Hispanic Culture Review - 2022-2023

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Vol. XXIX | 2022 – 2023

GEORGE MASON UNIVERSITY

Volume
2022 – 2023
XXIX

EQUIPO EDITORIAL EDITORIAL TEAM

2022-2023

Alfredo Ulises Cervantes Frías, Editor-in-Chief

Jhoana E. Guzmán Salinas, Managing Editor

Katty Becerra de Melo, Assistant Editor

Keiry Yessenia Chicas, Assistant Editor

Ana Belén García, Assistant Editor

Clarita Orosco Gutierrez, Social Media Director

Emilia Hope Grove, Graphic Design Director

Faculty Advisors

Carla Fernández Burns

Modern and Classical Languages

Jason Hartsel

Student Media

Peer Reviewers

Martha Castro-Hernandez

Ximena Espinoza Pérez

Kelly M Rodas Hernández

Contributions, solicited or not, are accepted in either English or Spanish, but should follow the latest edition of the MLA Style Manual, MLA Handbook or the APA Formatting and Style Guide. See Submission Guidelines at the end of the journal for further information.

The Editorial Team has made an effort to preserve and maintain the intentions of the authors whenever possible.

SUBSCRIPTION RATES: $7 (single issue) | $12 (two issues)

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HISPANIC CULTURE REVIEW

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Cover Image: Don Beto

Artist: Salvador Gutierrez Zamora

© 2022-2023 Student Media, HCR

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Hispanic Culture Review is published annually by the students of George Mason University. This publication has been made possible with funding from the George Mason University Office of Student Media. The articles included reflect the opinions of the authors, and not necessarily those of the editors or George Mason University.

La convocatoria / Call for Submissions

La celebración de nuestras conexiones

Vivimos en un mundo cambiante donde nuestras experiencias nos unen y donde la resiliencia nos ayuda a superar obstáculos, transformarnos y dar valor a diversos marcadores de nuestra identidad. Somos quienes somos al estar en contacto con esas experiencias y conexiones con nuestra gente. Estas conexiones que, sin darnos cuenta, se crean desde el horno de la abuelita hasta conversaciones con desconocidos en el metro, nos ayudan a forjar vínculos permanentes en nuestras vidas. Donde sea, siempre buscamos ese espacio donde podamos celebrar juntes nuestras conexiones que nos atan a la experiencia hispana.

Como dijo una vez el escritor uruguayo Eduardo Galeano, «lo mejor que tiene el mundo está en los muchos mundos que contiene el mundo». Por eso, este año te invitamos a reflexionar sobre las siguientes preguntas, ¿Cómo celebran tú y tu comunidad esas conexiones? ¿Cómo valoras esas experiencias con aquellas personas que dejan huella en tu vida?

Welive in a changing world where our experiences unite us and where resilience helps us overcome obstacles, transform ourselves, and give value to various markers of our identity. We are who we are by being in touch with those experiences and connections with our people. These connections that, without realizing it, are created from abuelita’s oven to conversations with strangers on the metro, help us forge permanent bonds in our lives. Wherever it is, we always look for that space where we can celebrate together our connections that tie us to the Hispanic experience.

As the Uruguayan writer Eduardo Galeano once said, “the best that the world has is in the many worlds that the world contains.” Therefore, this year we invite you to reflect on the following questions: How do you or your community celebrate these connections? How do you value those experiences with those people who leave a mark on your life?

NARRATIVA / NARRATIVE

ARTE VISUAL / VISUAL ART

Elizabeth Hernández Apraez La suerte es canija 14 Luna Abril Alonso Díaz Chucho 25 Laura A. S. Fermin In the Light of the Sun 36 Hemil García Linares El alba 41 Héctor Adrián Vera Calderón Dos ramitas de canela 46 Angélica Labrada Entre los humos 52 Carlos ECO Aurora 60
Salvador Gutierrez Zamora Don Beto Cover, 12 Fandango 51 Alison Paola Yanchaguano Mise Fiesta de la Mamanegra 24 ÍNDICE
TABLE of CONTENTS Perla Yadhira Hernández Gallegos Hand Up 34 Mi última conexión 88 Ramón Ángel Acevedo Arce Alhelí junto a su abuela 40 Pobladores platicando en la montaña 70 Lugareños conversando al contraluz 94 Antonio Farto Casado Pinta Malasaña 44 Victor Hugo Toledo Aguilar Vida en las alturas 58 Truman Deree Waterfall 66 Noel Bellido Tejado Castillo 74 Graciela Rodríguez Rodríguez Insilio 84 Manel Subirats Ferrer Union is Strength 100

POESÍA / POETRY

ÍNDICE
Francisco E. Gil En ese lugar 68 Alicia Elizabeth Acevedo Martínez Hermano migrante 72 Felipe Casas Hoy vuelvo a casa, papá 76 Ricardo Rojas Mora Día favorito 77 Ángel Gabriel Crespo El corazón de un mundo 79 Adriana Delgado Román Herencias 81 Paola Benitez Padilla Los sinfuturo 86 Oscar Bahena López El abuelo ausente 90 Felipe Casas Como de plastilina 92
TABLE of CONTENTS = GANADOR / AWARD WINNER — 1.º LUGAR / 1ST PLACE = GANADOR / AWARD WINNER 2.º LUGAR / 2 ND PLACE = GANADOR / AWARD WINNER 3.º LUGAR / 3 RD PLACE RECURSOS AUXILIARES / AUXILIARY Dedicatoria / Dedication 5 Nota del editor / Editor's Note 10 Declaraciones de los artistas / Artist Statements 96 Biograf ías de los autores / Author Biographies 101 Biografías de los editores / Editors’ Biographies 113 Pautas para el envío de trabajos / Submission Guidelines 118 Formulario de subscripción / Subscription Order Form 120

Nota del editor

Escon gran satisfacción que les presentamos la edición 2022-23 de Hispanic Culture Review. Nuestro objetivo es difundir los lazos de la multiculturalidad y establecer vínculos en las comunidades e instituciones que se dedican a la difusión de la cultura hispana en Latinoamérica y Estados Unidos. Nuestro tema para esta edición es "La celebración de nuestras conexiones", que despertó la imaginación de les colaboradores para contarnos historias de alegría, amor y nostalgia. Les autores de esta edición nos inspiran a reflexionar sobre las conexiones que dejan huella en nuestras vidas y nos ayudan a descubrirnos a nosotres mismes.

Queremos agradecer profundamente a les colaboradores quienes nos brindaron historias conmovedoras con nosotres y les lectores. Cada colaborador nos ayudó a adentrarnos en su mundo para compartir las mismas emociones, sentimientos, colores y olores que surgieron al momento de la creación del texto. Esta edición nos ayudó a reconectarnos con nuestras raíces y ver una perspectiva única sobre el gran impacto que otras personas hacen al cruzar nuestras vidas.

A través de estas páginas encontrarán historias inspiradoras que nos recuerdan soñar, vivir, sentir y redescubrirnos de alguna manera dentro de estos temas. Cada obra representa el reflejo de un mundo ante la lente de cada colaborador. Esperamos que les lectores puedan conocer la riqueza de la cultura hispana a través de cada una de estas obras.

En nombre del equipo editorial y mío, nos gustaría extender nuestro agradecimiento por el inmenso apoyo de nuestros asesores, Jason Hartsel y la profesora Carla Burns, quienes nos apoyaron en cada paso de la publicación. Su apoyo es fundamental no solo para la revista sino para hacer de nuestra visión una realidad. Del mismo modo, gracias a la oficina de Student Media de la Universidad George Mason por apoyarnos cada año.

- A lfredo Ulises Cervantes Frías

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Editor's Note

Itis with great pleasure that we present the 2022-23 edition of Hispanic Culture Review. Our goal is to spread the ties of multiculturalism and establish links in the communities and institutions that are dedicated to the dissemination of Hispanic culture in Latin America and the United States. Our theme for this year is "Celebrating Our Connections," which sparked writers' imagination to tell us stories of joy, love, and nostalgia. The collaborators of this edition have inspired us to reflect on the connections that leave a mark on our lives and help discover ourselves.

We want to deeply thank the contributors who brought moving stories to us and the readers. Each contributor helped us to enter their world to share the same emotions, feelings, colors, and senses that arose at the time of their creation. This edition helped us reconnect with our roots and see the unique perspectives of other people who make an impact when crossing our lives.

Through these pages you will find inspiring stories that remind us to dream, live, feel, and rediscover ourselves. Each work represents the reflection of a world through the lens of each contributor. We hope that readers can learn about the richness of Hispanic culture through each of these works.

On behalf of the editorial team and myself, we would like to extend our gratitude for the immense support received by our advisors, Jason Hartsel and Professor Carla Burns. They supported us at every step of the publication and their support is essential not only for Hispanic Culture Review but to make our vision a reality. Likewise, we are extremely thankful to the George Mason University Office of Student Media for always supporting us each year.

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Don Beto

(San

1.º LUGAR / 1ST PLACE (Arte visual / Visual Art) Salvador Gutierrez Zamora Pedro Cholula, Puebla, México)

NARRATIVA NARRATIVE

1.º LUGAR / 1ST PLACE

(Narrativa / Narrative)

La suerte es canija

¡Quémala suerte tiene mi abuelita! Desde hace más de una semana que no vende ni un solo cachito de lotería. Y eso que todos los días sale a trabajar. Pero hoy domingo voy a acompañarla, a ver si se le quita esta suerte tan chaparra que tiene.

La suerte es de color amarillo. De eso estoy seguro. Por eso me pongo la playera con la que siempre meto los goles cuando juego con Los Cuervos, mi equipo de fútbol. Es tan amarilla como las flores de cempasúchil. Además, hace juego con mi piel oscura y es tan larga que no se nota que los pantalones me quedan aguados.

Tomo de la mano a mi abuelita y nos vamos caminando hasta el metro. Mi abuela entra gratis, yo me escurro por debajo del torniquete. Atravesamos la ciudad en el largo gusano naranja que anda con los focos prendidos por debajo de la tierra, una hora después se detiene en la estación Etiopía y nos expulsa por una de sus puertas.

Ahora es mi abuelita la que me toma de la mano, me lleva por calles llenas de árboles y flores, no me suelta hasta que llegamos a la iglesia, nuestro lugar de trabajo. Pero primero es lo primero: entramos a misa de ocho.

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Se oye el piano sonar y la voz gigante de un hombre cantar. Por la puerta empiezan a entrar las personas que llegan a rezar, a cantar y a comer hostia. Un rato después, una señora de pelo chino pasa recogiendo limosna en una bolsa de terciopelo rojo. Todo el mundo le da dinero menos nosotros.

¡Cómo me gustaría que esa bolsa fuera nuestra!

El hombre de la voz gigante vuelve a cantar; mientras unos hacen fila para comulgar, otros se paran frente a los santos, les rezan, los tocan, se persignan y avientan monedas y billetes por las ranuras de las alcancías. Yo ruego para que les sobre algo y nos puedan comprar al menos un cachito de lotería.

Antes de que el cura dé la bendición, mi abuelita me hace señas con la cabeza, nos santiguamos rapidito y nos vamos a ocupar nuestro puesto en la puerta de la iglesia, porque allá afuera todos los lugares son bien peleados, por suerte mi abuela ya tiene ganado su puesto desde hace cuarenta años.

Espero que nos vaya bien porque aquí la competencia es dura. Apenas la gente sale de la iglesia y baja las escaleras se encuentra con dos viejitas sentadas en el piso con un bote de plástico en la mano que alzan para pedir monedas. Y más allá, el olor de las gorditas de nata, llama a la gente. La tamalera tiene las ollas rebosantes de tamales de todos los sabores que sueltan humo por las hojas. El bolero ya está haciendo sonar su trapo y su cepillo. Las monjitas no se quedan atrás, ofrecen buñuelos, galletas y pan. Y luego está el señor que vende flores y veladoras intentando agarrar algún cliente.

Mi abuelita levanta sus billetes de la lotería yempieza a gritar con su voz vieja y gastada:

—Juéguele a la lotería, juéguele a la lotería.

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Una señora con un chongo en la cabeza que sale de la iglesia se le acerca, no le compra ni un cachito de lotería, pero sí le pone un billete en su mano temblorosa. Y mi abuela le da las gracias y los ojos se le humedecen un poco. Mete el billetito en las bolsas de su mandil. Y vuelve a gritar con su voz vieja y gastada:

—Juéguele a la lotería, juéguele a la lotería.

Y yo, con mi voz nueva y delgada como un hilo, también llamo a los clientes a grito pelado:

—Juéguele a la lotería, juéguele a la lotería.

Las campanas de la iglesia llaman por segunda vez a misa de nueve. Los billetes de la lotería de mi abuela siguen intactos. Por más ganas que le echamos para gritar, nadie se acerca a comprar. Lo bueno es que una que otra persona le regala una moneda o un billetito: de veinte, de cincuenta. Ahora las bolsas del mandil de mi abuelita se parecen a las alcancías de los santos de la iglesia, solo que a mi abuela no la tocan, ni le rezan, ni se santiguan frente a ella.

A las nueve de la mañana llega mi momento favorito. Las campanas suenan por tercera vez, la gente que salió de misa de ocho ya se ha ido, nuevas personas entran en la iglesia para la siguiente misa, afuera todo es tranquilidad y silencio, y entonces la señora de los tamales llama a mi abuela:

—Véngase a desayunar, doña Martha —le dice, no me nombra a mí, pero sé que yo también estoy invitado a comer tamal con atole.

Nos acercamos al puesto de tamales. Por la enorme boca de la olla se

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asoman los oaxaqueños, los de rajas, los dulces, los de salsa verde y los de salsa roja. Por fuera todos parecen iguales, tienen la forma de un rectángulo y están envueltos en hojas de elotes. La señora nos concede el privilegio de escoger.

—¿Verde o de rajas? —nos pregunta.

Yo le pido uno de salsa verde y mi abuela uno de rajas. La señora mete la mano en la olla y saca sin equivocarse los dos tamales. Comemos despacio, queriendo que nunca se acaben, pero por más lento que masticamos, se acaban.

Con la panza llena es más fácil sentarse a esperar a que acabe la misa de nueve de la mañana. Pero mi abuelita no se puede quedar sentada mucho tiempo porque le empiezan a doler las piernas. Camina lentamente del puesto de los tamales al puesto de las gorditas de nata. Después se queda parada un rato en la mitad del camino. Yo me asomo a la iglesia. Falta mucho para que la misa termine. El padre está hable que hable. Juego a subir las escaleras como si tuviera una sola pata. Salto, salto, salto y llego a la cima. Ahora voy a bajar.

—Ya deja de brincar como un chapulín, que te vas a caer —me advierte mi abuela.

Salto, salto, salto y me caigo. Miro feo a mi abuelita por echarme la sal. Es como si me hubiera puesto una zancadilla, no con el pie, sino con palabras. La pierna me duele duro, pero me gana el orgullo, me levanto y vuelvo a saltar. Mi abuela mueve la cabeza de un lado a otro. Que no vaya a abrir la boca porque seguro que me hace caer.

Me concentro. De aquí abajo hay doce escalones. Un escalón, dos escalones… ¡Grrr! ¡Qué lata!, llego al quinto y la voz del padre me hace

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tambalear un poco, no porque me esté regañando sino porque escucho que acaba de dar la bendición. Significa que la misa se está acabando. Yo bajo en mis dos patas corriendo hasta donde se encuentra mi abuelita.

—La gente está a punto de salir, el padre ya les está echando el agua bendita —le cuento a mi abuela.

—Tenemos que alistarnos —dice ella—, hay que vender por lo menos un cachito de lotería.

—Abuelita, deme una serie, yo quiero vender. —Jalo la punta de un billete de lotería que mi abuela sostiene en las manos.

Mi abuelita me ve con desconfianza y abraza más fuerte los billetes.

—Todavía no, eres muy chico.

—Acuérdese que usted dijo que cuando yo cumpliera los diez años me iba a dejar vender. Y ya los tengo. Ándele, abuelita, déjeme vender.

Me mira fijo a los ojos en silencio, después pone en mis manos la serie con mucho cuidado y me hace una advertencia.

—Te voy a dar una serie, pero ponte abusado, agárrala bien, nunca la sueltes. Recuerda que vender la lotería no es un juego de niños, es algo muy serio. ¿Me entendiste?

—Sí, entendí.

La serie parece un pedazo de papel cualquiera, pero ya viéndola bien no lo es, tiene veinte billetes o cachitos, cada cachito cuesta cincuenta pesos y lleva un número en la parte de arriba, veo sellos por todas partes y lo

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que más me gusta es que en cada billete hay fotitos de pueblos mágicos de Jalisco. Si este fuera el número de la suerte y alguien me comprara toda la serie, se volvería muy muy rico. A lo mejor me daría una propina y yo tendría lana para comprar una bici, y unos tenis, y una camisa, y un pantalón que no me quede aguado.

Las primeras personas empiezan a salir por las dos puertas de la iglesia. Mi abuela y yo los esperamos al final de las escaleras, tenemos cinco minutos para convencerlas de que nos compren por lo menos un billete de la lotería.

—Juéguele a la lotería, juéguele a la lotería —gritamos los dos.

Nadie nos pela. Nuestras voces se pierden en medio del ruido de las campanas de la iglesia que suenan sin parar, de los gritos de los otros vendedores, de las palabras que van dejando en el aire las personas que pasan. Como la cosa no está funcionando, empiezo a perseguir a la gente.

—Güerita, le tengo el número de la suerte —le digo a una chava que ni siquiera es güera y que agita la mano para zafarse de mí.

A una viejita que pasa dando pasos lentos con la ayuda de un bastón, le muestro la lotería:

—Doñita, llévese el número ganador —le digo, pero ella solo me da las gracias y se va sin decirme ni adiós.

Y a un hombre grande y pelón que camina tan rápido como una hormiga, le sigo el paso:

—Jefecito, este es el bueno —le digo señalándole el número de un cachito de la lotería. El pelón no me compra nada, pero me da una moneda.

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Voy de allá para acá correteando a las personas. De repente ya no hay gente a la que pueda perseguir. Todos se han ido. Busco a mi abuelita.

—No vendí nada —le digo. Ella me acaricia la cabeza.

—No te apures —dice—, apenas estamos empezando. Todavía faltan seis misas más.

—Y usted, ¿cuántos cachitos vendió, abuelita?

Mi abuela mueve la mano de un lado a otro para decirme que nada.

—¿Será que hoy tampoco vamos a vender ni un cachito? —le pregunto.

—¡Shhh! —dice ella tapándose la boca con el dedo—. ¡Chitón!

Cada vez que se acaba una misa y empieza otra volvemos a intentarlo. Pero no conseguimos vender nada. Justo a la una de la tarde, cuando el sol parece un enorme balón amarillo de futbol, y el viento corre silbando alegre por la calle, aparece de la nada un hombre. Parece un Santa Claus. Está ahí al lado de mi abuela y de mí, con sus cabellos blancos y alborotados, y con su barba larga colgando de su quijada como un copo de nieve. No está vestido de rojo como todos los santa, sino de pantalón de mezclilla y camisa azul. El hombre le regala a mi abuela un billete de cien pesos y a mí me da cincuenta pesotes.

—Toma tu domingo —me dice.

Hace tanto tiempo que nadie me daba mi domingo que se me abren los ojotes para ver el billete color morado y cuando busco al señor Santa Claus

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para darle las gracias, ya se ha ido. Doy saltitos alrededor de mi abuela de lo feliz que estoy. Ella solo me mira seria y en silencio.

—¿Qué pasa abuela?, ¿no está contenta con el billete que le regaló el señor de barbas blancas?

—Claro que estoy contenta, lo que pasa es que no hemos vendido lotería y eso me preocupa. Mira la hora que es.

—Ya no necesitamos vender la lotería, abuelita. Mire esos billetes y monedas que tiene en las bolsas de su mandil. Todos se los han regalado las personas que salen de la misa. ¿Por qué mejor no le pedimos dinero a la gente? Sería más fácil.

—No soy limosnera, yo soy vendedora de lotería y me gusta mi trabajo.

—Pero la lotería no se vende, abuelita. No se vende.

—Sí se vende —dice mi abuela en tono fuerte, como si me estuviera regañando—, yo he vendido por más de cuarenta años lotería, lo que pasa es que los clientes viejos ya se murieron y los chamacos de ahora, si acaso, compran un cachito. A la gente se le está olvidando soñar.

—¿Soñar?

—Sí, cuando alguien compra la lotería sueña con ganársela para comprar una casa grande y bonita, irse de viaje por el mundo o estrenar un coche. La mayoría de la gente que juega a la lotería no gana nada, pero sí sueña. Y eso es importante.

—¿O sea que usted es una vendedora de sueños, abuela?

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—Más o menos —dice.

A las tres de la tarde se terminan las misas. Mi abuela y yo nos vamos a sentar a una banca en lo que comemos. Ella saca los toppers en los que hay frijoles, nopales y tantita salsa de jitomate que preparó en la casa esta mañana. Comemos con ganas. Después mi abuelita hace cuentas. Ni ella ni yo vendimos nada. Las series de la lotería están completas.

—Qué mala suerte, abuelita —le digo—, ni una sola persona nos compró la lotería, y eso que me puse mi playera amarilla, la de la buena suerte.

—No hay mala ni buena suerte —dice mi abuela—. Eso sí, la suerte es canija, te puede tocar o no te puede tocar, y es caprichosa: decide a quién sí o a quien no le va a llegar.

Mi abuela esculca las bolsas de su mandil y saca las monedas y los billetes que la gente le regaló a lo largo del día. Los cuenta. En total le dieron trescientos pesos. Toma un billete de cincuenta pesos y me lo entrega.

—Hazme un favor —me dice—, véndeme un cachito de lotería.

Yo me río pensando que mi abuela me está tomando del pelo.

—Véndemelo —insiste—, si no me lo vendes, el distribuidor me va a correr de mi trabajo, va a pensar que estoy muy vieja y que no sirvo ni siquiera para vender un cachito de la lotería.

Arranco el cachito de lotería y se lo entrego a mi abuela. Ella lo guarda en medio de sus manos. Hurgo las bolsas de mi pantalón, saco los cincuenta pesotes que me regaló el señor Santa Claus y alargo el brazo para entregárselo a mi abuela.

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—Abuelita, yo también quiero comprar un cachito de lotería —

le digo—, ¿me lo vende?

Mi abuela me mira con esos ojos tiernos y negros que tiene. No contesta nada, pero me pasa el pedacito de lotería.

Y los dos soñamos. Yo no sé qué soñará ella, pero yo me ilusiono con la idea de que mi abuela pueda seguir vendiendo la lotería en la puerta de la iglesia por muchos años más.

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(Latacunga, Ecuador)

2.º LUGAR / 2 ND PLACE

(Narrativa / Narrative)

Chucho

Luna Abril Alonso Díaz

Estaba por subirme a mi vuelo cuando encontré un cuaderno en el suelo del aeropuerto. Al levantarlo, leí que en la tapa decía: "Bitácora de viaje". Y me dio curiosidad, porque yo no soy muy viajada que digamos, no tengo el dinero necesario para recorrer el mundo.

Gracias a ese librito, me entretuve las cuatro horas que tenía que pasar sentada en el avión. Poco a poco, descubrí que se trataba de un gringo (bastante cómico dicho sea de paso) que escribía sus "aventuras" en su lengua materna para no perderla (suerte que sé bastante inglés), y que tuvo varios inconvenientes recorriendo el centro y el sur de América.

Los mejores fragmentos estaban desperdigados en los lugares justos para captar mi atención y, traducidos al español, decían así:

22/01 - Hace algunas horas llegué a la Argentina. Me recibieron unos amigos por correspondencia en su departamento. La idea es empezar el viaje lo más familiarizado posible. Estoy muy emocionado.

Apenas llegué, noté el abrupto cambio de temperatura entre la calle y adentro. Según ellos, hacía un "alto calor", o sea, mucho calor, y por eso

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tenían el aire acondicionado "al mango", o sea, configurado con mucha potencia. Como yo ya me había acostumbrado a la temperatura de afuera, entré y me dio un escalofrío.

—¿Tenés frío? Si querés apagamos el aire un ratito.

—No, no, estoy bien.

—Bueh, vos avisá. Yo decía porque vi que te agarró un chucho.

Entonces les tuve que preguntar qué significaba. Resulta que en Argentina "chucho" quiere decir "escalofrío".

Me voy a la cama contento. Hoy aprendí algo nuevo. Y en mi viaje de seguro esto sucederá a menudo.

27/01 - Tienen que probar la sopa de pata. Es una delicia. Se prepara con plátano, yuca, pipiantes, ejotes, güisquil, jalapeños y, por supuesto, patas de vaca. Necesito preparar esta receta cuando llegue a casa. No sé qué tan bien me vaya a salir, pero en el restaurante salvadoreño estaba tan rica que iba por mi tercer plato cuando la mesera me dijo lo siguiente:

—¡Vaya, pero usted sí que es un chucho!

—¿Gracias pero no gracias? Estoy bien, no tengo frío.

Entonces comenzó una larga plática con la mesera, que dedujo por mi acento que yo no era de ahí, y que no había entendido en absoluto lo que había dicho.

Ella me explicó que, al parecer, "chucho" quiere decir "glotón" en El Salvador. Yo, a cambio, le expliqué que en Argentina significa escalofrío. Luego continuamos bailando alrededor del tema, hablando sobre lo impresionante

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que nos resultaba que una palabra tan simple tuviera dos definiciones completamente diferentes.

30/01 - Nunca antes les había temido a las alturas. Tengo la certeza de ello porque pude viajar en helicópteros y aviones sin problemas. No obstante, cuando uno se enfrenta a un puente con cinco siglos de antigüedad (a pesar de lo renovado que esté), con 90 pies de largo y hecho de fibra vegetal, no es igual. Me refiero al mismísimo puente Queshuachaca, que cruza el río Apurímac y fue construido por los Incas. El último puente Inca del mundo, que se balancea apenas caminas en él.

—¿Qué pasa, pe? ¿Tiene chucho? —...

—Esté tranquilo, pe. No hace falta ser lechero. Una vez que lo haga verá que es una papaya.

Esas fueron demasiadas frases idiomáticas juntas, y el guía definitivamente no ayudó a calmar mi miedo, aunque gracias a él acabé por lograrlo.

Ahora que estoy sentado y le puedo destinar el tiempo adecuado a la traducción, registro que "chucho" es "miedo", "lechero" es "afortunado" y "una papaya" es algo fácil.

03/02 - Hoy a la mañana programé ir a un teleférico en Quito, no solo para apreciar todo el paisaje desde lo alto, sino porque es conocido como uno de los más elevados del mundo. Estando en "TelefériQo", inicié el recorrido con la inesperada compañía de una señora mayor, su hija y su bebé.

A pesar de ser completos desconocidos que nada más compartían un vehículo, no nos llevamos nada mal. Una de ellas incluso me dio su teléfono,

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aunque penosamente fue la señora mayor. Quizá fue demasiada confianza de mi parte, pero de no haber "roto el hielo" jamás hubiéramos interactuado.

Todo era perfecto: la vista, la compañía, los comodísimos asientos del teleférico… Hasta que la bebé empezó a llorar y su madre sacó un biberón de su bolso. La señora enloqueció, cuestionando de forma severa la "crianza" que su hija le brindaba a la bebé.

—La bebé necesita que le den chucho, no el biberón. Sino se altera su ciclo de crecimiento.

Más o menos se me había ocurrido una idea de lo que podía llegar a significar "chucho" en ese contexto así que, por si acaso, evité preguntar acerca de ello. No quería seguir encerrado con ellas, pero sería aún peor si las volvía en mi contra.

En el alojamiento, lejos de discusiones y de posibles juzgamientos, busqué en el diccionario ecuatoriano la palabra "chucho". Ahora, habiendo confirmado mis deducciones, puedo escribir tranquilamente que esta palabra también hace referencia al pecho de las madres que amamantan a sus hijos.

07/02 - Creo que voy a necesitar una lista de todos los significados que tiene la palabra "chucho". No hay forma de que pueda recordarlos todos. Creo que la voy a hacer en la última página, así la puedo encontrar rápido.

Hoy, además de todos los significados que ya descubrí, tengo que anotar uno de los más importantes: el significado venezolano.

Como anoté hace unos días, "chucho" es una forma más agradable y simpática para hacer referencia al pecho de las madres que amamantan a sus hijos. En Ecuador. Porque acabo de aprender que en Venezuela representa

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todo lo contrario: una palabra desagradable y poco amistosa.

Yo me encontraba sentado en un autobús, al lado de un hombre con una muy mala cara. Suelo hablarle a cualquiera, ya que de esa manera incorporo muchos más datos de los que incorporaría si no interactuara con nadie, pero con él no me animé. Me dio chucho, como dirían en Perú. Sin embargo, él comenzó a quejarse en voz baja cuando subió al vehículo una mujer con un bebé que no dejaba de llorar.

A mí ciertamente el bebé no me molestaba. Sería absurdo enojarme con alguien que todavía no es capaz de entender ni su entorno ni a sí mismo. Lo que sí me molestaba, en cambio, eran las quejas de este hombre incomprensivo que tenía al lado. Quería que se callara, e intenté decírselo del modo más amable que encontré:

—Ya se calmará, seguro es porque quiere que le den chucho.

De inmediato su cara cambió. Me miraba raro, y yo no entendía por qué. Estaba tan orgulloso de haber aplicado los conocimientos que creía tener, que no tenía idea de lo que acababa de decir.

El hombre se levantó y fue a comentarle algo al conductor. Él frenó y me bajaron del autobús. Por las malas aprendí que "chucho", en Venezuela, es un sinónimo informal de "tabaco de marihuana".

11/02 - Iba de camino al lago Atitlán, una maravilla del mundo creada por la naturaleza. No se equivocan al decir que Guatemala posee el lago más hermoso que existe: limpio, amplio y despejado. Me permitió entrar en un estado de paz inigualable.

De pronto, mientras gozaba desde uno de los miradores, algo húmedo y redondo empezó a hacerme cosquillas en la pantorrilla. Un perrito blanco

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con manchas cafés me estaba olfateando la pierna. Asustado por la sensación tan inesperada, chillé un grito que causó gracia al dueño.

—Disculpe a mi chucho, todavía no lo hemos adiestrado.

—¿Se refiere al perro? No se preocupe, apenas fue un susto…

Sí, es cierto que me sorprendió bastante y que me hizo quedar en ridículo pues el grito lo escuchó bastante gente… pero eso no quita que haya valido la pena. Me llevo una caricia del chucho y otra definición de "chucho". Además, ¿quién podría enojarse con algo tan adorable?

15/02 - ¿Qué tanto puede cambiar el significado de una palabra al viajar de una tierra a otra, cuando hay apenas unos 1500 kilómetros de distancia? Bueno, en América Central pareciera que mucho. Ahora mismo se podría decir que estoy escapando de Cuba por un pequeño percance debido a un mal uso de la palabra que ya tengo grabada en la frente.

Me encontraba paseando inocentemente (o inconscientemente) al lado de unas vías. No esperaba que las cosas se salieran de control. Y sinceramente no me gustaría inculpar al perrito que salvé, así que me limito a narrar los hechos.

Yo caminaba. Vi un perrito en las vías. Lo levanté y lo llevé a un lugar seguro. Ni siquiera me percaté que había una aguja de cambio de vía cerca. Ni siquiera sabía que "chucho" era eso para los cubanos. Pero en ese contexto llegó un policía (parecía más militar que policía en realidad) y empezó a interrogarme.

—Le prometo que yo solo moví al chucho.

No tendría que haber usado la palabra. Siempre se "presta a confusiones",

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como escuché decir a mi profesor de español.

Entonces el militar me preguntó mi nombre, mi nacionalidad (sobre la cual no pude mentir pues mi acento me delataría) y sacó unas esposas para arrestarme. Pretendía encarcelarme, pero sospecho que no por haber movido las vías, sino por mi nacionalidad. Aun así, no contaba con pruebas suficientes y me vi obligado a correr.

Tan ilegal no habría de ser, ya que estoy terminando de escribir esto mientras sobrevolamos Chile, y desde el incidente nadie vino a buscarme. Y, en caso de que lo hicieran, acá no corro el mismo riesgo de ir preso.

16/02 - Recién llegué al hotel. No puedo ir a la piscina porque está cerrada. Sin embargo, me crucé con un chileno que corrió con la misma mala suerte, y nos quedamos conversando un buen rato.

Habiendo entrado en confianza, le comenté los viajes que estaba realizando, haciendo un énfasis especial en el último… Le confesé lo que había hecho sin saber que era ilegal, aunque no le dije nada sobre mis sospechas de que mi origen había afectado negativamente a mi situación.

—Casi me arrestan.

—Tenéi que tener má' cuidado, weón. No e' ninguna weada el chucho.

¿Chucho? ¿Qué chucho? ¿Un tabaco? ¿Un perro? ¿La aguja del cambio de vía? ¿El frío? ¿El pecho? ¿El miedo? ¿O se refería a la glotonería? Lo que sí está claro, es que la palabra "chucho" no es ninguna "weada".

Ya no quiero pronunciarla más, aunque cuando volví a mi habitación y me senté a investigar desde el celular, descubrí que, para los chilenos, significa cárcel. Así que agrego otra definición más a esa maldita palabra…

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20/02 - JURO QUE SI ESCUCHO OTRA VEZ ESA PALABRA, VUELVO A MI PAÍS.

Yo estaba tomando un güifiti (una bebida característica de Honduras, exquisita por cierto), esperando a un amigo mío, cuando de repente una mujer desconocida se sentó en mi misma mesa.

—Señora, si no le importa, le estoy guardando el asiento a un amigo. Así que si pudiera moverse a otro asiento…

—¡Maleducado! Además, llamar señora a una señorita… ¡Qué chucho!

¡CHUCHO! Estaba realmente molesto en ese momento. No solo la señora se había ofendido por nada, sino que aparte me había insultado con la palabra más básica y desagradable a mi parecer.

Después de que se me pasara el enojo, miré a mi alrededor y no había más asientos libres. Aun así, con la llegada de mi amigo ni siquiera me detuve a sentirme culpable por la señora.

El peor día de mi viaje hasta ahora. Sin rencores a Honduras.

22/02 - Mañana vuelvo a mi país. Es oficial. No tolero escuchar esa palabra ni una sola vez más. México era mi anteúltimo destino. Yo pensaba visitar Colombia antes de dar por finalizado mi viaje. No obstante, estoy demasiado agotado mentalmente para hacerlo.

Lo decidí al conocer a Jesús, un viejito simpático que era el dueño de un puesto de quesadillas. Me sirvió las mejores quesadillas de pollo que jamás haya probado. Por lo tanto, no es nada personal, y registro esta frase en la bitácora nada más por una cuestión de tradición, porque es lo que vengo haciendo hasta ahora:

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—Lo felicito, señor… ¿Cómo es su nombre?

—Me llamo Jesús, pero no hay pedo si me dice Chucho.

Ese fue mi límite. Mañana estoy en casa de nuevo.

En la última página del cuaderno, efectivamente, encontré una lista bajo el título de "chucho". Del lado izquierdo, los países. Del lado derecho, el significado de esa palabra en el país contiguo. Sin embargo, había un espacio vacío al lado de Colombia. Parecía que había empezado a escribir algo con "B", pero se había rendido y abandonado, dejando un rayón en la hoja.

Es una pena no haber podido conocerlo. Aunque todavía puedo imaginármelo, harto, resignándose a escribir otro significado más… Antes de que su frustración lo venciera a mitad del trazo, y acabara cerrando la bitácora con un golpe seco para luego mandarla a volar por los aires, hasta que esta cayera a los pies de una chica que tenía la cultura, pero no la experiencia suficiente para encontrar la lapicera que había garabateado tan entretenido manuscrito

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Hand Up

Perla Yadhira Hernández Gallegos

(Saltillo, Coahuila, México)

3.º LUGAR / 3RD PLACE (Arte visual / Visual Art)

3.º LUGAR / 3RD PLACE (Narrativa / Narrative)

In the Light of the Sun

Onemorning, along about 2009, my mother decided to take our family to the beach before class. The closest beach to our house was barely a ten-minute walk, so the trips there were less of the vacation type and more part of a well-oiled routine, our weekends always booked up by warm sand and familiar white foam turning our toes into prunes. Still, a soak at the crack of dawn was something new, and the novelty of it all pumped me and my siblings enough to not question the blaring clock marking 6:00 AM and focus more on getting our swimsuits on as fast as we possibly could. By the time we had all been packed next to each other in the back of my mom’s white 2001 Toyota Corolla, the first rays of the sun had started to peak from behind the mountain in our retreating backs, chasing our tails all the way to the beach.

The moment the car rolled slowly to a stop a sense of giddiness settled deep in my gut. I had never seen the beach like this before—quiet, so still and ethereal it seemed unreal. There was no one else but us, with our worn-out towels draped loosely around our necks just like they had been a million times before. The sand was cool beneath my feet, an unusual yet not unfamiliar feeling, the exact opposite of the scathing burning sensation my soles were used to. I inhaled deeply the musky scent of salt and seaweed and

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life, letting my lungs expand and trap the smell for as long as they could. I let myself exhale slowly but greedily, already knowing that my next breath was promising to be as refreshing as the last.

This version of the beach was eerily similar to the one I had always known, yet the differences were clear enough to make me feel unsteady on this new ground. I had never known peacefulness like this. It was beautiful. It was terrifying. The white sand was being bathed in grey hues, the clouds in the sky barely allowing the sun to properly brighten everything up in its unforgiven heat. The waves were flat, the way they broke and dissolved into nothingness on the shore was the only sign of them being as alive as I had always known them to be. The deeper I walked into its depth the bluer the water seemed to get; cool enough to drag away any sign of sleep still clinging to the corner of my eyes. I let my body rest in the comfiness the beach provides, my limbs floating at my sides relaxed without sinking underneath. The sea breeze kept dragging me deeper into the beach, and I could only allow it to move my body this way and that, swaying left to right, left to right.

I watched my mother as she stood on the shore still, her eyes closed with a frown pulling her eyebrows together. The beach always hurt her, in many ways. It was partly the sand—small and sharp grains embedding in the craters of her split soles with every step she took. The hot temperature also played a part; even before the sun truly rose, the humid, damp air made it hard for her battered lungs to draw a full breath despite her best attempts. There was also the missing weight on her chest that seemed to throw her gravity as a whole, making her lean more on her left leg than her right in a cheap attempt to feel centered again. And then the salt; it clung to the air and burned her cracked nails and tender peeling fingers just by standing there, and yet it did more so when she managed to push past the initial hurt and step into the water.

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Because she always did. This place prodded and upset the most sensible parts of her, the ones she never allowed anyone to see bothering her, and yet she never stopped coming. Not ever.

She paddled and swum as best as she could, sighing deeply every now and then till she stopped, not that far away from me. One by one, her muscles started to get loose, and her head tipped back to finally rest on the comfiness the beach provides, the short and few strands of hair a halo floating around her skull. There was still pain on her face, and it robbed me of any feeling of belonging I had felt earlier. I suddenly wanted to leave—to take her out of the sedated water and back into our house, where the pain existed but it was more of a faint shadow than anything else. This was not an unfamiliar feeling; I had felt it lurking behind my happiness every time she insisted to drive here despite how much it hurt her, but I had never paid it enough attention. My eyes stung and nose tingled, and for a moment my hatred for this place threatened to drown me whole.

This was the part that scared me. I was afraid of how much I could love and loathe this place at the same time. Afraid of how the cocktail of emotions left something inside me feeling unbalanced and unsettled. Only in the sea was her discomfort as palpable as anything else; here she was comfortable enough to let it show, and a part of me could never forget that. But it was also in this place where I felt at home. This beach had seen me grow but watched her wither, and the idea of both concepts existing at the same time promised to mess with my head. This place was a home for her sorrows, and with shame, I recognized, a home for my happiness too.

I wanted to run away, so instead, I forced my arms and legs to move, ignoring the way it filled me with dread to remain in the suffocating waters. I didn’t dare to disrupt her, but that meant lingering away from her, even if my mother unconsciously pulled me toward her orbit with the tightness in her jaw. With the sea tasting like tears, I resented myself more than

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the beach itself—it hadn’t been long since I had loved it unconditionally, and it wouldn’t be long before the resentment faded away and the love overpowered everything again. Because this place could never truly hurt, not if it birthed us, or at least not in ways that damage from within. So, this pain must have a purpose—must mean something in the great scheme of things. It was tiring, to love so much that the scraps and burns must mean something in return.

I watched her as she watched the sky for a long time. Her lips moved, and although I couldn’t hear what she was saying, I knew the words that were rolling off her lips better than anything else:

“Santísima Virgen de la Misericordia, dirige tu mirada bondadosa sobre tus hijos, admítenos en tu presencia amorosa, acógenos en tu inmaculado y dulce corazón, que tu compasión nos llene de todo lo que necesitemos.”

A prayer to the Mother. From where I was floating mere meters away, I mouthed the prayer three times, just like she was doing, foolishly hoping that my prayer added weight to her intentions. By the end of the third iteration, her eyes found mine, steady and unsurprised even after catching me in the act. She extended a hand towards me, a smile lightly pulling at one corner of her lips. Without realizing it, the sun had pierced the clouds and was now bathing us both, the heat already smarting my naked shoulders in a familiar way. Under the sun's rays, the sickly grey coloring of her skin faded away, leaving behind flushed cheeks and a myriad of freckles on her face.

In the light of the sun, I wondered if this place could also be as much home to her happiness as it could be home to my sorrows.

I squinted, already swimming toward her despite how sore my muscles were and how tired my limbs felt from all the floating around. “Come,” She said loud enough to pierce through the sound of the town waking up and flooding the shore. “Stay put for a while. This sun is good for your health.”

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Alhelí

junto a su abuela Ramón Ángel Acevedo Arce

(Puerto Escondido, Oaxaca, México)

El alba

Hemil García Linares

dijo el Policía de Fronteras haciendo señas para que Guadalupe se marche, pero él solo atinó a enseñar una foto y dijo: “Mi familia”. «¿Sería una trampa?», pensó Guadalupe. «¿Y si el policía le decía eso para atraparlo mientras huía?» En su país nadie confiaba en la policía. Seguro que era un truco.

—Márchate antes de que me arrepienta…

—Mi familia—repitió Guadalupe.

El policía tamborileó la funda de su revólver e insistió con gestos que se marchara, pero Guadalupe se arrodilló esperando a que lo arresten. Había escuchado historias, sin saber si eran ciertas: ser arrestado en territorio estadounidense daba opciones a un juicio y podría quedarse; las cárceles parecían hoteles con tres comidas al día y gimnasio incluido. Lo había visto en las películas y en programas de televisión. Cualquier cosa a morirse de hambre, cualquier cosa para pagar la deuda de su familia allá en Canatlán.

Cualquier cosa…

“Márchate o tendré que arrestarte”, dijo el policía. Esta vez casi sonaba a súplica. Guadalupe parecía ser de piedra pues no se movía y el policía, confundido, hecho un zombi, recordó cuántas veces su padre le había contado cómo cruzó la frontera.

Estuve una noche entera mojado en el rio Grande, respirando por una pajita. Temblaba y namás era octubre, pero el agua estaba rete fría y me dentraba un poco en los huesos. Cerré mis ojos pa’ no pensar en el frío, en el hambre, en el miedo y por cinco horas me aguanté todo lo que mi cuerpo

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“¡Márchate!”,

me pedía. Un calambre casi lo conminó a gritar, pero se mordió los labios y también la amargura. A las cinco de la mañana antes que llegue el alba cruzó el rio Grande.

¡Qué irónica es la vida! Es una ruleta incierta, un castillo de naipes que se desmorona. Es cómo una estación, como la primavera: la vida es como una hoja que cambia de color. La vida cambia tanto y ahora él (hijo de un mojado) es un Policía de Fronteras y su función es atrapar a los que cruzan ilegalmente hacia territorio estadounidense.

Está harto. Harto de arrestarlos, harto de no poder advertirles nada sobre las cárceles, darles información. Su misión no es ayudar, sino atraparlos y cuando lo hace, le suplican llorando: déjame pasar. Déjame ir. Tú eres Hispano; y él, avergonzado a veces, dice: soy ciudadano de los Estados Unidos. Se hace el fuerte, pero por dentro piensa: te dije que te vayas, te lo dije, güey.

Nació en California rayando entre dos mundos. Hablando español en la casa y pensando en inglés en la escuela. Nació en California, pero cuando se refieren a él le decían: Simón, the Mexican.

Cuando tenía trece años la familia se mudó a Texas y allí vio a su padre sufrir con su inglés despedazado, regresando con la espalda partida por recoger naranjas y algodón, tratado como un subnormal por sus jefes porque no podía comunicarse. Y ahora recuerda el Policía de Fronteras, cuántas veces tradujo para su padre en los bancos y las tiendas porque su inglés era indescifrable. “Guat is he sallin? ¿qué me está diciendo?” Y tú arreglando todo, pidiendo por favor que le ayuden a tu Pa’, calmando a tu Pa’. “nada, Pa’. Todo está bien. Todo está bien. Todo está…”

Guadalupe, de rodillas, persistía en ser arrestado. El policía pensó en su hijo y en su mujer allá en Virginia ¡Tres meses sin verlos!

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De pronto, el policía caminó en dirección contraria a la frontera y se alejó. Guadalupe se quedó perplejo ¿Qué está haciendo?

El policía siguió caminando hasta desaparecer. Pronto se encontraría con su compañero de turno y este le preguntaría: “Anything unusual?” y el Policía de Fronteras diría “no” en silencio, apenas moviendo la cabeza. Mientras, en el duelo entre el alba y la oscuridad, Guadalupe como un espectro empezaría a desvanecerse entre los matorrales. A escasos cincuenta metros. Estados Unidos lo esperaba.

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Pinta Malasaña Antonio Farto Casado (Madrid, España)

Dos ramitas de canela

Héctor Adrián Vera Calderón

—¿Dulce

de qué vas a hacer ahora, abu Carmela?

—Ah, de algo que nunca probaste, mi Rushe… pero te va a gustar.

—¿Y cuánto falta para que esté listo?

—Agregar la canela y esperar un ratito. Tráeme dos ramitas del frasco que está en la bodega.

Mi abuela siguió removiendo la mezcla, utilizando su legendario cucharón de madera. Cada vez que yo la visitaba, ella me engreía con algún dulce especial. Mi abuela Carmela preparaba, con todas las frutas existentes, las mermeladas más deliciosas; pero también las más exóticas: de tomate, de cáscara de sandías… y hasta mermelada de ají o de pétalos de rosa. De sus treinta nietos, yo soy el dulcero por excelencia, y me apodó “Rushe” desde el momento en que, quizás a los dos años de edad (y en mi precoz media lengua), le manifesté esa palabra para pedirle más dulce.

Salí raudo a buscar las dos ramitas de canela, ya sintiendo en mi paladar la próxima delicia con que me regalaría mi abu Carmela. Dejé atrás la cocina, atravesé un pequeño patio de paredes verdes, donde antes estaba encadenado el fiero Hobo, y llegué a la bodega. Saqué las dos ramitas que mi abuela me indicó y regresé sobre mis pasos, pero tropecé con una puerta que no había visto nunca antes, medio oculta por unas tablas y cajas. La curiosidad me hizo apartar los obstáculos y escudriñar un poco. Mi intención era solo dar un vistazo fugaz y volver con las dos ramitas de canela necesarias para mi mermelada, porque el perfume del dulce

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germinándose en la cocina llenaba la casa y me hipnotizaba.

Al ingresar por aquella puerta divisé, a cada lado de esa misteriosa habitación, estantes atiborrados de frascos de mermeladas y jaleas, que parecían perderse interminables hasta el infinito. Asombrado, me aventuré entre ese ejército de recipientes policromáticos que flanqueaba mi andar como si me rindiera honores, y perdí la noción del tiempo. Cuando me percaté que aún portaba las dos ramitas de canela en mi mano, determiné regresar con mi abuela. Para mi sorpresa, no pude hallar la puerta por donde entré. Me asusté un poco, pero confié en que el aroma de la mermelada (aún en la olla), me guiaría hacia la salida. Encontré al final la puerta en cuestión, la cerré tras de mí y abandoné el lugar. Pero no era la puerta que yo pensaba, y me hallé en otra pieza, esta vez lúgubre y pavorosa. La pintura del payaso triste que tanto miedo me daba de niño estaba apoyada en un rincón, y me miraba desde la profundidad de sus ojos azules. A su lado yacía enrollada la gruesa correa del terrible Hobo, el pastor alemán que en una oportunidad casi me muerde porque se soltó de su cadena. Del techo colgaba, amenazante, la negra tarántula a la que nunca tuve el valor de hacer frente. Reviví muchos temores que estaban escondidos en mí y que jamás pude exorcizar, y opté entonces por recular mis pasos y acabar con ese itinerario inútil y, de cierta manera, escalofriante.

Tras largos minutos de caminata, y preocupado por mi abuela —que estaría a estas alturas buscándome desesperada por las dos ramitas de canela indispensables en su mágico potaje y para interpelarme por la demora—, volví a posicionarme en el patio de paredes verdes. Con alivio, cogí rumbo hacia la puerta de la cocina, siempre orientado por el olor de la mermelada en preparación y mi sentido del olfato. Pero en vez de la cocina encontré otro cuarto desconocido, con objetos cuidadosamente apilados, entre los que reconocí un viejo caballo de hierro con el que jugaba de niño, rompecabezas a los que mi abu Carmela recurría para entretenerme en las tardes grises y lluviosas de invierno, un trompo azul que yo creí perdido

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desde haría una eternidad, cubos de madera que armaba para ganarle a mi abuela en la competencia de la torre más alta, y muchas otras maravillas.

Un grato sentimiento de nostalgia invadió mi cuerpo. Me dio mucha ternura descubrir que mi abuela se había dedicado a guardar todas esas cosas mías, hermosos recuerdos que con el tiempo se estaban desvaneciendo de mi mente, y que, sospecho, los mantenía con ella para enseñármelos algún día, o quizás a mis hijos y hablarles de mí cuando era chico, y verlos disfrutar de los mismos juguetes con los que crecí yo. Esas imágenes me transportaron a diversos pasajes de mi infancia, a aquellas fechas especiales en las cuales visitaba a mi abu Carmela: Fiestas Patrias, Navidad, Año Nuevo (que por divina casualidad era el mismo día de su cumpleaños), los carnavales de verano… rememoré los relatos de sus historias inverosímiles que ella compartía con todos sus nietos, la cosecha de higos con nosotros trepados en el techo de la casa, los almuerzos familiares sazonados con risas inagotables. Salí de ahí con el corazón dichoso y mis dos ramitas de canela en la mano, dispuesto a dejar ya de perder el tiempo y colaborar con el buen término de mi mermelada pendiente.

Después de largo rato extraviado entre puertas, cuartos, juguetes, frascos multicolores y demás distracciones, alcancé por fin la cocina y vi a mi abu Carmela tal como la dejé cuando me avisó que esa era una mermelada que yo nunca había probado. Estaba en la misma posición, y muy concentrada en revolver la olla hirviente con la misma sonrisa que tenía al pedirme que trajera las dos ramitas de canela. Adiviné que me preguntaría por qué tardé tanto, así que me propuse explicarle todo lo que me pasó, obviamente sin referirme al hallazgo de mis juguetes infantiles. Resolví omitir ese punto para evitar estropearle alguna sorpresa que ella tuviera planificada.

Pero mi abuela continuó atendiendo la olla del dulce sin hacerme caso, y deduje que estaba, a su manera, castigándome por mi inexplicable ausencia. Me acerqué, muy afligido, con las dos ramitas de canela, para dejarlas

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a su lado y que las añadiera a mi ansiada mermelada. También quería preguntarle sobre cada uno de aquellos frascos con dulces que guardaba en la primera habitación a la que ingresé, de qué sabores eran y para quién los había preparado, y si es que alguno de ellos estaba destinado a mi disfrute. Ella prosiguió impasible, tarareando una canción que solía poner en su antigua vitrola a cuerda. Me dolió mucho su actitud, pero asumí mi responsabilidad y procedí a pedirle disculpas por haberla dejado en espera por tanto tiempo.

Las palabras no pudieron brotar de mi boca. No fui capaz de emitir el mínimo sonido. Todo esfuerzo fue inútil, y la angustia por hacerme escuchar fue creciendo incontenible en mi pecho, hasta ahogarme. Mi abu Carmela no podía escucharme, y lo más terrorífico era que ni yo mismo lograba oírme. Estaba repentina e inexplicablemente mudo. Mi voz pugnaba por salir, pero se quedaba retenida en la garganta. Me coloqué entonces frente a ella para que me mirara y fuera consciente de mi presencia, pero tampoco obtuve resultados. Yo era invisible para mi abuela.

Desesperado, me arrodillé y cogí su delantal, llorando a mares y suplicándole que por favor me hiciera caso. Pero ella siguió feliz su canturreo, con el color de la luna atrapado entre sus cabellos, mientras yo, frustrado y sollozante, me moría por abrazarla. La vi entonces coger dos ramitas de canela de la alacena ubicada sobre su cabeza, y echarlas dentro de la olla. Acto seguido, apagó el fuego, tapó la olla y dejó reposar el dulce, a la vez que buscaba un frasco que yo conocía muy bien: era el que ella siempre utilizaba para guardarme mermelada. Tenía una etiqueta blanca donde, escrito con su letra, se leía “Mi Rushe”.

Se dirigió a una habitación, portando el envase con mi nombre en la etiqueta y lleno de dulce hasta el mismo borde. Yo la seguí, acongojado. Ella empujó la puerta y entonces me vi, acostado y durmiendo, en mi propia cama. Estaba visiblemente inquieto, gimiendo y moviéndome de un lado para otro, alterado por una pesadilla. Mi abu Carmela se acercó a mi

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mesa de noche, dejó el pote con mermelada ahí y me dio un amoroso beso. Después me arropó, me deseó buenas noches, y salió de ahí procurando no hacer ruido. Eso me calmó, y experimenté mucha paz en mi alma. Sonreí al ver tanta ternura y noté que mi yo durmiente sonreía también al mismo

tiempo, ya más relajado y tranquilo. Cuando mi abuela abandonó la pieza, desperté, sintiendo aún su beso en mi mejilla, y el aroma de la mermelada recién hecha presente en el aire.

He decidido tener sobre mi mesita de noche, desde ahora y para siempre, dos ramitas de canela y un croquis de aquella casa. Espero no haber

olvidado ninguna habitación de las tantas que visité, para que cuando vuelva a soñar con mi abu Carmela no me extravíe de nuevo, ni gaste tiempo en buscar la canela, y así logre escucharla decir que la mermelada para su “Rushe” ya está lista.

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Fandango

Salvador Gutierrez Zamora (Tlacotalpan, Veracruz, México)

Entre los humos

Angélica Labrada

Habíaolvidado algo y no podía recordar qué. Se paseaba sigilosa, entre los humos que salían del anafre. Allí, su vida le empezó a pasar en esas nubes ciertas que se dibujaban en la cocina alrededor de los comales.

En esa esquina, la que estaba casi a la salida al patio, una noche llena de estrellas, Jacinto llegó a pedir un taco. Lo conocía de vista, era un vecino; él dijo que los aromas lo obligaron a acercarse. Sabía por la gente de alrededor que nadie cocinaba como ella y agradeció sus palabras sirviéndole generosamente un plato. Esos gestos de disfrute entre bocado y bocado fueron suficientes. El resto, se lo dijeron con la mirada. Sin mucho pensarlo, se hicieron uno solo y ardieron como la leña y el carbón que se atizaba con fuerza, para que el fuego amarrara los sabores en todo aquello que sus manos prodigiosas convertían en manjares.

Jacinto ya no pudo marcharse. El amor entraba así, como el hambre desesperada, y él, se había saciado gracias a ella.

Sí, se lo platicó a su hija alguna vez mientras se tomaban un mezcal, cuando la chamaca se hizo mujer y ya podían compartir “cosas de grandes”. Fue cuando apuntó a ese hueco y le confesó el lugar exacto en donde fue engendrada, y se reía, porque le daba pena a pesar del tiempo y de la edad, cosas tan secretas, que no se platican ni con las mujeres de la familia, porque el humo las oye y se las lleva y las dispersa. Pero estaban solas, un poco borrachas y contentas, y llenas de amor entre esas ollas de barro que guardaban los últimos hervores del caldo de iguana.

Las iguanas, esos pequeños reptiles que le daban miedo en sus primeros años de vida y que, al crecer, se convirtieron en sus compañeros de juegos, hasta que se dio cuenta que su madre cada que le encargaba un par, era para

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zambullirlos en el agua hirviendo, y entonces, rompió con esas amistades a las que no les pudo dar la misma lealtad que debía al hambre.

Recordó mientras le sonreía a esa esquina milagrosa donde su chamaca pudo apoderarse de su vientre, que las primeras semanas de gestación se negaba a comer para no engordar, y desde las entrañas le nacía un éxtasis por los aromas que le llegaban de lo que sus manos cocinaban, y sin poder evitarlo, lloraba por rendirse a sus propias creaciones acompañada siempre de la salsa de molcajete. Esa era la esquina bendita, ahí se daba la vida, por eso, con el tiempo, una tarde en que la cebolla no desmayaba, supo que debía poner ahí el comal, segura de que el fuego necesitaba reacomodarse para volver a amarrar con fuerza la sazón que traía en sus manos.

Reparó en cada utensilio: las ollas de barro y las de peltre, las palas y los cucharones, las jícaras y los cántaros. Todos tenían una historia, habían llegado a ella por alguna razón, regalados o comprados, pero nunca pudo desprenderse de ellos, ni siquiera con la insistencia de su hija cuando fue desposada porque bien sabía que, al casarse con el hijo menor de su suegra, heredaría el metate: era la tradición. También el de ella había sido de la madre de Jacinto, y para qué desarmar su cocina, si ya su hija tendría oportunidad de armar la propia, y acompañarse en sus silencios con aquello que le fuera necesario para lo que sus manos, su corazón y la lumbre en la leña le fueran dictando.

Jacinto, su hombre, su compañero, era el más confiable para decirle si alguna vez sus dedos se habían desmesurado al agregar la pimienta o la sal. Él era el único sincero con ella y sus días malos, casi siempre por culpa de la luna, del eclipse o de la fuerza de los rayos del sol que de vez en vez la agobiaban y terminaban por perturbarle sus guisos. Peleó a muerte con él cuando no quiso construirle el horno de piedra, porque ya tenía el pib, ese hoyo hecho en la tierra donde hundía la barbacoa para darle ese sabor tan único; pero ella quería también el otro, el que le permitiera hornear pan, como el que le presumía la comadre.

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Le tomó tiempo, corajes y una que otra artimaña para convencerlo de que no era tan grande, no les iba a quitar mucho espacio y era necesario; porque en esos huecos, los secretos de los alimentos se guardan mejor entre esa cueva y el rescoldo que queda después de la fuerza del fuego. Llorando le dijo que lo necesitaba como a la sangre de sus venas y como a esa ventana que no era ventana y que daba al huerto, desde donde podía ver el campo, los árboles y las macetas, y decidir qué vegetales o especies tomaría de allí para el antojo porque siempre en su casa, se cocinaba lo que estuviera maduro. Sin un horno de piedra su vida no estaba completa.

Después de mil argumentos que no resultaron, y después de negarse a los amores con él y dejarle de hablar, él solo aceptó hacerlo cuando ella dejó de cocinarle. Que le negara ese amor tan grande que siempre le había dado a través de sus guisos, era lo mismo que le dijera que ya no lo quería; ese mismo día, un par de compadres ayudaron a levantar a un ladito del anafre, ese hueco lleno de ilusiones en el que haría más milagros.

Su Jacinto, ¿dónde estará?, no lo había visto en largo rato, tampoco lo extrañaba, y sin certeza de nada, seguía recorriendo con sus ojos sonrientes, cada rincón de ese lugar, pensando en lo mucho que amaba a su compañero, al padre de sus hijos, a su fiel comensal que siempre era el primero en alabar sus creaciones.

Su mirada regresó al comal, ¿era eso?, lo dudó, pero se le quedó mirando. No, no era el mismo de aquellos años. Este era de barro. Guardaba mejor el calor y, en él, conoció las primeras caricias que recibieron sus dedos al dejarse a la premura de voltear unas tortillas recién infladas. Se los miró largo rato. Reconoció el paso del tiempo. Ahí estaban marcadas todas esas ocasiones por su deleite de amasar, pelar, nixtamalizar y tatemar. Sus huellas hablaban, por lo menos lo que quedaba de ellas, porque seguro que esas líneas curiosas se habían quedado pegadas a alguna cacerola o a un trozo de leña y sus dedos pelados no se quejaban.

El anafre era el mismo de siempre; había durado una eternidad. Sobrevivió

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las lluvias y las inundaciones y los trabajos forzados que ella misma le dio por tantos años. Y es que ninguno calentaba como él, seguro porque le pedía antes de usarlo que fuera bueno. Se lo pedía humilde, ese era el secreto, y el otro, era encomendar los guisos al Creador, porque solo él tenía la fuerza de la tierra y del fuego sobre las cosechas de su huerto, y antes de acitronar una cebolla, primero aventaba a la cazuela la señal de la cruz.

Sintió el hueco del hambre y quiso agarrar un taco. Sus manos no respondieron con la fuerza con la que atizaba el fogón, ni sus brazos se movieron como cuando extraían el alma de los ajos en ese metate que llegó con Jacinto y sus maletas. Su piedra de moler era una reliquia. Había estado toda la vida en casa de su suegra en espera de recibir a la última de las nueras, pero como a ella la mal vieron por arrejuntarse de prisa, como dijeron las cuñadas, el hombre hizo lo que debía para cumplir el destino obligado de la piedra, y se la trajo sin permiso y sin avisarle a nadie. Además, −le diría años después−, ella sí le sacaba provecho porque lo usaba a diario, y allá, preferían el molcajete y hasta la novedosa licuadora.

Revisaba todo dos o tres veces, como al final de la noche, cuando quería cerciorarse de que todo estaba en orden: los platos limpios, la cocina recogida. Decidió irse, quizá no había olvidado nada y solo eran figuraciones, sentires, de esas cosas que punzan por algo y que no son más que aire. Se dio la vuelta con la intención de salir de su cocina sin poder dar con la puerta. Era extraño. Recorrió de nuevo con pasos más cortos el camino y otra vez, no encontró la salida; ni la que llevaba al patio, ni la de ese hueco de ventana. Quiso recordar si se había tomado un mezcal, era temprano y regularmente se tomaba uno o dos nomás en domingo después de la comida. ¿Qué día era? Se preguntó varias veces intentando recordar su rutina del día, empezando por el desayuno de esa mañana y así, hasta ubicar acontecimientos con la fecha, pero no se acordó de nada.

Tranquila como era, no se preocupó. Total, siempre estaba en su cocina. Además, nunca estaba sola; sus guisos le hablaban en esos ruidos que hacía

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la manteca caliente, diciéndole cómo tratarlos al cambio del calor; solo debía ponerse atenta.

Escuchó de pronto un murmullo, unos pasos, imaginó que era hora de comer y no tenía nada listo. Quiso agarrar su mandil antes de prender el anafre y sus dedos, otra vez, parecían desobedientes. Insistió con las dos manos y nada. Los pasos más cerca la pusieron un poco nerviosa. ¿Qué iba a decirles? ¿Por qué no había comida? ¿Cómo es que se le fue el día nomás mirando y mirando?

Entró Jacinto y su hija. Moqueaban los dos. Su hombre, tenía una cara triste que nunca le vio antes. Vestían de negro. Los acompañaba una cruz tallada y una fotografía de ella; la que le tomaron sin que se diera cuenta, con la risa alegre que hasta se sorprendió de verse tan feliz.

Le llevó una eternidad entender por qué los suyos entraban y salían. O por qué regresaban a desayunar, comer y luego otra vez a cenar, sin saludarla. Y esa comadre que ya no se iba nunca, trajinando con sus trastes, alterando el orden de sus plantas aromáticas: su romero, su albahaca, su yerbabuena.

Sintió un nudo en la garganta. Un pesar atorado que no recordaba desde aquella vez que la obligaron a comerse a su iguana. Se quedó quietecita, como solía hacerlo cuando la manteca se enardecía si por error le caía una gotita de agua.

Desde esa esquina, donde los humos la seguían acariciando, vio crecer al nieto y vio cómo a su Jacinto se le ponía la cabeza blanca y cómo su perejil se fue marchitando ante los ojos de la comadre, hasta quedar la maceta seca.

Debía despedirse de ellos, pero no estaba lista; no podía dejar su rincón: el amor más grande de su vida.

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Vida en las alturas

Victor Hugo Toledo Aguilar

(San José, Costa Rica)

Aurora

Carlos ECO

Paraquienes nacimos en México no hay momento como aquel en el que se grita “¡A comer!”. Ese grito significa reunión familiar. No hay otro momento, me atrevo a afirmar, en el que la familia se halle más cercana: “Pásame la sal”, “¿cómo estuvo tu día?”, “me sirves agua”, “¿qué dice la escuela?”, “sabe delicioso”, “¿cómo te fue en el trabajo?”, “buen provecho”...

En mi vida, y quizás en la de millones de personas, la comida ha sido el puente para el diálogo: conversamos entre sabores y aromas que alimentan nuestra palabra y dan saciedad a nuestras necesidades. Siempre ha sido así; desde que era niño me he movido entre la cocina y la mesa del comedor: todo gracias a Aurora. Su sazón era, sin exagerar, simplemente inigualable.

Cualquier motivo justificaba una reunión en su casa: todo con tal de poder probar de su sazón. Desde luego que todo era con la aprobación de ella: cocinar era lo que más amaba en el mundo; de hecho, su forma de demostrar amor era precisamente la comida; así lo hacía saber cuándo al servir tu plato te decía, ocultando una sonrisa, “te traigo amor”.

Para ella la cocina era lo que para un niño su caja de juguetes: un sin fin de mundos por explorar. Rara fue la ocasión en la cual presencié que Aurora cocinara un platillo más de una vez en el mismo año. “La lengua debe descansar para poder valorar la comida, Guayo”, me decía mientras lavaba los trastes. Yo creo que después de la cocina, yo era lo que ella más quería; ya que solo a mí me dejaba acompañarla en esas largas jornadas de cocina.

A ella, mi tía Aurora, jamás le gustó que antes de su nombre se rimaran esas tres letras. “Yo no soy tía de nadie, soy simplemente Aurora y como tal, algún día me iré cuando el sol comience a salir”. Su nombre se lo dio mi abuela recordando a su madre fallecida pocos días antes de que ella naciera.

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Hay quienes dicen que nombrar a una bebé recién nacida con el nombre de un familiar muerto representa de cierta manera un futuro desgraciado para esta… No sé si sea así, pero Aurora sí corrió con mala suerte.

Ni siquiera mi madre, que era la hermana más cercana a ella, sabía cómo es que Aurora subsistía o cómo podía comprar todos sus ingredientes para sus platillos si nunca se le vio trabajar. Su cascanueces, como ella llamaba al almacén donde guardaba sus especias, pues usaba sus puertas para romper todo tipo de ingredientes protegidos por una gruesa cáscara, siempre estaba provisto de la especia más latina a la más exótica.

Ella, cual gran alquimista, lograba combinar todo a la perfección sin tener que consultar algún viejo recetario: “no necesito las equivocaciones o aciertos de otros en mis comidas: en la cocina, guayo, así como en la vida, uno debe aprender de sus propios errores, no de los ajenos”. Y, a pesar de que la literatura le resultaba insípida, hubo un libro que pudo domar su paladar: Como agua para chocolate. Siempre decía que solo Tita podía entenderla. Y por increíble que parezca, el montón de hojas que, una vez encuadernadas formó un gran recetario de tres tomos, iba dedicado a ella:

“A Tita, que sin conocerme me comprende”.

La afinidad por el personaje de la novela de Laura Esquivel parecía ir más allá de las páginas. Compartían el día y mes de nacimiento, 30 de septiembre; eran las menores de tres hermanas; llevaban un diario entre manchones de comida y evidentemente la cocina les pertenecía.

Aurora no necesitaba esconder su recetario; sabía que cualquiera prefería pedirle a ella que hiciera algún platillo antes que atreverse a intentarlo: “La cocina no es para todas las manos… algunas manos solo han sido hechas para cargar los ingredientes, no para mezclarlos”.

Según decía, mis manos son de las pocas en la familia que están hechas para estar en la cocina y no solo del lado de los cubiertos: “Tienes manos grandes para poder revolver los ingredientes y tan lampiñas que sin temor

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alguno te puedes fundir en el amasado”. No hubo un solo día que no la visitara y no prendiéramos la estufa. La cocina nos mantenía unidos. Tanto disfrutaba enseñándome a cocinar que me hizo jurarle que en caso de visitarla debía avisarle con un día de antelación para que ella pudiera tenerme una receta: "No bromeo cuando te digo que te cerraría la puerta en la cara si me visitas sin haberte anunciado previamente, Guayo”.

La cocina era para Aurora lo que el papel es para el escritor: “Mientras haya ingredientes por mezclar yo tendré motivos para vivir, Guayo”. Cocinaba a diario y a todas horas; el aroma que emanaba de sus platillos llamaban a las puertas de los vecinos y los invitaba a sucumbir al deseo: “Hoy vino don Genaro a pedirme un poco de lo que cocinaba…”, “Doña Lupe me pidió la receta de mis chilaquiles”, “Margarita, la nueva vecina, quiere que le enseñe a cocinar”, etc.

Estaba seguro de que regalaba la comida, no sé si a sus vecinos o a sus amigas; pero era tanta la comida que preparaba a diario que resulta imposible creer que ella pudiera comerla toda. Tal vez resulte extraño lo que voy a decir porque cociné con ella tantas veces durante más de quince años… y jamás vi que probara la comida: “Quien confía en sus recetas no necesita probar la comida, Guayo”. Pero es que no solo era que no probara la comida mientras la cocinaba, sino que incluso una vez puesta la mesa siempre faltaba un plato… su plato: “Yo como al rato… de tanto cocinar termino llena”.

Disfrutaba ver que los demás saboreaban sus comidas. Sus ojos y su sonrisa anunciaban su felicidad; pero también había en su mirada cierto anhelo: veía a la comida no con antojo ni asco… era como si buscara comprenderla.

Deshacía con su mirada el platillo frente a ella e interrogaba a cada ingrediente que lo componía en busca de algo que ni siquiera ella sabía qué era. “¿Nunca te has preguntado qué es lo que hace a una persona desear tanto un alimento?”, me preguntó en una ocasión.

Cuando mi mamá le decía que debía comer más porque le preocupaba su

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estado de salud, ella solo se limitaba a sonreír y rodar los ojos hacia un lado. La preocupación de mi mamá era franca. Aurora era tan delgada que las ollas que hervían sobre las parrillas parecían pesar más que ella. “Ya te dije que no tengo hambre, hermana, debe ser por los aromas de la comida… terminan por saciarme”.

Me parecía extraño que ella dijera eso porque a pesar de que yo cortara las cebollas; pelara los ajos; sofriera el caldo de tomate; condimentara los jugos con hojas de laurel o tatemara los chiles e inhalara todo ese carnaval de olores… a mí sí me daba hambre; pero ella parecía gozar de un autocontrol admirable: “No se debe andar picoteando lo que se está cocinando, Guayo, las recetas quedan incompletas y la gente no se llena”. A pesar de que siempre me repetía eso, en cualquier descuido de ella y con ayuda de una cuchara, lanzaba un poco del caldo del alimento a la palma de mi mano y la llevaba a mi lengua para saber si el sabor era el correcto.

En varias ocasiones me tocó ver como Aurora también se veía tentada a llevar una cuchara a su boca, pero algo siempre la detenía de golpe. Era como un escalofrío que le recorría el cuerpo y la hacía negar con la cabeza:

“Cuando vayas a hacer algo que no debas, Guayo, toma agua y piensa en las consecuencias mientras la bebes”. Ella sonreía, pero se le veía triste. En algún momento llegué a pensar que con cada platillo que hacía: una parte de su felicidad se iba de ella y nosotros solo nos la íbamos tragando poco a poco… sin percatarnos de que se estaba desapareciendo.

Aurora murió un domingo 28 de diciembre, y así como ella lo decía, se fue haciendo honor a su nombre y se marchó junto con la noche. Según los médicos su corazón se detuvo debido a una desnutrición severa que la aquejaba de tiempo atrás. Nadie lo creía. ¿Cómo era posible que alguien que vivía rodeada de comida pudiera tener problemas con ella? Pero sí, así era. Aurora tenía un desorden alimenticio con el que luchó a solas gran parte de su vida...

Luego de su muerte, el reloj que colgaba en su cocina, otrora guardián de la

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buena cocción, se encargó de marcar el paso de la soledad. Tuvo que pasar casi un año para que volviera a entrar a esa cocina. Fue en la víspera del Día de los Muertos, Aurora no podía quedarse sin su ofrenda; pero tampoco podía ser una tradicional en la que se encuentra la comida ya servida en los platos. No, para Aurora no podía ser así; por ese motivo coloqué su fotografía, su veladora, así como su calaverita de chocolate junto a la estufa: tendría la posibilidad no solo de visitarnos, sino de preparar su propia comida.

Durante la última cena de Navidad que cocinamos juntos le confesé mi más grande sueño: “quiero abrir un restaurante que lleve tu nombre”. Como era de esperar, le pareció una locura: no lo del restaurante, sino lo del nombre; pero no pudo evitar que se le escapara una sonrisa debajo de su aspecto severo.

Me tomó algún tiempo cumplir ese sueño, pero finalmente lo logré y fundé Casa Aurora; en ella: el aroma de sus platillos, así como su sazón, aún sigue deleitando a cientos de comensales que la visitan: sus recetas son la clave para que el fuego en las parrillas tenga algo que cocinar: con cada plato que es puesto sobre una mesa me aseguro de mantener esa sonrisita en el rostro de ella… de Aurora… mi tía.

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POESÍA POETRY

Waterfall

Truman Deree (San Buenaventura, Honduras)

1.º LUGAR / 1ST PLACE (Poesía / Poetry)

En ese lugar

Me pregunto si es que algún día volveré a ese lugar que me vio nacer y crecer, que me vio reír y llorar, que me dio tantos recuerdos para que al final, lo tenga que abandonar, buscando una mejor oportunidad.

Alejado de mi madre, de mi patria. Alejado de mi idioma, de mi raza. Me he percatado que no dejé una parte de mí, dejé un todo que se vuelve a llenar cuando regreso a ese lugar.

Afortunadamente siempre puedo volver cuando miro una foto de esos días, con la sonrisa de mis amigos,

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con el abrazo de mi familia. Incluso puedo cocinar y oler, mientras se forma ese plato nacional que no me sale tan mal.

Sin embargo, seriamente, me pregunto varias veces:

¿Debo mantener mi antigua identidad?

¿O acaso debo evolucionar?

Extrayendo lo mejor de esta nueva cultura y volverlo mío, y volverlo nuestro.

Ellos también pueden aprender de nosotros, los que quieren, claro. Nuestras ganas de seguir adelante, de luchar hasta el final, consiguiendo y construyendo un hogar con los mejores cimientos: lágrimas, sudor y sangre.

Sangre, tal vez no derramada por nosotros, sino por esas personas del pasado que llegaron antes que nadie, que te ayudan a recordar, que son fáciles de encontrar en ese mercado, en ese restaurante, en ese lugar.

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Pobladores platicando en la montaña

Ramón Ángel Acevedo Arce

(Puerto Escondido, Oaxaca, México)

2.º LUGAR / 2 ND PLACE (Poesía / Poetry)

Hermano migrante

Desde lejos llegas buscando refugio alejándote de tu pasado… quieres un refugio para tu futuro. Estás desvanecido, cansado, todo brilla con destellos de incertidumbre sin perder nunca la esperanza, adelante. Imagino al mirarte, tu sed, tu camino. Propagas en el viento tus esfuerzos has dejado huellas invisibles en el solar, has soportado tanto en soledad. Transpondrás al fin esas fronteras, buscando materializar tus sueños. Te canto este himno solidario Hermano que compartes mi tiempo somos Hermanos del sitio donde se cruzan nuestros caminos pido que no te falte el impulso ni la esperanza se aleje continúa siempre ante las diferencias

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que no sea una barrera más el lenguaje, deja a tus ojos hablar al corazón, como te ha interpretado el mío viendo la sinceridad en ti, que la paz siga siendo tu bandera. Eres fuente de creación, pues todos caminamos esta tierra con sueños latentes en el corazón, a pesar de nuestra etnia, o de las posibilidades.

En nuestro interior el corazón anhela y nos hace salir en pos de un sueño a veces demasiado lejos del bello lugar donde nacemos.

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Castillo Noel Bellido Tejado

(Mejorada, Castilla la Mancha, España)

3.º LUGAR / 3RD PLACE

(Poesía / Poetry)

Hoy vuelvo a casa, papá

Felipe Casas

Hoy vuelvo a casa, papá. Esa casa que dejé hace mucho tiempo, esa casa que dejé por esta soledad.

Hoy vuelvo a casa, papá. Espérame para cenar, y brindemos para celebrar

Hoy vuelvo a casa, papá. Despierta a mi hermano, que muero por abrazarlo.

Hoy vuelvo a casa, papá.

Grítalo por toda la avenida, que resuene por todas las esquinas. Que te daré el abrazo más largo, como la luz del mar bajo un sol de verano.

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Día favorito

“Todo depende de ti”

Un domingo como muchos resuena el tañido de las campanas que invitan al sermón (incrédulo) y luego al paseo por el parque como una rutina deseada diferente al “de 6 a 6” que va de camión-oficina-regaños-camión

“Todo depende de ti”

Después del paseo surge un espacio distinto: una cocina rebosante una mesa en bullicio y un comedor que renace

“Todo depende de ti”

Nuestra plática condimenta el pollo y las quejas múltiples son el mole que le acompaña junto a un arroz digno de casarse (de nuevo?) y un agua sencilla de horchata que los más pequeños de la casa endulzan de más

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“Todo depende de ti”

Ahí sentados al borde de la tabla de madera una figura prevalece en la cabecera: un ala que nos cobija a los más chicos los llena de gelatina de dulces que eran impensados y hasta algún beso en la mejilla a los grandes nos da un consejo y nos presta el oído para las quejas del mundo: nos vigila y acompaña, estoica

“Todo depende...”

Hijos del comedor del convivir

del espacio que nos une Hijos de la tarde que cae de la noche que llega y nos aleja durante otros seis días más “Todo...”

un espacio breve íntimo alegre nostálgico nuestro; los domingos son mi día favorito.

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El corazón de un mundo

Si alguien pregunta de qué estoy hecho, diría: del amor que prolonga la primavera, de los amigos que se van y los que se quedan, aquellos que nutren de luz a este animal oscuro.

Soy lo que hicieron de mí el sonido de las cuerdas como una música alada en la guitarra de mi padre, las tardes caminando a sol y sombra junto a mi hermana, las noches construyendo carpas en las camas marineras. De mi madre, celebro los días de cuidado y la atención constante, como el aprendizaje de pelear con las armas que proveen las palabras. Hoy para celebrar al amor, a los amigos y familiares, alzo mi copa

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derramo el vino alegre sobre la mesa y digo: en mí, late el corazón de un mundo.

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Herencias Adriana Delgado Román

Rompí la tetera con flores dibujadas.

Buscaba el azúcar mascabado oculto en algún frasco reciclado de chiles en vinagre, mayonesa o café soluble. Vi los tallos de las flores desprenderse.

Sostuve los pétalos de porcelana, fríos.

¡La tetera que te heredó tu tía Petra, no! Sí, mamá, lo siento.

Barrí el resto de las flores y callé, una vez más, todos los secretos rotos: la cazuela de barro, el salero de los quince años de Ale, la canasta de mimbre de la tía María, el especiero italiano de tía Luisa, el juego de té en versión mini de abue. No, no son simples chacapes viejos. No, no son reliquias que me dejaron los muertos, no son cenizas. Cada traste es un camino un momento marcado en esta línea —no tan recta—que habito.

Sí, sí hay una sartén exclusiva para los hotcakes, sí, porque en ese los hacía abue.

Sí, también una olla única para los frijoles negros, para los rositas y los de mayo, porque cada tía los preparaba en la olla heredada (tal vez robada) de la familia de sus esposos.

No, no es un orden compulsivo,

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no es una chocantería: es un ritual aprendido. Es un manual que no se ha escrito, pero se asoma entre mandiles y mantas bordadas que absorben el vapor tibio de las memelas, que sustituyen tapas de vaporeras y sartenes huérfanos, mantillas redondas; protectoras de vasos acosados por moscas y vitroleros sin sombrero. Hay una cuchara para la miel y otra para la sal, una para la salsa verde y otra para la roja. No, no buscamos imitar las costumbres de mesas otras, de cubiertos en exceso, de manteles y copas.

La miel permanece en contacto cero con otros cucharones, no caen migas de pan dentro de su frasco impoluto.

La sal debe servirse con audacia, mesura y cuchara para evitar la humedad en los dedos, el borrado de las huellas. La salsa verde lleva ajo, serrano y aceite, la roja; cebolla y chipotle no deben mezclarse los sabores en el taco, en el chileatole, tlayudas y tostadas.

Sí, también una cuchara para el queso fresco, la crema, las mermeladas, los atoles de ciruela, de calabaza, el de elote con panile.

Sí, la lista es casi interminable. Cada nuevo delantal izándose sobre el fogón lleva en sus costuras un nuevo mandato una forma de apropiarse de los trastes, designarles oficio, espacios.

Sí, un nuevo regaño ha de sumarse, también la complicidad y risas.

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Una manera de barrer las flores, los pedazos de esta herencia en porcelana porque sí, también hay escobas —específicas— para cada rincón de esta casa.

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Graciela Rodríguez Rodríguez

(La Habana, Cuba)

Insilio

Los sinfuturo

Hoy desperté como poemínimo de Huerta

Con la juventud indecisa en la puerta

Amanecí/Dichosamente/Herido/De/Muerte/Natural por preguntarme ¿qué nos espera a los jóvenes?…

Quizá un poco de ansiedad, depresión, precariedad laboral sin basificación, explotación, viejos sin pensión sueldo raquítico, escuálido, inflación sin seguro médico de atención contratos por hora y a veces, ni eso jornada laboral que te saca lo visceral mente agotada, maltrecha mal lograda de daño colateral, la próxima recesión

pocas probabilidades de subir de posición mundo precarizado, escasa tolerancia sin razón

transfobia, homofobia, gordofobia

ansiedad por separación

ozono en la piel, poca agua, se extingue la miel animales en peligro de extinción

el campo se marchita, el suelo se acidifica

el río seca su corazón, transgénicos, químicos, cáncer y radiación

melanomas por montón

lluvias torrenciales, el mar se desplaza, avanza

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gentrificación, rentas exorbitantes imposibles para el montón devaluación del peso: bajón obligados a ser sistema, pegados al celular y con justa razón, sí levantas la vista: feminicidios, homicidios, parricidios, ecocidios

pareciera deporte de ocasión, movimiento “No MOM”

feminismo, machismo, escepticismo, existencialismo, poco positivismo todo se clasifica como tóxico:

obligatorio ser resiliente, resistente, empático y responsable afectivamente resulta tan cansado ser todo ambivalente

ghosting, sexting, todo en ranking, amor líquido, efímero relaciones polígamas, poco íntimo, medicamentos contra el cáncer, la cura del sida transhumanismo ¿más vida?…

Al final del día, la resignación llega al ver lo adverso, solo queda la verdad en un verso, en un poema y en la noche tan solo, dormir como Huerta con la juventud despidiéndose en la puerta

Nomás/ Por joder/ Yo voy/A resucitar/De entre/Los /Vivos.

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Mi última conexión

Perla Yadhira Hernández Gallegos

(Saltillo, Coahuila, México)

El abuelo ausente

El abuelo ausente, aquel que llegó primero a verme cuando llegué a este mundo

El abuelo ausente, que me tuvo en sus brazos fuertes hasta hacerme dormir ese señor alto como secuoya y fuerte como roble.

Ese hombre con voz retumbante que a todos hacía callar, Y que yo, y solo yo, lo callaba a él.

Hombre de cabello canoso que tantas historias me contó señor de señores que me recibía con los brazos abiertos ¡Hay de ese gran maestro de profesión y vocación!

como recuerdo a ese abuelo ausente que sonreía al verme llegar.

¡Ay si lo pudieran ustedes ver, como yo lo vi! tan perfecto para mí, tan correcto, tan abuelo mi abuelo, que nunca me pudo ver con zapatos viejos Él podía tenerlos, pero yo no.

Jugando conmigo como otro niño más

¡ay si lo pudieran ver como yo lo vi!

¡ay si te pudieran ver como yo te vi!

Mi abuelo, mi señor, Don Antonio.

Y... Las risas quedaron al recuerdo porque cayeron tus brazos, porque cayeron tus ojos porque te ibas, mientras mi corazón se destruía.

Tú me enseñaste a llorar por caer pero también a levantarme

Me mostraste a ser honrado, y como no ser un hombre de bien si vengo de

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un hombre de bien

si mi abuelo y mi padre son de buena madera mi abuelo ausente, no, no te extraño, te recuerdo.

Porque extrañar es dolor y el recuerdo es vivir.

Viviré de acuerdo a lo que me enseñaste; viviré y creceré de acuerdo a lo que me heredaste.

Voy a seguir tus pasos mi abuelo; Porque si te vieran como yo te vi tan imponente, tan poderoso, nada era imposible, nada malo podía pasar mi muy querido abuelo.

Ausente y tan presente. Ausente porque no te veo, porque no te huelo, porque tu voz no suena más en mi pecho. Presente, sí porque reiré como tú reirías

Y sí, mi querido abuelo ausente, seré un hombre fuerte, un hombre honesto, un hombre como tú.

¡pero si te pudieran ver como yo te vi! esa voz, esa sonrisa, esas ganas de vivir

¡Ay mi abuelo, mi querido abuelo!

mis raíces, mis bases, mi porqué y mi para qué ¿por qué sabes una cosa?

Aún te huelo en el periódico que solías leer te veo, en el rostro de mi padre.

¿Qué cómo valoro esas experiencias con aquellas personas que dejaron huella en mi vida?

Las valoro tanto que yo prometo que orgulloso te sentirás del hombre que llegaré a ser, porque lucharé por ser como tú y mi padre.

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Como de plastilina

Felipe Casas

En una clase de neuropsicología, la frase plasticidad resaltó.

“El cerebro es como de plastilina”, dijo el profesor.

“Cambia por cada experiencia que tenemos”, explicó.

Si el cerebro cambia por experiencias, cada persona que conocemos contribuye a moldearlo y darle forma. Porque las personas son experiencias, nos dotan con situaciones que luego pasan a llamarse memorias.

Experiencias llenas de emociones que cambian nuestro cerebro, nuestro mundo.

Agradezco a los moldeadores de mi mundo, a mi país por darle su forma, a mis amigos por darle su color. También, agradezco el poder contribuir en el mundo de mis amigos y familia.

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Lugareños conversando al contraluz Ramón Ángel Acevedo Arce

(Ensenada, Baja California, México)

Declaraciones de los artistas / Artist Statements

Salvador Gutierrez Zamora / Don Beto

Don Beto decidió irse de joven a trabajar a los Estados Unidos para mantener a su esposa e hijos. A su regreso fueron sus hijos quienes decidieron irse al país vecino para poder mantener a sus respectivas familias. Desde ese entonces, Don Beto se dedica a la siembra y venta de flores; ese negocio, junto con las remesas que recibe de sus hijos, son el ingreso que obtiene para mantener a su esposa y enfrentar la vejez.

Página/Page 12 (Portada/Cover)

Salvador Gutierrez Zamora / Fandango

Diego, un reconocido músico y maestro en su tierra natal, Tlacotalpan, disfruta tocando la jarana durante un fandango de medianoche como parte del cierre del Festival Doña Elena CoraSon, celebrado los últimos días del año 2021. Página/Page 51

Alison Paola Yanchaguano Mise / La fiesta de la Mamanegra

Mi trabajo fotográfico plasma la fiesta de la "Mamanegra", un evento tradicional en mi país Ecuador, específicamente en la ciudad de Latacunga, ubicada en la región andina de mi país. Esta fiesta está llena de colores, cultura, creencias y mucha música. La Mama Negra es un desfile de varios personajes que se celebra dos veces al año. En septiembre en honor a la Virgen de La Merced y en noviembre. Es increíble ir a esta fiesta y sentir la cultura ecuatoriana en el aire que se respira. Los disfrazados que alegran la fiesta con tus acciones graciosas. Las Guarichas que regalan caramelos tradicionales a los niños quienes se emocionan. Es difícil vivir la Mamanegra desde la lectura, solo se la puede vivir viajando a Latacunga y disfrutando en primera persona esta fiesta Página/Page 24

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Perla Yadhira Hernández Gallegos / Hand Up

Se trata de una chica con un banderín púrpura, color que caracteriza al feminismo en México y con el símbolo del género femenino y un puño a manera de empoderamiento. Al fondo se observa el Palacio de Gobierno, el inmueble oficial donde despacha el Gobernador del Estado. Cada año colectivos de mujeres y feministas toman las calles de la ciudad para manifestar el respeto a los derechos de las mujeres en los diferentes ámbitos: personal, laboral, familiar, social. Se caracterizan por reclamar un alto a la violencia de género, a los feminicidios y a las injusticias que padecen en las diferentes actividades de su vida diaria; además de exigir justicia para las víctimas de agresiones sexuales y de feminicidios, así como el respeto a la decisión de las mujeres de abortar. En las marchas, las mujeres hacen pintas con aerosol con sus proclamas en edificios públicos, en plazas y otros lugares, con lo que dejan constancia de su lucha y de sus demandas.

Página/Page, 34-35

Perla Yadhira Hernández Gallegos / Mi última conexión

En un bar del centro histórico de Saltillo, una joven revisa su última conexión en redes sociales para mantenerse actualizada con amigos, familiares y sobre los contenidos diversos que se manejan en las plataformas digitales de moda. La juventud mexicana es atraída por las redes sociales y las aplicaciones digitales del momento, en las que comparte sus actividades cotidianas e interactúa en forma activa. Hoy en día es muy común observar a adolescentes y jóvenes concentrados por largos períodos de tiempo en sus teléfonos móviles o tablets para divertirse, estudiar, trabajar, entretenerse, investigar, explorar o dialogar. La tecnología y las redes sociales han transformado la dinámica de convivencia y de interacción no sólo de los jóvenes, sino de personas de todas las edades.

Página/Page 88-89

Truman Deree / Waterfall

I took this photo of Pulhapanzak Waterfall in Honduras to capture the

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powerful beauty of the region. I used black and white to strip all but the starkest elements of the setting. I hope the visual of the sunlight hitting the mist of the falls evokes the same level of emotions in you that it did in me.

Página/Page 66-67

Antonio Farto Casado / Pinta Malasaña

Una vez al año, se celebra Pinta Malasaña, una fiesta popular en la que artistas pueden pintar en determinadas zonas del barrio de Malasaña. Miles de personas, con un interés común por el arte urbano, se reúnen para ver como realizan su actividad. Página/Page 44-45

Manel Subirats Ferrer / Union is Strength

Cada una de las personas que forman una torre humana encaramadas unas a los hombros de otras, siguiendo una tradición folclórica de Cataluña. Uno de los aspectos más llamativos de los “castells” es que en su ejecución participan todo tipo de personas sin distinción de edad (incluidos niños y niñas que ocupan los pisos superiores), género, extracción social e incluso origen. Página/Page 100

Graciela Rodríguez Rodríguez / Insilio

Ciudadano cubano, humilde, que vive en la ciudad de La Habana, un lugar cada vez más solitario e insalubre. El hombre sobrevive gracias a su rutina de peleas de gallos en el encierro de su propia desgracia y la de su país.

Página/Page 84-85

Ramón Ángel Acevedo Arce / Lugareños conversando al contraluz

El conjunto de las imágenes seleccionadas, pretende dar cuenta de los vínculos que establecemos los seres humanos en el curso de nuestras vidas, y que nos permiten la evolución a través del intercambio de emociones, experiencias y conocimientos que van conformando, en el curso de los años, la identidad personal y cultural de cada quien.

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Dichos lazos, que condicionan nuestra naturaleza de dependencia y fragilidad, nos identifican como seres sociales y arraigan desde las primeras experiencias con nuestros progenitores hasta la experiencia de ocaso y del final. Página/Page 94-95

Ramón Ángel Acevedo Arce / Pobladores platicando en la montaña

Estos vínculos que se expresan en nuestro entorno más cercano (como es el caso de la imagen de la niña “Alhelí junto a su abuela”), y también en conexiones periféricas con personas que dejan una huella en su pasar (por ejemplo, de unos “Pobladores platicando en la montaña”, o unos “Lugareños conversando al contraluz”), hacen patente aquello que el poeta John Donne expresaba al sentenciar que “los hombres no son islas”, pues únicamente somos una pieza de ese gran continente que llamamos “humanidad”. Página/Page 70-71

Ramón Ángel Acevedo Arce / Alhelí junto a su abuela Frente al individualismo corrosivo que domina actualmente el comportamiento de los seres humanos en el orden social-instrumental, únicamente la conciencia de esa interconexión entre la parte y el todo, entre nosotros y los demás, nos abre el camino del respeto y la responsabilidad ante nuestro prójimo de una manera desinteresada y no egoísta, dotando así de sentido nuestras vidas, y enriqueciendo con ello nuestra íntima experiencia espiritual. Página/Page 40

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Union is Strength

Manel Subirats Ferrer

( Tarragona, España)

BIOGRAFÍAS DE LOS AUTORES

AUTHOR BIOGRAPHIES

NARRATIVA / NARRATIVE

Luna Abril Alonso Díaz

Título de obra: Chucho

Ciudad y país de origen: Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina

Pronombres: Ella

Ocupación: Estudiante de 4°Año de Secundaria

Premios recibidos:

• Premio Itaú de Cuento Digital, categoría Sub-20

Publicaciones anteriores:

• Cuento Los reparadores de planetas, en la Antología de CABA del Premio Itaú

Información adicional: Lo que más amé de escribir este cuento es el descubrimiento de tantas culturas, de tantos relatos que deberían darse a conocer.

Carlos ECO

Título de obra: Aurora

Ciudad y país de origen: México

Pronombres: Él

Ocupación: Psicólogo / Escritor

Antecedentes educativos: Licenciado en Psicología

Premios recibidos:

• Mención honorífica de Miradas artísticas sobre la Pandemia

• Mención Honorífica de The World Federation of UNESCO Clubs

Publicaciones anteriores:

• Miradas Artísticas sobre la Pandemia por Crónica de mi madre combatiente

• En antología digital SARAO. Historias mexicanas LGBTIQ+

• Próxima edición física de SARAO por la Secretaría de Cultura de Jalisco.

Información adicional: Psicólogo de profesión, pero escritor por vocación que busca, a través de la literatura, difundir la importancia de la salud mental.

Hemil García Linares

Título de obra: El alba

Ciudad y país de origen: Perú-Estados Unidos

Ocupación: Profesor y escritor

Antecedentes educativos: MA In Spanish

Publicaciones anteriores:

• Cuentos del norte, historias del sur (2009)

HISPANIC CULTURE REVIEW 102

• Novela Sesenta días para abandonar el país (2011)

• Novela Aquiles en los Andes (2015)

Información adicional: Licenciado en periodismo por la universidad Jaime Bausate y Mesa y magíster en español por la universidad George Mason. Publicó la novela El azul del Mediterráneo las antologías, Raíces latinas (2012), Exiliados (2015), Mirando al sur (2019) y Proyecto Usher, homenaje a Edgar Allan Poe (2020) y Proyecto Cthulhu , homenaje a HP Lovecraft (2020) y Expedientes Morgue (2021).

Elizabeth Hernández Apraez

Título de obra: La suerte es canija

Ciudad y país de origen: Villagarzón, Colombia

Ocupación: Periodista y escritora

Antecedentes educativos: Comunicadora social y periodista

Premios recibidos:

• Premio Nacional de Periodismo y Divulgación de la Ciencia México 2013

• Mención de honor Certamen Literario Juana Santa Cruz 2005

• Segundo lugar de la VI Bienal Internacional de Radio

Publicaciones anteriores:

• Hijo de la Luna

• Pueblo de locos

• Retintín

Información adicional: Escribo para darle una nueva mirada a lo que acontece en la vida cotidiana.

Angélica Labrada

Título de obra: Entre los humos

Ciudad y país de origen: Tijuana, México

Ocupación: Escritora

Antecedentes educativos: Lic. en comunicación Universidad Autónoma de Baja

California

Premios recibidos:

• Colección editorial 2017 cuento "Bifurcados" l Centro Cultural Tijuana

• Publicaciones anteriores:

• Cuento "Las cartas" l Pandemials, una antología viral de sangre ediciones

• Las hijas de la cerveza (Novela publicada)

Información adicional: Desde la Frontera de Tijuana, vivo en mundos imaginarios a través de lo que escribo y de lo que leo.

VOL XXIX | 2022–2023 103

Title of Work: In the Light of the Sun

Home city, Country: Dominican Republic

Pronouns: She/Her

Occupation: Student

Educational background: CUNY City College/English Major with a Literature concentration

Additional Information: Born and raised in the Dominican Republic, but is now currently residing in New York while pursuing an English degree with a Comparative Literature concentration and a minor in Women's Studies. Her academic interests lie in post-colonial literature, feminism, and the depiction of Caribbean women in today's literary society. This is her first published work of fiction.

Héctor Adrián Vera Calderón

Título de obra: Dos ramitas de canela

Ciudad y país de origen: Lima, Perú

Ocupación: Diseñador Gráfico

Antecedentes educativos: Diseñador Gráfico

Premios recibidos:

• Ganador del I Concurso Literario Regional Iris Di Caro 2020 (Chile)

• Ganador del V Premio de Escritura Breve de Diario de Madrid (España)

• Semifinalista en el V Concurso Cuento Corto de Vitacura (Chile)

Publicaciones anteriores:

• Sudor de domingo (ISBN 978-956-8957-18-6)

• Nuevas Voces Regionales 2020 - SEREMI

• Feria del Libro Vitacura Cultura 2021

Información adicional: "Héctor Vera Calderón (Lima, 1971). Diseñador gráfico y publicista. Como escritor, estoy enfocado principalmente en el género del cuento, ofreciendo relatos que abordan experiencias cotidianas, conflictos personales, y vivencias identificables para el lector. También cuento con narraciones de fantasía imaginativa. Actualmente me encuentro trabajando en una novela de ficción histórica."

HISPANIC CULTURE REVIEW 104

ARTE VISUAL / VISUAL ART

Ramón Ángel Acevedo Arce

Título de obra: Lugareños conversando al contraluz

Título de obra: Pobladores platicando en la montaña

Título de obra: Alhelí junto a su abuela

Ocupación: Fotógrafo / Cronista

Antecedentes educativos: Fotografía Documental

Premios recibidos:

• Beca de Residencia Museo Leonora Carrington (México, 2019)

• Beca Amexcid (Agencia Mexicana de Cooperación Internacional, Méx., 2015).

• Beca Amexcid (Agencia Mexicana de Cooperación Internacional, Méx., 2014).

Publicaciones anteriores:

• Herederos del kaos (San Francisco – Barcelona 19/04/2022)

• Hispanic Culture Review (Estados Unidos. Vol.XXVI, 2019-2020)

• FLOTANTE MAG #7 (Arte e intercambio cultural, Acapulco, México, 2017)

Información adicional: Ha realizado documentales fotográficos en Chile y México

obteniendo numerosas becas. Ha publicado: Retratos (des)de la Locura: Hospitales Mentales de Chile (2017). La Locura de Artaud-Van Gogh, o el desquite de la locura (2010). El Viaje de Rakar: Travesía por 67 Pueblos de la 5ª región de Chile (2006). Ha expuesto en Chile, México, Holanda, España, Portugal y Grecia / Corresponsal en Chile de Revista Cultural PALABRA (Ensenada, B.C., Méx.)

Noel Bellido Tejado

Título de obra: Castillo

Ciudad y país de origen: Talavera de la reina, España

Pronombres: Ella

Ocupación: Fotógrafa

Antecedentes educativos: Grado superior de fotografía

Premios recibidos:

• Algeciras Fantastika 2022

• I concurso del excelentísimo ayuntamiento de Talavera de la reina

• Concurso fotográfico de mujeres del mundo y salud mental

Publicaciones anteriores:

• Publicación de mi libro Amanecer Negro con la editorial Romantic Ediciones

VOL XXIX | 2022–2023 105

• Publicación de antología de poesía con la editorial Chido

• Varios relatos publicados con Diversidad Literaria

Información adicional: Soy lo que amo hacer

Truman Deree

Title of Work: Waterfall

Pronouns: He/Him/His

Occupation: Faculty Senate Clerk

Educational Background: Psychology B.A., CMHC Master's (Ongoing)

Awards Received:

• Scholastic A&W Awards: American Visions, Portfolio Gold, Gold, Silver, 2 HM

• Congressional Art Competition Honorable Mention

• JMU Center for Global Engagement I-Week Photo Contest Winner

Previous Publications:

• GardyLoo Literature & Arts Magazine (twice)

• JMU Bluestone Yearbook (twice)

• JMU Union Galleries - 15 work exhibition

Additional Information: My artistic inspiration is to capture the world around me and use black and white photography to strip away the differences. My other creative outlets include a MTG Youtube channel: Gray Merchant of Magic, and a Twilight podcast: To My Chagrin.

Antonio Farto Casado

Título de obra: Pinta Malasaña

Ciudad y país de origen: Madrid, España

Ocupación: Ingeniero Téc. Telecomunicación

Premios recibidos:

• Octubre 2022: 1er Premio. II Concurso Intnal. de Fotografía NATURVIERA

• Mayo 2022: Medalla de ORO. Concurso Nal.Fotografía San Boi Ciudad

Gigantera

• Sept.2021: 1er Premio. CLIMATE CHANGE PIX - European Environment Agency.

HISPANIC CULTURE REVIEW 106

Título de obra: Don Beto

Título de obra: Fandango

Ciudad y país de origen: Ciudad de México, México.

Pronombres: Él

Ocupación: Permacultor

Antecedentes educativos: Licenciado en Ciencias Ambientales y Desarrollo Sustentable

Publicaciones anteriores:

• Publicación de obra fotográfica en el libro de fotógrafos emergentes JPG

Información adicional: La permacultura, parte de mi formación, y la fotografía, elemento clave de mi experiencia vital, permean mi relación con aquello que capturo: escenarios, y seres de la naturaleza, así como compañeros de camino que me han permitido, desde la confianza y el cariño, capturar sus historias las cuales transitan entre lo humano y lo épico.

Perla Yadhira Hernández Gallegos

Título de obra: Hand Up

Título de obra: Mi última conexión

Ciudad y país de origen: Saltillo, México

Antecedentes educativos: Licenciada en Ciencias de la Comunicación

Premios recibidos:

• Premio Estatal de Periodismo por Trayectoria

• Premio Estatal de Periodismo por Crónica

• Mención Especial Certamen Literario Fundación SOMOS

Publicaciones anteriores:

• Hispanic Culture Review 2018

• Hispanic Culture Review 2019

• Hispanic Culture Review 2020

Información adicional: Apasionada del periodismo y del fotoperiodismo, los cuales ejerzo en mis ratos libres para colaboración en la revista Espacio 4 y/o para publicar en mis redes sociales. Los momentos para fotografiar pueden planearse, pero al momento cambian y eso permite que fotografiar sea una aventura o como una montaña rusa de hechos, momentos y emociones.

VOL XXIX | 2022–2023 107

Graciela Rodríguez Rodríguez

Título de obra: Insilio

Ciudad y país de origen: Cuba

Pronombres: Ella

Ocupación: Doctor

Antecedentes educativos: Universitaria

Información adicional: Soy médico, ecografista. Aficionada dentro del campo de la narrativa, poesía y fotografía.

Manel Subirats Ferrer

Título de obra: Union is Strength

Ciudad y país de origen: Mataró (Barcelona) Catalonia

Pronombres: Él

Ocupación: Fotógrafo

Antecedentes educativos: Licenciado/a en Diseño Gráfico y Comunicación Visual

Premios recibidos:

• Fotógrafo oficial "Les Santes" 2019

• CasaBatlló Photography Prize

• 9th Fine Art Photography Awards

Publicaciones anteriores:

• Les pépites de France

• Catalunya Experience (Tourism)

• Atlantic Airways magazine

Información adicional: He also works as a freelance photographer for various newspapers, also commercial brands and tourist entities from different countries and cities.

Victor Hugo Toledo Aguilar

Título de obra: Vida en las alturas

Ciudad y país de origen: Valdivia, Chile

Pronombres: Él

Ocupación: Fotógrafo

Antecedentes educativos: Profesor de fotografía, Realizó sus estudios en el Instituto

Perez Rosales, Chile

Premios recibidos:

• Exposición fotográfica Rapa Nui, Isla de Pascua, Premio Conarte

• Exposición fotográfica "Las estaciones del Olvido", Premio Conarte

HISPANIC CULTURE REVIEW 108

• Mención de jurado en concurso Fotorevista, Argentina, paisajes, "Pilolcura"

Publicaciones anteriores:

• Fiestas religiosas en la Región de Los Ríos, Conarte 2007

• Biografía Urbana de la ciudad de Valdivia , 2011

• El último vuelo del Halcón Rojo: Proa a la libertad, 2011

Información adicional: Me gusta mucho hacer fotografía callejera, patrimonial y fotografía ecológica, una de mis experiencias interesantes fue fotografiar la carretera austral de Chile durante una semana, la foto con la que quedé seleccionado es parte de esta inspiración, está tomada en una reserva ecológica de Costa Rica y por último una importante motivación es enseñar fotografía a jóvenes, labor que he realizado por más de 30 años.

Alison Paola Yanchaguano Mise

Título de obra: Fiesta de la Mamanegra

Ciudad y país de origen: Guayaquil, Ecuador

Pronombres: Ella

Ocupación: Estudiante de Diseño Gráfico

Información adicional: Para mi como artista ecuatoriana es muy importante llevar un pedacito de mi cultura a diferentes partes del mundo por medio de piezas visuales. Ecuador es pluricultural y su belleza me inspira a seguir plasmando su identidad en mis obras, su magia, su calidez, hallar la forma de reflejar correctamente aquello es uno de mis objetivos, al igual que representar un concepto único en cada una de mis piezas gráficas que conecte con quien las observe.

POESÍA / POETRY

Alicia Elizabeth Acevedo Martínez

Título de obra: Hermano migrante

Ciudad y país de origen: México

Pronombres: Ella

Ocupación: Escritora y Artesana de barro

Antecedentes educativos: L.A.E.T - Licenciada en Administración de empresas

Turísticas

Premios recibidos:

• Reconocimiento de parte de Ifreedoms en Relato Corto

• Reconocimiento de parte de Ifreedoms en su 2o concurso de Poesía

VOL XXIX | 2022–2023 109

• Reconocimiento de parte de ifreedoms por Minificción

Información adicional: Orizabeña de nacimiento y orgullosamente mexicana. Me gusta pensar que todos tenemos ideas importantes para compartir con los demás.

Oscar Bahena López

Título de obra: El abuelo ausente

Ciudad y país de origen: Cuernavaca, Morelos, México

Ocupación: Estudiante

Antecedentes educativos: Estudiante de 1er. Año de preparatoria

Premios recibidos:

• 2do. Lugar en oratoria con el tema "Los símbolos patrios"

• Información adicional: Aprendamos a vivir la vida y no a sobrevivirla.

Paola Benitez Padilla

Título de obra: Los sinfuturo

Ciudad y país de origen: México

Pronombres: Ella

Ocupación: Estudiante

Publicaciones anteriores:

• Reportajes sociales, culturales y ambientales en periódicos impresos.

Información adicional: "Mi nombre es Libertad Mar. Comencé a escribir escuetos intentos de poesía desde pequeña. He colaborado en proyectos de guionismo y corrección editorial. Soy coordinadora cultural de cursos de literatura. Escribo poesía, cuento y crónica. Aun en mi libertad, la utopía se asoma. Aun en mi esencia, la mezcla se deja ver."

Felipe Casas

Título de obra: Hoy vuelvo a casa, papá

Título de obra: Como de plastilina

Ciudad y país de origen: Lima, Perú

Pronombres: Él

Ocupación: Estudiante

Antecedentes educativos: Candidato a Bachiller en Artes en Psicología y en Gobierno

Información adicional: Mi poesía al principio solo me ayudaba a escapar del mundo y de los obstáculos. Ahora, después de haber escrito y pasado por tantos, puedo decir que es y será mi manera de afrontarlos.

HISPANIC CULTURE REVIEW 110

Ángel Gabriel Crespo

Título de obra: El corazón de un mundo

Ciudad y país de origen: Capital federal, Argentina

Ocupación: Profesor

Antecedentes educativos: Licenciado en Sociología

Premios recibidos:

• Primer premio de poesía en Tapiales (2018)

• Premio de poesía Sociedad Argentina de escritores (Junín, 2022)

• Finalista del IV Certamen de poesia Enrique Pleguezuelo

Adriana Delgado Román

Título de obra: Herencias

Ciudad y país de origen: Teloloapan, Guerrero, México

Ocupación: Estudiante de Doctorado

Antecedentes educativos: Licenciada en Lengua y Literatura Hispanoamericanas. Maestra en Estudios Culturales

Premios recibidos:

• Primer premio de Poesía Óscar Oliva 2020

Información adicional: Me gusta escribir desde los sitios que transito; el lenguaje cotidiano, los espacios diarios porque pienso que la poesía está en cada parte; minúscula o grande, que requiera expresarse en imágenes poéticas, en versos breves, en poemas de largo aliento y, además es una manera de existir y resistir en este mundo que habitamos.

E. Gill

Título de obra: En ese lugar

Ciudad y país de origen: Lima, Perú

Pronombres: Él

Ocupación: Estudiante de Maestría en Ingeniería de Minas

Antecedentes educativos: Bachiller en Ingeniería de Minas

Información adicional: Además de mi carrera, tengo como objetivo lograr que varias personas puedan leer y degustar de mis poemas. Poemas que nacieron con la inspiración de todas las personas que amo, aunque en especial de una de ellas. Hay muchas cosas importantes en este mundo. Para mí lo más importante es el amor y la lealtad, estas dos cosas, no importa la adversidad, nos permitirán salir de cualquier agujero del cual creamos que no vemos la luz de la superficie.

VOL XXIX | 2022–2023 111

Título de obra: Día favorito

Ciudad y país de origen: Orizaba, Veracruz, México

Pronombres: Él

Ocupación: Docente

Antecedentes educativos: Licenciado en Educación Primaria. Maestro en Educación Básica.

Premios recibidos:

• Beca Interfaz ISSSTE-Cultura 2017

• Publicaciones anteriores:

• Plaquette de poesía “Jardín de la memoria” Editorial La Cosa Escrita, 2016

Información adicional: Docente y directivo de educación primaria y Normal, las niñas y niños me enseñaron que las cosas del día a día son las que hacen significativo el mundo. Por eso escribo de lo cotidiano: lo que se sufre, lo que se disfruta, lo que está siendo y lo que no puede ser. Algún día quizá alguna historia, texto o poema que salga de mi teclado pueda ayudar a otros, mientras tanto, seguiré escribiendo para transformar realidades.

HISPANIC CULTURE REVIEW 112

Biografías del equipo editorial /

Editors’ Biographies

Alfredo Ulises Cervantes Frías asiste a la Universidad George Mason y estudia Idiomas Extranjeros con una concentración en Español (B.A.) mientras también se subespecializa en Fotografía. Sus raíces provienen del lugar donde creció, El Cuatro, un pueblo rural en el estado de Michoacán, México. Ahí encontró su aprecio por la educación y literatura. Además de sumergirse en el mundo literario y ampliar sus conocimientos, Alfredo ha estudiado en la Universidad de Granada en España. Su objetivo es convertirse en docente con el propósito de crear comunidades en el aula donde les estudiantes se sientan más representades.

Alfredo Ulises Cervantes Frias is an undergraduate student at George Mason University studying Foreign Languages with a concentration in Spanish and minoring in Photography. His roots come from the place where he grew up, El Cuatro, a rural town in the state of Michoacan, Mexico. From an early age he found his appreciation for education and literature. In addition to immersing himself in the literary world and broadening his knowledge, Alfredo has studied at the University of Granada in Spain. His goal is to become an educator with the goal of creating a community in the classroom where students feel more represented.

Jhoana E. Guzmán Salinas es una estudiante de licenciatura en la Universidad George Mason que estudia Psicología con una concentración en Psicología Clínica. Ella es una mujer salvadoreña de primera generación que se esfuerza por allanar el camino para que sus hermanas menores busquen y naveguen por la educación superior. Al crecer con sus sus hermanas pasaban las tardes perdidas en las páginas de los libros de la librería para escapar de factores estresantes. Esto despertó su objetivo inicial de convertirse en terapeuta licenciada para ayudar a su comunidad donde muchos sufren de problemas de salud emocional.

VOL XXIX | 2022–2023 113

Jhoana E. Guzman Salinas is an undergraduate student at George Mason University studying Psychology with a concentration in Clinical Psychology. She’s a first-generation Salvadoran woman who strives her best to pave the way for her younger sisters to navigate and seek higher education. Growing up she and her sisters would spend afternoons, lost in books at the library to escape from daily stressors. This sparked her goal to become a licensed therapist to help her community that can be at risk to emotional and behavioral health challenges.

Katty Becerra de Melo es una estudiante en la Universidad George Mason que busca una especialización en Inglés con enfoque en Escritura Creativa y Folclore. Ella también busca obtener un título adicional en español. Katty es hija de padres inmigrantes mexicanos y le apasiona mantenerse en contacto con su cultura. Le encanta leer y escribir y cree que es una manera de expresarse para muchos. Ella cree que eso es exactamente lo que promueve Hispanic Culture Review y debido a eso está muy feliz de trabajar en el equipo este año. Katty todavía no está segura de lo que quiere hacer después de graduarse, pero sabe que mientras continúe escribiendo y brindando un espacio para que otros hagan lo mismo, será feliz.

Katty Becerra de Melo is an undergraduate student at George Mason University pursuing a major in English with concentrations in Creative Writing and Folklore. She is also minoring in Spanish. Katty is the daughter of Mexican Immigrant parents and has a passion for keeping in touch with her culture. She loves reading and writing and believes it is a way for many to express themselves. She believes that is exactly what Hispanic Culture Review promotes and why she is so happy to be working on the team. Katty is still unsure what she wants to do after she graduates but she knows as long as she continues to write and provide a space for others to do the same she will be happy.

Keiry Yessenia Chicas es una estudiante universitaria de honor en la Universidad George Mason, que estudia Asuntos Globales con

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especialización en Estudios Latinoamericanos y Español. Nacida en Alexandria, Virginia, hija de dos padres inmigrantes salvadoreños, Keiry es la primera de su familia en asistir a la universidad. Es la ganadora de una beca Barbara J and. B. Mark Fried EIP Scholarship, y se esfuerza por trabajar duro y aprender cosas nuevas mientras asiste y estudia en la universidad. Sobre todo, le apasiona trabajar con todo lo que tenga que ver con el español y nunca olvidar de dónde viene.

Keiry Yessenia Chicas is an undergraduate Honor college student at George Mason University, studying Global Affairs with a concentration in Latin American Studies and minoring in Spanish. Born in Alexandria, Virginia, the daughter of two Salvadoran immigrant parents, Keiry is the first in her family to attend college. She is the winner of a full tuition Barbara J and. B. Mark Fried EIP Scholarship, and she strives to work hard and learn new things as she attends and studies at college. Most of all, she is passionate about working with anything involving Spanish and never forgetting where she came from.

Ana Belén García es una estudiante internacional peruana quien asiste a la Universidad George Mason. Ella estudia Gobierno y Política Internacional con una concentración en Economía Política Internacional y una subespecialización en Marketing. Mientras crecía, fue testigo de las disparidades socioeconómicas en su país de origen y cómo eso contribuía a la falta de innovación, creatividad e igualdad de oportunidades. Esta realidad la animó a buscar una carrera que le brindara las herramientas y la experiencia para contribuir al desarrollo de su país. Ana tiene como objetivo fomentar políticas que brinden la oportunidad a los propietarios de pequeñas y medianas empresas de innovar y expandir sus marcas en todo el mundo.

Ana Belen Garcia is an international undergraduate student from Peru at George Mason University studying Government and International Politics with a concentration in International Political Economy and minoring in Marketing. While growing up, she witnessed the socio-economic disparities

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in her home country and how that contributed to the lack of innovation, creativity and equal opportunities. This reality encouraged her to pursue a career that will give her the tools and experience to contribute to her country’s development. Ana aims to foster policies that will provide the opportunity to small and medium-sized enterprise owners to innovate and expand their brands around the world.

Clarita Orosco Gutierrez tiene una doble especialización en Planificación Financiera y Gestión Patrimonial junto con Contabilidad en la Universidad George Mason. Le apasionan mucho sus estudios y ha recibido un Certificado de Reconocimiento de la Escuela de Negocios por estar en la lista del Decano por más de 3 semestres consecutivos. Fue criada como hija única en Fredericksburg, Virginia por padres peruanos. Sus padres siempre trataron de asegurarse de que estuviera conectada con su cultura a través de recetas familiares, cumbias de su juventud y muchas historias y risas a la hora de la cena.

Clarita Orosco Gutierrez is double majoring in Financial Planning & Wealth Management along with Accounting at George Mason University with a minor in Marketing. She is very passionate about her studies and has received a Certificate of Recognition from the School of Business for being on the Dean’s list for more than 3 consecutive semesters. She was raised as an only child in Fredericksburg, Virginia by Peruvian parents. Her parents always tried to make sure she was connected to her culture through family recipes, “cumbias” from their youth, and lots of dinner-time stories and laughs. Emilia Hope Grove is an undergraduate student at George Mason University, studying Graphic Design and Photography. Born in Rome, Italy while her parents were working for the United Nations, Emilia grew up in a multicultural, dual language environment. As a person with dyslexia, Emilia has redefined the neurodivergence challenges she faces and has become a strong advocate for those with learning differences. Emilia is a recipient of

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the National Society of Leadership and Success Honor Society and the Delta Alpha Pi International Honor Society.

Emilia Hope Grove es un estudiante de pregrado en la Universidad

George Mason, estudiando Diseño Gráfico y Fotografía. Nacida en Roma, Italia, mientras sus padres trabajaban para las Naciones Unidas, Emilia creció en un ambiente multicultural y bilingüe. Como persona con dislexia, Emilia ha redefinido los desafíos de la neurodivergencia que enfrenta y se ha convertido en una firme defensora de las personas con dificultades de aprendizaje. Emilia recibió el premio de National Society of Leadership and Success Honor Society y la Sociedad Internacional de Honor Delta Alpha Pi.

VOL XXIX | 2022–2023 117

Pautas para el envío de trabajos

HCR acepta trabajos originales e inéditos escritos en español o en inglés. Los textos deben estar relacionados con el arte, la cultura, la lingüística y la literatura de los países de habla hispana. La revista publica poesía, narrativas breves y fotografía. En algunas ediciones concretas se elige un tema específico sobre el que deben versar todas las contribuciones. Para que un trabajo se tome en consideración, deberá seguir estrictamente las siguientes especificaciones; en caso contrario, será descalificado:

• Recibiremos hasta 2 trabajos escritos por autor, los cuales deberán enviarse en archivos separados. Los autores de fotografía y artes visuales podrán enviar hasta 6 obras.

• La única forma para entregar trabajos es a través del siguiente enlace: hispanicculturereview.submittable.com/submit

• Los escritos deberán presentarse en fuente Arial, de 12 puntos y los trabajos académicos y ensayos deberán guiarse por la edición más actualizada de los manuales de estilo MLA o APA.

• Extensión máxima de los textos:

• Ensayos académicos e investigaciones: 3,000 palabras, incluyendo las notas de pie de página.

• Narrativa: 2,500 palabras.

• Poesía: 50 líneas.

• Artes visuales: fotografía en formato JPEG, 300 pixeles por pulgada.

Solo se aceptarán trabajos inéditos, es decir, que no hayan sido publicados o estén pendientes de revisión en otros medios, sean impresos o electrónicos. Se aceptarán trabajos escritos tanto en español como en inglés.

No existen restricciones de edad o nacionalidad para participar, excepto en el caso de que la persona tenga su residencia fiscal en alguno de los países sometidos a las sanciones del gobierno de Estados Unidos ya que sería imposible hacer llegar el premio monetario al ganador o ganadora. Más información: www.treasury.gov/ resource-center/sanctions/Programs/Pages/Programs.aspx

Los trabajos seleccionados serán publicados tanto en la versión impresa como en la versión electrónica de HCR.

Si desea obtener más información por favor, contáctenos: hcr@gmu.edu

Submission Guidelines

HCR welcomes original and unpublished submissions written in either Spanish or English. Contributions should relate to the arts, culture, linguistics, and literature of Spanish-speaking countries. The journal publishes poetry, brief narratives, and photography. Certain editions cover a specific theme that all contributions should follow. For a work to be considered, the following specifications must be followed; if the specifications are not followed, the work will be disqualified:

• The maximum number of works per author is 2, which must be sent as separate files. Those submitting photography and visual arts works are allowed to send up to 6 works.

• The only method for submission is through: hispanicculturereview.submittable.com/submit

• Written works must be written in Arial 12pt font and academic works and essays must follow the current MLA or APA style.

• Maximum length allowed for the texts:

• Academic essays & investigations: 3,000 words (including footnotes).

• Narrative: 2,500 words.

• Poetry: 50 lines maximum.

• Visual Arts: photographs must be in JPEG format and 300 ppi.

Only unedited work will be accepted, which means works that have not been published before or are pending revision in other media. This includes printed and electronic work. Works written in both Spanish and English will be accepted.

There are no age or nationality restrictions to participate, except in the case that the person has his/her fiscal residence in any of the countries subject to the sanctions of the United States government, since it would be impossible to send the monetary prize to the winner. Learn more: www.treasury.gov/resource-center/sanctions/ Programs/Pages/Programs.aspx

Selected works will be published in both the print and electronic versions of HCR.

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COLABORADORES / CONTRIBUTORS:

Alicia Elizabeth Acevedo Martínez

Ramón Ángel Acevedo Arce

Luna Abril Alonso Díaz

Oscar Bahena López

Noel Bellido Tejado

Paola Benitez Padilla

Felipe Casas

Ángel Gabriel Crespo

Adriana Delgado Román

Truman Deree

Carlos ECO

Antonio Farto Casado

Hemil García Linares

Francisco E. Gill

Salvador Gutierrez Zamora

Elizabeth Hernández Apraez

Perla Yadhira Hernández Gallegos

Angélica Labrada

Graciela Rodríguez Rodríguez

Ricardo Rojas Mora

Manel Subirats Ferrer

Laura A. S. Fermin

Victor Hugo Toledo Aguilar

Héctor Adrián Vera Calderón

Alison Paola Yanchaguano Mise

Don Beto (Portada / Cover)

Salvador Gutierrez Zamora (San Pedro Cholula, Puebla, México)

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