Quinqué 4

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ventana y afuera llovían flores de Jacaranda. Abrí la ventana. Inspiré muy profundo y, por primera vez en muchísimos años, pude sentir como el aire entraba a mi cuerpo y lo recorría. Algo, durante la noche, durante el sueño, se movió en mi interior, o se deshizo, haciendo espacio para el presente. Salí deprisa, deseando con toda el alma que aún hubiera en alguna tienda remanentes de invierno. A pesar del sol la mañana era fresca, el aire se sentía muy agradable sobre la piel. Llevaba, algo inusual en mí, el cabello suelto. Me bajé del autobús y me adentré por las callejuelas de las tiendas de coreanos y judíos del centro. Mis pies caminaban como siguiendo una línea invisible, sin prisa, sin pausa, sin duda. Al doblar una esquina, al final de una calle sin salida, ahí estaba la tienda. Me detuve un instante y miré con calma cada detalle de lo que me rodeaba, como si quisiera absorber hasta la última partícula de imagen de un momento histórico. Y luego entré. Miré hacia fuera, como en mi sueño. En la calle si había gente, pero dentro de la tienda se tenía la sensación de estar mirando a través de un portal del tiempo. Por alguna razón, el sonido del exterior parecía no querer entrar allí, y se quedaba encapsulado, afuera. Se acercó a mí una muchacha coreana, joven y guapa, que en excelente castellano me dijo: –Uno cree que por ser primavera ya hace calor, pero aún está bastante fresco. Venga por acá, todavía tenemos algunos abrigos. En ese momento me di cuenta de que llevaba como única vestimenta sobre mi falda una blusa ligera, y que mi piel estaba enchinada por el frío. La seguí. La tienda era más grande de lo que


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