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Municipalidad electoral

Ganar con mayoría en el nivel municipal en la primera gran batalla de la guerra que anticipa las votaciones presidenciales de mayo, supone sembrar bandera en el terreno, abrazar una victoria aspiracional. Desde que se separaron las votaciones, el partido de turno en Palacio se enreda en una dinámica que ya es costumbre: asfixiar económicamente a los alcaldes de la oposición, para atraerlos a través del apoyo económico que los cabildos requieren para operar con efectividad en sus respectivas demarcaciones o, de lo contrario, someterse al escrutinio electoral que puede poner en peligro su continuidad en el cargo.

Uno más que otro, pero cada inquilino de Palacio apela a esta filosofía política. Nada nuevo. Con la victoria del Partido Revolucionario Moderno (PRM) en las municipales del 2020, dio a esta formación 81 alcaldías, sin contabilizar aquellos distritos municipales donde también ganó. El Partido de la Liberación Dominicana quedó con un saldo final de 65 ayuntamientos y, a su vez, se convertiría en el partido objetivo de la administración gubernamental para sufrir una hemorragia que inició temprano el 16 de octubre del 2021, y que aún no para de sangrar.

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El PRM tiene como objetivo fundamental seguir fortaleciendo sus estructuras con el fichaje de activos que provienen de la oposición en aquellas demarcaciones donde aspira ganar con su propia marca. Aún cuando trabajan en la conformación la que «será la mayor coalición de partidos en la historia política», como vienen anunciando sus líderes, en esta ocasión, a diferencia del 2020, están enfocados en fortalecerse como un partido con vocación de permanecer en el poder y superar los obstáculos históricos que –antes cuando era Partido Revolucionario Dominicano– le imposibilitaba reelegir a su Presidente.

Con la suma imprecisa de las cuentas que incluyen las juramentaciones de los alcaldes del PLD, Fuerza del Pueblo, Partido Reformista Social Cristiano y el Revolucionario Dominicano, el PRM sino supera el centenar de alcaldes, debe estar bien cerca. El laborantismo que inició en octubre del 2021 no ha cesado, todo lo contrario, a siete meses para las votaciones municipales del 18 de febrero de 2024, el partido en el Gobierno ha intensificado su ofensiva, para conquistar hasta lo inconquistable.

La oposición de ahora, como también sucedió con la de antes, deberá superar retos difíciles, mas no imposible. Mientras avanza el partido de gobierno en su lógica política, la oposición no tiene más opción que fortalecerse a sí misma para poder materializar un desempeño mínimamente competitivo en la primera vuelta del 18 de febrero. En una perspectiva que se incluye en esta edición, se vislumbra un eventual escenario en el que se reencuentren los dos protagonistas que tienen la posibilidad de enfrentar al PRM. Es decir, Fuerza del Pueblo, PLD y el PRD tratan (con dificultades, naturalmente) de ponerse de acuerdo en conformar la coalición que podría significar una participación electoral con vocación de triunfo.

Mata, que Dios perdona

La frase «en político no se puede creer» tiene razones que a través de la historia se repiten. Normal es que entre políticos se lancen virulentas acusacione, para luego levantanse los brazos, proclamándose las mayores cualidades.

Incluso hasta sangre ha habido en el medio de sectores que luego comparten trincheras.

Recientemente, Leonel Fernández, líder del partido Fuerza del Pueblo, aparecía en los medios de comunicación mientras firmaba un acuerdo electoral con Elías Wessin Chávez, hijo de Elías Wessin y Wessin, el general que en 1965 defendió militarmente el golpe de Estado contra el presidente Juan Bosch, fundador del partido por el que Fernández fue presidente de la República en tres ocasiones. Nada nuevo, porque precisamente, el ahora líder de la FP fue presidente en 1996 sostenido de las manos de quienes seis años atrás fueron acusados de haberle «robado las elecciones a Juan Bosch y al PLD».

Y así hay muchas alianzas que a veces el pueblo llama de «macos con cacata», sin mecionar nunca quién el maco o quién la cacata.

El pasado jueves, alrededor de las 4:00 pm, transitando por la avenida Máximo Gómez en dirección norte-sur, me crucé con un grupo de militantes del grupo Movimiento Rebelde, que lidera el empresario del transporte Juan Hubieres.

Se veían más banderas que gente, pero hacían ruido y agravaban el acostumbrado caos de esa vía.

De fondo se oía el contagioso tema del fenecido Johnny Ventura «¡Se van!», lo cual más o menos indicaba a qué iba el grupo al Hotel Barceló a esa hora.

Juan Hubieres aparecería poco más tarde en los medios tradicionales de comunicación firmando junto a Leonel, ambos mirándo- se casi enamorados, y luego de un abrazo fraterno, levantando sus puños en señal de victoria y unidad.

Casi al mismo tiempo, en la memoria y en las redes sociales aparecieron imágenes de tiempos en que el particular dirigente y empresario choferil profería con vehemencia expresiones altisonantes contra el ahora asumido líder Leonel Fernández.

Y yo no pude evitar preguntarme ¿qué habrá cambiado tanto en Leonel Fernández? —¿o en Juan Hubieres?— para que de pronto haya tanta admiración y reconocimiento entre ambos, tanto que Hubieres se mostró convencido de que ya «no hay marcha atrás».

Y uno pensando sobre el contraste entre las críticas-insultos del pasado y los actuales amoríos entre ambas figuras, también le llega la popular frase «mata, que Dios perdona».

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Hormonas y poder; genes y liderazgo

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De hecho, los neurólogos afirman también que la alta testosterona se asocia con una más acentuada necesidad de dominar al prójimo, y que quienes la tienen son más extrovertidos, más sociables, más impulsivos, más ambiciosos, más espontáneos y más emocionales Incluso, yéndonos más lejos, hay investigaciones acerca del origen de esas actitudes en la constitución hormonal prenatal, y entonces se piensa en que aproximadamente el 30% de las cualidades de liderazgo parecen estar ya en los genes, como explican algunos estudios realizados con hermanos gemelos. Los tamaños y la magnificencia de las oficinas y los palacios, toda la parafernalia de los salones, el ritual de las preferencias y las referencias en el protocolo, el número de escoltas, de acompañantes, las puertas por las que se entra o se sale, y otras señales buscan y definen estatus social, nivel de autoridad, y poder. Hay una base biológica en esa trivial vanidad humana, similar a la de otros muchos animales, de querer aparentar ser más alto, por ejemplo. En el caso de los nuestros, con banquetas, tarimas o alzas en los zapatos. Los grandes suelen ser más poderosos en el reino animal, y también en nuestra especie: los líderes suelen tener una estatura superior a la media de sus súbditos, y hay una cierta relación entre la altura física y la victoria electoral. La talla media de los presidentes de Estados Unidos es casi cinco centímetros superior a la media de la población adulta masculina.

Desde que se popularizó la televisión en las campañas en Estados Unidos, en las elecciones Nixon-Kennedy de 1960, el candidato más alto ha ganado ocho veces y el más bajo sólo cuatro, motivo por el cual cuando hay debates electorales los candidatos bajos quieren debatir sentados y los altos de pie.

En otro orden, los lobos aúllan por las tardes para prepararse para la caza, y también por la mañana, para preparar el día. Aúllan proclamando su poder. Los aullidos de los lobos poderosos son seguidos por el resto, pero no así los de otros lobos de estatus inferior. Los humanos también ajustan su voz en función del estatus. La voz es un fuerte indicador de jerarquía social, tal y como indican diversos estudios, como el de Stanford Gregory. ¿Quién ajusta el tono: usted a su interlocutor, o al revés? En un debate, por citar un caso, lleva las de ganar quien mantiene el dominio de su timbre de voz frente a su contrincante.

Como los monos y otros animales, cuando un humano ocupa más espacio en su pequeño entorno en la interacción con otros, extendiendo los brazos, ocupando la mesa con sus papeles oponiéndose a una altura mayor, está lanzando una poderosa señal de dominio que los demás perciben, y de ahí el tamaño de los despachos u oficinas siendo proporcional a la posición jerárquica que se ocupa. Si el líder gesticula como líder, es probable que los demás se moderen en los gestos. Si el líder se modera en los gestos, es probable que los demás sean más expresivos con su actitud gestual.

Los códigos del poder señalan quién es el macho alfa o, con menos frecuencia, la hembra alfa. La transmisión en directo de la llegada a la luna y por lo tanto de quién ganó la carrera espacial, o la victoria de un país es un Campeonato Mundial de Fútbol son códigos de poder. Hay un asertivo comportamiento alfa, con importantes dosis de testosterona haciendo efecto, en cada una de esas muestras de fuerza y orgullo colectivo.

Finalmente, y volviendo a la testosterona, se sabe que es una hormona necesaria en la política. Quien no tiene, no aguanta. No obstante, presenta un lado oscuro: tenerla en demasía lleva a la competitividad. Hay estudios que señalan que incluso a la corrupción. A más testosterona, más conductas antisociales, así que OJO. La testosterona alta en hombres provoca cambios en el ánimo y el humor, con tendencia a la agresividad y la violencia. ¿Estás viendo un candidato así? Es probable que necesite examinar los niveles de esta hormona en su cuerpo.

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