Cuadernos Hispanoamericanos 783 (Septiembre 2015)

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prepara la Antología de Federico García Lorca y el Romancero de la Guerra Civil Española, y a lo largo de su vida mantiene relaciones de amistad con poetas tan destacados como Emilio Prados, José Bergamín, Jorge Guillén, René Char y José Lezama Lima, a la mayoría de los cuales, además, dedica incisivos ensayos. En su pensamiento resulta esencial el concepto de «razón poética», una razón que hermana la intuición y la imaginación creadora con la especulación y que, así articulada, intenta penetrar en lo más profundo del espíritu, para descubrir lo oculto al conocimiento, lo sagrado, que se revela por medio de la poesía. «Poesía y razón se completan y requieren una a otra –sostiene Zambrano en Los intelectuales en el drama de España y escritos de la guerra civil–. La poesía vendría a ser el pensamiento supremo por captar la realidad íntima de cada cosa, la realidad fluyente, movediza, la radical heterogeneidad del ser. Razón poética, de honda raíz de amor».

Hablar de María Zambrano cuando se habla de filosofía y poesía resulta una obviedad. Si ha habido un/a autor/a en las letras españolas que ha dedicado tiempo y esfuerzo al análisis de las relaciones entre ambas disciplinas, de sus semejanzas y diferencias, de su mutua permeación y sus disensos inevitables, esa ha sido la pensadora de Vélez-Málaga. Su libro Filosofía y poesía, publicado en 1939 –el quinto de su producción, tras Poesía y pensamiento en la vida española, del mismo año y también publicado en México, donde empezó su exilio–, constituye el que acaso sea el mejor acercamiento a esa fértil aunque problemática dualidad, no solo en la literatura en español, sino en toda la cultura contemporánea. Pero resulta llamativo que ese interés de María Zambrano únicamente haya suscitado reacciones y estudios de naturaleza filosófica, y muy pocos o ninguno de naturaleza poética. Zambrano aparece en la historia del pensamiento español como filósofa, algo que ciertamente es: discípula de Ortega y Gasset, Xabier Zubiri y Manuel García Morente, sintetiza con éxito las tradiciones existencial, fenomenológica y vitalista, la de Spinoza y la de los griegos, inspirada en el pensamiento de Plotino, asumiendo, además, el bagaje de la mística, tanto oriental como hispana, y alumbra una obra compleja y dilatada que se extiende desde su primer libro, Nuevo liberalismo (1930), hasta el póstumo La aventura de ser mujer (2007). Sin embargo, en esta obra ingente, integrada por 43 títulos, la atención a la poesía es constante, y no solo por los ya indicados Filosofía y poesía y Poesía y pensamiento en la vida española: en Chile, en un temprano 1936,

Pero su vinculación con la poesía llega aún más lejos, hasta la propia condición de poeta. No es casualidad que su maestro, Ortega y Gasset, fuese también un escritor de fuste, en cuyo estilo se reconocen las metáforas tanto como los silogismos, ni que los principales valedores de la Zambrano exiliada y preterida por la cultura oficial fueran poetas como José Ángel Valente –a quien Zambrano correspondió con perspicaces estudios como «La mirada originaria en la obra de José Ángel Valente» o «José Ángel Valente por la luz del origen»– o José-Miguel Ullán, al que se debe una antología esencial de Zambrano, Esencia y hermosura (Círculo 83

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