Cuadernos Hispanoamericanos 776 (Febrero 2015)

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de seguir los rastros de otros que aparentemente le son ajenos. El distrito XVI, cerca de Trocadero, es el barrio que una y otra vez aparece en sus novelas, un barrio aparentemente banal, pero importante para Modiano por ser una zona en la que durante una época desaparecieron un número no desdeñable de personas, como él mismo ha comprobado con las guías de teléfonos. Curiosa afición, la de rastrear las guías en busca del que ya no está. De Modiano se ha dicho, hasta bien entrados los años noventa, que escribe una y otra vez el mismo libro. Ahora se sigue diciendo, pero ya más bien esperando, como dice José Carlos Llop, ese «mismo libro» que es un libro distinto. Itinerarios diferentes en torno a –eso sí– las mismas obsesiones: el misterio, la memoria y el olvido, aquello que retorna amenazando quebrar la estabilidad lograda, su infancia, la persecución de identidades que se difuminan… todo ello entretejido con nombres de calles, listados «a lo Perec», exhaustivos datos, sucesiones de nombres históricos o compilaciones que pretenden amarrar aquello que el tiempo destruye. Esta desconcertante antítesis está presente en toda su obra: lo concreto y lo impreciso, conviviendo con una infrecuente naturalidad. En Accidente nocturno señala la imposibilidad de esta fusión de contrarios y define su empeño «tan vano como el de un geómetra que hubiera querido levantar un catastro del vacío». Pero lo que sí consigue es crear un espacio literario propio, extraño, equívoco, tan suyo que para tratar de definirlo la crítica usa desde hace ya algún tiempo el adjetivo modianesco. A Modiano no parece incomodarle esta crítica con respecto a su recurrencia a ciertas obsesiones y, con cierto humor o humildad, alguna vez ha comentado: «Mira –me 101

digo–, has vuelto a hacer la misma cosa, qué curioso», pero precisa: «es cada vez el mismo libro pero desde ángulos diferentes. No hay repetición, pero es la misma obra». Una obra que se completa en la siguiente sin que consigamos percibir que el puzle se cierra. Y es que su obra no está concebida como una arquitectura o con una estructura catedralicia. No es la meticulosa reconstrucción de Proust, o no del todo, ya que el pasado de Modiano es más bien una losa de la que quiere deshacerse. No hay nostalgia en su mirada hacia atrás. A diferencia de En busca del tiempo perdido, su escritura es fragmentaria. Avanza «a golpes, de repente, desordenadamente». Al igual que esta, está vinculada a la memoria, pero más bien reproduce el modo en el que funciona la memoria misma, con flashes que llegan de forma imprevista. El pasado se filtra en el presente de los protagonistas y vuelve a irse, está un momento y se disgrega al siguiente, es inasible: sus novelas se limitan a recoger esas intromisiones emulando los mecanismos de la memoria y a seguir caminando, igual que su autor, entregado durante tantos años al goce de perderse por las calles de París. Si la novela negra y detectivesca de la que tanto se nutre Modiano camina hacia atrás, avanza para reconstruir la escena de un crimen o un asalto sin resolver, Accidente nocturno deambula y se pierde, hace de París un laberinto. Nos adentramos en una fantasmagoría, más desconcertante cuanto más nítida: Modiano ha comparado esta irrealidad con la obra de Magritte, dibujada con precisión, pero fantasmal en su conjunto. El detective amnésico que es, en parte, Modiano, ha logrado transformar la nebulosa de la historia y de la identidad en algo real: su literatura. CUADERNOS HISPANOAMERICANOS


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