El problema de la basura en Cuba

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El negocio de la basura Julio Batista Rodríguez

Los menesterosos Jorge Carrasco

Alamar apuesta por el reciclaje ante problemática de la basura Mónica Baró

Hay vida en el vertedero Joyme González

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La cantante que recoge latas Mónica Baró

El último vertedero de Periodo Especial Elaine Díaz

Todos quieren salir de la basura

Jesús Jank Curbelo, Geisy Guia Delis, Tomás Ernesto Pérez

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El negocio de la basura Julio Batista Rodríguez

Foto: Julio Batista Rodríguez


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La quietud aplasta en estos sitios. Pareciera que la gente se limita a vegetar junto a las maquinarias que acumulan el óxido de lo que no se emplea. El tiempo flota a la misma velocidad con que se descomponen los desechos de toda una ciudad a pocos metros de distancia. Si no fuera por los camiones que suben una y otra vez hasta la cima del Bote de 100, este podría parecer un sitio muerto. También podría suponerse que el negocio de la basura no interesa allí. Pero cerca de tres millones de dólares en inversiones desmienten esa idea; o, al menos, parte de ella. En 2008, Cuba firmó un acuerdo de cooperación internacional para la instalación de dos estaciones en las inmediaciones del Bote, una


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dedicada a la quema de gases contaminantes y otra a la producción de energía eléctrica a partir de la obtención de biogás. Aunque con sistemas y modelos de gestión diferentes, ambas compartían un objetivo: aprovechar una parte de las 3 000 toneladas de basura diaria que producía la capital. Ocho años después de su puesta en marcha, ninguna de las dos instalaciones está activa. La planta de Biogás y Compost, el primer biodigestor a gran escala en el país, diseñado para procesar entre 70 y 80 m3 de material orgánico diariamente, está ociosa desde hace meses. El proyecto de Desgasificación y Relleno Sanitario de la Calle 100 paralizó sus trabajos en septiembre de 2011. Sin embargo, el 80 % de los residuos sólidos de La Habana continúan llegando invariablemente hasta el vertedero a cielo abierto más grande de Cuba: 2 400 toneladas de basura alimentan cada día un monstruo de 104 hectáreas y 25 metros de altura. Esta no es una montaña natural, aunque la vegetación que crece en sus laderas le funciona como camuflaje. Basura sobre basura. Tierra para cubrirla. Más basura hasta completar un hojaldre a base de desechos. Capas de residuos


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prensados por el tiempo y la maquinaria conforman el suelo en el Bote. Compactados, descompuestos, enterrados y olvidados, cerca de 26 millones de metros cúbicos de desperdicio han terminado por formar una mole imponente. A medida que se sube por los trillos que surcan el vertedero, uno va aprendiendo cosas. Primero, que la falda del Bote de 100 no huele como el basurero gigante que es. Segundo, que allá no se camina sobre tierra firme. La hierba no permite ver lo que se pisa. Pero, cuando se planta el pie, el suelo cruje, cede, crepita como si se aplastaran los caracoles calcinados por el sol a la orilla del mar. No todo el Bote es un basurero activo. Está la parte “muerta”, donde la naturaleza reclamó lo que es suyo y nacieron flores violetas y un césped muy fino sobre la inmundicia. Allí están los pozos, las trincheras y los trillos, trazados informales hechos con el ir y venir constante de quienes viven de la basura ajena. Este es el mejor mapa para entender la vida del lugar. Por ellos salen desperdigados los buzos en las raras ocasiones en las que se llama a la policía. Por ellos regresan cada día a hurgar en el desperdicio de La Habana y de su gente.


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Bajo esos caminos rústicos laten en el vertedero millones de metros cúbicos de gas, resultante de la descomposición anaeróbica de los residuos sólidos y con altos componentes de metano, que lo hacen altamente contaminante y una excelente fuente de combustible. *** Al borde del vertedero, entre la basura y la línea del tren que llega hasta la zona especial de desarrollo de El Mariel, está ubicado el Proyecto de Desgasificación y Relleno Sanitario de la Calle 100. Su historia es la del comercio de bonos de carbono, la historia de un producto ficticio, de la especulación bursátil, de compraventa y apuestas financieras. Sin conocer el trasfondo económico sería imposible entender por qué el 18 de septiembre de 2011 –Torres recuerda la fecha exacta– la planta dejó de realizar su trabajo habitual aunque todos los indicadores técnicos marchaban sin contratiempos. En 1998 se firmó el Protocolo de Kioto como parte de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC


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por sus siglas en inglés), que recogió el compromiso para la reducción de la emisión de gases contaminantes a la capa de ozono. Los países firmantes quedaron divididos en dos grandes grupos: aquellos con cifras comprometidas de reducción de emisiones –Anexo I–, y otros como Cuba, sin obligaciones debido a su escaso desarrollo tecnológico. El primer segmento, en el cual se incluyen las potencias industriales del Primer Mundo, debía ser el motor impulsor de los cambios. Sin embargo, ello supondría inversiones millonarias en sus industrias para transformar la tecnología existente y convertirla en una menos agresiva hacia el medio ambiente. En Kioto, junto al compromiso internacional, también se incluyó una salida trasera. En las secciones uno y tres del Artículo 6, quedó establecido que “toda Parte incluida en el anexo I podrá transferir a cualquiera otra de esas Partes, o adquirir de ella, las unidades de reducción de emisiones resultantes de proyectos encaminados a reducir las emisiones”. Además, el mismo acápite validó la entrada al negocio de los actores privados, al reconocer la posibilidad de que “personas jurídicas […] participen, bajo la responsa-


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bilidad de esa Parte, en acciones conducentes a la generación, transferencia o adquisición en virtud de este artículo de unidades de reducción de emisiones”. Más adelante, en el Artículo 12, se redondeaba el procedimiento al explicitar en el tercer punto que “en el marco del mecanismo para un desarrollo limpio: a) Las Partes no incluidas en el anexo I se beneficiarán de las actividades de proyectos que tengan por resultado reducciones certificadas de las emisiones; y b) Las Partes incluidas en el anexo I podrán utilizar las reducciones certificadas de emisiones resultantes de esas actividades de proyectos para contribuir al cumplimiento de una parte de sus compromisos cuantificados de limitación y reducción de las emisiones”. O lo que es lo mismo, se establecía la posibilidad de aprovechar las reducciones realizadas en otros países. Nacía así el comercio de bonos de carbono, amparado en un acuerdo que intentaba canalizar el compromiso medioambiental en el planeta. Los Certificados de Emisiones Reducidas (CERs) son uno de los tipos de bonos de carbono que existen. Una de las formas más comunes de obtenerlos es a partir de la imple-


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mentación de proyectos para la ejecución de mecanismo de desarrollo limpio (MDL). Para conseguirlos debe realizarse la inscripción de tales proyectos ante la UNFCCC y la correspondiente medición de la reducción de gases obtenida a través de los MDL, su impacto económico, social y ambiental. Luego estos datos se incluyen en el Documento de Diseño del Proyecto (PDD) y son presentados para su certificación. Avalados por las Naciones Unidas, los CERs tienen carácter comercializable y valor variable. Existen dos tipos de mercados: el de Conformidad o Regulado, que es oficial y está bajo la égida de la UNFCCC; y los Voluntarios, creados por individuos particulares, empresas privadas o instituciones públicas. Los CERs son, en esencia, un mecanismo de incentivo económico para las empresas devenido en negocio; un mecanismo que se compra y se vende en la Bolsa de Valores. Según Abel Castaño Spengler, Coordinador Nacional de Proyectos de Desgasificación, “en este escenario surgen un grupo de empresas, sobre todo en Europa, que empiezan desarrollar este tipo de proyecto en países signatarios del Protocolo que no contraen obligaciones en cuanto a cifras de reducción. Cuando los mecanismos


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de desarrollo limpio (MDL) se ponen en marcha, la UNFCCC certifica la reducción y expide un bono a la empresa y al país. Pero como no hay una cifra comprometida, ese bono es comercializable. Entonces los países capitalistas comenzaron a comprarlos y así cumplían con sus compromisos, pero no hacían nada en sus territorios”. Para acceder a los CERs los proyectos de reducción de emisiones deben estar homologados por la UNFCCC y su grupo de expertos, además de cumplir con las regulaciones legales del país en el que estén enclavados. En ese contexto comenzó a funcionar en Cuba el proyecto de desgasificación en el vertedero de la calle 100, con el propósito de reducir 474 045 toneladas equivalentes de CO2 entre 2009 y 2018. Su ubicación en suelo cubano no fue simple. Castaño confirma que muchos estaban en contra de su ejecución “con el argumento de que este tipo de proyecto solo facilitaba que las grandes potencias europeas no hicieran nada por cambiar su industria. Y desde ese ángulo es cierto”. El debate llegó entonces hasta la máxima instancia gubernamental cubana, la cual autorizó


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al binomio franco-chileno Bionersis S.A. y Sur Continente S.A. la construcción de una planta de desgasificación en el Bote de 100, cuyo objetivo sería la extracción y quema del gas resultante de la descomposición anaeróbica de los desechos del basurero. La contraparte cubana sería la Dirección Provincial de Servicios Comunales de La Habana. La certificación de esa quema, además de los beneficios medioambientales y de salud para los habitantes cercanos al Bote, permitiría obtener los CERs emitidos por Naciones Unidas. En 2008, cuando la planta inició sus labores, la cotización de los CERs en la Bolsa alcanzó su tope histórico: entre 25 y 26 euros. El negocio marchaba tan bien que, según cifras ofrecidas por la FAO, en ese año se comerciaron en el Mercado Regulado 119.000 millones de dólares estadounidenses (USD) y otros 704 millones USD en el Voluntario. Entre 2008 y 2011 el mercado de los CERs sufrió una baja progresiva, con debacle en 2011, cuando el valor se desplomó hasta los 50 centavos de euro. La contraparte francesa (Bionersis S.A.) quebró y la planta, luego de haber quemado 11 409 800 m3 de gas, paralizó su trabajo.


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Ante la imposibilidad de mantener la rentabilidad con la venta de los bonos, Sur Continente planteó una variante para recuperar la inversión realizada: aprovechar la quema de los gases para la generación de energía eléctrica. Así, además de los deprimidos bonos de carbono, recibirían una compensación a partir de las toneladas equivalentes de hidrocarburos que dejasen de utilizar y recaudarían fondos con la venta de la electricidad generada. *** La planta ocupa 24 de las 104 hectáreas (ha) que componen el basurero a cielo abierto más grande de Cuba. Sin desconocer el componente económico, Castaño defiende que el mayor logro de la planta es eliminar el metano, gas que conforma la mayor parte de las emisiones del vertedero, tiene una carga contaminante 22 veces mayor que la del dióxido de carbono (CO2), y que, además del daño ambiental, ocasionaba problemas de salud a las comunidades cercanas al vertedero. “Antes de comenzar el proyecto se realizaron consultas públicas, como lo requiere su acreditación, e hicimos una investigación de las pa-


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tologías más frecuentes entre los pobladores cercanos, las que más se repitieron fueron las dermatológicas y respiratorias. Y esas estaban muy por encima del nivel de las del resto de la ciudad”, dice. En tres años la planta quemó más de 11 millones de m³ de gas. El primer paso fue evitar que el gas resultante de la descomposición de la basura saliera a la atmósfera. Para conseguirlo, las 24 ha fueron recubiertas con una capa de 50 centímetros de arcilla muy fina que permitía el paso de la humedad ambiental e impedía el escape de los gases. Luego, sobre esa capa de arcilla se perforaron 142 pozos de 20 metros de profundidad, con el objetivo de recolectar la mezcla de gases generada por la basura sepultada. Con 20 metros de radio de acción, cada uno de los pozos incide en la recolección de los gases generados por 25 000 m³ de desechos sólidos. Ese gas, mediante un sistema de succión, corría por los kilómetros de tuberías instaladas hasta llegar a la antorcha, un quemador instalado en la base del Bote que ardía en el entorno de los 1000 ºC para incinerar el gas extraído de las entrañas del basurero.


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En total, la puesta en marcha de la planta tuvo un costo de 2 500 000 euros –aún no recuperado– y en su momento de máxima capacidad llegó a explotar 142 pozos y procesar un volumen estimado de 1 200 m³ de gas por hora. Luego las cifras disminuyeron hasta estabilizar en 900 m³, y al paralizarse los trabajos no sobrepasaban los 500 m³. A pesar de considerarse un MDL, el proceso no es completamente limpio. Al quemar los gases extraídos de la basura se genera dióxido de carbono (CO2). Sin embargo, el metano que compone en mayor grado (40-55 %) la mezcla de esos gases eliminados es 22 veces más dañino que el CO2. Por lo tanto, el impacto siempre será menor que dejar escapar el metano a la atmósfera. En realidad, el metano es la clave del funcionamiento de la planta. Lo fue en la primera fase al constituir el componente que más toneladas equivalentes sumaba a la obtención de los CERs. Lo será una vez que se comience a generar electricidad, porque representa un excelente combustible y aporta la mayor parte del valor energético obtenido del gas. Sin embargo, para generar electricidad a partir de la quema de gases, la planta precisa


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cambios de tecnología. Los estudios de prefactibilidad realizados por la empresa chilena arrojan que la inversión será superior a los dos millones de dólares. A la pregunta de por qué no se pensó desde un inicio en esta posibilidad, Castaño explica que “fue un error, porque nos faltaba experiencia en este mundo. Si hubiésemos tenido los conocimientos desde un primer momento, se hubiese dicho a las dos empresas que en lugar de quemar el gas, lo destinaran a la generación de electricidad y aunque se hubiese caído el precio del bono de carbono, continuaban los ingresos a partir de lo que paga el país por el kilowatt-hora (kW/h) de corriente. Pero en ese momento los bonos eran un negocio redondo y no pensaron en hacer esa inversión adicional”. Sin embargo, en el Documento de Diseño del Proyecto aparece declarado que “los posibles usos del biogás incluyen la generación de electricidad para su uso en los vertederos y/o el suministro a nivel local. La viabilidad de la generación eléctrica se revisará una vez que el proyecto está en pleno funcionamiento”. Al paralizar sus actividades la planta contaba con los servicios de doce trabajadores. Cinco


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años después, solo cuatro hombres integran la plantilla del lugar, entre ellos Torres, mano derecha del administrador, José Cárdenas. Aunque desde hace cinco años la antorcha no ha vuelto a quemar metano, los pozos precisan atención. Por eso los recorridos se mantienen invariables. Unos días los hace Cárdenas; otros, Torres. En ocasiones, suben juntos. Mientras la planta estaba activa la revisión de cada pozo para medir los niveles de gas era diaria. Entonces se cerraban unos y se abrían otros para mantener un flujo constante hacia las bombas de succión. Era un rejuego manual que tomaba poco más de tres horas y mantenía ocupado al 80 % de la plantilla del lugar. Después del cierre las prioridades han sido otras. Cárdenas y Torres saben que el próximo paso es llevar la planta a la generación de energía eléctrica y que para aumentar la vida útil del proyecto se construyen trincheras. Controlar el avance de estos trabajos se ha convertido en rutina. Después de cada medición, Cárdenas anota los datos recogidos en una agenda con fecha y hora. Es una cronología exacta, su manera de controlar la velocidad de las excavaciones.


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Donde dice trincheras, imagine tres surcos en la tierra dispuestos en paralelo y con orientación Norte-Sur. Tres surcos inmensos de 100 metros de largo, por 12 de ancho y seis de profundidad; excavados en el sustrato que formó la basura acumulada por décadas en el sitio. Cada uno de ellos se transformará en el futuro cercano en un contenedor de 16 000 m³, listo para recibir residuos frescos. Su misión es convertirse en nichos que acumularán nueva basura y esta, al descomponerse, generará gases en un proceso que podría durar entre ocho y diez años. Ese será su período de explotación. Una vez finalizado, los residuos se extraerán y se volverán a llenar con basura fresca para recomenzar el ciclo.


Lixiviado, residuo líquido altamente contaminante y resultado final del proceso de descomposición de la basura (Foto: Julio Batista Rodríguez)


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Cada una de las trincheras, explica Castaño, estará recubierta por una membrana impermeable que evitará que el lixiviado, residuo líquido altamente contaminante y resultado final del proceso de descomposición, penetre en la tierra y continúe contaminando el manto freático de la zona, como ha sucedido por años en el Bote. Una vez acumulado en la membrana, el lixiviado será extraído por un sistema de bombeo y lanzado de nuevo sobre la basura para acelerar el proceso de descomposición orgánica. O al menos esa es la concepción. *** A trescientos metros del Proyecto de Desgasificación está el Biodigestor. Separadas por la autopista de Pinar del Río, las plantas tuvieron nacimientos divergentes. Si para la primera existieron objeciones éticas, la segunda encontró abiertos los brazos de las autoridades cubanas. Fruto del proyecto general US/CUB/04/151, o “Transferencia de tecnologías medioambientalmente sostenibles para una gestión más limpia de los RSU en la Ciudad de La Habana”, su instalación significó el punto cumbre y también el


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cierre del trabajo que por cuatro años realizó la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI) en compañía de la Empresa Provincial de Higiene y Comunales de La Habana. Desde abril de 2005 la ONUDI, con financiamiento de la Secretaría de Estado para Asuntos Económicos de Suiza, comenzó a implementar las primeras acciones del proyecto entre las que destacaron la recogida selectiva de desechos, la capacitación de la población, al personal técnico y profesional, y la creación del primer Laboratorio de Análisis de Residuos Sólidos de Cuba (LARE). La duración inicial calculada para todo el proyecto fue de 36 meses y el presupuesto quedó fijado en 4 136 430 USD. De este monto, la contraparte cubana aportaría 1 977 000 USD dedicados esencialmente a las facilidades de construcción (1 205 00 USD). La planta de obtención de biogás entregada en julio de 2008 representó un desembolso de 585 000 USD, pagado a la empresa alemana BioEnergy Berlin GmbH, principal beneficiaria del Contrato 16001133 en el cual quedaron fijados los términos del acuerdo, incluyendo la ca-


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pacitación del personal cubano que quedaría al frente de las operaciones de la planta. Según Florentino Chacón, representante de la ONUDI en Cuba en aquel momento, esa fue una transacción “llave en mano”. Se le conoce así porque la empresa garantiza el montaje de la maquinaria, la entrega de planos, equipamiento y puesta a punto de la planta. Una vez finalizada la obra basta con encender la pequeña industria y comenzar a producir biogás, y con el biogás, energía eléctrica.


Florentino Chacón (Foto: Julio Batista Rodríguez)


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Sin embargo, el Biodigestor era el último paso, el eslabón final de una cadena que comenzaba en cada hogar con la clasificación de los desechos en dos grupos esenciales: orgánicos e inorgánicos. Inicialmente, el primer grupo serviría como fuente de abastecimiento del biodigestor y de la planta de compost. Para ello, los órganos del Poder Popular en la capital cubana escogieron como muestra al consejo popular Ampliación Almendares, en Playa. Geográficamente ubicado en Miramar, entre las calles 60 y 84 y desde el mar hasta la calle 19, el barrio contaba por entonces con 25 000 habitantes y 9 000 viviendas, además de escuelas, centros de asistencia médica, mercados, hoteles y áreas verdes. El foco de atención se centró en las familias. En octubre de 2007 fueron entregados entre los hogares de la zona un total de 10 000 pequeños contenedores verdes, en los que debían depositarse los residuos orgánicos. Esta parte funcionó bien, según la comisión evaluadora, pues la contaminación de los residuos no sobrepasó el 25 %, muy por debajo de otras experiencias en diferentes países, donde al comenzar la Recogida Selectiva las impurezas rondaron entre el 35 % y el 40 %.


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Eso sí, tal iniciativa implicaba que el gobierno de la ciudad asegurara un sistema de recogida eficiente, pues los desechos inorgánicos podían tener un ciclo de hasta 72 horas, pero los acumulados en los contendores orgánicos debían retirarse antes de 30 horas para evitar su descomposición en la calle. Desgraciadamente, “eso nunca funcionó bien”, confirma Chacón.


Tanques especializados para la disposición de desechos sólidos (Foto: Julio Batista Rodríguez)


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Tanto en el informe parcial realizado en 2007, como en las consideraciones finales del proyecto –comenta Chacón–, fue criticada la gestión de recogida de la empresa de Comunales, incapaz de garantizar los plazos previstos para la recolección de los contenedores. Esta irregularidad condicionó que, como alternativa para disponer de material orgánico, la administración de la planta organizara un sistema de recogida de los desechos de los agromercados de La Habana. Para eso contaban con un solo camión, explica Alejandro Fernández Colomina, quien fuera Subdirector de Higiene Comunal en La Habana. Fernández Colomina también fue el encargado de liderar el proyecto a pie de obra por la parte cubana y pieza clave en su ejecución. Junto a otros ocho trabajadores, durante 15 días, en septiembre de 2007, Alejandro tomó parte de la capacitación que brindó el proyecto a los futuros operarios en el Instituto de Biología de Chengdu, China, y después del montaje final, se mantuvo al frente del lugar durante poco más de un año. La planta instalada en la Calle 100 es de “mezcla completa y producción continua”, dice


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refiriéndose a la obtención de gas. Sin embargo, comenta que el grupo electrógeno que se instaló en el sitio no estaba diseñado para funcionar 24 horas, lo cual limitaba su capacidad de generación. Por otra parte, Chacón confirma que nunca insistieron mucho por conectarse a la red central eléctrica pues la producción del Biodigestor era de apenas 65 kW/h. Insignificante a escala comercial. El proyecto promovido por la ONUDI fue concebido como una experiencia demostrativa cuya principal meta era la capacitación de personal y la transferencia de tecnología. Ninguno de sus objetivos incluía, de manera declarada, fines comerciales o propuestas de rentabilidad para las instalaciones que se estaban creando. De hecho, el informe parcial presentado en 2007 explicitaba las limitaciones para la reproducción de esta experiencia, pues “debido a los costos elevados de algunas actividades, por ejemplo la recogida selectiva, la producción de compost de alta calidad y la generación de energía en la planta de biogás, el potencial directo de replicación es limitado”.


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Concebido con mayores ambiciones, la realidad pasó factura a su construcción. Un año y medio de retraso en los tiempos del proyecto general y la elevación de los precios en el mercado internacional condicionaron ajustes al diseño inicial para mantener los costos estimados. Ello se tradujo en una instalación experimental y no industrial, que terminó produciendo 60 kilowatts/ hora (kW/h) de los 150 previstos en los bocetos. Aunque de los 70 u 80 m³ de material orgánico que admitía procesar solo funcionó durante el primer año con un promedio de 20 m³ diarios, el Biodigestor logró estabilizar una producción de 65 kW/h que abastecía al complejo de oficinas de la Dirección Provincial de Higiene, próximo a la instalación. Además, la producción de gas sobrepasaba las exigencias de la generación de energía y el excedente se destinaba a la cocción de los alimentos en la misma institución, que brinda servicios a 800 comensales. Con el Biodigestor, “solo se buscaba demostrar que con la basura orgánica de la ciudad era viable producir biogás utilizable comercialmente”, comenta Chacón. Más que una industria, se pensó para ser una maqueta. Sin embargo, Fernández Colomina asegura que podría ser susten-


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table desde el punto de vista económico, si se aprovechasen correctamente los subproductos de la descomposición. Chacón considera que, si bien estaba contemplado como parte del proyecto, no se consiguió aprovechar a plenitud los derivados de la obtención del gas: un lodo rico en nutrientes que podía mezclarse con compost (abono orgánico), y un componente líquido de alto contenido de nitrógeno y amplias aplicaciones agrícolas. Otra propuesta fue emplear ese mismo gas como combustible para los camiones que se encargaban de la recogida de los RSU en la ciudad, pero esta no encontró apoyo en la contraparte cubana. Aún con defectos, la experiencia dotó a los operarios de tal maestría en la preparación de la mezcla que, durante un año, el biogás obtenido contenía entre un 70 % y un 72 % de metano, haciéndolo extremadamente eficiente para generación de electricidad. A partir de esta fecha surge un vacío. Los reportes finales del proyecto US/CUB/04/151 parecen ser las últimas referencias directas a la labor del Biodigestor. Ni en la prensa cubana, ni en las estadísticas de acceso público queda reflejado


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el devenir de la instalación. A ciencia cierta hoy solo podríamos decir que la planta produjo cada vez menos y que desde hace meses está inactiva. ¿Qué sucedió desde 2009 hasta la fecha? ¿Por qué no se aprovechan hoy sus potencialidades? ¿Hasta cuándo el sitio permanecerá ocioso? *** Podría pensarse que una vez definido el plan y realizados los primeros estudios, los trabajos para reactivar la Planta Desgasificadora comenzarían de inmediato. Al fin y al cabo, se trata de recuperar una inversión. Una de las causas de la dilación ha sido la espera por conocer qué sucederá con el manejo de los residuos sólidos de la capital cubana, dice Castaño. Ello dependerá de la licitación ofrecida por el Ministerio de Industria cubano para que empresas extranjeras se encarguen del trabajo que hoy realizan las direcciones provinciales Comunales y Materias Primas. “Dentro de toda la estrategia para controlar las cuestiones higiénicas, el país decidió la creación de una empresa mixta que se encargue de la basura y residuos sólidos en la capital. Ya hay cerca de 80 propuestas serias aspirando a la lici-


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tación, entre ellas la de Sur Continente, asociada al grupo especializado KDM Empresas”, añade. Según el sitio web de la institución, “KDM Empresas es filial del Grupo Urbaser Danner, holding compuesto por la empresa española Urbaser (filial de la compañía ACS) y la estadounidense The Danner Company”. Sus diversas dependencias realizan el ciclo completo de “recolección domiciliaria e industrial, el tratamiento y reciclaje de residuos, la construcción y operación de rellenos sanitarios, hasta la generación de energías renovables”. La propuesta vencedora asumirá la recogida de los residuos sólidos de la ciudad, la administración de los sitios de disposición final y el reciclaje. “Limpiar, reciclar todo lo reciclable y con lo que queda, industrializar y dedicarlo a la generación de energía eléctrica. Esta es la concepción general”, resume Castaño. Entonces, el destino inmediato de la Planta está ligado a la licitación, un anuncio que podría, o no, llegar a mitad de este mismo año. Si la empresa chilena se lleva el gato al agua, la inversión sería incluida dentro del gran presupuesto requerido para asumir el trabajo. Si no, entonces la


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conversión sería un solo proyecto. Mucho más pequeño. Quizás más lento. Pero seguro. Hoy, lo cierto es que Sur Continente no ha desestimado la idea de generar electricidad. Para ello los estudios arrojaron que con la quema de 900 m3 de gas por hora se genera 1 MW/h de electricidad, siempre que la composición tenga entre el 40 % y el 45 % de metano. Dicho así, quizás no represente demasiado. Pero cuando surgió la idea, Cuba pagaba 0,15 USD por cada kilowatt/hora (kW/h) de electricidad. Ello representaba que la Planta –por entonces– pudo generar ingresos de 3 600 USD cada 24 horas solo por concepto de generación de energía. Trabajando 360 días al año, la cifra ascendería a 1 296 000 USD. El precio del kW/h está sujeto a las fluctuaciones del crudo en el mercado mundial, y hoy el petróleo está deprimido. Aun cuando el kW/h bajara hasta 0,05 USD, en seis años Sur Continente S.A. recuperaría la inversión inicial, solo con la electricidad generada. Según datos estadísticos empleados por el Doctor en Ciencias Técnicas Conrado Moreno Figueredo, “el consumo específico de combustible en la producción de electricidad en las ter-


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moeléctricas en el 2005, fue de 280 g/kWh”. O lo que es lo mismo, para producir 1 MW/h se emplean 0,28 toneladas de petróleo. Basados en ese cálculo podríamos tener una idea aproximada de cuánto crudo dejaría de quemarse una vez puesta en marcha la generación eléctrica en la Planta Desgasificadora. Tomemos un ejemplo conservador: si la planta solo funciona 20 horas al día y trabaja 360 días al año, el sitio generaría 7200 MW/h por un año y ahorraría el empleo de 2016 toneladas de petróleo, traducidas en 14 112 barriles del combustible y 5 400 toneladas de CO2 resultante de la combustión. Por si fuese poco, se nota un alza en el precio de los CERs a partir de la firma de un acuerdo común en la reunión de la UNFCCC en París en diciembre último. Por el momento, no han superado la barrera de los seis o siete euros y aún no son rentables por sí solos, pero la electricidad generada podría cambiarlo todo. “Eso podría proporcionar ingresos a la parte extranjera y ahorrar dinero por concepto de compra de petróleo al país”, comenta Castaño. Para la Planta de Desgasificación el futuro es mucho más claro. A corto, mediano o largo plazos la nueva inversión devolverá a la vida a la


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antorcha y el gas correrá por kilómetros de tuberías hasta llegar al generador que produzca electricidad. Mientras eso sucede, Cárdenas, Torres y Castaño solo pueden esperar. Al igual que espera el Bote de 100. Todos ellos, el basurero y los hombres, son, por así decirlo, peones en un enrevesado juego de ajedrez económico. La expectativa de ganancias por los CERs abrió la planta. La caída de los CERs decretó su paralización. Ahora apuestan por una licitación y por la energía; apuestan por la adaptación.


Los menesterosos Jorge Carrasco

Foto: Jorge Carrasco


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Luis Ricardo Chibás, hombre negro de 75 años, excamionero, exalbañil, exagricultor, actualmente retirado con una chequera de 225 pesos. Canas amarillas, lagañas amarillas. Ropa y zapatos remendados e inmundos, obviamente recogidos de algún latón de basura. Frente al mercado de Egido, una feria sucia y estridente de comestibles y flores en la Habana Vieja, hay un portal donde Luis Ricardo Chibás se sienta todos los días del mundo con un par de cajas plásticas donde exhibe su mercancía. Hoy: unas perlas descascaradas, la paleta de un ventilador chino, un cepillo viejo para sacudir el polvo, un par de zapatos de mujer, algunos pomos de cristal vacíos, el volumen Para aprender a co-


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cinar mejor, de Luis Caissés. Y un Nuevo Testamento, el cual recomienda con especial interés. —¿Usted cree en Dios? —Bueno, ¿y quién fue el que creó el mundo? Todo lo que se está viviendo en la Tierra está escrito en el Nuevo Testamento. Los milagros que hizo Jesús, la gente que curó. —¿Y en Cuba no ha hecho milagros Jesús? —Trató de hacer milagros, pero el Comandante lo paró. El comunismo no cree en Jesús. Los vecinos de Egido lo conocen bien. Es parte del ambiente. A cada rato cualquiera lo llama y le da un plato de comida o un buche de alcohol. Le interesan las anécdotas políticas y sabe explicar, desde el inicio hasta el fin, el fusilamiento de Ochoa y los desfalcos de Felipe Pérez Roque. La policía se ensaña con otros, pero no con él. Nunca ha estado preso. Ni siquiera ha pisado la estación. Antes iba hasta El Vedado a escarbar en los latones de desechos de lo que él llama la “gente con recursos”. Ahora no tiene el mismo sentido. —Ya no botan nada bueno. Hace un tiempo aparecían hasta equipos: radios, grabadoras que se podían reparar. Ahora lo que botan es pape-


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les, y el desperdicio de la comida. De cualquier forma, casi todo se vende poco a poco. Pasa un hombre y agarra un cargador de celular que hay tirado en el suelo. Se lo prueba a su móvil, pero no le sirve. Pasa otro con una mochila rota y pregunta si, de casualidad, Luis Ricardo Chibás tiene un zipper para su mochila. No tiene. Al poco rato, otro hombre se detiene interesado en el libro de cocina. Hay un bulto de trastos regados en el portal. Una cafetera sin tapa, la plantilla de un zapato, dos casetes de sabe dios qué cantante, pomos plásticos, una botella vacía de ron Havana Club, una llave colgando de una tira roja, jabas, sacos de nailon, una capa amarilla. Todo sucio, todo viejo. —Son cosas que no se venden. Lo que no se vende lo tiro ahí para volverlo a botar. Al menos tres cuadras a la redonda, y sobre todo en la calle Apodaca, el mercado negro tiene su esplendor. Los buzos vigilan las patrullas y se plantan con sus mochilas en los portales, sacando toda clase de baratijas rescatadas de la basura. Las ropas usadas dominan el mercado negro en Apodaca.


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Hasta donde conversamos, Luis Ricardo Chibás dijo tener una casa. Esquivó el tema nerviosamente, pero dejó claro que tenía dónde vivir. Después un par de vecinos lo desmintieron. Aseguraron que era un deambulante. Y que quizás no contaba tanto la verdad, como lo que le gustaría que fuera la verdad. Lo peor de Luis Ricardo Chibás no es que viva en la calle, que coma de lo que recoge en la basura y que duerma en el portal donde le agarre la noche. Lo peor de Luis Ricardo Chibás es estar cuerdo. Porque el loco vive la calle diferente. Pasa frío. Pasa hambre, pero su nivel de conciencia no le permite experimentar, por ejemplo, la vergüenza. Hojeando el Nuevo Testamento que rescató de la basura, y al que asignó un precio de 10 pesos, se lee en San Lucas, versículos del 50 al 53: “[Dios] derribó a los reyes de sus tronos, y puso en alto a los humildes. [Dios] llenó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Dios tiene siempre misericordia de quienes lo reverencian”.


Luis Eduardo Chibás, 75 años, se sienta todos los días del mundo frente al mercado de Egido (Foto: Jorge Carrasco)


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En 2008 Granma, el órgano oficial del Partido Comunista, admitió la existencia de lo que llamó “recogedores ilegales de desechos sólidos”. En una nota de seis párrafos el periódico dijo que los castigos impuestos hasta el momento a los llamados buzos consistían en multas, amonestaciones frente a sus comunidades de residencia, y sanciones a trabajo correccional sin internamiento. Los que vivían ilegalmente en la capital fueron regresados a sus provincias de origen. Los multirreincidentes fueron procesados. “[…] esos ciudadanos”, dijo Granma, “habían convertido en un modo de vida la búsqueda en vertederos, contenedores de basura y en la vía pública, de alimentos, botellas, plásticos, metales y otros objetos con ánimo de lucro o comercialización, sin tener en cuenta que podrían ser portadores de epidemias y una fuente de delitos o ilegalidades, según establece el Código Penal”. En ese momento, 365 personas fueron sancionadas en la capital. Trescientas sesenta y cinco personas, que no es un número alarmante, pero que no es un número despreciable. El problema de los buzos es bohemia vieja. En 2007 se proyectó en cines de la capital el


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cortometraje independiente De Buzos, Leones y Tanqueros, dirigido por Daniel Vera. El material mostraba a una docena de hombres escarbando en los contenedores de barrios residenciales como El Vedado, y explicaban a la cámara que la mayoría de ellos sacaba de la basura más ganancias que de sus salarios en empleos estatales. La más célebre de las locaciones donde los buzos operan, el gran paraíso de la basura, es el vertedero de 100 y Boyeros, el más extenso de La Habana. Permanentemente custodiado por la policía, en el Bote de 100 incluso viven personas en improvisadas tiendas “llega-y-pon”, construidas con trastos viejos.


El gran paraĂ­so de la basura es el vertedero de 100 y Boyeros (Foto: Julio Batista)


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La arista del problema que más se ha explorado hasta el momento es la de los buzos como propagadores potenciales de enfermedades: a saber la tuberculosis, y otras de tipo digestivo por los parásitos de la comida en mal estado que comen de la basura. En la Unidad Municipal de Higiene y Epidemiología de la Habana Vieja, la doctora Berta Formental explica que la tuberculosis es de hecho la enfermedad de mayor impacto en el municipio, junto al VIH-Sida. —Se ha incrementado la incidencia del alcoholismo en los buzos, por eso es muy fácil que se enfermen de tuberculosis. Formental declara que la mayoría de los deambulantes que han atendido en el centro terminan en la calle porque sus familias no los quieren en las viviendas. Otras veces se fugan de sus casas, por padecer trastornos siquiátricos y depresivos. Algunos son hospitalizados en centros de atención mental, de los que frecuentemente escapan para volver a la vida que tenían. —Lo más peligroso es cuando “bucean” en los tanques de desechos de los hospitales, buscando jeringuillas o pedacitos de sueros para hacer artesanías. En esos tanques se desechan


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agujas infestadas, y materiales usados lo mismo en un salón de operaciones, que en un cuerpo de guardia para curar cualquier tipo de lesión. Cuando el Gobierno cubano amplió las actividades que se podían realizar legalmente por cuenta propia, se incluyó la figura del recolector y vendedor de materias primas. Se reconoció en 2013 que las empresas de recuperación estatales solo eran capaces de reciclar el 35 % de los desechos sólidos en el país. Ahora a algunos se les permitía hurgar en la basura si tenían una licencia. La Habana, provincia donde la población supera los 2 millones de habitantes, no tiene suficientes camiones para recoger sus desechos sólidos. En el municipio Habana Vieja, por ejemplo, hay solo dos, tanto para el saneamiento manual como para el saneamiento mecanizado. La empresa Aurora se creó en el municipio con el objetivo de que, al amanecer, todas las calles estuvieran limpias. Su jefa comercial, Digna Málaga, admite que no han estado ni medianamente cerca de lograrlo. Ella misma fue barrendera de calles por nueve años y sabe mejor que nadie sobre la basura del municipio. Lo que bota la gente, y lo que recogen los buzos.


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En una ocasión –cuenta Málaga– uno de los choferes de la empresa atropelló sin querer a un hombre que recogía basura en el vertedero de 100 y Boyeros. Era de noche, y el carro dio marcha atrás para descargar. El hombre murió al momento, y el chofer decidió no manejar nunca más. Los recogedores de Aurora son en su mayoría hombres que cumplen prisión por diversos delitos y a los que el Estado ubicó en uno de los puestos de trabajo más indeseados a cambio de terminar sus sanciones en libertad. —Algunos de ellos se integran y trabajan bien para cumplir. A otros se les ha aplicado medidas de descuento salarial por “bucear”. Ninguna persona, ni aunque sea trabajadora de Comunales, está autorizada a “bucear”. Málaga cuenta que la empresa no tiene ninguna política respecto a los buzos, excepto cuando son trabajadores suyos. El organismo facultado para multar a estas personas es la Dirección Integral de Supervisión y Control, que puede aplicar pagos de 100 a 300 pesos cubanos a quienes se encuentren recogiendo “material contaminado”. ¿Qué puede ser provechoso para los buzos en un contenedor de desechos? Restos de comida,


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ropa usada, relojes que ya no dan la hora, pomos de plásticos y cristal, latas, revistas pornográficas, el cargador de un celular. Aparentemente, todo aquello que aún se puede seguir usando: la mercancía con la que se trafica en el subterráneo, abyecto, ignoto, mercado de gente pobre para gente más pobre todavía. *** Una vez cada 15 días los menesterosos de la Habana Vieja tienen una ducha para bañarse. Lo menesterosos apestan, naturalmente, puesto que la miseria no huele a rosas. En la comunidad religiosa del Santo Egidio, ubicada en la calle Compostela, entre Luz y Acosta, la Habana Vieja, un grupo de voluntarios salió un día de 1996 a buscar a quienes ellos piadosamente llaman “los amigos de la calle”. Básicamente, aquellos que fueron sacados de sus casas, los que consumieron la paciencia de sus familiares, porque fueron antes consumidos por el alcoholismo, por enfermedades siquiátricas, o por cualquier otra circunstancia. Los deambulantes, los que se visten con lo que encuentran en latones de basura, los que se


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alimentan de la basura, los que recogen basura, venden basura, y son tratados como tal.


Los deambulantes se visten a veces con lo que encuentran en la basura (Foto: Jorge Carrasco)


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Es miércoles, día de oración, día de pan y leche caliente en el Santo Egidio. Los menesterosos se sientan en los palcos del final. Conocen los cánticos. Los entonan. Pasan en fila a besar la cruz como el resto de los presentes. Por encima de la ropa se sabe quién es uno de ellos y quién no. El sufrimiento se les ve a las personas por encima de la ropa, en la piel de la cara, en el pelo brilloso de churre, en los ojos de mirada hosca. Después de la oración entran a un reservado y se sientan en círculo. Uno de los voluntarios de los “amigos de la calle” cuenta una parábola bíblica. La parábola habla de un chico que tiene una epifanía y descubre el amor de Dios minutos antes de intentar el suicidio. Las reuniones de los miércoles antes de la merienda, y de los sábados antes de que los menesterosos tomen su baño, son encuentros evangelizantes para hablar de la necesidad de la oración y la posibilidad que tiene Dios de restaurar la vida de cualquiera. No se podría determinar quiénes están realmente interesados en la charla y quiénes, famélicos, solo esperan el momento de comer. Pero los voluntarios dicen que estos encuentros son la respuesta a la necesidad de compañía que tiene


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el que vive en la calle, no solo a sus necesidades terrenales. —Nos dimos cuenta de que ellos buscaban algo más que lo material, porque lo material que podemos dar es poco. Buscaban que les escucharan, que les hablaran, que les entendieran. La dureza de la calle, la falta de compañía, provoca mucha depresión. Puede volver locas a las personas y provocar que comiencen a hablar solas, al no tener con quién hacerlo. El que habla es Gerardo Díaz, hombre de robusta fe y cabecera del grupo desde 1996, a quien se le han ido 20 años de su vida ayudando a los menesterosos. Con las historias de los deambulantes que en algún momento han pasado por el Santo Egidio se podrían escribir libros. —Tuvimos aquí a María, una mujer de 51 años que paró en la calle después de que un ciclón derrumbara su casa. Como no podía tenerlos con ella en semejantes condiciones, dio en adopción a sus 5 hijos. Era muy obesa, y tenía lesiones en las piernas. Hicimos gestiones para hospitalizarla y curarla. Después logramos que el gobierno municipal le reconstruyera la casa y le diera una chequera. Pudo recuperar a dos de sus hijos y ahora vive con ellos.


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Díaz también cuenta la historia de un hombre que robó y cumplió prisión. —Mientras estaba en la cárcel, su madre muere y su hermano vende la casa, de manera que cuando termina de cumplir se encuentra en la calle. Empieza a sufrir, porque no está adaptado a la indigencia. Se ve obligado a comer de los latones de basura. Cierto día, contactamos a un tío lejano del hombre para que lo acogiera en su casa a cambio de ayuda en una finca. Allá vive todavía, felizmente. La mayoría de los “amigos de la calle” que visitan el Santo Egidio son personas con trastornos siquiátricos que fueron echadas de sus casas, personas alcohólicas que no encuentran un punto de retorno, o personas que emigran a La Habana para probar suerte y no han encontrado oportunidades. Muchos trabajan irregularmente vendiendo flores o periódicos. Otros “bucean” en la basura como forma de sustento. —No estamos de acuerdo con el modo de vida de muchos, ni con que busquen en la basura. Pero no podemos censurarlos, porque a la larga se nos hace imposible resolver sus necesidades.


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Pasan la bandeja con los vasitos plásticos de la leche y unos panes envueltos pulcramente en papeles blancos. Los menesterosos del Santo Egidio parecen conocerse entre sí y agradarse. Compañeros en la miseria –que se revela como un macabro lazo de unión–, los días en que coinciden para la merienda o el baño hablan de las cosas triviales que no tuvieron con quién compartir el resto de la semana. Este miércoles, los menesterosos del Santo Egidio no se acostarán con el estómago vacío.


Alamar apuesta por el reciclaje ante problemรกtica de la basura Mรณnica Barรณ

Foto: Mรณnica Barรณ


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Para Lena Brode todo comenzó hace ocho años, durante su primera estancia en Cuba, cuando se le ocurrió enviar a su mejor amiga en Alemania un souvenir poco convencional: la chapa de una botella de cerveza cubana. Una chapa color ocre que traía grabada, con pintura negra, la silueta flaca de la Isla y las cuatro letras de su nombre en mayúsculas. Pero su amiga no la guardó en ningún cofre dentro de ninguna gaveta, sino que la transformó en un sello que colgó en su ropa para llevar consigo a cualquier parte. A Lena la idea le entusiasmó y, con otras idénticas, se confeccionó un par de aretes. —Y ahí mi amiga me dice: “¿Tú te has dado cuenta de que hay otras chapas bonitas en


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Alemania?”. Entonces empecé a buscar chapas de refrescos, de otras cervezas… Y ahora también amigos míos cuando viajan a distintos países me traen. Tenía unas de Malasia lindísimas, con elefantes, que las regalé a una amiga que tiene el elefante como su animal preferido. Son regalos muy personales. La comercialización vino mucho después, hace aproximadamente año y medio, cuando se juntaron la necesidad de ganarse la vida en Cuba y un incremento en la demanda. En su primer viaje Lena no solo descubrió el potencial artístico de las chapas de cerveza sino al hombre con el que se casaría seis años más tarde. Asegura que fue amor a primera vista. A los pocos meses, ya Lena estaba de vuelta. Organizó un intercambio académico, porque entonces estudiaba comunicación intercultural, y se instaló en el país para darle una oportunidad a la historia. Y así estuvo un tiempo, yendo y regresando, hasta que hace dos años se casó y se quedó residiendo en Cuba. Ahora se dedica a hacer traducciones y aretes. Pero los aretes parecen más una tradición que un negocio. Las chapas tienen el poder de conectar personas. Sirven para reconocerse y distinguir algo en


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común. Usarlas significa que tienes o tuviste algún vínculo con Lena o, en ocasiones, con el lugar de donde son las cervezas. —Cuando yo uso en Alemania las chapas de Cuba –cuenta Lena–, me encuentro con mucha gente que tiene algún vínculo con Cuba, que tienen padres cubanos, el amigo, o lo que sea, entonces llama mucho la atención y lleva a una interacción con la gente que me encanta. En Micro X, en el reparto Alamar, del municipio Habana del Este, Lena expone sus chapas y sellos sobre una tela negra, explica cómo confecciona los aretes a la gente que se le acerca, regala unos, vende otros. Se encuentra aquí, un sábado en la tarde, a mediados de diciembre, en la periferia de la capital, para participar por primera vez en la Feria de Reciclaje Ponte Verde que realiza el Taller de Transformación Integral del Barrio (TTIB) Alamar Este por tercera ocasión. Después de conocerla, es probable que una cerveza no siga siendo simplemente una cerveza, ni una chapa siga siendo simplemente una chapa.


La compañía Gigantería convoca a la comunidad a sumarse, anima e imparte talleres de vestuario (Foto: Mónica Baró)


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Lo que pretende la Feria es justamente promover una visión distinta de las cosas que por lo general se consideran basura, presentando iniciativas que estimulen la creatividad de la gente y sensibilicen con el cuidado de la naturaleza. Los residuos sólidos constituyen hoy una de las principales preocupaciones de quienes residen en Alamar, pues se produce un volumen superior a las capacidades existentes para procesarlos, y esa desproporción no solo acaba deteriorando los paisajes urbanos, sino que también suscita conflictos. No obstante, en el barrio, gran parte de la gente la asume como una actividad recreativa a la que llevar a niñas y niños para que correteen y se entretengan un rato. A Vicente García, de 76 años, le avisó una vecina y vino a traer a sus nietos. La vecina se enteró por un carro que pasó promoviendo la Feria con un altoparlante. —¿Qué piensa del reciclaje? –pregunto a Vicente. —¿Cuál es el reciclaje? —La Feria es de reciclaje. —Ah, muy importante. Esto es buenísimo, porque aquí en Alamar no hacen nada, no hacen actividades para los niños.


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Lien Yáñez, de 23, y Mileidis Trujillo, de 51, también vinieron por el mismo motivo. Una trajo a la hija y la otra a la nieta. —¿Ustedes suelen reciclar? –les pregunto. —¿Cómo que reciclar? –dice Lien. —Reutilizar las cosas. —Ah, sí –dice, de nuevo, Lien. —Se reciclan tantas cosas –agrega Mileidis. —¿Recuerda algo que haya reciclado últimamente? —No sé ni qué decirte. A veces agarro los pomos del agua y siembro maticas. Kevin Castilla, de 17 años, vino a acompañar a su novia, que quiso traer a la hermana menor. Valora la experiencia como “bastante instructiva”, porque “enseñan a reciclar, en vez de botar las cosas”, pero no cree que en su comunidad existan condiciones para que aumente el reciclaje. —Porque esto es un basurero –dice–. Vienen a buscar la basura cuando se acuerdan de que nosotros existimos. Los tanques se desbordan. No hay un punto de recogida de materia prima cercano, al menos que nosotros conozcamos. Hasta ahora, quienes más se involucran y animan con las dinámicas de la Feria son, efectivamente, los miembros más pequeños de las fa-


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milias. No son los adultos quienes aprenden a fabricar juguetes con materiales reciclados, ni quienes se disfrazan con cartones y bolsas de nailon, ni quienes pintan con acuarela botellas de cristal y les guardan mensajes dentro, ni quienes saben explicar a quĂŠ se debe tanto alboroto. De alguna manera, los niĂąos incluyen el reciclaje en su mundo como si se tratara de un juego. ***


En esta zona existen 24 puntos para depositar residuos sรณlidos (Foto: Jorge Carrasco)


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Un diagnóstico realizado por el TTIB Alamar Este, en el segundo semestre del año pasado, a partir de estadísticas aportadas por la Dirección Municipal de Servicios Comunales (DMSC), informa que en 2015 el Consejo Popular Alamar Este generó, entre residuos domiciliarios, escombros y árboles podados, un total de 477 m3 de residuos sólidos por día. Casi el doble de lo que generó en 2014, debido, principalmente, a que los volúmenes de escombros y podas se triplicaron. En el caso específico de Micro X, según estimaciones efectuadas por especialistas y asesores del TTIB, el volumen promedio diario de residuos sólidos que se produce en la actualidad asciende a 66,3 m3; de los cuales, aproximadamente el 88 % (58 m³) es de origen domiciliario y el resto proviene de entidades productivas y de servicios. Pero ese volumen diario no debería significar un problema para la preservación de la higiene del entorno. En esta zona, en la que residen cerca de 9 700 personas y que abarca 8 circunscripciones, existen 24 puntos para depositar residuos sólidos, a una distancia que oscila entre los 80 y 150 metros, y un total de 70 contenedores plásticos con


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una capacidad de 770 litros (0,77 m3) cada uno. Si se hacen las cuentas pertinentes, esa infraestructura debería ser más que suficiente, sobre todo, porque las regulaciones cubanas prohíben que los escombros y las podas se coloquen dentro de esos contenedores plásticos. De acuerdo con el diagnóstico del TTIB, para cubrir las necesidades de la población bastaría con unos 60. Sin embargo, la versión basada en hechos reales que cuentan las calles incluye depósitos desbordados y siete microvertederos. Las razones por la que el panorama de Micro X se encuentra tan afectado por los residuos sólidos podrían resumirse en tres. La primera, el estado físico de los contenedores: de los 70 existentes, 23 no se encuentran en condiciones óptimas. La segunda, la frecuencia de recogida de desechos de los camiones de Comunales: aunque debería ser diaria, encuestas y talleres desarrollados por el TTIB revelaron que ocurre cada dos días y, a veces, cada cinco. Y la tercera, las indisciplinas sociales: hay quienes vierten escombros y podas dentro de los contenedores plásticos y desechos domiciliarios afuera, y hasta quienes lanzan bolsas con desechos desde los


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pisos superiores de los edificios para evitarse la molestia de bajar y subir las escaleras. Ese es el contexto en que interviene la Feria de Reciclaje. Sin embargo, la Feria es apenas una acción dentro de un proyecto de mayor alcance, que pretende, más que garantizar el funcionamiento adecuado del sistema actual, transformarlo. No se trata de una utopía. De acuerdo con cálculos del diagnóstico, más del 95 % de los residuos que vierte diariamente Micro X es potencialmente reciclable. Con la infraestructura necesaria, “la basura” podría dejar de ser un problema para convertirse en una fortaleza socioeconómica y ambiental. Todo depende de que el proyecto se vuelva realidad. ***


Yaili Orozco comparte algunas ideas para reutilizar periรณdicos y revistas (Foto: Mรณnica Barรณ)


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Yaili Orozco es una de las expositoras que ha traído artículos que no se ven todos los días. Viajó desde Villa Clara hasta La Habana especialmente para la Feria. Al igual que Lena, esta es la primera vez que asiste. Hoy, además, incursiona en la venta de sus creaciones. —Soy muy mala negociante –advierte–, lo que hago es regalarlas, siempre. Este ha sido mi estreno como vendedora. Meses atrás, Yaili estaba buscando unos cestos para ordenar su ropa dentro de un clóset. Su clóset no tenía puertas, las puertas costaban muy caras y no podía costearlas, y los cestos le parecieron entonces una alternativa no solo asequible sino también estética. Pero, en lugar de comprarlos hechos, decidió aprender a hacerlos. Buscó en Internet, encontró unos modelos armados con papel, y se dio cuenta de que podía replicarlos. —Y me salió, me salió de la primera. Luego ya se me fue haciendo mucho más fácil. Aunque estudió música y se licenció hace poco en comunicación social, Yaili dice que siempre se ha entretenido con las artes manuales, que teje y trabaja el papel maché. Ahora, los cestos son lo que la cautiva. Fabrica cestos de distintos colores, tamaños y modelos, con hojas


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de periódicos y revistas, tanto nacionales como provinciales, que resultan muy resistentes a la humedad, porque les da una terminación con acetato. Desde que hizo los primeros, no ha dejado de experimentar. Y en cada uno, procura dejar un mensaje. —No es doblar por doblar, así a lo loco, no. Es revisar el periódico y buscar qué es lo que quiero que la gente note. Lleva su tiempo. A la hora de escoger las tiras de papel y tejer, trato de que cada cosa me caiga en el lugar exacto, donde se pueda ver, porque sé que le pueden llegar a las personas. Siempre trato que se vea Cuba por algún lugar, o si es una revista local, por ejemplo, que salgan imágenes de Santa Clara. Son cajitas muy personalizadas. —¿Y piensas hacer otro tipo de cosas con esta técnica? —Sí, tengo montones de diseños. No tengo para cuando parar. Ya tengo en mente hacer lámparas incluso. Las veo súper claro. Lámparas de escritorio o algunas que cuelguen. Tampoco un periódico o una revista seguirán siendo simplemente un periódico o una revista, después de conocer a Yaili. ***


La gente ha dado rienda a la creatividad y a la participaciรณn (Foto: Mรณnica Barรณ)


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El proyecto, denominado Participación Comunitaria y Compromiso Ciudadano para la Gestión Integral de Desechos Sólidos Urbanos en la Localidad Habanera de Micro X, Consejo Popular Alamar Este, fue presentado por el TTIB, en conjunto con la ONG internacional OXFAM y la ONG cubana Centro Félix Varela, a la convocatoria de subvenciones Ciudades Específicas 2015 del Ayuntamiento de Barcelona y resultó seleccionado. Para poner en marcha sus objetivos, cuenta hasta ahora con unos 146 000 euros. Andrea del Sol Leyva, especialista principal del TTIB, explica que en Micro X ya llevan un año haciendo trabajo educativo con la población y reuniones de concertación con los actores estatales y gubernamentales que resultarán estratégicas en la implementación. —Hemos trabajado con delegados y delegadas de la Asamblea Municipal del Poder Popular –precisa Andrea–, representantes de organizaciones políticas y de masas, con Servicios Comunales, que tendrá una cuota alta de responsabilidad, con la Dirección Municipal de Planificación Física, con las delegaciones municipales del Ministerio de Agricultura, el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA) y con un grupo


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grande colaboradores, periodistas, sociólogos, comunicadores y estudiantes de distintas facultades de la Universidad de La Habana. La iniciativa involucraría 3 375 viviendas y permitiría algo tan inusual en Cuba como la clasificación y separación de los residuos –en orgánicos y no orgánicos– desde el interior de los hogares y de las entidades ubicadas en la comunidad. En cada uno de ellos, al igual que en los espacios públicos, se instalarían los depósitos requeridos, y luego, Servicios Comunales los recogería. Pero ahí no acabaría la gestión. Los especialistas y asesores del TTIB también han considerado la apertura de dos centros de elaboración de compost en fincas de cooperativas cercanas –que procesarían los residuos orgánicos para beneficio de los productores agrícolas– y de un centro de reclasificación y transferencia para el tratamiento de los residuos secos, que sostendría alianzas con posibles destinatarios de las materias primas. Por supuesto, los análisis concluyen que, en este afán, lo esencial será sensibilizar y formar a la sociedad y a las autoridades municipales. En este sentido, la Feria de Reciclaje constituye un paso de avance en la promoción de una cultura ecológica.


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—Hasta el momento, ¿qué impacto considera que ha tenido la Feria de Reciclaje en la comunidad? –pregunto a Andrea. —La gente ha dado rienda a la creatividad y a la participación, ya espera que en la Feria sucedan cosas interesantes, que tienen que ver con el reciclaje, y que se vendan artículos muy creativos, que no se ven todos los días. Los impulsores del proyecto esperan que para el primer trimestre de este año pueda echar a andar. El tiempo estipulado por el Ayuntamiento de Barcelona para su implementación es hasta diciembre de 2017. Ya CITMA lo aprobó el año pasado, pero todavía falta la aprobación del Ministerio del Comercio Exterior y la Inversión Extranjera. Si todo resulta según lo esperado, para finales de 2017, la comunidad de Micro X podrá contar una historia muy distinta sobre la basura. *** Otón Delgado, delegado de la circunscripción 115, que abarca ocho edificios multifamiliares entre los que se desarrolla la tercera Feria de Reciclaje, opina que el proyecto es muy noble, pero que tiene el reto de incentivar el recicla-


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je no mediante una compensación económica, como ocurre en algunos países más avanzados en este sentido, sino mediante un proceso educativo en el que las personas tomen conciencia de su importancia y adopten prácticas más ecológicas. Hasta ahora, su rol ha sido explicar a sus electores lo que se pretende hacer en Micro X y levantar las opiniones de la población al respecto. Refiere que más de la mitad de las familias de la zona se manifiesta dispuesta a participar, según una encuesta que realizaron, pero que, además, identifican como impedimento la poca estabilidad en la recogida de los residuos sólidos. No obstante, Otón asegura que, desde septiembre al presente, esa realidad ha cambiado. —Mire los tanques –me dice–, mire las áreas, sin que sea perfecto, sin que se haya logrado todo como debe ser, mire las áreas. Ha habido una respuesta positiva de Comunales. Por lo menos en esta circunscripción y en otras circunscripciones de los alrededores. El otro reto que el delegado de la 115 señala es evitar que el proyecto no dificulte aún más la cotidianidad de la gente.


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—O sea, yo no puedo decirles que boten los desechos a doscientos metros de distancia, o un día sí y un día no. Yo tengo que acomodar, parte y parte, qué quiero y cómo lo quiero, pero sin recargar a las personas. —¿Y cómo cree que se beneficiaría el barrio con este nuevo sistema de gestión de residuos? —Pienso que nos beneficiaría con educación, para vida futura, porque sin reciclaje no puede haber vida. Apunta eso.


Hay vida en el vertedero Joyme Gonzรกlez

Fotos: Joyme Gonzรกlez


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Montañas y montañas de desperdicios por cuyas laderas trepan y descienden cientos de personas, como labradores salidos de alguna distopía. Al aire no le cabe ni un átomo más de podredumbre. A la tierra tampoco. Nada que alcances a ver, oler o tocar escapa a la podredumbre en un lugar como este. Si hay algo limpio aquí habría que buscarlo por fuerza en el corazón de esa gente que hurga en la basura, asediada por las moscas y por el calor y también, quizá, por la necesidad. Y yo creo que sí, que entre tanta inmundicia puede que algunos encuentren la manera de mantenerse limpios. Eso quiero creer. Mientras estuve en la CUJAE, ¿cuántas veces miré hacia allá sin saber a ciencia cierta lo que


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estaba mirando? Demasiadas. A lo largo de cinco años. Y entonces, un día cualquiera, alguien me habla del vertedero de la calle 100, y ese día cualquiera me digo que tengo que ir. No tanto para confirmar lo que me han contado como por una especie de penitencia, como si viajando hacia esa cordillera plagada de gusanos me pudiera desintoxicar de lo que fuese que me tenía anestesiado, al punto de no ver esa mole de basura a un palmo de mi nariz. Fui a la montaña, desde luego, y esto fue lo que vi.


Diariamente se vierten 20 000 metros cĂşbicos de basura, por lo cual su crecimiento se ha vuelto incontrolable.


Cientos de personas esperan a que los camiones descarguen para hurgar en busca de algo que les parezca Ăştil. En este sitio, los desechos de unos son la riqueza de otros.


Lo mĂĄs parecido al reciclaje lo hacen los buzos, quienes permanecen aquĂ­ ilegalmente para recoger la basura que luego venden como materia prima.


El suelo es negro y blando, putrefacto.


Desde la carretera no se ve el vertedero. Muchos no saben –o no quieren saber– que está allí.


El modus operandi es simple: se echa la basura, se barre y se tapa con tierra. Esto evita que el gas metano suba a la atmรณsfera y contamine el ambiente. Camiones tirando y buldรณceres aplanando, basura sobre basura.


Los buzos ya son colonia, pueblo marginal. Construyen viviendas rĂşsticas y antihigiĂŠnicas en un ambiente devastado por la contaminaciĂłn.


La gente vive de lo que recoge y sigue allí aun cuando la policía acude esporádicamente a desalojarlos.


Incluso las mujeres son presas del vertedero, de la rutina de sobrevivir buscando entre los desechos y del gas metano que incendia en ocasiones la basura y la vuelve extremadamente peligrosa.


Al final del dĂ­a, el botĂ­n. Pomos plĂĄsticos, envases de cristal, latas de aluminio, cartones y piezas de metal conforman su tesoro.


La cantante que recoge latas Mónica Baró

La casa que habita, en compañía de su perra y tres pollitos (Foto: Mónica Baró)


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Mery Aimé Hernández Batista es una mujer que vive de recoger latas y recuperar cosas valiosas de la basura. Pero bien que hubiera podido ser cantante. Del tipo que interpreta canciones con la sonrisa a rienda suelta. La cabeza rítmica, como si la animara un resorte en la nuca. No a lo psicodélico. La voz pulcra. La mirada sin vicios. El canto siendo natural. El rostro diáfano. No habría expresiones retorcidas por penas, culpas o resentimientos. Emociones simples, epidérmicas. Nada desgarrador que saliera de lo más hondo. Ninguna transfiguración violenta. Bastante menos apasionada que un bolero. A mares de distancia de la trova. Platónica para la salsa. Imperturbable ante la rumba.


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Las uñas largas, propias, en tonos perlados. El cabello castaño, su color auténtico, amoldado con rolos. Las cejas, trazos a lápiz. Los labios rosados, excepcionalmente rojos. Y una dentadura de anuncio publicitario. Quién sabe si hasta hubiera sido también compositora. Tema: el amor. Siempre el amor. Letras nobles, optimistas, aptas para todas las edades. Alguna que otra vez, la paz, la humanidad, Dios. ¿Y el nombre? Hubiera creído en las supersticiones del éxito. Por pura precaución. Ese Hernández no impacta y el Batista no le hace favor. Quizás, Mery Aimé, a secas. Óptimo para aclamaciones al final de un espectáculo, en un teatro de los que oprimen el pecho, abarrotado de un público amante. “Mery Aimé, Mery Aimé, Mery Aimé…”. Ella convertida en ídolo de otras muchachas aspirantes. Impresa en un póster refulgente. Un autógrafo en un ticket de entrada a un concierto suyo: “Con cariño, Mery Aimé”. Pero la vida no es un camino certero. En las desviaciones de los acontecimientos impredecibles, Mery Aimé fue dejando su probable futuro de cantante. Se fue dejando a sí misma. A sus 68


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aĂąos, sin embargo, no se define por lo que hace sino por lo que hubiera podido ser. Su probable futuro tiene fuerza de recuerdo. Algo nunca cambiĂł. La sensibilidad de cantante, de artista, perdura. En ocasiones, lo que hubiera podido ser, a pesar de que no existe, significa. ***


Obispo es una arteria eminentemente comercial y turística (Foto: Mónica Baró)


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Las esquinas donde convergen Obispo y Compostela, en el Centro Histórico de la Habana Vieja, son casi portales a universos paralelos. Basta sentarse en el quicio de la tienda que se encuentra en una de esas esquinas, con los sentidos bien dispuestos y una sobredosis de paciencia en vena, para descubrir otras realidades, otras relaciones con el tiempo y el espacio. No siempre desde las grandes alturas se mira mejor una ciudad. Desde los puntos bajos, donde se sienta gente que no puede costearse una estancia en la barra de un bar, junto a gente que puede pero no quiere perderse el ambiente, no solo hay una vista privilegiada a las caderas de las mujeres que pasan sino también a lo que es diverso, distinto, desigual. A poca altura del nivel del suelo, se crea una burbuja que distancia de la neurosis urbana y permite un espacio de privacidad en lo público. Las conversaciones ahí fluyen por rutas expeditas, desprejuiciadas. A las personas les da por ponerse francas cuando están muy cerca de la tierra. Y se miran, por ejemplo, cosas tan reveladoras como los pies. Los pies de Mery son rosados, quizás rojizos. Casi a diario se echa una loción que se los pro-


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tege, se los cura. Y se los pinta. Sus pies ilustran cuanto ella cuenta. Los calzan unas sandalias con suela de goma y correas adhesivas. No son de su talla, se le salen un poco los dedos, pero al menos no rajan tanto sus calcañales. Los materiales con que están hechas son de calidad y ayudan a amortiguar la carga en sus recorridos. Poco a poco, Mery se va internando en la espiral de un monólogo que se burla de cualquier pregunta. Son las cuatro y algo de la tarde. A las cinco, un muchacho pasará por su casa, a casi un kilómetro de ahí, para comprarle tres cajas de botellas de cerveza que ella ha reunido, que representan 45 pesos. Pero Mery no usa reloj, ni pide la hora a quienes usan reloj. A su tiempo no le sirve ese artefacto maléfico. *** —Bueno mira yo soy asistenciada social. Me dan 147 pesos. Me aumentaron los 45 hace poco porque había renunciado a ellos, porque no estaba asistiendo al comedor por lo mala, mala, que está la comida. Entonces voy de vez en cuando, porque dividieron los turnos de almuerzo y comida. Antes te lo daban completo, no tenías que


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volver al comedor. Pero ahora hay que ir a las once de la mañana y otra vez a las tres de la tarde. Es un fastidio. ¿Entiendes? Entonces yo le explicaba a la compañera que yo recojo materias primas, que si voy para allá a las tres, no recojo casi nada. Hay muchas personas que han venido del país completo por la necesidad tan grande que hay. Tú ves muchas personas extrañas. (¡Eeeeeh…! Mima, mima… Echa la vacía aquí, mi amor, gracias). Entonces… yo empecé en 2004, cuando daban una bata de casa de lo más bonita por 15 kilogramos. Y en otra oportunidad con 32 kilos cogí una sábana y dos fundas que se las di a mi nieta. Eran cuatro señores sacos. Después empezaron a dar refrescos de cola, y yo todo para los nietos, para los nietos. (Sí, mi amor, échala ahí). Hasta que empezaron a dar dinero. Ocho pesos por el kilogramo. Ocho pesos cubanos. Hay gente que dice: “¿En fula?”. Y yo digo: “Ay están locos”. Pero en una época me decaí porque mis vecinos veían que entraba cuatro saquitos y decían: “Cómo está haciendo dinero”. Ay mija, aquello me acomplejó. De verdad que sí. Digo: “Porque ustedes no están ahí cuando pesan los sacos y los sacos a veces no llevan lo que ustedes creen”. Mira… aquí no debe de


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haber… Puede ser que haya un kilo. Ayer no llegué al kilo. Pero tengo una perrita pequinesa preciosa. Una liga. Y tiene su hociquito bonito. Marinita se cree que ella es una niña. Lo único que te come es pollo. A veces me dicen: “Mira, Mery, en tal lado hay cantidad de latas”. Y yo digo: “Nooooo… Yo no soy ambiciosa. Déjalas, déjalas”. Y a los que tienen licencia que me saludan con cariño les digo: “Sigue, sigue tú que tienes licencia, no te preocupes por mí”. Hay muchos que viven de eso, pobrecitos. Ese es su salario y en el día de mañana será su retiro. Sí pero tengo amistades que no son recogedoras, de los que llaman a los extranjeros para que entren a los restaurantes. Tengo muchas amiguitas y amiguitos, porque conozco a todo el mundo. Hay veces que en el ten-cent de Obispo, hay veces, alguna caritativa me regala latas. Pero no siempre tengo esa suerte. Hay personas que tienen esa suerte de que les guardan en un restaurante o en un hotel, pero yo no. Una tiene que caminar muchos kilómetros. Salgo desde mi casa en Muralla esquina Aguiar, cojo Mercaderes, y voy recogiendo lo que encuentro en los contenes, en las papeleras. A veces cruzo Obispo por ahí para allá, cruzo como digo yo la frontera, el


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Parque Central, y la gente se ríe. Pero cuando paso ya casi no encuentro porque también hay barrenderos que recogen. Otros las botan a los latones grandes donde tú no puedes registrar. Yo a veces cuando veo una latica arriba aprovecho y la echo en mi jaba, pero no se puede estar hurgando. Una desde luego no tiene guantes… Ahora mismo yo tuve un problema allá en el parque Fe del Valle. Niña, unas inspectoras: “¡Tía, tía! Por favor tía, que no puede andar ahí”. ¿Qué pasa? Que yo me ofusqué. Y digo: “Por favor qué. ¿Cuál es el problema, a ver? ¿Que no puedo meter la mano en la papelera? ¿Y de qué voy a vivir, a ver mi amor? ¿De dónde la voy a sacar, mi corazón?” Y dicen: “No porque las bacterias”. Mima, tuve que molestarme. Digo: “No. Yo me sé esa historia. De bacterias está llena La Habana entera. ¿Por qué ustedes no están cuando la gente tira por la calle cualquier cosa? Ustedes eso no lo ven”. Así mismo les dije. ¿Qué bacterias? La Habana está llena de inmundicias. Los tanques de la basura, ¿no los dejan vaaaaaaarios días? Los mosquitos no dejan dormir. Ayer me inyecté con benadrilina y dipirona y de nada me sirvió. Los mosquitos no dejan dormir. ***


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—¿Quién tiene corazón aquí? –pregunta Mery riéndose, tras entrar a un agromercado de poca clientela, donde resulta evidente que ya le conocen. —El corazón se acabó –responde un tipo que deshuesa un pedazo de carne. —Bueno, compro hígado. –Y se acerca a una de las tarimas. —¿Cuánto le pongo? —Una librita… Que no tenga pellejo. Y pícamelo en bistecitos que yo no tengo cuchillo y los de mesa tú sabes que no cortan. Y el carnicero trocea la masa sanguinolenta. Hay días en que Marinita también come hígado y corazón de cerdo. La librita de entrañas porcinas cuesta el equivalente a tres kilos de latas. —Yo necesito acabar de encontrar a una gente que quiera a Marinita –me asegura desanimada, mientras camina de vuelta a su casa, con la bolsita de su compra–. Todo esto que yo hago es por Marinita. Pero ya la regalé tres veces y tuve que recogerla, porque si tú ves qué deprimente. La tenían amedrentá para que no tocara las cosas de los santicos. No le dejaban ni subir en una butaca. Una vez hasta le habían cambiado el


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nombre y le habían puesto Canela. Y no, mima. Eso a mí no me gustó. *** Sería raro encontrar a Mery recogiendo antes del mediodía. Durante la mañana suele fregar envases plásticos, hervir agua, hacer gestiones, organizar su casa, visitar a alguien, vender la materia prima acumulada, escuchar música o mirar telenovelas. Según como amanezca. Su rutina obedece más a su ánimo que a las circunstancias. Tampoco sale todos los días. En una semana sale tres, cuatro veces. Cada viaje requiere unas cinco horas y cinco horas reportan un kilogramo. Quizás menos. Ella no cumple una meta sino un recorrido, que acaba en el parque donde machaca las latas. En un día como tantos, sale a la hora en que le deja servida la comida a Marinita. A cualquier hora post meridiem. O de repente, si se le ocurre alterar su rutina, se adelanta hasta las once. La suerte sonríe mejor temprano. Los turistas son propensos a repartir regalos en las mañanas. Regalos que en rigor habría que definir como donaciones humanitarias extraofi-


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ciales, pues van desde medicinas, ropas y zapatos, hasta desodorantes, chicles y tampones para ciclos menstruales. Pero el término donación obligaría a la rudeza de remarcar las necesidades. Decir regalo es sofisticar la experiencia de dar y recibir. Mery no busca la solidaridad internacional, pero no niega que le agradan esas sorpresas. Aparte de esos flashazos de alegría, en un recorrido ordinario no hay nada que emocione. Claro que no le puede gustar ese trabajo. Ni un poquito. La aburre, la agota, le duele. Y ya carga más de lo que su cuerpo soporta. Mery avanza con los hombros doblados por el peso. Sale con el nailon duro y transparente de las latas, que enrolla por la mitad para no arrastrarlo; con dos bolsas tejidas para echar los plásticos y cuanta cosa que le llame la atención; con su cartera de cuero gastado y asas sintéticas, donde lleva tres pomos con agua, de medio litro cada uno –dos para tomar y uno para lavarse las manos y la cara–, más jaboncito, toallita, peine; y con el estuche negro donde guarda fotos de familia, la chequera, medicamentos, papeles y una cucharita roja desechable, por si come algo en el camino. Incluso, hasta hace par de años, cargaba el trozo de adoquín con que machaca al final de


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la jornada. Sin embargo, se le ve pasar ágil, amable, bromeando. Saluda y se queda mirando unos minutos al señor ataviado de pies a cabeza con instrumentos musicales sui generis, que toca y canta con la cuerda que dan las monedas arrojadas a su sombrero. Saluda a los artesanos, a los dependientes de bares y restaurantes, a un trovador sin espectadores en un parque. Y le reclama a un hombre que presenta un show con dos pequineses negros disfrazados, porque ella se ha fijado en que hay uno débil, que ejecuta el número con dificultad. “Pobrecito”, me dice. Mery va por el mundo compadeciéndose. Cualquiera que la vea así, tan sin amarguras, tan generosa, tan en paz con la vida, podría pensar que su travesía es un paseo, y eso de las materias primas, una ganga. Cualquiera se engañaría. *** —Señora, va a tener que decirle abracadabra a la puerta para que se abra –dice una voz de hombre desde una ventana vecina. —¿Por qué?


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—Porque dejó la llave puesta. —¡Ay Jesucristo! Me pasó otra vez –dice bajito y va a buscar la llave. Muralla 212 es un biplantas colonial en ruinas. La planta baja es la tumba abierta del edificio. Unas columnas de hierro prolongan su sufrimiento. Se sube por una escalera cavernosa y apretada. Arriba las viviendas se encuentran desconectadas por los derrumbes. Hay paredes destrozadas, techos apuntalados. Nada inusual en la zona. Y en el centro, el hueco. El problema del acceso a casi todos los hogares lo solucionan tres puentes rústicos de madera. El que conduce a casa de Mery es el más largo. Beneficia a varios núcleos. Y su puerta es la número 10 a lápiz, la que adornan dos fotos de perros y gatos, recortadas de carátulas de libretas, y un brillantico rojo con borde plateado de plástico, recubierto con escortei. Y muy cerca, a un costado del puente, sobre unas tejas de fibrocemento, se ven unos sacos con latas, cajas de cartón, tablas de madera y unos tarecos indefinibles. —Ay Dios mío yo dejé la llave. Qué locura. Suerte que esto es para acá atrás, y aquí todo el mundo más o menos… —Porque se le olvida.


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—No puedo. Tengo que tratar de… Oye, oye a Marinita ladrando. También se escuchan unos pollitos. —Ella sabe que soy yo –agrega. En cuanto Mery entra, la recibe Marinita descontrolada. La perra brinca, corretea, se trepa en el sofá, da vueltas entre los tres pollitos que andan sueltos. —Oyeeee… Loquita. Todo lo hace añicos la descarada esta. Ay, déjame encender el fogón para ir haciendo los higaditos que mira qué hora es. El cuarto es una combinación de museo y almacén de su labor. No hay superficies ni espacios vacíos. Hay zapatos en la escalera que conduce a la barbacoa. Vasos desechables y potes de helado apilados en la meseta de la cocina y sobre un escaparate. Pomitos plásticos de agua o refresco de marcas que no se comercializan en Cuba. Cucharitas de colores. Recipientes de cristal. Cazuelas y jarros de distintos tamaños. Una tanqueta enorme debajo del grifo del fregadero. Un disco de acetato de Sara Montiel colgado encima del fregadero. Un cuadro con una foto de boda y un estuche de Café Viva Rumba vacío. La caja donde guarda los pollitos. Un búcaro con


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una rosa roja sobre el televisor. Relojes parados. Muñecas. Libros. —Mija, tengo este reguero porque qué va. El problema es que por la noche siempre estoy extenuada. —¿Y esos pomitos que no son de aquí dónde los encuentra? —Los extranjeros te los dejan en las papeleras. A veces los estrujan, pero cuando tú los soplas cogen su forma otra vez. ¿Ves qué bonitos? Y a veces los he visto que los han ido a romper y he dicho: “No no no no no… Aquí, en Cuba, nosotros, dar, importancia”. Entonces yo le prometí a ella llevarle de estos. —¿A quién? —A una muchacha que cuando los vio dijo: “Ay yo quiero”. —¿Para qué los quiere? —Para los niños, para el agua y para salir a la calle. Cuando tú sales a la calle no vas a sacar un pomo feo de esos de sábado corto. Lo que no se puede echar es café caliente. —Y usted los lava. —Mama, si eso es de gente fina. Yo los esterilizo con agüita calientica más o menos ahí.


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La casa de Mery sugiere que las latas dejaron de ser motivo y se volvieron pretexto. Desde el día en que Mery empezó a buscarse la vida en la basura y recuperó, por ejemplo, el primero de cinco forros de sombrillas rotas para usarlos de tapetes sobre los muebles, la basura dejó de ser basura. Más de la mitad de las cosas que se observan entre sus cuatro paredes salieron de basureros. Sin embargo, le son valiosas. ***


Aunque es penalizado, gran parte de la materia prima se recoge en la basura comĂşn (Foto: MĂłnica BarĂł)


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Las calles no dan latas fáciles. Hay que escudriñar el piso, casi restregar los ojos contra el asfalto. Registrar decenas de papeleras, cestos, basureros grandes –solo por encima–. Apartar suciedades, alimentos, cartones, envolturas, vidrios. —¿Tú sabes lo que yo pienso? —¿Qué piensa? —¿Y si me muerde un bicho? Bien que la podría morder un bicho, pero ese riesgo no la limita. Mete el brazo en la papelera sin vacilaciones. Hasta el fondo, si en el fondo divisa una lata. Luego la escurre en las palmas de sus manos. Casi todas son de cerveza. Disfruta enjuagarse las manos con el resto de cerveza que la gente deja. Resulta refrescante. También se unta algo en el pelo para amoldárselo. Y si pretende visitar a su hija, en una jaba echa las sobras recientes de comidas que va encontrando para llevárselas al perro de ella al día siguiente. —Mira: esto es harina nada más –me dice mientras me enseña unos pedazos de pollo empanizado–. Con lo que cuesta esto yo compro una posta que no cabe en la cajita. —Tiene razón, es una estafa.


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Mery me explica que no le gusta ir a casa de su hija con las manos vacías. Casi siempre la ayuda con algo, con una libra de frijoles, medio litro de aceite, azúcar. O le regala los regalos que le hacen los extranjeros. —Yo lo que no te cojo las latas que están en los fangueros. Ni las que tienen cabos de cigarros dentro, o papelitos. Tú no sabes lo mal que me cae eso. Yo soy más limpia que las limpias. Si en mi casa echo agua afuera para limpiarme los pies antes de entrar. No le echo a los zapatos porque se me descuajeringan… Suerte que me he ido encontrando. —¿Y por qué no las machaca en cuanto las recoge? —No, porque si te pones a machacar el que va delante se va llevando las latas. No descansa en todo el trayecto. Se mantiene enfocada, atenta. Solo se detiene un instante, a veces, cuando se tropieza con alguien que conoce. Recogedores, la mayoría. Se preguntan qué tal ha estado el día, como si las materias primas fueran el clima. —¿El día de los enamorados no saliste? –pregunta Mery a un viejo escuálido que recoge latas y botellas.


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—No, no salí. —Ah, perdiste prenda. El día de los enamorados yo cargué dos kilos. Tuve que ir a la casa y regresar. —Ese día no me acuerdo por qué no salí. —Ay déjame darte… A ver, agarra ahí. –Y le regala dos botellas que había recogido. Entre casi todas las personas que se dedican a recoger hay una fraternidad muy sutil, de pequeños actos, que convierte una actividad económica en un mundo con normas no escritas. Un submundo donde se subsiste, donde no se hacen amistades de ir al cine un domingo, donde cada quien anda por su cuenta. Este es un oficio solitario. Sobre todo, íntimo. Nadie quiere dejar testigos. Si se ven a dos recogedores juntos es porque son familia: madre e hija, abuela y nieto… Como si hurgar en la basura requiriera privacidad. Una mirada extraña que acompaña termina volviéndose un espejo indeseado. —¿Eh me dejaste algo? –le pregunta un muchacho a Mery, medio en broma, porque seguro sabe que cuando se atraviesa un lugar recogiendo no se deja nada. Ella responde riendo y sigue de largo.


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—¿Qué le voy a dejar? Si mira lo poquitico que he hecho –me dice, cuando va por la mitad del camino. Normalmente, después de cuatro horas y unos diez kilómetros, el resultado oscila entre 70 y 80 latas. Un kilo suman setenta y tantas. Luego toca escacharlas. Luego, madrugar para venderlas. En lenguaje cotidiano, el resultado se traduce en que para poder comprar la librita de hígado o corazón, Mery debe recorrer 30 kilómetros y trabajar 15 horas. Mínimo. *** De acuerdo con un artículo publicado por Cubadebate en junio de 2013, en el país hay más de 5 700 “recuperadores de desechos reciclables por cuenta propia”. Por supuesto, esas 5 700 personas poseen licencia y pagan un impuesto mensual. No obstante, hay muchos más recuperadores que los registrados por la Oficina Nacional de Administración Tributaria. Las casas de compras de materias primas a la población, que ascienden a 312 en todo el territorio nacional, no exigen que se presente otro documento que no sea el de identidad y pagan


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en efectivo por la mercancía, siempre que no se les haya agotado el presupuesto o llenado la capacidad de almacenamiento. Son ocho pesos por cada kilo de latas y 28,80 por cada caja de botellas de cerveza. Aunque cuando el comercio en estos establecimientos estatales se interrumpe, en el mercado informal la caja de cerveza se cotiza entre 15 y 20 pesos. El artículo de Cubadebate también precisa que de las 430 000 toneladas que como promedio se reciclan cada año, 64 % proviene de las casas de compras; 35 %, del sector estatal, y el 1 % restante, de organizaciones sociales. Sin embargo, todos esos miles de toneladas anuales apenas representan el 35 % de los desechos generados que son reutilizables en el país. Es decir, que más de la mitad de la materia prima se desperdicia. Y como se intuirá por el hecho de que en Cuba no se clasifican ni seleccionan los residuos desde el origen, gran parte de las latas, botellas, cartones y demás materiales que se reciben en las casas de compras se recupera de basureros comunes y de las mismas calles; a pesar de que el Código Penal impone sanciones de hasta un año de privación de libertad a quienes infrinjan las medidas dictadas por las autoridades sanita-


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rias para la prevención y control de enfermedades transmisibles. La labor de los recuperadores se torna entonces una paradoja. Puede resultar muy ecológica e igual muy antihigiénica. Pero, en términos económicos, está resultando muy rentable. Según un reportaje de Granma, en 2014 el sistema vigente de reciclaje reportó al país un ahorro de 212 millones de dólares. *** —Esta carga que yo me eché con los pollitos es para que Marinita tenga con quién jugar, para que se entretenga –explica–. Muchacha, está de lo más encantada. —¿Y no se los va a comer? —Si la dejo los mata, porque ella es muy tosca retozando. —Pero usted los cría para comer. —Bueno, ojalá. Pero ya se murió uno, porque hay que ponerles bombillitos y yo no puedo estar en eso. Dime tú de dónde voy a sacar bombillitos. El fogón está prendido desde hace rato. Pero Mery se olvida de que iba a cocinar y se pone a


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jugar con la perra. Agarra un palitroque de un platico encima del sofá, se lo pone en la boca, y la perra enseguida va a quitárselo. —¡Mírala qué descarada! Ella no se come el palitroque, pero cuando yo me lo quiero comer porque sé que no está sopeteado, entonces viene y me lo quita. Mija, pero no dejes nada a la mano de ella. Come papeles, cartón, todo lo que se encuentra. Yo pienso que es por eso que se llena y luego no come. La agüita de azúcar sí se la toma. —¿Le echa agua con azúcar? —Agüita azucarada tomamos las dos, porque cuando la leche se me acaba… Entonces Marinita tiene muchas amiguitas y amiguitos. Todo el mundo me pregunta por ella: “¿Y la niña?”. —¿La ha llevado a recoger con usted? —Sí, ella ha ido conmigo, y desde que sale hasta los bicitaxeros tienen que meterse con ella porque sale hablando: jaujau, jaujau, jaujau. Una bulla tremenda. Que ya todo el mundo sabe que es Marinita que va por Muralla, o que va por allá. Al agro mismo. En la panadería igual. Hay lugares donde yo la suelto, que no hay peligro, y entonces vamos por todo Obispo hasta San Rafael y Galiano. Ella va a la par mía, nada de mandarse a correr ni nada. Cuando vamos a cruzar la ca-


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lle, yo la cargo. Y mucha gente ha hecho amistad con ella. —¿Y por qué la quiere regalar? —Sí, mama, porque me da miedo de que me vuelva otra vez el derrame. Cuando a mí me sucedió eso en diciembre de 2012 estuve reportada grave. Me le fui a mi hija 10 minutos. Lo tuve aquí por la noche y al otro día la llamé y ella vino del trabajo con un carro que me llevó para el hospital. Niña, y la enfermera a cada rato iba y me decía: “Meeeeeryyyyyy…”. Así bajito, con una voz tan linda. Y yo decía: “Quéeeeee…”. ¿Tú sabes para qué era eso? Para ver si me había ido del aire. Pero mírame: aquí estoy. Porque yo soy dura, mima, soy fuerte, no me tiro a morir. El miedo mío es la perrita esta, porque a veces me siento mal por las noches y pienso que no voy a amanecer y me da lástima que se me muera, se putrefacte. Aquí se putrefactó una viejecita que la única que estaba preocupada por ella era yo. Tres días duró ahí. Mija, y las personas que la vieron, que se metieron de guapas, esa noche no pudieron dormir. ***


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—Y a veces tú tienes la suerte de que un extranjero te regale algo, porque a ellos no les gusta que la gente les pida limosnas. Hace un tiempo me regalaron un bolso lindo de Italia, que se lo di a mi hija. Blusas bonitas… Una vez me cayó atrás una francesa con la hija, que la hija me venía mirando los pies y me dice: “Señora, mi mamá la viene mirando hace rato pero ella no entiende español, y ella tiene unos zapatos tenis, unos popis, que son el mismo número de usted”. ¿Sabes adónde tuve que ir a buscarlos? Tuve que coger todo Compostela lejísimo hasta una casa de esas que alquilan. Entonces me regalaron también un abrigo de visón. De visón, mama, lindo… Que mi hija lo tiene. Negro precioso. Y una blusa. Bueno, mi hija se salvó. Y te digo, he tenido suerte también con personas cubanas. Una vez estaba esperando dos botellas de cerveza que terminaran dos cubanos ya mayores y estaba yo parada así con los brazos cruzados, porque a mí no me gusta decirte: “Estoy esperando la botella”. No, a mí no me gusta. Para que tú la vaciles, ¿tú me entiendes? Y cuando terminaron dice uno: “Espérese, tía, que le vamos a hacer un regalito”. Cien pesos me regalaron. Dije: “Bueno ahora me voy a arreglar ma-


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ñana tempranito los espejuelos de ver cerquita”. Mira: estos son de dos vistas, estos me los encontré. Me he encontrado espejuelos en jabitas que la gente bota en las papeleras. Qué cómico, ¿verdad? No me da pena decírtelo. Mira: estos zapaticos me los encontré. Me he encontrado ropita… Mira: esta blusita me la encontré así también en un tanque arriba tirá. Mira qué bonita. No me da pena. Te lo juro que no me da pena. Porque yo quisiera que tú vieras las fotos mías de mi juventud, las que tengo en mi casa, que todo el mundo dice: “Ay qué linda”. Pero bueno, los tiempos cambian y una… Una deja de ser. *** Hubo una época en que Mery enfrentaba las cámaras con audacia. Segura de su belleza. Consta en las fotografías suyas que muestra orgullosa, junto con otras de su familia, que conserva en una agenda de hojas celestes transformada en álbum. —Mira a mi mamá, vestida a la usanza. Era una tremenda gallega. —Qué bonita. ¿Era española? —No, pero a las personas que tienen tipo de


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española les decían así. A mí misma cuando era jovencita me decían galleguita. —¿Y esa es usted? —Esa era yo. Aquí fue cuando me casé por tercera vez. Mírame qué figurita y qué piernas. Yo tenía 52 y trabajaba en un restaurante de categoría uno en Línea y Paseo, pero él no quiso que trabajara más. Después me separé porque él tomaba mucho. Y dije: “Qué va, a vieja yo no llego con un hombre borracho”. Y ya. No me casé más. Y aquí estoy con mi hija cuando tenía tres añitos, que vivíamos en un edificio al lado del Cine Payret. Yo tengo la foto por ahí donde salgo arreguindá en el balcón. —¿Y por qué se fueron de ahí? —Porque yo me separé de él. Él era un preso político. —¿Quién? —El papá de mi hija. Siempre estaba preso político. Deja ver si encuentro la foto en ese balcón. —¿Por qué lo metían preso? —Porque era contrarrevolucionario. A él no le gustaba este Gobierno. Mija, pero me separé, porque él quería estar siempre preso y preso y qué va, no era fácil. Mira: este es mi hermano con la mujer, que ya fallecieron. Yo estaba estudian-


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do canto en Holguín y no pude seguir estudiando porque tuve que atenderlo a él. Dos años estuvo con cabillas de acero soviéticas entre los muslos por un accidente de tránsito. Y éste fue el papá de mi hijo, que falleció en junio pasado por cirrosis hepática. —¿Su hijo? —Sí. Y el padre falleció en Estados Unidos ya mayor, que se fue con la sexta esposa. Él era muy enamorado. Yo me separé de él porque me fue infiel. Para que tú veas, siendo militar, me engañó. Estando yo con la barriga de mi hijo me encuentro foticos y cartas de amor y esas cosas en cajitas de fósforo. Y yo soy una mujer que no aguanta infidelidades. Ay… mira qué lindo. —¿Qué es eso? —El Capitolio. —Sí, ¿pero qué pasaba en la calle? —Ah, el desfile del miliciano. Y éste de acá era mi balcón. ¿Ves que en la baranda había una flor? —¿Ponía una flor plástica? —Sí, de esas bonitas. Ah… mírame aquí en mi balcón. ¡Qué gorda estaba! Vine para La Habana con 23 años y tuve que dejar al niño con su abuela paterna porque decía que si no lo dejaba


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se moría. Mira: esa era una mata de rositas de las que echan setenta y pico de rositas, entonces yo iba regalándole gajos a la gente y todo el mundo les ponía mi nombre, porque cogían fuerza enseguida. ¿Viste qué gorda estaba? Y qué fea estoy ahora. La vejez es fea. Nadie quisiera llegar. Aunque hay mujeres que llegan bonitas. —No, Mery. Usted no es fea. —Y aquí tenía el pelo largo. Ahora mira como me he mochado yo misma. Y esta me la tiró aquí una vez un fotógrafo cuando este cuarto era nuevo. Después me fui para el albergue, desde 2005 hasta 2008. Allá fue donde me atacó esa enfermedad, el síndrome Mallory-Weiss. Una laceración hemorrágica. Aquí está la historia clínica, que la tengo de recuerdo. Oye qué cosa más terrible: “sangramiento digestivo alto por lesión a nivel de la unión esofágica gástrica”. Por eso yo mastico como las hormiguitas cualquier cosa que vaya a comer. —¿Y por qué le pasó eso? —Dicen muchas personas que esas cosas provienen de estrés, de sufrimientos. ¿Y cuántos sufrimientos yo no tuve en la vida? —¿Y no le dieron vivienda cuando estuvo albergada?


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—No le dieron a nadie. Ahora todo el mundo está esperando, pero la gente quiere residencia en la Habana Vieja y ya te puedes imaginar. La última foto del álbum de Mery es de hace más de una década. La mujer que recoge latas no aparece ahí. No le agradan las cámaras de fotos. *** —Al principio en la casa de compra te daban un comprobante y tú podías decir: “Ah mira todo lo que he hecho”. Después no, un papelito chiquitico y ya. A veces, como yo confío, no sé ni cuánto hice. Te lo juro, a veces no sé ni cuánto hice. Me da una gracia… Porque digo: “Ay no he visto ni el papel”. El muchacho me dice: “Tantos kilos, tantos kilos”. Pero a mí se me olvida. Yo trato de hacer el cálculo cuando me siento en el parquecito de Obispo y Monserrate, que ahí tengo una piedrecita escondida en unos arbustos, pero siempre viene alguien y se me sienta al lado y me hace perder la cuenta. El otro día una señora me regaló dos sacos machacados y fueron 128 pesos. Le regalé cinco a la muchacha que paga y le dije: “Me da la gana”, porque ella no me los quería aceptar. Ese día ni me fijé cuán-


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tas libras eran. Sé que fueron 128 pesos, pero no me fijé, te lo juro, en cuántas libras eran. A ver, si ocho kilos son 64, 9, 72, y 10, 80 justos… Bueno, entonces fui y le llevé 50 pesos de regalito a la señora que me regaló los dos saquitos. Pero los tuve que cargar para mi casa. Ella me dijo que tenía otro pero no me conviene esa fuerza. Después no me puedo levantar. Entonces esto es un trabajito que no es fácil, pero es lo único que me da dinerito honradamente. *** Cuando Mery llega al parque donde machaca, poco antes del anochecer, a su ánimo le cae encima todo el cansancio del día, todos sus años cumplidos, todas las cosas de la vida que la llevaron hasta ese murito en que se sienta con un nailon cargado de latas y una piedra. Ahora sonríe menos. Habla con una mezcla de irritación y tristeza. Se marchó el personaje del monólogo. La mujer que es remplaza a la que hubiera podido ser. Coloca las dos primeras latas, alza la piedra por encima de su cabeza, y deja caer el brazo derecho con un golpe seco. Una, dos, tres veces.


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Termina, las devuelve escachadas al nailon, coloca otras dos. —Todavía no me ha contado qué cantantes le gustan. —A mí, la gente de antes –dice deteniendo la piedra para pronunciar bien sus nombres–. Sara Montiel, Rocío Durcal, Estela Raval, Carlos Gardel, Libertad Lamarque… Lola Beltrán, Amalia Mendoza, Miguel Aceves… Nino Bravo, Ana Gabriel, Juan Gabriel, Antonio Aguilar… Y Marisela. Marisela… Ahora se me olvidó el apellido. Y retorna a la rutina de la piedra. No quita la mirada de su objetivo. Su brazo descansa apenas unos segundos tras consumar el golpe. Recupera fuerza, busca altura de nuevo, y perfecciona. Las latas van transformándose en chatarra pintoresca. A los pocos minutos, me pregunta: —¿Por cuántas voy? Perdí la cuenta. —Por 24, creo. —Hoy no debo haber hecho un kilo. Te lo juro: si yo no tuviera a Marinita no saldría más a la calle. Tengo que acabar de encontrar a alguien que la quiera… Oye, no sería la primera vez. Mira a Celeste Mendoza. La reina del guaguancó. Y a mí me contaron que se murió sola. Soli-


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ta en su casa. Ese es el problema. No he sido la única. —Pero Mery, ¿qué se haría usted sin Marinita? —Yo creo que me muero –dice, sin dejar de machacar.


El último vertedero de Periodo Especial Elaine Díaz

Fotos: Elaine Díaz


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Ese hombre apenas se nota. Ha llegado en un carretón tirado por un caballo. La barba blanca empata con el bigote y se hunde en el pelo escondido debajo de una gorra que reza New York. Los ojos, escépticos; la memoria, mala. No trabaja en Comunales. No es buzo, que es como se les llama a los recogedores de basura en el argot popular. Nadie sabe exactamente por qué ha venido hasta el vertedero de Campo Florido. Los otros hombres, los que trabajan aquí y los que vienen a descargar basura, los que sí tienen buena memoria, los que no lucen barbas blancas ni miradas escépticas y quieren hablar, cuentan que trabajó hace muchos años de carretonero. En Campo Florido se utilizan todavía carretas


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de caballo para trasladar la basura. Tres o cuatro veces al día venía el hombre desde el pueblo hasta el vertedero allá por los años noventa. Le pregunto, casi de paso, lo mismo que al resto. Indago sobre las consecuencias del basurero para la comunidad. —¿Tú lo vas a cerrar? –dice. —¿Usted quiere que lo cierre? Me mira, calcula las palabras, las mastica, las escupe. —Por mí, lo deberían cerrar mañana mismo.


El Mexicano (Foto: Elaine Díaz)


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Campo Florido tiene crisis de autoestima. Y tiene complejo crónico de inferioridad. Es el primo poco aventajado del Consejo Popular Guanabo. Es recortería del municipio Habana del Este. Habana del Este tiene un teatro, tres casas de cultura, dos museos, dos galerías de arte, tres bibliotecas públicas, cuatro librerías y un anfiteatro distribuidos entre sus ocho consejos populares. Ninguna de estas instalaciones culturales está en Campo Florido. Habana del Este tiene también un solo cementerio. Ubicado justo después de la línea por donde suele pasar el tren de Hershey. Pequeño, blanco, discreto. A la mismísima entrada de Campo Florido consejo popular, no de Campo Florido pueblo. Fatalismo geográfico para los vivos, privilegio para sus muertos. Pero allí solo entierran a los muertos cercanos; los de Alamar, los de Cojímar, los del reparto Camilo Cienfuegos, centros urbanos del municipio, terminan en otro sitio. El 27 de enero de 1898, cuando Guanabo era apenas mangle, arena y playa, cuando Alamar no atormentaba la arquitectura nacional con sus edificios, cuando Pastora Núñez (Pastorita) no había nacido y el reparto Camilo Cienfuegos era


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futurología, moría el coronel del Ejército Libertador Néstor Aranguren. El 8 de junio de 1897, junto al general de brigada Rafael de Cárdenas, había volado un puente en San Miguel, Matanzas. En diciembre de ese mismo año, Joaquín Ruíz, teniente coronel del Ejército español, lo visitó en su campamento y le propuso presentarse ante las autoridades. Aranguren ordenó celebrarle un Consejo de Guerra y lo mandó a fusilar. Pocos días después, era asesinado el cubano en la finca La Pita, de Campo Florido, víctima de una delación. Cuando Campo Florido se incorporó a Habana del Este concedió a Aranguren como héroe municipal. Su foto aparece siempre en la portada del orden del día entregado a los delegados durante las sesiones de la Asamblea Municipal del Poder Popular. Pero de poco sirvió el héroe cuando quisieron apuntalar a San José de las Lajas como la flamante capital provincial de Mayabeque. En enero de 2011 quedaron constituidas las nuevas provincias Artemisa y Mayabeque a partir de la desintegración de la antigua provincia Habana. La primera, con once municipios, tres de ellos pertenecientes a Pinar del Río (Bahía Honda, Candelaria y San Cristóbal); la segunda,


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con 19. En las propuestas iniciales, Campo Florido debía anexarse a San José, municipio que no le es ajeno. Ya había sido parte de San José en un tiempo del que nadie habla en voz alta. También perteneció a Guanabacoa. No hay cariño especial por Guanabacoa, por Habana del Este o por San José. Pero los dos primeros están en la capital. A finales de 2010, más 10 000 habitantes de Campo Florido votaron por el ‘no’ cuando se les consultó si deseaban pasar a Mayabeque. La noticia llegó hasta el mismísimo presidente Raúl Castro, quien lo mencionó de pasada cuando se aprobó, por unanimidad, la nueva división político administrativa en las sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Ningún consejo popular merece más ser parte de La Habana que Campo Florido porque, básicamente, ninguno se lo arrebató de los mapas al poder. A Plaza de la Revolución, a Centro Habana, a la Habana Vieja, a Playa les cayó del cielo. La batalla por la capital contentó a su gente, por un tiempo, hasta que el pan llegó con cucarachas impregnadas en la masa que algunos ingenuos confundieron con pasas, hasta que el río siguió arrastrando las inmundicias de me-


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dio pueblo, hasta que las pocas calles en buen estado fueron rajadas para instalar nuevas tuberías de agua y así quedaron, a falta de materiales para terminar la obra, hasta que el basurero volvió a combustionar por cuenta propia o ajena. Ahora hay quienes piensan que las desgracias que les han caído encima son consecuencia de aquel pequeño acto de rebeldía geográfico. Campo Florido pueblo se recorre hoy en poco tiempo. En la calle principal están los puestos de venta de viandas, el banco, algunas casas coloniales, la tienda recaudadora de divisas donde se apilan lavadoras, zapatos, picadillo y pollo, un punto de ETECSA sin computadoras para los clientes, únicamente dedicado a recargas y compra de tarjetas, esas minucias de cuando la empresa no brindaba servicios de acceso a Internet, más casas construidas después de 1959. A la izquierda, donde empieza o termina Campo Florido pueblo, según desde donde se venga – Guanabacoa o Habana del Este–, está el basurero.


El vertedero de Campo Florido estĂĄ a menos de 200 metros de las primeras viviendas (Foto: Elaine DĂ­az)


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El Periodo Especial fue más que una década. Fue, también, un estado de ánimo. Un método de supervivencia económica y espiritual. El pretexto para pensar con luz corta ante la terrible agonía de imaginar un país a contracorriente y, encima, tener que imaginarlo a largo plazo. Un bien merecido descanso ideológico tras treinta años de Revolución. En esta época surgieron los llamados vertederos de Periodo Especial, creados cerca de las fuentes de generación de residuos para reducir los costos de recogida y transportación aunque contravinieran medidas ambientales. Diez terrenos se habilitaron en la capital para este fin: El Vidrio (La Lisa), Prensa Latina, Rincón, Boyeros y Las Canas (Boyeros), Managua, Fraternidad y Eléctrico (Arroyo Naranjo), Cantera los Perros (Cotorro) y Campo Florido (Habana del Este). Tres de ellos fueron cerrados en 2005 como resultado de la creciente preocupación por la dispersión de los residuos, el aumento de los olores desagradables, la proliferación de vectores y los incendios espontáneos. El resto, excepto Campo Florido, debía cerrarse antes de 2015. ***


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Hay quienes piensan que el vertedero siempre estuvo ahí. Ada Rosa Camejo, por ejemplo, se mudó al pueblo en 1979 y cree que desde ese año se echaba la basura casi en el mismo sitio que ocupa hoy. “Claro, era solo la basura de aquí, y no se sentía tanto el mal olor ese”. Felito dice que no. Félix Marrero (Felito), exdirector de Servicios Comunales en Campo Florido, recuerda que “cuando el Periodo Especial, a partir del año 90, no había otra opción que poner carritos de caballo y ese basurero se creó para los carritos de caballo de la zona”.


La basura de Campo Florido todavĂ­a se recoge en carretones de caballo (Foto: Elaine DĂ­az)


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En total, el Consejo Popular contaba con cinco carretones de caballo, con capacidad para dos metros y medio de residuos sólidos, y daban dos viajes cada uno, a lo cual se sumaba una carreta de catorce metros cúbicos. “Se generaban ciento y pico de metros cúbicos en total por día”, dice. Entonces, el vertedero ocupaba 1,8 hectáreas al norte del pueblo y se ubicaba a menos de 200 metros de las primeras viviendas. Hoy recibe más de 1 000 m3 de basura diariamente y tiene 17 puntos de escape de gases. Después de 43 años de trabajo y 60 de edad, Felito dejó de pertenecer a Servicios Comunales. Cuando bordea el vertedero de camino a su finca lo ve “casi siempre encendido. Esos son los gases que se producen por la descomposición de la basura”, dice. *** El 29 de abril de 2014 una neblina cubre Campo Florido. Otra vez. El humo penetra por las persianas lentamente, Ángela no puede respirar ni irse a otro sitio, es impedida física. Aguanta sin dar un paso. Pero a Ángela no le preocupa Ángela, sino Daniela, la niña de cinco años, su bisnieta,


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que dice las palabras ‘bronquitis alérgica’ como si fuera el binomio ‘jugar a las casitas’ porque su vida ha estado más cercana a las inyecciones que a los juguetes. Al día siguiente, alrededor de las cinco y media de la mañana, una lluvia ligera reaviva los restos inflamados y la neblina de gases vuelve a cubrir Campo Florido. “El 2 de mayo, a las cinco de la mañana”, escribe Ernesto Fernández, vecino de Ángela, en una suerte de diario del basurero, “combustiona por tercera vez en menos de un mes. Ese mismo día, a las nueve de la mañana, aún permanecen encendidos tres focos”. A Daniela la atienden en el pediátrico de Centro Habana, pero cuando se despierta en la madrugada del 2 de mayo, su madre usa el aerosol que tienen en casa para tratar de calmarle la tos. En septiembre de 2015 Daniela irá a la escuela por primera vez. Al uniforme blanco y rojo se sumará una toalla para tapar la nariz de la niña los días en que el basurero está encendido. Los bomberos llegan hasta el vertedero a veces, pero nada pueden hacer. Primero, porque los bomberos piensan que los llaman para controlar un incendio en el sector residencial; segundo,


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porque intentar apagar el vertedero solo aumentaría el escape de gases y cenizas sobre el pueblo. “Cuando el basurero está encendido, a las siete, pasan los niños al círculo bajo el humo, bajo la peste que está saliendo de allí”, dice Dalia Saborí, directora del círculo infantil Los Tainitos, que recibe ciento veintiocho niños entre uno y seis años de edad. Muchos son asmáticos, alérgicos o padecen infecciones respiratorias agudas. En 2004, el policlínico de Campo Florido cerró con 5 684 casos de infecciones respiratorias agudas. Para 2007, la cifra se había incrementado hasta 6 872 y en 2014 alcanzó los 9 536 casos. La población de este Consejo Popular apenas rebasa los 10 000 habitantes y aunque cada caso no se puede contabilizar como un paciente único, la cifra resulta preocupante y la tendencia es a continuar aumentando.


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Comportamiento de las infecciones respiratorias agudas en Campo Florido (Fuente: Elaboración propia a partir de las estadísticas del policlínico)

“Tengo que recibir a los niños”, dice Dalia. “¿Cuántas familias deben dejar de trabajar porque no tienen dónde dejarlos si yo no los recibo?”. Los padres dejan a sus hijos creyendo que cuando el día caliente, el humo empezará a subir. Y el humo empieza a subir, pero la peste permanece. Los padres lo saben, por eso “se van protestando, unos van para el policlínico, otros para el Poder Popular y otros para el trabajo porque no hay solución”. ***


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En agosto de 2003, representantes del Ministerio para la Inversión Extranjera y la Cooperación Económica, del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA) y de la Dirección Provincial de Servicios Comunales firmaron un proyecto de colaboración internacional con la Agencia de Cooperación Internacional Japonesa (JICA, por sus siglas en inglés) para la propuesta de un plan de manejo integrado de los residuos sólidos municipales en La Habana. En el memorándum 5, firmado el 12 de julio de 2005 por Roberto Castellanos, delegado del CITMA, y Masatoshi Akagawa, líder del equipo de JICA, se acordó que a finales de 2006 debían cerrarse todos los vertederos de Periodo Especial, excepto Campo Florido. Campo Florido no solo permanecería abierto, sino que se ampliaría hasta convertirlo en vertedero de operaciones normales con carácter provincial. Tras el cierre del vertedero existente en Guanabacoa debido a problemas ambientales graves y a las quejas de los vecinos, los residuos que solían transportarse hasta allí se desplazaron a Campo Florido y Ocho Vías. De acuerdo con los lineamientos de JICA, la ampliación del vertedero de Campo Florido re-


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quería de un estudio ambiental inicial (EAI) y una evaluación de impacto ambiental (EvIA). Por la contraparte cubana, se necesitaba un estudio de impacto ambiental (EsIA) y una estimación del impacto ambiental (EtIA). El EAI arrojó un impacto relativamente severo en la situación de la salud pública. “Se esperan […] vectores, olores desagradables, contaminación atmosférica, ruidos y vibraciones a causa de la construcción y operación del vertedero”. Además, “se prevé ocurran accidentes de tránsito” debido al incremento de la circulación de vehículos. En algunos indicadores, como la distancia a las comunidades o las actividades económicas en la zona, los resultados del estudio distaban bastante de la realidad. “No se desarrolla actividad económica en el área del proyecto ni en sus alrededores”, dice el informe, pero el sitio limita con fincas de pequeños agricultores dedicadas a cultivos varios y al pasto de animales. Tampoco se esperaban “dificultades en cuanto al factor distancia a las comunidades por la ampliación del vertedero”, como si 200, 300 o 500 metros al sur pusieran a buen resguardo a la población de la zona. Los resultados más optimistas eran aquellos relacionados con el impacto en los acuíferos y los


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suelos. “No se esperan alteraciones en la calidad de las aguas y el nivel de los acuíferos toda vez que el revestimiento impermeable del vertedero evitará la filtración de los lixiviados al subsuelo”, los cuales debían ser descargados “después de su tratamiento”. El revestimiento impermeable del vertedero, huelga decir, nunca se realizó. Tampoco el tratamiento de los lixiviados, líquidos con alto poder contaminante que provocan severos impactos ambientales sobre las fuentes de abasto de aguas superficiales y subterráneas. A pesar de esto, la Dirección Provincial de Servicios Comunales y el CITMA concluyeron los procedimientos reglamentarios para el cambio de condición del vertedero de Campo Florido y sugirieron incrementar el área hasta un máximo de 4,5 hectáreas. *** El 31 de octubre de 2014, después de haber escrito a la fiscalía de la República, al departamento de atención a la población del Consejo de Estado, a la sección “Cartas a la redacción” del diario Granma, a la dirección municipal de Servicios Comunales, a la Asamblea Provincial del Poder Po-


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pular de La Habana, a la delegación provincial del CITMA, a la sede municipal del Partido Comunista de Cuba y al Poder Popular Municipal, Ernesto Hernández recibió respuesta de la dirección municipal de Servicios Comunales. “Debido a las quejas se visitó por parte de las entidades implicadas el vertedero de Campo Florido y se indicaron varias acciones para evitar la autocombustión y la fetidez que desprende unido a los gases que emanan”, dice la carta. Entre las acciones realizadas se “arregló el acceso a la entrada, se hizo una zanja en el medio para que corra el agua que destila, se puso un contenedor para la protección del personal que allí labora, facilitándole iluminación y teléfono y se contrató a un administrador residente en Campo Florido, quien podría acudir más rápido al lugar si sucediera cualquier problema”. Además, “existe un buldócer permanente en el lugar para cuando haya alguna incidencia se ejecuten con prontitud las acciones correspondientes”. Como generoso atenuante, se proponía recubrir diariamente los residuos con tierra. Según Felito, “cuando se está buldoceando, se agrava más la peste porque revuelve los desechos. Ahí se buldocea y no se tapa porque parece que no hay equipos para llevar relleno y tapar”.


Una parte de la basura se buldocea diariamente, pero no se recubre con la tierra necesaria (Foto: Elaine DĂ­az)


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A El Mexicano hay que entrevistarlo, me dice Felito. Porque El Mexicano le sabe al basurero. “El Mexicano es viejo en esto”, enfatiza, y a sus ochenta y tantos años también es viejo en todo lo demás. El Mexicano vive al cruzar la calle Máximo Gómez, a tres o cuatro casas de Felito, pero es mediodía y está durmiendo. Felito insiste en que lo despierten porque El Mexicano –nunca sabré por qué le dicen El Mexicano– tiene mucho que decir. El hombre que se asoma a la puerta tiene una barba blanca que empata con el bigote y ya no se hunde en el pelo escondido debajo de una gorra que reza New York. Los ojos, escépticos; la memoria, mala. El Mexicano repetirá lo mismo que dijo hace quince días, cuando apenas se notaba su presencia en el vertedero. —Por mí, lo deberían cerrar mañana mismo. Y ya no dirá más nada. Sé que El Mexicano no olvida 1990. Uno puede adivinárselo en la mirada. En Campo Florido pueblo, no Campo Florido Consejo Popular, a escasos kilómetros del único cementerio del municipio Habana del Este yace, vivo, el último vertedero de Periodo Especial de La Habana. Su lápida, que todos reconocen justamente ganada, reza: 1990-¿?


Todos quieren salir de la basura Jesús Jank Curbelo Geisy Guia Delis Tomás Ernesto Pérez

Foto: Ismario Rodríguez


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Si nunca hubiera estado en Alemania, Noruega, Portugal, Fidel García hubiera dicho sí, hubiera cogido la jaba azul, el cubito amarillo, se hubiera puesto a ordenar la basura meticulosamente y con Fidel solo, es decir, con la basura de Fidel, la pequeña industria del reciclaje en Cuba se hubiera, como se dice, puesto las botas, porque él es artista: hace cuadros, esculturas, instalaciones, productos que generan desperdicios. Pero Fidel ha visto un poco de mundo. Y cuando el presidente del CDR trató de incorporarlo a un proyecto para clasificar y reciclar la basura en Micro X Fidel dijo que no. Su apartamento se convirtió en el único de los 66 del edificio que no tiene calcomanía en


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la puerta, ellos (él y su madre) se convirtieron, de cierta manera, en antisociales y también, de cierta manera, en profetas: “Ese tipo de cosas no marcha aquí”. En Noruega, por ejemplo, Fidel ha visto que la gente saca las bolsas por las noches, deja cada una donde corresponde y los contenedores amanecen vacíos. Hay limpieza. En Micro X no. El SP–21 es la suma de varios edificios de cinco plantas: dos apartamentos en la primera y tres en las restantes. Más de 250 personas. Si un forastero necesita dar con Fulano le dirán, como una cosa corriente, que lo encuentre en la puerta del lado de allá del tercer piso, en la segunda escalera. Fidel y Teresa, su madre, viven en el bajo del lado de allá, en la tercera escalera, pero a la casa se entra desde el patio, por una reja a más de media cuadra de donde debería estar la puerta. La casa huele a perro. Muchas luces. Dibujos enmarcados en una pared, en otra, la fotografía de un panel solar que interviene la blancura de la Antártida, obra de él. Teresa Valenzuela, 70 años, fue periodista de Radio Rebelde. El techo no les toca las cabezas porque no es dos centímetros más bajo.


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Desde hace 30 años, y tiene 36, todas las tardes Fidel amontona condones usados, botellas, cabos de cigarros, cáscaras, las porquerías que durante el día los vecinos dejan caer al patio. A veces recoge chancletas, blusas, pinzas de tender ropa y las guarda, porque en algún momento alguien vendrá a reclamarlas. Antes recogía con guantes. Ahora lo hace con una vara que trajo de Alemania. Desde hace 30 años Teresa discute esta situación en el CDR, la abordó en la radio. Pero ya empieza a aceptar que las cosas, cuando van mal, no tienden a mejor. ***


Micro X estĂĄ ubicado en uno de los extremos al este de La Habana (Foto: Ismario RodrĂ­guez)


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Micro X pertenece al Consejo Popular Alamar Este y está ubicado en uno de los extremos de la ciudad. Un barrio laberíntico: 100 edificios y 22 casas en no más de tres kilómetros cuadrados. 9 700 habitantes, poco más, poco menos, de los cuales solo es nativo un mínimo porciento. Los edificios, uno frente a otro, respiran por espacios intermedios parecidos a parques, con su hierba, sus bancos, sus áreas pavimentadas. Un parquecito infantil desguazado y otro más o menos desguazado. La bodega, una tienda, algunos árboles, quioscos particulares, la parada del ómnibus P11. Los taxis llegan de Habana Vieja, terminan al lado del Ditú y regresan y cobran 20 pesos por pasajero. El mar está cerca. Los microvertederos, que son siete, tienen lo mismo escombros que ratas que peste a comida podrida que un DVD. A Teresa le alarma el que está al lado de la escuela primaria Panchito Gómez Toro: la reja lo separa del terreno donde juegan los niños. La basura es un problema. Estimaciones de la Dirección Municipal de Servicios Comunales (DMSC) afirman que entre 2015 y 2016 Micro X generaba diariamente 58 metros cúbicos de desperdicios; un prome-


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dio, advierten; lo desmenuzan: 7 metros cúbicos de restos de poda, 12,8 de escombros y 38,3 de residuos domiciliarios. Un solo habitante (también promedio) generaba 0,65 kg/día. Los centros y entidades productivas y de servicios, según el informe, causaban un 24 % de ese total: 365 kg diarios de alimentos, 215 de papel y cartón, 95 de vidrio, 64 de plástico… Dos restaurantes privados, dos escuelas primarias, la escuela secundaria, la especial, el Ditú, la guarapera y la residencia estudiantil, sumadas, pasaban de 15 kg diarios. En febrero de 2017 el barrio tenía 70 contenedores plásticos, de 0,77 metros cúbicos, en 24 puntos para residuos sólidos urbanos (RSU). De los 70 había 23 rotos. El paisaje también estaba roto. A pesar de las políticas de planificación del sistema de recogida/transportación de RSU vigentes, que persiguen cobertura total para toda la ciudad y toda la Isla, la falta de recursos en las estructuras de Comunales hacía que la basura se derramara del tanque a la calle mientras los camiones pasaban días sin aparecer. Probablemente por eso, también por la esperanza del bien común que es, en definitiva, el propio, a más del 85 % de los vecinos aquel proyecto llamado Ponte-


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Verde, cuyo propósito era (es) promover un sistema de gestión integral de los RSU en Micro X, no les pareció absurdo. Si resultaba optimaría la imagen del barrio, la salud, porque esa acumulación de residuos trae secuelas, y el reciclaje pasaría a ser una forma de desarrollo económico.


Entre 2015 y 2016 Micro X generaba diariamente 58 metros cĂşbicos de desperdicios (Foto: Ismario RodrĂ­guez)


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PonteVerde había resultado de la cooperación entre la Fundación Oxfam Intermón, ONG radicada en España que quiere “combatir la pobreza y la injusticia”, y tres entidades cubanas: el Centro Félix Varela, “asociación independiente de carácter civil, autónoma, sin fines de lucro, con capacidad para poseer patrimonio propio y ser sujeto de derechos y obligaciones al amparo de la legislación”; el Taller de Transformación Integral del Barrio (TTIB) Alamar Este, cuya misión es promover procesos participativos para la transformación física y social de esa comunidad; y la Asamblea Municipal del Poder Popular de Habana del Este, que se encargaría de convocar y coordinar la participación de las entidades gubernamentales, y de que estas cumplieran las responsabilidades que asumieran en el marco del proyecto. En 2015 PonteVerde había sido presentado a la convocatoria de subvenciones Ciudades Específicas del Ayuntamiento de Barcelona, bajo el nombre Participación Comunitaria y Compromiso Ciudadano para la Gestión Integral de Desechos Sólidos Urbanos en la Localidad Habanera de Micro X, Consejo Popular Alamar Este. Y había sido aprobado. La investigación previa mos-


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traba números estimulantes: el 99 % del total de residuos generados allí era potencialmente reciclable. Esto representaba entre 54 y 58 metros cúbicos de RSU diarios, distribuidos como sigue: –Orgánicos (kg/día): 5 807 de alimentos y 839 de árboles. –Inorgánicos (kg/día): 1 093 de vidrio, 1 031 de papel y cartón, 789 de plástico y 6 365 de escombros. Se trazó un plan: La clasificación la haría cada vivienda, cada centro de trabajo, en cubitos amarillos y jabas azules que recibirían gratis, por núcleo: el cubo para los restos de comida, frutas, vegetales; la jaba para los pomos, botellas. El resto (baterías, aparatos electrónicos) continuaría siendo manejado como de costumbre. Junto a los tanques grises habituales pondrían contenedores azules y amarillos: la gente vertería cada envase donde corresponde y los contenedores amanecerían vacíos (los amarillos siempre; grises y azules, en días alternos). La recogida y la transportación precisaban un nuevo sistema: los no reciclables continuarían yendo al vertedero de Campo Florido; los orgánicos serían trasladados hacia centros de composta-


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je, emplazados en fincas en usufructo, para ser transformados en abono natural; y los inorgánicos hacia un Centro de Reclasificación y Transferencia, donde luego de un proceso de tratamiento serían vendidos a la Empresa de Recuperación de Materias Primas (que los obtenía solo a través de convenios con centros del Estado, o de recolectores formales e informales), a cuentapropistas o a cualquier organismo que los solicitase. Hasta febrero de 2017, el presupuesto para PonteVerde rondaba los 146 000 euros.


A principios de marzo de 2017 el proyecto echĂł a andar (Foto: Ismario RodrĂ­guez)


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Hubo de todo: hubo quien vendió el cesto en 50 pesos y quien dijo sí por decir que sí; hubo quien se embulló, pero la velocidad cotidiana le hizo parar; hubo quien continúa… El día que convocaron al 11-C, Ivian Alejandro Duani estaba en la escuela. Tiene 20 años, estudia Medicina, vive en el quinto piso. El día que convocaron, su madre, que trabaja, y su hermana, que ahora pasó para séptimo grado, tampoco estaban. —Yo llegué al edificio y me dijeron que habían repartido cesticos, esto, lo otro. Pero más nunca vinieron. Lo que hicieron fue poner un cartel en los bajos donde decía lo que había que hacer. Entonces empecé, pero no porque me hubieran dado nada. Empecé porque me gustó la idea. Pasó meses clasificando. Al principio, todo. Luego solo papeles y cartones. Hace un mes, como nadie se preocupó por entregarle un módulo, también porque es mejor gastar una jaba en sacar la basura que gastar tres, desistió. A principios de marzo de 2017, después de que fuera aprobado por el Ministerio cubano de Comercio Exterior, el proyecto echó a andar. Seleccionaron a tres promotores por edificio. Los


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del 11–C fueron Jorge, secretario del Partido, Basilia, del Consejo de Vecinos, y María Esther, de la Federación de Mujeres. Concertaron reuniones. Andrea del Sol Leyva, especialista principal del TTIB, y Ailena Alberto Águila, del equipo gestor del proyecto, adiestraron a los promotores; los promotores adiestraron al barrio. Entretanto se organizaron Ferias de Reciclaje: artesanos locales que exhibían y vendían llaveros u otros adornos hechos con desechos; agricultores locales que hablaban de lo útil del empleo de productos orgánicos en las plantas; talleres, libros, teatro callejero…


PonteVerde ha organizado varias Ferias de Reciclaje (Foto: Ismario RodrĂ­guez)


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Once meses después habían logrado comprometer a 2 490 de los 3 375 apartamentos previstos: 8 688 personas. Como estaba acordado, los gestores pusieron 36 tanques azules y 27 tanques amarillos; pusieron 2 694 cubos y jabas en manos de los promotores y estos se encargarían de repartirlos. María Esther Aldama Pérez, en un cuaderno que le dieron, lleva el control de los vecinos a los que ya dio el módulo, con sus nombres y firmas. De los 45 que tocaban al 11-C le faltan 12 módulos por entregar. “No he tenido tiempo”, se justifica. —El proyecto está bueno. Todo el mundo quiere salir de la basura, pero siempre hay gente sin conciencia. Por eso yo voy, me paro en la esquina y miro que los tanques estén tapados, que boten cada cosa donde hay que botarla. El módulo incluye un manual con datos generales y la explicación minuciosa de qué hacer con los desechos. Ahora cada vivienda que dijo sí exhibe una pequeña calcomanía redonda en la puerta, morada y verde: AQUÍ RECICLAMOS. —Al principio todo estaba estupendo –dice Ángela Abreu, 73 años, vecina del SP–21–, lo que pasó fue que a los pocos días la basura se


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empezó a acumular, y la gente empezó a desencantarse. A nosotros (ella y su esposo) nos costó acostumbrarnos. Después yo le decía: “René, acuérdate: bota el cestico aquí y lo otro allá”, porque creímos que iba a dar frutos. Pero nada de eso se cumple ya. José Luis Quintana Leyva, el hombre que no convenció a Fidel, del SP–21, lo confirma: la recogida sigue siendo pésima. Así que muchas personas, cuando los tanques grises están llenos, utilizan, por ejemplo, los azules: eso no es funcional para el objeto de PonteVerde pero es más higiénico que botar jabas en medio de la acera. A veces, si no queda más remedio, se utiliza la acera. La basura empezó a mezclarse. Los buzos, que viven de revolverla a ver si dan con algo aprovechable, lo tuvieron más fácil: competían con PonteVerde y PonteVerde nunca los tuvo en cuenta. Ahora casi nadie clasifica y María Esther se ensaña con la conciencia. —¿Cómo ha funcionado la recogida? —Hay gente protestando porque quiere más jabas… —¿Cómo ha funcionado la recogida? —Y también hay quien bota lo azul en lo amarillo…


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A media cuadra hay cuatro o cinco tanques atestados. Hay gente con problemas para admitir las cosas que van mal. ***


Abraham Ibáñez Pérez, 48 años, jefe del Centro de Reclasificación y Transferencia de Alamar (Foto: Ismario Rodríguez)


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Era un taller de mecánica, ahora es el Centro de Reclasificación y Transferencia de Alamar: una nave atestada, un poco de sol entra por las dos puertas, un parqueo con autos desmontados, mosquitos, moscas, monte, a cien metros de la Unidad de Construcciones Militares de Colina Villareal. En la nave dos hombres apelotonan unos cuantos pomos en una esquina, otro tensa un nudo de alambre en una pila de cartones: hacen a mano el trabajo porque las máquinas, una prensadora de aluminio y dos de cartón, llegaron, dicen, hace dos o tres días y no se han puesto en marcha. Pero hay orden: de este lado los cartones, en pacas de 50 kg, de este otro los pomos, bocabajo, dentro de botes plásticos, y en este las botellas por colores, en cajas de 24. Todo eso debió haber sido vendido hace tiempo a Materias Primas, a algún artesano, pero no se ha ajustado un plan de precios con el gobierno. Desde que lo crearon, en enero de 2018, como parte del proyecto, el Centro ha compilado 3 000 pomos azules, 249 pomos de aceite, 1 685 pomos blancos, 415 pomos verdes: lo que sale de los tanques azules de Micro X.


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Abraham Ibáñez Pérez, 48 años, jefe del Centro, dice que para hacer la recogida el proyecto les asignó tres Piaggio (motorinas azules, con portacargas de 2,5 metros cúbicos): uno como reserva y dos que dan tres viajes cada noche entre el Centro y los puntos. Dice que cada Piaggio consume 12 litros de combustible/día, que ese combustible debía dárselos la DMSC, pero hubo dificultades: estuvieron mucho tiempo caminando con petróleo del Taller comunitario. —En enero empezamos a recoger y la población estaba muy contenta. Separaban la comida en un lado, el cartón en otro. Pero en febrero tuvimos que parar porque los Piaggio no tenían chapa. El mes que duró el trámite, quien limpió fue el camión de Comunales. Y la gente dijo: “¿Qué hacemos nosotros en esto si al final echan todo en el mismo lugar?”. Como hay de todo en todos los tanques los hombres de los Piaggio se han vuelto buzos: se hunden en los tanques, agarran lo que sirve, dejan el resto para Comunales. —Si todo el mundo nos da la espalda, qué más vamos a hacer: recoger y tirar pa’ acá –dice uno de los choferes, Emilio Rodríguez, y con quien da la espalda se refiere a quien no les da el


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petróleo, a los salarios… La idea del Centro era que funcionara como cooperativa, y no fue tal por los constantes cambios en las políticas nacionales respecto al trabajo por cuenta propia. Así que sus 22 empleados son subordinados de Comunales, y cobran entre 250 y 315 pesos mensuales, es decir, entre 10 y 12 CUC. Nueve de ellos trabajan de noche: chofer y ayudante de cada Piaggio, y chofer con dos ayudantes destinados al camión que debe asumir los tanques amarillos. El camión salió de Japón en mayo, llegó al puerto de Mariel en junio, a mediados de julio a Comunales, y todavía no presta servicios. Brian González, el chofer, que no lo ha visto, lo que sabe es que deben adaptarle un mecanismo para elevar contenedores, pasarlo por el somatón, tramitarle una chapa. Mientras tanto los tanques amarillos también los limpia el colector común. Cuando se hizo el diagnóstico, en 2016, la recogida en Micro X se hacía con frecuencia de dos a cinco días. La DMSC tenía tres camiones Zil–130 remotorizados con capacidad para recoger nueve metros cúbicos en cada viaje, un tractor con un tráiler de 12 metros cúbicos, y un camión colector compactador con capacidad


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para 42 metros cúbicos. Según el informe, la asignación mensual de combustible a la DMSC era de 29 000 litros, que le garantizaban, en promedio, 215 recorridos punto-vertedero. El sistema de recogida y transportación que habían concebido para el proyecto atenuaría el problema. Dice Abraham que tiene la esperanza de que se enrumbe pronto, un día de estos, cuando empiece el camión. ***


Liuvar Ojeda, productor de abonos naturales (Foto: Alejandro RamĂ­rez)


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Como Liuvar Ojeda es productor de abonos naturales, algunos de ellos certificados, de calidad, los organizadores de PonteVerde le propusieron experimentar con RSU en lugar de excrecencias, que era su fuerte. Él dijo: Si el transporte depende de Comunales no me arriesgo, “porque yo sé que no tienen recursos”, y le garantizaron que el transporte correría por parte del proyecto. Es complejo el proceso para obtener este tipo de abonos. Es un ventilador industrial conectado a una manguera que atraviesa el cantero al que deben ir a parar los desechos. Ese ventilador impulsa el aire hacia la manguera, que tiene taponeado el otro extremo y lo distribuye a través de agujeros: enfría la basura desde dentro. Desde afuera, un par de veces al día, se vierte agua sobre la basura. La descomposición se transforma en una especie de tierra que se cierne: el abono se lleva hacia la finca; lo que no es abono, vuelve al cantero. Este sistema debe permitir que lo que naturalmente se descompone en un periodo entre tres y seis meses, lo haga entre dos y cinco. Entre marzo y diciembre de 2017, Liuvar construyó cuatro canteros de 30 metros de lar-


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go, con cinco muros que levantó con piedras que fue apilando de cualquier lugar donde hubiera piedras para ahorrar dinero. A pesar de eso, y de que la mano de obra la emprendieron trabajadores suyos, sin costo, invirtió 23 000 pesos en cemento, gravilla, arena, el ventilador. Su proyecto era ambicioso: en el primer cantero pretendía habilitar una planta de biogás. Hizo cuentas: en cada cantero caben 90 metros cúbicos de desechos, que, una vez procesados, dan 30 metros cúbicos de abono. Como tiene contratos con Turismo y algunas tiendas especializadas, cada cantero debía aportarle cerca de 11 000 pesos (el precio de venta mínimo es 250 pesos/metro cúbico), así que más o menos en un año recuperaría la inversión. –Pero yo soy paciente. ¿Hay que esperar más tiempo? Pues se espera. El problema del tiempo es que, de cara al Ministerio de Comercio Exterior y al Ayuntamiento de Barcelona, los proyectos de colaboración se ejecutan en el periodo de un año. Así que Oxfam se ha visto obligado a solicitar prórrogas que le permitan seguir gestionando el presupuesto que les asignaron. Para el Ayuntamiento, el proyecto terminó en junio; para el Ministerio se extiende hasta noviembre.


Gustavo Silveira decidió convertir El Ciruelo, su finca, en un Centro de Producción de Abonos Orgánicos (Foto: Ismario Rodríguez)


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Gustavo Silveira tiene bigotes, 58 años y una finca de seis hectáreas donde siembra mangos, aguacates, habichuelas. Tiene también la creencia inflexible de que sus plantas, que están grandes, sólidas, van a crecer mejor con abono natural porque los químicos, a pesar de que no invierte mucho en ellos (poco más de 600 pesos/año), nunca le han dado demasiada confianza. Por eso se iluminó cuando Liuvar le habló de PonteVerde, y decidió convertir El Ciruelo, su finca, en un Centro de Producción de Abonos Orgánicos. El proyecto le regaló un termómetro, dos carretillas, un cartel que dice que su finca, por fin, es ese Centro, y la garantía de que el material para hacer abono iba a llegarle estable: lo que va a parar a los tanques amarillos de Micro X. Él haría el proceso, y todo el resultado sería suyo. Liuvar, que tiene una parcela pequeña, produciría con fines comerciales. Gustavo invirtió más de 6 000 pesos en comprar y cargar piedras, arena y recebo para los canteros, en el ventilador, mangueras negras de dos milímetros de grosor, una yunta de bueyes. Construyó con sus manos dos canteros de 3,60 x 15 metros, en una llanura a 700 metros de la finca. Tiene previsto construir dos más. El camión


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debe llenar los canteros, uno a la vez, porque Gustavo tiene un solo ventilador que irá rotando. Pero, sabemos, el camión no marcha, y la cooperativa Antero Regalado, a la que Gustavo pertenece, no ha firmado un contrato con Comunales que fije cuánto debe pagar él por cada metro cuadrado de desechos. —¿En cuánto tiempo piensas recuperar la inversión? —No tengo idea. Yo estoy haciendo todo esto a fe. “Lo que más me preocupa es la cultura de los que clasifican, porque, ¿y si el camión me trae cosas que no se descomponen? Por eso, cuando se haga el contrato, tiene que decir: tú puedes traerme 10 000 metros cuadrados, pero me descuentas lo que no sirva”. Mario Pino, 75 años, vende café en una mesa portátil frente al Ditú de Micro X y dice que reciclaje es lo que hace él con los vasitos: usarlos, lavarlos, volver a usarlos. Si alguno se le rompe, Mario lo pone cuidadosamente en la hierba, acaba de vender el termo, se va y lo deja ahí. Tengo que hacer yo muchas cosas como para pararme a botar nada en ningún lugar. A veces, en su casa, deja caer los mochos de tabacos por la


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ventana, que es mucho más fácil. Los niños tiran piedras, los adultos, preservativos. Debe ser genético.


Dirección y fact-checking: Elaine Díaz Edición: Tomás E. Pérez Ilustraciones y diseño: Monkc Fotografía y video: Ismario Rodríguez


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