Aurelio RodrĂguez Villa
Año 5, no. 6, septiembre de 2015 publicación semestral editada por el Equipo Editorial, Nogales 17, Colonia Lomas de San Antón, Cuernavaca, Morelos. C. P. 62020 teléfono 777.311.4599 www.issuu.com/quinque quinque@razonyraiz.com Responsable: Francisco Javier Villanueva Rodríguez. javerovil@gmail.com Reserva de derechos no. 04-2015-110413340700-203, otorgado por el Instituto Nacional de Derechos de Autor. Responsable de última actualización: Félix Enrique García y Aceves Noviembre de 2015. Equipo Editorial Félix García Yaiza Rodríguez Jave Villanueva Diseño de interiores y portada: Jave Villanueva Fotografía de portada: Óscar Menéndez Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización del Equipo Editorial.
Mientras el planeta tierra avanza serena y silenciosamente a su cita con la nube Oort, esa fosforescencia que guarda todos los cometan al filo del sistema solar y de donde un día saldremos transfigurados, Quinqué vuelve a encender su luz con recursos todavía terrenales, insuflada esta vez por el brío y el arrojo de los Revueltas, aprovechando la ocasión que nos ofrece la celebración del centenario del nacimiento de José Revueltas: 20 de Noviembre de 1914. Supo José Revueltas iluminar la degradación: Caen las cosas, dejan de ser, desaparecen y algo las detiene en su propia sombra, donde quedan, apagadas, vivas nada más por el impulso de permanecer sin ser ya nada… para estudiarla minuciosamente y para encontrar allí, cara a cara, en la descomposición, las leyes que rigen la vida. Supo entonces ser vidente.
Nos acompañan en esta ocasión para tal propósito Armando Velázquez, Guillermo Monroy, Plutarco Brito, Óscar Menéndez, y Óscar Oliva En este número además convocamos a conocidos y nuevos para versar sobre el arte fotográfico, y para abrir esa sección tocamos una balada con letra del poeta Óscar Oliva que nos recuerda que todavía, a un año, nos hacen falta 43 normalistas, acompaña a la música fotografías de Jave sobre las marchas que se dieron en la capital de este país lastimado para hallarlos, se sigue después con la obra de Aurelio Rodríguez Villa, Grace Zavala y Fernanda Quiroz, Bebay González Millán, Miguel (así sin apellidos), Juan Carlos Peña, Elihú Escobar, Sergio Morlán, y Javier Castillo Palafox. Agradecemos a todos su solidaridad. Comencemos el viaje…
Jave Villanueva
J. Revueltas
José Revueltas. 100 años p. 13
Los Revueltas p. 8
Cama 11. Relato autobiográfico p. 29
Revueltas en Cuernavaca p. 21
@QuinqueArte
La poesía de josé revueltas, un ejercicio privado p. 15
QuinqueArt
Fotografía Javier Castillo Palafox p. 156
Sergio Morlán p. 142
Elihú Escobar p. 132
Juan Carlos Peña p. 116
Miguel (así sin apellidos) p. 108
Bebay González Millán p. 96
Grace Zavala y Fernanda Quiroz p. 78
Aurelio Rodríguez Villa p. 56
Balada por los muchachos de Ayotzinapa p. 40
8 La Familia Revueltas, 1921. De pie: Consuelo, la prima Margarita, Silvestre y su primera esposa, Jule, Fermín, Emilia; sentados: Rosaura, doña Romana con Agustín en los brazos, Don José, Cuca; sentados en el piso: Luz, María, José.
Los Revueltas
“En 1899, año en que nació Silvestre, comienza el Ciclo de los Revueltas, es decir, el tiempo de una estirpe que va a proponer y trabajar en distintos ámbitos de la vida cultural de México. El teatro, la pintura, la literatura, la música, el cine… serán las áreas de labor de este linaje de creadores. Esta singular familia acometió por todos los frentes la vida política y cultural del país y contribuyó a transformar a México que, después de cien años de independencia, iba consolidándose, no sin convulsiones dolorosas y estertores, a lo largo del siglo XX.”
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oce fueron los hijos de José Revueltas Gutiérrez y Romana Sánchez Arias: Silvestre, Fermín, Consuelo, Emilia, Rosaura, Refugio, María de la Luz, José, Maximiliano, Maura, Agustín y María. Maura y Maximiliano murieron pronto; Silvestre, Fermín, José y Rosaura ocuparon puestos importantes en distintas disciplinas, pero también Consuelo, Emilia y Agustín, trabajaron en la pintura, la música y la escultura, y elaboraron trabajos de formidable fuerza creativa. Todos tenían gran potencial creador y algunos, como Agustín, por ejemplo, que se negó obstinadamente a dar a conocer sus obras, prefirieron permanecer en la sombra. Se trataba pues de una familia inusual. Todos trabajaron arduamente por lo que permanece en la ronda de las generaciones: el arte y el pensamiento. Eso es lo que perdura. Eso es lo que continúa alimentando a las personas y les da una idea de algo mejor. La mayoría de los Revueltas nacieron en Durango descendientes de mineros y afinadores de metales ―un antiguo oficio que tenía que ver con la oscuridad, el silencio y las entrañas de la tierra, con los magos y alquimistas de tiempos remotos, y con los sueños que hombres como Cristóbal Bernal y Juan Mateo Manje, acompañantes de aquel legendario padre Kino1, soñaron hacia 1697 cuando encontraron en esa región agreste y silenciosa a un indio pintado de color muy encarnado que parecía bermellón o almagre finísimo y que hizo pensar a Manje, 1 Francisco Eusebio Kino, misionero jesuita austriaco nacido en 1644. Llegó a América en 1681 y fundó la red de misiones de Sonora, Sinaloa y Arizona. Introdujo la ganadería e impulsó el cambio de los hábitos nómadas y recolectores de los indígenas del norte de México. Compiló vocabularios del guaycura, el nebe y el cochimí. Murió en 1711.
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que algo sabía del asunto, que allí había mercurio, un metal raro y necesario para el beneficio de la plata― y de mujeres recias y arrebatadas. Pero no eran los dueños de las minas ni pudieron beneficiarse con ese extraño obsequio de la tierra, al contrario, sufrieron las terribles consecuencias de esa vida en las sombras, la humedad y el aire viciado. Don Fermín Sánchez, por ejemplo, padre de Romana y abuelo de los Revueltas, que murió de silicosis a una edad prematura, vivió en Canatlán, Durango, y era un minero de socavón que cuando salía a la superficie iba directo a la cantina a echarse unos tragos para entrar en calor y para consentir ese estado de conciencia que la abuela Edelmira Arias, su esposa, definía tan admirablemente cuando don Fermín llegaba a casa y ella decía que venía “alumbrado”. También Silvestre, Fermín y José pasaron “alumbrados” por la vida, tratando de encontrar, en medio de sus tormentos, que fueron excesivos y feraces, una salida conquistadora y digna que diera sentido y orden al mundo. A la mayoría de los Revueltas les tocó el lapso en que surge, en el norte del país, la Revolución Mexicana. Francisco I Madero había nacido el 30 de octubre de 1873 en Parras de la Fuente, Coahuila, y a principios de 1910, a los 37 años, se manifiesta abiertamente contra Díaz con la propaganda electoral que luego se concretará con el Plan de San Luis promulgado el 5 de octubre de 1910. Cae el General Porfirio Díaz y Madero ocupa la presidencia hasta el 22 de Febrero de 1913, día en que es asesinado junto con José María Pino Suárez como resultado del golpe de estado organizado por Victoriano Huerta. ¿De dónde sacaron los Revueltas su enorme capacidad creadora? ¿Cómo pudieron desarrollarse? Y ¿por qué llegaron a tener, en distintas disciplinas, tanta importancia? Es indudable que heredaron la sensibilidad y el temple que tenían sus padres y sus abuelos. Doña Romana Sánchez Arias escribía poemas en pedacitos de papel de estraza o en servilletas de papel. Pero la formación de los Revueltas se debe al interés del padre, don José Re-
vueltas Gutiérrez, de educar a sus hijos, desde muy pequeños ―cuando cumplían cinco años, todos aprendían a tocar el piano―, hasta llegar a alcanzar los más altos niveles de formación académica y el aprendizaje de una segunda y tercera lengua. Siguiendo estos criterios, don José envió a Silvestre y a Fermín a estudiar a los Estados Unidos cuando apenas contaban con 16 y 15 años, y Consuelo, Emilia y Rosaura estudiaron en el Colegio Alemán de la ciudad de México. No cabe duda pues que este matrimonio de clase media antepuso todo su potencial económico al servicio de la educación de sus hijos. Sin este apoyo es imposible pensar en el asombroso desarrollo cultural de los Revueltas. Silvestre nació el último día del siglo XIX, el 31 de diciembre de 1899 en Santiago Papasquiaro, Durango. Con un poco menos de diez años de actividad creativa, nos legó obras musicales que fueron valoradas muchos años después, como suele acontecerles a los visionarios y adelantados. Silvestre Revueltas es sin duda uno de los más grandes compositores del siglo XX. Su música tiene un inconfundible sabor mexicano. Aunque rara vez utilizó melodías populares, valoró la música que conoció perfectamente en sus andanzas por ferias y cantinas. Dotado de un talento precoz, tuvo su primer violín a los 7 años, luego su padre lo mandó al Conservatorio Nacional de Música y allí estudió violín con José Rocabruna. Sus primeros trabajos de composición datan de 1915 y su primer recital de 1911. Para 1913 ya era alumno de composición de Rafael J. Tello, uno de los más importantes maestros de entonces en la ciudad de México. En 1917 viajó a Estados Unidos y se graduó dos años más tarde en el Chicago Musical College con las especialidades de violín, armonía y composición. Regresó en 1920, pero desde entonces hasta el final de esa década alternó su residencia entre México y los Estados Unidos. Trabajó con Carlos Chávez en conciertos y recitales. En Estados Unidos se ganaba el sustento trabajando en diversas orquestas para teatro y cine ―cuando todavía
no existía el cine sonoro, las funciones se daban con la musicalización en vivo a cargo de un pianista o de un conjunto instrumental―. A finales de 1928 recibió una invitación de Chávez, quien acababa de asumir la dirección del Conservatorio Nacional de Música, para tomar la cátedra de violín y dirigir la orquesta de alumnos en la misma institución. En 1929 se estableció en México de manera definitiva. Tocó como solista con la Orquesta Sinfónica de México y después fue invitado, ocasionalmente, a dirigirla. En 1933 fue nombrado director del Conservatorio, pero siempre tuvo que sobrellevar una mala situación económica, porque los sueldos no eran buenos. En 1937 participó en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura en España como miembro de la delegación de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR). En esta Liga también figuraban Carlos Pellicer, Eduardo Hernández Moncada y José Pomar. Para 1937, Revueltas viaja a España en plena Guerra Civil y dirige a la Orquesta Sinfónica de Valencia y la Filarmónica y Sinfónica de Madrid, presentándose en distintas ciudades como defensor de la causa republicana. A su regreso a México compone la tocata orquestal Sensemayá (basado en el poema de Nicolas Guillén), la obra mexicana de concierto más analizada, grabada y tocada en el mundo. Internado en un sanatorio por crisis alcohólicas en el año de 1939, Revueltas logra salir de tal condición y prueba suerte en la composición fílmica, llegando a trabajar incluso con Mario Moreno Cantinflas. De este periodo data su obra La noche de los mayas. Estuvo varias veces en un hospital psiquiátrico para rehabilitarse de su alcoholismo y ahí escribió su conmovedor Diario del sanatorio. Silvestre murió en la madrugada del 5 de octubre de 1940, a causa de una bronconeumonía. En su funeral, Pablo Neruda leyó un poema titulado: A Silvestre Revueltas, de México, en su muerte (Oratorio menor), en él decía: “¿Por qué haz derramado la vida? ¿Por qué haz vertido en cada copa tu sangre? ¿Por qué
has buscado como un ángel ciego, golpeándose contra las puertas obscuras?” Silvestre Revueltas ha sido catalogado como un compositor nacionalista. Eso es correcto para la mayoría de sus obras, pero a veces se ignora que también fue un compositor de vanguardia. Además de su relación espontánea y profunda con la música tradicional mexicana, Silvestre estaba al tanto de las nuevas posibilidades que se abrían a la composición de la música culta occidental. “Yo sueño, escribió Silvestre, con una música para cuya transcripción no existen caracteres gráficos, pues los conocidos no alcanzan a decirla, a escribirla. Sueño con una música que es color, escultura y movimiento”. Su hermana Rosaura Revueltas adquiere los derechos de sus manuscritos y emprende la tarea de publicarlos y difundirlos. Posterior a la publicación de su obra, se generó cierto rechazo y no es sino hasta 1998 que aparece la primera publicación del catálogo completo de las obras de Silvestre. Fermín nació en Santiago Papasquiaro, Durango, el 7 de julio de 1901. Fue uno de los precursores de la pintura mural mexicana y fundador de la Escuela de Pintura al Aire Libre de Milpa Alta. De 1913 a 1919 estudió pintura en el Instituto de Arte de Chicago en los Estados Unidos, de donde regresó en 1920, a los 19 años, lleno de fervor artístico, social y revolucionario. Pintó al lado de José Clemente Orozco, Diego Rivera, Jean Charlot y Ramón Alva de la Canal en la Escuela Nacional Preparatoria, el Colegio de San Pedro y San Pablo y la Secretaría de Educación Pública. Fue uno de los cinco jóvenes seleccionados por José Vasconcelos para pintar los muros de la Escuela Nacional Preparatoria (hoy Museo de San Ildefonso) en donde Fermín elabora su primer mural: Alegoría de la Virgen de Guadalupe. Fue director de la Escuela de Pintura de Villa Madero y fue maestro de pintura de las Misiones Culturales, un proyecto de instituciones educativas móviles. En 1923 fundó la Escuela al Aire Libre de Milpa Alta
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en el vestiquero de Echécatl, en donde impartió clases. Pintó los murales de la Sala de Conferencias Agrícolas de Cuernavaca, Morelos (ahora destruidos), los cuadros relativos a la vida de Morelos en el Palacio de Gobierno de Morelia, Michoacán, los de la biblioteca de la Casa Eréndira de Pátzcuaro, Michoacán, la restauración de las pinturas de la Catedral de Villahermosa, Tabasco. La construcción y decoración del Teatro al Aire Libre de Calquini y Macuspana. Hacia 1933, hizo los vitrales del Centro Escolar Revolución, que se encuentra en la esquina de la avenida Arcos de Belén y Niños Héroes, de la ciudad de México; así como los vitrales del Hospital de los Ferrocarriles en la misma ciudad. Pintó los murales del periódico El Nacional. Presentó una exposición patrocinada por el Instituto Nacional de Bellas Artes, donde destacó el cuadro, La Indianilla. Participó en las exposiciones de Pintores de América que se efectuó en París, donde fue premiado el óleo, La Casa de mi Tío. Falleció a la edad de 34 años, el 9 de septiembre de 1935, en la ciudad de México. Rosaura nació en Ciudad Lerdo, Durango, en 1920. Posterior a su matrimonio con el ciudadano alemán Frederick Bodenstedt, Rosaura incursionó en la danza debutando en Carmen en Bellas Artes. Del mismo modo, participaba en la compañía de Arte Folklórico Baile Español de María Antinea y en diversas coreografías de Waldeen von Falkenstein (a quien se le atribuye la creación de la primera gran escuela de danza mexicana, donde estuvo también Amalia Hernández).Trabajó como actriz en varias películas como Islas Marías (1950), Muchachas de uniforme (1950), El rebozo de Soledad (1952), Morir para vivir (1954), La fuerza de los humildes (1954) y La sal de la tierra (1955), filme estadunidense inspirado en un movimiento obrero en 1951 en Nuevo México en donde obreros de origen mexicano se mantienen en huelga al recibir sueldos inferiores a los obreros de origen anglosajón. En el marco de la Guerra Fría, la película pasó a formar parte de la lista negra de Hollywood al igual que
el elenco al ser considerados por Howard Hughes como comunistas. Esta demanda supuso una pausa al rodaje de la película y el encarcelamiento de varios miembros del elenco, incluida Rosaura, sin embargo, el filme es terminado y da la vuelta al mundo. Pero esto provocaría que Rosaura fuera vetada en México y no tuviera trabajo sino hasta 1976 con papeles menores. Con la presentación del filme en la República Democrática Alemana en 1957, Rosaura es invitada a integrarse a la compañía Berliner Ensemble de Bertolt Brecht. En 1960 es invitada a Cuba como maestra de actuación, siendo una de las principales defensoras del régimen revolucionario tras la invasión de Playa Girón. En 1980 publicó Los Revueltas2, una semblanza biográfica de sus padres y hermanos. En 1986 fue invitada como jurado al festival cinematográfico de Berlín y en junio de 1988 al de Barcelona, donde se rindió homenaje a las víctimas de la política macartista, que condenó obras de tendencia revolucionaria o liberal. En 1950, Efraín Huerta escribió en la revista México Cinema: El Indio Fernández, concesionario exclusivo de la intuición, adivino profesional, lector del pasado, presente y futuro del cine, este terrible, este primitivo, moderno y contemporáneo martillador de las imágenes ha superado todos sus anteriores descubrimientos. Ahora, más que descubrir, revela. Nos revela a una nueva figura. Nos hace el honor de colocarnos enfrente de una nueva estrella, de una mujer cuya estirpe y estilo, son el estilo y estirpe del arte; de la pintura, de la música, de la literatura, de la danza, del teatro… Su nombre tiene fuego, gracia y elegancia de tierra labrantía: Rosaura Revueltas3.
Murió en Cuernavaca, Morelos, el 31 de abril de 1996 de cáncer pulmonar. 2 Revueltas, Rosaura. Los Revueltas, México: Editorial Grijalbo, 1980. 3 Efraín Huerta, revista México Cinema, citado en Rosaura Revueltas, Los Revueltas, México: Editorial Grijalbo, 1980, pp. 212-213.
José satleuveR 100 años Que éste sea pues nuestro pequeño homenaje
“El 13 de mayo de 1971, salió de su última prisión, el Palacio Negro de Lecumberri donde había sido recluido acusado de ser autor intelectual del movimiento estudiantil de 1968. Salió enfermo y tembloroso, pero decantado. Había revisado todo, especialmente había revisado su concepto de Dios y no buscaba ya la salvación ni la felicidad, sino el conocimiento. Había revisado la sociedad y había entendido que solo el sentido de la comunidad puede hacernos pasar al siguiente escalón; y había revisado México, ¡ah!, ese México oscuro, laberíntico, lleno de magia, pero impenetrable.”
13 El Apando 1970 Foto: Óscar Menéndez
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osé Revueltas nació en Durango, Durango, el 20 de Noviembre de 1914, hizo sus primeros estudios en el Colegio Alemán y en 1929, con tan solo 15 años de edad, es acusado de rebelión, sedición y motín por su participación en un mitin en el Zócalo de la Ciudad de México y es internado en el reformatorio de Tlalpan. Cuando tenía veinte años es enviado a las Islas Marías, acusado de conducta subversiva. A partir de esa experiencia escribirá luego Los muros de agua. De esta novela el propio José dijo que fue escrita en 1940 y publicada al año siguiente gracias a una suscripción familiar con la que se pudo hacer frente a los gastos de impresión. Terminé de escribir la novela, la madrugada del 3 de octubre. Puedo precisar con tanta exactitud la fecha en virtud de una circunstancia estrujante y dolorosa: esa misma mañana vino a mi casa la esposa de mi hermano Silvestre para pedirme que fuera a verlo en atención a que estaba muy grave. A la madrugada siguiente Silvestre moría; yo contaba, al terminar de escribir el libro, con acudir inmediatamente a leérselo, pues él era un juez implacable y magnífico. Esto ya no fue posible; en medio de la fiebre Silvestre apenas me reconocía y ya no me separé de su lado hasta que fue necesario acudir a la agencia funeraria para adquirir el féretro. Lo recuerdo con un dolor vivo y una angustia que no me abandona cada vez. No pensé más en Los muros de agua y no sometí este libro a la lectura de nadie hasta que, por insistencia de Rosaura y de mi primera esposa, la novela fue publicada el 10 de mayo de 19411.
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Por El luto humano recibió el Premio Nacional de Literatura; años más tarde, publicará Dios en la tierra, su primer 1 Revueltas, José. Obra literaria, tomo I, México: Empresas Editoriales, S. A., 1967, p. 17.
volumen de cuentos. Recibió el premio Javier Villaurrutia en 1967. Su otra gran pasión fue el cine, ocupó mucho de su tiempo como argumentista cinematográfico. Su actividad en el campo del cine fue tan intensa como su práctica literaria pues se realizaron 26 adaptaciones cinematográficas y otras 30 no llegaron a filmarse. En la actualidad existen tres guiones publicados de Revueltas, El Apando, Zapata, Tierra y Libertad. El Cuadrante de la soledad es una de sus obras que fue llevada al teatro y que resultó un éxito, llegando a las cien representaciones hasta que Revueltas decidió retirarla por la presión de sus camaradas comunistas. En esas representaciones actuaron su hermana Rosaura, Silvia Pinal y Prudencia Grifell, con escenografía de Diego Rivera. A principios de 1961 abandona el Partido Comunista y funda, con otros marxistas, la Liga Leninista Espartaco, de la que sale expulsado poco después. Perseguido por la inherente característica de ser una conciencia histórica y social, José camina solo como en el filo de una navaja, y termina expulsado por los comunistas de todas sus organizaciones, aun de la que él fundó; abominado por los reaccionarios que lo tachan de rojo peligroso y delirante, con problemas incesantes con la oligarquía en el poder, y despreciado por los intelectuales que le reprochan su heterodoxia. Su obra tiene influencias de Faulkner, Malraux y Sartre. De manera casi obsesiva habla de la soledad, la frustración, la desesperanza, el pesimismo, la amargura y la muerte, creando un retrato desgarrador de la angustia y el sufrimiento humano. Sus obras continúan influenciando a aquellos autores que buscan establecer un compromiso social a través de la literatura. Murió el 14 de abril de 1976 en la Ciudad de México. El epitafio de su tumba dice: “Gris es toda teoría. Verde es el árbol de oro de la vida”.
LA POESÍA DE JOSÉ REVUELTAS, UN EJERCICIO PRIVADO Óscar Oliva
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ndrea Revueltas y Philippe Cheron, en el libro Las cenizas, Tomo 11, Obras Completas, Ediciones Era, anotaron que el poema "Soy un sueño..." se transcribió de una copia del original mecanografiado, escrito con grandes dificultades por Revueltas debido a su estado de salud. Fue corregido por su esposa Ema Barrón, quien anotó la fecha: 1972. Dice el poema:
Soy un sueño soñado por mí es decir, un sueño vigilante e insomne. Soy un sueño de los sueños desdoblado en ti de quien no sé la forma ni el vago contenido que te hace. Sueño definitivamente: la mano en la garganta, el asesino próximo tu mano que avanza, me mata y me liberta. No quiero estar tan cerca, no. Sólo en tus manos. Derribándome siempre. Sin vientos. Sin fronteras. Un poco sin ti.
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Un poema de amor a Ema dentro de un sueño, despojado de tantas libertades metafóricas de otros poemas de Revueltas, conteniendo la furia de las palabras, dejando nada más lo esencial, la palabra sonora y las frases exactas. En ese sueño, he visto la noche.
José Revueltas murió el 14 de abril de 1976, en la ciudad de México. Los estudiantes decidieron llevarlo, para homenajearlo, al auditorio Che Guevara, en Ciudad Universitaria. En un instante la calle de Félix Cuevas, y la funeraria Gayoso, quedaron vacías. Y por la noche, miles de días. Tormentas eléctricas. El "Primero sueño" de Sor Juana, el potencial intelectual del ser humano en una maravillosa mujer, lo mismo que en Cicerón y Séneca, y Atanasio Kircher, nos decía Revueltas, y en voz alta el poema como una máquina de música en movimiento perpetuo, las aves nocturnas en busca del conocimiento del mundo, el sueño como el viaje de un cometa, y leíamos hasta que el león y el águila aparecían junto al árbol que José llamaba Hamlet. ¿Podré descender de la nave y dirigirme a la superficie del cometa, para fijarme en él clavando unos arpones? ¿Podré acompañar al cometa en su viaje al sol? ¿Cuántos viajes hizo Revueltas? En un poema que ha de datar de los años cuarenta, dice al final: Nadie me lo ha dicho: pero he de estar muy lejos de la tierra, sumergido en un estanque tan hondo que mi voz ya no se oye.
Gerardo de la Torre y yo, recogíamos las flores que habían quedado esparcidas. Y hojas en forma de arpones. Militares vestidos de civiles, con lentes oscuros, entraron al vestíbulo de la funeraria. Se pusieron unos frente a otros, y entre ellos caminó un hombre ágil y vigoroso, suéter blanco perla de cuello de tortuga, saco azul
oscuro, parches en los codos, se dirigió hacia Gerardo y a mí, todo muy rápido; advertí que lo envolvió una rabia repentina. Era José López Portillo, que estaba en campaña, como candidato del PRI a la presidencia de la República. Tal vez no esperaba encontrarse con testigos de su intento. De su tardanza calculada. Blancuras laceradas, dijo César Vallejo. Flores y hojas laceradas. He visto altas noches, algunas imposibles de retenerlas en la memoria. Y también en las bajas noches leíamos. Me despierto, siguiendo la secuencia de otros nacimientos. Otros nacimientos que serán un descensus ad infernos, una fuerza individual donde irrumpe también la historia colectiva. Esa fuerza es la poesía, dijo Revueltas. No hay porqué retenerlas. Son otra medida del desorden. Fragmentos de aerolitos en la Zona del Silencio. Tortugas sin caparazones. Microorganismos. Nopales violáceos. Los mecanismos de resistencia podrían ser los mismos en cualquier parte del espacio lacerado. Volvíamos a Sor Juana. Luego, en el día, tomaba su lugar Rubén Darío. Rubén y Eratóstenes. Año 240 antes de Cristo. Al mediodía del solsticio de verano. El bibliotecario de Alejandría observa fascinado cómo una vara clavada en la tierra proyecta una larga sombra. Acaba de descubrir que la tierra es redonda y que es azul. A José la poesía de Darío le daba mucha tristeza. Un lejano ruido. El galope de los centauros. Esa observación le hacía ponerse de pie. Por algo incendiaron la Biblioteca. Decía que lo peor de la historia todavía no había pasado. Aquí estoy, intacto. Stalin y Hitler.
Quemaron libros, asesinaron a escritores. En Cuba, hay que crear un movimiento cultural que se llame "Porque no se suicide Maiakovski". Decía José. Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche. Le gustaba este verso de Martí. También le gustaba pensar en una película sobre Martí. Donde Cuba y la noche serían personajes muy importantes. Y ese verso el comienzo de la película. Luego se ponía a tararear canciones que le había escuchado a su abuelo, que olía a madera de santo de la iglesia de su pueblo. Y volvíamos a la noche, a la del alma. A la ventanuca de la cárcel de San Juan de la Cruz. Poesía muy íntima. La manera más ágil para ponerse de pie. Un arte para seguir intacto. Para desarrollar una libre energía. ¿Cuál cometa? Tormentas eléctricas. ¿Qué he visto? La Torre de Hölderlin, a orillas del Neckar. El joven Marx subía por las escaleras de esa Torre. Peter Weiss. Treinta y un poemas se han encontrado y publicado de José Revueltas. No dudo que sean los únicos que él escribió. Era un escritor muy riguroso, que hasta en las cárceles y en la clandestinidad trabajaba incansablemente, corrigiendo exhaustivamente todo. No todos sus escritos poéticos han de haber pasado esas exigencias. Como Li-Bo, se los regalaba a sus amigos. Islas Marías, octubre de 1934. A la edad de 20 años escribió el poema "Nuestra manzana del padre Adán", donde estaba preso por segunda vez. Además de los autores, personajes, libros que aparecen en el poema, se siente la presencia de los poetas del modernismo, de Ramón López Velarde, y del movimiento estridentista. Era amigo
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de Arqueles Vela, de Germán List Arzubide, de Manuel Maples Arce, como lo eran Fermín y Silvestre. Fermín había militado en ese movimiento. Al final del poema, dice: ocho pe eme en el cinematógrafo despertaremos a la urbanidad y cortesía o en el escaparate de un fotógrafo.
En el libro "Las cenizas", hay 3 poemas fechados en 1937: "Discurso de un joven frente al cielo", "Redención de la ausencia (intento de soneto)," y "Nocturno de la noche". En uno de los versos del primer poema nombrado, dice: y las palomas que se nos nievan en el hueco de las manos. Con Pablo Neruda, con "Residencia en la tierra", (19251935) está entrando el joven Revueltas a la Torre con mantos negros donde toda la lógica aristotélica nada tiene que ver, donde las palabras, unas tras otras, adquieren nuevos significados. Y la alienación humana y la realidad de todos los días, inhumana, van levantando escaleras en cada una de las manifestaciones poéticas de Revueltas. Otra medida del desorden. Dice casi al final de "Nocturno de la noche":
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Es preciso, es preciso, es preciso que se caigan los muros, que cesen los venablos de angustia que nos han atravesado, que quede nada más un grito clamando, herido eternamente, y una sobrehumana colérica voluntad como ramas de un árbol furioso para golpear hasta el polvo y el aniquilamiento.
Los poemas de José son piezas de un solo rostro en el corpus total de su obra narrativa y ensayística. Son, di-
gamos, lo primordial, en el sentido genésico. Sí, eran un ejercicio intenso, sin duda para tender algunos puentes entre sus cuentos y novelas. Tal vez José no tuvo plena conciencia de esto que estoy aventurando a decir, alguna vez me dijo que consideraba a sus poemas como parte de un juego que de pronto lo despertaba para otras tormentas. Escuchemos esta parte de "Canto irrevocable": Que tengo un par de rotos ojos vivos, mirando, aún no calcinados, y unos brazos largos, inmensos, eternos como piedras, como piedras duras y varoniles y tristes. Que con esos ojos abiertos y sufriendo sé ver nuestra tierra por la sal blanqueada, blanqueada por la amarga leche de los senos, cómo se apaga con los huesos. Y cómo baja y se seca de ceniza la sed, y se pudren las manos, y se curva el silencio.
Y al final de este "Canto irrevocable", dice algo que se vislumbra esperanzador: Hay que hacer un gran río del mundo, juntar nuestros pulsos hasta hacer un gran cielo. Un cielo del que llovamos redivivos, nuevos, virtuosamente limpios y dispuestos.
José ansiaba que nosotros llovamos, que en el impulso de llover caigamos de agua y despiertos. En mayo de 1942, publicó el poema "La cosecha". En la nota correspondiente que acompaña a este poema, de Andrea y Philippe, se lee que la madre del autor había fallecido en agosto de 1939. Es un poema dedicado a su madre. Al final dice, y parece que hubiera escrito tantos años atrás, su propio epitafio: Levanta tu enorme rostro gigantesco donde ha penetrado el mármol y crecen las flores.
Abre los huesos de tus ojos donde cada ocho días penetra el agua del jardinero. Estamos aquí compareciendo ante la luz. Ya tus lágrimas triunfan. En la noche del 13 de junio de 1973, le llevé al departamento donde vivía con su esposa Ema Barrón, en Insurgentes Sur, frente al cine Manacar, mi libro "Estado de sitio", recién publicado. Quedamos que al otro día pasaría por él para ir a comer juntos. Cuando llegué me abrazó y me dijo que había visto la noche, magnífica como siempre. Y me entregó el poema "Leyendo a Óscar Oliva", de su puño y letra, escrito con aquella pluma fuente de punto grueso, y con letra de molde. Quiero hacer notar esto, porque es importante para mí que al final del nombre del poema de José, entre paréntesis, tiene un asterisco que remite al título de mi libro, que lo puso al final de su poema, lo vuelvo a escribir, "Estado de sitio". La nota de Andrea y Philippe, no consignan este dato. Arriba de esta llamada el nombre José Revueltas, y al lado de su nombre Junio 14 - 1973, México. Lo escribió ya en la madrugada. Leyó mi libro de un tirón. El poema dice: De la muerte, no. Sálvenme de la vida Sálvenme de mis ojos Ya invadidos de gusanos. De la herrumbre de mis huesos Y del alma. Atrás doctores, hechiceros, sacerdotes, Oradores, ideologías en acecho. De morir, no. Sálvenme de la vida eterna, De las cosas que toco y miro, Sálvenme del amor y de mis Padres muertos, Sálvenme de este no-ser
En perpetua agonía. Cuando llegamos al Che Guevara, Gerardo de la Torre y yo, Juan de la Cabada estaba terminando su discurso. "Tú eres un vaso de la vida que es dialéctica y que es muerte", recordé a José Revueltas.
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REVUELTAS EN CUERNAVACA Armando Velázquez*
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Revueltas en Lecumberri, 1970
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orría el año de 1967 cuando crucé el zócalo de Cuernavaca caminando a toda prisa, calculando que difícilmente llegaría a tiempo para la primera clase en la Escuela de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México. Pasaban de las tres de la tarde y en mi mente cintilaba la estación México Zacatepec y el profesor Zahar Vergara con Jung y sus arquetipos. Me apresuraba a volar sobre la calle de Galeana cuando escuché que alguien gritaba mi nombre; volteé y vi en una de las mesas del Villa Roma al maestro Guillermo Monroy1 sentado con otra persona, fui a saludarlo de prisa y me presentó a su compañero de mesa: ―Tengo el honor de presentarte al maestro José Revueltas ―dijo poniéndose de pie. Asombrado, extendí la mano al hombre de grandes anteojos mientras pensaba que era el primer escritor al que conocía personalmente. El hombre de lentes de gruesa armadura sonrió, me invitó a acompañarlos y sin pensarlo mucho me senté junto a ellos y me olvidé de la Universidad. Ambos tomaban vodka acompañado y pedí lo mismo. Me sentía cohibido y mientras tomaba mi vodka trataba de recordar pasajes de Los errores, la última novela de Revueltas que acababa de leer. Hablé del libro como algo insólito en la literatura mexicana, y de veras lo creía, ya que no conocía otra novela que hubiese analizado así los claroscuros del comunismo mexicano. Hablé también del recorrido del enano por las cañerías de la Ciudad de 1 Guillermo Monroy, nació en Michoacán en 1925. Estudió en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, formó parte del grupo de asistentes y discípulos de Frida Khalo, “Los Fridos”. Formó parte del Taller de Gráfica Popular y fue profesor del Instituto Regional de Bellas Artes en Cuernavaca. Activista y defensor de los derechos civiles.
México, un pasaje de Los errores que me había impactado. Luego le pregunté sobre lo que para mí era el tema de su libro: la política en la izquierda mexicana. Revueltas sonrió con cierta amargura y volvió a su vodka; parecía saborear la bebida antes de contestar. Recordó entonces la purga a que fue sometido después de la publicación de Los días terrenales, su novela sobre los comunistas mexicanos. Contó que antes había publicado El luto humano, mi primera novela que estaba cargada de contenido ideológico y político, pero como tuvo cierto éxito y gané el premio Nacional de Literatura, los del Partido me perdonaron y pude seguir escribiendo. El período entre los años 40 y principio de los 60 era casi desconocido para mí, así que pregunté por él. Después de volver a su vodka, Revueltas dijo que la novela criticaba ciertas teorías y prácticas del movimiento comunista en general y del comunismo mexicano en particular. Habló largamente de cómo transformó una obra de ficción en un ensayo político, sociológico y psicológico que critica ciertas teorías y prácticas muy nuestras. Luego sonrió con cierta tristeza al recordar los ataques de Lombardo Toledano y Ramírez y Ramírez, quienes se refirieron despectivamente a Los días terrenales y calificaron el libro como una muestra de trotskismo y existencialismo, Revueltas hizo las señas de las comillas. Lo que más le dolió ―dijo― fue cuando Neruda en 1950 lo acusó de caer en una especie de misticismo que conduce a la nada y a la muerte. Ese mismo año decidió retirar el libro de circulación y hacer una especie de mea culpa en los periódicos de la época, un ejemplo típico de intolerancia, pensé. Revueltas volvió al vaso con vodka, le dio un largo trago y siguió hablando. Dijo que después de 1944 se retiró de todo lo que le recordara Los días terrenales y se dedicó al autoanálisis. Fue peor porque se volvió antiestalinista y antidogmático, y se echó a reír como un niño. Veía a Revueltas pedir otros vodkas mientras trataba de imaginar su permanente lucha interior y su sonrisa a flor de piel. Esa tarde llevaba un libro de Paz, creo que era Posdata y
lo puse sobre la mesa. Revueltas lo tomó inmediatamente, se puso a hojearlo, se detuvo un par de veces a leer unas páginas y exclamó: ―Octavio es muy inteligente, lo quiero mucho, aunque no siempre estamos de acuerdo. Luego leyó en voz alta un fragmento del libro y habló, en un monólogo brillante, sobre la diferencia entre revuelta y revolución. También contó anécdotas que había vivido en Cuernavaca y España, al lado de Octavio Paz y su esposa en ese tiempo, Elena Garro. Habló de cómo esa experiencia esencial que fue la República Española lo había influido en su vida posterior. Después platicó cómo había fundado la Liga Espartaco y cómo lo habían expulsado de ella los mismos a los que invitó a formarla ―y rió con esa sonrisa tan suya, parecía un niño haciendo travesuras. Era una delicia oírlo platicar. Más tarde (perdí la cuenta sobre los vodkas que llevába-
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Catedral Poniente - Alejandro Aranda
mos) preguntó sobre los libros que me gustaban y le hablé de Julio Cortázar. Contestó que Rayuela era una gran novela, analizó su estructura y expresó admiración por su autor, “un arquitecto que ha construido un libro que es también un juguete mágico”. Habló después de la muerte de Rocamadour, el hijo de la Maga, y dijo que la narración de la muerte del bebé era una de las mejores páginas que se habían escrito en la novela moderna en español. Monroy pidió la cuenta y nos fuimos a seguirla al Cuernavaca, ya que parecía conocer muy bien al dueño. En el camino encontramos a Plutarco Brito2, quien rápidamente se unió al grupo y así llegamos al restaurante. Monroy se ufanaba en presentar a todo mundo a José Revueltas y se entretuvo un rato en el mostrador mientras Plutarco y yo íbamos a sentarnos en las sillas que dan a No Reelección y pedíamos cerveza. Más tarde, llegó el Chaquiris y después la Coneja, quienes también se sentaron y, cuando anochecía y ya se veían las luces del centro, tuvimos que añadir otra mesa y más sillas pues Monroy invitó al Perrito y “sus compadres”, Kakalí y El Capitán Fantasma, y el grupo se ensanchó. El Perrito era más bajo que yo, tendría como cincuenta años y durante mucho tiempo había sido payaso. Contaba mil anécdotas y reía antes que nadie de sus chistes. Con su rostro desdentado y surcado por miles de arrugas, el
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2 Plutarco Brito nació en Cuernavaca, Morelos, en 1943. Estudió arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México donde tuvo como compañeros a Wulfrano Ballinas, Luis Muñoz, Sol Casas, Sergio Vázquez, Iñaqui Ruanova y Pico Aponte. Los acontecimientos de los años 50 y 60 fueron temas importantes para él: Martin Luther King, el rechazo a la guerra de Vietnam, el triunfo de la Revolución Cubana, luego Bahía de Cochinos… Pero también los Rolling Stones, los Beatles y los hits del momento compartidos con sus amigos cercanos como era Armando Velázquez, “El Turista”. Participó activamente en el movimiento Estudiantil del 68 y en Morelos convocó a las escuelas de la Universidad Morelense a apoyar la lucha estudiantil, pronto encabezó el Comité de Huelga y en Septiembre el Ejército lo arrestó. Más tarde, en 1981, durante el gobierno de Armando León Bejarano, falleció en lo que parecía un accidente en la carretera de Tepoztlán, pero que nunca se esclareció.
Perrito nos tenía embobados con su plática, particularmente a Revueltas que a cada rato agradecía a Monroy haberle presentado a ese personaje. El Perrito había participado en mil oficios; igual hablaba de su estancia en una ebanistería o en una peluquería que de sus andanzas a bordo de un taxi o como miembro del cuerpo de policía estatal. “Sus compadres” empezaron a hablar después del segundo tequila. Primero fue El Capitán quien se deshacía en elogios para El Kakalí y no cesaba de alabar su maestría como zorrero. El Kakalí contó que no le importaba cuántos hubiera en la casa porque nunca los contaba; se metía durante la madrugada y simplemente se sentaba a esperar en un rincón. No usaba cloroformo para dormir a sus habitantes, dijo que simplemente se metía en su respiración y en sus sueños antes de darles gane. Platicó que le gustaba robar particularmente del buró de la pareja en turno, hurtaba carteras, relojes y anillos; también solía
Tlaltenango - Alejandro Aranda
destapar a las mujeres que le gustaban y estaba un rato admirándolas al borde de su cama mientas dormían. Antes de salir, y dijo que eso era lo que más le gustaba porque le daban muchas ganas, defecaba encima de la mesa del comedor, en la alfombra o en un mueble. Nunca lo habían agarrado en los cinco años que tenía dedicándose al negocio. El Capitán Fantasma, por su parte, dijo que tenía una carnicería por el rumbo de Santo Domingo y como dos años dedicándose a la actividad de matar y destazar reses. En su Dodge azul de ocho cilindros viajaba al Estado de Morelos una vez por semana para escoger ejemplares; tenían que ser chicos y prefería terneras o becerros. Lo ayudaban en su tarea dos matarifes que se bajaban por el novillo y usando mecates y cuchillos lo metía al auto. Cuando llegaban a su carnicería en Santo Domingo, sus ayudantes ya traían el animal destazado y sólo tenían que limpiar la sangre que había chorreado en los asientos y el piso del Dodge. Después de la plática, que duró varios tequilas, El perrito se alejó con sus compadres pues tenían que “estudiar”, dijo. Al poco rato llegó el dueño de la primera fotocopiadora de Morelos y nos invitó a celebrar la inauguración de su nuevo local. Después de unas cervezas en el Cuernavaca, arribamos a la zona roja de Acapatzingo y nos dirigimos al Bohemio. Llegamos en tropel al antro que estaba casi vacío a esa hora; era miércoles y pensé que tal vez a medianoche las cosa se compondrían. Mientras tanto Brito, el Chaquiris y yo fuimos a invitar a tres chicas de las más bonitas del lugar; llegamos con ellas a nuestra mesa en la que ya había dos botellas y el mesero se afanaba con los hielos y los refrescos. En la cabecera se había sentado Revueltas, quien exclamó: ―Que me perdonen las compañeritas (dirigiéndose a ellas) y los compañeros (dirigiéndose a nosotros) pero como invitado de honor tengo derecho a escoger a quienes van a acompañarnos esta noche. Así que pido
Palacio de Cortes - Alejandro Aranda
perdón, sobre todo a las compañeritas, porque ya estoy viejo y necesito gente de mi edad. Dicho esto se nos quedó mirando hasta vernos despedir a nuestras amigas ocasionales; luego se levantó y se dirigió a las sillas colocadas alrededor del antro dónde se sentaban las prostitutas. Estuvo ahí platicando con varias de ellas y al cabo de un rato volvió a la mesa con una colección de putas gordas y feas, las más viejas del lugar, que acompañaban al famoso escritor que sonreía hacia todos lados. Primero fue la sorpresa y la mala gana, pero después de oírlas un rato me acostumbré e interesé en su plática, ya que solo ellas hablaban y esa noche escuché las historias más conmovedoras y auténticas de mi vida. Chavela nos contó que aunque nació en Baja California, conocía perfectamente los antros de Sonora, Chihuahua, Coahuila y Nuevo León; habló extensamente de cada uno de esos lugares y dijo que al final decidió vivir en Tijuana. Era entonces muy joven y pareció animarse cuando recordó el nombre de sus primeros padrotes y el trato que les daba; luego se puso triste cuando habló de Francisco, el padre de sus hijos, y dijo que, junto con ellos la corrió de Tijuana y su prima las invitó, por eso decidió venir a Cuernavaca. Después ya no quiso hablar, aun cuando Revueltas la apremiaba, y se dedicó con fruición al ron con Squirt. Nora era una chaparrita barrigona y vieja que nunca ha-
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Lago Borda - Alejandro Aranda
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bía salido de Morelos, según platicó con cierto orgullo; sólo había ido a la Villa una vez, y eso por acompañar a su mamá que no tenía con quién ir. Nora había trabajado toda su vida en antros de Jojutla, Zacatepec, Tlaquiltenango, Cuautla y había ido tan lejos como Matamoros, en Puebla. Dijo que no podía tener hijos por una “malformación” y que vivía con su pareja, un albañil que se llamaba Anselmo. Nora era la que más tomaba y en lo que cuento lo anterior ya se había soplado cuatro rones. También hablaron Lupe, Margarita y Olivia quienes narraron su “experiencia”, que no difería mucho una de otra: infancia infeliz llena de privaciones y pubertad como una oportunidad de cambio. Salimos del Bohemio casi en la madrugada y alcancé a ver como las prostitutas detenían a Revueltas en la entrada del antro para besarle la mano, como si fuera sacerdote. Después abordamos un taxi y le dijimos que nos llevara a Palo Bolero3, pues el maestro quería ver el amanecer en ese lugar. Recorrimos la carretera con la mayoría de los muchachos dormitando y Revueltas contando albures y chistes interminables: ¿Tienes Delicados?, preguntaba; me quedan dos, contestaba el que iba manejando; los pliegues, decía Revueltas y reía sin parar. Luego hablaba 3 Uno de los primeros balnearios de Morelos famoso por su manantial, ubicado en el Municipio de Alpuyeca.
de los animales de la región como el pájaro con suelas, el pájaro quema maíz, el pato ancho (de la misma familia que el pato chico); o se refería al coyote cojo de las nalgas pintas, el oso babas y el gallito inglés, conocido también como vergallo o vergalillo. El maestro no paraba y dijo, señalando con la mano abierta, que esos terrenos, y otros que están más allá y no se veían desde donde andábamos, pertenecían a una mujer, una cacica que se llamaba Zoila Vergara que controlaba desde hace años la región. Así continuó hablando hasta que regresamos a Cuernavaca. Dejamos a Pepe Revueltas y a Monroy en su departamento de la calle de Rayón, mientras Plutarco y yo decidimos ir a descansar al Vergel donde dormí un poco, me bañé y comí. Recogí a Plutarco después de las dos de la tarde y nos dirigimos a casa de Memo. Revueltas dormía y hablaba en una cama que le habían acomodado; acompañaba su sueño con palabras como si estuviera despierto. La cruda comenzaba a hacernos efecto y Plutarco sacó un toque que procedimos a encender. En ese momento despertó Revueltas y le ofrecimos el cigarro que él rechazó con una sonrisa. ―Si me lo fumo ya no puedo dormir. Si de por si hablo dormido, imaginen cómo me pondría con un cigarro de mariguana. Luego nos fuimos a desayunar a un restaurante que está en la calle de Morrow. Mientras nosotros comíamos, Revueltas se mostraba especialmente hosco y no quiso probar bocado. En lo que esperábamos la cuenta, dijo a Monroy: ―Imagínate ser escritor entre un músico, un pintor y una bailarina. Por eso cuando platico con mis hermanos les digo que les tengo envidia, pues ellos utilizan un lenguaje primitivo al que yo puedo acceder sólo mediante la palabra escrita, que llegó muy tarde, como debes saber nunca alcanzaré el nivel de mis hermanos, nunca― Revueltas sólo se dirigía a Monroy y a nosotros ni nos volteaba a ver. Se distrajo un poco cuando nos trajeron la cuenta y, antes
de levantarnos, dijo con cierto desconsuelo: ―Tú si me entiendes porque manejas un lenguaje diferente y no necesitas de las pinches palabras para decir lo que quieres. Tú eres pintor y yo, por desgracia, escritor. Después Monroy dijo que le urgía regresar a su casa, Plutarco tenía una cita y Pepe y yo nos dirigimos a la Plazuela del zacate, Ahí nos metimos a un antro que se llamaba Río de Janeiro y estuvimos bebiendo cerveza casi hasta media tarde. Antes de marcharnos, Revueltas dijo que lo esperara mientras iba al baño y me dediqué a hacer tiempo con los restos de mi chela. Una vez que la terminé, estuve un rato sentado y al ver que no salía decidí alcanzarlo: Lo hallé de pie, con la bragueta abierta y profundamente conmovido ante el miadero. Señalé su bragueta que de inmediato subió y dijo: ―Fíjate qué belleza hay en este mingitorio ―y mostraba las vetas tornasoladas, las tonalidades y pigmentos dejadas por los miles que habíamos orinado ahí―. Las texturas y los colores son infinitos, es como una pintura de Jackson Pollock, dijo… ―Sí ―contesté, genuinamente sorprendido. Después casi a rastras lo saqué de ahí pues “el baño” olía a diablos. Regresamos al departamento y por el camino compramos una botella de tequila. Después de
El Castillito - Alejandro Aranda
un rato de estar libando, Monroy recibió una llamada telefónica y dijo que tenía que salir. Volvió después de un par de horas y le dijo a Pepe que la persona que había llamado era Jane Robinson, que estaba en el Hotel Colón y que la visitaríamos esa noche. Nunca había oído de ella, así que pregunté a mis amigos de quién se trataba. Monroy dijo que la Robinson había sido modelo de Diego, Frida, Montenegro y muchos otros pintores. Pero no sólo fue modelo sino también una excelente dibujante y pintora… ―Y también una de las mujeres más bellas que hayas visto en tu vida ―interrumpió Revueltas. A las ocho nos dirigimos al Hotel Colón y subimos las escaleras hasta el primer piso. Monroy tocó la puerta y tuvo que hacerlo varias veces porque nadie abría. Por fin se oyó ruido dentro y una voz que apenas escuché preguntó quién era. Cuando Monroy dijo su nombre, la voz dijo que esperáramos un poco. Después de un rato interminable entreabrió y fue a echarse a su cama. Cuando cerré la puerta el cuarto estaba oscuro. Plutarco y yo permanecimos de pie todo el tiempo mientras Monroy y Pepe se acercaban. Alguno de ellos prendió una lámpara de mesa que la mujer de inmediato apagó y dijo que prefería estar a oscuras. Olía a alcohol y tabaco. Una vez que me acostumbré pude ver a la mujer en la cama tapada hasta el cuello, de una edad indefinible, pidiéndole a Monroy los restos de una botella de tequila que estaba sobre la mesa de centro. No estuvimos dentro del cuarto más de cinco minutos. Monroy dijo que Jane tenía que cambiarse y salimos al corredor para esperarla. Mientras tanto Revueltas reclamaba: ―Pinche Monroy, a eso me trajiste, a ver el fantasma de Jane. Haberlo dicho antes y no vengo. Mira que traerme a ver los despojos de una mujer, ya ni chingas… ―¿Y yo que iba a saber? Cuando llamó por teléfono se oía bien… También me sorprendí cuando la vi… ¿Ahora qué quieres que haga? Revueltas movió la cabeza y empezó a pasear de un lado
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al otro del corredor como león enjaulado. los instaló en una tina de porcelana con un lirio acuático Por fin salió Jane. Se había puesto un vestido floreado, en medio; también lavaba la tina cada semana y les daba iba excesivamente maquillada y llevaba una mascada de comer como si fueran pajaritos. amarrada a la cabeza; tuvo que agarrarse de Monroy para Todo esto platicábamos cuando apareció la Robinson, bajar las escaleras y echamos a andar rumbo a Morrow. seguida por Monroy y Pepe, que la perseguían por la Entonces pude observar mejor su rostro abotagado y sala, temiendo que se cayera, pues la gringa estaba basavejentado, que intentaba sonreír a Revueltas con una tante borracha. Apenas si se entendía lo que gritaba en especie de mueca. Al ver ese cuerpo fofo y deforme traté una mezcla de inglés y español y literalmente tuvieron de imaginar a Jane Robinson como modelo de los granque luchar con ella para que se sentara; después de un des pintores mexicanos. rato de forcejeos al fin lo consiguieEl departamento de Monroy se haron y la gringa quedó como muerllaba muy cerca y después de llegar ta. A leguas se notaba que estaban echó mano de la botella de tequila y arrepentidos de haberla traído al desirvió a todos en vasos de plástico. partamento y ahora no sabían qué Ellos platicaban con la Robinson hacer con ella. Después de un rato, cuando Plutarco me hizo notar la la Robinson pareció quedarse dortina, la planta en el centro y los ajomida mientras Pepe no dejaba de relotes. Entonces le conté que Monroy clamarle a Monroy haberlo llevado se había enamorado de esos animaesa noche al Hotel Colón. les desde que los vio en mi casa del Al verla dormida, decidimos conVergel. Los ajolotes eran enormes, tinuar la fiesta en la recamara de tenían grandes crestas alrededor del Monroy y nos olvidamos de ella. cuello y un color y manchas que los Recuerdo que Monroy interprehacía parecer animales prehistóritó, muy entonado, canciones de la cos. Los compré en el mercado de la Revolución Española y terminaron Colonia Guerrero en el Distrito FeRevueltas y él cantando a voz en deral. Ahí me enteré que los homcuello La Internacional. De pronto se bres los llevan en los sacos cuando escuchó un gran ruido en la sala y piden trabajo, y las mujeres en sus al salir vi a la mujer bambolearse y vestidos que tocan antes de hacerlo emprenderla a puntapiés contra los Catedral Vista Sur - Alejandro Aranda con el galán que les quita el sueño. ajolotes; la enorme mujer, furiosa, Compré una pecera grande, metí a los cuatro ajolotes y había volcado la tina y pateaba a los animales indefenen mi cuarto fui testigo de la quietud zen que adoptaban sos. Resultaron tardíos los pedidos de Monroy, pues la la mayor parte del tiempo y de su cambio de piel que me Robinson los había masacrado con sus tacones y en los impresionó una mañana al despertar, cuando descubrí mosaicos amarillos yacían los ajolotes como manchas en la pecera ocho ajolotes en vez de cuatro. Después sanguinolentas. Cuando me acerqué pude comprobar de un par de meses y, ante sus múltiples pedidos, se los que todos estaban muertos. Entonces sentí una rabia regalé al maestro Monroy, quien los liberó de la pecera y infinita, no entendía por qué los había matado y quise
emprenderla a golpes contra ella, pero pronto desistí al erótica, también profundamente subversiva, aunque no ver cómo la sentaban en el sofá y se ponía a llorar como enarbolemos causas políticas pues éstas estarán subyaun niño. Entonces hice una seña a Plutarco y nos despeciendo en el fondo, pues hablaremos de la represión sedimos de ellos; la Robinson parecía estar dormida y no xual y esa nos toca a todos ¿o no? quise ni acercarme. Antes de salir pude ver los ojos de Volvió alborozado a su cerveza mientras Monroy echaba oro de un ajolote, estaban partidos como en una película mano de la suya y brindaba con nosotros. Pensaba que se de Buñuel. trataba de una broma y no sabía qué preguntarle. RevuelAl día siguiente fui a buscarlos y los encontré en La tas continuó como si nada: Universal. Llevaban varias cervezas y Pepe se hallaba ―Al principio de la manifestación voy a ir yo, porque a particularmente eufórico. No sé por alguien hay que echarle la culpa ¿no? qué vino a cuento lo de las manifesDebe haber bocinas enormes y dutaciones y preguntó si había asistido rante toda la marcha debe sonar la a alguna. Aunque era un novato en Quinta de Beethoven. Silvestre dice esas lides, le hablé de la manifestaque en ella se puede sentir la angustia ción en Cuernavaca cuando mataron del maestro cuando le dijeron que se a Rubén Jaramillo y su familia4, y dije, estaba quedando sordo, es posible, yo sólo siento la fuerza de la naturaorgulloso, que había participado en leza y el llamado del destino. ella. Revueltas se mostró interesado Pepe se notaba muy contento y a e hizo todo tipo de preguntas sobre cada rato volvía a su cerveza, Monmanifestaciones en la Ciudad de la roy hacía lo mismo, feliz de que él eterna primavera. Monroy dijo que estuviera con nosotros y yo brindaba había asistido a varias mientras Pepe con ellos sin saber qué decir. parecía cada vez más contento. Por Después de los brindis, continuó: fin dijo: ―Debemos pensar también en lo ―Vamos a organizar una gran manique deben decir los carteles, porque festación en Cuernavaca y todos vadebemos llevar carteles en los que mos a marchar desnudos… expresemos lo que pensamos ¿no? Se quedó callado, como para medir Pueden hacerse con lápiz o plumón, el impacto de sus palabras, y después eso es lo de menos ¿verdad? Lo imde un rato continuó: Cupula Gualupita - Alejandro Aranda portante es lo que digan y no deben ―Será una manifestación lúdica y ser muchos. Se me ocurren tres: Queremos hacer el amor como los perros callejeros. 4 El 23 de Mayo de 1962 fue asesinado junto con su esposa y sus tres Demandamos nuestro derecho a fornicar en las bancas y hijos en Xochicalco, Morelos, por un comando armado integrado por policías y soldados de línea. Los historiadores han hablado de un Caen los parques públicos. pitán Martínez que comandaba el destacamento y que sería el asesino Sólo queremos hacer el amor, no la guerra. de Jaramillo, pero no hay pruebas contundentes y el crimen permaneRevueltas dijo que pidiera la cuenta pues tenía que ir al ce impune. El presidente de la República era Adolfo López Mateos y departamento por su ropa y ya era muy tarde. Después el gobernador del Estado de Morelos, Norberto López Avelar.
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de pagar, caminamos por Gutemberg y dimos vuelta hasta llegar al Puente de Amanalco, donde vivía Pepe. Al entrar nos encontramos con su mujer, María Teresa Retes, a quien él llamaba Mariate. De mala gana saludó a Monroy y a mí ni me peló, sólo me vio de arriba abajo como si se tratara de una sabandija. Me quedé con Monroy a esperarlo en la sala mientras se metía a su recamara seguido por su mujer. Los gritos no se hicieron esperar y el pleito duró mucho tiempo; quería marcharme de ahí, pero al ver a Monroy que permanecía de pie como un soldado de plomo, no quise dejarlo solo y me mantuve a su lado. Por fin salió Pepe, seguido por Mariate. Pensé que las cosas iban en camino de solucionarse; sin embargo me equivoqué y ella lo acosaba y se burlaba constantemente. ―Ya me imagino lo que van a decir los periódicos al día siguiente: El panzón de Revueltas y sus seguidores van a parar a la cárcel por marchar encuerados. Pepe trataba de defender su idea y hablaba de la Quinta de Beethoven y de la redacción de sus cartelones. Mariate estaba furiosa y lo primero que hizo fue corrernos de su casa, primero a Monroy y luego a mí. Me disponía a
salir cuando oí a Revueltas. ―Si corres a mis amigos es como si me corrieras a mí, yo me voy con ellos. Salimos de la casa los tres. Nadie habló mientas subíamos Salazar y al llegar al Palacio de Cortés, Revueltas soltó una carcajada que pronto imitamos los dos. Después compramos una botella de tequila y terminamos la noche, borrachos los tres, en el departamento de Monroy. Tuve que volver a la escuela de Psicología y dejé de ver a Revueltas casi un año. Volví a encontrarlo en 1968. Aún recuerdo la sonrisa con que me recibió y el abrazo que me dio en el aeropuerto de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Cuando me despedí de él, permanecí largo rato en el corredor a observarlo: era el mismo Revueltas que había conocido en Cuernavaca y sonreía, rodeado de alumnos que le mostraban papeles y le pedían su opinión. Cuando salí de la Facultad iba esperanzado; pensaba que el mundo cambiaría y que el tiempo estaba de nuestro lado.
28 El Calvario - Alejandro Aranda
Cama 11 Relato Autobiográfico
José Revueltas
29 Dr. Randall Wolf In Surgery Foto: Gobigrediufan
Al poeta Manuel Calvillo y al doctor Manuel Quijano
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e pregunto por Lote; en qué punto del mundo estará, su oscura negativa a volverme a querer, la última vez –hace año y medio, calculo-, y que volvía más densas e inabordables las sombras con que rodeaba una parte de su vida desde cierto tiempo hasta entonces (en el período anterior a nuestras relaciones me confió que se había iniciado en el homosexualismo con una de las muchachas peinadoras de un salón de belleza que tuvo) y luego la forma triste y deshabitada en que acepté esa negativa, como un viajero que se queda solo en una estación de ferrocarril vacía por completo. Han dejado descansar mi cuerpo dos días, sin dolor, sin exploraciones. Lo último ha sido algo que se llama peritoneomía; una ventanita que el cirujano abre arriba del ombligo y por donde introduce algo como resplandeciente y sinuosa anguila de níquel con la que averigua cómo van las cosas ahí dentro. Uno siente el tacto ciego de una inteligencia metálica que invade la noche subcutánea, su ensangrentado ir y venir en derredor de las masas anatómicas, olfateándolas, mirándolas en las tinieblas con su sistema braille, hasta tocar el hígado como un planeta oscuro que el astrónomo ya tendría previsto dentro de su ineluctable campo visual. La serpiente de níquel repta en mi interior, reflexiona, mide, se desliza, ronda cautelosa en torno a su anhelada manzana del Paraíso, con la tensa precisión de un agente secreto, más de pronto arranca en vivo el pequeño pedazo, una muestra que se necesita para los análisis de laboratorio. Lanzo un alarido que parece de júbilo, con la misma pureza inocente y zoológica del doble alarido que habrán lanzado Adán y Eva al morder el fruto del árbol de la Ciencia. Me doy cuenta que es un perro dentro de mis entrañas, la mordida de un perro abstracto e inopinadamente colérico. —Ya vamos terminar, ya vamos a terminar -trata de calmarme el cirujano. —No importa; pero haga cualquier cosa contra el dolor –le pido. Lote puede estar en Nueva York, en Tokio o simplemente en Fayetteville, North Carolina, la base militar a la que aún es posible que se encuentre adscrito Esaú, su marido, que era sargento cuando Lote y yo nos conocimos, pero que hace año y medio ya había llegado a teniente, según los informes que a la sazón Lote me proporcionara la última vez que
nos vimos. En México no está, imposible. Me buscaría y me encontraría aunque fuese en el fondo del infierno, como siempre lo ha hecho, pese a que nunca tiene mi dirección, ni número de teléfono al cual llamarme, ni amigos comunes, pues no tenemos ninguno por cuyo intermedio pudiese obtener el menor dato de cómo encontrarme. No; en México no está, pues de lo contrario daría conmigo, sabe Dios cómo, pero daría conmigo. Por esos meses yo ocupaba un pequeño cuarto que unos amigos me cedieran en su casa, sin costo alguno –y con alimentos- , nada más por pura camaradería. Trabajaba bien, del mismo modo en que me emborrachaba bien. Inopinadamente se abre la puerta y ahí está Lote. Temblé un poco. Ya sabía yo lo que significaba este reencuentro, el desalmado abismo que éramos el uno para el otro y donde nos hundíamos sin misericordia, hasta los cabellos, nutriéndonos, como a dentelladas, de nuestro propio vértigo sin tregua, patológico, cuyas fauces nos trituraban centímetro a centímetro hasta la más agobiadora desesperanza, sin dejarnos salir. Bajamos a la calle. No entiendo de automóviles, pero Lote traía uno de Nueva York del que dijo era un galaxie. -No, ya no puedo volver a quererte –balbuceó con una voz sorda-. Soy por completo otra mujer. Aquello de nosotros ya no me pertenece y, conmigo, tampoco puede ya pertenecerte a ti. Marta España, la delicada enfermerita cuyo rostro tiene rasgos tan finos, ha dado vuelta a la manivela de la cama y ahora me encuentro erguido hacia adelante, en una inclinación como de cuarenta y cinco grados, junto a la espléndida ventana de nuestro sexto piso, desde la cual se dominan todos los rascacielos del Centro Médico, y en derredor, hasta el horizonte, una gran área de la ciudad. Los tranvías y los autobuses circulan encima de las azoteas, a lo lejos, arriba y abajo, en los más diversos e inverosímiles planos, o brotan del cuerpo de los edificios para enseguida introducirse en otros y surgir más adelante en un vuelo absolutamente irreal. Al principio
un tanto nebuloso, como en una doble exposición cinematográfica, el rostro de Lote se insinúa sobre este telón de fondo de la geometría urbana. Veo sus ojos oblicuos y crueles, tan a menudo sobrenaturalmente inmóviles, homicidas, en particular cuando siente más amor, destello maligno de la sangre asiática y latinoamericana que la estremece por dentro. (La imagino con toda exactitud cuando quiso matar al padrote-pintor del que en algún tiempo creyó estar enamorada). Nació en Okinawa, de madre chilena y un dentista japonés que después fue asesinado en un pueblo de Colombia para robarle el oro con que montaba sus piezas odontológicas. Veo la nariz ancha y ligeramente respingada de Lote, su mentón, su cabellera extravagante. Detuvo el coche frente a Ciudad Universitaria: tenía una enorme necesidad de mirarme y de contar cosas. Esas cosas, más o menos extraordinarias, tan en absoluto peculiares a su ser, que no son sino específicamente las cosas que sólo pueden ocurrirle a ella. Me contó que había trabajado de mesera en una especie de turbio bar de Fayetteville, llamado Rendez-vous. No quiso —tan sólo porque no quería, claro está— darle la menor oportunidad al tipo que la molestaba queriendo acostarse con ella, un gigantesco y vigoroso verdolagón de veinticuatro años, hermoso y engreído. —Siéntate a beber conmigo —le pedía el tipo cada vez, todos los días, terco e inexorable igual que una maldición bíblica. La llevaba metida entre ceja y ceja, goteante e incurable como las antiguas gonorreas anteriores a la penicilina, una verdadera enfermedad. Por supuesto Lote se sentaba junto a él porque, aparte mesera, en el bar era también algo así como taxi-girl, lo que significaba ingresos adicionales en muchas ocasiones superiores a su sueldo. Aquí era entonces el meterle mano del tipo por debajo de la mesa o tratar de abrirle las piernas con la rodilla, hasta que Lote terminó una noche por arrojarle un tarro de cerveza a la cara. Siempre se le ofrecían caballerosos protectores, pero también iban tras de
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lo mismo, con otros métodos, por lo que Lote prefirió, igual que lo había hecho hasta entonces, regresar sola cada noche a su casa —a siete millas de Fayetteville— en el auto que le dejara Esaú antes de partir para el Líbano, a donde Lote no quiso acompañarlo. En esta ocasión concreta hacía un calor espantoso, ese calor norteamericano que se antoja más grosero y estúpido que cualquier otro calor del mundo. Tendida sobre la cama y cubierta apenas con una ligera ropa interior, Lote miraba desoladamente al techo de su cuarto. La noche parecía crepitar con pequeños chasquidos, como si los pastos, las plantas y los mugrosos arbustos del campo estuvieran a punto de incendiarse por sí mismos, de modo espontáneo. En medio de esto a Lote le pareció escuchar en el porche un rumor diferente, sutil y distinto, más singular que el venido del campo, aunque todavía le era imposible darse cuenta de si era un rumor humano. Pensó que ningún coche la había seguido a su salida del Rendez-vous, y, ya con un poco de miedo, quiso creer que aquello eran las pisadas descalzas de algún animal, una especie de gato mítico, sin duda. Miró por encima del hombro, de soslayo, sin mover la cabeza, nada más con los ojos, como la flecha de señales que indica paso a izquierda o derecha en las carreteras desde lo alto de un poste quieto y eterno, intemporal, que no se compromete con el destino de los automovilistas. Ahí, en el porche, al otro lado de la contrapuerta de transparente tela metálica, estaba el tipo del Rendez-vous, completamente desnudo. —¿Qué carajos haces aquí, hijo de perra? —gritó Lote inmóvil, sin cambiar de postura, con voz iracunda pero con un esfuerzo enorme, casi indecible, para no replegarse sobre su propio cuerpo y saltar de la cama en actitud defensiva. Si el tipo la advertía asustada las cosas iban a resultar peor. —¿Que qué hago? —Repuso el tipo con una especie de indolencia—: Tú misma me trajiste en tu propio carro —sus labios se entreabrieron condescendientes en una
sonrisa bonachona y cínica—. Me escondí en la cajuela desde antes, desde poco antes que tú salieras del bar. En la cajuela de tu mismísima carcacha. —Con lenta seguridad, sin prisas, hizo girar la contrapuerta de tela metálica y traspuso el umbral del cuarto. Ahí estaba desnudo, plantado junto a la cama de Lote como un Coloso de Rodas, contenido, casi se diría que cortés, intencionadamente sin querer avanzar un paso más, como un amigo que estuviese de visita, sin que ningún gesto ni ademán traicionaran la menor bestialidad, el menor impulso bárbaro de echarse sobre Lote y poseerla de cualquier modo y sin tardanza en ese mismo instante, y como si nada estuviese más lejano de lo que constituían sus verdaderas intenciones, que la injusticia de que aquella mujer pudiera suponerlo igual a todos esos delincuentes sexuales, destrozadores de vaginas, que pululan en las carreteras y las alquerías, y para quienes, por la forma violenta y precipitada en que lo hacen, entrar en el otro sexo viene a ser lo mismo que masturbarse a media calle. Con una especie de asombrada y aterrorizada fascinación, Lote miraba en rápidas ojeadas, sin detenerse, el enorme tótem iroqués que desde un principio, cuando el tipo estaba todavía en el porche, y pese a la atenuación de los contornos (a estilo de la escuela impresionista de pintura) que le daba la tela metálica de la contrapuerta, ella advirtiera, ya tenso y brutalmente erguido, entre las peludas piernas del hombre y que ahora, tan cerca y tan real, veíase en toda la táctil desnudez de su alarmante erección apoplética. Dentro de su atroz comedimiento cínico el infeliz tipo debía sufrir en la forma más absurda (¡Dios santo! ¡En la misma forma horrible de los místicos españoles del siglo XV, rezando inmaculadamente estremecidos de secreto pavor, ante la presencia que se esforzaban por ignorar de su propio tótem iroqués, el que, sin embargo, era el que los hacía crear sus poemas y lanzaba hacia las alturas sus oraciones al Señor!). —Mira, mujer —dijo el tipo en un soñoliento arrastrar de las palabras con el que trataba de dar a su voz el tono
más desinteresadamente persuasivo posible—; si me lo propongo, me bastará taparte la nariz y la boca con una sola de mis manos para que prefieras abrir las piernas antes que morir asfixiada. Pero eso no va conmigo, no forma parte de mis recursos; nunca he tenido necesidad de hacerlo. Es suficiente con que ellas miren esto —señaló con el índice hacia su entrepierna— y en seguida se chiflan, así —tronó los dedos—, al segundo, y entonces no hay semental que las aguante y yo termino por fastidiarme de veras. Ellas son las que me pagan por bombeármelas. Todas. Con decirte que tengo una millonaria en Nueva Orleáns; la visito unas pocas veces al año porque ella no se cansa nunca y a los dos o tres días ya no puedo con el asco. Yo soy una ganga para ti, mujer, ni seas pendeja. Te volveré loca. No te miento: soy un verdadero ejemplar de concurso, puedo hacerlo seis, siete veces, en cada ocasión en que nos acostemos juntos. Y gratis, contigo gratis por supuesto. De ti no tengo el menor propósito de sacar ninguna clase de dinero. —Parecía un orador sagrado en el púlpito, un ardiente pastor de almas, y eso, el brazo de cactus iroqués, se antojaba ajeno a su ser más íntimo, una cosa semejante a un artefacto postizo o algo con vida propia y autónoma, que no sería capaz de interferir en el campo de esa voluntad sin instintos, superior, religiosa y soberana, de su dueño. Pero este contrapunto semiexcluyente entre una cosa y la otra, pensó Lote, era demasiado un milagro inaudito como para poderse prolongar razonablemente más allá de ciertos límites y estaba además la alusión a la grosera mano del maravilloso sujeto tapándole nariz y boca, aunque esos no fuesen sus procedimientos habituales, hasta que ella no terminara por entregársele. Reparó, ahí cerca, en el bat de béisbol con que Esaú jugaba en el equipo de su regimiento. —¡Pobrecito —exclamó Lote con acento indudablemente sincero—, junto a mí, dentro del magnífico Galaxie! —Así es Lote, una madeja de compasiones, de bondad, de ternura, de pasión y de insensatas crueldades.
—¡Pobrecito! Le descargué con todas las fuerzas de mi alma un terrible mandarriazo a un lado del cuello, debajo de la oreja, y el tipo cayó redondo ahí mismo, como un buey en el matadero. Sentí un miedo horroroso, creí haberlo matado. Lo arrastré de los pies al garaje y ahí lo dejé. No estaba muerto. Como se había desnudado dentro de la cajuela del coche, ahí estaba su ropa. La puse a su lado. Ahora comenzaba a sentir una especie de cariño por él. Entrada la noche volví al garaje. Ya estaba despierto, pero un poco aturdido todavía. No me guardaba rencor. Entonces (para usar una frase que a él le gusta) me le abrí de piernas con todo mi consentimiento. Muy cierto que casi me vuelve loca. Me dijo que se llamaba Willie. En medio de la fantástica doble luz del crepúsculo, las líneas de Ciudad Universitaria se desdibujan contra el cosmos de nubes negras que se destroza en el cielo. Un segundo antes de que se encienda el alumbrado, la Torre de la Rectoría, las paredes tatuadas de la Biblioteca, el ala de Humanidades, las explanadas y los prados, se ensombrecen y marchitan en una agonía provisional. A esta hora las formas pasan y levitan en el aire. Lote me repite amorosamente, apenas con distintas palabras, la oscura sentencia con que inició su charla, después de tantos meses, en este nuevamente encontrarnos de hoy por la tarde. “Ya es imposible volvernos a meter uno dentro del otro, Joshué” (así pronuncia mi nombre y, de vez en cuando, sin darse cuenta, habla ese lenguaje de sus antiguos poetas del Lejano Oriente: “volvernos a meter uno dentro del otro”). En la pantalla de mi ventanal del sexto piso, el rostro de Lote se diluye poco a poco sobre el valle de México. Suspendida todavía por un instante más entre los volcanes, permanece la última y larga quieta mirada de sus ojos ajenos, una mirada oceánica, continental, asiática, que aún ignoro si se habrá perdido para siempre, ni en qué remoto sitio de la tierra. Lote, la mujer de Lot.
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En la sala de hospital —una entre otras muchas— “somos” cuatro camas. Moctezuma II ocupa la cama doce; el señor V., Contador Público Titulado, la trece; Topo, joven obrero de una fábrica de refrigeradores, la catorce. Yo soy la cama once. En los primeros días se gimió mucho en nuestra sala; es decir, gemimos terca y desconsoladoramente tres de las cuatro camas que éramos de reciente ingreso —pues traíamos nuestro dolor desde la calle—, ya que aún no entrábamos en ese lapso de calma transitoria en que, diferidos para más adelante los sufrimientos primigenios y originales con que uno viene, el enfermo aguarda, durante casi dos y tres días alegres, el momento en el que será conducido a los quirófanos para que se le practique la intervención quirúrgica que su caso requiera. La cama restante, la cuarta, no tenía por qué gemir, visto que el señor V., el contador Público, que es quien la ocupa, operado con anterioridad en tres frentes —extracción de la vesícula, úlcera duodenal y una hernia en la parte superior del abdomen—, después de trasponer la etapa dolorosa de sus padecimientos, ya nada más se encontraba en ese dulce periodo hospitalario, tan parecido al limbo, que es el “estado de observación”. El señor V. es un hombre bondadoso de cincuenta y cuatro años, comunicativo, lleno de ánimo, optimista, con un cuerpo macizo y una cabeza pelirroja arreglada à la broche. He advertido que hay momentos en que no puede oponer resistencia a la evasión de su espíritu y la mirada se le osifica, amargamente inmóvil sobre un solo punto, hundido todo su ser en quién sabe qué abismos de profundas desdichas. Vuelto de espaldas a la puerta de la sala vacía, creyéndose solo, la otra mañana en que regresaba yo de Rayos X sorprendí sus sollozos inmensamente tristes. Algo muy íntimo debe ocurrirle de lo que no quiere hablar con nadie. Era tan temprano, en el jardín, allá abajo, lleno de las blancas parvadas de las jovencitas estudiantes de enfermería, que el sollozar del señor V. resultaba entonces de una extraña incongruencia, contra natura, como si uno se viera forzado, por ra-
zones todopoderosas, a ser el cómplice de un ominoso crimen contra la humanidad entera. Nuestros gemidos una vez se alternan y otras se emparejan, a dúo o a trío, durante esta segunda larga noche de hospital. A Moctezuma II, con el colon perforado, y a Toño, a quien ayer mismo, casi al llegar, le operaron de urgencia una oclusión en el intestino, los calmantes apenas les sirven de leve amortiguamiento y el dolor no los abandona ni abandonará por muchas horas. Amo hasta la abdicación de mi ser a la maravillosa enfermera que viene a inyectarme para que cesen mis dolores, y aguardo ansiosa y pacientemente a que se produzcan los efectos sedativos, en tanto no dejo de escuchar el rítmico y monótono quejarse, ya casi profesional, de mis compañeros. Sin embargo me voy sintiendo cada vez más y más culpable a medida que dejo de sufrir. No sé si tengo fiebre. Entro en un duermevela fantasmagórico, entre raros espacios que se invaden y se combaten con saña, mientras yo estoy suspendido como un ahorcado que pendiera de otra dimensión. En mi mente confusa, con incomprensibles movimientos en zigzag, que me bailan dentro de la cabeza igual que gruesas municiones, de uno y otro hemisferio del cerebro, se abre paso la idea onírica de un cuento abrupto que estoy en la obligación de escribir, en virtud de imperativas aunque imprecisas consideraciones morales que no puedo soslayar sin que traicione con ello del modo más vergonzoso a mi causa. La matanza de los locos, dice la voz de mi fiebre: así debe llamarse a fin de denunciar ese infame, ese abominable exterminio de locos que hubo. Ignoro de qué matanza se trate, dónde y cuándo fue. Tengo el deber de escribir el cuento, eso es lo único claro para mí. Se me ocurre que la acción podría situarse en Soloma, aquel siniestro pueblo del Ande guatemalteco donde estuve hade muchos años. Viene a mi memoria el recuerdo de los indios humilladísimos, tristes y aterrados, que corrían como animales ciegos en todas direcciones, ante la embestida rabiosa de la soldadesca, sin poder escapar
de la plaza de Soloma, en cada una de cuyas salidas los esperaban más soldados, que los recibían a bestiales golpes de culata en la cara, en los lomos, en el vientre. Iban de un lado para otro, llenos de pánico, como olas desamparadas, pero lo más sobrecogedor, sin lanzar un grito, sin proferir una queja, con el silencio insuperable de los sordomudos o apenas con el chillido inarticulado de los monos. Terminaron por abandonarse a su impotencia y, precisamente como esas enloquecidas familias de monos a las que rodea una inundación, se abrazaron y enlazaron unos a otros, formando un racimo de cuerpos en el centro de la plaza, dispuestos a morir. De ahí los arrancaban los verdugos, a tajos de machete sobre las manos y los brazos, para después llevarlos a rastras sobre las piedras de la calle, hasta las puertas de la cárcel. Sí, debo tener fiebre. Prefiguro la matanza de los locos con los mismos rasgos esenciales de lo ocurrido en Soloma hace tantos años, cuando los indios osaron reclamar de sus usurpadores las tierras comunales que pertenecían al pueblo desde los tiempos del emperador Carlos V. Los locos han escapado del manicomio, un edificio que es el mismo de la cárcel de Soloma, con su portón de hierro herrumbroso y sus muros, contrafuertes y garitones cubiertos por una pátina de lepra. Son también los mismos indios, los mismos monos que han perdido el habla. Los soldados disparan sobre ellos sin conmiseración y sin remordimiento, pues en fin de cuentas los indios están locos y matar a un loco es como no matar a nadie, menos que matar a un perro. Esto les permite considerar la matanza a la par de un simple divertimiento; cierta sucesión inmaterial y apenas desordenada, como en medio de los lentísimos círculos de la Cannabis Indica, de una suerte de distantes actos sonámbulos que parecen no suceder, de tal modo que deciden exterminar de una vez a todos, a fin de no dejar un solo loco vivo sobre la tierra. Practican diferentes formas de darles muerte: de lejos, con un tiro, y de cerca destrozándoles
el cráneo a culatazos. Echarles una soga al cuello resulta bastante más complicado y difícil, por la desesperada y furiosa resistencia que ofrecen la mayor parte de ellos; aunque los locos pacíficos, dóciles y cándidos como niños, se dejan ahorcar sin dificultad alguna. Ahora bien: si todo el problema moral es lógico y claro para los verdugos, no ocurre del mismo modo con sus víctimas. Carentes de alcances racionales, los locos no logran comprender nada del sentido y de la causa de esta locura. No obstante, si se les castiga de manera tan cruel, acaso sea cierto y verdadero que habrán cometido en realidad algún espantoso crimen sin nombre, del cual les resulta imposible acordarse, pero de cuya comisión tienen que asumir en toda su integridad las terribles consecuencias. Los locos que quedan, ocultos en las cavernas de las montañas, adivinan con un delirante sexto sentido cuya asistencia de pronto los auxilia, que sobre todos ellos y sobre todos sus congéneres demenciales pesa una oscura culpa atávica, un misterioso pecado original que únicamente puede espiarse y redimirse con la muerte. Reflexionan ―en rigor, tan sólo porque están enajenados― en la necesidad de un Cristo de los locos. Mas su culpa es tan grande y universal, que no es bastante con que haya nada más un solo Cristo. Ellos ―los locos de las cavernas, la tribu perdida de Israel―, sin excluir ni al más insignificante de sus miembros, deberán ser todos Cristo, su propio Cristo colectivo, sin que ninguno falte a la cita en el Calvario. Los locos bajan de la montaña y comparecen en la plaza, semidesnudos y miserables. Han perdido ya el más leve rastro de conciencia humana: ahora son santos y ofrecen el nefando espectáculo de su santidad con la más escandalosa y bestial de las impudicias. Bailan horripilantes danzas estrafalarias con ademanes lúbricos, a los que acompañan de los más groseros y extraños visajes; se lamen las llagas del cuerpo unos a otros, se derriban en el suelo, se azotan, comen sus propios excrementos y poseen a sus mujeres a la vista de toda la gente.
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El castigo será ejemplar e inmisericorde. Resulta ya tan evidente de qué lado está la causa de la justicia, que hasta los mismos sacerdotes, magistrados, jueces, y los jerarcas todos de la más diversa condición, acuden también a las armas para no perderse nadie la honra de haber participado en el sacrosanto aniquilamiento de los réprobos. Es así como se consuma, sin que ninguno solo de ellos quede vivo, la matanza de los locos. La matanza de los inocentes.
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El doctor Tanimoto, clínico en jefe de nuestro sexto piso, me anuncia, con su alegre sonrisa japonesa, que mañana, a las primeras horas hábiles, seré sometido a un estudio de hemodinámica. ―Que lo preparen ―indica a la enfermera―. Suspensión de cualquier clase de alimentos a partir de hoy al mediodía y que tampoco tome nada de agua ―se vuelve hacia mí―. No es una operación propiamente dicha. Le haremos cuatro punciones en diferentes partes del cuerpo. Más que nada es un estudio largo y cansado, pero no doloroso. ―Me palmea en el hombro y se retira. Miro largamente a través de la ventana. Mi puesto de vigía comprende en un arco de círculo desde las montañas del noreste y los volcanes, hasta el Ajusco en el sur, y así, he venido registrando cada uno de los cambios de luces que se producen durante el día en toda la amplitud del Valle de México. Es como si un distante hechicero de inesperada inspiración manejara desde la altura de una tramoya celeste los más diversos, complicados y caprichosos reflectores, para iluminar aquí una parte y ensombrecer allá otra del mágico escenario. Cuando se despeja un trozo de cielo hacia el este los volcanes aparecen, descomunales y probos, cual viejos jueces de la antigüedad que presidieran la asamblea de un senado de turbulentas montañas, a fin de apaciguar sus cóleras e impartir entre ellas la belleza de la más pura justicia geológica. Pero en el mayor número de las veces los volcanes pronto se esfuman hacia atrás, se retiran sin dar la
espalda hasta las puertas de sus habitaciones y su antiguo sitio es ocupado por las nubes en tropel que estacionan en el horizonte los carros, las ruedas, las lanzas, los escudos y los corceles de su trepidante ejército victorioso. Es aquí cuando el hechicero celeste interpone ante sus reflectores una gasa sombría. Me aparto del paisaje y reflexiono sobre cuál podrá ser la materia de que se ocupa la hemodinámica. Hemodinámica. De la composición de la palabra trato de deducir su significado, a tientas. Debe de ser algo a cosas que se refieren a cosas tales como la fluencia de la sangre, las aventuras que tiene este fluir a través de las arterias, qué cambios, qué reacciones o qué descubrimientos patológicos se producen con una alteración provocada del ritmo sanguíneo. En fin, quién sabe, y los médicos son muy poco explícitos para con nosotros los profanos. Hoy le han dicho al señor V. que será sometido a una nueva intervención quirúrgica. Estamos solos y el señor V. se vuelve sobre su cama, vecina de la mía, con ánimo de conversar. Como desde hace unos momentos me daba la espalda, yo lo creía dormido, pero por la expresión anhelante y resuelta con que se ha vuelto hacia mí comprendo que tan sólo luchaba contra la necesidad de confiarme algo que sin duda debe considerar grave y trascendente. ―Pues ya ve usted lo que son las cosas ―comienza con una melancólica sonrisa de disculpa―. A mí ya me habían dado de alta y estaba de regreso en mi casa, tranquilo y buenisano, pero recaí a causa de una gran desgracia familiar. ¡Ay, señor mío!, una terrible desgracia y acabadita de suceder, como quien dice. No se cumplen siquiera los quince días de que pasó. ―Está sentado sobre la cama al modo yoga y baja los ojos como para mirarse las rodillas. Sin levantar la mirada dispara las palabras de un tirón―: No tenía yo una semana de haber salido del hospital, cuando vino mi nuera a la casa para avisarnos que mi hijo Jorge, el mayor, se había suicidado con una toma de arsénico ―hace una pausa. Las lágrimas ruedan
por sus mejillas y al plegar hacia abajo la comisura de sus labios el dolor le da una curiosa expresión de enojo―. ¡Un hijo de veintiocho años! ¡Cuántas ilusiones, cuántos proyectos, cuántas esperanzas que se pierden de repente! ¡Ay, señor, no sabe lo que duele la muerte de un hijo que ya es hombre formado, que ya se logró en la vida y más cuando no muere de enfermedad, sino por obra de su propia mano! ¡Cuánto debió sufrir mi pobre Jorge para decidirse a cometer un crimen tan grande! Nos interrumpe la presencia de Moctezuma II, que en estos momentos entra en la sala. Camina encorvado, como si un tenso alambre tirara de su tronco hacia adelante ―la enfermedad del colon―, con menudos pasitos tristes, el cuerpo hecho por completo de madera dentro de la pijama limpia y arrugada que cada día se nos proporciona a los pacientes, con su habitual aire indígena digno y abatido, de emperador derrotado y prisionero. Sabemos que viene de los sanitarios. El señor V. en seguida se reconecta al mundo de la vida exterior, con la misma chispa de siempre en sus ojos ágiles y afectuosos. ―¿Ya pudo obrar bien, señor don Angelito? ―le pregunta con gran deferencia y sincero interés. Aquí todos conocemos, recíprocamente, al detalle, una a una de las fases del proceso hospitalario de cada quien, lo que le pasa, lo que hace, el estado de su organismo, cosa que constituye el tema central de las conversaciones y es el vínculo más sólido que nos enlaza unos con otros, sin pudor alguno, en la cálida confianza y el honrado aprecio mutuo que nos tenemos. Habíamos llevado la cuenta, día por día, del estreñimiento de don Angelito. (El señor V. y yo convinimos desde el primer día en darle el inocente sobrenombre de Moctezuma II, porque don Ángel no podría ser, de ningún modo ni circunstancia, sino una copia rigurosamente fiel de lo que imaginábamos el hombre que habría sido el emperador de los aztecas después de su caída). ―Sí, gracias a Dios ―responde Moctezuma II satisfecho―, acabo de obrar muy bien y sin hacer hartas fuer-
zas, con todo y los días que llevaba yo de no ir al excusado. ―Pero su informe aún es incompleto: el señor V. desea más precisiones. ―¿Y cómo hizo usted, señor don Angelito, duro o blando? ―Moctezuma II sacude la cabeza y mira reflexivamente hacia el suelo. ―Pos ora hice blandito; yo crioque por ser la primera vez. Cuando Toño sea devuelto del quirófano y regrese a la sala (lo han tenido que operar una segunda vez), alguno de nosotros dos lo recibirá con la buena nueva. ―El señor don Ángel ya fue al excusado. Obró blandito. En el décimo piso del hospital, la camilla de ruedas me introduce en una sala que da la idea de algo semejante a un taller de cirugía radiográfica. Los extraños aparatos, las máquinas desconocidas que parecen cámaras de cine del futuro, los numerosos spots-lights, los tableros de innumerables switches, la pantalla de televisión, los cables, los distintos aparatos de rayos X, me hacen sentir que estoy en su set cinematográfico de algún nuevo planeta habitado que hubiera sido descubierto en la segunda mitad del siglo XXI. Unos seis médicos, a lo que alcanzo a contar, se ocupan del manejo de mi cuerpo, me inyectan, me punzan, me sacan venas y arterias a la superficie de la piel, en los antebrazos y en la región inguinal, y las conectan luego a unos delgados conductos tubulares unidos a su vez a todo el grupo de máquinas y aparatos, de las más diversas formas, que han aproximado a la mesa de operaciones. En torno de las extremidades ―como si se dispusieran a sentarme en la silla eléctrica― me atan unas correas de cuero con las que se sujetan contra mi piel las planchuelas metálicas de los cátodos, que conectan mi cuerpo a un sistema combinado de rayos X, electrogramas y televisión. Los brazos abiertos en cruz, un san Sebastián atravesado por las flechas del martirio, estoy tendido en la plancha de operaciones. Se trata de mi crucifixión hemodinámica, a la que ni siquiera falta la lanza en el costado, cuando el doctor Tanimoto me
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introduce en el bazo una larga aguja de más de veinte centímetros a la altura del noveno espacio intercostal. Veo de pronto en el visor de los electrogramas una brillante estrellita azul, que sale de cuadro por la derecha y reaparece al instante por la izquierda, seguida por una línea luminosa, para trazar el desigual perfil de una gráfica de galopantes ángulos abruptos y desordenados. ―¿Le gusta? ―me pregunta la linda doctora que atiende los catéteres, es decir, los tubos que brotan de mi brazo derecho―: Es la gráfica de su presión arterial ―añade. Sin que acierte a explicarme el absurdo, irrumpe en mi memoria auditiva el recuerdo de una frase musical de Don Juan de Richard Strauss, y me entran unas ganas terribles de silbar la melodía. Pero no aparto la mirada de mi presión arterial, transcrita por el electrograma a los más antiguos caracteres de la escritura cuneiforme, y poco a poco empiezo a maravillarme, aunque, quién sabe por qué, no sin tristeza. Algún lejano poeta asirio, de los tiempos del rey Ardzubanípal, tendido en la terraza de su palacio, a las orillas del Éufrates, habrá escuchado ya, como yo hoy lo escucho, el mismo poema universal que es el transcurrir de la sangre por las venas del hombre. Yo soy los hombres en esta escritura que desde Nínive proyecta el electrograma y canto y río y me amo. Mas, ¿cómo no ensombrecerse al pensar en el porvenir de nuestra gran y dolorida casa terrenal, si cualquier clase de guerra atómica o nuclear o termonuclear puede romper para siempre la atadura que nos une al lenguaje de la sangre humana? Siento el vago impulso de lanzar un escupitajo sobre el visor y luego largarme muy lejos. Pero, ¿podría hacerlo de veras? No; alguno de mis personajes literarios, sí. Yo soy demasiado razonable como para permitirme esas cosas. Comprendo que nada más estoy jugando conmigo mismo. ¡Ah, pero sería tan maravilloso! En la pantalla de televisión aparecen mis entrañas, el milagro de mi fisiología viviente, el mapa en relieve de mi estructura orgánica interna. Hígado, riñones, intestinos,
pulmones, corazón, la vista aérea de un continente de montañas palpitantes, todo ello es un hecho sagrado y jubiloso. Sobrevuelo encima del nudo del Cepoaltépetl y de las cordilleras andinas, a los que, igual que un dios omnipotente, soy yo el que insufla el aliento con el que respiran. Pero en este punto la voz del doctor Tanimoto me saca del interior de la infinita catedral de mi cuerpo. ―No vaya a alarmarse. Dentro de un momento experimentará sensaciones muy raras. Vamos a introducirle una carga de nitrito de etilo. Esté preparado. Entro en agonía. Mi corazón enloquece y se desboca, palpita con e, tabletear alucinante de una ametralladora que reventará en pedazos si sigue disparando un segundo más. Mi respiración adquiere el ritmo velozmente entrecortado de las transmisiones de signos telegráficos y hace que mi pecho salte con la precipitada rapidez de una película que se proyectara a menos de doce cuadros por segundo. Por dentro de mi cuerpo, de un extremo al otro, se desata un huracán de violencia inaudita, con granizos y alfileres que hieren de un modo lacerante, en un impulso insoportable de desintegración cálida y fría, cada una de mis células. Llego a la angustia límite en la que unos milímetros delante ya no hay nada sino la muerte. Aquí se interrumpen los efectos del nitrito de etilo y la espantosa ansiedad se repliega poco a poco en una pleamar de calma. Termina el estudio de hemodinámica. Alguien me desciende de la cruz.
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BALADA POR LOS MUCHACHOS
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S DE AYOTZINAPA Óscar Oliva Con fotografías de Jave Viilanueva (Fotographemas)
No hay límites para el país del crimen. No hay nombre para el país del crimen. No hay país con nombres del crimen. No hay crímenes para el país del crimen. ¿Díganme, en qué país lejano hallarlos? A Décimo Junio Juvenal agrego a François Villon para componer esta balada, y pido a otros cantores añadan otro estribillo interrogativo: ¿dónde, en qué país sin crímenes están los muchachos que apenas se habían desnudado al amor? Ayúdenme a correr junto a un río que corre con demasiada fuerza. ¿En dónde están, en qué casa negra, encapsulados? En la casa blanca no están, ahí ya no habita nadie. Llegará el tiempo de otras sirenas, de otros sortilegios, y la blancura como lirio será un resplandor amarillo o un lirio negro al capricho de otra dueña, otra Circe de engaño, entre leones y lobos del mismo bosque. ¿Dónde están, Madre Dolorosa? ¿Dónde están las 43 lágrimas de ayer por la tarde? No vamos a averiguar en esta mañana dónde están, ni en las siguientes mañanas y tardes dónde están, ni en todo el año, que a este estribillo no nos lleve: ¡Mas dónde están los muchachos de Ayotzinapa! No hay límites. No hay nombres. No hay país. No hay crímenes. Corren con demasiada fuerza. Tuxtla, noviembre, 2014.
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No hay límites para el país del crimen. No hay nombre para el país del crimen. No hay país con nombres del crimen. No hay crímenes para el país del crimen.
¿Díganme, en qué país lejano hallarlos?
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A DÊcimo Junio Juvenal agrego a François Villon para componer esta balada, y pido a otros cantores
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añadan otro estribillo interrogativo: ¿dónde, en qué país sin crímenes están los muchachos que apenas se habían desnudado al amor?
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AyĂşdenme a correr junto a un rĂo que corre con demasiada fuerza.
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47 ¿En dónde están, en qué casa negra, encapsulados?
48 En la casa blanca no están, ahí ya no habita nadie. Llegará el tiempo de otras sirenas, de otros sortilegios, y la blancura como lirio será un resplandor amarillo
o un lirio negro al capricho de otra due単a, otra Circe de enga単o, entre leones y lobos del mismo bosque.
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¿Dónde están, Madre Dolorosa?
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¿Dónde están las 43 lágrimas de ayer por la tarde?
No vamos a averiguar en esta mañana dónde están, ni en las siguientes mañanas y tardes dónde están, ni en todo el año, que a este estribillo no nos lleve: ¡Mas dónde están los muchachos de Ayotzinapa!
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No hay límites. No hay nombres. No hay país. No hay crímenes.
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54 Corren con demasiada fuerza.
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r d i o g R ue z V o i l e illa r u 8 2 2 0 9 1 1 1 A Jave Villanueva
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V
ivíamos en Toluca, el abuelo estaba de visita porque tenía en los próximos días que ir y venir a la Cd. de México para que le realizaran unos exámenes médicos, era el año 2000. La cosa no pintaba muy bien para él, por negligencia médica se le había infectado la herida de su última intervención quirúrgica y en ese entonces creíamos que estaba en las últimas, poco sabíamos que íbamos a tener abuelo para rato. Sin embargo en ese momento no lo sabíamos, ni él, es más creo que la idea de que no íbamos a tener abuelo para rato la pregonó más él que nadie, empezó a regalar sus pertenencias a cuanto familiar se le cruzara en su camino y aquella vez en que estaba de visita en Toluca a mí me regaló unas monedas de plata y lo mejor de todo: historias, sobre todo historias de él; cómo conoció a su papá, a su hermana, cómo fue que se enteró que había estallado la segunda guerra mundial, y la mejor de todas, cómo es que se hizo fotógrafo A su muerte dejó tres generaciones de fotógrafos, ameteurs y profesionales, unos que por mucho han superado la sensibilidad artística del abuelo y otros que han superado su afición por solo tomar fotos de la familia o del momento, entre los primos y primas hay inclusive una dicotomía, ellas usan una marca y nosotros otra, los tíos mantienen la empresa familiar de retratar en fotografías
y video toda clase de eventos, así como el abuelo lo hizo para sacar adelante a su familia y es indudable que nos heredó una profesión y un arte, en lo particular, he visto como en cada núcleo familiar, que ha salido de la unión de don Aurelio y doña Natalia, no ha sido ajena a las cámaras fotográficas, nosotros hemos crecido siempre con una en mano, siempre con alguien fotografeándonos, yo he visto toda clase de artefactos fotográficos, y el estudio que hoy lleva su legado tiene la colección de cámaras que el abuelo usó desde sus inicios, una colección que a muchos museos les causaría envidia, y no lo digo porque soy parte de esto, sino porque así es, a mí me da envidia que yo apenas comienzo con una, mi primera. Aurelio nació en Córdoba, Veracruz en 1928 y se trasladó a la Ciudad de México en 1937, aquí se iniciaría en este arte fotografiando con una cámara Norton a los pájaros que jugaban entre las milpas de Mixcoac (sí, había milpas en Mixcoax, ¡había milpas!), fotografiando a la palomilla, ésta, su primera, la ganó al llenar la planilla de los chicles Balón y los rollos los conseguía intercambiándolos por envolturas que él astutamente recogía del tiradero de la fábrica, y fue así como se dotaba de lo necesario para seguir tomando fotos. A sus 11 años, ya de regreso en Córdoba adquirió una Agfa, cámara alemana que le ayudó a ampliar sus conocimientos en retrato, paisajes y en realidad en el uso de una cámara, con ella entendió el mecanismo con que la luz interactúa con el artefacto para capturar las imágenes, de
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esta primera etapa solo nos quedan sus historias y no las fotos, lamentablemente. Poco tiempo después se mudaría al entonces pueblo vecino de Orizaba, Veracruz, donde ya se asentaría y construiría su legado. Durante la secundaria se hizo de una Brownie Reflex tamaño 127, con la que tomaría fotos de su salón de clases o en los desfiles de la escuela. Por no poder comprar los focos para el flash tuvo que desarrollar un pulso impecable, que fue por mucho tiempo su toque personal y reconocido por el ramo profesional, además, por falta de recursos para pagar una carrera profesional como fotógrafo, se dedicó a comprar libros y revistas sobre fotografía ya fuera en inglés, francés o japonés, los cuales estudió con fervor y dedicación admirable. En 1947 comenzó su carrera profesional como encargado de la fotografía de la Cervecería Moctezuma en Orizaba. Con una cámara Retina 1, de 35 mm se dio a la tarea de cumplir cabalmente con las encomiendas requeridas. Dicho puesto lo conservó hasta 1990, año en que la Cervecería cumplió su centenario, a partir de entonces y hasta el año de su muerte, la cervecería se acordaba de él y le enviaba un cartón de su mejor lote. A la vez, fue el primero en la región en usar el formato de 35 mm en eventos sociales y deportivos. En 1950 contrae matrimonio con Natalia Arteaga, la abuela, y juntos fundan RA Foto, y a partir de estos años hablar del abuelo es también hablar de la abuela, es de los dos el legado fotográfico de la familia, pero todo a su debido tiempo y hoy hago énfasis en Aurelio. En 1952 formó parte de los corresponsales a nivel nacional del Diario Esto, siendo Orizaba su zona de noticias, cubriendo los eventos deportivos durante los próximos 30 años. En esa misma década, aparecieron los primeros equipos de cine “portátil” en 8mm, y el giro de la fotografía social comienza a tener mayor auge con la introducción del video, RA Foto empieza una transformación, y los abuelos siempre están a la vanguardia
de las nuevas tecnologías, pero es hasta la época de los 80s cuando el formato Beta Max llegó a la empresa y dio comienzo la era de RA Video. Por más de 60 años, Aurelio fue comisionado para diversos reportajes en foto y video, desde el ámbito político, cultural, social e industrial para empresas como Cementos Veracruz, CIDOSA, SIVESA, Sabritas, Kimberly Clark y recientemente con la Plaza Valle de Orizaba. Muestra de una gran generosidad fue la donación de sus cientos de negativos que documentaron el terrible terromoto de Orizaba, ocurrido el 28 de agosto de 1973, al municipio. Sus fotos son diversas, muestran una gama de personalidades que conformaron a la persona que yo conocí como mi abuelo; desde ellas percibo al gran viajero que fue, el artista, paisajista, aficionado, profesional, al eterno enamorado de la abuela, su gran modelo, al eterno enamorado de su ciudad, Orizaba, al sensible a su realidad social. Gran parte de las fotos que se muestran aquí, son fotos de la foto, como herederos de su obra nos queda un gran trabajo por catalogar y salvar los negativos de sus fotografías. Para armar este conjunto de fotografías le pedí a la familia que mandara lo qeu tuvieran de él, lo que más valoraran, esta selección es nuestro pequeño homenaje a nuestro ser querido, lo recuerdo siempre en su estudio al fondo de la casa, enfrente del monitor con sus anteojos trabajando en una pélicula, o leyendo algún artículo de National Geographic. Hasta el año 2011, Aurelio conservó un pequeño estudio donde editaba los recuerdos de sus amigos y familiares. Además, siguió revisando todos los trabajos elaborados por sus hijos y nietos. Dejó esta productiva actividad hasta un día antes de su fallecimiento, su última fotografía fue a una de sus hijas. Y ahora nuestro abuelo, Yeyo, “Don Aurelio”, como polvo cósmico en su recorrido por las galaxias para ver qué fotografías capturar.
Camino a Xometla
Amanecer
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Pico
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Assis
Canada
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Chicago
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Espinal
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La Perla
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Mandinga
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Mazatlรกn
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Maya
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Mezquita
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Mineral
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Parroquia con niebla
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París
Suspiros
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Trueque
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Xpuhil
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Jave Villanueva
a fotografía tiene este maravilloso don de mostrarnos lo común de una forma novedosa, de guiarnos hacia lugares inéditos de belleza, de la mano de artistas como Fernanda y Graciela, una obra llega al centro de lo humano y nos muestra con una bofetada lo absurdo de la palabra “bello” y más absurdo aún de catalogar algunas cosas como bellas solo porque cumplen ciertos requisitos, que dependiendo de la cultura en la que nos sumerjamos cambiarán de orden. Es irónico pues, que con obras con esta se redefina lo bello, quizás eso precisamente sea el arte, buscar lo bello, y en estos casos cuando no se encuentre lo buscado, mucho mejor, habrá arte para rato, como bien dicen lo yucatecos “busco pero no busco”. La siguiente serie, presentó el día de su inauguración el siguiente texto:
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La exposición busca crear una conciencia sobre la autenticidad de la belleza en cada personas, alejándose de cánones de belleza y estereotipos. Se busca que a través de las imágenes, el espectador vea la belleza con otra luz, y encuentre una aceptación hacia su ser y otros. Mi afecto a tu “defecto” es una terapia de choque para una sociedad inmersa en complejos causados por estereotipos y prejuicios erróneos.
Fernanda Quiróz &
Graciela Zavala mi afecto a tu defecto
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“La belleza artística no consiste en representar una cosa bella, sino en la bella representación de una cosa.” Immanuel Kant
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“La belleza que atrae rara vez coincide con la belleza que enamora.” José Ortega Y Gasset
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“Quien conserva la facultad de ver la belleza no envejece.� Franz Kafka
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“La mitad de la belleza depende del paisaje y la otra mitad del hombre que la mira.� Lin Yutang
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89 “La belleza es lo que se ama” Umberto Eco
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“La belleza es aún más difícil de explicar que la felicidad.” Simone De Beauvoir
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“La belleza se compone de un elemento eterno, invariable de cantidad sea extremadamente difícil de determinar, y de un elemento relativo que puede estar relacionado con un período, un estilo, pasión.” Jean Luc Goddard
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“La belleza y la fealdad son un espejismo porque los demás terminan viendo nuestro interior.” Oscar Wilde
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BEBAY GONZ
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Carlos José Pérez Sámano
espiertas. Todo a tu alrededor se mueve. Recuerdas los quince cigarros que te fumaste anoche. Recuerdas que dejaste uno para hoy. Recuerdas que la cajetilla estaba toda húmeda y apachurrada. Recuerdas que se te cayó a un charco. Recuerdas que casi te caes tú también. Ahora los sonidos perforan tu cerebro como un taladro. Peor que un taladro. Los sonidos perforan tu cerebro como un pequeño martillo que golpea tus sienes. La sangre late en tu cabeza. PUM! PUM! Recuerdas lo borroso de la multitud cuando saliste del antro a las seis de la mañana. La gente ya se encaminaba a sus trabajos. Recuerdas las flores que te regaló. No recuerdas al joven que se
las vendió mientras cenaban. Sabes que eran flores falsas. Sabes que te las regaló porque solo quería cogerte. Siempre es lo mismo y siempre lo sabes. Cenar, flores, empedar, caminar por el río, que te tome de la cintura, te bese y te lleve a su casa. Cada semana es igual. Casi nunca hay comida en su refri a pesar de que siempre tienes hambre. A veces estás tan peda que le vomitas encima. Él no se ríe. Él también te odia. Se odian mutuamente. Siempre se están escupiendo culpas. Siempre pensando que se aman, siempre perdiendo su tiempo, siempre lastimándose como dos verdaderos adultos. Odiándose como una verdadera pareja.
UE
SQ
SA
CO
AH
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NU
AG O
ZALEZ MILLAN
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A veces siento como si martillaran mi cabeza
Amor a la sevillana
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100 Rosasrosa
101 Hambrienta
102 Siempre nos escupimos
103 La veo en cada esquina
104 QuĂŠ payasa
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Realmente refrescante
Dunagua
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Miguel (así,sinapellidos)
N
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Carlos José Pérez Sámano
unca me dijo soy poesía, pero lo era. Ella era la poesía. Aburría lo que yo quería leerle. Le cansaban mis palabras. Nunca me dijo una frase que valiera la pena. Pero ella era la poesía. Su cuerpo impedía toda interpretación. Daba asco imaginármela desnuda. Su piel suave, como pan blanco mojado. Sus senos aguados, su panza. Nunca me gustó. Tenía un pubis impecable, eso sí. Era virgen de ella misma. Al tocarla su piel no se erizaba. Al respirar en su cuello nada pasaba. Ni siquiera era fría. Tenía la temperatura del aire. Era quieta, estática, aburrida. No me producía nada. No me emocionaba, ni me daban ganas de acercarme. Aburrida, absurda, sin sentido. Era completamente vacía, como este texto. Nunca sabré por qué perdí mi vida por ella.
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Juan Carlos Pe単a
Tras las arenas del Sahara
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s el viaje que uno quiere hacer a cualquier lado, un viaje que te permita conocer a la gente, intimar con ella. Juan habla siempre con gran pasión y admiración de Marruecos, de los olores del mercado de Marrakech, de sus sonidos, de cómo fueron las negociaciones para comprar una alfombra, de cómo le ofrecían camellos y bienes a cambio de su esposa. Un viaje al desierto, un chamaco bereber con su zorro, la incógnita de por qué las mujeres no pueden ser vistas, innumerables meseros de nombre Mohamed. Solo en los viajes es capaz de darse cuenta uno de lo efímero y frágil de la vida cuando te sientes parte de una historia de humanidad milenaria. Su ojo artístico se hace presente en sus fotografías, si bien él es escultor, nos deja ver que ha reflexionado lo suficiente su arte como para ejercer otro con maestría y cuidado. No se debe decir más de lo necesario cuando la fotografía es apabullante, solo queda callar y dejarse transportar hacia esos mundos que nos comparte.
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ElihĂş Escobar
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n místico acabado de regresar de un viaje por los rincones antiguos de la tierra ubicados en el Tibet. Antes de irse se paseó por mundos caribeños y sureños, antes de subir las grandes montañas anduvo al ras de los océanos. Un buscador, que si bien no busca responder la pregunta ¿qué somos?, sí, por lo menos quiere expandirla. Y fue precisamente en Cuba donde ensayó la interrogante, invitado a exponer su arte, congregó a sus amigos más cercanos y los fotografío como él quisiera verlos: plenos. Un año atrás recorrió aquella isla y buscó esos momentos de soledad, de alta intimidad, fotos similares pudo capturar en las montañas mexicanas, donde pareciera que las personas que deambulan ahí tratan de hallarse, como si alguna vez se hubieran perdido de ellos mismos. Místico, sí, porque si alguna vez tuvieras la ocasión de estar ante su mirada, no podrás evitar la sonrisa de simpatía, la sensación de pensar que tal vez ya lo conocías desde hace mucho tiempo que remontaría hasta tu infancia. Su mirada fotográfica espero que les cause esta sensación, de mi parte, no solo es por la amistad que sostengo con él, sino porque, en verdad, cada vez que él hace cerrar el obturador yo estoy atento a lo que él ha capturado con su lente puesto que hasta ahora siempre aporta una mirada interesante de nuestro mundo y de nosotros.
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Sergio Morlán Carlos José Pérez Sámano
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Tiradores
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egra noche en las negras calles de la Habana. Cuba huele a tabaco, a dulces perfumes de bellísimas mujeres, a orines, a humedad. Mi cuarto no tiene vidrios. Las ventanas son dos cuadrados de aire. No hay agua, mas que de seis a ocho. No tengo papel de baño. Caminé más de diez cuadras buscando una tienda. No hay. Sergio me ha ayudado bastante. Es actor, pintor, fotógrafo y comediante. Estoy empapado en sudor. El viento sopla fresco por las ventanas. Ahora escribo en la ventana. Las luces de la Habana iluminan mis letras. La Habana son ventanas y puertas abiertas. Casas que invitan a mirar hacia adentro. Sonrisas y caderas que vienen desde África. El sonido de las bocinas de los almendrones y las cáscaras de las fachadas de los edificios me llevan a un tiempo antiguo. Cuba es antes. Cuba es ahora. Cuando íbamos por la 23 descubrí porque Hemingway amaba este lugar: palmeras, caderas, sonrisas, calor, austeridad. Parece que la gente es feliz. Y que todos son amigos. Como si el ron los hiciera hermanos. Intentaré dormir. He descubierto una Cuba amistosa, cordial y cariñosa. Los problemas se resuelven con amistad y compañerismo. La existencia se limita a lo necesario y se proyecta hacia lo trascendental, lo espiritual, lo artístico, lo que nos relaciona con los otros. Un lugar en donde las carencias te llevan a buscar lo más sublime. Descansé. Sergio quedó de pasar por mí a las nueve, así que nueve y media ya estaba bañado y observando la cuidad desde mi ventana.
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Abandono
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Descanso
El futuro
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El reto
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Empata
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Guardiรกn
Mirada hacia el pasado
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Arreglando el presente
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La calidad es la calidad
Milagroso
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Tolerancia
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Virilidad
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Mirar dos veces y divertirme. Hace unos años tuve la oportunidad, por una buena amiga, de tener una cámara fotográfica, nada especial pero si una réflex, una maquina que puedo manipular para captar con ella lo que mis ojos ve, la cámara es el pincel, el fotógrafo hace el resto… pinta con luz y decide que cantidades debe usar. Mucho antes de fotografiar me imagino el resultado, en qué cantidad de color, de qué tamaño, ubico lo que más me llama la atención, defino el encuadre y la composición de la foto… desde luego que a la primera no sale siempre, hay días que veo mi memoria y cuento 300 y 400 fotos de una sola sesión… fotografío y reviso, corrijo… quito luz, aumento elementos, busco otra posición, etc. etc. aún con el tema definido implica darte la oportunidad de ver lo que haces, si estas capturando lo que te hizo voltear y tomar una foto de ese lugar, de esa persona, de ese objeto… es divertido ser fotógrafo. La fotografía tiene sus retos, no me gusta que la gente pose para mis fotos, no descalifico las fotos posadas, las he hecho, pero me divierte más la otra forma de tomar fotografías; sobre todo de personas; quiero capturar parte de ella, quiero tener sus expresiones naturales, quiero sus colores, quiero que la foto me diga algo cuando la vea impresa o en mi pantalla… quiero sentir esa emoción de saber que es bonita esa foto, y lo sé, cuando de mi rostro sale una sonrisa, y queda la sensación de un buen trabajo, no quiero ganar un premio, quiero sentirme bien con las fotografías que hago. Usar la cámara implica retos, en la calle las condiciones nunca son las óptimas, de hecho hay que buscarlas. Tomar fotos en movimiento, una danzante con un penacho de colores, di como 20 vueltas alrededor del grupo que danza para buscar la imagen más significativa de entre todos ellos, lo que sobresale del grupo… en esa ocasión un penacho multicolor acompañado de una sonrisa que muestra cómo disfruta lo que hace... hay que romper el cerco y meterte al escenario y caminar entre los que desfilan buscando a alguien o algo. Objetos colocados para ser mirados, pero no siempre tenemos el tiempo para ir a la hora donde la luz es más noble y nos permite tomar imágenes como las que queremos, desde hace 3 años acudo a mirar los alebrijes del concurso organizado por la ciudad, pero cómo hacer tomas de objetos con formas tan distintas, de tantos colores. La solución es buscando lo que más te gusta a ti, estas fotos representan no lo que el diseñador quiso que yo viera, más bien es mi interpretación de su diseño… de lo que yo resalto… una parte de un todo, una toma de un plano muy concreto, así dejamos a la imaginación de quien ve la foto diseñe el resto del alebrije. En un viaje a Jerusalem, viví otro reto, fotos en pasillos obscuros, con gente que no quiere ser fotografiada… la foto es un ejercicio que invade la intimidad de las personas, tuve que ser muy discreto, pero a la vez estudiar rápidamente la luz y buscar la composición que me permita recordar lo que vi, lo que sentí al ver personas que guardan las tradiciones e historia de un lugar con más de 2015 años de vida. Este es mi arte, y éstas mis fotos.
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r e i v a
x o f a l a P o l l Casti
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