Cuadernos Hispanoamericanos 786 (Diciembre 2015)

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◄ Imagen: Freud, paseando junto a su hija Anna en Las Dolomitas, 1913.

todo el mundo, siempre en busca de la victoria, jamás del armisticio. Paralelamente, no soportaba las críticas hasta el punto de desarrollar una suerte de complejo adánico, propio del iniciador. Como es lógico, la contrafaz de este luchador imbuido de omnipotencia, es un individuo vulnerable. Sentía terror ante el desvarío amoroso y el devastador dominio de la lujuria, y comparable miedo a lo impulsivo, el afecto y la entrega. El ejercicio de la castidad, por ejemplo, lo condujo hasta la neurastenia, que intentó remediar con drogas y tabaco. Desde luego, jamás accedió a analizarse, aunque se lo propusiera un discípulo tan solvente como Sandor Ferenczi. Sí practicó el autoanálisis, por más que admitiera de forma explícita que no era genuino. Hubo en él, en este sentido, algo de sacerdotal, de cura que oye confesiones sin confesarse más que en memorias muy depuradas. Para compensar y vivir de modo oblicuo su afectividad, resultó ser un analista benévolo, con algo de femenino en tanto maternal, una suerte de honrado monarca que rige un país arcaico. Igual de obvio es tener en cuenta su concepción del sexo, concebido más como facultad y virtualidad que como vida efectiva. En contra de la vulgata

Freud ha sido biografiado en cuantioso modo y su obra, aún no exhaustivamente documentada, sigue dando vuelcos entre aceptaciones y rechazos. Es un muerto bastante vivaz como para insistir, justamente, en su vida, la anecdótica y la textual. Esto ha movido a Elisabeth Roudinesco, tras sus sólidos recorridos por la historia del psicoanálisis francés, a ocuparse de él en Freud en su tiempo y en el nuestro (Debate, Madrid, 2015). Lo hace de manera equilibrada, con fluido sentido narrativo, ofreciendo una cumplida información que, en parte, es reconocible, pero en parte propone una relectura freudiana que se torna indispensable. Por suerte, no pertenece a la institución psicoanalítica, a sus sectas, sus tecniquerías y jerigonzas, con lo que resulta accesible y gratificante al lector curioso y lego. Subrayo a continuación lo que Roudinesco aporta a su retrato del personaje. Fue un fundador que custodió ferozmente ese pionero trabajo, lo cual lo llevó a recoger la admiración de los ingenuos y hasta dispensar legitimación a los idólatras. A la vez, ser rechazado por la ciencia oficial lo halagaba y reforzaba su sentimiento de originalidad. Por ella, y a pesar de ella, el mundo le daba la razón aun cuando se veía obligado a pelear con 85

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