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DESDE SU TUMBA, CELIA CRUZ SIGUE REINANDO

En el camino, alcanzó señalarnos algunas tumbas: la del trompetista Miles Davis, el pianista Duke Ellington, el saxofonista Jackie McLean y las de personajes de otras áreas como el editor Joseph Pulitzer, creador de los Premios Pulitzer, entre otras. Aunque no se encontraban en la ruta, comentó que allí estaban enterrados el compositor Irving Berlin y el rey del timbal Tito Puente.

Llegamos al panteón de Celia, el que comparte con su esposo Pedro Knight. Estábamos frente a una estructura que se imponía sobre las que estaban a su alrededor, bien cuidada y con el nombre de la artista grabado en la parte superior. Nos acercamos. A través de un cristal, observamos el interior: en el lado izquierdo estaba Celia y en el derecho, Pedro. Encima de la tumba de Celia había dos imágenes enmarcadas, una fotografía suya y la bandera de Cuba, y en el centro, un vitral de la Virgen María.

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Luego de un par de minutos, procedimos a tomar fotos. Mi hermano insistía en que él estaba cerca y podía volver –como de hecho lo hizo para reafirmar las rápidas observaciones de aquel momento– por lo que nos concentramos en registrar mi presencia.

Antes de montarnos en el carro, me di cuenta que, a unos metros de la tumba de Celia, estaba la de Johnny Pacheco, entonces creció la alegría. Le pedí unos minutos más al guardia y me acerqué. Ahí estaba el maestro, a su lado, como cuando protagonizaron una de las duplas más exitosas de la salsa, plasmada en 6 álbumes que acumulan una muestra impactante del repertorio de esta reina de la música del Caribe: Celia y Johnny (1974), Tremendo Caché (1975), Recordando el ayer (1976, junto a Justo Betancourt y Papo Lucca), Eternos (1978), Celia, Johnny y Pete (1980, junto a Pete “El Conde” Rodríguez) y De nuevo (1986).

tes a visitar la tumba de la intérprete. De repente, retomó el inglés y repitió, «los martes no recibimos visitantes»; pero esta vez continuó, «sin embargo, voy a hacer una excepción, llamaré a un compañero para que los lleve a la tumba de Celia, se toman las fotos y se retiran lo más pronto posible».

Felices, esperamos un minibús que llegó a recogernos. Saludamos en inglés al conductor, quien nos respondió en español, «no se esfuercen en hablar inglés, yo soy dominicano como ustedes». La carcajada dio inicio al trayecto, lo suficientemente largo para que el nuevo anfitrión nos contara que había nacido en Villa Francisca y que su padre era amante del son y la salsa.

Fue muy agradable ver la tumba de Pacheco, sobre todo porque lo que más trascendió de ésta, fue una fotografía donde, aparentemente, se veía en estado de abandono. Afortunadamente, pude confirmar que no era así, que su familia esperaba por una tarja especial para adecuarla.

La visita fue corta, pero sustanciosa y emotiva. Agradecimos, y seguiremos agradeciendo encarecidamente, la amabilidad de los guardianes que, en medio de sus deberes, cedieron ante el amor por las raíces, por esa identidad latina que nos aborda, permitiéndonos comprobar que Celia Cruz sigue y seguirá reinando desde Woodlawn, por los siglos de los siglos…

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