por completo al girarse y ver a una furibunda mujer que comenzó a reprenderle como a un infantil sin vergüenza que se dedicaba a tocar culos ajenos, Will, rojo cual tomate murmuraba cientos de disculpas sin poder levantar la mirada. Comencé a reír estrepitosamente agarrándome el vientre con miedo a partirme en dos. Will me dedicó una mirada amenazante antes de saltar a por mí. Corrí hacia el resto de nuestro grupo que se había adelantado considerablemente, oía las amenazas de un furioso Will a mis espaldas gritando cual demente por la calle llamando la atención de todo el mundo. Fuimos paseando por aquel bonito pueblo, llegamos a la plaza principal, donde para entretenimiento de los niños se había colocado un pequeño escenario donde se representaba una función de marionetas, interpretaban una vieja leyenda sobre el típico troll melancólico que vivía debajo de un puente. Nos quedamos a observar, a Luz le cautivaron las sonrisas de los niños que ocupaban las primeras filas del espectáculo. -Cielos, ¡Diana! –Todos nos giramos hacia Will, el cual señalaba algo obvio que, al parecer, se nos había escapado a todos. -¿Qué pasa? –Preguntó la aludida.

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-¿Acaso no eres tú? –Nos giramos hacia donde señalaba Will, la marioneta del troll estaba haciendo su monólogo clave de la función. Diana rodó los ojos y le regaló un puñetazo a Will en el hombro. –Auch. –Se acarició la zona dañada mientras todos reíamos. -Que va, Diana tiene más bigote. –Comenté restándole importancia. Las carcajadas eclipsaron la obra, provocando que cientos de cabezas se giraran hacia nosotros observando como un grupo de jóvenes trataban de agarrar a una furiosa chica que saltaba hacia otra que parecía estar ahogándose por las enormes carcajadas que sacudían su cuerpo. Diana se zafo de sus agarres y acabó lanzándose contra mí, amabas rodamos por el suelo sin parar de reír. Nuestras alteradas respiraciones era lo único que salía de nosotras después de “nuestra pelea”. -Te he echado de menos. –Su sonrisa se me contagió. El resto de elementos llegaron preocupados de que con nuestro espectáculo hubiéramos arrollado a algún pobre inocente que simplemente pasaba por allí. Will se colocó entre las dos pasando sus brazos por nuestros hombros, la incomodidad de la cercanía de su mano con mi espalda se acentuó, pero intenté sobreponerme, Chris me regalo una significativa mirada. -Chicas, las peleas en el barro. –Los tres reímos mientras salíamos de la plaza principal para desatar el caos en otra parte. La noche había caído y los fuegos artificiales inundaron el cielo con sus majestuosos colores, estaba siendo un día mágico, giré mi rostro para observar a toda mi familia, todos conversaban animadamente señalando los fuegos sorprendidos por la mundana belleza. Christian se posicionó a mi lado, llevaba una gran bola de algodón de azúcar de un rosa chillón, lo miraba embelesado mientras lo lamía, pero el algodón se le quedó pegado a la lengua arrancándome una risa. Christian me miró sonriendo, seguidamente observó a un niño con otra bola de azúcar que la mordisqueaba feliz. Christian lo imitó y me ofreció orgulloso de su logro. -Creía que no comías nunca. –Alargué la mano y cogí un poco. -Hoy es una noche especial. –Me guiñó un ojo y mi esencia dio un bote. -Bueno, a ver como se tercia. -Se terciará placenteramente. 320


-¿Cómo estas tan seguro? -Porque esa rubia de allí que no para de mirarme parece dispuesta a complacerme. –Le dio otro mordisco al algodón restándole importancia al comentario. Me giré hacia donde había señalado a la rubia… -Allí no hay nadie, eres un farsante. –Reí. -¿Por qué? ¿Estabas celosa? –Su voz sugerente me estremeció. -Ambos sabemos que jamás de los jamases encontrarías una mujer, o hombre, dependiendo de tu inclinación sexual, tan ardiente como yo. –A medida que hablaba me fui acercando hasta acabar susurrándole en la oreja. Un gruñido salió de su pecho, aquello se ponía interesante. -Esta noche no te me escapas, me he traído las esposas. –Volvió a guiñarme un ojo y se fue con el grupo hacia las hogueras del bosque dejándome ahí parada completamente anonadada. Finalmente sonreí y retiré un mechón de mi cabello con un resoplido mientras le seguía hacia la oscuridad del bosque. La oscuridad de la noche había invadido la poca luz del crepúsculo acabando con su resplandeciente rojo. Todos estábamos alrededor de una hoguera, junto con gente del pueblo que compartían sus historias con nosotros, sus experiencias más interesantes vividas a lo largo de los años. Edward y Luz habían decidido retirarse a casa, seguramente querían gozar de algo de intimidad, era extraño verlos caminar uno al lado del otro conversando pero con cuatro metros de distancia entre sus cuerpos. Me los imaginaba en el amplio salón, uno a cada lado de la infinita mesa, seguramente sería uno de sus momentos más sucios y pervertidos, aquello me deprimía, pero claro, yo era el fuego, la pasión, la lujuria… Ellos no eran como yo, no tenían mis necesidades, pero aún así no pude evitar sentir algo de lástima. Hablando de lujuria, me giré hacia mi derecha, donde un callado Christian observaba las llamas de la hoguera ensimismado. -Sabes, dicen que si miras fijamente el fuego por la noche, luego te meas en la cama. – Acabé con su ensoñación de una manera brusca y soez. -Pues lo siento. -¿Por qué? 321


-Porque pienso mirarte todas las noches y dormir contigo, -volteó para verme y sus ojos centellaron con el reflejo de las llamas, tragué saliva ante su intensa declaración- así que si tengo algún accidente nocturno, mucho me temo que tú también acabarás empapada. – Arrugué mi cara en una mueca de asco que le hizo reír. -Sería un honor para mí acabar cada mañana empapada de ti. –Sonrió negando con la cabeza. -Eres tan… -Tan ¿qué? –Se acercó y posó sus labios sobre los míos, cerré los ojos y me dejé llevar por el perfecto momento. Todos fueron conscientes de cómo las llamas se intensificaban aportando una atmósfera más íntima y mágica a los espectadores. Los vítores del resto de mi familia me hicieron apartarme de Chris mientras mis mejillas se encendían, no creía que aún pudiera sonrojarme. Rodé los ojos suspirando. La mayoría de los que quedaban a esas horas eran jóvenes parejas que disfrutaban de la noche. Una enredadera comenzó a crecer por el tronco en el que estábamos sentados e instintivamente miré a Diana, la cual reía sin apartar la mirada de Lithbez, se acercaron lentamente hasta que sus labios se unieron, no pude evitar sonreír, aparté la mirada para darles cierta intimidad, no era una mirona y aunque lo fuera no creo que me sintiera cómoda observando a mi familia cuando se convertían en unos viejos verdes. Will y Aqua se unieron a la atmósfera de cupido, “ya tardaban”. Observé el brillo del anillo de Christian. -Nunca te he preguntado por tu anillo. –Chris se lo quedó mirando unos segundos. -Era de mi padre, fue lo único que me llevé de aquella casa. -¿No tienes una foto de ellos? –Él negó con la cabeza. -¿Nunca has pensado en volver? -Si te soy sincero, alguna vez lo pensé, pero allí ya no me queda nada, después de lo que pasó dejó de ser mi hogar. –Suspiró mientras acariciaba su anillo. –Supongo que Edward te contó. –Asentí mientras enlazaba mis dedos con los suyos. –Pero ahora… creo que me gustaría volver, contigo…

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-Esta bien. –Su mirada llena de cariño se enredó con la mía. Aquel momento era perfecto, pura felicidad que ojala pudiera embotellar para algún momento lejano y desolador. Después de que los habitantes de aquel lugar relataran sus típicas leyendas que no se cansaban de escuchar año tras año, que Aqua y Will relataran su propia historia de amor con efectos especiales en los momentos precisos-viento, flores, agua, llamas, hielo-, con pequeño apéndice final sobre los elementos, la familia, la aventura del fuego, la trágica historia de la luz y la oscuridad y lo muy irritante que era el elemento de la naturaleza, decidimos irnos a casa. Entré en nuestra habitación, seguidamente la puerta se cerró a mi espalda, una sonrisa se dibujó en mis comisuras antes de girarme y encontrarme con un depredador letal. El peligroso brillo de los ojos de Christian me hizo ronronear de excitación. Sacó unas esposas de su bolsillo y les dio vueltas en sus manos. Se lanzó hacia mí y giré esquivándolo, decidimos acabar cuerpo a cuerpo el combate de aquella mañana, consiguió atraparme una mano (no me empleé a fondo, algo que por supuesto le hice saber con un tono de alta modestia) y cerró una de las esposas alrededor de mi muñeca izquierda, me empujó sobre la cama y se sentó a horcajadas sobre mí esposándome a la cama. Sin que me diera cuenta se inclinó hacia detrás y esposó mi tobillo derecho a la pata de ésta. Intenté retorcerme aportándole más juego a la excitante situación. Se inclinó sobre mi cuello y me susurró: -Veamos cómo se tercia. –Exploté en llamas, pero las esposas eran inífugas. Me arrancó la ropa de un zarpazo haciéndome gemir. Agarré su cabellera con fuerza con la mano que tenía libre mientras su cuerpo brillaba congelado deshaciéndose de su inútil ropa... -Una noche placentera. –Susurró en mi oreja mientras desataba mis ataduras. Intentaba relajar mi intensa respiración mientras una radiante sonrisa se coló en mi rostro. -Eso desde su punto de vista. -¿Cómo? –Christian me miró encarando una ceja. –Perdona, pero tus alarmantes gemidos son los causantes del insomnio de todos los huéspedes de la casa. Mi semblante se volvió de un tono carmesí que le hizo reír. Me lancé contra él y rodamos por la cama hasta caer al suelo.

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Me desperté entre sus brazos, podía oír los latidos de su corazón, eran tan relajantes, despegué mi mejilla de su pecho y me levanté, él seguía plácidamente dormido, parecía un ángel, o eso creía, ya que nunca había visto uno, pero si existían debían tener un aspecto parecido. Me puse su camisa y salí al balcón a observar el nocturno paisaje. Suspiré mientras la suave brisa removía mi cabello. La incertidumbre ante lo que podía pasar siempre me había parecido excitante, pero cuando entra en juego la vida de tus seres queridos la cosa se transforma en un infierno. Unos brazos me acariciaron los muslos y se posaron en mi cintura, sus labios rozaron mi cuello. -Un chelín por tus pensamientos. -¿Tienes chelines? –Sentí como negaba con su cabeza en mi cuello. -¿Te sirve un dólar? –Asentí con una sonrisa. -Simplemente pensaba en lo que se nos viene encima. -Es normal que estés preocupada, pero yo estaré contigo, y no pienso despegarme de ti. – Le acaricié el pelo. –No voy a prometerte que todo va a salir bien, que no dejaré que te haga daño a ti o ninguno de ellos, porque no puedo, esas cosas son imposibles de predecir, pero sí puedo prometerte que estaré allí contigo, que no estarás sola, es lo único que sé con certeza, que siempre estaré a tu lado. Y como lo que pesan son los hechos te lo demostraré, aunque tú no me dejes. –Sonreí y me giró hacia él, se inclinó, me besó con ternura y me abrazó con cuidado de no tocar mi espalda, inspiré su aroma aprovechando cada milímetro de su piel. –Vamos. –Me cogió de la mano y me guió hasta la cama, yo lo seguí, como sabía que siempre haría, lo seguiría hasta el fin del mundo, aunque en algunos tramos sería yo quien condujera.

Capítulo 56

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El ambiente era tenso, nunca sabes lo que debes sentir en esos momentos, ¿qué se supone que debes decir? ¿Cuáles son las palabras correctas y épicas de ese tipo de momentos que perdurarán para la posteridad? Yo simplemente me sentía como si me hubiera bebido una lata de Cola con zeta-petas. Suspiré mientras acababa de calzarme mi bota derecha, hice el recuento de armas, gemelo, muslo…-me rasqué el mentón pensativa sopesando si añadir alguna más, decidí que ya estaba completa, así que finalmente cogí a Zanire y me la ajusté a la espalda. -Shira, ¿estás lista? –Christian apareció por la puerta de la habitación, estábamos en la mansión de Edward. Apenas pasaban veinticuatro horas desde que habíamos regresado de la montaña, desde que rompimos nuestro paraíso para meternos en una infernal batalla, aunque bien mirado, la batalla comenzó en el momento en el que Electro decidió corromper su alma, pero se hizo personal en cuanto me puso las manos encima. Asentí firmemente a la pregunta de Christian, mis ojos llamearon bombeando determinación por todo mi cuerpo. -Vamos. –Me dispuse a salir por la puerta pero su grave voz me detuvo. -Espera.-respiró profundamente. –Me gustaría darte algo. –Se quitó el anillo que perteneció a su padre, se acercó a mí y pasó las manos por detrás de mi cuello desabrochando el collar de mi madre. Introdujo el anillo en la fina cadena y me lo volvió a acordar debajo de mi larga trenza, hecha específicamente para la batalla. -¿Qué…? –Las palabras no salían de mi boca, me sentía terriblemente anonadada. –No puedo aceptarlo, Chirs… -Negó con la cabeza decidido. -Lo más preciado que tengo en este mundo eres tú, tú y los recuerdos vinculados a ese anillo, prefiero que ambas partes de mí estén juntas, mi felicidad al completo… -Desvié la mirada ante esas palabras, parecía una despedida y no me gustaba el rumbo que el tono de la conversación estaba adoptando, aunque en momentos así era inevitable. – Quiero que me prometas una cosa. –Le miré aun sin poder pronunciar palabra. –Pase lo que pase ahí fuera, necesito que me prometas que no interpondrás tu vida para salvar la mía. –Mi boca se abrió desmesuradamente. -¡Prométemelo! –Agarró mis hombros con urgencia.

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-Sabes que nadie piensa en momentos así, no sabe cómo va a actuar, simplemente lo hace, como un acto reflejo. Pero si te sientes mejor, -suspiré- si, te lo prometo. -Gracias. –Dicho esto descrucé los dedos de mi pie y nos dirigimos a la sala principal, donde tantos bailes se habían celebrado. Aunque ahora, estaba llena de gente, pero no para festejar precisamente. Las fuerzas de Edward estaban reunidas planificando su estrategia de ataque por millonésima vez. Frente a mí estaba mi familia, terriblemente nerviosos, pero sus imponentes envolturas no dejaban mostrarlo a otros seres. Podía ver cómo muchos de los asesinos a sueldo los miraban discretamente. Me acerqué a ellos haciendo acopio de toda la tranquilidad de la que fui capaz. -¿Shira? –Esa voz… -¡James!- Un elegante James apareció en mi camino, nos acercamos y le di un suave abrazo, nos separamos, y pese a que me sonreía ampliamente pude ver la culpa en sus ojos. -¿Cómo estas? -Bien, dando guerra… ¿y tú? -¿No me ves? Radiante.- La broma, lejos de quitarle hierro al asunto, tendió una atmósfera incómoda. –Escucha, déjalo, no fue culpa tuya, no era una niña a la que cuidar, no puedes sentirte mal por la maldad de otros. –Le di un suave apretón en el brazo. -Lo se. –Asintió y esta vez la sonrisa llegó a sus ojos. Fui con mi familia a presentarles a James, Christian comenzó a conversar con él, dejé vagar mi vista por la sala, hasta que una cabellera lisa y corta me llamó la atención. Me acerqué a ese cuerpo fino y grácil. -¿Niki?-La joven se giró y me escrutó con sus marrones ojos. -¿Shira? –Me sonrió, aunque noté cómo observaba mis ojos con extrañeza. Había pasado mucho desde que le salvé de la vara de Heire en el dojo, ambas estábamos cambiadas, su mirada ya no era tan risueña, y su cuerpo ahora era una máquina de matar, sus gestos

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eran fríos y decididos, lejos de aquella agradable chica que me alegraba las mañanas con su buen humor. –Me alegro de verte. -Creí que estarías enfadada. -No, sé que solo pretendiste ayudar, no seguías la filosofía del dojo, eras una extranjera, te comportaste como una buena amiga del exterior. –Rió, y aquello me embriagó por dentro. -Veo que has entrado en la élite de Edward. –Ella asintió con una de sus nuevas sonrisas, me parecía tan curioso lo que podía cambiar la gente en un corto periodo de tiempo, mientras que si no cambiaban las circunstancias podías pasarte largo tiempo igual. Miré por la ventana escuchando de fondo las conversaciones de mi escandalosa familia y James. El cielo estaba nublado, con un intenso y oscuro tono grisáceo. Un trueno se oyó a lo lejos anunciando el preludio de la tormenta. -Es la hora. –Pese a mi bajo tono todos cesaron en sus acciones y me miraron silenciosos, cada uno sabía lo que tenía que hacer, la suerte y el azar esperaba que estuvieran de nuestra parte. Le eché un vistazo al resto de elementos, todos me dedicaron una intensa y significativa mirada junto con algunos apretones en los brazos mientras se iban. Intenté clavar con fuego cada uno de sus rasgos en mi memoria, podía ser la última vez que viera a alguno de ellos, o a todos. Solo quedábamos Christian y yo, le miré e intenté regalarle una sonrisa. Me acarició tiernamente la mejilla. -Pase lo que pase, yo estaré allí contigo. –Sorprendentemente aquellas palabras me reconfortaron terriblemente, pero una parte de mí se retorcía ante la idea de que pudiera pasarle algo, éramos un equipo, con todo lo que ello acarreaba. -Lo sé, no te librarás de mí.-un corto e intenso silencio. - Te quiero Chris. -Te quiero Shira. –Le besé tiernamente saboreando su aroma, intentando como muchas otras veces en los últimos días guardarme cada recuerdo y fragancia. “Es hora de patear culos eléctricos”. Las filas de Edward permanecían alerta frente a la linde del bosque formadas en cuatro extensas líneas. Una brisa hizo mover las hojas de los árboles, todo estaba sumido en un

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siniestro silencio. El cielo, embotado se preparaba para la tormenta, dejando ese aroma eléctrico y húmedo que nos avisaba de lo que caería a continuación. Todos fuimos conscientes de las presencias muertas acercándose, envolturas vacías de vida que aparecían con sus maquiavélicas muecas y torcidas sonrisas. Se lanzaron contra las decenas de asesinos que aguardaban pacientemente el momento preciso a veinte metros. En unos segundos el silencio fue roto por abruptas explosiones que hicieron volar a decenas de ellos, produciendo varias supernovas por los aires, aquellas explosiones similares a fuegos artificiales aportaban una belleza indecente en aquel momento. Christian, a mi lado, observaba la linde del bosque esperando nuestro momento. En cuanto los artilugios de Lluire dejaron de explotar, dirigidos por el gran Maximillum, los asesinos de élite comenzaron a correr hacia aquellos siniestros seres pálidos de ojos profundos pero sin vida. Nosotros seguíamos los dos en medio del jardín de Edward, al lado de la mansión, completamente a la vista, en una amplia extensión de césped, que lejos de ocultarnos nos hacía un blanco fácilmente detectable, pero no iba a esconderme, nunca más. Un rayo abrió el cielo dando el comienzo de la tormenta. Le dediqué una mirada a mi compañero de viaje del que no iba a permitir que nadie me separase y fijé mi vista al frente, donde en unos segundos, un enorme rayo impactó. Electro atravesó el último tramo de bosque, pasó entre la batalla campal que se estaba desarrollando, cualquiera que se hallara en su camino era violentamente lanzado por los aires, indiscriminadamente de parte de que bando estaba. Se acercó a nosotros con su firme paso y nos dedicó una sonrisa torcida. -Me alegro de verte Shira. –Su voz me hizo arder por dentro, mis ojos llamearon sedientos de venganza. –Veo que por fin tengo una pequeña contrincante, ahora eres como yo, un monstruo. –Se regocijó mirando mis ojos exageradamente. En mi mente sonó Supermassive black hole, de Muse. Christian se inclinó desenfundando a Heiless. Le dediqué una sonrisa llena del mas puro veneno a Electro. -Me alegraré cuando te vea explotar en cientos de patéticos pedazos. –Me giré una milésima de segundo hacia Christian éste asintió, nuestras miradas conectaron y dejé a mi esencia fluir libre. -Hora de romper cráneos.

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Me lancé hacia delante y corrí hacia él desenfundando a Zanire, la luz de la luna le arrancó un rojizo brillo a su hoja. Giré en el último segundo sobre mí misma rasgando la piel de su costado con mi katana. Una gota de venganza hizo rugir mi esencia pidiendo más. El fuego me poseyó, Christian saltó y rajó su espalda, Electro se retorció de dolor, nuestras espadas reflejaban nuestras esencias como elongaciones de nuestro cuerpo, afectando no solo de forma física a nuestro contrincante, sino también a su propia esencia. “Solo un elemento puede acabar con otro”. -Por lo visto ahora sí sientes el dolor. –Siseé. Fuimos alternando, uno a cada lado de Electro, saltando y cortando su cuerpo, haciéndolo rugir de rabia y centrándolo en nosotros. Sus vagos intentos por atraparnos eran ridículos y seriamente dudé de que aquel fuera el ser que me había provocado tanto sufrimiento. Su vicio era su perdición, aquel desquiciante sentimiento de querer más y más energía, dejarse llevar por corrientes infinitas de placer que se apoderaban de tu alma. La oscuridad se hizo notoria en el ambiente, mas una luz cegadora apareció a su lado, Edward y Luz caminaron juntos pero separados, con sus semblantes completamente relajados, dándoles el aspecto de dos Dioses. Ambos extendieron las manos con las palmas hacia arriba y sus ojos quedaron en blanco, fui consiente de la acumulación de energía cada vez más intensa que comenzó a rodear e Electro y por lo tanto a Christian y a mí. El viento nos azotó salvaje, Will apareció como un torbellino que en la linde del bosque dejó que sus pies tocaran la movida hierba. Del lago donde en un pasado me sumergí, una enorme ola se formó, al colisionar contra la orilla Aqua apareció, acercándose con su divino semblante lenta pero firmemente. Un fuerte movimiento hizo temblar el suelo, Diana apareció de entre los árboles con el mismo semblante que el resto. Una fuerte hiedra creció del suelo para retorcerse entre las piernas de Electro. La lluvia comenzó a caer con intensidad y el viento nos rodeó dejando el exterior borroso, debíamos salir de allí y unirnos al resto cuanto antes. Electro contrajo su rostro en una mueca furibunda que yo ya conocía, pero aquello no me protegió de lo que ocurrió a continuación. Un rayo impactó sobre nosotros, su onda expansiva nos lanzó a Christian y a mí varios metros en direcciones contrarias. A mí me sacó de aquel huracán, pero no lograba ver si Christian seguía dentro. Quise correr para acercarme, pero al intentar levantarme la corriente eléctrica me paralizó y me hizo retorcer de dolor, si Electro hubiera querido nos podía haber electrocutado desde el principio, pero ¿por qué no lo había hecho? A no ser que esperara a que el resto de

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elementos aparecieran y le trasmitieran sus energías para hacerlo indestructible, pero él no podía ser tan estúpido, sabría que aquello le sobrecargaría… Aunque tampoco se esperaba que nuestras katanas pudieran producirle dolor, a lo mejor aquello le había desquiciado hasta tal punto de perder los estribos y no poder atacarnos, pero por lo visto había conseguido separarnos y recuperar el control. Entre los jirones de viento, agua, luz y oscuridad pude ver cómo Christian se levantaba, y con un grácil movimiento rajaba la cara de Electro, éste rugió de dolor, Christian retrocedió y volvió a cargar contra él, una inconformidad creció en el suelo, una suave cresta propicia para las intenciones de Christian, gracias a Diana; corrió, se apoyó en ella con un pie y se dio impulso, el salto alcanzó una altura increíble, para acabar hundiendo la hoja de Heiless en el pecho de Electro, la espada seguía clavada en su pecho, algo iba mal. El suelo se resquebrajó con una profunda brecha dejando a Electro y Christian aislados en una isla, se oyó un grito de dolor, pero para mi horror no era de Electro, sino de Christian. Christian intentó zafarse de Electro, pero la espada seguía clavada en su pecho y la corriente eléctrica la recorría hasta alcanzar a Christian. Electro, al ver que había caído en una sencilla trampa, se agarró desesperado a lo que pudo, a Christian, podía oír sus fatídicas palabras en mi mente acompañadas por su jocosa sonrisa, “si yo muero me lo llevaré conmigo”. Pero llegados a este punto las fuerzas de la naturaleza no podían cesar, muy a mi pesar todos éramos conscientes de ello. La corriente eléctrica seguía recorriéndome, apreté los dientes con fuerza e intenté levantarme, pero un rayo cayó y me dio de pleno haciéndome aullar de dolor. Mi respiración agitada hacía golpear mi pecho contra la húmeda hierba con fuerza, la lluvia caía sobre mi cuerpo evaporándose ante mi calor. Electro cogió a Christian por el cuello con una mirada desquiciada, pude ver el cuerpo de éste retorciéndose violentamente de una forma antinatural. -¡Chris! –Mi grito desesperado rasgó el aire. Electro me dedicó una espeluznante sonrisa, sabía lo que quería, y como no lo conseguiría se llevaría lo más preciado para mí. Cerré mis manos en dos puños y apoyé mi frente en la hierba, respiré profundamente y comencé a repetir mi mantra como aquella tarde en la que me enfrenté a mis demonios y me sentí el fuego completamente. -Yo soy el fuego, soy el fuego. –Dejé que mi cuerpo se vaciara, me dejé llevar por aquellos recovecos sin gravedad, relajé mis pulsaciones sensoriales por completo, me

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dejé ir, fui arrastrada por las llamas y fijé mi objetivo, simplemente me situé con él, sentí cómo mi cuerpo físico se desvanecía, era el fuego, sin forma, puro, cien por cien natural, sacado de los confines de la tierra, de las profundidades del alma atemporal. Me transforme en una poderosa llama que ardió y quemó todo a su paso hasta llegar a mi destino. Volví a sentir mi cuerpo. Sonreí con todos mis dientes y dejé a mis ojos quemarle las entrañas a Electro con mi mirada. Aparecí frente a él victoriosa, empujé a Christian lejos, sacándolo del peligro fuera de la isla, cruzando peligrosamente todas las esencias, sabía lo que había hecho, ahora ya nadie podría entrar ni salir por sí solo, me había condenado, otra vez más había roto mi promesa, no mantuve mi vida por encima de la suya. Clavé a Zanire en el pecho de Electro y lo cogí por el cuello, acabaríamos juntos con eso. Noté cómo todas las esencias se intensificaron, era consciente de lo doloroso que resultaba aquello para ellos, sabían que me estaban sepultando, que ya no podría salir de allí con vida, pero era lo que debíamos hacer. -¡Shira no! –Su voz, fue lo último que escuché antes de que el huracán nos aislara del exterior por completo. “Te echaré de menos Chris, espero que me perdones”. Grité con furia mientras lanzaba toda mi esencia a través de mi mano hacia Electro, éste abrió los ojos con un súbdito placer, se formaron grietas por su piel dejando ver una enorme energía que me arrasaría en cuanto saliera. El hielo se formó junto a las enredaderas sobre las piernas de Electro sellándolo al suelo. Sonreí hacia mis adentros, sabía lo duro que esto sería para él, Christian. Electro estaría sintiendo el mayor placer de su vida, con aquel inigualable chute de todas las energías entrando en él. Todos dejábamos que nuestras energías alimentaran sus entrañas. Para mi horror los segundos pasaron y pese a que sus grietas se habían dilatado considerablemente no llegaban a despegar su piel por completo, necesitábamos algo, algún tipo de chispa que lo empujara a explotar de una vez. Edward captó mi mirada en un fugaz momento de lucidez, pareció entender lo que ocurría, más bien, parecieron entender. Luz y Edward, en una fracción de segundo que se desenvolvió a cámara lenta se dedicaron una mirada cómplice, los dos se acercaron el uno al otro y pude ver, pese a la luz y oscuridad que chocaron produciendo una fuerte reacción, cómo sus labios llegaron a rozarse.

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La explosión llegó a la espalda de Electro, que pareció absorberla mientras todo su cuerpo se abría mostrándome lo que me vendría a continuación. Un fuerte rugido surcó el cielo, pude reconocerlo como mío, sentí cómo la explosión me lanzaba sin miramientos por los aires, lo último que vi fue la cara de Electro explotar en “cientos de patéticos pedazos”, sonreí feliz, mientras mi alma se separaba de mi cuerpo. Sentí cómo todas aquellas energía me golpeaban, sorprendentemente mi cuerpo la absorbía, algo se formó con toda aquella energía. No noté mi cuerpo impactar contra el suelo, yo ya no estaba ahí. Existen diferentes maneras de morir, yo las representaba con un cero y un cien, entre los cuales se expandía un infinito. En el cero estaban las muertes absurdas por las que nadie querría abandonar este mundo, como las que salían en aquel programa de televisión… ser atropellado por un carrito de golf se encontraba entre ellas, entre el cero y el cien estaban las muertes normales, las que vienen y debes aceptar, y las del cien eran aquellas muertes heroicas, y sinceramente, morir por alguien que se quiere, para mí era la mejor forma de morir, y me iba del mundo sabiendo eso. Estaba en otro plano, un plano en el que vi como dos esencias, el mal y el bien, se entrelazaban por fin ascendiendo hacia el infinito. Un plano donde todo era puro, los sentimientos se expresaban sin palabras, simplemente se sentía y se sabía, se comunicaba con la presencia misma que no era otra que la ausencia del espacio. Mas algo tiró de mi cuando ascendía a mi origen, al lugar donde todo nace, muere y prevalece. Algo insistente tiraba hacia abajo, si hubiera podido sentir un mundano sentimiento sería la rabia. Pero aquello no se rendía y seguía tirando hacia abajo, hacia un voz que oía distorsionada de fondo. Noté la húmeda hierba, ¿hierba? bajo mi ¿cuerpo?, la lluvia caía sobre mí, ¿lluvia? Sentía ¿mi cuerpo? Claro, yo tenía cuerpo, lo que tiraba de mí se quedó ahí, dentro de mí, en ¿mi vientre? Si, tenía vientre, sabía lo que era un vientre… Ahora bien, ¿qué era aquello que crecía en mi vientre? -Shira, por el amor de Dios, despierta… -Unos sollozos aparecieron como un pinchazo en mi mente, reconocía aquella mente como mía, poco a poco volvía a mi ser, Shira. Abrí mis ojos lentamente, el cielo nublado lanzando las gotas de agua sobre mí fue lo primero que vi. Lo segundo fue la criatura más hermosa que jamás me cansaría de mirar. Christian a mi lado imploraba con las lágrimas surcando sus mejillas, sus dos charcas de turbias aguas se abrieron con la más intensa felicidad y se lanzó a abrazarme.

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Me recosté y vi cómo Diana, Aqua y Will me miraban sonrientes de mi despertar, mas la sonrisa no llegaba a sus ojos y yo sabía por qué, faltaban dos componentes de la familia, dos ausencias se hacían notorias. -Shira… -La voz de Christian era terriblemente grave. -Lo sé. –Murmuré, no necesitaba una explicación, sabía por qué Luz y Edward no habían venido a cerciorarse de mi vida. Aunque no lo hubiera visto con mis ojos, los rostros del resto de mi familia lo hubieran delatado. Aqua se abrazó a Will sollozando con la mirada empapada, Will lloraba en silencio hundiendo su rostro en el pelo de su amada. Diana estaba de cuclillas en el suelo con su mano derecha en forma de puño sobre la hierba, su mirada estaba perdida en el suelo mientras las lágrimas se dejaban caer. Lithbez apareció de entre los árboles y apoyó su mano sobre su hombro en un gesto reconfortante, Diana apretó su mano sin cambiar su mirada. En ese momento fui consciente de que ya no estaban, ahora eran felices y eso en medida me alegraba, pero era egoísta y no podía imaginarme, no quería imaginarme, no ver la pureza de Luz y el carisma de Edward, no quería ver una vida sin ellos. Después de tanto tiempo creyendo que estaba seca y no volvería a llorar, las lágrimas se escaparon de mis ojos y las sequé en el hombro de Christian. Me apoyé en la barandilla de su terraza, todos contemplábamos los preciosos jardines de Edward, mirábamos el horizonte, donde poco a poco asomaba la luz despachando la noche, el amanecer llegaba anunciando el inicio de un nuevo día. Observábamos ensimismados el nuevo día, sabiendo que en algún lugar tres nuevos elementos estarían naciendo. Algo se movió dentro de mí, me llevé la mano al vientre sorprendida, y ahí estaba otra vez, esa cosa volvió a moverse, no pude evitar ahogar un grito al notar un golpe que venía de mi interior. Christian me miró con el ceño fruncido, pero no tenía palabras para explicarle, así que cogí su mano y la coloqué sobre mi vientre, ante su helado contacto lo que habitaba dentro de mí pareció revolotear alegremente. La cara de Christian fue todo un poema, abrió los ojos desmesuradamente y su tez ya blanca se volvió más pálida si cabía. Definitivamente los elementos, y menos nosotros, NO ESTABAMOS PREPARADOS PARA SER PADRES.

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Fin

Epílogo

Él parecía nervioso, algo extremadamente inusual en él, la miró para inculcarse valor, ella le sonreía con la más pura determinación de amor. -¿Preparado? –Shira le agarró la mano con fuerza. Christian asintió y abrió la puerta de la que una vez, hace mucho tiempo, fue su hogar. Se quedó parado en el extenso recibidor asimilando aquel olvidado aroma. Sin tocar nada se adentró al salón, fue directo a una mesa, antes de llegar se agachó y suspiró. Shira se sentó a su lado observado cada imperceptible gesto de su tensado cuerpo. Christian estiró el brazo y agarró lo que parecía una mata infantil llena de polvo, la acarició entre sus dedos mientras en su interior algo se removía. -¿Crees que le gustará a Jazzelin?-Su voz tembló un ápice que para cualquiera hubiera pasado desapercibido, para cualquiera menos para ella. Shira le dirigió una tierna mirada. -Si se la regala su “papi” le encantará. –Rió recordando cómo la pequeña babeaba con su héroe. Llegaron a su casa, la que un día fue del difunto magnate Edward Petemberg, la que ahora estaba más viva que nunca con todos los elementos conviviendo felices en ella. Ambos aceleraron el paso al llegar al pie de las escaleras, si bien era la primera vez que se separaban de ella, sabían que aquella pequeña podía ponerlo todo patas arriba por cualquier berrinche, mas lo que les acuciaba a aumentar la rapidez de sus pasos eran sus alocados corazones que deseaban ver aquellos violetas ojos brillar con esa pura felicidad.

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-¡Papi! ¡Mami! –Una pequeña de pelo castaño y tez pálida se abalanzó hacia ellos. -¡Jazzelin no corras!- Su tía Aqua la perseguía por el amplio hall en el que tanto habían pasado todos ellos. Después de una ajetreada tarde, la pequeña dormía en su cuna con su nueva adquisición, Shira y Christian la contemplaban embelesados, la pequeña se movió en la inconsciencia de los sueños destapándose parcialmente. Su padre estiró el brazo y la volvió a tapar. La pequeña se metió la mantita en la boca y comenzó a babosearla. Ambos progenitores no pudieron evitar una pequeña risa de adoración. -Babea mientras duerme tan adorablemente como su madre. –Susurró Christian en el cuello de Shira produciéndole un placentero cosquilleo. Era por la mañana, Shira le tendió el paquete envuelto en papel de tonos fríos a Jazzeling, estaban en la cocina intentando no hacer ruido. -Corre, dáselo a papá. –La niña corrió emocionada por el pasillo hasta llegar a la habitación de sus padres, saltó sobre la cama donde un falsamente dormido Christian aguardaba desde que notó cómo Shira abandonaba la habitación hacía unos minutos a hurtadillas. Christian agarró a la pequeña que no paraba de reír y gritar: -¡Feliz cumpleaños papá! –Shira llegó y saltó también sobre la cama con ambos. Jazzelin le apretó el regalo contra la cara y Christian lo tomó con una sonrisa ante la brusquedad de la pequeña. -¿Qué es? -Ábrelo. –Le ordenó la niña de ojos violeta. Tras el papel se hallaba un álbum lleno de fotos. La primera era una en la que todos los elementos elegantemente vestidos posaban despreocupados, en la siguiente les acompañaba un hombre algo mayor. Las otras eran más íntimas, aparecían Christian y Shira tumbados en la cama, todas aquellas que tomaron aquel placentero día, Shira por la calle, Christian riendo… En las siguientes, una niña de ojos violetas era la protagonista. A Christian le dio un vuelco el corazón siendo consciente de cómo palpaba la felicidad. Miró hacia las dos causantes, las dueñas de todo lo que quería en esa vida. -¿Quién son? –Preguntó la pequeña señalando la primera foto. 335


-Éste era tu tío Edward, y ésta de aquí tu tía Luz, éste era Blade, un buen amigo de la familia. Todos salieron al jardín, Shira observaba desde la ventana de la cocina, Christian cogía a la pequeña en brazos y la lanzaba al aire provocando las risas de la pequeña. Le encantaba ser consciente de cómo se le derretía el corazón cuando estaba con ella. Will y Aqua aparecieron, Will le revolvió el pelo provocando una de las rabietas de la niña, Diana se lanzó contra el malhechor para risas de todos, Jazzelin y ella hacían buen equipo, Lithbez se acercó a contemplar la escena mientras conversaba con Aqua. Salio al jardín con una tarta en la mano, nunca creyó que volvería a comportarse de aquella forma, pero todo sea por ella, para darle la vida más feliz que pueda. Dentro de toda aquella felicidad siempre estaría esa incertidumbre oscureciendo sus esperanzas. Christian y Shira se miraron, veían como la pequeña que debería tener apenas un año aparentaba cinco como poco, cómo crecía a pasos desorbitados, tiñéndoles de preocupación sin saber si el tiempo que disfrutaran de ella sería tan efímero como se planteaba. Si aquella energía sobrehumana que la acuciaba a crecer y desarrollar todo su poder era tan devastadora como parecía, si podrían seguir manteniendo su pequeño secreto, y si así era, ¿cuánto tiempo? Todos saben que la verdad acaba saliendo a la luz, y si algún ser codicioso se enteraba, aquella felicidad parpadeante se extinguiría.

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