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MANHATTAN TRANSFER

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EL HISTORIADOR

EL HISTORIADOR

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Buscó una moneda y, como si fuese un jugador de la NBA, acertó a la taza de lata que hacía de receptor de limosnas. El sonido metálico de la moneda al golpear el fondo de la taza denunció lo escuálido de las propinas. Frankie siguió caminando y volvió a tocar el bolsillo interno; al percibir el block y el lápiz de grafito para dibujos se sintió tranquilo. Llegó a la entrada principal del Penn Station y se adentró entre la multitud. Observaba a la gente, buscando alguna dama con anteojos para dibujarla a hurtadillas. De pronto vio llegar una mujer de unos treinta años con unas gafas Mykita, se apresuró a abrir su block y se acercó solapadamente. Vio que ella quitó el ticket hacia Manhattan Transfer e hizo lo mismo. En el andén se mantuvo a distancia, pero dibujando cada detalle. Cuando llegó el tren, subió al mismo vagón. Recostado contra la puerta siguió dibujando; el horario en que iba lleno el tren ayudaba a que nadie se diera cuenta de lo que estaba haciendo. Al llegar a Harrison, la dama descendió y él también. La mujer caminó entre la nevisca y, un par de calles más adelante, entró a un edificio de departamentos. Él quedó expectante durante un rato y luego volvió a la estación. Tomó asiento mientras esperaba el tren que le permitiría regresar y aprovechó el tiempo para terminar de corregir su dibujo. De repente, sintió sobre sí una mirada. Levantó la vista: frente a él tenía una mujer toda de blanco con anteojos Burberry. Sintió escalofríos; la mujer se sentó al lado. —Son anteojos Mykita, por lo que veo en su retrato —dijo la mujer. Frankie respondió con una afirmación mientras la observaba minuciosamente. No tendría más de veinticinco años y vestía con gran elegancia, hasta su cabellera era color blanco pues se notaba en sus raíces que no era teñida.

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—Sus trazos denotan ansiedad, ¿o me equivoco?

Frankie le explicó que era solo un pasatiempo —Un pasamiento obsesivo, me animo a decir.

Frankie ahora la miró con aún más detenimiento: tenía los ojos de diferentes tonalidades, un rostro perfecto y una sonrisa pícara. —Perséfone —se presentó, extendiéndole la mano.

Frankie también le dijo su nombre. Su curiosidad iba en aumento con respecto a aquella misteriosa mujer. Para entrar en confianza le comentó que era dibujante de cómics y que trabajaba en una pequeña editora que hacía comisiones para editoras más grandes. Le preguntó a qué se dedicaba a la mujer de blanco. —Soy la propietaria del Hotel Jónico.

Cuando iba a preguntarle la ubicación, llegó el tren al andén. Subieron y el gentío los apretujó. El sintió algo en su cuerpo — ¿lujuria?— y luego de quince minutos el tren llegó al Penn. Caminaron rumbo a la salida. Ella era tan alta como él. Le pasó la mano a modo de despedida y quiso saber si podía volver a verla. —Todas las noches, en este horario, usted me puede encontrar en Manhattan Transfer.

Con una sonrisa provocativa dio media vuelta y se perdió en la multitud. Él se quedó un buen rato reflexionando sobre los acontecimientos de esa noche. “ ...everybody needs somebody to love, someone to kiss, someone to squeeze and I need you... ” Rumbo a su conventillo, Frankie divisó a varios linyeras acurrucados para aguantar la nevisca. Vio una vidriera donde titilaba un árbol de Navidad y una leyenda —¿irónica?— destacaba: SMILE, GOD LOVES YOU

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Al llegar al lugar —más aguantadero que conventillo— , subió por la crujiente escalera de madera de roble, símbolo de un pasado opulento que contrastaba con el presente. En el primer piso escuchó la pelea de la pareja de Europa del Este, que se insultaban en un dialecto extraño. Entró a su departamento, puso la calefacción antigua a todo lo que daba. Se recostó contra la pared y buscó en su celular el Hotel Jónico sin encontrar nada. Eso le generó aún más ansiedad: la dama de blanco con anteojos y nombre griego empezaba a ser una obsesión. Empezó a sentir un temblor en todo el cuerpo y por su mente fueron desfilando miles de imágenes de mujeres con anteojos. Sí, era momento de ir junto a algún facultativo para dilucidar su extraño comportamiento. Tardó en dormirse.

Golpeó el escritorio de su jefe con fuerza. —¡No podemos caer tan bajo!

El grito de Frankie retumbó en la oficina. Su jefe le había comunicado que habían aceptado hacer dibujos pornográficos de los superhéroes para una revista de sexo explícito. Sintió odio por ese redneck que no tenía categoría para estar al frente de la empresa, pero el superior fue contundente: —Es lo mejor que conseguimos y necesito los dibujos para dentro de una semana.

Salió del despacho dando un portazo. Se puso el sobretodo y salió de la oficina; fue caminando bajo una tormenta de nieve. Vio un bar y entró a tomar un bourbon. Trató de recapacitar, pero le entró una profunda depresión. Le vino a la mente la figura de Perséfone y su ánimo comenzó a cambiar. Pagó su consumición y salió con paso decidido rumbo a Penn Station.

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“ ...I hear hurricanes a-blowing, I know the end is coming soon, I fear rivers over flowing, I hear the voice of rage and ruin... ”

El tren iba lleno. Al llegar a Manhattan Transfer no supo muy bien qué hacer. Caminó por el andén, decidido a no salir a la calle debido al intenso frio. Se sentó en un banco lleno de grafitis y trató de ordenar sus pensamientos. Veía pasar la gente, todos apurados como siempre ocurre en diciembre. Al rato vio llegar a Perséfone, quien quedó de pie esperando el tren. Se levantó y fue hacia ella. —¡Oh, qué sorpresa! ¿De nuevo por aquí? —dijo ella.

Inventó una excusa para justificar su presencia en la estación. Ella tenía puestas unas gafas Fendi. De nuevo sintió un escalofrío. Llegó el tren y volvieron apretujados a Penn Station. Al dirigirse hacia la salida de la estación ella le preguntó. —¿Le gustaría conocer el hotel?

Él respondió afirmativamente. Tomaron un taxi y el viaje no duró más de diez minutos. Ella le indicó al pakistaní que conducía que se detuvieran en una esquina. Él quiso abonar, pero ella no lo dejó. Bajaron y doblaron la esquina, adentrándose en un cul de sac que se iba iluminando a medida que caminaban. La nevisca arreciaba, pero los tacos del Louboutin de ella iban marcando el paso. De pronto el taconeo cesó, aun cuando ella seguía caminando. Pensó que tal vez podría ser la diosa raptada por Hades, pero la aparición del Hotel Jónico en todo su esplendor lo desvió de su elucubración. Quedó fascinado. En lo alto, en un frontispicio corintio, estaba posado un zopilote, algo inaudito en ese clima. Perséfone le preguntó qué llamaba su atención y él le señaló el zopilote en la altura. Ella le respondió que no había ningún zopilote. Quedó extrañado, pero ella lo invitó a pasar al hotel.

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El hotel estaba recargado de arte grecorromano y todo era extremadamente pulcro. Fueron hasta el bar y ella preparó unos tragos. —¿No hay huéspedes? —pregunto Frankie. —Sí, el hotel está casi completo, pero es gente muy reservada. Siguió mirando con curiosidad los extensos espacios del lugar y se preguntó cuál sería el lugar más extraño de aquel extraño hotel. Como si hubiese podido leer su pensamiento, ella comentó: —¿Sabe una cosa? El lugar más extraño es donde se guardan los objetos olvidados por los huéspedes. Nunca nadie volvió para reclamarlos. Él le comento que le gustaría conocer ese lugar y ella le dijo que primero había que hacer un brindis. Entrelazaron sus copas; él sintió la cara de ella a escasos centímetros y vio resplandecer sus gafas. Sintió unos deseos de poseerla pero se contuvo, haciendo un gran esfuerzo. Ella le dirigió una mirada pícara. Luego caminaron por un gran corredor de mármol y entraron a otro amplio espacio. El lugar estaba lleno de objetos, en cada uno de ellos había una etiqueta que señalaba la habitación y el día en que fueron encontrados. Al final del recinto vio algo que lo sorprendió: era el traje de Superman, la etiqueta decía: Habitación 1212, Fecha: 12/12/2019. —¿Superman estuvo hoy aquí? —Tal vez no haya sido Superman, tal vez fue un huésped que era admirador del superhéroe. Frankie tocó el traje, era de una tela desconocida. —¿Le gustaría probarse el traje? El dudó por un instante, pero luego asintió con la cabeza.

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“ ...Hope you got your things together, hope you are quite prepared to die... ” El ascensor iba subiendo al piso 12. Al llegar, ella abrió la habitación marcada con el número 1212; Frankie se aferraba al traje. Ella le indicó el baño y él entró a cambiarse. El traje le quedaba perfecto. Salió del baño, rejuvenecido, y la vio a Perséfone completamente desnuda, sentada en un sillón Chesterfield al lado de un gran ventanal: estaba con las piernas cruzadas y su única indumentaria eran los Louboutin. Se quitó las gafas y con el dedo le hizo una seña para que se acercara. Él sonrió, nunca se había sentido mejor. Tomó impulso y se abalanzó sobre ella.

—¡Slow down! Bob Doyle le imploraba a la anciana armenia que hablara más despacio pues su inglés era deplorable. Ella, para dar más veracidad a su testimonio, hacía gestos remedando la caída de aquel hombre desde las alturas. Ordenó que todos los presentes se apartaran de la escena unos pasos para atrás. Un gran charco de sangre rodeaba el cadáver de aquel hombre. Curiosamente, su rostro lucía sonriente y más curioso era el traje de Superman que llevaba puesto. En ese instante llegaron los de identificaciones. Les dijo que mientras trabajaban él iría un rato hasta su patrullero. Miró nuevamente el edificio abandonado del cual había saltado el hombre con vestimenta de Superman; los de la comandancia le indicaron que estaba clausurado por la intendencia de Nueva York desde hacía más de un año por peligro de derrumbe. Mientras se dirigía a su vehículo, un afro drogado le pidió una limosna.

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—¡Fuck off, n*****! Entró al patrullero, ese mismo patrullero de policía que hacía más de cinco años manejaba y desde el cual le tocaba lidiar con cientos de indeseables, la mayoría venidos de confines extraños. Se preguntó si había valido la pena que su bisabuelo irlandés diera su vida en la Guerra de Secesión con la idea de que se construyera una gran nación. Tomó un sorbo de whisky de su petaca, algo prohibido en servicio pero que a él le encantaba transgredir. Prendió un cigarrillo mientras observaba ese callejón siniestro y en ese instante escuchó por la FM a los Manhattan Transfer. ¡Por fin buena música!, bien valía un nuevo sorbo. Alzó el volumen a todo lo que daba y siguió el compás de la canción golpeando el tablero de su patrullero: “ ...ooh wah, cool kitty, tell us about the boy from New York City, he is kind of tall, he is really fine, someday I hope to make him mine, all mine...

Martín Venialgo

Letras: Manhattan Transfer - Boy from New York City Creedence Clearwater Revival: Bad Moon Rising Blues Brothers - Everybody Needs Somebody Johnny Cash - Cocaine Blues

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¿ ¿Q QU UÉ É T TIIE EN NE EN N E EN N C CO OM MÚ ÚN N L LO OS S L LIIB BR RO OS S Q QU UE E M MÁ ÁS S V VE EN ND DE E T TU U E ED DIIT TO OR RIIA AL L? ?

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