Qué Pasa Oaxaca Vol. 7

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V O L 7 - G R A T I S / F R E E



Bailar desde el vientre LA MU ERTEA DA DE MUJERES EN SA N AGU STÍN ETLA

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ran casi las tres de la tarde y en casa de Julia olía a especias mezcladas con el vapor que había dejado la tormenta a medio caer sobre San Agustín Etla. Se disponía a comer con su familia, sin embargo, me recibió en el patio y dispuso tres sillas para hablar sobre La Muerteada y beber agua de limón. Creyó que yo había ido al Barrio del Panteón atraída por la fama de la comparsa “Los testarudos” realizada anualmente el Día de Muertos; aunque pronto Julia supo de mi curiosidad por ella, una de las fundadoras de La Muerteada de mujeres. A la conversación se unieron su esposo Ignacio y su hijo Fermín, el muertero más pequeño de la familia. Su mirada de absoluta complicidad y goce hacía parecer ligeros aquellos disfraces de casi 90 kilos que visten año con año. “En 1994 sacamos La Muerteada de las mujeres. Éramos muchachas solteras, y la inquietud empezó precisamente porque la muerteada era para puros hombres”, cuenta Julia, mientras recuerda cuando representaron por vez primera a personajes como El caporal y El chivero, oficios considerados para hombres. Aquellas mujeres que solían atuendarse con chaleco, capa y máscaras prestadas por “Los testarudos” la mañana del 2 de noviembre; las mujeres que bailaban las últimas melodías de una banda trasnochada se habían nombrado “Las panteoneras”. Observo el jardín de pasto recién cortado y dos loros desde sus jaulas interrumpen cuando Julia me cuenta que más tarde se convirtieron en “Las testarudas”, y continuaron con esta peculiar fiesta de Día de Muertos celebrada desde hace alrededor de 300 años en Etla. En un tiempo Julia se disfrazada, pero años después fungió como organizadora junto a una compañera. Embarazadas buscaban los lugares que recibirían la comparsa de mujeres con comida y mezcal. En San Agustín, desde que un bebé nace ya es muertero porque desde el vientre ya está bailando, completa Ignacio. “Si en La Muerteada de los hombres se ven puras mamás con niños, en la de las mujeres los papás hasta bebés cargan“, dice Julia, y ríe con su esposo al recordar cuando andaba de casa en casa con sus hijos, desde el primer año en que más de 150 mujeres enmascaradas recorrieron las calles con apoyo del comité de hombres. En su primera muerteada todo era pura música y baile.

Texto: Judith Santopietro Fotos: Anna Bruce

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La Muerteada de los hombres no sólo es jolgorio producido por nueve mil cascabeles en el cuerpo, ni la música por más de 17 horas, ni la luz de los espejos diminutos brillando en la oscuridad, sino el riesgo de vestir trajes que oscilan entre 40 y 90 kilos y una máscara que reduce la visión. Perder el balance, la fuerza de las piernas. Ser empujados por la multitud. Caer. Y la mañana siguiente, descubrir que te han quitado, entre el baile, espejitos o cascabeles del disfraz. Así que ellas crearon su propia fiesta para lucir, por momentos, el pesado traje que le confeccionaron a sus esposos con meses de anticipación o para danzar con disfraces más ligeros. Han pasado 25 años desde que las mujeres de los tres barrios se reunieron para La Muerteada – incluso desde Vista Hermosa, San Agustín y San José, San Sebastián y Santo Domingo acudieron las dos primeras ocasiones. Pero ahora, algunas de las integrantes emigraron y sólo los comités de las escuelas de San Agustín Etla coordinan La Muerteada “Las testarudas” para recaudar fondos y comprar lo necesario en las escuelas primarias. Al principio, interpretaban La Relación con casi todos los personajes como lo hacen “Los testarudos”, pero hoy sólo versean chismes y verdades del pueblo; prefieren reunirse en una casa y salir juntas disfrazadas la noche de su comparsa. Entre amigas y comadres nos prestamos cosas para el traje, dice Julia, mientras sostiene una máscara de diablo con un cuerno quebrado y me explica que el atuendo ahuyenta las energías oscuras con los espejos y el ruido de los cascabeles, que La Muerteada es traspasar de la muerte, vencerla, burlarse de ella, resucitar a los difuntos al final de la celebración.

Así que Julia le pide a Ignacio traer un disfraz: sus espejos diminutos brillan con la luz de la tarde nublada. Ambos se ayudan a vestir saco y pantalón, el pequeño Fermín porta la máscara de diablo como si fuera a salir en la comparsa. La familia de muerteros posa en la pared verde pálida. Sonríen pese a que el traje pesa demasiado. Minutos después, en medio del jardín, Ignacio nos hace una demostración del chicote con el que antes arreaban ganado y hoy utilizan para anunciar el ensayo previo a la fiesta de Día de Muertos y abrir camino a la comparsa “Los testarudos” entre los que acuden a San Agustín Etla. El cuerpo de la serpiente de ixtle truena en el aire y su sonido irrumpe en la tranquilidad del barrio. Con un movimiento limpio, Ignacio resuena las fibras de su chicote una y otra vez. Después, el pequeño Fermín también alza el chicote y lo truena con la fuerza que le dan sus siete años. ”Antes venía poca gente y nosotros como parte de la población disfrutábamos esta tradición. Ahora se compartió y viene mucha gente, pero nosotros como pueblo casi no lo podemos disfrutar porque tenemos que andar cuidando a nuestros familiares que vienen disfrazados”, dicen ambos, quizá como reproche antes de los preparativos de la fiesta. En sus palabras también hay entusiasmo por el próximo Día de Muertos; hay esperanza de que los visitantes comprendan la esencia comunitaria del festejo y acudan con respeto, de que les permitan bailar y peregrinar de casa en casa con libertad. Algunos muerteros están alegres porque sus familiares migrantes en Estados Unidos vendrán; a Julia simplemente la hacen feliz estos 25 años de La Muerteada de mujeres.


Dancing in the womb T HE WOME N’S MU E RT E A DA I N S A N AGU ST Í N E T L A

It was almost three in the afternoon and Julia’s house smelled of spices mixed with the steam that the storm had left halfway over San Agustín Etla. She was about to eat with her family, however, she met me in the courtyard and arranged three chairs to talk about La Muerteada and drink agua de limón. She thought that I had come to the Barrio del Panteón attracted by the fame of its neighbourhood Los testarudos parade held annually on the Day of the Dead. But in fact, my curiosity was about her, one of the founders of La Muerteada de mujeres. Her husband, Ignacio, and son, Fermín, the smallest muertero in the family, joined the conversation. Their look of absolute complicity and enjoyment seemed to make the 90-kilo costumes they wear year after year seem light. “In 1994 we brought out the Women’s Muerteada. We were single girls, and the restlessness began precisely because the Muerteada was purely for men,” Julia says, while remembering when they first represented characters such as el caporal and el chivero, trades considered as men only. Then, the women wore a vest, cape and masks provided by Los testarudos on the morning of November 2; then, the women danced the last melodies of a sleepless band that had been named “Las panteoneras.” I observe the garden of freshly cut grass and two parrots interrupt from their cages as Julia tells me that they later became “Las testarudas” and continued the tradition of this peculiar Day of the Dead fiesta that has been held in Etla for about 300 years. There was a time when Julia dressed up herself, but years later she worked as an organizer with a partner. Pregnant women looked for the places that would receive the women’s parade with food and mezcal. “In San Agustín, from the moment a baby is born, he is already a muertero because he is already dancing in the womb,” Ignacio adds. “If in the men’s Muerteada, it seems like it is only mothers with the children, in the women’s, the fathers carry the babies,” Julia says, and laughs with her husband when remembering when she went from house to house with her children, from the first year in which more than 150 masked women toured the streets with the support of the men’s committee. In her first muerteada, everything was pure music and dance. The men’s muerteada is not only revelry produced by nine thousand bells on the body, nor the music for more than 17 hours, nor the light of the tiny mirrors shining in the dark, but it is also a risk, wearing suits that vary between 40 and 90 kilos and a mask that reduces vision. Losing balance, leg strength. Being pushed by the crowd. Falling. And the next morning, discovering that, in the midst of the dancing, mirrors or bells have been taken from the costume. Text: Judith Santopietro Photos: Anna Bruce

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So in this way, they created their own fiesta to flaunt the heavy outfits they had made for their husbands, sewing for months in advance, or to dance more freely with lighter costumes. It has been 25 years since the women of the three neighbourhoods gathered for La Muerteada; they came from Vista Hermosa, San Agustín, and San José, and on the first two occasions, San Sebastián and Santo Domingo. But now, some of the members have emigrated and only the school committee of San Agustín Etla coordinates La Muerteada “Las testarudas” to raise funds and buy supplies for the primary schools. At first, they interpreted the story of ¨La Relación¨ with almost all the characters as “Los testarudos” do, but today the stories are only chismes y verdades del pueblo - the gossip and the truths of the town. The women prefer to meet in a house and go out together in costume the night of their parade. “Among friends and comadres, we lend each other things for our costumes,” says Julia, holding a devil mask with a broken horn and explaining that the outfit drives away the dark energies with the mirrors and the noise of the bells, and that La Muerteada goes right through death, to defeat her, make fun of her, and resurrect the dead at the end of the celebration. Julia asks Ignacio to bring a costume: her tiny mirrors shine in the cloudy afternoon light. They help each other to put on jackets and pants, young Fermín wears the devil’s mask as if he were going out in the comparsa. The family of muerteros poses on the pale green wall. They smile even though the suit weighs too much. Minutes later, in the middle of the garden, Ignacio gives us a demonstration of the whip that they used to use to herd cattle and is now used to announce the rehearsal before the Day of the Dead fiesta and open the path to “Los testarudos” among those who come to San Agustín Etla. The body of the ixtle snake thunders in the air and its sound bursts into the tranquility of the neighbourhood. With a clean movement, Ignacio resonates the fibres of his whip again and again. Later, little Fermín also lifts the whip and thunders it with all the strength that his seven years can give him. “In the beginning, only a few people came and we enjoyed this tradition as part of the community. Now, it is shared and many people come from outside, but we as a community can hardly enjoy it because we have to take care of our relatives who come in costumes,” they both say, perhaps as a reproach before the preparations for the fiesta. But in her words, there is also enthusiasm for the next Day of the Dead. She hopes that visitors will understand the community essence of the celebration and come with respect, that they will be allowed to dance and travel from house to house with freedom. Some muerteros are happy because their migrant relatives in the United States will come. For Julia, she finds happiness in 25 years of the Women’s Muerteada.



María Reyna

LA S OPRA NO MIX E ORG UL LOSA D E SU RA ÍZ Ser raíz, tener los pies bien colocados sobre la tierra, saber de dónde se viene y a dónde se va, dominar el arte de la paciencia, ponderar la paz interior, nutrir la humildad y apostar por la claridad son cualidades que tejieron la fortaleza de una cantante oaxaqueña que no se asemeja a ninguna otra, no sólo por su talento, sino porque la fama no le interesa. La soprano mixe María Reyna González, menuda y bajita, a sus 25 años se siente orgullosa de su lengua materna y la lleva como bandera. Rancho Metate, Santa María Tlahuitoltepec Mixe, es un lugar donde las nubes tocan la tierra, semillero de músicos en la Sierra Norte del estado de Oaxaca; y allá nació María Reyna. Desde sus ocho años supo que quería cantar, así que estuvo en un coro y a sus 15 años, con poco dinero, salió de su pueblo para estudiar en Guadalajara.

“A mi mamá no le gusta viajar, no le gustan las curvas. Yo le pedí especialmente que viniera conmigo a este concierto que es muy importante, porque no solo será la primera vez que cante en el Teatro Macedonio Alcalá, también presentaré mi disco. Ella dudó en venir, mi papá luego luego aceptó. Mi mami nunca había salido de Tlahuitoltepec, pero al final me dijo ‘pues vamos, qué más puede pasar”. Es así como, con su primer disco en la mano, la soprano mixe María Reyna volvió por la puerta grande a Oaxaca, con el orgullo de ser oaxaqueña y con la compañía de cómplices y amigos que la han impulsado en este sueño: desde fotógrafos, arreglistas, músicos, empresarios y seguidores que le han tendido la mano para que cumpla sólo una de sus tantas metas.

“2019 es el Año Internacional de las Lenguas Indígenas y es importante que los papás le enseñen a sus hijos a que hablen sus lenguas. Hay que recordar de dónde venimos”. Al llegar, las cosas no fueron fáciles; sin embargo, el idioma ayuujk (mixe) “su lengua materna” fue una herramienta para plasmar su cosmovisión, sus sentimientos y pensamientos, le dio más fuerza a su voz, le abrió las puertas para mostrar su misión y difundir las lenguas indígenas. María Reyna comenzó como trabajadora doméstica y seis años más tarde su historia cambió: ahora es una mujer famosa, una cantante en formación que promueve su primer disco y prepara una gira en el extranjero. Será la primera vez que salga del país. “¿Qué es lo que más extrañas” “le pregunto, y ella sonríe con una especie de melancolía. “Lo que más extraño es caminar en el bosque sin tacones, ir a buscar leña con mi papá, hacer tortillas con mi mamá, andar sin maquillaje”. Nuestra entrevista transcurre en Agrado Guest House en el Centro Histórico de Oaxaca, previamente a la presentación de su disco Orgullosa soy raíz. En la habitación descansan sus padres, luego de un largo viaje que por primera vez hacen fuera de Tlahuitoltepec sólo para asistir al concierto de su hija.

“¿Ahora qué sigue? Ya tienes tu concierto en el Teatro Alcalá, vienes a presentar tu disco, ¿eras ya conocida en varios estados?” “Volver me hace sentir muchos nervios, creo que es la emoción de sentirme en casa y saber que hay gente que va a estar ahí, que me va a acompañar. Todavía me cuesta creer que la gente se forma para conseguir un boleto para mis conciertos. Estoy feliz porque me acompañaron personas muy importantes: ¡mis padres, que me han dado la vida! Yo creo que cuando tú das las cosas con el corazón, el universo te lo devuelve de regreso y más grande”. Días antes, María Reyna se había presentado en el Auditorio Guelaguetza acompañada de otras cantantes. Desde que su carrera despegó, ella asegura que no existen las casualidades, que todo es fruto de su trabajo y punto de encuentro del tequio de muchas personas que se han subido a su barco.


El sueño de una mujer ayuujk La cantante oaxaqueña se nutre de sus raíces, de sus padres como fuerza, de su cultura ayuujk (mixe). Y sí, la fuerza de su cultura indígena la proyecta y la transforma: “Todo lo que hago es por mis papás, a donde me lleve el viento iré, podré pisar los mejores escenarios, pero mis padres son parte de lo que soy y ellos siempre estarán conmigo”. Ópera Mixe es un proyecto creado por el pianista y director musical Joaquín Garzón que arropa a María Reyna; aquí se descubrió y comenzó a valorar muchas cosas. Le pregunto entonces qué representa la fama para ella: “Es poquita, es fugaz, dura nada. El trabajo es lo que hay detrás de todo y un gran equipo”. La cantante representa a otras mujeres con respeto y orgullo, lleva con honor la bandera de las lenguas indígenas de México, las cuales difunde y promueve a través de su música, por eso canta en mixe, zapoteco, mixteco, náhuatl y también español. “Cantar en lenguas es sólo un granito que estoy dando a México, todavía hay mucho por hacer, yo sigo caminando. Quiero seguir estudiando, abarcar más artes como la danza y el teatro. Vienen proyectos más grandes y quiero estar preparada para ello”. A tres meses de haber lanzado Orgullosa soy raíz en Oaxaca, disco que incluye 13 temas donde fusiona la música clásica, el jazz y lo contemporáneo, María Reyna continúa con presentaciones en otros estados de la República Mexicana. Su carrera va en ascenso, esto apenas comienza; sin embargo, ella sigue disfrutando del olor de la tierra y de volver a Tlahuitoltepec Mixe, donde piensa regresar a vivir en algún momento.

Texto: Carina Pérez García Foto: Cortesía de María Reyna

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María Reyna THE SOPRAN O MI X E P R OUD OF HE R R O OTS

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he’s rooted, with her feet placed firmly on the ground, with full knowledge of where she came from and where she is going. She has mastered the art of patience, ponders her inner peace, nurturing humility and betting on clarity, all qualities that are woven together to create the strength of a Oaxacan singer like none other, not only because of her talent but because of her disinterest in fame. The Mixe soprano, María Reyna González, diminutive at 25 years old, carries her mother tongue proudly like a flag. Rancho Metate, Santa María Tlahuitoltepec Mixe, is a place where the clouds touch the earth, a place where musicians are cultivated in the Sierra Norte of the state of Oaxaca; and it is there that María Reyna was born. Starting when she was only eight years old she knew that she wanted to sing, so she joined a choir, and at age 15, with little money, she left her village to study in Guadalajara. Upon arrival, things weren’t easy. Nevertheless, her mother tongue, the Ayuujk (Mixe) language was a tool to express her worldview, feelings, and thoughts. It gave more strength to her voice and opened doors to reveal her mission to spread indigenous languages. Though she started as a domestic worker, six years later her story has changed: María Reyna is now famous, a singer in training, promoting her first album, and preparing a tour abroad. It will be the first time she has left Mexico. “What do you miss most?” I ask, and she smiles with a kind of melancholy. “What I miss the most is walking in the forest without heels, going to get wood with my dad, making tortillas with my mom, going around without makeup.” Our interview took place in Agrado Guest House in the Historic Centre of Oaxaca, prior to the presentation of her album, Orgullosa soy raíz. Her parents are resting in the room after a long trip, their first time to leave Tlahuitoltepec, just to attend their daughter’s concert. “My mum doesn’t like to travel, she doesn’t like the curves. I specifically asked her to come with me to this concert because it is very important. Not only will it be the first time I sing at the Macedonio Alcalá Theatre, but I’ll also be presenting my album. She hesitated to come, but then my dad accepted. My mum had never left Tlahuitoltepec, but in the end she said ‘well come on, what else can happen’.”


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This is how, with her first album in hand, the soprano mixe María Reyna has returned to Oaxaca with a grand entrance, with the pride of being Oaxacan, and in the company of collaborators and friends who have sustained her in this dream. From photographers, arrangers, musicians, management, and fans, all who have extended their hands to support her in meeting this first of her many goals. “So what’s next? You already have your concert at the Teatro Alcalá; you’re here to present your album. Are you already known in several states?” “Coming back makes me very nervous, I think it is the emotion of feeling at home and knowing how many people will be there, who will accompany me. I still find it hard to believe that people are lining up to get a ticket for my concerts. I am happy because people who are very important are here with me: my parents, who have given me life! I believe that when you give things with your heart, the universe gives it back to you multiplied.” Days before, María Reyna had performed at the Guelaguetza Auditorium accompanied by other singers. Since her career took off, she says that there are no coincidences, that everything is the result of her work and the intersection of labour of many people who have joined her on this journey. The dream of an Ayuujk woman The Oaxacan singer draws strength from her roots, from her parents, from her Ayuujk culture. And yes, it is their indigenous culture that is illuminated and transformed through her work: “Everything I do is for my parents. I will go wherever the wind takes me, I will step onto the best stages, but my parents are part of who I am and they will always be with me.” “Ópera Mixe is a project created by the pianist and musical director Joaquín Garzón that first mentored María Reyna. There, she discovered herself and her values. I ask her, then, what fame represents to her: “It is small, it is fleeting, it doesn’t last. Work is what’s behind everything... and a great team.” The singer represents other women with respect and pride. She carries the flag of Mexico’s indigenous languages which she disseminates and promotes through her music. She sings in Mixe, Zapotec, Mixtec, Nahuatl, as well as Spanish. “Singing in different languages is just a small contribution that I am making to Mexico, there is still much to do, I keep moving. I want to continue studying, cover more arts such as dance and theatre. Bigger projects are coming and I want to be prepared for them.” Three months after launching Orgullosa soy raíz in Oaxaca, an album comprising 13 songs that combine classical, jazz, and contemporary music, María Reyna continues with performances in other states of the Mexican Republic. Her career is on the rise, this is just the beginning. Still, she continues to enjoy the smell of the earth and returns often to Tlahuitoltepec Mixe, where she plans to return to live someday.

Text: Carina Pérez García Photos: Cortesía de María Reyna, Carina Pérez García


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El lunes, hago mole Manipularás todos los ingredientes con las manos. Tocándolos, probándolos, oliéndolos. Una parte de ti estará impregnada en la experiencia, porque ésta es una ofrenda, una creación. Comenzarás con los chiles. Andrea me da un paseo a través de la receta del mole mientras me siento en un banco de su cocina. Ella prepara el mole cada lunes para el siguiente fin de semana, es el mole que sirve en las tostadas y tortas que vende en El Pochote Mercado Orgánico. Lo prepara el lunes porque le toma por lo menos cuatro horas hacerlo y el resto de la semana está muy ocupada preparando guisados, su propio quesillo, queso fresco y, por supuesto, vendiendo en el mercado. El mole de Andrea es lo suficientemente picante que no necesito agregarle salsa a mi tostada repleta de verduras frescas, betabel, ensalada de lentejas, chile de ajo y requesón de hierbas. Pero una vez al año, Andrea prepara su mole de Día de Muertos. En esos días especiales, ordeno mi tostada sencilla. Sólo la tostada y el mole. Pido por segunda y hasta por tercera vez. Primero, se ennegrecen las semillas luego se cocinan los chiles en aceite. Es un perfume que te curará. También te hará estornudar. El mole de Muertos de Andrea tiene el doble de ingredientes que su receta usual. Más chiles, más frutas y más semillas. Lo prepara con su familia –su esposo, su hermana, su hija y su cuñado– y lo comen con tortillas frescas mientras preparan el altar. Se lo comen tarde y acompañado de un pavo o untado en bolillos del desayuno. Este año, la nieta recién nacida de Andrea también estará allí. “Recordamos a los muertos porque ese es el día del festivo. Pero darle la bienvenida en nuestra familia a una nueva nieta, enseñarle nuestras tradiciones, todo ese conocimiento, eso significa mucho. Éste será uno de los mejores Día de Muertos en mucho tiempo”. Utilizaremos el mismo aceite para cada capa. Es capa tras capa. Carbonizar la cebolla y el ajo. Almendras, maní, canela, clavo y pimienta. Capa tras capa, el aceite se convierte en uno solo. La familia de Andrea construye su altar la semana anterior. A menudo les toma horas, ya que comen, cortan flores, comen, cuentan historias, comen, ríen hasta llorar. “No sé qué olor de Día de Muertos amo más. La flor de cempasúchil es la que te recibe en casa. Es un dosel que cubre todo. El copal se desliza en tu memoria y de repente estás llorando o riendo o enojado o simplemente recordando. Pero la comida... esos chiles ahumados que te queman los ojos, tostar nueces y semillas, el mole a fuego lento. El pan de muerto que huele a levadura, huevo revuelto y azúcar... ¿Quién no ama la levadura, el huevo revuelto y el azúcar? La comida. Son los olores que te recuerdan que todavía estás vivo”.

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Las pasas se inflan en el aceite. El pan del día absorbe todos los sabores. El plátano macho le dará otro tipo de sabor dulce. Cuando las semillas de sésamo comienzan a bailar en el aceite, me pongo a aplaudir. Día de Muertos es la época más ocupada para quienes trabajan en la industria alimentaria o turística, pero como Andrea trabaja con su familia, eso no le importa. Tienen sus tradiciones familiares y luego tienen su familia en el mercado. Doblan el bambú para construir el marco del altar y envolverlo en las hojas. Una semana antes, revisan fotos, limpian los marcos de los cuadros, se acuerdan de ir a comprar suficiente chocolate. Lo hacen con tiempo. Atraviesan el tiempo, padres muertos y nietas bebés. Y ahora, ponte a cocinar los tomates, los tomatillos, una montaña fragante de hierbas que se marchitan. Romperemos el chocolate en pedazos. Los niños van a querer hacer este trabajo hasta chuparse los dedos. En Etla, caminan hacia el cementerio al anochecer. Se detienen en el camino para visitar a amigos y vecinos. Es un momento para ponernos al día porque “todos tenemos nuestras vidas y todos decimos que nos reuniremos más y luego... es Día de Muertos otra vez. Y así, nos detenemos en sus casas en Día de Muertos y esperamos verlos antes de llegar al panteón. Porque si nos esperan en el panteón, debemos encontrar más espacio en el altar”. Levanté una ceja ante su astuta broma morbosa y ella se rio de mi falsa moralidad. Levanta su cuchara de madera con jugo de tomate goteando –ha estado cocinando todo este tiempo– y chasquea la lengua mientras su esqueleto baila en un delantal manchado y con un turbante. En Oaxaca, decir “nos vemos” podría significar simplemente “te veré, llueva, brille o muera”. En el cementerio, hay más capas. Esta vez son velas, flores, comida y bebida. La comida se lleva en tupperware y hay muchas tortillas para todos. A Andrea le gustaría ser más musical, pero no importa porque alguien estará cantando, alguien tocará la guitarra, habrá tubas y clarinetes y más cajas de lo que uno pensaría que es necesario en un cementerio. “Cuando la música realmente comienza, nadie me dice que deje de cantar, aunque quizás debería hacerlo”. Cuando todo esté tostado, carbonizado, blanqueado, frito y chisporroteado, la olla gigante irá al molino. A medida que pasa a través de la máquina, las mujeres se juntan, esperando su masa de tortilla, su pasta de chocolate, respiran profundamente y preguntan “¿Cuánta canela? ¿Usaste pan o tortilla? ¿Hoja de aguacate? ¿Tostaste tu propio cacao?” Andrea comparte su receta con los clientes de su puesto en el mercado. No hay ingredientes secretos. “Día de Muertos es para compartir, recordar, encontrar más espacio”. Andrea mezcla un poco más de mole para que lo probemos. Ella llevará el resto al molino. Repito lo que dijo mientras decido comer un poco más. “Encontrar más espacio”.

Texto y Fotos: Isahrai Azaria


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On Monday, I make mole


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ou’ll be handling all of the ingredients by hand. Touching them, tasting them, smelling them. You’ll be imbuing part of yourself, because this is an offering, this making. You’ll start with the chiles. Andrea walks me through the mole recipe while I sit on a stool in her kitchen. She makes mole every Monday to serve on her tostadas and tortas at the Pochote Mercado Orgánico the next weekend. She makes it on Monday because she needs at least four hours and the rest of the week she is too busy making guisados, her own quesillo and queso fresco, and, of course, selling at the market. Andrea’s mole is spicy enough that I don’t add salsa to my tostada piled high with fresh greens, beets, lentil salad, chile de ajo, and requesón de hierbas. But once a year, Andrea prepares her mole de Muertos. On those special days, I order my tostada plain. Just the crispy tortilla and the mole. I go back for seconds, often thirds. First, blacken the seeds and then cook the chiles in oil. It is a perfume that will cure you. It will also make you sneeze! Andrea’s mole de Muertos has double the number of ingredients as her usual recipe. More chiles, more fruits, more seeds. She prepares it with her family - her husband, her sister, her daughter, and her son-in-law - and they eat it on fresh tortillas while they prepare their altar. They will eat it for a late-night meal with turkey. They will soak it up with breakfast bolillos. This year, Andrea’s newborn granddaughter will also be there. “We remember the dead, that is Muertos. But to welcome a new nieta to our family, to our tradition, to bring her to this knowledge, it is everything. This will be my favourite Muertos in a long time.” We will use the same oil for every layer. It is layer after layer. Char the onion and garlic. Almonds, peanuts, cinnamon, cloves, and peppercorn. Layer after layer the oil becomes a marriage. Andrea’s family builds their altar in the week before. It will often take hours as they eat, cut flowers, eat, tell stories, eat, laugh until they cry. “I don’t know what smell of Muertos I love the most. The cempasúchil flower is what greets you as you enter the home. It is a canopy. The copal slips into your memory and all of a sudden you are crying or laughing or angry or just remembering. But the food... those smoky chiles that burn your eyes, the toasting nuts and seeds, the simmering mole. The pan de muerto that smells like yeast, scrambled egg, and sugar... who doesn’t love yeast, scrambled egg, and sugar? The foods. They are the smells that remind you that you are still living.”

Raisins plump in the oil. Day-old bread soaks up all of the flavours. The plantain will add another kind of sweetness. When the sesame seeds start to dance in the oil, I clap along. Muertos is the busiest time for those in the food or tourism industry but, because Andrea works with her family, she doesn’t mind. They have their family traditions and then they have their market family. They bend the bamboo to construct the altar frame and wrap it in leaves. A week before, they review photos, wipe down picture frames, remember to go and buy enough chocolate. They find the time. They cross the time, dead parents and baby granddaughters. And now, cook down the tomatoes, tomatillos, a fragrant mountain of herbs wilting down. We’ll break chocolate into shards. The children will beg for this job and lick their fingers far too often. In Etla, they walk to the cemetery at dusk. They stop along the way to visit with friends and neighbours. It is a moment to catch up because “we all have our lives and we all say that we will get together more and then... it’s Muertos again. And so we stop at their homes on Muertos... and hope to see them before we arrive at the panteón. Because if they are waiting for us at the panteón, we must find more room on the altar.” I raise my eyebrow at her sly morbid joke and she laughs at my faux morality. She raises her wooden spoon, dripping with tomato juice she’s been cooking this entire time - and clucks her tongue as her skeleton dances in a stained apron and turban. In Oaxaca, “nos vemos” might just mean “I’ll see you, come rain, shine, or death.” At the cemetery, there are more layers. This time it’s candles, flowers, food, and drink. Food is carried in Tupperware and there are plenty of tortillas for everyone. Andrea wishes she was more musical but that’s okay because someone will be singing, someone will be playing guitar, there will be tubas and clarinets and more snare drums than one would think is necessary in a cemetery. “When the music really starts, no one tells me to stop singing even though maybe I should.” When everything has been toasted, charred, blanched, fried, and sizzled, the giant pot will go to the molino. As it passes through the machine, the women crowding around, waiting for their tortilla masa, for their chocolate paste, they will inhale deeply and ask. “How much cinnamon stick? Did you use bread or tortilla? Avocado leaf? Did you roast your own cacao?” Andrea shares her recipe with customers at her market stall. There are no secret ingredients. “Muertos is for sharing, remembering, finding more room.” Andrea blends a little of the mole for us to try. She’ll take the rest of the batch to the molino. I repeat what she said as I decide to eat a little bit more. “Finding more room.” Text & Photos: Isahrai Azaria

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E N C ONV E R S AC I Ó N C O N :

Guillermo Olguín La exposición “Fugas Geográficas’’, que actualmente se exhibe en el Centro Cultural San Pablo, nos introduce al proceso creativo del artista oaxaqueño Guillermo Olguín. Se trata de una selección de pequeñas pinturas al óleo, tamaño viaje, que realizó recientemente durante sus expediciones. La exposición nos muestra la transformación de Olguín y su trabajo a lo largo de los viajes. Una experiencia que es “simultáneamente escapada, expedición, descubrimiento, regreso. No importa cuántas veces lo hagas, es memorable’’. Esta exposición me atrajo por varias razones. Primero que nada, como fotoperiodista, yo también viajo con mucha frecuencia debido al trabajo y me siento, de igual manera, empujada y atraída hacia nuevas influencias y estéticas. Pero en un nivel más personal, debo decir que, Olguín realizó varias de estas pinturas mientras se quedaba en la casa de mi familia en Oxford. Llegó con una maleta llena de lienzos, pinceles, pinturas al óleo; listo para comenzar sus viajes de pintor durante los cuales visitaría ciudades como Londres, París y Nápoles. Olguín describe su trabajo como un collage, un resultado tanto de sus aspiraciones como de su método práctico. Sus pinturas son ricas en texturas. Típicamente comienza con una capa gruesa de óleo que define el color de base de la imagen. Así, estos lienzos reúnen las huellas y los felices percances que resultan de sus travesías por México y países lejanos. Olguín es uno de los principales artistas de Oaxaca, una cara familiar, se le ve conduciendo alrededor de la ciudad en su jeep estilo safari que le da un aire de explorador del pasado. Con frecuencia organiza eventos, además de que abre su casa a otros artistas, músicos y chefs para que compartan sus talentos con todos nosotros. Me reuní con Olguín en su estudio: un hermoso espacio abierto, con lienzos enormes apoyados en los árboles. Las cosas que ha recolectado durante sus viajes se apoyan en las pilas de libros de fotografía. Las superficies soportan las herramientas de su oficio junto con una selección cuidadosa de objetos. “Soy un coleccionista de objetos hermosos, los llamo ‘amuletos’. Siempre encuentran su lugar’’. Más recientemente, su repertorio incluye escultura y la mesa de la cocina está repleta de moldes nuevos. Su estilo único se traspasa fluidamente de la creación pictórica a la tercera dimensión. Las formas moldeadas de manera intuitiva hacen referencia a las máscaras y las figuritas que se encuentran en el estudio, al mismo tempo que éstas son elevadas a un sentido narrativo. Las veo como un homenaje a personajes culturalmente conmovedores gracias a la combinación de diferentes elementos por medio del bronce. Una que me mostró en su estudio contenía una diminuta máscara de Chihuahua, con una figura corpulenta a horcajadas sobre un trozo de maíz. Una de mis favoritas fue una juchiteca montando el lomo de una liebre, muy representativo de las fiestas interminables que he visto en esa parte de Oaxaca.


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Olguín no se limita al arte por el arte; a decir verdad, trabaja de manera íntima con la comunidad oaxaqueña en una gran variedad de proyectos. Su estilo es inmediatamente reconocible en la estética de ‘Los Amantes’, una prestigiosa marca de mezcal, mezcalería y ahora hotel. Diseñó la botella y la marca, igualmente se encargó de la curaduría de los objetos –sus amuletos– que definen la decoración del bar y del hotel. Las cualidades táctiles del trabajo de Olguín son homenajeadas en ‘’Fugas Geográficas’’. Los cuadros están colgados en el espacio e invitan al observador a mirar alrededor de la imagen, a involucrarse con los lienzos más pequeños que tienen calidad de objetos. Su mesa ha sido trasladada a la galería. Su chamarra de hombros anchos, que nos es familiar, cuelga en el respaldo de la silla, un pequeño lienzo se apoya en ella como si el artista se acabara de ir por un momento. El escritorio está iluminado por un solo foco de luz, te llama a que examines los amuletos, el bodegón compuesto de libros, las fotos antiguas, las figuras y los recortes de poesía. La colección de amuletos también la aplica a las cualidades narrativas en su trabajo. Se inspira de una mezcla de sus propias experiencias, así como de las historias que escucha en el camino. “Viajar siempre ha sido mi alimento para el pensamiento”.

Los componentes figurativos de sus imágenes se repiten con frecuencia: cabras, pájaros, palmeras. Al hablar con Olguín es posible darse cuenta de que pintar criaturas específicas es el preludio de una historia o de una experiencia. El uso de cabras en sus pinturas proviene de su experiencia de cuidar cabras durante su infancia. Sin embargo, a pesar de evocar la nostalgia a través de un reconocimiento a su pasado, Olguín también relata experiencias más recientes con las cabras, las describe como seres indomables con connotaciones innegablemente demoníacas. A través de la repetición, estas figuras y criaturas se vuelven simbólicas, una abreviatura para evocar la infancia, las travesuras o lo místico. Olguín me dijo que algunas de sus series de dibujos y pinturas más recientes siempre tendrían un zanate, a tal punto que sus amigos y mecenas asocian este pájaro con él, en calidad de artista –e incluso con su persona. El folclor describe estos pájaros como astutos y Olguín parece disfrutar esta alusión. Para mí, la elección del tema y su representación crean un sentido de lo mágico y lo fantástico. Me recuerdan a El Aquelarre de Francisco de Goya o a las bellas elucubraciones de Guillermo del Toro. Soy transportada por las pinceladas caligráficas, grabadas en superficies desgastadas, desgastadas por los kilómetros recorridos en el viaje que ha hecho posible su invención. Son como “objetos encontrados” empapados de sueños y recuerdos de tierras exóticas. Texto y Fotos: Anna Bruce


Olguín describes his work as a collage, as a consequence of both his inspirations and practical method. His pictures are rich with texture. Typically they are begun with a thick layer of oils, defining the base colour of an image. These canvases then gather the marks and happy mishaps of carrying them with him, throughout Mexico and to farflung countries. One of Oaxaca’s leading artists, Olguín is a familiar face, driving around the city in his safari-style jeep, giving him the air of an old-world explorer. He often hosts events, opening up his home to other artists, musicians, and chefs, to share their talents with the rest of us. I met with Olguín in his studio, a beautiful open-plan space, with an enormous canvas propped up under a tree. Things he has gathered from his travels are propped up by stacks of photography books. Surfaces bear the tools of his trade alongside a carefully curated selection of objects.

IN CONVERSAT ION W ITH:

I was drawn to this exhibition for various reasons. As a photojournalist, I also travel extensively with work, feeling the push and pull of new influences and aesthetics. But on a more personal level, Olguín actually developed several of these paintings while based at my family home in Oxford. He showed up with a suitcase full of canvases, brushes, and oil paints, ready to begin his painter’s journey that would also include London, Paris, and Napoli.

Guillermo

The current exhibition at the Centro Cultural San Pablo, “Fugas Geográficas,” gives an insight into the creative process of Oaxacan artist Guillermo Olguín. This is a selection of his smaller, ‘travel-sized’ oil paintings made during recent expeditions. The show presents the transformation Olguín, and his work, go through whilst travelling. An experience that is “simultaneously, encounter, escape, expedition, discovery, return. No matter how many times you do it… momentous.”

Olguín 25


“I am a collector of beautiful objects, I call them ‘amuletos.’ They always find their place.” More recently his repertoire includes sculpture, and the kitchen table is covered in new casts. His unique style translates smoothly from picture-making to three-dimensions. Intuitively moulded forms reference the masks and figurines around his studio, while elevating them with a sense of narrative. I see them as an homage to culturally poignant characters, combining different elements through the medium of bronze. One he showed me in his studio incorporated a tiny mask collected from Chihuahua, with a heavy-set body astride a piece of maize. A favourite of mine was a Juchitecan woman riding on the back of a hare, evocative of the wild unending fiestas I’ve witnessed in that part of Oaxaca. Olguín is not constrained by making art-for-arts sake, but works intimately with the Oaxacan community on a variety of projects. His style is immediately recognisable in the aesthetic of ‘Amantes,’ an established mezcal brand, mezcaleria, and now, hotel. He designed the bottle and label, while a unique curation of objects his amuletos - define the decoration of both the bar and hotel. The tactile quality of Olguín’s work is honoured in “Fugas Geográficas.” The pictures are hung in space, inviting the viewer to look around the image, to engage with the ‘object’ quality of the smaller canvases. His desk has been transplanted into the gallery. His familiar wide-shouldered suit jacket hangs on the back of the chair, a small canvas propped up as if he has just momentarily left. The desk is illuminated by a single spotlight, drawing you in to peruse the amuletos, a stilllife made up of books, old photos, figurines, and scraps of poetry. The collecting of amuletos also applies to the narrative qualities in his work. He draws inspiration from a mixture of his own experiences, as well as stories he hears along the way. “Travelling has always been my food for thought.” Figurative components in his images are often repeated: goats, birds, a palm tree. Speaking with Olguín, it is clear that painting specific creatures began as notes to a story or an experience. The use of goats through many of his paintings came from when he tended goats while growing up. However, despite a sense of nostalgia in this acknowledgement, Olguín also recounts more recent experiences with goats, describing them as untameable, with undeniable devilish connotations. Through their repetition, these figures and creatures become symbolic, shorthand to evoke childhood, mischief or the mystical. Olguín told me that some of his earliest series of drawings and paintings would always contain a zanate, to the extent that friends and patrons associated this bird with him as an artist - or even as a person. Folklore describes these birds as crafty, and Olguín seems to enjoy this allusion. For me, Olguín’s choice of subject, and rendering of these subjects, create a sense of the magical and fantastical. I am reminded of The Witches Sabbath by Francisco Goya or some of the beautiful imaginings of Guillermo del Toro. I am transported by the calligraphic brush strokes, etched into worn surfaces, worn through the miles of travel that have contributed to their invention. They read as ‘found objects,’ imbued with dreams and memories of exotic lands. Text & Photos: Anna Bruce


Hora Felíz de 6 A 8 En cócteles !

MARTES A DOMINGO 3 PM A 12 AM

TERRAZA CASA DE BARRO REFORMA 703 , CENTRO


Todo lo que

puedas imaginar U NA VI S I TA A L VAL L E D E TL ACOLUL A ¡Llegó el domingo! Día de descanso, día de familia, día de pasear. Aunque en mi caso siempre es un debate en casa: decidir entre completar los pendientes que quedaron colgados en la semana o tomarse el día para hacer algo divertido y desconectarse. Pero Oaxaca es versátil e ingeniosa para sacarnos del apuro, sobre todo con mi hija que siempre prefiere ir al parque y tomar una nieve que a comprar los víveres de la semana. A menos de una hora de camino de la ciudad de Oaxaca, hay una gran variedad de sitios para visitar, desde monumentos históricos, áreas naturales de belleza espectacular y un sinnúmero de pueblos que ofrecen una gastronomía única. Además, cada domingo, sin falta, es día de plaza en la comunidad de Tlacolula. El día de mercado allí es una aventura en sí misma, aún si sólo vas para asistir a misa en la iglesia del Señor de Tlacolula o por tres kilos de aguacate criollo. En domingo, sus calles principales se convierten en un carnaval de comerciantes con los clásicos gritos “¡Llévelo, llévelo!”, “¡Ahí va el golpe!” Hay pasillos de frutas y verduras que se despliegan como un arcoíris de colores, los siseos como serpientes del aceite que fríe los tacos dorados y el silbido del chico que trata de abrirse el paso con la canasta de pan. Durante el recorrido por el pasillo principal que conduce al mercado municipal, pasamos frente al puesto de pollos rostizados en donde me compro una bolsa de papas cocidas bajo las brasas y, casi como un ritual de día de plaza, las saboreo mientras continuamos la peregrinación. Observamos que en cada puesto se vende una gran variedad de productos, tanto locales como foráneos: molinillos y cajetes, ollas de peltre, DVDs clonados, nieves tradicionales, nieves de marca, nieves en bolsas llamadas “bolis”, pulque y tepache, cinturones de cuero, mesas con botellas de mezcal de variados sabores, chiles secos, botanas y semillas. Todo lo que te puedes imaginar se despliega desde la calle de Tlacolula hasta el mercado. Una vez allí, nos recibe lo que parece un comité de bienvenida: una hilera de mujeres portando delantal, con canastos profundos como barriles, llenos de tortilla blanda o tlayuda, hechas de maíz nativo de color dorado, azul pardo y blanco hueso. Aquí encontramos también todas las especialidades del pueblo: podemos probar el pan de cazuela, hecho con chocolate, canela y pasas; o quizás una barbacoa de chivo, de preferencia en caldo para que rinda un poco más la carne y las tortillas; o qué tal suena un tejate para beber en jícara o una nieve de limón con tuna en copa. Si acaso nos queda un huequito en el estómago, damos un paseo por el pasillo del humo, la zona de carnicerías y asadores. Elegimos las rodajas de tasajo favoritas, las recibimos de manos del carnicero en una canasta abierta como charola junto con una pieza de grasa –“el gordito”, le dicen– que se usa para engrasar la carne y darle más sabor. Como por arte de magia, aparecen varias señoras portando mandil y pañoleta, llevan cebollas de campo y chiles de agua que, de manera automática, acomodamos sobre la parrilla para que el tasajo se sienta acompañado. Texto : Rafael E. Lozano Foto : Mario Patiño

Texto: Antonio Recamier Fotos: Isahrai Azaria


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A un costado del mercado, la iglesia celebra misas casi toda la mañana; no obstante, está permitido entrar y admirar su capilla lateral de expresión barroca: líneas y rizos dorados entre relieves blancos, decorados con espejos y figuras que muestran de manera sombría y explícita la manera en que murieron los santos y mártires del catolicismo traído a América. Al salir del atrio de la iglesia notamos que, por todas las cuadras que rodean el templo, aparecen artesanías de toda la región y, un poco más lejos, encontramos familias que vienen de pueblos cercanos y traen sólo lo que lograron cosechar en la semana. Tras comprarles un poco de manzanilla, aguacate criollo y mandarinas, terminamos de juntar los víveres y decidimos tomar un descanso del mercado y seguir explorando la zona. A diez minutos de Tlacolula, nos encontramos con el sitio arqueológico de Yagul, donde los trabajos de restauración de esta antigua ciudad zapoteca nos permiten interactuar con el espacio, subir las escalinatas de sus templos o bajar hasta el juego de pelota y correr por sus costados. Así conocemos no sólo su pasado, sino también el futuro a través de la imaginación de sus más pequeños visitantes quienes crean en tiempo real un nuevo universo extendido por todas sus construcciones. El recorrido nos lleva por pasillos laberínticos, cámaras ocultas y tumbas con figuras y motivos tallados sobre la piedra, elementos vitales para completar la aventura. Al final del paseo, subimos el peñasco que protege al sitio; estando arriba es fácil pensar que quienes construyeron dicha ciudad eligieron este lugar para mantener el control de sus tierras, ya que desde ahí se puede mirar todo el Valle de Tlacolula. Después de ese intenso paseo, comenzamos el regreso hacia la capital oaxaqueña, pero antes, decidimos desviarnos al pueblo de Tlacochahuaya para un último tentempié. Esta pequeña comunidad campesina alberga una de las iglesias más impresionantes en términos visuales. Los muros interiores del siglo XVI en este templo –llamado San Jerónimo en honor al santo patrono del pueblo– están cubiertos por querubines y motivos florales en tonos claros de rojo, azul y verde, acomodados de tal manera que parecieran un gran lienzo de algodón extendido por todo el espacio. Las figuras y retablos tallados son impresionantes y, sobre la entrada principal, en el espacio del coro, un majestuoso órgano del siglo XVIII contempla armoniosamente el templo en su totalidad desde lo alto. Salimos del templo inspirados y, para satisfacer el alma por completo, decidimos tomar una refrescante nieve tradicional justo afuera del atrio. Miramos dentro de las garrafas: ¡es increíble la cantidad de sabores! Ralladura de limón, tuna, fresa, mango, leche quemada, beso de ángel, guanábana –algunas hechas de agua, otras de leche. Pero todas con su particular aroma y color, tan variadas y únicas como las personas que habitan los pueblos de estos valles, reunidas cada domingo en la gran garrafa conocida como Tlacolula. 31


Sunday is here! Rest day, family day, a day to get out of the house. In our home, it is always a debate: do we complete tasks still looming from the week or take a day to do something fun and disconnect? Oaxaca is versatile and ingenious enough to tempt us outside, especially with my daughter arguing that she’d much rather go to the park and buy a nieve than to take on the grocery shopping for the week. All within an hour’s drive from the city of Oaxaca, there are a variety of places to visit: historical monuments, natural areas of spectacular beauty, and countless villages that each offer a unique cuisine. And then, every Sunday, without fail, is market day in the community of Tlacolula. Market day is an adventure in itself, whether you go to attend mass in the church, Señor de Tlacolula, or if you need to buy three kilos of criollo avocado. On Sunday, the main streets become a carnival of merchants with their time-honoured shouts, “¡Llévelo, llévelo!” or “¡Ahí va el golpe!” (“Come and get it! Take it while it’s hot!”) There are corridors of fruits and vegetables that unfold like a rainbow while navigating through the deep vats of oil frying golden tacos, hissing like snakes, and following the whistle of the boy who is trying to break through the crowd with his overloaded basket of bread. As we wander through the market streets to the main hall, we pass in front of a roast chicken stand. There, as has become our market day tradition, I buy a bag of potatoes cooked under the coals to savour as we continue our pilgrimage. In any stall, there is a wide variety of products, local and imported: grinders and cajetes, pewter pots, cloned DVDs, traditional-style and brand name ice cream, bolis, and popsicles, pulque and tepache fermented drinks, leather belts, tables brimming with bottles of mezcal in various flavors, dried peppers, snacks, and seeds. Anything you can imagine is there for the buying on the streets of the Tlacolula market. When we arrive, we are received by the “welcoming committee”: a row of women wearing traditional aprons, with deep barrel-like baskets, full of soft blanda tortillas or crunchy tlayudas made of native corn in an array of colours: golden, brown, blue, and bone white. Here, we also find the town specialties: pan de cazuela (casserole bread) made with chocolate, cinnamon, and raisins; and don’t forget, the barbacoa made from goat and preferably still in its broth to yield a little more meat when scooped up with tortillas.

Text: Antonio Recamier Photos: Isahrai Azaria

Anything you can imagine

A V I S I T TO T L AC O LU L A VA L L E Y


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How about a tejate to drink from a jícara gourd cup or a lime ice cream paired with prickly pear? If there is still a little room in our stomachs, we will take a walk through the “pasillo del humo” the smoke hall filled with butchers and grills. We choose our favourite cuts of meat directly from the butcher in his open basket along with a piece of fat to add more flavour. As if by magic, several ladies appear in colourful scarves and aprons, bringing field onions and chiles de agua that, without hesitating, we add to our feast so the tasajo meat won’t be lonely. At the edge of the market, the church celebrates mass throughout the morning, but we are still permitted to enter and admire the side chapel decorated in baroque expression: golden lines and curls between white reliefs, with mirrors and figurines that explicitly and sombrely demonstrate how Catholic saints and martyrs died when they came to the Americas. As we leave the church’s atrium, the blocks that surround the temple are filled with crafts from the region and beyond that, families from nearby towns have brought their small weekly harvest to sell. After buying chamomile, avocados, and tangerines, we finish gathering the groceries and decide to explore beyond the market corridors. Ten minutes from Tlacolula, we find the archaeological site of Yagul, where the restoration work of this ancient Zapotec city allows us to interact with space, climb the steps of its temples, or go down to the ball field and run along its sidelines. We explore and encounter not only the past but also the future, through the imagination of young children, creating a new universe in real time within the constructs of these ancient ruins. The tour takes us through labyrinthine corridors, hidden chambers, and tombs with figures and motifs carved into the stone. At the end of the tour, we climb the rock that overlooks the site. From above, it is easy to understand that those who built the city chose this place to maintain control of their lands thanks to its unobstructed view of the entire Tlacolula Valley. After a walk, intense in stairs and sparking the imagination, we begin the return to Oaxaca City, but then, we decide to detour to Tlacochahuaya for one last snack. This small farming community houses one of the most visually impressive churches in the area, called San Jerónimo in honor of the town’s patron saint. The murals, dating from the 16th century, are covered by cherubs and floral motifs in light shades of red, blue, and green, arranged in such a way that it looks like a large canvas has been stretched across the entire space. The carved figures and altarpieces are impressive both individually and as a collective piece, while in the choir space, a majestic 18th-century organ sits to contemplate the temple from above. We leave the temple feeling inspired and, to complete the satisfaction of our souls, we enjoy a traditional ice cream in the plaza. We look inside each ice cream drum: the quantity of flavours is incredible! Lime, prickly pear, strawberry, mango, leche quemada (burnt milk), beso del ángel, and guanábana - some made with water, others with milk. Each has its own particular aroma and colour, as varied and unique as the people who live and work in the villages throughout the valley but come together each Sunday in Tlacolula.



Francisco

Toledo

CENIZA ENTRE LAS FLORES DE GUIE´ CHAACHI

Había transcurrido una semana desde que las mariposas negras revoloteaban en mi casa. Una se había posado sobre una pared hasta secarse y morir días después. Otra apareció en las escaleras; alguna más se atravesó en mi caminata nocturna rumbo al centro de la ciudad. Cuando llegué al trabajo, descubrí que las alas negras y polvosas de otra se extendían sobre la pared blanca. Mariposas negras como augurios de la muerte. Días más tarde, el 5 de septiembre, murió el pintor Francisco Toledo en la ciudad de Oaxaca. Ta Min, como también le conocían en su natal Juchitán, fue uno de los grandes impulsores de la cultura en México: lo mismo defendió el maíz nativo, los árboles de un bosque, que voló papalotes con el rostro de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa. Para despedirlo, la noche de su muerte, nos reunimos en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, quizá el legado más simbólico que Toledo dejó para el mundo. En la calle, se oía “La Martiniana” mientras las personas se consolaban con un abrazo o una memoria de cuando lo conocieron. Incluso algunos gritos se mezclaban con la música de un trío rodeado de personas tristes. Era el jolgorio fúnebre de quienes acudimos a una velación sin cuerpo presente. Hileras y figuras de velas encendidas se multiplicaron sobre la banqueta y en los escalones del IAGO para despedir al artista, mientras la gente iba y venía esa madrugada para hacer guardia en el patio de bugambilias. Al atravesar por el pasillo, uno podía mirar algunos carteles que nos recordaban su activismo:

Pero también al fondo del patio, se alzaba un altar improvisado con mazorcas, flores y la fotografía donde Toledo traza un grabado sobre placa metálica. Coronas de flores saturaron las paredes de ese lugar que, sin duda, era más solemne, sin música ni mezcal, sólo una mujer zapoteca que vestía enagua y huipil de luto. La velada en su memoria duró hasta la madrugada, hubo tlayudas como recuerdo de la épica batalla que ganó para impedir que un McDonald´s se instalara en el centro de la ciudad. “Estamos huérfanos, Toledo es la muerte de una resistencia”, decían algunos. Pero también hay quien dijo “somos la semilla que sembró, nos toca defender su legado, el maíz, el arte, la cultura”. Mientras tanto, la gente también alzaba altares en Juchitán, ciudad derruida por el sismo de 2017 a la que Toledo apoyó en su reconstrucción. Esa madrugada, los flamboyanes de la cercana iglesia de Santo Domingo presenciaron nuestro duelo y la forma en la que la gente, en un acto de tristeza y orgullo, renombró la calle con el nombre del artista. “Francisco Toledo”, leímos en un papel y todos aplaudimos. La tarde siguiente, un silencio extraño se mezcló con los ruidos del lugar. Bajo esos mismos flamboyanes, los adolescentes se besaban y movían sus piernas como si quisieran volar, eran parte de una generación que creció en la biblioteca del IAGO. Entonces miré que una parvada blanca surcaba el cielo. Ya no eran las mariposas negras y agoreras, sino aves blancas volando en un cielo plomizo que anunciaba la tormenta, justo cuando Francisco Toledo recorría las calles vuelto ceniza viajando con el viento, ceniza esparcida entre las flores de guie´ chaachi.

¡Oaxaca No al maíz Transgénico! Premios CaSa en lenguas indígenas

Texto: Judith Santopietro Foto: Carina Pérez García


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ASH AMONG THE FLOWERS OF GUIE´CHAACHI

It had been a week since the black butterflies fluttered into my house. One had landed on the wall to dry and then die days later. Another appeared on the stairs; I passed even more on my nightly walk to the city centre. When I arrived at work, I discovered the black and dusty wings of another extended over a white wall. Black butterflies as auguries of death. Days later, on September 5, the painter Francisco Toledo died in the city of Oaxaca. Ta Min, as he was also known in his native Juchitán, was one of the great drivers of culture in Mexico: he defended the native corn and the trees of a forest; he flew kites with the faces of the disappeared students of Ayotzinapa. To say goodbye, the night of his death, we met at IAGO, the Institute of Graphic Arts of Oaxaca, perhaps the most symbolic legacy that Toledo left for the world. In the street, “La Martiniana” could be heard as some consoled themselves with a hug or a memory of when they met him. Cries of sadness mixed with the music of a trio surrounded by mourners. It was the revelry of a funeral for those of us who attended this wake without a body. Rows and figures of burning candles multiplied on the sidewalk and on the steps of IAGO to say goodbye to the artist. People came and went through the night to keep watch in the bougainvillea-filled patio. When crossing the corridor, we saw posters that reminded us of his activism: ¡Oaxaca No al maíz Transgénico! Premios CaSa en lenguas indígenas

But also, at the bottom of the courtyard, stood an improvised altar with maíz, flowers, and a photograph of Toledo tracing an engraving on a metal plate. Wreaths of flowers saturated the walls of this place that, without a doubt, was more solemn, without music or mezcal, only a Zapotec woman dressed in a petticoat and mourning huipil. The wake in his memory lasted until dawn. There were tlayudas as a memory of the epic battle he won to prevent a McDonald’s from being installed in the city centre. “We are orphans... Toledo is the death of a resistance,” some said. But there are also those who said, “We are the seed that he sowed, we have to defend his legacy, corn, art, culture.” Meanwhile, people also raised altars in Juchitán, a city demolished by the 2017 earthquake that Toledo supported in its reconstruction. That night, the poincianas of the nearby church of Santo Domingo oversaw our mourning and the way in which people, in an act of sadness and pride, renamed the street with the artist’s name. “Francisco Toledo,” the paper read and we all applauded. The next afternoon, a strange silence mixed with the noises of the busy plaza. Under those same poincianas, teenagers kissed and moved their legs as if they wanted to fly, they were part of a generation that grew up in the IAGO library. Then I saw that a white flock furrowed the sky. They were no longer the black butterflies, but white birds flying in a leaden sky that announced the storm, just as Francisco Toledo travelled the streets turned ash, travelling with the wind, ash scattered among the flowers of guie´ chaachi.

Text: Judith Santopietro Photo: Rebecca Bailey




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