El año 1930 marcó para la ciudad de Guayaquil la génesis de una cultura rica en artes populares cargada de “costumbres, tradiciones, provenientes de los hombres y mujeres que habitaron los campos, las maniguas, las montañas del litoral costeño o sea el montubio; el mestizo innegable producto de la relación negro, blanco e indígena” (Játiva, 2018, pág. 54). Desde esas zonas montubias, bajó hacia la ciudad como una corriente toda esa riqueza vernácula de artes culturales, que solo son auténticas de nuestros pueblos, y que fueron adquiridas por excéntricas personalidades que ya no existen, quienes difundieron ese arte folclórico a través de “bailes, tonadas, danzas, dialectos, modismos, dejándonos como herencia ese legado cargado de conocimientos culturales” (Zambrano, 2016, pág. 70).