Cuadernos Hispanoamericanos. Crónica

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La primera película que produjo el Centro Costarricense de Producción Cinematográfica, en 1973, fue un documental titulado Agonía de la montaña. El Centro de Cine, como fue rebautizado pronto para abreviar un nombre demasiado largo para una institución demasiado pequeña, se había creado ese mismo año y era la dependencia más reciente del recientemente creado Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes. El documental presentaba las consecuencias devastadoras de la deforestación incontrolada que vivía el país en la época: alrededor de cincuenta mil hectáreas de cobertura boscosa se perdían cada año a manos de la industria maderera y por la creación de tierras de repasto para la ganadería vacuna. A ello se sumaba la expansión imparable de la frontera agrícola como consecuencia de la política estatal de reasentamiento de campesinos desposeídos, a quienes se les entregaban tierras baldías con la condición de que tumbaran la montaña y las pusieran a producir granos básicos, bajo la supervisión de técnicos del Ministerio de Agricultura y con los agroquímicos de la llamada «revolución verde». A su vez, el Estado aseguraba a los campesinos la compra de sus cosechas para abastecer el mercado nacional. Costa Rica era entonces un país eminentemente agrícola y sus exportaciones de café y banano representaban más del 80% de las divisas que aceitaban su economía. Según estimaciones de los especialistas, los bosques del país desaparecerían en un lapso de diez o quince años. Aunque el documental fue transmitido ese año en la cadena nacional de televisión, sólo pude verlo hasta 1987, cuando ingresé a trabajar en el Centro de Cine en calidad de guionista –eufemismo amable para mi condición de aprendiz–. No obstante, de mi niñez conservo el recuerdo de los camiones cargados de gigantescos troncos que parecían aplastarlos; algunos hubiesen requerido de los brazos extendidos de una decena de adultos para abarcar su circunferencia. «Botar montaña» era todavía sinónimo de «hacer patria», como pregonaban las instituciones públicas y los políticos en sus discursos. Se hacía patria botando montaña, despejando la tierra para los cultivos y la ganadería, aunque esas tierras perdieran su fertilidad en pocos años y los suelos se agrietaran como consecuencia de las pronunciadas gradientes, de la escorrentía causada por las lluvias intensas y de la fragilidad de los ecosistemas. En este punto, muchas familias campesinas sencillamente vendían sus fincas y emprendían la búsqueda de nuevas tierras baldías. En un país donde la épica no abunda, es comprensible que la literatura invistiese este proceso con acentos heroicos. El Sitio 41

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