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Mucho ojo con la viralización en redes sociales

los medios de comunicación tradicionales (escritos, radiales y televisivos).

Poniendo a las personas a pensar que este hecho es más trágico de lo que realmente es; ¿Es decir, crean una falsa percepción en la ciudadana y ya el daño está hecho, ahora bien, quien lo repara? Evidentemente que nadie, la reputación del funcionario o funcionaria que está al frente de esta responsabilidad, queda en tela de juicio su capa- cidad gerencial, ¿y será ese el interés que persiguen?

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Esto evidencia la fortaleza de la tecnología, mostrando el cambio extraordinario en la forma en que se sitúa el flujo de la información.

Los efectos negativos de la viralización convierten el tema en un arma de doble filo, los contenidos difundidos no se corresponden con la realidad del país y crean una falsa percepción ya sea para desinformar, provocar caos, desacreditar el trabajo del funcionario o porque no se gestionó adecuadamente la información del reportaje. Por lo que una reseña negativa viralizada en redes sociales y medios de comunicación impacta considerablemente en la reputación de la empresa, ya que llega a miles y millones de usuarios que pueden ponderar en cuestión de segundos.

De ahí que, en este mundo moderno de redes sociales, debemos tener claro que lo viral no siempre está asociado con la realidad del hecho.

En la mayoría de los casos, lo viral está vinculado al interés individual o colectivo de ciertos núcleos, para potencializar o desacreditar… a la empresa, individuos o colectivos.

*Fuente: Oficina Nacional de Estadísticas

Comparto el cuadro que acompaña este artículo, como ejemplo que evidencia la irrealidad de lo viral del tema, mostrando la bochornosa, escandalosas estadísticas desde año 2013 al 2022 y la forma de como vienen reduciéndose los embarazos en adolescentes en el país, aspecto que cada cierto tiempo aparecen titulares tratando el caso y es obvia la indignación –con justa razón– de gran parte de la población. Sin embargo, al mirar los números fríos de los últimos 10 años se aprecia un significativo descenso en los casos, siendo esta la verdadera realidad y que a pocos les interesa que se sepa, simplemente por politiquería o mezquindad.

ALEXIS MÉNDEZ @alexis_mendez EDITORA DE ARTE Y CULTURA

Como si estuviera de parranda, la nieve les dañó el paisaje navideño a los neoyorquinos y apenas llegó y azotó aquel martes, 28 de febrero. Era la fecha de mi compromiso con la historia, con mi pasión por la música, con la salsa, y no estaba dispuesto a que ningún capricho climatológico estropeara mi agenda. No importaba el frío ni lo resbalosa que pudieran estar las calles y aceras, quería arriesgarme. Me resistía a un retorno sin completar mi plan, sin visitar la última morada de Celia Cruz.

Lo que cuento viene a propósito de cumplirse 20 años del fallecimiento de Celia Caridad Cruz y Alfonso, Celia Cruz, el 16 de julio de 2003, y cuya partida física no ha mermado ni un ápice su presencia y valoración en el firmamento artístico. Por el contrario, se ensancha a través del tiempo, gracias a un legado que se va redefiniendo en favor de la cultura musical latina en los Estados Unidos y el mundo. Decidido y acompañado por mi hermano, tomé el tren 4. No estábamos lejos, apenas a unas cuantas estaciones, de sur a norte. Alrededor de las 3:30 de la tarde, llegamos al Cementerio de Woodlawn en el barrio irlandés Woodlawn, fundado en 1863, uno de los más grandes de Nueva York, para aquel entonces ubicado en las afueras de la ciudad. No vimos a nadie en la garita que está en la entrada, por lo que empezamos a caminar. Cuando habíamos avanzado 50 metros, escuchamos una voz que gritó, «los martes no recibimos visitantes». Era un vigilante que salió de la nada. Nos acercamos hacia él. Mi hermano, con un inglés más fluido que el mío, le explicó que yo había llegado desde la República Dominicana y tenía interés de visitar la tumba de Celia Cruz. El hombre interrumpió la conversación para hablar por radio. Al retomarla, volvió decir, «los martes no recibimos visitantes». Sin mostrarse insistente, mi hermano le agradeció y le trasmitió nuestra frustración, pues yo tenía vuelo de regreso al día siguiente. El guardián volvió e interrumpió para tomar una llamada, mientras nosotros, escurridizos, nos dirigíamos hacia la salida.

De repente nos gritó, esta vez en español, «en este cementerio se encuentran grandes personalidades, pero ninguna recibe más visitas que Celia». Resultó ser puertorriqueño y conocía de la vida y obra de la llamada guarachera de Cuba, más allá de su mausoleo y el registro en el que leía su nombre.

Con más confianza y en nuestro idioma, sostuvimos una breve y amigable «conversación salsera». Los ojos le brillaban al hablar y reiteraba que, día tras día, llegaban turistas de diferentes par-

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