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Pérez Garci: La galería como dispositivo

Omar Gasca

Tres cuestiones reclaman atención respecto a la charla que a cargo de Santiago Pérez Garci se llevó a cabo en la galería Flavia el viernes 10 de marzo.

La primera se refiere a la experiencia de Pérez Garci, actual coordinador de la Galería Ramón Alva de la Canal, de la Universidad Veracruzana: director del Museo Nacional de la Estampa, subdirector del Museo de Arte Moderno, jefe de colecciones del Museo de Arte Carrillo Gil e investigador del Museo Nacional de Arte, entre otros cargos y funciones.

La segunda, es el raro, notorio hecho de que al frente de una galería institucional se halle un profesional realmente formado y actualizado en materia curatorial, consciente de que la función de las exposiciones no es privilegiar al artista ni a la obra sino a la colectividad, interpretando tales muestras como dispositivos inscritos en el ámbito de la producción cultural para construir o configurar significación y crear comunidad (o ciudadanía, concepto que reconoce la condición de esa comunidad en términos de sujetos con derechos políticos y sociales). “Dispositivos”, decimos, o sea acciones que disponen, que tienen la capacidad para construir algo con respeto a alguien.

Hay que decirlo: las galerías del estado, del municipio, de las universidades públicas, se mantienen gracias fundamentalmente a las contribuciones económicas impositivas (léase impuestos) de la sociedad, la cual es objeto necesariamente de una devolución sustantiva expresada en aportaciones de índole cultural, intelectiva y sensible. Si la gen- te no se acerca es porque no se le convoca o, bien, no se siente convocada. La exposición, ¿para quién es?

La charla nos recordó aquella exposición de hace algo más de 50 años, Live in your head: when attitudes become form (Vive en tu cabeza: cuando las actitudes se vuelven forma), comisariada por Harald Szeemann, y la que él mismo curó, Works-Processes-Concepts-Situations-Information (Obras-Procesos-Conceptos-Situaciones-Información), ambas en buena parte responsables de las actuales vertientes curatoriales, lo que haría que Bruce Altshuler, historiador de exposiciones y de museos, hablara luego del “ascenso del curador como creador”.

Pérez Garci entiende todo esto muy bien, aunque no sabemos si ocurre lo mismo con los artistas y otros involucrados, porque se necesita información, referentes y, lo más difícil, el cambio de mentalidades en torno a prácticas que, por cierto, no son precisamente nuevas, pues hace rato que constituyen corrientes relativamente dominantes. Ciertamente, falta armonizar los conceptos curatoriales contemporáneos con las formas de difusión y de convocatoria, porque ésta sigue siendo escasa. Los públicos del arte siguen siendo los propios artistas y sus círculos cercanos: colegas de disciplinas afines, profesores y alumnos de arte, familiares y… paramos de contar muy pronto. ¿Y la sociedad? ¿El público abierto?

El tercer asunto se refiere a la convocatoria a la misma charla que, de paso, no tenía costo. La entrada era libre, no como el vien- to, pero como cruzar la puerta. ¿Cuántos profesores de arte, alumnos de arte, artistas profesionales o gestores culturales llegaron? Poquísimos. ¿Por qué? Consta –ahí están las redes sociales– que el anuncio circuló oportunamente y que, además, fue atendido. “¿Por qué?” es prácticamente una pregunta retórica. ¿Cuál palabra nos gusta para responderla? ¿Desinterés, apatía, negligencia, flojera, arrogancia? ¿Es falta de tiempo? ¿Es la falsa noción de saberlo todo, de no necesitar saber más? Como sea, hablamos de una oportunidad de aprendizaje desperdiciada, porque había materia para aprender, había sustancia y la posibilidad de construir conocimiento y de contribuir a la profesionalización personal y del medio artístico; todo ello, además, mediante un tono coloquial y amable, y de parte de quien sí sabe de qué está hablando (la plática como actividad epistémica).

Confiaríamos –pero esto es como una carta a Santa Claus– que no muchas veces más se desaprovechen el conocimiento y la vocación de Pérez Garci, quien debería estar en cualquier cantidad de conversatorios, no necesariamente sobre exposiciones, claro está. Ahora, quienes esta vez asistimos a escucharlo, podemos felicitarnos: nos trajimos a casa conocimiento, el regalo de un buen diálogo y las bondades de una que otra anécdota, pero además el reconocimiento de que sí hay por ahí quien puede y sabe estar donde está. Y con ventajas.

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