Cuadernos Hispanoamericanos 786 (Diciembre 2015)

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to al enconado problema judío-palestino, y plantea como posible salida la creación de un Estado binacional en Oriente Próximo. Por supuesto reconoce, en primer lugar, que «hay mucho que olvidar». Los palestinos recuerdan las expulsiones masivas de 1948, las expropiaciones de tierras, la explotación económica, la colonización de Cisjordania, los asesinatos políticos y un centenar de pequeñas humillaciones diarias. Los israelíes recuerdan la guerra de 1948, el rechazo árabe a reconocer su Estado antes y después de 1967, reiteradas amenazas de echar a los judíos al mar y las terroríficas y aleatorias matanzas de civiles. Hoy, en Oriente Próximo, cada bando vive dentro de unas minorías narrativas nacionales herméticamente selladas, en las que el dolor del otro lado es invisible e inaudible. Pero a pesar de todo, el autor está convencido de que puede haber solución. «No es un momento mágico en el que los muros se derrumban –escribe–, sino que la secuencia de acontecimientos es clara: primero llega la solución política, normalmente impuesta desde fuera y desde arriba, a menudo cuando el resentimiento mutuo está en su apogeo. Solo entonces puede dar comienzo el olvido». E insiste en que así lo hicieron los argelinos y los franceses, los franceses y los alemanes, los ucranianos y los polacos y, especialmente, los protestantes y los católicos en el Ulster. Reconoce también que su idea es «una mezcla poco prometedora de realismo y utopía», «pero –añade– las alternativas son peores, mucho peores». En «Europa: la gran ilusión», un ensayo publicado por primera vez en The New York Review of Books en 1996, el autor trata un tema que en la España de 2015 está de rabiosa y preocupante actualidad: los separatismos de las regiones ricas dentro de la

duce a las mayores atrocidades. «Ha sido –escribe– la precondición clave de las grandes matanzas en la era moderna». De forma sintética nos recuerda que sin la Primera Guerra Mundial no habría habido genocidio armenio, y es muy improbable que el comunismo o el fascismo hubieran llegado al poder en Estados modernos. Sin la Segunda Guerra Mundial no habría tenido lugar el Holocausto. Si Camboya no se hubiera visto involucrada a la fuerza en la guerra de Vietnam, nunca habríamos oído hablar de Pol Pot… También nos recuerda que Estados Unidos se libró prácticamente de todo eso. «Los estadounidenses –afirma–, quizá los únicos en todo el mundo, experimentaron el siglo XX bajo un prisma mucho más positivo». Efectivamente, Estados Unidos nunca fue invadido, ni sufrió pérdidas masivas de ciudadanos o de territorio nacional como resultado de una ocupación o desmembramiento. Es cierto que ha sido humillado en distintas guerras neocoloniales –Vietnam, Irak, etc.–, pero nunca ha sufrido las consecuencias de una derrota. De todo esto deduce Judt que Estados Unidos es hoy la única democracia avanzada donde las figuras públicas glorifican y exaltan al ejército, un sentimiento familiar en Europa antes de 1945, pero desconocido actualmente. «En Estados Unidos –escribe– los políticos y estadistas se rodean de los símbolos y adornos de hazañas de armas; todavía en 2008, los comentaristas estadounidenses denigran a los aliados que dudan en participar en conflictos armados». Judío laico, ferviente sionista en su juventud, más tarde el autor de Cuando los hechos cambian ha sido criticado por cuestionar a Israel. Este libro recoge, en distintos artículos y ensayos, cómo Tony Judt va madurando y desarrollando su pensamiento con respecCUADERNOS HISPANOAMERICANOS

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