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Félix Julca Guerrero
Tradición y modernidad en Huaraz a partir del terremoto de 1970
Félix Julca Guerrero 7 Instituto Ancashino de Estudios Andinos, INADEA / UNASAM
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El presente trabajo analiza el proceso evolutivo de la ciudad de Huaraz a partir del fatídico terremoto de 1970 que marca un antes y un después. La muy generosa ciudad de Huaraz desde las entrañas del Callejón de Huaylas sobrevivió y renació con un nuevo rostro sociocultural donde conjugan la tradición y la modernidad. En este marco, a partir de la revisión de la literatura especializada y nuestros trabajos previos se hace una breve caracterización socioeconómica, linguocultural, demográfica y territorial del Huaraz de ayer y de ahora. Por ello, en primer lugar, se aborda el Huaraz de ayer (antes del ’70); luego se desarrolla el momento trágico del terremoto de 1970 y; finalmente, se analiza el Huaraz de hoy (después del ’70). Para una mejor comprensión de la historia de Huaraz, es importante partir haciendo una breve referencia al significado etimológico del nombre Huaraz. Al igual que muchos topónimos de ciudades, pueblos y espacios geográficos de Áncash y de los Andes en general, Huaraz es un nombre que proviene de la lengua milenaria quechua. De la raíz quechua wara deriva la palabra waraq que dio origen al nombre Huaraz o Huarás.8 En nuestros trabajos previos (Julca, 2013, 2014) señalamos que, etimológicamente, el término Huaraz (Waras) deriva de la voz quechua waraq compuesta por la raíz verbal wara–‘amanecer’ y el sufijo sustantivador agentivo –q ‘el amanecer’ o ‘el/la que amanece’ (cf. Gonzáles, 1992; Alba, 1996). Además, los pobladores prehispánicos de la zona tenían como una de sus principales deidades a waraq quyllur ‘estrella del amanecer’ o ‘planeta Venus’, que es una de las estrellas que se puede apreciar mejor desde la antigua Waraspampa ‘llanura de Huaraz’ y actual ciudad de Huaraz. Al
7 Félix Julca Guerrero. Natural de la provincia de Aija. Educador, lingüista y abogado. PhD. en
Lingüística y Master en Arts por la Universidad de Texas (EEUU). Docente en la UNASAM de Huaraz, actual regidor de la Municipalidad Provincial de Huaraz. Autor de muchos libros de lingüística y quechua ancashinos. 8 Teniendo en cuenta el uso popular, en este trabajo se utiliza, indistintamente, los términos Huaraz y Huarás, así como departamento de Áncash y región Áncash.
1970 La hecatombe de Áncash 84
respecto, Alba (2006) sostiene que, la religión era parte integral de la vida de los huarac (waraq) y que el ritmo de su historia estaba ligada a sus dioses (Estrella Venus) que gobernaban a las fuerzas de la naturaleza. Por lo tanto, la motivación lingüística del nombre Waras tiene su base en la religión y cosmovisión de la cultura andina (Julca, 2014). Huaraz, a lo largo de su historia, ha sido escenario de acontecimientos trascendentales en la vida regional y nacional. Siguiendo los trabajos de Espinoza (1978), Gonzáles (1992), Reina (1992), Alba (1996), Pajuelo (2013), Julca (1995, 2000a, b, 2009a, b, 2013, 2014), Yauri (2014), Salazar (2019) entre otros, en el presente trabajo se presenta solo algunos datos más importantes en la historia de Huaraz. En términos de Alba (1996), los inicios de Huaraz se remontan a 1,000 a 2,000 años ac. y la religión era parte integral de la vida de los primeros pobladores. De su vida pre-inca aún quedan algunos vestigios como el antiguo santuario de Pumakayan (templo adoratorio) y los restos arqueológicos de Wawllaq y Willkawayin. Así como, la lengua quechua, las prácticas socioculturales andinas bajo la concepción de la cultura andina aún siguen vigentes y con cierto grado de vitalidad. Gonzáles (1992) refiere que, en la época de la conquista, la primera noticia que se tiene de Huaraz es la que proporciona el cronista Miguel de Estete quien señala que el 13 de setiembre de 1533 estuvo en Huaraz el conquistador Francisco Pizarro en su marcha hacia el Cuzco. Más tarde, el tambo de Huaraz adquirió una gran importancia estratégica por estar ubicado en un amplio valle interandino y ser equidistante a las principales ciudades fundadas de Lima, Huánuco y Trujillo. La fundación del pueblo de Huaraz se llevó a cabo el 20 de enero de 1574 con una calle divisoria entre las parcialidades de Ichoc Huarás (Itsuq Waras ‘lado izquierdo’) y Allauca Huarás (Allawqa Waras ‘lado derecho’), y con los auspicios del Patrón San Sebastián. Dicha fundación se realizó a semejanza de las ciudades españolas con sus calles rectas, su plaza rectangular, entre otros. En 1823, el pueblo de Huaraz fue elevado a la categoría de Ciudad por Ley del 18 de enero de 1823 con la denominación de la “Muy Generosa Ciudad de Huarás” y como capital del departamento de Áncash. Más tarde, en 1857 se constituye como la provincia de Huaraz (cf. Ramírez 1970; Gonzáles 1992; Alba 1996). En el siglo XIX, los indígenas huaracinos, víctimas del gamonalismo republicano, se levantaron muchas veces y tantas veces cayeron por las balas de los gendarmes. De esta manera, Huaraz ha sido escenario de
acontecimientos históricos trascendentales, entre los que destaca como el más importante el Movimiento Campesino de 1885, también llamado Rebelión Campesina de Pedro Pablo Atusparia y Pedro Cochachin o Revolución Campesina de 1885 (Alba, 1985; Salazar, 2019). Este movimiento social revolucionario fue liderado por el alcalde pedáneo de Marián Pedro Pablo Atusparia y estalló el 3 de marzo de 1885 en la ciudad de Huaraz y luego se extendió por todo el Callejón de Huaylas llegando hasta la costa norte del departamento. En dicho proceso, se adhirió el líder campesino de Ataquero, Carhuaz, Pedro Cochachin (Uchku Pedro) tomando un rol protagónico singular. Los indígenas se sublevaron a causa de la injusticia que cometían las autoridades políticas, policiales y eclesiásticas (Alba, 1996; Julca 1995, 2000b). A lo largo del siglo XX, la ciudad de Huaraz también ha sido testigo de diversos hechos propinados por las furias de la naturaleza. Así, en el año de 1941 la ciudad fue arrasada y reducida a lodo y piedras por un trágico aluvión (Ramírez 1970). En las siguientes décadas, Huaraz se alzó como una ciudad próspera con características andinas propias del mundo andino de entonces. Yauri (2013) refiere que, en las décadas de los 1960 y 1970, la ciudad de Huaraz manteniendo su imagen en cuadrícula empezó a expandirse, iniciándose así el proceso de urbanización de las campiñas aledañas. Las calles llevaban nombres de animales o de fenómenos naturales y algunas de ellas eran nombradas en quechua como Pukyu Kaalli ‘La calle del manantial’. En 1970 había dos calles con nombres de libertadores, pero la población las llamaba en quechuas traduciendo sus características físicas: el Jr. Bolívar era denominada Kichki Kaalli ‘calle estrecha’ y; el Jr. Sucre, Hatun Kaalli ‘calle grande’. La ciudad progresivamente empezó a modernizarse por la inquietud industrializadora de sus autoridades, pero con un gran componente de identidad cultural andina por la estrecha relación entre el campo y la ciudad. Los huaracinos eran bilingües en quechua y castellano en su mayoría, incluyendo a los de las clases altas. Ellos en sus interacciones cotidianas con los citadinos utilizaban el castellano, pero en su relación con los campesinos utilizaban el quechua de manera fluida. En esta misma coyuntura también surgió la eclosión de un gran movimiento cultural protagonizado por los estudiantes sanmarquinos. La vida en los pueblos del Callejón de Huaylas transcurría de lo más tranquila hasta que, el 31 de mayo de 1970 a las 3.23 de la tarde sucedió aquel fatídico terremoto de 7.9° en la escala de Richter. Los
interminables 45 segundos y las réplicas permanentes sembró el terror, la muerte y la destrucción más grande en el departamento de Áncash. La ciudad de Huaraz fue destruida y enlutada por el funesto movimiento sísmico y más al norte la ciudad de Yungay fue sepultada por el cataclismo (terremoto y aluvión) más horrendo del que tenemos memoria los ancashinos y la humanidad en general. El diario El Comercio (31-05-19) bajo el título de “La peor catástrofe sísmica del Perú en el siglo XX: la tragedia del Callejón de Huaylas” hace un recuento de aquel castigo de la naturaleza. El terremoto acabó con Huaraz donde las tradicionales casas de adobe no resistieron el embate del sismo. Más al norte, en Yungay, el aluvión seguido del terremoto sepultó la ciudad. Se calcula que murieron 75 mil personas y 150 mil heridos, así como 600 mil damnificados que se quedaron sin techo. Las vías de comunicación terrestre quedaron interrumpidas y la única forma de recibir ayuda era vía aérea. Además, la ayuda humanitaria del gobierno y de los países recién empezó a llegar a unas 72 horas después del sismo una vez disipada la nube de tierra sobre Huaraz. Uno de los primeros auxilios en medicamentos, víveres, ropa y otros llegó de Canadá, Cuba y otros países vecinos; asimismo, la ayuda humanitaria internacional llegó de los países nórdicos (Suecia, Finlandia y Noruega), así como de Holanda, Checoslovaquia, Estados Unidos, Rusia y los países asiáticos.
Existen muchos testimonios de los sobrevivientes sobre esta hecatombe, unos mucho más desgarradores que otros. Por ejemplo, el señor Pablo Atusparia, trabajador del cementerio Presbítero “Pedro García Villón” de Huaraz, refiere que, tras el terremoto del 31 de mayo, los obreros de la mina Santo Toribio abrieron una fosa de aproximadamente seis metros de profundidad en una extensión de unos 100 metros cuadrados. En este lugar se enterraron aproximadamente dos mil cadáveres de los sesenta mil que fallecieron, cuyos cuerpos no fueron identificados porque muchos quedaron mutilados y otros irreconocibles por encontrarse en estado de descomposición por haber sido sepultados por montículos de tierra y piedras (Palma, 2015). Por su parte, la señora Lidia Vargas, una anciana de 90 años, moradora de la única calle que queda del Huaraz antiguo, José Olaya, señala que muchos huaracinos perdieron a sus familias completas por lo que asustadas decidieron migrar a otros lugares. El llanto de los sobrevivientes no cesaba, pues tampoco el movimiento de la tierra paraba, había réplicas permanentes. Entonces, atemorizados por dichos movimientos y por haberlo perdido todo
decidieron irse a otros lugares. Así dejaron sus terrenos, los que fueron adjudicados a otras personas que se quedaron o migraron de las zonas rurales. En consecuencia, el terremoto trajo consigo muertes, llantos, destrucción y abandonos. Asimismo, sobre esta hecatombe más grande que ha experimentado Huaraz, Yungay y otros pueblos del Callejón de Huaylas y la región Áncash, el recientemente desaparecido, periodista caracino, Rómulo Pajuelo escribe “1970.- Se registra una de las hecatombes más grandes de la historia del departamento y del país, el dantesco terremoto y un aluvión a causa del mismo destruye la ciudad de Huaraz y sepulta a la ciudad de Yungay, generando destrucción y muerte en todo el departamento” (2013, p. 83). Por su parte, el joven periodista huaracino Edgar Palma afirma que “a 45 años del más devastador terremoto ocurrido en Huaraz y los pueblos de Ancash, muchos recuerdan, como si fuera ayer, la mayor tragedia con la muerte de sus padres, hijos y hermanos, así como una gran destrucción que marcó el fin de una época y frustró el avance intelectual y cultural de un pueblo emergente pero con una influencia campesina e identidad andina” (2015, p. 1). Como se puede observar, en la memoria de los huaracinos y ancashinos que vivimos aquella tragedia, la imagen del terremoto de 1970 siempre quedará imperecedera en su recuerdo. Después de la tragedia vino la reconstrucción de Huaraz. Dicho proceso se inició durante el gobierno de la junta militar, primero con Juan Velasco Alvarado y, posteriormente, con Francisco Morales Bermúdez. Según Palma (Ibíd.) esta labor “no respetó la cosmovisión andina de los habitantes quienes se sienten extraños en su propia tierra porque la nueva ciudad se erigió con modelos totalmente ajenos y exóticos a la ciudad antes del terremoto”. Además, Julca (2000a,b) anota que, por un lado, los huaracinos migraron hacia Lima y otras ciudades de la costa porque veían remotas sus posibilidades de supervivencia en Huaraz porque lo habían perdido todo. Por otro lado, Huaraz empezó a recibir, más que nunca, migrantes procedentes de las diferentes provincias del departamento de Áncash, así como de otras regiones del Perú, repoblándose gradualmente con gente foránea ya sea por el estudio, el comercio, el incremento de una economía mercantil o el turismo, dando así un nuevo cariz que transformó su rostro sociocultural y lingüístico de antaño. Por ello, Gonzáles (1992) caracteriza a Huaraz de hoy como “una ciudad sin rostro” poblada por gente foránea. Por consiguiente, desde los ‘70, las relaciones con las ciudades de la costa y sierra transformaron definitivamente el espectro
social, económico, político y cultural de Huaraz convirtiéndolo en una ciudad andina cosmopolita con una composición sociocultural muy variada en la que se da un sinfín de relaciones interculturales. La antigua y tradicional división linguocultural, demográfica y territorial entre la zona rural y la ciudad cambió completamente como consecuencia del gran movimiento migratorio interno iniciado después del fatídico terremoto de 1970; y luego, desde los años ’90 con la llegada de las megaempresas mineras Barrick y Antamina (cf. Villari, 2016), así como con los efectos de la modernización, el desarrollo tecnológico y la globalización. Entonces a partir de los ‘70, los pequeños pueblos de las zonas rurales del entorno sufren el abandono y en la ciudad se observa el crecimiento sociodemográfico y territorial y, con ello, también la informalidad. De esta manera, Huaraz experimenta el desborde popular al igual que las grandes urbes de la región y otras ciudades del país. En concepto de Kapsoli, Huaraz se habría chimbotizado. Por su parte, Gonzáles (1992) observa que la población huaracina actual en un 80% procede de la zona rural campesina. Los migrantes del campo dejan sus residencias habituales motivadas por la búsqueda de mejores oportunidades de trabajo y vida. Estos migrantes se han instalado en la zona periférica (que eran solo chacras de cultivo y pastoreo) y la han convertido en nuevas zonas urbano-populares como Shancayán, Nueva Florida, Acovichay, Bella Vista, Los Olivos, Tacllán, Challhua, entre otras. En este contexto, la mayoría de ellos continúan ligados por una serie de vínculos culturales (vestimenta, comida, lengua y costumbres de diversa índole) que los identifican con su lugar de procedencia (Julca 2000a, b). En definitiva, Huaraz que renació de los escombros de la catástrofe de 1970, ahora es una ciudad totalmente nueva, no solo porque no conserva el diseño tradicional, sino porque social, económica, lingüística y culturalmente es diferente. La única calle que no se destruyó y que aún se mantiene hasta la actualidad con su arquitectura tradicional, calle empedrada y estrecha con casas de adobe y balcones es el Jr. José Olaya, convertida hoy en una de las zonas turísticas de Huaraz, donde, además, los días domingos se realiza la feria gastronómica de comidas típicas. Al respecto, Yauri (2013) dice:
En la actualidad [Huaraz] es una urbe andina con problemas muy complejos; alcanzada por la modernidad, presionada por la informalidad y el desborde popular, por la migración permanente y otros fenómenos, se ha convertido en un espacio donde hay grupos sociales de muy diversa composición. En una palabra, el
Huarás actual es una ciudad andina híbrida, semirural, semiurbana, donde campea la informalidad, la indiferencia ante los problemas, el desorden; punto de llegada y de tránsito de turistas de origen y condición sociocultural heterogénea, de los que predominan los de mediano nivel (pp. 77-78). En efecto, como refieren Julca (2000a, 2009b, 2010) y Yauri (2013), en el Huaraz de hoy como en el resto de las ciudades del Callejón de Huaylas se observa, procesos paralelos, por un lado, la ruralización de las ciudades y, por el otro, la urbanización del campo y, en ello, la cholificación de la cultura, la biculturalidad, la castellanización del quechua, la quechuización del castellano; la bilingüización territorial; es decir, la hibridez linguocultural y social. En este marco, ahora se observa, los nuevos campesinos citadinos imbuidos de una aguda ambición emergente, de modo que ellos son ahora las autoridades, funcionarios, catedráticos, burócratas, empresarios y comerciantes. Las fronteras culturales y lingüísticas entre la ruralidad y la urbanidad ya no son rígidas ni fijas como en antaño, sino muy borrosas dado que, la ruralidad está presente en la ciudad y la urbanidad también está en las zonas rurales. En términos de Rosaldo (1989) se vive un permanente cruce de fronteras territoriales, socioeconómicas, culturales y lingüísticas. La ruralidad en la ciudad y la urbanidad en el campo es otra de las características del Huaraz de hoy. Por un parte, aun cuando la ciudad tiene una configuración eminentemente moderna; sin embargo, en ella se observa la presencia de la lengua quechua, uso de hipocorísticos quechuizados, la música, danza, vestimenta, gastronomía, costumbres y tradiciones rural-andinas (Julca, 2009b; Julca y Nivin, 2019). En este marco, a partir de los ’90 se iniciaron con la implementación de la educación intercultural bilingüe y, más tarde con la creación del Instituto Ancashino de Estudios Andinos (INADEA) se ha dinamizado e intensificado la promoción, fortalecimiento y desarrollo del quechua (investigaciones, publicaciones, cursos de enseñanza, eventos académicos). Por ello, Espinoza (2011, p. 1), refiere “En nuestro Huaraz, nos complace mucho la labor que vienen desarrollando la Academia Regional de Quechua de Áncash9 ya tenemos docentes quechuahablantes que enseñan el quechua; ya menudean programas
9 Habría que añadir el liderazgo de INADEA que, en alianza estratégica con la Dirección Desconcentrada de Cultura de Áncash (en la gestión del Dr. José A, Salazar), la UNASAM y la Academia Regional del Quechua, ha logrado la visibilización y desarrollo del quechua a nivel local, regional, nacional e, incluso, internacional.
radiales en quechua, como voz y sentimiento indígena; predicamentos evangélicos en quechua, la difusión de huaynos con letras en quechua; y ya emergen lingüistas quechuahablantes, como los doctores Amancio Chávez, Félix Julca Guerrero y Francisco Carranza, que vienen publicando sus estudios relativos al quechua ancashino”. Asimismo, en los últimos años algunos intelectuales y dirigentes de organizaciones populares vienen retomando palabras quechuas como antropónimos para sus hijos: Illanina Villafán, Ayra Moreno, Shulya Brito, Tamya Norabuena, entre otros. Del mismo, algunos empresarios y comerciantes han empezado a retomar los vocablos quechuas para nombres de sus establecimientos comerciales (Hotel “Mishki Waraq”, Lavandería “Taqshay”, Chochería “La Tsuklla”, Restaurante “La Manka”…). También, en las principales avenidas y parques de la ciudad se suelen observar plantas del campo como ornamentos: el quenual, el molle, la cantuta, entre otros. Y, por otra parte, en el campo se observa la presencia de elementos de la cultura citadina como la lengua castellana, la ropa, la moda, la televisión, el celular, entre otros. Así, lo rural y lo urbano se confunden constituyendo un complejo mosaico de interinfluencias socioeconómicas, culturales y lingüísticas. Por consiguiente, como refieren Julca (2009a) y Villari (2016), caracteriza a Huaraz de hoy el continuum espacial, demográfico, socioeconómico y linguocultural. Según el INEI (2018), actualmente Huaraz cuenta con una población de 163 mil 936 habitantes. Esta ciudad ha crecido territorialmente sin una base de planificación espacial donde se distingue la zona centro alrededor de la Plaza de Armas y la Av. Luzuriaga, los barrios tradicionales, los barrios emprendedores ubicados en la zona urbano marginal, y la comunicación y tránsito fluido con las poblaciones rurales. El crecimiento demográfico y territorial también ha permitido el crecimiento de sus problemas sociales como el desorden y la informalidad, principalmente, que no han sido resueltos aún en las diferentes gestiones de las autoridades políticas del gobierno regional y local. Al respecto, Yauri (2013) dice: “Los problemas que la aquejan no han sido asumidos hasta hoy por ninguna administración, ni local, ni regional. En la mentalidad de este nuevo control del poder reinan la improvisación, la incompetencia y la ignorancia, materia de un profundo análisis social” (p. 78). Al listado realizado por Yauri habría que añadir otro de los grandes problemas de las últimas décadas, la corrupción de las autoridades y funcionarios. Asimismo, Palma (2015) refiere que otro de los problemas generacionales irresueltos es el crecimiento y la identidad de la nueva ciudad, para ello se hace
necesario conocer nuestra historia, puesto que “nadie ama lo que no conoce”. En suma, el Huaraz de ayer y de hoy son muy diferentes, se ha pasado de una ciudad andina tradicional a una ciudad andina cosmopolita moderna con identidades múltiples y problemas sociales in crescendo. Finalmente, luego de haber transcurrido 50 años del fatídico terremoto que enlutó a la generalidad de la población huaracina y ancashina de entonces, es importante preguntarnos y reflexionar cuan preparados estamos para afrontar nuevos desastres naturales y de otra índole. Aquel hecho histórico no solo debería servir para recordar y conmemorar a los caídos, sino principalmente, para idear y practicar acciones preventivas. Una población consciente y preparada podrá afrontar mejor los embates de la naturaleza, pandemias y otros. Pues un pueblo que conoce su historia, no vuelve a cometer los errores del pasado. Por lo que concluimos este trabajo invocando a nuestros lectores y a través de ellos a la población huaracina, ancashina y nacional a practicar la cultura de la prevención.
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