Celta por accidente

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Ver no es abrir los ojos es arrojar a un lado el bastón blanco:

osar andar sobre el saberse perdido.

Hugo Mujica.

La fotografía analógica era para mí tan sólo un bastión artístico de otros tiempos. No sin sus misterios, abunda en los archivos fotográficos familiares; en diversos formatos, tamaños y colores. Esos recortes históricos que algunos atesoran y otros tan sólo olvidan, si no es que casi siempre se trata de imágenes olvidadas.

En una búsqueda sin coordenadas, una antigua cámara analógica que yacía en una repisa, comienza a ser un objeto extraño y curioso; un objeto decorativo hasta entonces, que perteneció a un familiar nunca conocido en vida. La curiosidad me invadió como a un niño que sólo se propone alcanzar aquello que lo vislumbra por su interés. Desde el embarazo primero de no saber siquiera cómo abrir su tapa trasera, hasta observar el obturador y la fascinación de aquel ruido, como el de una persiana que se levanta a la mañana. ¿Cuándo habrá sido la última vez que se levantó? ¿Qué habrá sido lo último que se vio a través de él? Un aparato misterioso que aloja una ausencia en su interior; un vacío que nos deja al descubierto, nos devuelve la intemperie que tratamos de capturar entre tantas luces y cegueras. Se instaura una espera, una muy antigua, en épocas automáticas. Implica perderse, aún más, saberse perdido como el poeta, que crea desde aquello que no ve, pero imagina.

Sin demasiadas coordenadas, un rollo de veinticuatro exposiciones en blanco y negro, hizo las veces de acto inaugural de un nuevo viejo modo de registrar imágenes. No sin sus tropiezos, comenzó a correr la película. Una vez terminada la aventura, comenzaba otra; su revelado. Con mucha inquietud esas

imágenes me fueron devueltas y la sensación sólo fue de fascinación… aunque accidentada. De esas veinticuatro tomas iniciales, sólo diez salieron efectivamente.

En la fotografía en general, pero en particular en el campo analógico, es en la distancia insoldable entre que disparamos y revelamos las imágenes que reside nuestra experiencia. Aquello que vimos no coincide: vemos los tropiezos, los defectos, los movimientos involuntarios; nos vemos a nosotros pero nos cuesta reconocernos de inmediato. Ya no vemos, puesto que es difícil dar cuenta de aquella imagen borrosa, vertiginosa, fragmentada. Es allí, en ese momento en que ya no podemos afirmar lo sido, que comenzamos un duelo. Entonces son nuestros tropiezos, nuestros defectos, nuestros movimientos los que generan imágenes no coincidentes, ahora entregadas al lector desconocido, creando otra espera; a la espera de quien ose posarse en ellas un instante. Aquí queda una de esas diez fotografías, testigo de un comienzo accidentado, puesto que no podría ser de otra forma.

Fotografía tomada en el Bar Celta, Buenos Aires, 2022. Fragmentos escritos en 2023.

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