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EL REINO DE DIOS COMO HORIZONTE

todo ello y volver sus ojos a Cristo, quien ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia (Juan 10, 10). En esta espiritualidad pascual encontramos espacios de alegría, libertad, ternura, esperanza; encontramos el entusiasmo necesario para fortalecernos y mejorar nuestra interioridad, sobre todo al descubrir que no llegamos a conseguir las metas que nos habíamos propuesto, que todavía queda mucha necesidad y mucha pobreza por delante, que tan solo hemos contribuido en una pequeña parte a que este mundo sea más humano y a que no se pierda la esperanza de un futuro mejor; pero con la experiencia cierta de que es el Espíritu del Señor Jesús, el que nos enseña y ayuda a amar y a hacerlo todo con amor, porque si no tengo amor, no valgo nada, no tengo nada, no soy nada… (cf. 1 Cor. 13, 1).

Seguir a Jesús es abrazar su proyecto, su anuncio40. Como núcleo y centro de su Buena Nueva, Jesús anuncia la salvación; ese gran don de Dios que es liberación de todo lo que oprime al hombre, como nos recordaba Pablo VI: “Quienes acogen con sinceridad la Buena Nueva, mediante tal acogida y la participación en la fe, se reúnen pues en el nombre de Jesús para buscar juntos el reino, construirlo, vivirlo”41 . En esta experiencia, teniendo el Reino de Dios como proyecto y horizonte, la espiritualidad se nutre y nos capacita para no quedarnos en lo inmediato y en nuestros logros; nos libera profundamente saber que toda acción salvífica es acción de Dios, que no depende principalmente de nuestras fuerzas, sino del don y de la gratuidad de Dios (cf. DA 388). De aquí la importancia de fundamentar nuestra fe y nuestra vida en la mística del agradecimiento y la donación; para nutrir nuestra vocación al servicio de sus predilectos y no buscar el éxito según los criterios del mundo. El lenguaje del amor creativo, nos ayuda a madurar y perseverar en esto; nos permite ver el rostro, la presencia y la acción amorosa de Dios en todos los acontecimientos y realidades de nuestra existencia, en el gran don de la creación, en la flora y fauna, en los océanos, en tanta riqueza de la biodiversidad y medio ambiente; particularmente, en el Continente de la Esperanza, que estamos llamados a cuidar de una manera decisiva para las generaciones venideras. Estamos convencidos que la gran riqueza de la Pastoral Social-Cáritas no son los fondos que moviliza, ni la cantidad de proyectos, de trabajadores o voluntarios y voluntarias; sino Jesucristo muerto y resucitado, Samaritano de los caminos. Lo que tenemos es la Fe en Él, que nos ayuda a construir comunidad orante, fraterna y solidaria. Por eso, nuestra responsabilidad es crear espacios de encuentro y de acompañamiento; donde compartir experiencias sobrias y profundas, es de gran importancia para la construcción del Reino. Éste es nuestro tesoro: saber que nuestras comunidades son “semillas”, signos de vida, signos de justicia, signos de ternura y signos de esperanza; y esto es posible porque el Señor cambia el mundo y a las personas desde ellas mismas. Por eso, los grandes testigos han surgido de la comunidad y han sido constructores de ésta; así, desde esta experiencia, han contribuido a la edificación del Reino, lo han hecho presente, confiando que el Señor lleva a buen término esta obra. Para vivir esta dinámica, es necesario mantenernos en permanente conversión personal, pastoral, ecológica y a la sinodalidad, en torno a Jesucristo, Maestro y Pastor, entorno al anuncio del Reino de Dios. La conversión nos ayuda a estar abiertos al diálogo; disponibles para promover la corresponsabilidad y participación efectiva en la vida de las comunidades cristianas y en el mundo; siendo testimonio de comunión, de santidad y de vivencia del mandamiento del amor. (Juan 13,35 - DA 368 - NMI 20

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40 El Documento Final de Aparecida, en el nº 143 afirma: Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, con palabras y acciones, con su muerte y resurrección, inaugura en medio de nosotros el Reino de vida del Padre, que alcanzará su plenitud allí donde no habrá más “muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo antiguo ha desaparecido” (Ap 21, 4). 41 Papa Pablo VI (1976), Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, nº 13

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