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NO SON VISIBLES LAS EXPECTATIVAS DE QUIENES PARTICIPAN EN EC; TAN SOLO SON MEDIOS PARA LA PRODUCCIÓN DE NUEVOS MEDICAMENTOS

promotoras de la “igualdad política y social real” (Bourdieu, 2002).

A partir de lo expuesto, surgen algunos interrogantes: ¿hasta qué punto los pacientes son conscientes de que el producto experimental puede o no ser más beneficioso que el medicamento que se encuentra disponible en el mercado?, ¿es comprensible para este la compleja metodología con la que se desarrollan los experimentos?, ¿es el EC una metodología que los promotores de los medicamentos privilegian en función de garantizar menores costos y tiempos con este tipo de producción?

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Se ha dicho que toda norma puede incurrir en “equivocación terapéutica” (Appelbaum, en Gracia, 2014, pp. 168), porque esta no contempla las expectativas del paciente que participa en una IC que, como se viene demostrando, puede ser también objeto de una estrategia de mercado abiertamente dolosa. A los EC se les atribuyen grandes cualidades, por su eficacia en la detección de novedosos hallazgos terapéuticos para los investigadores, quienes aseguran que da mayor confiabilidad a los estudios; entre tanto, los promotores de la investigación la privilegian porque posibilita racionalizar el uso de los recursos (OPS, 2005).

Cuando una persona participa en una IC, particularmente el EC de un nuevo medicamento para el cáncer, tiene la esperanza de acceder a ciertos cuidados y tratamientos superiores a los ofrecidos por la práctica clínica convencional, porque piensa que puede prolongar su expectativa de vida o, mejor aún, curarse (Brandt, 1978). Pero, no son solo los pacientes quienes les atribuyen méritos curativos a los nuevos medicamentos sin haber pasado por todas las fases de experimentación; también los médicos les reconocen cualidades sin comprobar su utilidad en sus prácticas clínicas. A propósito, Juan Miguel Griego, expresidente de la Asociación Colombiana para el Estudio del Dolor, afirma: “Creo que muchos colegas le otorgan una propiedad de panacea sin saber si funciona realmente. Este análisis exige revisar este tipo de prácticas para que no solo un fármaco llegue a quien lo necesita, sino que haga efecto” (Fernández y Suárez, 2019, “Muchas lágrimas”, párr. 6).

La literatura ha documentado una serie de aspectos éticos que se deben tener en cuenta en una investigación en la que se experimente con seres humanos. Los CI, por ejemplo, protegen a los sujetos en su decisión de participar o no en un EC una vez informados sobre los riesgos, posibles beneficios, etc.; sin embargo, en la práctica, estos consentimientos son extremadamente extensos, se diseñan con un lenguaje técnico que dificulta su entendimiento, quedando fuera del alcance de un “lego” (Ugalde y Homedes, 2019), y tampoco contemplan las expectativas de los pacientes con respecto a los beneficios para su salud, como se indica a propósito de la “equivocación terapéutica”.

Asimismo, la metodología del EC puede resultar incomprensible para los sujetos que participan. Al respecto, la selección aleatoria de los sujetos, mecanismo que se utiliza para asegurar la eficacia y permitir la generalización de los resultados en la población objeto de estudio, arroja la misma probabilidad estadística de que sea asignado un sujeto tanto al grupo de control como al grupo experimental, en el que se ensayará efectivamente el medicamento, asunto que puede escapar al entendimiento de quienes participan en el estudio. El azar, en cuanto mecanismo de selección del estudio, puede ser simple ciego, doble ciego o triple ciego, dependiendo de que el paciente, el investigador, el evaluador o el médico tratante, sepan o no a qué grupo pertenece el sujeto participante. Con ello se espera neutralizar la subjetividad del observador y el efecto que puede producir en el sujeto saber qué está recibiendo –una molécula que ya está en el mercado y ha demostrado ser efectiva, o la molécula que será objeto de estudio, o una

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