CRIdA Programa de artistas en residencia

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“No existe una receta única e infalible para establecer un programa de residencia, porque una residencia responde a la necesidad de conectar con el arte que es diferente a la que se produce en una exposición, bienal o festival. Es el resultado de la combinación de tiempo, lugar y personas y ofrece una oportunidad para establecer relaciones duraderas” [1] Esta afirmación contiene un factor esencial en la concepción de un programa de residencia: no se rige según los mismos parámetros de los eventos habituales del mundo del arte, marcados por la presentación pública y una temporalidad muy definida. El programa de artistas en residencia se desarrolla, en primer lugar, de puertas adentro: facilita a los artistas alojamiento y un espacio de trabajo, les permite alejarse de su rutina habitual y encontrar inspiración en un lugar (relativamente) remoto. Esto determina un proceso que se extiende en el tiempo, en el que el artista necesita privacidad y la libertad para establecer sus propios ritmos de trabajo. Muy diferente del breve encuentro “de alto voltaje” [2] entre comisarios y artistas (y, añadiría, público) que se produce con motivo de una exposición, la residencia establece otras formas de colaboración e interacción con la escena del arte local. Se producen así, en muchos casos, relaciones duraderas entre los artistas residentes, los profesionales del mundo del arte y la propia localidad que los acoge. Entender esta particular dimensión temporal y la orientación hacia el proceso y la experimentación, más que al resultado, es esencial para comprender la naturaleza de un programa de artistas en residencia. Espacio de diferencia, tiempo incondicional Un tiempo y un espacio diferentes de los que definen la exposición o la bienal son aspectos característicos de una residencia de artistas. Johan Poussette, director del Baltic Art Center, habla de “tiempo incondicional” [3] en un contexto en el que las instituciones del mundo del arte se integran en la industria del entretenimiento, y queda cada vez menos espacio para la experimentación y la investigación. El artista residente dispone de un período de tiempo asignado para trabajar en su obra, sea un proyecto específico o una parte de una exploración más amplia que ha ido desarrollando. La gestión de este tiempo pertenece al creador, quien no debe necesariamente producir una pieza como resultado de su estancia, si bien puede presentar el proceso de trabajo que ha llevado a cabo. En este sentido, cabe recordar que las residencias de artistas han tenido desde sus inicios el objetivo de formar

a los artistas o permitirles escapar de la rutina: la Academia Francesa de Roma, fundada en 1666, alojaba a los artistas premiados durante cinco años en la ciudad eterna para permitirles estudiar las obras clásicas, mientras que la mayoría de las residencias creadas hasta finales del siglo XX seguían el modelo de una colonia de artistas. Desde la década de 1990, los programas de artistas en residencia han ido dirigiéndose progresivamente hacia el concepto de laboratorio o espacio de reflexión y experimentación. El tiempo dedicado a una investigación es necesariamente más dilatado que el que permite la presentación de la obra al público en un espacio expositivo, pero también el espacio determina una dinámica particular. Odile Chenal, responsable del sector de Investigación y Desarrollo de la Fundación Cultural Europea en Amsterdam, propone definir la residencia como el acto de habitar y trabajar en un “espacio de diferencia” [4]. En este espacio, el artista participa en un sistema de relaciones diferente, que le permite establecer un diálogo con los responsables del programa, otros artistas y profesionales del mundo del arte, así como involucrarse en procesos de “ensayo y error” que no están permitidos en el contexto del espacio expositivo. Chenal incide en el hecho de que esta particular condición del espacio libera al programa de residencia de la vinculación con la movilidad geográfica, siendo así también beneficiosa para los artistas locales. Conocedores de la escena artística y los recursos de que dispone, los artistas locales encuentran en una residencia en su propia localidad una oportunidad para involucrarse en los procesos de ese “espacio de diferencia” y establecer contactos con artistas de otras localidades. Pese a las particularidades del espacio y la dimensión temporal de un programa de residencia, no todo tiene lugar puertas adentro, sino que se establecen actividades (en sintonía con el ritmo de trabajo de los artistas) que permitan crear conexiones con los profesionales de la escena artística local y presentar al público el trabajo realizado. En la relación entre los artistas residentes y el contexto local es donde el programa de residencia encuentra el retorno a la inversión realizada. Nuevos agentes en el tejido cultural aportan una mayor diversidad de oferta [5], ofreciendo tanto al público como a otros profesionales (comisarios, críticos, artistas, galeristas) la posibilidad de conocer a los residentes y su obra. Estos últimos, a su vez, comunicarán su experiencia a los profesionales de su lugar de origen, facilitando así las conexiones translocales. El “beneficio” de un programa de residencia se mide, por tanto, no en obras de arte coleccionadas o en cifras sino en la integración de la escena local en una red a nivel nacional o internacional, de la que pueden beneficiarse todo tipo de profesionales. El artista Hagen Betzwieser resume esta cuestión de la siguiente manera: “... no se trata de dejar una obra de arte como forma de pago. Lo que es mucho más valioso es una relación a largo plazo entre artistas, una institución y las personas que trabajan en ella. De esta manera, se construye una red de trabajo por medio de las residencias y las amistades que nacen de ellas. A medida que los artistas participantes obtienen reconocimiento, esto se refleja en la institución, que obtiene crédito en forma de reputación para alimentar sus futuros esfuerzos.” [6] Ensayo y error En su investigación sobre programas de artistas en residencia en España, Marta Gracia, responsable de la plataforma Art Motile, distingue dos tipos principales de programas:

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Es cierto que redactar un manifiesto hoy en día puede parecer trasnochado o bien reivindicativo. No es esta mi intención. Los quince puntos precedentes resumen las reflexiones y decisiones tomadas durante ese experimento de un año de duración que fue CRIdA (Centro de Residencia e Intercambio de Artistas), fruto del proyecto que presentamos Fernando Gómez de la Cuesta y yo a la convocatoria de la Fundació Palma Espai d’Art. No pretenden ser una guía ni unos mandamientos del programa de artistas en residencia ideal, porque no existe un único modelo de este tipo de iniciativa. Algunas residencias ofrecen sólo alojamiento y espacio de trabajo, otras pagan al artista un sueldo mensual mientras que las hay que cobran por una formación específica o piden al residente una obra como pago por los recursos facilitados. Por tanto, no se trata exclusivamente de una lista de requisitos y servicios, sino de una dinámica y unos objetivos que establecen las líneas directrices del proyecto. Como indican las comisarias Ika Sienkiewicz-Nowacka y Agnieszka Sosnowska:


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